Anoche volviste a visitarme. Como tantas otras, aunque aun no me acostumbro del todo a desearte y que allí estés tú, por arte de alguna magia extraña que conoce mis anhelos. Escuché tu voz que me dedicaba palabras cálidas, que me curaron el frío y me encendieron la sonrisa sin poder evitarlo. De nuevo se me clavaron tus ojos y me sumergí en ellos sin coger aire, perdiéndome en sus olas, bañándome en tus negras pupilas. De tus labios salió un beso que me rodeó hasta llevarme a la felicidad más ilógica. Sentí tus manos ancladas en mi cintura y la irrealidad del momento me dejó confusa. Pero tú estabas ahí, y con eso todo lo demás moría. Enterré las inquietudes y me concentré en tu pelo. A veces pienso que peligro bajo tu hechizo, que sería mejor alejarme corriendo sin la valentía que me impidiera mirar hacia atrás y chocarme con tus ojos. Pero no puedo. Me llenas y me llevas a un mundo desconocido, al mundo que inventamos los dos. Algún día… Poco a poco, me fui dejando ir contigo, mientras oía tu pecho acompasado con el mío. Qué felicidad más extraña puede esconderse en la mente de cada uno… Escondida, agazapada, hasta que vienes tú y la invitas a pasear por mis sentidos. El frío se fue del todo y yo estaba contigo, deseándote, disfrutando de ti. Creí enloquecer del puro placer de contemplarte. Allí, estabas allí.
Mientras la noche se disipaba, cuando entre incertidumbre abrí los ojos y huí de Morfeo, la losa de la realidad volvió a caer sobre mi mente, aplastándome. Pude comprobar que la luna había desaparecido por los pliegues de mi pecho y que el sol acababa de abofetearme, susurrándome que las ilusiones rotas venían con el día. Parpadeé un par de veces, ansiando encontrarme colgada de tu sonrisa después de un mal sueño. El mal sueño estaba ahí; tú, no. Me sentí indefensa entre tanta cama vacía. Tu falta me acuchilló hasta hacer sangrar mis ojos, dejando tu nombre escrito en un ligero rastro de amargura y sal.
Los recuerdos acaban regresando a mí y sus astillas se clavan debajo de mi alma. De nuevo. Siento que derrocho mis sueños mezclándome contigo cuando la noche me vence. Sé que es necio caer en tus redes de este modo, estar contigo solamente en sueños. Pero es lo único que me queda, el último retazo que conservo de ti, a parte de la huella de tus besos en mi piel. Esas cicatrices que se estremecen cuando vuelvo a encontrarme con tus asesinos labios.
Seguiré esperando a que mis párpados y la somnolencia se subleven y se apoderen de mí. Evitando sentir el deseo de verte, sin conseguirlo. Tuya en mis sueños, en mi día a día, en mis miedos.
Tal vez un día el alba te traiga y tus besos vuelvan a drogarme. Quizás despiertes a mi lado y todo haya sido un sueño. Un mal sueño…
...
Escribir por fuerza no ayuda nada.
Y menos en condiciones que me bloquean. Por confusas. Por joder.
sábado, 22 de septiembre de 2007
miércoles, 19 de septiembre de 2007
Cojo aire y lo suelto en un largo suspiro, como si así las penas fueran a disiparse. Como si yo pudiera liberar mi cuerpo de tristezas, con un movimiento de tal facilidad. Y quedarme a medio llenar de sensaciones. Medio vacía.
Pero estúpidamente feliz.
Me juré que si lloraba por ello no seguiría adelante. O algo así. Pero ahora es cuando, mientras las huellas de un par de gotas saladas van borrándose, me pregunto si hice bien en llegar hasta aquí. Tan vacía de repente. Tan agotada.
No sé.
Me gustaría escribir de modo que sea cualquier personaje quien sienta esto. Pero hoy voy a ser yo la que arroje su máscara a las llamas de un fuego que no calienta, pero quema. Me descubro, queridos lectores.
Vuelvo a las andadas y escribo por mí. Ni por él ni por ella. Ya me gustaría.
Siento una impotencia consentida por todo mi cuerpo. Su núcleo reside en mi garganta y esto provoca que, cuando trague saliva (palabra maldita e hiriente), los sentimientos vuelvan a aflorar de ese falso resquicio y vuelva el dolor a apoderarse de mis entrañas.
Una mordaza cubre mis labios y termina en mi nuca, donde yo misma le puse fin apretando ambos extremos contra mí. No me hacen falta ni gafas de sol ni antifaz; hoy mi mirada también está invitada a guardar silencio. Hoy resurge mi antigua yo y se zambulle en el caótico desorden de mi subconsciente.
Ése al que sólo tengo acceso yo. Ése que se me clava y me grita con voz desgarradora palabras que hacen enfurecer mi alma. Ése que se siente victorioso cuando agacho la cabeza y dejo que el tiempo pase sin que me mueva un solo centímetro de donde estoy.
Mi cuerpo. Mi mente viaja rauda, abandonando a la dueña al abandono. Mi barbilla pide un soporte eficaz y mis dedos se lo ofrecen momentáneamente, mientras pongo en orden lo que quiero transmitir.
Es endiabladamente difícil. Yo lo hago difícil. Pero es que en verdad lo es. Para mí, al menos.
Los rayos de vital sol que se cuelan por los agujeros de mi persiana no me invitan a acompañarlos, me recorren envueltos en dorados y motas de polvo para luego marcharse. Su busca continúa, y no la van a parar por mí.
Se hace hasta fascinante tener tantas ganas de gritar y no poder. O no atreverse. La mordaza sigue apretando y un diente rebelde se escapa de ella para clavarse en mi labio inferior. El dolor físico a veces es calmante de otros. Pero hoy me parece que no es el caso.
El día no ha terminado, cierto es, pero dudo que se encauce hacia otro desenlace distinto.
Los colores pueden intentar arroparme. Pero sigo viendo nubes que tapan toda felicidad en estos momentos. Todo recuerdo. Toda sensación a la que antes recurría a diario. Nubes que desembocan en mi estómago y lo agitan sin condición. Nubes que hacen zumbar mis oídos y empalagan mi cabeza de lo de siempre.
De lo de siempre. Distinto tal vez en esta ocasión.
Hacía mucho que no tenía un día gris, aunque parezca mentira. Quizás éste me ayude a tomar una determinación que lucha por salir de mis adentros desde hace días.
Y la mordaza caiga.
Y yo me levante.
Pero estúpidamente feliz.
Me juré que si lloraba por ello no seguiría adelante. O algo así. Pero ahora es cuando, mientras las huellas de un par de gotas saladas van borrándose, me pregunto si hice bien en llegar hasta aquí. Tan vacía de repente. Tan agotada.
No sé.
Me gustaría escribir de modo que sea cualquier personaje quien sienta esto. Pero hoy voy a ser yo la que arroje su máscara a las llamas de un fuego que no calienta, pero quema. Me descubro, queridos lectores.
Vuelvo a las andadas y escribo por mí. Ni por él ni por ella. Ya me gustaría.
Siento una impotencia consentida por todo mi cuerpo. Su núcleo reside en mi garganta y esto provoca que, cuando trague saliva (palabra maldita e hiriente), los sentimientos vuelvan a aflorar de ese falso resquicio y vuelva el dolor a apoderarse de mis entrañas.
Una mordaza cubre mis labios y termina en mi nuca, donde yo misma le puse fin apretando ambos extremos contra mí. No me hacen falta ni gafas de sol ni antifaz; hoy mi mirada también está invitada a guardar silencio. Hoy resurge mi antigua yo y se zambulle en el caótico desorden de mi subconsciente.
Ése al que sólo tengo acceso yo. Ése que se me clava y me grita con voz desgarradora palabras que hacen enfurecer mi alma. Ése que se siente victorioso cuando agacho la cabeza y dejo que el tiempo pase sin que me mueva un solo centímetro de donde estoy.
Mi cuerpo. Mi mente viaja rauda, abandonando a la dueña al abandono. Mi barbilla pide un soporte eficaz y mis dedos se lo ofrecen momentáneamente, mientras pongo en orden lo que quiero transmitir.
Es endiabladamente difícil. Yo lo hago difícil. Pero es que en verdad lo es. Para mí, al menos.
Los rayos de vital sol que se cuelan por los agujeros de mi persiana no me invitan a acompañarlos, me recorren envueltos en dorados y motas de polvo para luego marcharse. Su busca continúa, y no la van a parar por mí.
Se hace hasta fascinante tener tantas ganas de gritar y no poder. O no atreverse. La mordaza sigue apretando y un diente rebelde se escapa de ella para clavarse en mi labio inferior. El dolor físico a veces es calmante de otros. Pero hoy me parece que no es el caso.
El día no ha terminado, cierto es, pero dudo que se encauce hacia otro desenlace distinto.
Los colores pueden intentar arroparme. Pero sigo viendo nubes que tapan toda felicidad en estos momentos. Todo recuerdo. Toda sensación a la que antes recurría a diario. Nubes que desembocan en mi estómago y lo agitan sin condición. Nubes que hacen zumbar mis oídos y empalagan mi cabeza de lo de siempre.
De lo de siempre. Distinto tal vez en esta ocasión.
Hacía mucho que no tenía un día gris, aunque parezca mentira. Quizás éste me ayude a tomar una determinación que lucha por salir de mis adentros desde hace días.
Y la mordaza caiga.
Y yo me levante.
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Chorro de incoherencias.
jueves, 13 de septiembre de 2007
La verdad es que acabo de borrar todo lo que llevaba escrito (por segunda vez). Demasiado bla, bla, bla. Sobre mí. Lo que quiera expresar a esa gente que no entiendo su comportamiento, ya me lo guardaré. Sé que no voy a atreverme a soltarlo. Lo sé.
Me siento extrañamente feliz. Sí. Las piedras del camino parecen marchitarse a mi paso pero sigo adelante. Esta miel que me llena las entrañas tiene un efecto reparador. El cielo está tornándose gris pálido, un gris que huele a gotas cristalinas corroyendo el sol. Pero continúo. Hoy me da igual. Hoy, sí.
Puedo sentir todas las cicatrices lindando en el límite de mi alma, luchando por volver a boicotearla y vencer. Reabrirse. Vencer. Pero mi sonrisa es tan real que las mantiene a raya. Me sigo preguntando por qué este sentimiento que me invade. Pero es tan dulce, tan curativo, que pagaría con mis ojos y mis manos a quien pudiera ofrecerme esta droga minuto a minuto. Se me hace difícil crees que soy yo la que empieza a tararear esa canción mientras el cielo truena acompañándome y recorro el camino que me separa de mis días tristes.
Siempre pensé que recorrería este sendero acompañada. No sola, ni extrañamente plena. Pero ahora es cuando comprendo que esto debe hacerse por uno mismo, sin ayudas ni empujones. Empuño mi victoria mientras mis pies se regocijan siguiendo adelante. No los paro, y eso es bueno.
Mis labios parecen congelados. Pero no sólo sonríen ellos. Lo hace todo mi cuerpo, todo mi yo.
Y sigo. Sin dudarlo, sigo caminando.
Parece que la lluvia va arreciando conforme llego a mi destino. La verdad es que no me importa. Sé que el fin esta cerca y eso me mantiene activa. Tengo la certeza de que voy a conseguirlo, y mi corazón también. Tal vez él lo supiera antes que la dueña. Todo puede ser.
Todo va haciéndose mucho más nítido. Incluso yo, mi mente, mi figura alejándose. Mi cuerpo burbujea. Y quiero dejarme llevar.
Esta felicidad me atemoriza, pero es tan dulce, tan dulce...
Creo que ya. Que ya estoy. Sí, creo que llegué. Suspiro y no me hace falta mirar a mi alrededor. Sé dónde me encuentro. Lo he sabido siempre, solo que nunca llegué como he llegado ahora.
