viernes, 4 de octubre de 2013

miércoles, 2 de octubre de 2013

Hey, open wide here comes original sin

- Nunca quisiste ser la novia de nadie y ahora eres la mujer de alguien.
- Hasta a mí me sorprendió.
- No creo que yo llegue a entenderlo nunca. Vamos, que no tiene mucho sentido.
- Surgió sin más.
- Pero eso es lo que no entiendo, ¿cómo surgió sin más?
- Sólo... Sólo me levanté un día y lo supe.
- ¿El qué?
- Pues lo que no supe seguro contigo.


(500) Days of Summer

domingo, 1 de septiembre de 2013

Mientras manejo el cuchillo y el tenedor de forma mecánica con la voz del telediario de fondo me pregunto cómo es posible que estén muriendo cientos de personas en un conflicto que, en esencia, manejan personas que están a miles de kilómetros. Pienso en toda la sangre, los refugiados, las vidas que jamás volverán a ser iguales, las pérdidas y los sacrificios sin poder compaginarlo mentalmente con los intereses de Rusia o Estados Unidos. Cómo es posible que funcionemos así.

A los pocos segundos, después de haber cambiado de canal tras haber visto los goles de los partidos de fútbol más importantes del fin de semana, la voz atronadora e irrespetuosa de mi hermano comienza a interrumpir el sonido de las noticias para seguir hablando de fútbol. Se levanta, incluso, y se pasea por delante de la televisión. No importa que pida silencio, porque sigue hablando y además encuentra interlocutores de sobra. Siria parece no ser interesante en ese momento. Sólo el fútbol, a cualquier nivel, y por parte de cualquier equipo.

Entonces pienso. Cómo no va a ser posible que funcionemos así.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Historias de tranvía.

Una pareja de ancianos que susurran entre ellos. Visten de una manera verdaderamente elegante, y no despegan las manos que se agarran con la fuerza que les queda. Son como el testimonio de que el amor puede seguir fortalecido después de decenas de años. Él la mira con atención mientras ella ríe tímidamente de vez en cuando. Podrían ser dos adolescentes atrapados en cuerpos arrugados.

Una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras guarda entre las piernas un par de bolsas de cartón y observa la ciudad por la ventana. Guarda silencio. Le ha cedido el asiento un joven con barba de varios días y una mochila al hombro, y en su gesto de agradecimiento sorprendido parece que se haya vislumbrado que se siente ya mayor. Envejecida. Se rasca la mejilla mientras llama la atención que lleve un pañuelo al cuello con el calor que hace en verano en Zaragoza. A ella parece no importarle. Eso sí, se atusa el pelo una y otra vez, mientras aprieta ligeramente las rodillas para que no se caigan sus bolsas.

Un joven con barba de varios días y una mochila al hombro le cede el asiento a una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras con gesto amable. Se ajusta la mochila al hombro y se agarra a una de las barras del vagón mientras apoya levemente la cabeza en el cristal y cierra los ojos, como descansando. Parece que su mochila pesa bastante, porque se queja reiteradamente del peso que carga por los movimientos que hace, pero no cambia su gesto sereno. Tiene unos ojos verdes extraños, como si buscaran algo de compañía, limpios. Como los de un niño.

Una chica que mira su móvil una y otra vez y que parece que ha olvidado peinarse esa mañana se acomoda en su asiento. Lleva una carpeta consigo, todo indica que va a estudiar, tal vez algún examen pendiente para septiembre. Lleva el rímmel ligeramente corrido, como si se hubiera maquillado con demasiada prisa. Bosteza, despreocupada, haciendo saber a todo el mundo a su alrededor en el sonoro gesto que no ha dormido demasiado o -también podría ser- que necesita una siesta y por eso mira el móvil, para no quedarse dormida en mitad del trayecto.

Un hombre en traje y bastante atractivo se muerde la uña del dedo meñique de una de sus manos, muy cuidadas, mientras escucha música. Lanza miradas desairadas a su alrededor, y alguna mujer las intercepta sonriendo tímidamente después de que él inicie el intercambio de muestras dentales. Entre sus pies guarda un maletín, por lo que es obvio que se dirige al trabajo, viéndolo tan impecable. Sigue mirando, a veces con descaro, dejando patente que se trata de una persona atrevida.


