Apenas hay fotos tuyas en mi álbum. Tal vez por eso de ser la pequeña, de haber llegado en último lugar. Aunque hoy por hoy eso sería incierto. Estoy segura de que tanto a ti como al que ahora luce el título del pequeño os habría encantado conoceros. Pero, claro, quién me asegura a mí que no lo habéis hecho ya...
Hoy he mirado los álbumes viejos y, como decía, me he dado cuenta de que son escasas las fotos que papá decidió poner en el mío con tu rostro. Sin embargo, las hay. Me he quedado mirando cada una de ellas intentando construirte a partir del silencio de la casa vacía. He esperado a que se fueran todos, no quería entristecer a mamá. A pesar de que sé que, después de tantos años, la tristeza sería nostálgica y no amarga. No como la de los días que siguieron a ese que también hoy lleva tu nombre.
Me duele darme cuenta de que apenas te recuerdo. Pero, si cierro los ojos, escucho tu voz. La voz de aquella lejana noche en la que mi hermano y yo aguardábamos nerviosos a que dieran las siete de la mañana. Aquella noche en la vieja casa de las Delicias. No he vuelto a ese lugar. A la misma calle, sí. Una sola vez. Y no me di cuenta de que era esa calle. Aun así, sé que aún hoy estaría tentada de sentarme en el curioso escalón de la ducha. O ponerme de puntillas para alcanzar el bote de colonia con forma de pastor alemán.
Lo poco que te recuerdo es en tonos sepias. Y tus gafas grandes, de pasta gruesa. Seguro que si alguien las viera ahora las tacharía de anticuadas... A mí me recordarían a ti y, seguramente, suspiraría. Después me acordaría de las gafas oscuras de papá a pesar de que era Febrero y estaba nublado. O de la voz quebrada de mamá cuando dijo la palabra cielo. Volveré al día de Carnaval, al último día que te vi. ¿Sabes una cosa? No lo recuerdo. Pero sí que recuerdo tu nariz ligeramente curvada y cómo sabían tus brazos.
Además, no tengo que lamentar tanto que apenas te recuerde. Pues no es así. Te puedo encontrar cuando me plazca en el humor de mi hermano, que no es más que el mismo de mi tía, aquel que ambos heredaron de ti. Te encontraré en cada momento que pase fugaz por mi mente, con la velocidad justa para poder atraparlo y dormir con él bajo el brazo. O, incluso, en mis sueños. Jamás he soñado contigo y puede que hoy sea la primera noche.
Es delicioso sentir este nudo en la garganta mientras escribo. Me dice que te sigo sintiendo. Que, aunque aparentemente ya no sea la niña de hace nueve años, sigo siendo la niña que ríe cuando su abuelo ladra en mitad de la madrugada de Nochevieja a escondidas. Quizás mañana vuelva a mirar tus fotos y a fijarme en tus gafas gruesas o en tu pelo oscuro. Y sé que mi vista se parará en esa que nos recoge a los dos. Te notaré a mi lado más intensamente. Y, en el silencio de nuevo, palparé tu voz y me volverá a doler que apenas te recuerde. Pero, ¿sabes?, sonreiré porque rememoraré tu imagen haciendo lo propio. Porque mientras piense en ti sabré que, de algún modo, sigues vivo y sonríes al vernos a todos gritar en silencio tu nombre en este frío día de Febrero.