Sigo.
Sigo dando pasos.
Todo está más cerca y mi espíritu parece sonreir de alivio mientras me abraza más fuerte. No me siento sola, aunque lo esté.
Feliz, muy feliz.
Estoy segura. Ahora sí. Todo terminó, puedo sentirlo. ¿Os habéis fijado? Todo es tan maravilloso que me recorre como una descarga eléctrica. Cierro los ojos y me olvido de mí. Excepto de un aspecto.
Feliz, tan feliz...
[Quise escribir algo que no fuera tan gris. Bueno, creo que el intento ha tenido un resultado algo cochambroso. Pero ahí está]
Otro extraño 13 para la colección.
Me siento extrañamente feliz. Sí. Las piedras del camino parecen marchitarse a mi paso pero sigo adelante. Esta miel que me llena las entrañas tiene un efecto reparador. El cielo está tornándose gris pálido, un gris que huele a gotas cristalinas corroyendo el sol. Pero continúo. Hoy me da igual. Hoy, sí.
Puedo sentir todas las cicatrices lindando en el límite de mi alma, luchando por volver a boicotearla y vencer. Reabrirse. Vencer. Pero mi sonrisa es tan real que las mantiene a raya. Me sigo preguntando por qué este sentimiento que me invade. Pero es tan dulce, tan curativo, que pagaría con mis ojos y mis manos a quien pudiera ofrecerme esta droga minuto a minuto. Se me hace difícil crees que soy yo la que empieza a tararear esa canción mientras el cielo truena acompañándome y recorro el camino que me separa de mis días tristes.
Siempre pensé que recorrería este sendero acompañada. No sola, ni extrañamente plena. Pero ahora es cuando comprendo que esto debe hacerse por uno mismo, sin ayudas ni empujones. Empuño mi victoria mientras mis pies se regocijan siguiendo adelante. No los paro, y eso es bueno.
Mis labios parecen congelados. Pero no sólo sonríen ellos. Lo hace todo mi cuerpo, todo mi yo.
Y sigo. Sin dudarlo, sigo caminando.
Parece que la lluvia va arreciando conforme llego a mi destino. La verdad es que no me importa. Sé que el fin esta cerca y eso me mantiene activa. Tengo la certeza de que voy a conseguirlo, y mi corazón también. Tal vez él lo supiera antes que la dueña. Todo puede ser.
Todo va haciéndose mucho más nítido. Incluso yo, mi mente, mi figura alejándose. Mi cuerpo burbujea. Y quiero dejarme llevar.
Esta felicidad me atemoriza, pero es tan dulce, tan dulce...
Creo que ya. Que ya estoy. Sí, creo que llegué. Suspiro y no me hace falta mirar a mi alrededor. Sé dónde me encuentro. Lo he sabido siempre, solo que nunca llegué como he llegado ahora.
Sigo.
Sigo dando pasos.
Todo está más cerca y mi espíritu parece sonreir de alivio mientras me abraza más fuerte. No me siento sola, aunque lo esté.
Feliz, muy feliz.
Estoy segura. Ahora sí. Todo terminó, puedo sentirlo. ¿Os habéis fijado? Todo es tan maravilloso que me recorre como una descarga eléctrica. Cierro los ojos y me olvido de mí. Excepto de un aspecto.
Feliz, tan feliz...
[Quise escribir algo que no fuera tan gris. Bueno, creo que el intento ha tenido un resultado algo cochambroso. Pero ahí está]
Otro extraño 13 para la colección.
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Frenesí
sábado, 8 de septiembre de 2007
Yo estaba como estoy ahora. Es decir, consciente. En mi casa. Con mi ropa habitual de estar por casa. De humor indiferente. En la cocina.
Y, entonces, me asomaba a la terraza del patio de luces. Vivo en un primero y, por ello, es bastante amplia. Grande. Siempre nos caen diversos objetos con los que nos bendicen los vecinos.
Atravesaba la puerta que comunica la terraza con la cocina y me quedaba mirando al frente. A las ventanas y terrazas de los demás vecinos. Había tanta ropa tendida en todas las terrazas que apenas veía las demás casas.
Y fue cuando las vi. Mágicamente asustadoras. Un par de piernas siniestramente blancas. Me recordaron a la palidez con la que suelen describir a los vampiros. Eran tan blancas, tan carnosas. Como los cuadros antiguos. Y las uñas de los pies tenían un color carmesí admirable. Laca de uñas, seguramente. Pero el conjunto resultaba atractivo. Y supe que era una mujer.
Sólo veía las piernas. El resto del cuerpo estaba tapado por la ropa tendida. Pero deducía que estaba sentada en el alféizar de la ventana, con las piernas colgando.
Tenía curiosidad por ver el rostro de esa persona.
Seguía allí clavada, bastante tranquila. Era de día. Y mi madre preparaba la comida en la cocina.
Fue entonces cuando el sueño se volvió angustioso. Veía a esa mujer. Y su expresión. Sus piernas de deslizaban hacia abajo y su cuerpo iba cayendo al vacío mientras sus ojos iban cerrándose, mostrando una sensación pacífica.
Como si quisiera morir.
Y yo la veía caer contra el suelo. Su cabeza chocando contra la pared, no contra el suelo, y la sangre que iba recorriendo mi terraza vecina.
Estaba muerta.
Y yo seguía allí clavada.
Horrorizada.
Sin poder moverme. Ni gritar.
Y algo me decía que a nadie le había importado la muerte de esa mujer. Que nadie iba a socorrerla. Que pasaría inadvertida.
Y yo sentía un amor tan fuerte por ella...
No sé.
Fueron tristeza y miedo a partes iguales.
Y se acabó con esa imagen. Y mi horror. Mi corazón desbocándose. Y esa palidez. Esas uñas carmesí. El rostro aquel...
El horror siguió impregnándome durante toda la noche, mientras estaba sumida en la inconsciencia.
Fue extraño. Y no me acordé de él hasta horas más tarde. Y volvió el miedo.
Fue un sueño. O pesadilla. Pero tenía que contarlo.
Y, entonces, me asomaba a la terraza del patio de luces. Vivo en un primero y, por ello, es bastante amplia. Grande. Siempre nos caen diversos objetos con los que nos bendicen los vecinos.
Atravesaba la puerta que comunica la terraza con la cocina y me quedaba mirando al frente. A las ventanas y terrazas de los demás vecinos. Había tanta ropa tendida en todas las terrazas que apenas veía las demás casas.
Y fue cuando las vi. Mágicamente asustadoras. Un par de piernas siniestramente blancas. Me recordaron a la palidez con la que suelen describir a los vampiros. Eran tan blancas, tan carnosas. Como los cuadros antiguos. Y las uñas de los pies tenían un color carmesí admirable. Laca de uñas, seguramente. Pero el conjunto resultaba atractivo. Y supe que era una mujer.
Sólo veía las piernas. El resto del cuerpo estaba tapado por la ropa tendida. Pero deducía que estaba sentada en el alféizar de la ventana, con las piernas colgando.
Tenía curiosidad por ver el rostro de esa persona.
Seguía allí clavada, bastante tranquila. Era de día. Y mi madre preparaba la comida en la cocina.
Fue entonces cuando el sueño se volvió angustioso. Veía a esa mujer. Y su expresión. Sus piernas de deslizaban hacia abajo y su cuerpo iba cayendo al vacío mientras sus ojos iban cerrándose, mostrando una sensación pacífica.
Como si quisiera morir.
Y yo la veía caer contra el suelo. Su cabeza chocando contra la pared, no contra el suelo, y la sangre que iba recorriendo mi terraza vecina.
Estaba muerta.
Y yo seguía allí clavada.
Horrorizada.
Sin poder moverme. Ni gritar.
Y algo me decía que a nadie le había importado la muerte de esa mujer. Que nadie iba a socorrerla. Que pasaría inadvertida.
Y yo sentía un amor tan fuerte por ella...
No sé.
Fueron tristeza y miedo a partes iguales.
Y se acabó con esa imagen. Y mi horror. Mi corazón desbocándose. Y esa palidez. Esas uñas carmesí. El rostro aquel...
El horror siguió impregnándome durante toda la noche, mientras estaba sumida en la inconsciencia.
Fue extraño. Y no me acordé de él hasta horas más tarde. Y volvió el miedo.
Fue un sueño. O pesadilla. Pero tenía que contarlo.
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Noches con los ojos cerrados.
jueves, 6 de septiembre de 2007
-Hijo de puta.
La sangre se agolpó en su boca y sintió cómo hervía en sus papilas gustativas. Estaba completamente enervada. Y dolida. Soltó el improperio como una olla exprés, sintiéndose más aliviada conforme las palabras brotaban de sus labios. Pero, más aun, cuando el aludido deshizo sus pasos y se plantó frente a su rostro.
-¿Qué dices? ¿Sólo se te ocurre eso?
El aludido se reía interiormente, orgulloso de romper almas y no proporcionar los medicamentos para que las heridas dejaran de supurar.
-Sí. Me alegro de haberlo dicho sin problemas. Y, la verdad, es que tengo toda la razón. Tú no te merece otro insulto y, de paso, ése a tu madre le sienta bien.
Sus miradas se repelieron recíprocamente. Él acababa de lanzar a las llamas de la desolación el sueño de ella; ella quería que su rostro se mostrara impertérrito aun estando derrumbándose por dentro.
"Muérdete los carrillos, muérdete los carrillos..."
-Ahora me doy cuenta. Gracias a ti, me doy cuenta.
-¿De qué?
-De nuestro mayor error. Y lo peor es que me doy cuenta ahora. Para tu disfrute.
Él hizo mención de darse la vuelta, para denotar que le importaba bien poco lo que ella sintiera en ese momento. Había pasado momentos placenteros con ella, sin más. Le divertía la idea de ir rompiendo corazones, dejando rastros de lágrimas a su paso.
-Hay muchas formas de hacer el amor. Tú y yo sólo descubrimos una. La que tú quisiste. Pero no sólo ésa podría habernos hecho llegar al éxtasis.
Él se paró mientras las palabras de ella resonaban en su mente. Ahora sí, soltó una sonora carcajada que hizo temblar las trincheras de ella.
-No me vengas ahora con esas... A las tías siempre os han gustado esas movidas románticas. Se te pasará, ¿vale? Me caes bien, lo sabes. No me montes ningún número como hacéis todas. Todo pasará.
Y, con la ira de ella desbordando los límites, se marchó. Y ella rompió a llorar, envuelta en engaños y en ilusiones.
Pero lo que acaba de decirle le pesaba de tal manera... Sabía que era cierto. Ellos dos tan solo habían descubierto la manera usual de intercambiar calor. Pero pensó en las caricias, y las palabras, y las risas, y las miradas, y los suspiros que se quedaron de camino. Había habido tantas formas de ser uno...
Se acurrucó un poco más mientras el eco del viento le iba trayendo, poco a poco, la cordura. Aun sintiendo el calor de la sangre iracunda en sus venas, los pálpitos de un corazón indispuesto por todo su cuerpo, dejó de morderse los carrillos y saboreó las lágrimas mientras sonreía. Decidió que buscaría a alguien que quisiera hacer el amor con ella sólo con mirarse. Sin quitarse la ropa. Sintiéndose dueño del otro, simplemente.
Aunque, tal vez, ese alguien ya estaba buscándola a ella.
-Hay demasiadas formas de hacer el amor como para desperdiciar alguna de ellas... -musitó mientras se sorbía la nariz y observaba el último atardecer que vería su inexperiencia.
La sangre se agolpó en su boca y sintió cómo hervía en sus papilas gustativas. Estaba completamente enervada. Y dolida. Soltó el improperio como una olla exprés, sintiéndose más aliviada conforme las palabras brotaban de sus labios. Pero, más aun, cuando el aludido deshizo sus pasos y se plantó frente a su rostro.