Una pareja de ancianos que de vez en cuando susurran que se quieren, mientras lo mezclan con palabras cotidianas que aluden a la necesidad de comprar una barra de pan o de arreglar la puerta de la cocina. Se han puesto sus mejores ropas porque hace meses que sienten que cualquiera puede ser su último día y quieren que la muerte los sorprenda bien vestidos. Y juntos. Por eso se agarran fuerte de la mano mientras piensan en cómo hacían el amor por la mañana, antes de salir de casa, y ella se ríe al recordarlo. Son como dos adolescentes que se aman y que aceptan que no es mucho el tiempo que les queda. Aunque todo el que queda atrás les haya sabido a tan poco. Juntos todo ha parecido siempre demasiado efímero.

Una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras se empeña en guardar bien las bolsas de cartón que lleva entre las rodillas y observa la ciudad a través del cristal diciéndose a sí misma que debe tranquilizarse. Cuando el joven de la barba de varios días y la mochila al hombro le ha cedido el asiento, se ha sobresaltado al principio porque le ha tocado el hombro que lleva dolorido y por un momento sus fantasmas han vuelto. Se sabe envejecida, fea, físicamente inapropiada para cualquiera que busque un romance. Al notar la mirada curiosa de una chica en su pañuelo se lleva la mano a la mejilla para recolocárselo y que la joven no llegue a ver los moratones que adornan macabramente su cuello. Se moriría de miedo si alguien los descubriera. Nerviosa, se atusa el pelo sin cesar porque desde que era una niña tiene ese gesto cuando se siente insegura, y aprieta las rodillas pensando que le lleva la comida para el descanso del trabajo al que hasta hace dos años fue su marido, el mismo que le daba una media de dos palizas por semana y que volvió hace quince días diciéndole que la amaba como nadie, aunque lo que echara de verdad de menos fuera tener un pelele sobre quien descargar su frustración y su amargura desde sus demonios hasta ella, a través de sus puños.

Un joven con barba de varios días y una mochila al hombro le cede el asiento a una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras porque le recuerda a su madre y se percata de que lleva tiempo sin llamarla. Se ajusta la mochila y cierra sus dedos en torno a una de las barras del vagón mientras intenta que el frío del cristal le cure la jaqueca, inamovible de su ser desde hace tres días. Tres camisas, dos camisetas, un par de pantalones, unas zapatillas de repuesto y todos los libros y películas que pudo llevarse es todo lo que lleva en la mochila, que lo acompaña desde hace una semana, el mismo tiempo que lleva vagando por la ciudad sin ningún tipo de rumbo. Se ve reflejado en el cristal y vuelve a verla a ella segundos antes de que el camión se llevara su coche, el de los dos, por delante, justo en mitad de una carcajada, y se le inundan las pupilas de lágrimas al sentir el vacío desgarrador en el pecho. Como un niño, cuando se siente perdido.

Una chica que mira su móvil una y otra vez se revuelve en su asiento mientras piensa en los pelos que debe de llevar después de esa noche. Lleva consigo la carpeta de la universidad porque salía de la biblioteca la tarde anterior cuando se lo encontró a él y pensaba que se desmayaba allí mismo. Luego, en casa de él, lloró tapada por las sábanas después de haber accedido a meterse en su cama de nuevo intentando no despertarlo. Bosteza porque apenas pudo dormir y se dice en silencio que es lo mínimo que se merece, mientras desbloquea el móvil una y otra vez esperando encontrarse un mensaje que sabe que no va a encontrar.

Un hombre en traje y bastante atractivo se muerde la uña del dedo meñique porque acaba de observar una minúscula gota de sangre en ella. Sin atisbo de culpabilidad ante el recordatorio carmesí, mira a su alrededor en busca de la que podría ser fácilmente su próxima víctima, captando algunas sonrisas de putas ingenuas que no saben dónde se están metiendo. Repasa mentalmente cada una de las herramientas que guarda celosamente en el maletín y decide que cuando baje del tranvía desayunará tranquilamente antes de ojear los periódicos en su propia busca. A través de los ojos es como se contacta mejor con las personas, en la desnudez infinita de una mirada, y así es como le gusta comenzar sus pequeños rituales, escrutando pupilas, con calma, eligiendo, al cabo de un tiempo, la próxima persona con la que calmará su sed.


Y, por último, una chica con camiseta verde y una chaqueta vaquera gris, a quien le sobra imaginación, ignora su dolor de estómago sólo porque le duele muchísimo más el corazón. Observa a la gente pensando en qué se esconderá detrás de todas esas respiraciones, esas ojeras, esas sonrisas y esos gestos cansados de cualquier mañana temprano.

lunes, 26 de agosto de 2013

"Ya iré durando más."

