-Parece que está dormida.
El silencio fue el único que corroboró en un primer momento la afirmación. Él y el viento que golpeaba con fuerza en la ventana, retándolos a descorrer la cortina y que la pálida luz de la luna irrumpiera en la habitación. Un silencio de esos que encogen el estómago mientras deseas con fervor que alguien lo rompa, pero de una forma conciliadora. Romper el silencio para dar paz. Alguien tosió fuera de la habitación, mezclándose la sonora espectoración con mil murmullos de esperanza y tristeza. Fuera, se vivía un frenesí constante. Dentro, el silencio seguía oprimiendo pechos y acariciando lágrimas mudas. Un silencio que, al fin, se vio manchado por, tal vez, la verdad, el dolor o el desconsuelo.
-No está dormida, mamá. Está muriéndose. ¿No la ves? ¡Mírala! ¡Se va a morir! Se va a morir, joder, se va a morir...
La amargura agitó las almas de todos los allí presentes, mientras la boca que había pronunciado la primera frase se convulsionaba entre sollozos. Su llanto enturbió el ambiente, cincelado de hipocresía y ceguera. Y esas lágrimas fueron susurrando en los oídos de todos la realidad, lágrimas de una madre a la que la vida se le escapaba por el pecho casi inmóvil de una de sus pupilos. De pequeña su abuela, entre pastilla y pastilla, siempre repetía que lo peor que puede pasarle a una persona es enterrar a un hijo. Una y otra vez, hasta que se la llevaban diciéndole palabras envenenadas de mentira que, en realidad, encerraban un Estás loca.
Y ahora comprendía a su abuela. Ahora, que la muerte estaba de pie ante la cama de su hija. Ahora, cuando todos estaban esperando si La Dama de Negro decidía si sentarse a los pies o en el cabecero del lecho.
-Aún no lo sabemos. Nos han... dicho que tenemos que esperar-tartamudeó alguien, con los ojos anegados de lágrimas y amor.
-Esperar. ¿A qué? ¡A qué! ¿A que vaya dejando de respirar? ¿A que tengan que enchufarla a un montón de aparatos? Deséngañate: puedes estar muy enamorado de ella, pero no creo que quieras guardarle el celibato estando así. No cabría en cabeza alguna.
-Cállate. Te puede estar escuchando.
-¡Oh, Dios! ¡Por supuesto! Está esperando a que le soltemos un "Begoña, levántate y anda". De esta no va a salir. Y todos créeis que...
-¡Nuria! Vale ya. Puede que esté muriendo, sí, pero deja de matarme a mí. Para ya o vas a conseguir que, desde ahora, cuando te mire a los ojos sólo vea a la asesina de mi hija.
La sangre de Nuria se heló al escuchar las palabras de su madre. Su rostro irónico se contrajo en una mueca de dolor que intentó esconder, pero que no escapó a la percepción de su cuñado. Notó sus propias uñas clavándose en las palmas de sus manos, mientras la rabia le recorría. Begoña estaba así y, ahora... Su madre. Su madre acababa de agujerear su corazón y le daba la impresión de que iba a meter el puño para que el orificio creciera.
-Pero, mamá, yo... Mamá.
-Ilusión, Nuria. Esperanza. ¡Lo que sea! Todo menos eso. Lo que estás haciendo tú. ¿Qué nos queda si damos todo por perdido? Diantres, mírala a ella pero míranos también a nosotros. ¿Qué pretendes?
Ya no hubo contestación audible. Pero sí se sintió el golpe y el estruendo que causó la máscara de miedos de Nuria al romperse contra el suelo. Y, tras ella, pudo observarse un rostro pálido asediado por lágrimas que provenían directamente del nudo de su garganta. Su mundo se desmoronaba, de nuevo. Había vuelto a tropezar con la misma piedra, solo que esta vez todo era muy distinto. Su hermana...
Quiso confesar. Ser sincera, por una vez. Decir todo lo que la envidiaba. Que todos se enteraran de que cada noche se imaginaba desnudando a su cuñado con lujuria. Que quería ser ella. Y no Nuria.
Y que últimamente sólo se alimentaba de su odio, el cual volcaba en la única persona a la que idolatraba de verdad. Su hermana.
Quiso decir la verdad y echarse a correr cuando las culpabilidades la persiguieran con paso de acero.
Se dejó caer en el sillón y suspiró.
-¿Eh? ¿Qué pretendes? - repitió su madre, con una determinación pasmosa.
Miró a los ojos a su madre y a su cuñado. Pero evitó echar un vistazo a la cama donde reposaba su hermana a golpe de pip, pip, pip.
¿Era mejor librarse del peso de las cadenas de su vida?
-Nada, nada. Pa-parece que esté dormida, fijaos.