-¿Qué dices? ¿Sólo se te ocurre eso?
El aludido se reía interiormente, orgulloso de romper almas y no proporcionar los medicamentos para que las heridas dejaran de supurar.
-Sí. Me alegro de haberlo dicho sin problemas. Y, la verdad, es que tengo toda la razón. Tú no te merece otro insulto y, de paso, ése a tu madre le sienta bien.
Sus miradas se repelieron recíprocamente. Él acababa de lanzar a las llamas de la desolación el sueño de ella; ella quería que su rostro se mostrara impertérrito aun estando derrumbándose por dentro.
"Muérdete los carrillos, muérdete los carrillos..."
-Ahora me doy cuenta. Gracias a ti, me doy cuenta.
-¿De qué?
-De nuestro mayor error. Y lo peor es que me doy cuenta ahora. Para tu disfrute.
Él hizo mención de darse la vuelta, para denotar que le importaba bien poco lo que ella sintiera en ese momento. Había pasado momentos placenteros con ella, sin más. Le divertía la idea de ir rompiendo corazones, dejando rastros de lágrimas a su paso.
-Hay muchas formas de hacer el amor. Tú y yo sólo descubrimos una. La que tú quisiste. Pero no sólo ésa podría habernos hecho llegar al éxtasis.
Él se paró mientras las palabras de ella resonaban en su mente. Ahora sí, soltó una sonora carcajada que hizo temblar las trincheras de ella.
-No me vengas ahora con esas... A las tías siempre os han gustado esas movidas románticas. Se te pasará, ¿vale? Me caes bien, lo sabes. No me montes ningún número como hacéis todas. Todo pasará.
Y, con la ira de ella desbordando los límites, se marchó. Y ella rompió a llorar, envuelta en engaños y en ilusiones.
Pero lo que acaba de decirle le pesaba de tal manera... Sabía que era cierto. Ellos dos tan solo habían descubierto la manera usual de intercambiar calor. Pero pensó en las caricias, y las palabras, y las risas, y las miradas, y los suspiros que se quedaron de camino. Había habido tantas formas de ser uno...
Se acurrucó un poco más mientras el eco del viento le iba trayendo, poco a poco, la cordura. Aun sintiendo el calor de la sangre iracunda en sus venas, los pálpitos de un corazón indispuesto por todo su cuerpo, dejó de morderse los carrillos y saboreó las lágrimas mientras sonreía. Decidió que buscaría a alguien que quisiera hacer el amor con ella sólo con mirarse. Sin quitarse la ropa. Sintiéndose dueño del otro, simplemente.
Aunque, tal vez, ese alguien ya estaba buscándola a ella.
-Hay demasiadas formas de hacer el amor como para desperdiciar alguna de ellas... -musitó mientras se sorbía la nariz y observaba el último atardecer que vería su inexperiencia.
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Diálogos que me piden paso.
martes, 4 de septiembre de 2007
Hoy me siento indefensa sin tu mirada clavada en mi pecho.
Hoy, envuelta en recuerdos que quiero evitar a toda costa, me prometo que no anhelo tu presencia. Y me siento confusa al pensar que te tengo y, en verdad, saber que ni eres mío ni lo fuiste nunca.
Y me invento que no te quiero.
Que no me hace falta ni tu tiempo ni tu cuerpo. Que no te echo de menos. Y que tu falta no me acuchilla hasta hacer sangrar mi alma.
Y mezclo el desconcierto con las brumas que me quedan de lo que fuimos nosotros. No entiendo por qué sigo sintiéndome cerca de ti si alargo la mano y no llego a tocarte.
No te tengo.
Y ahora, mi corazón se tiñe de indecisión mientras se nubla con nubes de amor y desesperanza.
Me gustaría que sintieras lo que yo siento. Que te sintieras dueño de algo pasajero, que va borrando las huellas que dejó en mi piel grabadas a fuego.
Quisiera morder tu oreja y susurrarte que me quieras.
Que me seduzcas mil veces.
Que tus palabras embriaguen mi realidad.
Que me espíes.
Me recorras.
Que tus ojos me guíen.
E intento esconderte en rincones de mi memoria donde tu rastro quede agazapado entre incertidumbre. Aléjate de mí. Pero no quiero.
Ojalá pudiera verte sin sentir la necesidad inmediata de mirarte. Y que mi alma siga fría en tu presencia mientras mis entrañas no ardan, tiritando de frío de no poder sentirte.
Que mi deseo se apague.
Que tu luz deje de enseñarme el camino.
¿Por qué me drogaste con tus besos hasta hacerme dependiente?
Aún pienso que tus manos siguen engarzadas en mi cintura. Y que el océano de tus pensamientos sigue bañándome, sumergiéndome en desiertos de miel y felicidad.
Abro los ojos y la realidad no te muestra. Las lágrimas dejan escrito tu nombre en su rastro de amargura y sal.
Y, al compás de la melodía de dolor que desprende mi corazón, mi boca tan solo susurra tu falta entre sueños rotos que se convierten en pesadillas sin pedirme consentimiento.
Y me niego que no te quiero. Sigo necesitando tu sustento. A ti. Sigo anclada en el puerto que te espera, añorando verte de vuelta llenando mis adentros.
Y espero ansiosa la metadona de tus besos nuevos.
Escrito: 21.8.07.

[Y dejarlo todo atado bajo llave]
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Frenesí
lunes, 3 de septiembre de 2007
A veces siento que la vida es un río de aguas cristalinas, aguas transparentes. Y asomarse a ver tu reflejo en ellas puede ser tan descorazonador como apasionante.
Y el corazón puede pararse.
Detenerse al compás de la desilusión o del regocijo. A sabiendas de que se ha vuelto más pequeño con un nuevo disgusto o a que suspira de amor.
O palpita, como normalmente hace. Pero no del mismo modo. Y te agota. Exhausto, exhausta.
Tus mejillas arden y te sientes transparente.
Como las aguas del río. Como tu reflejo, tu imagen.
Sumida en transparencias, dudas, transparencias...
Y el corazón puede pararse.
Detenerse al compás de la desilusión o del regocijo. A sabiendas de que se ha vuelto más pequeño con un nuevo disgusto o a que suspira de amor.
O palpita, como normalmente hace. Pero no del mismo modo. Y te agota. Exhausto, exhausta.
Tus mejillas arden y te sientes transparente.
Como las aguas del río. Como tu reflejo, tu imagen.
Sumida en transparencias, dudas, transparencias...
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Frenesí
sábado, 18 de agosto de 2007
Llegados a este punto, me gustaría mirar en derredor y sentirme orgulloso de lo que he llegado a ser. Dejar que el mar ruja a mis espaldas y marcharme canturreando alguna canción de esas que llenan el alma y disipan las dudas brumosas que flotan en mi cabeza.
A veces la idea de que todo hubiera sido mucho mejor si hubiera optado por tomar otro camino taladra mi mente y me impide suspirar, envuelto en el desánimo. Pero pienso que mis actos están grabados con cincel no sólo en mi piel, sino en la de todas aquellas personas que me han empujado o me han dado la mano hasta donde he llegado. Hasta aquí y ahora.
Mierda, está sonando a despedida y no quiero que lo sea.
Pero, reitero, llegados a este punto seguiré.
Ahora me doy cuenta de cada uno de los errores que me han llevado hasta aquí. Sí. Los noto como si me embalsamaran con ellos, cabalgan sobre mi espítiritu y hoy, más que nunca, soy yo. Hoy puedo permitirme el lujo de decir que nadie me controla, que no tengo hilos atados a mis extremidades que me impidan gritar que soy libre.
¿Sabéis? No pensé que esto fuera a resultarme tan difícil. Estoy turbado. El terror me oprime todo el cuerpo, puedo sentirlo. Pero, al mismo tiempo, ya huelo la satisfacción que me espera cuando todo haya pasado. El miedo me frena, pero la meta es mucho más atrayente.
No sé por qué le doy tantas vueltas. Es sencillo, ¿verdad? Mi mirada surca el horizonte y me lleno de paz. Observo el acantilado que se abre ante mis pies, retándome a cometer la locura que se esconde en el recodo de mi corazón que no enseño desde hace tanto tiempo. Casi siento la espuma de las olas recorriendo mi espalda. Es tan gratificante saber que estoy solo, que nadie va a decirme qué debo hacer.
He sido feliz, muy feliz incluso. Pero ahora me siento realmente pletórico. Es tan confuso sentirse así en un momento como éste.
Podría acabarse el mundo; yo sería feliz.
Joder, esto sí que está pareciendo una despedida. Y, ¿qué más da, al fin y al cabo? De un modo u otro, en verdad lo es.
Las olas me llaman y noto su frescor trepando por mi nuca. La soledad es tan deliciosa en estos momentos que me asusta. Me siento dueño de todo lo que me rodea, aun sabiendo que realmente es al revés.
Creo que terminó ya.
No voy a alargar más el momento.
Cierro los ojos.
Ahora me siento capaz de volar.
Y lo hago. De un modo u otro, lo hago.
A veces la idea de que todo hubiera sido mucho mejor si hubiera optado por tomar otro camino taladra mi mente y me impide suspirar, envuelto en el desánimo. Pero pienso que mis actos están grabados con cincel no sólo en mi piel, sino en la de todas aquellas personas que me han empujado o me han dado la mano hasta donde he llegado. Hasta aquí y ahora.
Mierda, está sonando a despedida y no quiero que lo sea.
Pero, reitero, llegados a este punto seguiré.
Ahora me doy cuenta de cada uno de los errores que me han llevado hasta aquí. Sí. Los noto como si me embalsamaran con ellos, cabalgan sobre mi espítiritu y hoy, más que nunca, soy yo. Hoy puedo permitirme el lujo de decir que nadie me controla, que no tengo hilos atados a mis extremidades que me impidan gritar que soy libre.
¿Sabéis? No pensé que esto fuera a resultarme tan difícil. Estoy turbado. El terror me oprime todo el cuerpo, puedo sentirlo. Pero, al mismo tiempo, ya huelo la satisfacción que me espera cuando todo haya pasado. El miedo me frena, pero la meta es mucho más atrayente.
No sé por qué le doy tantas vueltas. Es sencillo, ¿verdad? Mi mirada surca el horizonte y me lleno de paz. Observo el acantilado que se abre ante mis pies, retándome a cometer la locura que se esconde en el recodo de mi corazón que no enseño desde hace tanto tiempo. Casi siento la espuma de las olas recorriendo mi espalda. Es tan gratificante saber que estoy solo, que nadie va a decirme qué debo hacer.
He sido feliz, muy feliz incluso. Pero ahora me siento realmente pletórico. Es tan confuso sentirse así en un momento como éste.
Podría acabarse el mundo; yo sería feliz.
Joder, esto sí que está pareciendo una despedida. Y, ¿qué más da, al fin y al cabo? De un modo u otro, en verdad lo es.
Las olas me llaman y noto su frescor trepando por mi nuca. La soledad es tan deliciosa en estos momentos que me asusta. Me siento dueño de todo lo que me rodea, aun sabiendo que realmente es al revés.
Creo que terminó ya.
No voy a alargar más el momento.
Cierro los ojos.
Ahora me siento capaz de volar.
Y lo hago. De un modo u otro, lo hago.
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Frenesí
martes, 14 de agosto de 2007
Pienso si no sería mejor cerrar los ojos y lanzar una moneda al fondo de miradas vidriosas y empañadas, escondidas en un lamento que grita en la mente de cada uno.
Dejárselo todo al azar, aunque no crea en él. Aunque me evite cuando necesito que la suerte me sonría, enseñando sus relucientes dientes.
Alguien me dijo que esperara a que el Destino me siriviera en bandeja de plata los pequeños placeres de los que la gente habla.
Pero yo los quiero ahora. Y Destino me odia por tener fe hipócrita en él, por creer que tan solo es una excusa para inculparlo a él en lugar de a nosotros mismos.
