Tiempo de recuerdos, lo llaman. Por eso el sentir es una mezcla extraña entre paz y desolada nostalgia. Los que tenemos motivos para añorar nos encontramos entre el calor que nos aporta la calma y el frío de echar de menos esa piel amada.
No se entienden las ausencias cuando ocurren, pero en estos días se entienden menos. La calidez del hogar se cuela entre las grietas que se han quedado en las heridas y es un escozor consentido y conocido. Tenemos que afrontar que hay tiempos en los que la incomprensión es mayor, y no hay nada que podamos hacer.
Por qué ya no estás, si antes estabas.
Es tiempo de recuerdos. Algunos mitigados por el paso de los años y otros con los que tengo que lidiar cada vez que me los encuentro en carne y hueso, irónico esto último. Son días de esa alegría familiar de doble filo, que nos encuentra tiritando y queriéndonos curar, a veces, sin darse cuenta, también nos duele.
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