Dijiste la primera vez.

Pero eso nunca ocurrió.
A veces me pregunto si ahora seguirás diciéndolo en las escasas ocasiones que se te presentan, o, por el contrario, ya habrás aceptado que el egoísmo y tanto porno han hecho de tu capacidad sexual una auténtica mierda.

sábado, 24 de agosto de 2013

lunes, 12 de agosto de 2013

Hay heridas que nunca cierran completamente. Pero siempre queda la opción de aceptarlas y volver a caminar con ellas. No digo que debamos acostumbrarnos a las punzadas de dolor que de vez en cuando nos asaltan; digo que no debemos empecinarnos en que un dolor no existe cuando su eco permanece a pesar de todo. Por ello, queda seguir adelante. Siempre seguir adelante.

domingo, 11 de agosto de 2013

Lo importante de las decisiones es no perder las ganas de mantenernos fieles a ellas.

lunes, 5 de agosto de 2013

"Everyone wants an Argentina, a place where the slate is wiped clean. But the truth is Argentina, is just Argentina. No matter where we go, we take ourselves and our damage with us. So is home the place we run to, or the place we run from? Only to hide out in places where we're accepted unconditionally? Places that feel more like home to us. Because we can finally be who we are."


Dexter

Una madre coloca a sus hijos delante de una fuente en el Paseo Independencia para hacerles una foto. Son dos niños que, siendo el mayor de unos diez años y la pequeña de unos siete, me recuerdan inevitablemente a mi hermano y a mí. No es una fuente ni siquiera bonita, pero la estampa me hace sonreír. Sonrío por los tiempos perdidos. Por cuando no existía el tedio sino solamente la impaciencia y por cuando la vida estaba por estrenar y no pesaban los días, sino el ansia de más. Sonrío por un tiempo efímero que creemos que va a durar para siempre porque se hace interminable en primera persona pero luego parece tan fugaz visto reflejado en unos ojos ajenos.

Sonrío por todo ello, pero los ojos esta vez no acompañan a los labios.

sábado, 3 de agosto de 2013

Estoy pensando en esa chica que estaba en un concierto con sus amigos mientras en tres horas debía coger un tren. Se había dejado la maleta y la mochila preparada de manera que pudiera apurar el tiempo al máximo en el concierto. Ya en la estación se despidió de sus padres con lágrimas de su madre, llena de miedo, y con el dolor lacerante en el pecho de las despedidas. Era de madrugada, así que casi todo el mundo en el tren dormía. El ambiente era lúgubre, demasiado nocturno, así que ella intentó dormir para olvidarse de esa atmósfera gris y de que se acababa de quedar sola. Sola. Se concentró en lo que tendría que hacer al llegar a Reus e intentó tranquilizarse. Con escaso éxito.

Luego en Reus tuvo que esperar a que saliera el primer autobús que conectaba la estación con el aeropuerto, a las siete de la mañana. Todavía quedaban horas y el viaje la había dejado exhausta. Era verano, pero era un día inusualmente frío, y agradeció llevar la sudadera y el pañuelo, que su madre le había dado en el último momento, consigo. Cuando uno viaja solo parece que hay un imán que atrae a las demás personas solitarias. Por ello, imagina esa chica, en las horas de espera habló con más gente que esperaba, mientras ella mataba el tiempo jugando al solitario en su iPod y cargaba su móvil en el baño escondida del vigilante de seguridad que le había reprendido por estar cargándolo en un enchufe de la estación.

Estoy pensando en ella y en cuando por fin cogió el bus, después de hablar con más solitarios que caminaban por ese amanecer en Reus, y llegó al aeropuerto que, por suerte, no era muy grande. Pesó sus bultos y comprobó que se había excedido en el peso permitido, así que, de nuevo en otro baño, desperdigó sus bártulos para intentar reordenarlo todo y que pesara menos. Así acabó con diversos objetos colgándole de la mochila. También en el baño habló en inglés con una señora de aspecto amable y se miró en el espejo recordando que debía tranquilizarse.