De vez en cuando, despierto de un sueño velador de almas que me arropa en silencio cuando la Luna desaparece por los pliegues de mi pecho. Turbada, miro en todas direcciones como ansiando encontrar la mano que estaba sintiendo mientras mi corazón palpitaba por sentirse cerca de otro.
Pero el sol me abofetea y descubro que las ilusiones rotas no vienen solas. Vienen con el día.
El reloj me escupe. Y debo partir.
Dejárselo todo al azar, aunque no crea en él. Aunque me evite cuando necesito que la suerte me sonría, enseñando sus relucientes dientes.
Alguien me dijo que esperara a que el Destino me siriviera en bandeja de plata los pequeños placeres de los que la gente habla.
Pero yo los quiero ahora. Y Destino me odia por tener fe hipócrita en él, por creer que tan solo es una excusa para inculparlo a él en lugar de a nosotros mismos.
De vez en cuando, despierto de un sueño velador de almas que me arropa en silencio cuando la Luna desaparece por los pliegues de mi pecho. Turbada, miro en todas direcciones como ansiando encontrar la mano que estaba sintiendo mientras mi corazón palpitaba por sentirse cerca de otro.
Pero el sol me abofetea y descubro que las ilusiones rotas no vienen solas. Vienen con el día.
El reloj me escupe. Y debo partir.
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Frenesí
sábado, 11 de agosto de 2007
A mi derecha un par de niños que pelean por una piruleta me hacen sonreír sin poder evitarlo. La piruleta cae al suelo y se rompe en pedazos. La niña empieza a llorar, mientras que el chico se ríe aunque en sus adentros acabe de mellarse la felicidad que le hubiera producido degustar ese premio. Ganarle esa batalla a su hermana.
Y yo sonrío porque veo en ellos simbolizada la dulce infancia que dejé atrás sin importarme que la iba a echar mucho de menos.
Ahora los dos bromean entre sí. Y no ha pasado nada.
Si todo fuera tan fácil...
En mi nuca siento los reproches que una mujer dedica a su nuera. La otra está totalmente de acuerdo y casi puedo vislumbrar los asentimientos que estoy dibujando en mi mente por parte de la otra mujer. Parece que ambas se comprenden bien. La conversación deriva en problemas de salud varios. Su tono de voz es escandaloso. Una de ellas tose en mi cabeza, pero parece no importarle. Yo me remuevo pero no hago nada más.
Sonrío, no obstante. Porque sé que yo también pondré verde a mi posible y futura nuera. Y porque sé que lo que le pase a mi salud será lo más importante no sólo para mí, sino para el mundo entero.
En mis narices una pareja se besa apasionadamente mientras un hombre los mira con desagrado. Parece ser que no recuerda su último beso desairado, la última vez se olvidó de que sobre la faz de la tierra no sólo estaba él y la persona que aferraba por la cintura. La pareja se da cuenta y ríe mientras entorna los ojos. Se toman de la mano y miran el inquietante paisaje que sus ojos les brinda.
Miro en general y me doy cuenta de que la riqueza existe. Y la tengo aquí, ante mis ojos que disfrutan sin más. Alguien de piel morena se sienta a mi lado y me dedica una sonrisa de dientes blancos y labios gruesos cuando me sobresalto por lo inesperado de su presencia. Le devuelvo la sonrisa. Es fantástico la de veces que he sonreído ya.
Y se une más gente. A nuestro paso, la aglomeración es inminente y todas y cada una de estas personas tiene su propia historia, que fascinaría simplemente por la grandeza de ser contada. Pero todas tienen un rumbo concreto y ello es lo que nos ha juntado este día y a esta hora. No a otra, sino a esta. Tarde o temprano, llegaremos a nuestro destino.
Mi mirada se pasea regocijándose de que ahora sea libre detrás de mis gafas oscuras. Es grandioso saber que los demás te observan, sacando tus defectos e imaginando tal vez qué pasaría si se acercan a mí y me pregunta qué hora es.
"La hora de que tú y yo coincidamos"
Cierro los ojos y suspiro mientras dejo todo atrás. Es casi mágico. Poder subir un peldaño y encaminarte a otro lugar, segura de mí misma. Sabiendo que el mundo me está esperando y que por algo se empieza. Varios ojos curiosos me ven escribir y luchan por deslizar sus miradas en mi cuaderno, sin que se les note que se mueren por saber en qué me ocupo, qué me inspira aquel sitio que a otros horroriza.
A mí me llena. Porque soy libre. Porque el movimiento continuo me llena de paz y le perdona todos los pecados a la desazón de mi alma.
Casi en éxtasis, me doy cuenta de que la diversión se acabó. Debo irme. Me quedaría aquí una eternidad pero no me es posible. Con mi mente refunfuñando a gritos inaudibles para los demás, me levanto y me seco el sudor de la frente.
Ahora no me queda otra salida que volver a sonreír intentando creer que lo hago de verdad. Porque en cuanto deje este atrayente lugar, mi vida volverá a ser mía. Volverán los desiertos helados a asolar mi semblante, y la Soledad volverá a cogerme de la mano.
No, no quiero.
Pero, de todas formas, me queda la esperanza de que puedo volver a hacerlo en cuanto guste. Cierro mi cuaderno y sorteo gente que me mira por encima de sus brazos elevados.
Se detiene y aguardo a que se abran las puertas que me devolverán a la realidad que me envuelve todos los días.
Ahora sí, bajo y, a pesar de que el sol muerda, guardo mis gafas. Ya no quiero mirar a nadie con la diversión de si se fijará en que le estoy mirando. Mis pasos resuenan entre el rugir de los vehículos y veo alejarse el que me acaba de soltar.
Algunos dirán que prefieren evitarlo, pero a mí me brinda la oportunidad de tornarme ignorante de mí. Y, creedme, la magia del momento me envuelve en su delicioso manto, desde que el autobús arranca, hasta que me deja en mi destino.
Y yo sonrío porque veo en ellos simbolizada la dulce infancia que dejé atrás sin importarme que la iba a echar mucho de menos.
Ahora los dos bromean entre sí. Y no ha pasado nada.
Si todo fuera tan fácil...
En mi nuca siento los reproches que una mujer dedica a su nuera. La otra está totalmente de acuerdo y casi puedo vislumbrar los asentimientos que estoy dibujando en mi mente por parte de la otra mujer. Parece que ambas se comprenden bien. La conversación deriva en problemas de salud varios. Su tono de voz es escandaloso. Una de ellas tose en mi cabeza, pero parece no importarle. Yo me remuevo pero no hago nada más.
Sonrío, no obstante. Porque sé que yo también pondré verde a mi posible y futura nuera. Y porque sé que lo que le pase a mi salud será lo más importante no sólo para mí, sino para el mundo entero.
En mis narices una pareja se besa apasionadamente mientras un hombre los mira con desagrado. Parece ser que no recuerda su último beso desairado, la última vez se olvidó de que sobre la faz de la tierra no sólo estaba él y la persona que aferraba por la cintura. La pareja se da cuenta y ríe mientras entorna los ojos. Se toman de la mano y miran el inquietante paisaje que sus ojos les brinda.
Miro en general y me doy cuenta de que la riqueza existe. Y la tengo aquí, ante mis ojos que disfrutan sin más. Alguien de piel morena se sienta a mi lado y me dedica una sonrisa de dientes blancos y labios gruesos cuando me sobresalto por lo inesperado de su presencia. Le devuelvo la sonrisa. Es fantástico la de veces que he sonreído ya.
Y se une más gente. A nuestro paso, la aglomeración es inminente y todas y cada una de estas personas tiene su propia historia, que fascinaría simplemente por la grandeza de ser contada. Pero todas tienen un rumbo concreto y ello es lo que nos ha juntado este día y a esta hora. No a otra, sino a esta. Tarde o temprano, llegaremos a nuestro destino.
Mi mirada se pasea regocijándose de que ahora sea libre detrás de mis gafas oscuras. Es grandioso saber que los demás te observan, sacando tus defectos e imaginando tal vez qué pasaría si se acercan a mí y me pregunta qué hora es.
"La hora de que tú y yo coincidamos"
Cierro los ojos y suspiro mientras dejo todo atrás. Es casi mágico. Poder subir un peldaño y encaminarte a otro lugar, segura de mí misma. Sabiendo que el mundo me está esperando y que por algo se empieza. Varios ojos curiosos me ven escribir y luchan por deslizar sus miradas en mi cuaderno, sin que se les note que se mueren por saber en qué me ocupo, qué me inspira aquel sitio que a otros horroriza.
A mí me llena. Porque soy libre. Porque el movimiento continuo me llena de paz y le perdona todos los pecados a la desazón de mi alma.
Casi en éxtasis, me doy cuenta de que la diversión se acabó. Debo irme. Me quedaría aquí una eternidad pero no me es posible. Con mi mente refunfuñando a gritos inaudibles para los demás, me levanto y me seco el sudor de la frente.
Ahora no me queda otra salida que volver a sonreír intentando creer que lo hago de verdad. Porque en cuanto deje este atrayente lugar, mi vida volverá a ser mía. Volverán los desiertos helados a asolar mi semblante, y la Soledad volverá a cogerme de la mano.
No, no quiero.
Pero, de todas formas, me queda la esperanza de que puedo volver a hacerlo en cuanto guste. Cierro mi cuaderno y sorteo gente que me mira por encima de sus brazos elevados.
Se detiene y aguardo a que se abran las puertas que me devolverán a la realidad que me envuelve todos los días.
Ahora sí, bajo y, a pesar de que el sol muerda, guardo mis gafas. Ya no quiero mirar a nadie con la diversión de si se fijará en que le estoy mirando. Mis pasos resuenan entre el rugir de los vehículos y veo alejarse el que me acaba de soltar.
Algunos dirán que prefieren evitarlo, pero a mí me brinda la oportunidad de tornarme ignorante de mí. Y, creedme, la magia del momento me envuelve en su delicioso manto, desde que el autobús arranca, hasta que me deja en mi destino.
jueves, 9 de agosto de 2007
' Why does my heart cry?
Feelings I can't fight
You're free to leave me but
Just don't deceive me...
And, please, believe me when I say
I love you '
[El Tango de Roxanne - BSO Moulin Rouge]
Porque la canción y la voz de Ewan McGregor me hacen estremecer.
Feelings I can't fight
You're free to leave me but
Just don't deceive me...
And, please, believe me when I say
I love you '
[El Tango de Roxanne - BSO Moulin Rouge]
Porque la canción y la voz de Ewan McGregor me hacen estremecer.
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Frenesí
jueves, 2 de agosto de 2007
"Sólo hice lo que recuerdo. Sólo hice lo que recuerdo. Sólo hice lo que recuerdo"
El frío ya se hacía demasiado insoportable para seguir caminando por la calle. Pero él no quería dejar de hacerlo, se arropaba de una extraña seguridad cuando andaba sin rumbo fijo, sintiéndose poderoso por tener agallas de recorrer la ciudad a esas horas de la noche, ajeno a los peligros que se escondían tras callejones lúgubres y siniestros.
Así que siguió caminando.
Si alguien se hubiera cruzado con él esa noche, hubiera percibido una dureza que atemorizaba marcada en sus austeros ojos grises, que hacía juego con la palidez que embargaba su rostro. Las paredes de los edificios que iba dejando atrás parecían estar pintadas de desgracia, desprendiendo un halo de desesperación que hubiera encogido el corazón más valiente. A pesar de ello, él seguía caminando. Y sonriendo. Siempre, sonriendo.
Continuó con su ritual hasta que algo, de forma inesperada, se cruzó en su camino. Se sobresaltó en un principio, pero recuperó la compostura antes de que ese algo pudiera percibir lo acelerada que se había tornado su respiración.
Entornó los ojos.
Reconoció la silueta que temblaba ante sí y soltó una carcajada que hizo crujir el viento.
