A buen precio. Que me vendas tus ojos a buen precio, a poder ser. Y encontrar un poco de luz para ver el escenario lleno y las ilusiones revoloteando. Para, así, después de que me prestes tus manos, alcanzar alguna y no soltarla. Estoy segura de que con tus dedos será posible; una vez que me haya quitado yo estos dedos cortos y retorcidos, símbolo inequívoco de la torpeza, de la taza rota, las tardes frías a la altura del cuello. Luego, si aún sigues ahí, puedes enseñarme a caminar después de una caída y obligarme a no tocarme las heridas que visten mis rodillas. Espero que puedan sanar enseguida de esta forma. Después podemos dar cortos paseos si me llevas de la mano y aún no te has cansado de los pasos casi a tientas, los vestidos rotos y la mirada perdida de vez en cuando. Aunque eso no pasará si tengo tus ojos.
Puedo darte a cambio muchas cosas, pero no todo lo que pidas. Soy capaz de ofrecerte horas sólo para ti y llenarlas con lo que más te guste, con lo que más ansíen tus sueños. Puedo aprender a hablar si tú me enseñas con el elixir de tus palabras, mientras me curan. Pero dame luz. Dame aliento. Te puedo comprar los ojos si estás dispuesto a vendérmelos.
Y, a cuatro palmos, atardece. Hace un día espléndido. A pesar de que visto desde dentro no cosquillea tanto la tripa como si estuvieras ahí, con el sol y su luz, alimentándote de los rayos que visten tu sonrisa. Con tu sol.
1 comentario:
Es... Dios, maravilloso.
Qué secuencia de perfección.
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