Siempre es duro darte cuenta de cosas amargas. Pero es mucho más dura la reiteración. Caer en el mismo agujero una y otra vez, y sufrir el ridículo de pensar que la siguiente vez va a ser diferente.
No conozco el concepto de amistad de otra persona que no sea yo misma. Y en el mío no entran la inactividad, la pereza, la espera estática y egoísta, y tampoco el silencio en aspectos que de verdad, al menos para mi loca mente, sí que importan. No entiendo cómo en otras actitudes sí pueden reflejarse, y de nuevo la incomprensión me lleva al pensamiento de que tal vez la pieza que falla soy únicamente yo.
Pero se acabó. Lo más doloroso es que su inactividad contagia a mi actividad, que acaba marchita, bizqueante, pensando que sola no va a ninguna parte. No, no voy a ninguna parte. Y no puedo con más desesperaciones porque la gente no colabora, porque no quiero que mis ojos se llenen de rabia y de lágrimas así. No puedo más. Por eso debo optar por callar yo también, por actuar para mí. Se tendría que haber acabado hace mucho tiempo, pero soy tan tozuda que era incapaz de conseguirlo.
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