- Tal vez ahora mamá sea una nebulosa.
Y a mí esa frase me parte el corazón en dos. Me mira con sus ojos castaños y puros y observo que están limpios. Que ya no lloran. Yo sin embargo no soy más que el remanente de la persona que un día debí de ser, restos que apenas aguantan por la personita que me coge la mano con fuerza y lleva horas sin soltarla, desde que la misa empezó. Envidio su inocencia porque le permite mantenerse ignorante de todo el dolor, toda la parafernalia. Los papeles. Las firmas. Las decisiones. ¿De caoba o de nogal? ¿Una frase bíblica en la lápida? ¿Era su mujer religiosa? El nicho cuesta tanto, si deciden incinerarla cuesta esto otro. ¡Oh! Ahora tenemos nichos para urnas de incineración, si me permite enseñarle. Tengo que llamar a tus primos segundos, hijo, que si no luego hay historias en la familia. Más firmas. El papeleo. Cancelar tarjetas. Fotocopias del parte de defunción. Una. Otra. Otra. ¿Querrán que sirvamos algo en el velatorio? Me ha dicho tu tía que no va a poder venir, que no le dejan cambiar el turno. ¿El material de la lápida? De granito es mejor, pero cuesta más. Podemos añadirle más ornamentación. ¿Quiere? Disculpe, señor. ¿Se encuentra bien? Perdónenos, sabemos que es un momento difícil, pero tiene que decidir si...
Qué. Decidir qué.
Ahí plantado enloquezco. ¿Decidir si quiero que mi mujer muera o no? Porque era y es lo único que me importa. No he podido pensar, casi no he podido llorar. Me importan una puta mierda mis primos segundos y los tíos a los que no veo nunca, las historias familiares, el nogal o la caoba, ¡por favor! Es de mi mujer de quien estamos hablando. De su cuerpo aún caliente en mis brazos cuando ya se había marchado. De todas las veces que le hice el amor sabiendo que iba a morir y de todas las risas que le arrancó a nuestra hija como si fueran la última. Hablamos de sus ojos, que ya no brillan, que se han quedado sin luz y por tanto yo camino a tientas. No sé hacia dónde. No puedo más. Necesito respirar y... Muerto estaría descansando, muerto, como ella, como...
- ¡Papá!
Sigue esperando mi respuesta. Me saca de mi ensimismamiento y me doy cuenta de que llevamos horas aquí parados. En esta colina de hierba verde que ahora ampara bajo tierra la mitad de mi vida. Estoy helado, así que ella tiene que estar todavía peor. Pero no me suelta la mano. Sigue apretándomela con fuerza y lo compruebo en sus deditos contraídos. Sus pupilas ahora casi titilan, y me doy cuenta de que está preocupada.
- Dime, hija.
- Pues eso... - balbucea.- Que igual ahora mamá es una nebulosa. En el cole nos dijeron que hay unas que es donde nacen algunas estrellas, y en otras...
Vuelvo la cara. He vuelto a romper a llorar y no quiero que me vea. Ha perdido a una madre, no quiero que piense que a mí también me está perdiendo. Aun así se da cuenta y se abraza a mi pierna mientras lucha por que la voz no se le quiebre del todo. Entierro mi mano en su pelo para que sepa que estoy aquí. Con ella. Con ellas.
-... y en otras estaban algunas estrellas que se habían ido, que se habían extin... extingi-extinguido. Se llamaban, se llamaban, papá...
- Remanentes de supernova, cariño.
- Sí, ¡eso, papá! Remantente de supernova. No me salía porque es difícil, porque me acordaba, papá, me acordaba porque...
- Lo sé, hija.
Llora y pienso que si para mí es una injusticia a ella esa palabra se le queda pequeña. Tan pequeña como su alma de siete años, apenas sin estrenar, sus manos que ahora tanto van a tener que luchar, sus ojos redondos y despiertos. Los ojos que tenía ella. Ella es lo que me queda. La mitad de mi vida.
- Mamá era una estrella, papá. De esas que brillan. Por eso seguro que ahora es una nebulosa. La más bonita de todas...
Nebulosa del Cangrejo (un remanente de supernova) |
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