Se lo comentaba a Marcos y es cierto. El viento impactando en el rostro mientras la muñeca se contrae y se acelera un poco más, con mis manos cercando la cintura que conduce la moto que ataca la Zaragoza más nocturna. Después de que me ayudaran a ganarme una calma inválida, totalmente relajada sintiéndome volar con la única interrupción del chocar intermitente de los cascos. Y el recuerdo en la memoria de que aún te debo un café, un pañuelo que llené de lágrimas y que debo lavar y sobre todo mucha calma. Que se va recuperando.
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