-Pero, ¿aún estás suelto por ahí? Me sorprende que se atrevan a dejar a alguien como tú campar a sus anchas. Ahora, apártate, ¿quieres? No me apetece jugar.
Hizo ademán de dar un paso adelante, pero la silueta se le adelantó y la luz de una farola cercana que bizqueba bañó su rostro impertérrito, a pesar de que sus ojos reflejaran un temor inhumano.
-No-dijo el otro, intentando reprimir el tartamudeo que atenazaba su gargante- No. Vengo a hablar contigo.
-¿Ah, sí?-Volvió a entornar los ojos.
-Sabes que sí.-Retrocedió de nuevo, brindando a su rostro una oscuridad total- ¡No te entiendo! Dios, ¿cómo puedes caminar alegremente? ¿No te das cuenta? ¡Eh! ¡Estás enfermo, diablos!
El otro recibió la acusación con un estremecimiento. Notó al sangre agolparse en sus sienes y la rabia enrojeciendo sus pómulos. Con un rugido casi gutural, se lanzó contra el que acaba de hablar y provocó que ambos cayeran en medio de la calle, haciendo sonar un charco que había recibido la caída.
-¡Cállate! Escúchame una sola vez. No estoy enfermo. Y no tienes derecho a venir a decirme nada. ¿Vale? ¡Nada! Es... -carraspeó para disimular su titubeo. Odiaba ir perdiendo seguridad.-¡Oh, es culpa vuestra! Me molestáis. ¡Mucho! Y el que más, tú. Así que déjame en paz. No quiero hacer nada de lo que luego me pueda arrepentir.
Contempló al otro temblando sobre el suelo. Vio sus ojos empañados y se sintió más feliz que nunca. Era poderoso. Y nadie podría cambiar eso nunca.
Se puso de rodillas mientras el otro permanecía aun en el suelo. Lo miró de nuevo y le propinó un puñetazo no demasiado fuerte.
Éste recibió el golpe y se levantó. Vio alejarse a aquella bestia... Y siguió sin creer que, en otro tiempo, meses atrás...
Aún no podía creerlo.
-¿De qué te vas a arrepentir tú? ¿Eh?-le gritó mientras empezaba a alejarse-¡Por favor! Jamás podrás arrepentirte de nada. ¿Te arrepientes acaso de haber matado a papá y mamá? ¡No me hagas reír!-vociferó.-Eres un monstruo. Los monstruos no sienten remordimientos-dijo esto último pausadamente, con voz suave, como sabiendo que acababa de condenarse.
-¡¡Oh, cállate de una puta vez!!
Y, sin pensarlo, sacó una gran daga de su abrigo y arremetió contra el otro con toda la ferocidad de la que era capaz. El otro intentó huir en vano.
Lo inmovilizó y elevó el brazo. El filo del arma brilló casi mágicamente.
-Hermano, hermano... No lo hagas. Por fav...
Pero ya no pudo continúar.
La bestia había sido liberada y descargaba el cuchillo contra su hermano una y otra vez, una y otra vez.
La sangre empezó a correr por la calle desierta, acusándolo de su crimen tras manchar sus ropas, mientras sus carcajadas eran el eco de los agonizantes gritos que su hermano lanzó antes de expirar.
Esos gritos quedarían grabados en su memoria, en un recoveco que evitaría sin problemas durante el resto de su vida.
Cuando se calmó, se levantó lentamente del suelo y se dirigió a su apartamento.
Echó una mirada atrás y, allí, contempló cómo la rabia lo había poseído extasiándolo.
Sonrió de nuevo y se perdió entre las brumas de la madrugada.
Ahogando un grito, despertó envuelto en sudor y malas sensaciones. Recordó su sueño y fue consciente de que no era la primera vez que mataba a alguien cercano en sueños. Se extrañó esta vez, no obstante, de que en este sueño se le reprochaba lo que había hecho en otro. Suspiró, aliviado, por haber despertado. Ahora las imágenes del sueño iban perdiéndose, como le ocurría siempre, pero aún podía sentirse empuñando esa daga, riendo, disfrutando de matar a su hermano.
Miró el reloj y se tranquilizó: aun podía dormir un par de horas más. Se arrebujó debajo de las mantas-hacía un frío que mordía-y se dio la vuelta hasta encontrar la postura más cómoda.
Sin embargo, no se dio cuenta de que ni siquiera se había quitado el abrigo cuando se acostó. Los primeros rayos de sol alcanzaron su cama e iluminaron, ajenos al que dormitaba sobre ellas, unas sábanas impregnadas de sangre y confusión.
El frío ya se hacía demasiado insoportable para seguir caminando por la calle. Pero él no quería dejar de hacerlo, se arropaba de una extraña seguridad cuando andaba sin rumbo fijo, sintiéndose poderoso por tener agallas de recorrer la ciudad a esas horas de la noche, ajeno a los peligros que se escondían tras callejones lúgubres y siniestros.
Así que siguió caminando.
Si alguien se hubiera cruzado con él esa noche, hubiera percibido una dureza que atemorizaba marcada en sus austeros ojos grises, que hacía juego con la palidez que embargaba su rostro. Las paredes de los edificios que iba dejando atrás parecían estar pintadas de desgracia, desprendiendo un halo de desesperación que hubiera encogido el corazón más valiente. A pesar de ello, él seguía caminando. Y sonriendo. Siempre, sonriendo.
Continuó con su ritual hasta que algo, de forma inesperada, se cruzó en su camino. Se sobresaltó en un principio, pero recuperó la compostura antes de que ese algo pudiera percibir lo acelerada que se había tornado su respiración.
Entornó los ojos.
Reconoció la silueta que temblaba ante sí y soltó una carcajada que hizo crujir el viento.
-Pero, ¿aún estás suelto por ahí? Me sorprende que se atrevan a dejar a alguien como tú campar a sus anchas. Ahora, apártate, ¿quieres? No me apetece jugar.
Hizo ademán de dar un paso adelante, pero la silueta se le adelantó y la luz de una farola cercana que bizqueba bañó su rostro impertérrito, a pesar de que sus ojos reflejaran un temor inhumano.
-No-dijo el otro, intentando reprimir el tartamudeo que atenazaba su gargante- No. Vengo a hablar contigo.
-¿Ah, sí?-Volvió a entornar los ojos.
-Sabes que sí.-Retrocedió de nuevo, brindando a su rostro una oscuridad total- ¡No te entiendo! Dios, ¿cómo puedes caminar alegremente? ¿No te das cuenta? ¡Eh! ¡Estás enfermo, diablos!
El otro recibió la acusación con un estremecimiento. Notó al sangre agolparse en sus sienes y la rabia enrojeciendo sus pómulos. Con un rugido casi gutural, se lanzó contra el que acaba de hablar y provocó que ambos cayeran en medio de la calle, haciendo sonar un charco que había recibido la caída.
-¡Cállate! Escúchame una sola vez. No estoy enfermo. Y no tienes derecho a venir a decirme nada. ¿Vale? ¡Nada! Es... -carraspeó para disimular su titubeo. Odiaba ir perdiendo seguridad.-¡Oh, es culpa vuestra! Me molestáis. ¡Mucho! Y el que más, tú. Así que déjame en paz. No quiero hacer nada de lo que luego me pueda arrepentir.
Contempló al otro temblando sobre el suelo. Vio sus ojos empañados y se sintió más feliz que nunca. Era poderoso. Y nadie podría cambiar eso nunca.
Se puso de rodillas mientras el otro permanecía aun en el suelo. Lo miró de nuevo y le propinó un puñetazo no demasiado fuerte.
Éste recibió el golpe y se levantó. Vio alejarse a aquella bestia... Y siguió sin creer que, en otro tiempo, meses atrás...
Aún no podía creerlo.
-¿De qué te vas a arrepentir tú? ¿Eh?-le gritó mientras empezaba a alejarse-¡Por favor! Jamás podrás arrepentirte de nada. ¿Te arrepientes acaso de haber matado a papá y mamá? ¡No me hagas reír!-vociferó.-Eres un monstruo. Los monstruos no sienten remordimientos-dijo esto último pausadamente, con voz suave, como sabiendo que acababa de condenarse.
-¡¡Oh, cállate de una puta vez!!
Y, sin pensarlo, sacó una gran daga de su abrigo y arremetió contra el otro con toda la ferocidad de la que era capaz. El otro intentó huir en vano.
Lo inmovilizó y elevó el brazo. El filo del arma brilló casi mágicamente.
-Hermano, hermano... No lo hagas. Por fav...
Pero ya no pudo continúar.
La bestia había sido liberada y descargaba el cuchillo contra su hermano una y otra vez, una y otra vez.
La sangre empezó a correr por la calle desierta, acusándolo de su crimen tras manchar sus ropas, mientras sus carcajadas eran el eco de los agonizantes gritos que su hermano lanzó antes de expirar.
Esos gritos quedarían grabados en su memoria, en un recoveco que evitaría sin problemas durante el resto de su vida.
Cuando se calmó, se levantó lentamente del suelo y se dirigió a su apartamento.
Echó una mirada atrás y, allí, contempló cómo la rabia lo había poseído extasiándolo.
Sonrió de nuevo y se perdió entre las brumas de la madrugada.
Ahogando un grito, despertó envuelto en sudor y malas sensaciones. Recordó su sueño y fue consciente de que no era la primera vez que mataba a alguien cercano en sueños. Se extrañó esta vez, no obstante, de que en este sueño se le reprochaba lo que había hecho en otro. Suspiró, aliviado, por haber despertado. Ahora las imágenes del sueño iban perdiéndose, como le ocurría siempre, pero aún podía sentirse empuñando esa daga, riendo, disfrutando de matar a su hermano.
Miró el reloj y se tranquilizó: aun podía dormir un par de horas más. Se arrebujó debajo de las mantas-hacía un frío que mordía-y se dio la vuelta hasta encontrar la postura más cómoda.
Sin embargo, no se dio cuenta de que ni siquiera se había quitado el abrigo cuando se acostó. Los primeros rayos de sol alcanzaron su cama e iluminaron, ajenos al que dormitaba sobre ellas, unas sábanas impregnadas de sangre y confusión.
domingo, 29 de julio de 2007
El odioso calor se colaba por cada pliegue de su ropa.
Siguió caminando aun a sabiendas de que no era lo más adecuado en ese momento. No quería huir, pero sus pies tentaban con echarse a correr por minutos. No quería llorar, pero los sollozos se agolpaban en su garganta, desgarrándola. No quería ser ella misma, pero ella sabía mejor que nadie que jamás dejaría de serlo.
Recorrió calles desconocidas y a la par compañeras suyas. Su mirada permaneció fija durante todo el trayecto; sus pupilas no vacilaron ni un solo instante, ni siquiera un parpadeo. Se paró frente a la puerta de un desvencijado edificio. Estaba rota, así que no tuvo más que empujarla para que cediera.
Y, dentro, un silencio sepulcral que ofrecía abrigo a más de un escalofrío, de esos que recorren tu espalda como si la garra de algún ser invisible danzara por ella a su antojo.
Subió los peldaños de la escalera sin temor, sin ningún tipo de recelo. Se detuvo frente a la puerta que, inquietantemente, relucía más que las demás. Sus nudillos se posaron en la fría madera, pero no hizo falta que la golpeara. Entró dentro del piso sin dilación y en su interior se enfrentó con un individuo que la observaba envuelto en la penumbra, disfrazado en unos ojos de mar y plata.
Permanecieron unos minutos allí, inmóviles, con sus miradas hablándose en un lenguaje que escapaba a la percepción humana. Sólo cuando ella pareció sonréir, él rompió el silencio.
-¿Qué tal estás?-preguntó. Tenía una voz peligrosamente seductora.
-Tengo muchísimo calor.- Se limitó a responder ella.
