jueves, 26 de marzo de 2015

Isabel se rebela justo en el momento en el que comienza a percibir que va a volver a ser objeto de algún relato triste y solitario que la lleve a viajar en metro agotada o a toparse con una canción que no desea en el aleatorio de su reproductor de música. Esta vez no va a dejar que suceda. Ya está bien de dar tanta pena, coño, piensa, furiosa.

- Deja de usarme, por favor.

Guarda silencio y espera una respuesta. Ha intentado sonar educada, tal vez con un deje de impaciencia, pero al menos cordial. Cuando se enfada le es muy difícil controlar su tono, pero no quiere asustarla más de lo que va a asustarse ya.

- Oye... ¿Me escuchas? -insiste.- ¡Oye!

Ante su grito, un par de ojos castaños la miran confusos. Parpadean de manera frenética e Isabel teme el consiguiente ataque de pánico que ha imaginado que vendría después. Aguarda callada, intentando ordenar los pensamientos que se atropellan en su limitada e inexperta mente y respira un par de veces.

- A ver,  perdona por gritar, el caso es que...
- ¿Perdona?
Silencio.
- ¿Perdona? -repite la segunda voz, histérica- ¿Pero quién coño eres? ¿Qué eres? ¿Qué mierda es esta?

A Isabel le entra la risa floja ante las palabras malsonantes. De tal palo tal astilla, piensa sin poder evitarlo. Esa pequeña intervención ha hecho brotar en ella un sentimiento que desconoce, un calor extraño en el pecho y debajo de la piel. Como una fuerza insólita que empuja los músculos de su cara en un gesto que tampoco logra reconocer.

- No te alteres -logra articular Isabel.- He notado que ibas a volver a escribirme triste y la verdad, y no te ofendas porque no quiero ofenderte, pero qué coñazo. Hay otros personajes que viven cosas mejores, y a mí siempre me toca lo gris y lo oscuro y, joder, pues eso, que me estoy volviendo un coñazo. ¿No hay otras cosas que pueda vivir?

Su autora parpadea de nuevo intentando asimilar que una de sus creaciones esté dirigiéndose a ella con libre albedrío.

- ¿Pero esto qué es, la novela del puto Unamuno?

Las dos ríen.

La escritora se roza brevemente la frente buscando un signo febril y al no notar nada parecido se dice que la jaqueca la está volviendo loca. Tiene que ser eso, el dolor de cabeza, que le ha tostado el cerebro después de tantas horas de pantalla de ordenador y paredes blancas y moqueta azul. Está loca. Se ha vuelto majara sin siquiera llegar a ser una escritora reconocida, así que nadie llegará a apreciar su falta de cordura. Sólo será una loca más.

Isabel carraspea y la interrumpe.

- ¿Qué ocurre?
- ¿Por qué decidiste hacerme así?

La autora no sabe qué contestar. ¿Por qué? Pues... porque sí. ¿Por qué no? En cada personaje vuelca una faceta o una experiencia, a Isabel le tocó lo más pesaroso.

- Si quieres te convierto en Andrés. O en Arturo -le contesta finalmente su creadora.

Isabel reflexiona, y al final responde:

- Seguro que a ellos les aguardan cosas mejores. Sin embargo, parece que a mí nunca me vas a sacar del vagón de metro.

Touché.

La escritora piensa unos segundos.

- ¿Qué cosas te gustaría vivir?
- ¿Y cómo voy a saberlo? Yo vivo lo que tú escribes que viva, y siento lo que tú quieras que sienta.

Otro punto para la alucinación, sin duda. Tiene toda la razón. ¿Cómo una creación de un escritor va a saber antes que el creador mismo lo que le espera? Pero, espera, espera, espera... ¿Cómo una creación siquiera va a hablarle a su autor?

- Me provocas ternura con todo esto...
- ¿Ternura? -pregunta, extrañada, Isabel.
- Sí. Eso que estabas sintiendo hace nada debajo de la piel. Lo que te empujaba a sonreír.

Isabel esgrime un gesto de haberlo comprendido. Ter-nu-ra, parece pensar, como un niño que apenas está empezando a leer y a descubrir así decenas de palabras.

- Vamos a ver qué podemos hacer contigo...-dice su autora, con cariño.

Isabel sonríe y se muestra conforme. Parece concentrarse mientras espera. Se saca del bolsillo el reproductor de música y lo abandona, y corre lejos de cualquier parada de metro que pueda quedar en su perímetro de visión. ¡Ternura, joder!, grita mientras se apresura.

Su autora pone los dedos encima del teclado. Relee las historias que ha creado antes para Isabel y, después de rechazar la primera tentación, la de añadir una anécdota plomiza más a la ojerosa Isabel, piensa que tal vez puede intentar cambiar esta vez. Pobre Isabel, vale ya de dar tanta pena.

Vamos a ver si lo contrarrestamos con un conato de algo divertido.

1 comentario:

Little Lena dijo...

Como me encanto este relato; es gracioso y curioso, escribes como una escritora escribe. Me recuerda a una película; donde una escritora estaba completamente loca y solo hacia que escribir y escribir; y un día se imaginó que su personaje de ficción estaba a su lado. Creo que la mejor manera de poder escribir un buen relato es así; imaginarse que el personaje del cual vas hablar esta a tu lado, que es uno más en este mundo y pensar a la vez que haría esa persona, que pensaría y demás. Realmente maravilloso, me mantuvo enganchada y con una gran sonrisa.

- sonríe eternaente -