Aguantó las horas de espera dormitando en un banco mientras mantenía sus manos en su equipaje. Escuchaba la conversación de unas chicas que viajaban juntas y que luego resultaría serían de su propia ciudad y, además, vecinas suyas en Irlanda. Elena y América, se llamaban. En la cola de embarque volvió a contestar a preguntas de padres preocupados que habían acompañado a sus hijos hasta ahí mismo y los envidió. Por no estar solos. Más tarde conoció a una chica nerviosa que iba a estar tres meses trabajando fuera de au pair, y en sus compañeras de asiento en el avión halló a dos chicas muy diferentes pero simpáticas y con mucho mundo. También las envidió.

Ya en tierras extranjeras, un chico muy guapo al que había observado en el vuelo le gritó que si sabía dónde se cogía el autobús de la línea 16. Ella contestó que era justo el que estaba buscando y decidieron continuar juntos. Cogieron el autobús, hablaron de sus miedos, rieron, se bajaron por azar en una parada porque los buses irlandeses son una locura, y hablaron con unas chicas que intentaron indicarles hacia dónde tenían que dirigirse. Sus caminos se separaban. Se dieron dos besos y Dani se alejó. La chica volvería a verlo un par de veces más por las calles de Dublín.

Ella se perdió. Caminó dos horas arrastrando la maleta, preguntó y preguntó, consultó los mapas y al final tuvo que parar un taxi que la dejó en la puerta. Volvió a equivocarse de residencia y, ya en la suya, las claves de acceso que le habían dado eran erróneas. Llamó por teléfono al vigilante, que al ser domingo no estaba, y en un inglés con fuerte acento paquistaní le explicó cómo debía proceder. Al fin llegó a sus llaves y buscó su apartamento bajo la lluvia, esa lluvia irlandesa que luego ella añoraría tanto. Pero en ese momento la lluvia ponía de relieve el día desastroso, la nostalgia del hogar, la dificultad del viaje en solitario. Pero llegó a su apartamento y a su habitación. Al fin.

Y una vez allí respiró tranquila y escuchó la lluvia mientras España enloquecía porque acababa de ganar la Eurocopa. Habían sido más de quince horas de viaje. De aventuras, pensó. Y sonrío. Lo había conseguido. Estaba sola, había llegado, se sentía plena, dispuesta a comerse esa isla esmeralda. Se había reconciliado consigo misma. Estaba completa.

Y ahora estoy pensando en esa chica. Simplemente en esa chica.

viernes, 2 de agosto de 2013

No me cuentes tu vida disfrazada de metáfora. No me intentes hacer creer que lo que ocurre es una historia ficticia que aplicas a unos personajes que proceden de tu imaginación. En realidad puede palparse que has volcado tus frustraciones acerca de una vida que nunca vivirás, unas palabras que nunca dirás y unos labios que nunca vas a besar. No me interesa tu vida mundana, sino tu universo interior, esas historias siempre que sean reales y creativas, siempre que puedan alimentar mis sentidos.

Pero no te obceques en sacar brillo a tu existencia poniendo de excusa tu literatura. Sácale brillo a tu literatura poniendo de excusa tu existencia, tus vivencias, los cimientos sobre los que erigirás tus mundos. Y, sobre todo, lee los mundos de otros. Porque sólo así podrás aprender. Despreciando las palabras de otros sólo estarás despreciándote a ti mismo. No te dejes llevar por tu egocentrismo porque entonces, viviendo sólo por y para ti mismo, ignorando a aquellos a los que tienes que llenar de letras, sólo conseguirás una cosa. Una única cosa: ser un mal escritor.

martes, 30 de julio de 2013

I'm trying to find my own light too

Ese momento siempre llega. El de mirarme en el espejo y en las manchas de mi piel descuidada hallar que no soy quien creo ser. Que soy un fraude, como puede serlo cualquier personaje que sale de la imaginación de alguien a través del torrente imparable de sus dedos. Que me paso los días empeñada en creerme alguien a quien afirmo conocer pero que en ocasiones me abandona dejándome desnuda y confusa y tratando de averiguar quién soy en realidad. 

En ese momento en el que no soy más que un espíritu inerme me pregunto a quién pretendo engañar si no lo consigo ni conmigo misma. Adónde quiero llegar planificando esos detalles que cuando se vienen abajo me hacen sentir así. Una farsa.

Hoy he pensado que yo también estoy intentando encontrar mi propia luz, aquella a cuya existencia me aferro para poder enfrentarme a mi Dark Passenger. El tímido interrogante acerca de su existencia me eriza la piel porque que cruce por mi mente significa que existen las dudas. Sigo cuestionándome todavía si podré vencerlo algún día o si es que de verdad en esto consiste la vida media de un adulto de clase media-baja bastante torpe y con la suerte moderada de quien puede estudiar fuera de casa pero no puede -ni quiere, por pura consciencia de su entorno- seguir chupando más dinero de sus padres.