Entonces, él se movió de una forma inesperada y brusca hacia ella, hasta que ambos sintieron las respiraciones del otro en sus rostros, entrecortadas pero sedientas. Con manos ágiles y profesionales, él empezó a luchar con la ropa de ella, desgarrándola. Desnudándola hasta que la piel de la chica, sudorosa, estuvo al completo frente a sus ojos, brillando con los últimos rayos de una luna que se dejaba ver por una de las ventanas del apartamento.
-¿Así mejor?-preguntó él, jadeando.
-Hum... Creo que sí.
De nuevo, ella sonrió. Se echó ligeramente hacia atrás hasta que, de pronto, se lanzó a la boca de él como si estuviera al borde de morir de inanición.
Y así, bebiendo el uno del otro, sus cuerpos se envolvieron en una danza que sólo se valía de la melodía de su lujuria. Las manos de ella volaron rápidas y sin descanso hasta que sintió la piel palpitante de él rozando la suya. Y comenzó a recorrerla extasiada. La acción fue recíproca.
El baile de sensaciones y pieles, siguió cuando ellos cayeron al suelo y rodaron sobre el parqué. Siguió el vaivén sin complejos, sin nombres, sin pasado, sin futuro. Tan solo el presente que les tendía un fruto peligroso, sin dejar de ser dulce.
Y los dos, aunque en ese momento solo se distinguía un solo cuerpo fundiéndose con el calor del ambiente, gozaron del placer de sentirse hasta el éxtasis.
Y el tiempo se paró. Para ellos, dejó de importar.
Ahora solamente eran dos bestias jugando a ser amantes...
Siguió caminando aun a sabiendas de que no era lo más adecuado en ese momento. No quería huir, pero sus pies tentaban con echarse a correr por minutos. No quería llorar, pero los sollozos se agolpaban en su garganta, desgarrándola. No quería ser ella misma, pero ella sabía mejor que nadie que jamás dejaría de serlo.
Recorrió calles desconocidas y a la par compañeras suyas. Su mirada permaneció fija durante todo el trayecto; sus pupilas no vacilaron ni un solo instante, ni siquiera un parpadeo. Se paró frente a la puerta de un desvencijado edificio. Estaba rota, así que no tuvo más que empujarla para que cediera.
Y, dentro, un silencio sepulcral que ofrecía abrigo a más de un escalofrío, de esos que recorren tu espalda como si la garra de algún ser invisible danzara por ella a su antojo.
Subió los peldaños de la escalera sin temor, sin ningún tipo de recelo. Se detuvo frente a la puerta que, inquietantemente, relucía más que las demás. Sus nudillos se posaron en la fría madera, pero no hizo falta que la golpeara. Entró dentro del piso sin dilación y en su interior se enfrentó con un individuo que la observaba envuelto en la penumbra, disfrazado en unos ojos de mar y plata.
Permanecieron unos minutos allí, inmóviles, con sus miradas hablándose en un lenguaje que escapaba a la percepción humana. Sólo cuando ella pareció sonréir, él rompió el silencio.
-¿Qué tal estás?-preguntó. Tenía una voz peligrosamente seductora.
-Tengo muchísimo calor.- Se limitó a responder ella.
Entonces, él se movió de una forma inesperada y brusca hacia ella, hasta que ambos sintieron las respiraciones del otro en sus rostros, entrecortadas pero sedientas. Con manos ágiles y profesionales, él empezó a luchar con la ropa de ella, desgarrándola. Desnudándola hasta que la piel de la chica, sudorosa, estuvo al completo frente a sus ojos, brillando con los últimos rayos de una luna que se dejaba ver por una de las ventanas del apartamento.
-¿Así mejor?-preguntó él, jadeando.
-Hum... Creo que sí.
De nuevo, ella sonrió. Se echó ligeramente hacia atrás hasta que, de pronto, se lanzó a la boca de él como si estuviera al borde de morir de inanición.
Y así, bebiendo el uno del otro, sus cuerpos se envolvieron en una danza que sólo se valía de la melodía de su lujuria. Las manos de ella volaron rápidas y sin descanso hasta que sintió la piel palpitante de él rozando la suya. Y comenzó a recorrerla extasiada. La acción fue recíproca.
El baile de sensaciones y pieles, siguió cuando ellos cayeron al suelo y rodaron sobre el parqué. Siguió el vaivén sin complejos, sin nombres, sin pasado, sin futuro. Tan solo el presente que les tendía un fruto peligroso, sin dejar de ser dulce.
Y los dos, aunque en ese momento solo se distinguía un solo cuerpo fundiéndose con el calor del ambiente, gozaron del placer de sentirse hasta el éxtasis.
Y el tiempo se paró. Para ellos, dejó de importar.
Ahora solamente eran dos bestias jugando a ser amantes...
miércoles, 25 de julio de 2007
Hay momentos en los que el viento, exhausto y con transparentes lágrimas, se cansa de ser viento.
Se niega a seguir acariciando heridas sangrando a borbotones y cuerpos tendidos en campos de batalla de donde su alma ya no saldrá. Allí, atrapada, envuelta en miles de gritos igual que el que pereció en su garganta antes de echar a volar. Allí, con el viento.
Intenta detener la caída de esa persona que ha perdido todo en un torbellino de tristeza y desolación. Esa persona que carece de manos de dedos largos y alargados hacia su rostro, sonrisas que le susurren sin temor 'Estoy contigo. Yo estoy contigo' Y que se lanza al abismo con ojos cerrados y labios curvados amargamanete, totalmente segura de que allí, vaya donde vaya, todo va a ser mejor que lo que carga a las espaldas y la aplasta con desquiciante lentitud. Allí, con el viento.
Se opone al hecho de recorrer crispado calles sin fin repletas de basura. Basura en todos los sentidos. En el sentido que te atañe a ti, y en el que no. El viento lo sufre. Sufre. Y está condenado a ser esclavo de nubes de ignorancia y soberbia. De convivir con la basura que inunda nuestras calles, nuestros ojos, nuestros corazones. Basura que se queda allí, con el viento.
No quiere colarse entre las ropas de aquellos que en tiempos fueron amantes y hoy se aman de una forma más dolorosa que los cubre de heridas y de recuerdos amargos que les devuelven a una realidad que les quema. Y mezclarse con esos gritos que en un tiempo no demasiado lejano fueron jadeos, sonrisas, palabras que conducían al éxtasis de la felicidad; esos golpes que antaño fueron besos, caricias. Y lágrimas que son llevadas por el viento, intentando éste que se pierdan para siempre y no se reúnan con más hermanas. Se quedarán allí, con el viento.
El viento se niega.
Nos niega.
Quiere disfrutar de pieles, de sexos, de ideas, de libertad.
Y lo tenemos aprisionado en la peor cárcel.
Él es libre, sí. Pero no de la forma que le gustaría.
Y llora. Y llueve. Y miramos ajenos a su dolor en cualquier dirección que él ocupe, quejándonos, llamándolo.
Y el viento se cansa de ser viento.
No lo sabemos, pero él también es capaz de quejarse envuelto en dolorosos silencios cargados de impotencia.
Y llueve...
Se niega a seguir acariciando heridas sangrando a borbotones y cuerpos tendidos en campos de batalla de donde su alma ya no saldrá. Allí, atrapada, envuelta en miles de gritos igual que el que pereció en su garganta antes de echar a volar. Allí, con el viento.
Intenta detener la caída de esa persona que ha perdido todo en un torbellino de tristeza y desolación. Esa persona que carece de manos de dedos largos y alargados hacia su rostro, sonrisas que le susurren sin temor 'Estoy contigo. Yo estoy contigo' Y que se lanza al abismo con ojos cerrados y labios curvados amargamanete, totalmente segura de que allí, vaya donde vaya, todo va a ser mejor que lo que carga a las espaldas y la aplasta con desquiciante lentitud. Allí, con el viento.
Se opone al hecho de recorrer crispado calles sin fin repletas de basura. Basura en todos los sentidos. En el sentido que te atañe a ti, y en el que no. El viento lo sufre. Sufre. Y está condenado a ser esclavo de nubes de ignorancia y soberbia. De convivir con la basura que inunda nuestras calles, nuestros ojos, nuestros corazones. Basura que se queda allí, con el viento.
No quiere colarse entre las ropas de aquellos que en tiempos fueron amantes y hoy se aman de una forma más dolorosa que los cubre de heridas y de recuerdos amargos que les devuelven a una realidad que les quema. Y mezclarse con esos gritos que en un tiempo no demasiado lejano fueron jadeos, sonrisas, palabras que conducían al éxtasis de la felicidad; esos golpes que antaño fueron besos, caricias. Y lágrimas que son llevadas por el viento, intentando éste que se pierdan para siempre y no se reúnan con más hermanas. Se quedarán allí, con el viento.
El viento se niega.
Nos niega.
Quiere disfrutar de pieles, de sexos, de ideas, de libertad.
Y lo tenemos aprisionado en la peor cárcel.
Él es libre, sí. Pero no de la forma que le gustaría.
Y llora. Y llueve. Y miramos ajenos a su dolor en cualquier dirección que él ocupe, quejándonos, llamándolo.
Y el viento se cansa de ser viento.
No lo sabemos, pero él también es capaz de quejarse envuelto en dolorosos silencios cargados de impotencia.
Y llueve...
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Frenesí
domingo, 22 de julio de 2007
Odio los jodidos domingos.
Definitivamente.
Me duelen.
Me entristecen.
Me aburro.
Me queman.
Me aborrecen tanto o más como yo a ellos.
Me sirven de ejemplo para darme cuenta de muchas cosas lamentables.
Me acribillan.
Me dan ganas de liberar lágrimas sin sentido.
Y siempre ese nudo en la garganta, esa falta de palabras que lo suavicen. Siempre ese dolor en los ojos. Y en el alma.
Y esa sensación confusa.
Y la certeza de que va a seguir siendo igual.
¿De qué me sorprendo?
Y lo peor es que sé que jamás sabrán lo que siento. Aquellos que descansan al otro lado del tabique, ajenos a un sentimiento que escondo a toda costa.
Ya no me deis lecciones, permitidme no necesitarlas hoy.
Sé que no estoy aprovechando una de las mejores etapas de mi vida.
Sé que no se puede ir así por la vida.
Sé que es mejor hablarlo con alguien.
Pero son tantos intentos ya. Tantos. Que me hiere sólo volver a pensarlo. Y encontrarme con esas miradas y esos cambios bruscos de tema.
Sé que no estoy sola. Lo sé.
Pero también sé que me siento sola en muchas ocasiones.
Y, que por mucho que la gente crea lo contrario, no soy así porque quiero. Por llamar la atención. Porque se lleva ser superchachipesimistaguay.
He deseado tantas veces ser feliz porque sí. Como muchos. Pero son tantos años intentando huir de mí que me han reprochado que mis intentos son en vano.
Y mientras las lágrimas bañan mi cara soy consciente de que, probablemente, nadie lea esto. Y de que mañana se me habrá pasado.
Como siempre.
Como todos los Lunes.
Porque a veces, sólo a veces, desearía tener unos brazos mudos que me abrazaran en silencio y secaran mis lágrimas sin preguntarme qué tal y tener que responder bien y tú.
A veces la Soledad me supera y yo estoy sola para luchar contra ella.
[Esto suelo publicarlo en el Fotolog, pero hoy hasta él me falla]
Definitivamente.
Me duelen.
Me entristecen.
Me aburro.
Me queman.
Me aborrecen tanto o más como yo a ellos.
Me sirven de ejemplo para darme cuenta de muchas cosas lamentables.
Me acribillan.
Me dan ganas de liberar lágrimas sin sentido.
Y siempre ese nudo en la garganta, esa falta de palabras que lo suavicen. Siempre ese dolor en los ojos. Y en el alma.
Y esa sensación confusa.
Y la certeza de que va a seguir siendo igual.
