Miró el hueco vacío preguntándose qué habría pasado esta vez. El cierre totalmente hermético del ausente no ayudaba para nada a esclarecer las dudas que, rebeldes, trepaban por las paredes del alma. Saboreaba poco a poco la comida, intentando que no todo le supiera a incertidumbre. En vano, no obstante. Cerraba los ojos y tragaba, directo el bolo alimenticio y plagado de interrogantes al estómago, ahí, a anudarse, a hacer bulto con todos los demás nervios que bailaban ajenos a todo. Observaba que no se nota tanto que las palabras carezcan de sentido con el sonido de la televisión de fondo. Y así, masticando automáticamente, bebiendo agua de vez en cuando y procurando no derramar ninguna gota, pasaron los minutos, y el informe metereológico, y los parpadeos, y el vello erizado si se escuchaba movimiento en el pasillo.
La cena ya había acabado, seguía el asiento vacío, la comida intacta. Seguía la tensión presidiendo la mesa, enseñando los dientes impolutos, sin probar bocado.
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