Estoy en un proceso de evolución, y hace tanto frío aquí dentro... No es el primero, no es la primera vez que mi propia naturaleza me envuelve en un capullo de seda e incertidumbre, pero a pesar de ello puedo afirmar que nunca he sido una mariposa. Porque las mariposas nunca se sienten solas. ¿Mi futuro? Quién sabe. Sólo puedo decir que me contentaré con salir y dejar que el sol me haga cosquillas en la piel de una vez. Como un ser humano más.
He comprendido que la culpabilidad de mi aislamiento tiene mi nombre. Que si a través de los dedos las palabras me bailan y puedo escoger la adecuada, con mi boca no es lo mismo, y no consigo participar a nadie de mis fantasmas. El resultado suele ser un cúmulo de incomprensión y frustración que no aconsejo a nadie, que me deja como herida tras una batalla en la que han muerto todos mis compañeros. No obstante, agradezco el esfuerzo, la preocupación, pero empiezo a pensar que el balance ya no se torna nunca positivo.
Soy como un remolino de sueños al que se le saltan las lágrimas porque algo duele adentro. En el alma. Si fuera una palabra con patas, me iría dando empujones con la gente mientras camino y ésta me mira de arriba a abajo mientras lee Contradicción.