¿De qué me sorprendo?
Y lo peor es que sé que jamás sabrán lo que siento. Aquellos que descansan al otro lado del tabique, ajenos a un sentimiento que escondo a toda costa.
Ya no me deis lecciones, permitidme no necesitarlas hoy.
Sé que no estoy aprovechando una de las mejores etapas de mi vida.
Sé que no se puede ir así por la vida.
Sé que es mejor hablarlo con alguien.
Pero son tantos intentos ya. Tantos. Que me hiere sólo volver a pensarlo. Y encontrarme con esas miradas y esos cambios bruscos de tema.
Sé que no estoy sola. Lo sé.
Pero también sé que me siento sola en muchas ocasiones.
Y, que por mucho que la gente crea lo contrario, no soy así porque quiero. Por llamar la atención. Porque se lleva ser superchachipesimistaguay.
He deseado tantas veces ser feliz porque sí. Como muchos. Pero son tantos años intentando huir de mí que me han reprochado que mis intentos son en vano.
Y mientras las lágrimas bañan mi cara soy consciente de que, probablemente, nadie lea esto. Y de que mañana se me habrá pasado.
Como siempre.
Como todos los Lunes.
Porque a veces, sólo a veces, desearía tener unos brazos mudos que me abrazaran en silencio y secaran mis lágrimas sin preguntarme qué tal y tener que responder bien y tú.
A veces la Soledad me supera y yo estoy sola para luchar contra ella.
[Esto suelo publicarlo en el Fotolog, pero hoy hasta él me falla]
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Domingos...
martes, 17 de julio de 2007
Distancia...
Parece mentira. O a algunos les parecerá verdad. Algo tan simple para unos, tan complicado para los demás.
Pero, ¿qué es la Distancia?
Normalmente, distancia a base de kilómetros, de lugares y de suspiros que se interponen entre dos personas.
Pero, ¿y si esas dos personas se sienten totalmente cerca?
Distancia para otros que se acrecenta cuando ya no te da un vuelco el corazón si ves que esa persona te llama, si ya no sientes que está pensando en ti porque tu pensamiento ya no divaga entre su desconocida mirada...
Distancia de verte y sentirte lejos. De observar tu cercanía con otras personas y no ser capaz de acercarme y abrazarte para acariciar tu corazón junto al mío.
Algo tan incierto, como la Distancia.
Dos personas que se odian y desean estar lo más lejos el uno del otro.
Dos personas que se desean y odian no poder estar cerca. Rozándose. Tocándose. Sintiéndose de un modo físico, de un modo que los sacie, aunque les cueste admitir que lo necesitan.
¡Algo tan jodido como la Distancia!
Porque es una invisible barrera que, a mi modo de verla, no afecta a tu corazón. Pero sí a tus pies, por desgracia. Incapaz de echar a correr y reúnirte con aquella persona que duerme contigo todas las noches a pesar de que tu cama esté vacía de ella.
·Tan cerca, pero tan lejos·
¡Distancia!
Necesaria...
Pero odiada.
Agradecida en otras ocasiones.
Fulminante.
¡Confusa!
Distancia...
Porque, aunque los libros de texto y lo convencional me quieran hacer creer que no, la Distancia no me afecta cuando siento a un amigo a mi lado, aún estando a centenares de kilómetros. Porque ese amigo lucha, padece, ríe, y vive conmigo. Junto a mí. Aunque la Distancia, eterna enemiga porque sí, me lo quiera impedir.
Distancia física... puede. Pero mental, no. Aquí estás tú. En mí. Y, ahora mismo, me quedo con eso.
.En mí.
Parece mentira. O a algunos les parecerá verdad. Algo tan simple para unos, tan complicado para los demás.
Pero, ¿qué es la Distancia?
Normalmente, distancia a base de kilómetros, de lugares y de suspiros que se interponen entre dos personas.
Pero, ¿y si esas dos personas se sienten totalmente cerca?
Distancia para otros que se acrecenta cuando ya no te da un vuelco el corazón si ves que esa persona te llama, si ya no sientes que está pensando en ti porque tu pensamiento ya no divaga entre su desconocida mirada...
Distancia de verte y sentirte lejos. De observar tu cercanía con otras personas y no ser capaz de acercarme y abrazarte para acariciar tu corazón junto al mío.
Algo tan incierto, como la Distancia.
Dos personas que se odian y desean estar lo más lejos el uno del otro.
Dos personas que se desean y odian no poder estar cerca. Rozándose. Tocándose. Sintiéndose de un modo físico, de un modo que los sacie, aunque les cueste admitir que lo necesitan.
¡Algo tan jodido como la Distancia!
Porque es una invisible barrera que, a mi modo de verla, no afecta a tu corazón. Pero sí a tus pies, por desgracia. Incapaz de echar a correr y reúnirte con aquella persona que duerme contigo todas las noches a pesar de que tu cama esté vacía de ella.
·Tan cerca, pero tan lejos·
¡Distancia!
Necesaria...
Pero odiada.
Agradecida en otras ocasiones.
Fulminante.
¡Confusa!
Distancia...
Porque, aunque los libros de texto y lo convencional me quieran hacer creer que no, la Distancia no me afecta cuando siento a un amigo a mi lado, aún estando a centenares de kilómetros. Porque ese amigo lucha, padece, ríe, y vive conmigo. Junto a mí. Aunque la Distancia, eterna enemiga porque sí, me lo quiera impedir.
Distancia física... puede. Pero mental, no. Aquí estás tú. En mí. Y, ahora mismo, me quedo con eso.
.En mí.
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¿Melancolía?
sábado, 14 de julio de 2007
Parece mentira que el Domingo cabalgue reticente a la felicidad aún.
Yo, por lo menos, llevo sintiéndolo a flor de piel todo el día.
Mis ojos quieren hablar.
Pero los mantengo presos de un sentimiento que no quiero admitir.
Me ahogo... Y lo sé. Pero, para autoconsolarme, no me queda otra que pensar que los días van transcurriendo como siempre, a pesar de que a mí me parezcan meses y las noches me queden demasiado grandes a mí sola. Sin compañía. Sin la compañía que anhelo al compás de mis instintos de adolescente.
Siento mi corazón palpitar irritante. Esperando a algo. Ajeno a que no es el único.
Diablos, no. No es el único.
Me alimento de recuerdos que cicatrizaron en mi piel hace tiempo. A los que aún siguen supurando lágrimas y desconcierto, oprimiendo mi pecho, intento mantenerlos presos del océano de mi inquietud. Lo consigo. Sí. Con el tiempo he aprendido a hacerlo. Aunque haya veces que la barrera se rompa, mis fuerzas flaqueen y no sea capaz de espetarles que se marchen. Que me dejen tranquila. Sigo bebiendo de ellos a sabiendas de que su ponzoña es más letal que cualquier mirada envenenada, efímera, al fin y al cabo.
Y las palabras se van sucediendo frente a mi mirada mientras espero esas manos que saben recorrerme.
Las manos de la Soledad. Inexpresiva, amiga, homicida, compañera, retorcida. Soledad.
Y encerrada en estas cuatro lujosas paredes, me doy cuenta de que me he unido a una dependencia absoluta que irradia felicidad sólo cuando la nutro.
La X y la Y.
Como en Matemáticas.
E intento que dos más dos me dé dos, pero no lo consigo. Sigue dándome incertidumbre numérica.
Así que seguiré cobijada en el lápiz y el papel hasta que las cuentas me den exactas.
Aunque, ¿exactitud? ¿Quién es el ingenuo que sigue creyendo en ella? ¿Quizá yo? ¿Quizá tú?
Tal vez haya dejado de sumar. Y no me dé cuenta. Tal vez me haya abandonado al abandono. Sin más.
Tal vez sea el tiempo que sigue clavándome astillas en cada milímetro de mi piel.
Yo, por lo menos, llevo sintiéndolo a flor de piel todo el día.
Mis ojos quieren hablar.
Pero los mantengo presos de un sentimiento que no quiero admitir.
Me ahogo... Y lo sé. Pero, para autoconsolarme, no me queda otra que pensar que los días van transcurriendo como siempre, a pesar de que a mí me parezcan meses y las noches me queden demasiado grandes a mí sola. Sin compañía. Sin la compañía que anhelo al compás de mis instintos de adolescente.
Siento mi corazón palpitar irritante. Esperando a algo. Ajeno a que no es el único.
Diablos, no. No es el único.
Me alimento de recuerdos que cicatrizaron en mi piel hace tiempo. A los que aún siguen supurando lágrimas y desconcierto, oprimiendo mi pecho, intento mantenerlos presos del océano de mi inquietud. Lo consigo. Sí. Con el tiempo he aprendido a hacerlo. Aunque haya veces que la barrera se rompa, mis fuerzas flaqueen y no sea capaz de espetarles que se marchen. Que me dejen tranquila. Sigo bebiendo de ellos a sabiendas de que su ponzoña es más letal que cualquier mirada envenenada, efímera, al fin y al cabo.
Y las palabras se van sucediendo frente a mi mirada mientras espero esas manos que saben recorrerme.
Las manos de la Soledad. Inexpresiva, amiga, homicida, compañera, retorcida. Soledad.
Y encerrada en estas cuatro lujosas paredes, me doy cuenta de que me he unido a una dependencia absoluta que irradia felicidad sólo cuando la nutro.
La X y la Y.
Como en Matemáticas.
E intento que dos más dos me dé dos, pero no lo consigo. Sigue dándome incertidumbre numérica.
Así que seguiré cobijada en el lápiz y el papel hasta que las cuentas me den exactas.
Aunque, ¿exactitud? ¿Quién es el ingenuo que sigue creyendo en ella? ¿Quizá yo? ¿Quizá tú?
Tal vez haya dejado de sumar. Y no me dé cuenta. Tal vez me haya abandonado al abandono. Sin más.
Tal vez sea el tiempo que sigue clavándome astillas en cada milímetro de mi piel.
jueves, 12 de julio de 2007
Siento que tengo que escribir.
Es extraño, pero una tristeza diferente a la común me arropa en estos momentos. La tristeza que va unida a unos labios enlazados con el silencio, a una mirada vacía y vidriosa en la que me veo reflejada cuando me enfrento al espejo, a un sentimiento contradictorio que oprime lo que tal vez hace un tiempo fue ilusión.
Ella me arropa, con una frialdad que, a su vez, me transmite un calor desconocido.
Pero no la necesito. No quiero necesitarla. Hoy, no. Ni mañana ni los días que empiecen por la I de inquietud.
Necesito que me arropes tú.
Y cierro los ojos mientras la música suena. Esta canción me da realmente miedo. Me posee y me gusta. Se apodera de mí y yo, ausente de caricias, me dejo ir con ella.
Secuéstrame.
Agárrame.
Espíame.
Condúceme.
Explórame.
Aúllame.
Sonríeme.
Muérdeme.
Recórreme.
Estúdiame.
Grítame.
...Quiéreme.
Porque hoy es un día de esos en los que no hablo yo, sino mi imaginación desbordada.
Es extraño, pero una tristeza diferente a la común me arropa en estos momentos. La tristeza que va unida a unos labios enlazados con el silencio, a una mirada vacía y vidriosa en la que me veo reflejada cuando me enfrento al espejo, a un sentimiento contradictorio que oprime lo que tal vez hace un tiempo fue ilusión.
Ella me arropa, con una frialdad que, a su vez, me transmite un calor desconocido.
Pero no la necesito. No quiero necesitarla. Hoy, no. Ni mañana ni los días que empiecen por la I de inquietud.
Necesito que me arropes tú.
Y cierro los ojos mientras la música suena. Esta canción me da realmente miedo. Me posee y me gusta. Se apodera de mí y yo, ausente de caricias, me dejo ir con ella.
Secuéstrame.
Agárrame.
Espíame.
Condúceme.
Explórame.
Aúllame.
