Crecer con una persona es maravilloso, y a veces lo hacemos. A veces crecemos con alguien. Compartimos infinidad de momentos y amamos echar la vista atrás y contemplar con timidez nuestra evolución mientras comprobamos que siempre hubo una constante que nos encanta: ese alguien. Pero a veces cruzamos el límite y hallamos una respuesta a nuestro repentino dolor: hemos crecido tanto que hemos dejado a ese alguien atrás. Crecer también implica cambiar. Y a veces en ese cambio se nos va parte de la vida que nos ha sostenido, porque ahora somos diferentes y nos sostienen otras cosas. Dejamos de compartir infinidad de momentos porque ya no son momentos que compartir y nos horroriza echar la vista atrás y observar, sufriendo, que ha desaparecido esa constante.
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