jueves, 3 de noviembre de 2011

Una de las tareas más duras a las que se enfrenta el ser humano, he aprendido, es a la tarea de saber estar solo cuando te has acostumbrado a la presencia de alguien. Es algo que algunos no consiguen, y es entonces cuando se esconden tras una máscara y dejan aflorar el egoísmo y la manipulación más pueril. Si algo he conseguido yo es fortalecer mi espíritu. Ese animal herido que era mi espíritu, a punto de expirar, apenas sin piel y ensangrentado.

Hoy camina parcialmente derecho y, lo más importante, mi animal camina hacia adelante. Lo he conseguido sin perder el corazón, el cual ahora está revestido de orgullo. Orgullo por no haber huido, por no haber apostado por vendar mis ojos ante una ridiculez como puede ser la vida que muestra la plataforma internáutica. He llegado al respeto y a la calma, y eso es lo que me reviste de orgullo. Cuando terminaron mis temblores supe que estaba repuesta. Cuando supe comprenderte y saber lo que pasaba por tu mente... Accioné los botones adecuados, nunca acercándome demasiado, pues eso era algo que me juré no volver a hacer nunca. Me di cuenta de que se trataba ya sólo de mí, y por eso corté el circuito que te permitía pisotearme, hacerme pagar por algo que no formé ni inventé, sino que simplemente ocurrió.

Ya es noviembre y eso me empuja a no vivir los noviembres de los dos años más recientes que llevo a la espalda. Desesperados, vacíos, intentando llenar algo que se fue hace tres años, con mi ingenuidad y mi desconocimiento de valores fundamentales de la vida que aprendí demasiado tarde. Este otoño me ha despertado fuerte, y puedo notarlo cuando ya no vacilo, cuando se acelera mi corazón pero no me tiemblan las manos, cuando te leo y mi cuerpo se mantiene impasible. En calma. Dueño de sí mismo. Hemos perdido demasiado en el camino, pero ahora se trata de que vayamos ganando propia e individualmente.

A menudo pienso en aquel hombre que dibujé un día en mis pensamientos. El primer hombre sobre la faz de la tierra. ¿Cómo podía sentirse libre si no conocía lo que era no serlo? ¿Cómo podía sentir la soledad acosándolo si todavía no sabía lo que era escuchar otra voz que no fuera la propia y tocar otra piel en otro cuerpo? ¿Confuso? ¿Íntegramente humano? Yo he sido ese hombre, en parte. Empezando de cero, como si la Tierra estuviera vacía, como mi cuerpo, y fuera poco a poco conociendo...

Hasta que mi animal comenzó a caminar fuerte. Se llenó de vida, desde mis propias venas, porque esta vez era una cuestión inalienable. Además... puedes apoyarte en alguien, pero el camino debe ser descubierto por uno mismo. Y aquí me hallo, con mi animal. Íntegra, presumiendo de no haberme dejado avasallar por el veneno ni de haber huido irresoluta. Fortalecida, con el espíritu renovado, dispuesta a llenarme de este otoño y de todos los que tengan que venir.

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