Olvidarse de todo. Sentirte en paz de una manera tan tranquilizadora que parece peligrosa. Estar despierta pero seguir con los ojos cerrados porque todavía quieres disfrutar un poco más, sólo un poco más. Al menos hasta que él se levanta de la cama, aburrido o presuroso o ambas cosas, y tú notas el colchón moverse ligeramente cuando es todo para ti. Entonces ronroneas, te das la vuelta y abrazas la almohada sonriendo con los ojos a medio cerrar y dejando a la vista tu espalda completamente desnuda. Repartes bien tu cuerpo por toda la cama, como dejando entrever que ahora eres la dueña de ese sitio. Pero en realidad lo estás provocando, una vez más. Porque no quieres que te deje el colchón para ti, por muy cómoda que estés.
Permaneces moviéndote lentamente unos segundos más, abrazando la almohada con fuerza y suspirando sonoramente. Hasta que por fin él deshace sus pasos, se sienta al borde de la cama, te besa la espalda con suavidad y confirmas tu hipótesis. Él tampoco quiere dejarte sola en ese colchón que parece tan grande si sólo lo ocupa una persona.
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