lunes, 22 de octubre de 2018

Algo en las tripas me dice que tengo que tomar algún tipo de decisión. Me lo dicen también los borradores que me devuelven la mirada cada vez que abro el escritorio de este blog, y me encuentro con textos a medias que he sido incapaz de publicar estas últimas semanas. ¿Es acaso el momento de tomar una decisión? Escribo la pregunta porque todavía dudo sobre si estoy sobredimensionando algo que ni siquiera existe para los dos o si de verdad algo en mis adentros me está pidiendo que dé un paso en alguna dirección.

Sin embargo, me niego a caminar. Si echar a andar significa enfrentarme a alguna realidad terrible, de momento no me siento capaz de hacerlo. ¿Existe esa realidad terrible? Lo único que me seduce de la idea de afirmar su existencia es que si de veras está ahí tiene que coexistir obligatoriamente con su otra cara: una realidad cálida y llena de luz que nos espera al final de este túnel tan estrecho, y que nos promete tiempos mejorados y mejores.

No lo sé. La garra que me aprieta el estómago es capaz de escalar hasta mi garganta, y quiero deshacerme de ella de un manotazo, pero me noto paralizada. En algún lugar de mis recovecos pienso que para apartarla necesito también tu mano, pero, ¿y si me equivoco al necesitarla? ¿O si en realidad no la necesito?

¿Qué ocurre cuando yo no soy capaz de saber qué solución va a servirme? Cuando se trata de algo que implica a otra persona, ¿no debería ser una solución a medias? Tal vez me equivoque de nuevo en esta creencia, y si quiero deshacerme de esa garra que me aprieta debo clavarle yo misma las uñas, aunque vaya a dejarme cicatrices también con tu nombre.

Las grietas se suelen formar en silencio al principio, para luego llamar la atención con un tímido resquebraje y, en último lugar, el estruendo del destrozo definitivo. Depende de cómo sean los muros, o las circunstancias externas, pueden aguantar más o menos tiempo. Sin embargo, si se han empezado a formar acaba siendo natural que den pie a un agujero que no tiene por qué significar que el muro se rompa y se eche a perder para siempre. Los fragmentos pueden juntarse, rellenos de nuevas energías que actúen como pegamento. Así, además, su visión puede recordar por qué están ahí, cómo nos hicimos fuertes y cómo acabamos alcanzando esa calidez al final de este pasadizo angosto que me está dejando sin respiración por momentos.


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