De momento ahí me mantengo. En la línea, como cantaría con unas copas de más Johnny Cash. Because I'm mine. Como siempre. Condenada a la única convivencia eterna conmigo misma. Adelante, a pesar de todo, aunque me persiga esa duda sobre si sigo, o seguiré, rota, y si algún día esta oscuridad bizqueante conseguirá marcharse.

sábado, 20 de julio de 2013

A veces nos comportamos como auténticas idiotas. Nos dejamos insultar, presionar, intimidar; dejamos que hablen despectivamente de nuestro cuerpo, nuestros hábitos, de todos los estereotipos que nos crucifican. Parece que nos tengamos que sentir mal si expresamos nuestro derecho a que nos respeten y respeten, sobre todo, nuestra condición de mujeres.

Para mí resulta muy duro mirar atrás y ver cómo me han manipulado, cómo me han controlado desde la más paleta obsesión, cómo se han aprovechado de mí o cómo me han considerado débil una, y otra, y otra, y otra vez. Sólo porque parece que ser mujer significa cargar con un halo de debilidad contra el que debes luchar para que todos se enteren o el cual debes aceptar, sumisa.

No. El verdadero problema es que no debe existir esa creencia en torno a que todas portamos la debilidad sólo por ser mujeres.

Sí, me he sentido insultada, he notado cómo se aprovechaban de mí, cómo para muchos no era más que sexo y cómo aquellos pensaban que yo debía saberlo y yo debía actuar en consecuencia. Pero lo lamentable no es eso, porque desgraciadamente ocurre a diario. Lo verdaderamente hiriente es que muchas de nosotras, aquejadas de la más cruel presión social que existe, hemos creído que debíamos aguantarlo. Por eso nos comportamos como auténticas idiotas. Y ahora, a pesar de no ser más que una mindundi a la que todavía le quedan muchas experiencias y conocer muchas personas con las que enrabietarse, solamente puedo ofrecer una certeza. 

No tenemos por qué aguantarlo.

No es nuestro deber creernos sólo un cuerpo, pensar que Sólo ha sido esta vez, creer que el resto de la humanidad tiene derecho a llamarnos gordas, flacas, putas, sosas, secas, y demás lindeces que al final sólo nos relacionan con aquello tan primigenio y que suele sacar a flote nuestros monstruos. El sexo.

No somos sexo. Y por ello tenemos nuestro jodido derecho a enfadarnos con alguien que se comporta como un cerdo, a cantarle las cuarenta, sea nuestra pareja o no, a expresar lo que nos molesta, nos incomoda, nos hace sentir mal, débiles, coaccionadas, asustadas. Porque no somos nada más que personas, con todos los derechos y obligaciones que eso implica. Sin más. 

Sólo siendo conscientes de esto podremos librarnos de todos esos clichés infernales y esa supuesta y falsa debilidad que nos caracteriza y que, en ocasiones, nosotras mismas nos atribuimos.

viernes, 19 de julio de 2013

domingo, 7 de julio de 2013

Decepciones

Claro que importan las decepciones. Se van acumulando, por muy pequeñas que sean, y aunque a veces intentemos aparentar que el acto que las motiva lo hemos cometido inconscientemente no es cierto. Sabemos perfectamente cuándo hacemos daño, cuándo faltamos a nuestra palabra, cuándo estamos apartando a alguien a costa de conseguir cualquier otra cosa. En cierto sentido creo que las decepciones se dejan notar porque tenemos la certeza de que las estamos provocando. Si el desliz es natural, no provocado, entonces el sentimiento es diferente. Pero en todos esos momentos en los que intentamos acallar nuestra culpabilidad, mandarla al fondo de nuestros fantasmas sin éxito: ahí no hay escapatoria. Claro que importan las decepciones. Se acumulan siempre, pase lo que pase y aunque en apariencia no se dejen notar. Pero adentro palpitan silenciosas esperando el momento de materializarse en un arrebato incontrolado de rabia o de tristeza. Por eso importan. Porque están ahí. Junto con todo lo demás.

martes, 2 de julio de 2013

Y siempre es viernes, siesta de verano.



Pero sucede también
que, sin saber cómo ni cuándo, 

algo te eriza la piel 
y te rescata del naufragio.