Sonríeme.
Muérdeme.
Recórreme.
Estúdiame.
Grítame.
...Quiéreme.
Porque hoy es un día de esos en los que no hablo yo, sino mi imaginación desbordada.

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Frenesí
miércoles, 11 de julio de 2007
En verdad tenía una mirada bastante peculiar, si lo pienso ahora, más... detenidamente.
Sí.
Quizás su rostro no me dijo nada en un principio. Pero sus ojos... Sus ojos se convirtieron en un torbellino de sensaciones en cuanto rozaron mis inquietas pupilas. Y me da vergüenza admitirlo. Pero lo hago. Porque, aunque quiera creer que no, creo que me enamoré de aquella chica nada más toparme con sus almendrados ojos.
¿Loco? ¿Extraño? ¿Exagerado?
Quizá.
Pero sé que la amo. Amo esa mirada y, por ello, la resignación que usurpó mi cuerpo durante tanto tiempo se ha disipado, siendo yo capaz de amarla a ella tan solo guiándome por la fuerza que me transmitió en ese momento.
Y duele.
Duele no poder volver a verla. No saber su nombre, ni sus apellidos. No saber si le gusta el café solo como a mí o lo prefiere con leche y azúcar; si le asusta la lluvia o disfruta viéndola, sintiéndola; si su piel tocó otras pieles antes de que yo la viera; si sería capaz de amarme... como yo la amo a ella.
Me duele no poder sumergirme en esa mirada de nuevo.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿O ese lugar? ¿O ese sentimiento? ¿Por qué no repulsa o vulgar atracción?
Y es que... ¿amor?
Esa palabra huyó de mí el mismo día de mi nacimiento. No puede volver a deambular por mi alma. ¡No! No puedo permitirlo.
Pero quiero.
Oh, sí. Quiero que me recorra como una descarga eléctrica que me haga resurgir. Y gritar que estoy vivo. Que siento, padezco, sueño.
Que amo.
Que la amo a ella.
Pero, ahora, me es imposible divagar en otras circunstancias que no incluyan a aquella joven.
Hasta la palabra Ella ha cambiado para mí. Me siento tan raro. Tan parecido a los demás...
Pero no me importa. ¿Sabéis por qué?
Porque algún día, niña de ojos negros, mi mirada y la tuya volverán a tocarse. Y entonces ella se engarzará cual piedra preciosa en mi monotonía, cambiándola para siempre.
[Algo espontáneo, aderezado con mi inquietante debilidad por las miradas]
Sí.
Quizás su rostro no me dijo nada en un principio. Pero sus ojos... Sus ojos se convirtieron en un torbellino de sensaciones en cuanto rozaron mis inquietas pupilas. Y me da vergüenza admitirlo. Pero lo hago. Porque, aunque quiera creer que no, creo que me enamoré de aquella chica nada más toparme con sus almendrados ojos.
¿Loco? ¿Extraño? ¿Exagerado?
Quizá.
Pero sé que la amo. Amo esa mirada y, por ello, la resignación que usurpó mi cuerpo durante tanto tiempo se ha disipado, siendo yo capaz de amarla a ella tan solo guiándome por la fuerza que me transmitió en ese momento.
Y duele.
Duele no poder volver a verla. No saber su nombre, ni sus apellidos. No saber si le gusta el café solo como a mí o lo prefiere con leche y azúcar; si le asusta la lluvia o disfruta viéndola, sintiéndola; si su piel tocó otras pieles antes de que yo la viera; si sería capaz de amarme... como yo la amo a ella.
Me duele no poder sumergirme en esa mirada de nuevo.
Pero, ¿por qué? ¿Por qué ella? ¿O ese lugar? ¿O ese sentimiento? ¿Por qué no repulsa o vulgar atracción?
Y es que... ¿amor?
Esa palabra huyó de mí el mismo día de mi nacimiento. No puede volver a deambular por mi alma. ¡No! No puedo permitirlo.
Pero quiero.
Oh, sí. Quiero que me recorra como una descarga eléctrica que me haga resurgir. Y gritar que estoy vivo. Que siento, padezco, sueño.
Que amo.
Que la amo a ella.
Pero, ahora, me es imposible divagar en otras circunstancias que no incluyan a aquella joven.
Hasta la palabra Ella ha cambiado para mí. Me siento tan raro. Tan parecido a los demás...
Pero no me importa. ¿Sabéis por qué?
Porque algún día, niña de ojos negros, mi mirada y la tuya volverán a tocarse. Y entonces ella se engarzará cual piedra preciosa en mi monotonía, cambiándola para siempre.
[Algo espontáneo, aderezado con mi inquietante debilidad por las miradas]
lunes, 9 de julio de 2007
Mi Internet falla. Es más, no hace acto de presencia. Y eso, según lo que me dice la experiencia, es malo. Malo porque me da más tiempo que desecho pensando.
Pensando…
Más bien, buceando entre los recuerdos que aún conservo frescos, ardiendo con una plenitud que me asusta.
Y, sí, es malo. Porque los que me vienen a la mente en estos momentos, cuando mi ánimo anda rozando el suelo y mi sonrisa se ha marchado para tener libertad, son de aquéllos que me hacen estremecer de tristeza. Y me repiten, escupiéndome una a una las palabras, las imágenes, lo sentimientos pasados, que esa vida fue mía. Es mía. Y que la rutina va a seguir cabalgándola hasta que ya no me queden fuerzas para espirar.
Hoy, incapaz de escribir algo que siga la línea de lo escrito anteriormente, ya que mis Musas siguen en algún lugar recóndito, ignorándome; escribiré una reflexión que, como tantas otras que ya no serán recordadas ni siquiera por mi subconsciente, será tragada por el viento, hasta sólo dejar un rastro de melancolía grabado en mi piel a fuego.
Odio los días como hoy. No los soporto. No… Se me hace imposible cambiar mi expresión y dedicar unas frases a algún cuerpo que no sea el mío.
Quizás para tener presente que la tristeza se me apodera en cuanto bajo la guardia.
Quizás porque no tengo nada mejor que hacer y el egocentrismo que desprendo me quiere gobernar un día más.
Los odio porque, a pesar de que el día haya nacido hace poco, estoy segura de que será malo. Luego tal vez no lo sea, lo más seguro, pero ahora se me hace imposible paliar la opresión que tengo en el pecho.
Los odio porque, como ya dije, me abandono al recuerdo y me maneja cual vulgar marioneta. Y en mi mente se suceden decenas de imágenes que me tienen a mí como protagonista. Pero no me gustan. Y, aún así, me encuentro aquí, guiadas por ellas para escribir líneas y líneas sin sentido que a nadie importarán.
Ni siquiera a mí.
Y pienso. Recuerdo. Rememoro. Evoco. Siento.
Me acuerdo de cuando me trataban como una niña y ya no me sentía como tal. Porque empecé a sentir de una forma distinta. Ya no lloraba si me caía y sangraba mi rodilla; lloraba si otras heridas hacían sangrar mi alma.
Y me sentía confusa. Pequeña y confusa. No entendía por qué me estaba sucediendo esto. Por qué no podía hablar con nadie. Por qué mis amigas seguían preocupándose por cosas que habían huido de mí para no volver jamás.
Y quería ser pequeña. Lo era, sí. Pero no lo suficiente para mí. Quería despreocupación, jugar de nuevo en la arena, no sentir, no padecer, no llorar de dolor.
No.
Quise ser niña aún siéndolo para ojos ajenos.
Porque, ahora pienso, que quizá sí lo era. Lo eran todos. ¿Por qué no iba a serlo yo? Mi cabeza me jugaba malas pasadas. Eso era todo.
Pero me acostumbré y aquí sigo. Con la incertidumbre de qué diantres hubiera ocurrido si hubiera abierto la boca y hubiera contado todo esto. Pero, de nuevo, el miedo impedía que me abriera. Como sigue haciéndolo ahora.
Sólo me deja una válvula de escape para días como hoy, en los que mis dedos bailan extasiados sobre el teclado poniéndole letra a la melodía que desprende el conjunto de esos recuerdos que me atormentan. Me acuchillan. Y no sangro. Pero duelen. Los jodidos duelen.
xxxxx
Escrito cuando aún no tenía conexión.
He de añadir, porque sí, que también odio ser capaz de escribir únicamente cuando estoy triste. Aunque, claro está, siempre hay excepciones.
Pensando…
Más bien, buceando entre los recuerdos que aún conservo frescos, ardiendo con una plenitud que me asusta.
Y, sí, es malo. Porque los que me vienen a la mente en estos momentos, cuando mi ánimo anda rozando el suelo y mi sonrisa se ha marchado para tener libertad, son de aquéllos que me hacen estremecer de tristeza. Y me repiten, escupiéndome una a una las palabras, las imágenes, lo sentimientos pasados, que esa vida fue mía. Es mía. Y que la rutina va a seguir cabalgándola hasta que ya no me queden fuerzas para espirar.
Hoy, incapaz de escribir algo que siga la línea de lo escrito anteriormente, ya que mis Musas siguen en algún lugar recóndito, ignorándome; escribiré una reflexión que, como tantas otras que ya no serán recordadas ni siquiera por mi subconsciente, será tragada por el viento, hasta sólo dejar un rastro de melancolía grabado en mi piel a fuego.
Odio los días como hoy. No los soporto. No… Se me hace imposible cambiar mi expresión y dedicar unas frases a algún cuerpo que no sea el mío.
Quizás para tener presente que la tristeza se me apodera en cuanto bajo la guardia.
Quizás porque no tengo nada mejor que hacer y el egocentrismo que desprendo me quiere gobernar un día más.
Los odio porque, a pesar de que el día haya nacido hace poco, estoy segura de que será malo. Luego tal vez no lo sea, lo más seguro, pero ahora se me hace imposible paliar la opresión que tengo en el pecho.
Los odio porque, como ya dije, me abandono al recuerdo y me maneja cual vulgar marioneta. Y en mi mente se suceden decenas de imágenes que me tienen a mí como protagonista. Pero no me gustan. Y, aún así, me encuentro aquí, guiadas por ellas para escribir líneas y líneas sin sentido que a nadie importarán.
Ni siquiera a mí.
Y pienso. Recuerdo. Rememoro. Evoco. Siento.
Me acuerdo de cuando me trataban como una niña y ya no me sentía como tal. Porque empecé a sentir de una forma distinta. Ya no lloraba si me caía y sangraba mi rodilla; lloraba si otras heridas hacían sangrar mi alma.
Y me sentía confusa. Pequeña y confusa. No entendía por qué me estaba sucediendo esto. Por qué no podía hablar con nadie. Por qué mis amigas seguían preocupándose por cosas que habían huido de mí para no volver jamás.
Y quería ser pequeña. Lo era, sí. Pero no lo suficiente para mí. Quería despreocupación, jugar de nuevo en la arena, no sentir, no padecer, no llorar de dolor.
No.
Quise ser niña aún siéndolo para ojos ajenos.
Porque, ahora pienso, que quizá sí lo era. Lo eran todos. ¿Por qué no iba a serlo yo? Mi cabeza me jugaba malas pasadas. Eso era todo.
Pero me acostumbré y aquí sigo. Con la incertidumbre de qué diantres hubiera ocurrido si hubiera abierto la boca y hubiera contado todo esto. Pero, de nuevo, el miedo impedía que me abriera. Como sigue haciéndolo ahora.
Sólo me deja una válvula de escape para días como hoy, en los que mis dedos bailan extasiados sobre el teclado poniéndole letra a la melodía que desprende el conjunto de esos recuerdos que me atormentan. Me acuchillan. Y no sangro. Pero duelen. Los jodidos duelen.
xxxxx
Escrito cuando aún no tenía conexión.
He de añadir, porque sí, que también odio ser capaz de escribir únicamente cuando estoy triste. Aunque, claro está, siempre hay excepciones.
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