miércoles, 8 de junio de 2011

Parece que el cielo estaba pintado. Es uno de esos atardeceres en los que en el gran lienzo azul se reparten las pinceladas blancas, violetas y azules más ocuras. Me he encontrado con la mejor profesora que he tenido nunca y me ha contagiado la sonrisa porque de verdad se alegraba de verme. Se ha quedado con nuestra imagen de los dieciséis años, y no he querido derrumbarla, porque es mejor así. Me ha traído aromas de cuarto de la ESO y de cuando parecía que el mundo estaba preparado para morder. De cuando era feliz de una felicidad estúpida, y los días no llevaban mi nombre, sino el suyo.

He seguido caminando hasta llegar a un banco en el que he apoyado la espalda, y al ver mi situación he tenido otro déjà vu. Nos he visto en el verano del mismo año 2008, sentados en el mismo banco, mientras él merendaba sin decir palabra y yo no me atrevía a preguntarle qué le ocurría porque se iba a enfadar, así que me dedicaba a apoyarme en su pecho aunque la posición era muy incómoda. Supe, a posteriori, que el silencio venía porque estaba pensando en dejarme, y además estaba muy agobiado por el trabajo. Hacía viento esa tarde, al lado de la torre del agua, y en cuanto terminó de merendar volvió al trabajo y yo me reuní con mis padres.

En ese momento ha pasado una pareja que se ha quedado mirándome y han seguido caminando cogidos del brazo. Entonces he comprendido que me miraban porque estaba sola, y por el Parque del Agua todo eran parejas que se cogían de la mano. Me he dado cuenta de que ya no era una personaje de esas películas que a veces escribía en mi cabeza, cuando momentáneamente caminaba sola por la calle. Ahora estoy sola de verdad. Y he notado en mis mejillas de nuevo las lágrimas calientes, pero esta vez sin convulsiones ni sollozos. Estaba calmada, después de haber ido a nuestro rincón secreto, donde fuimos en San Jorge, y he llorado al recordar que yo también se lo di todo.

Que aunque yo abrí la brecha también fue injusto para mí, porque para mí él lo era todo y tuve que afrontar que de repente lo quería con menos intensidad. Yo también le di absolutamente todo. Le di mi adolescencia y los años más importantes de mi crecimiento, le di los momentos más importantes de mi vida, con él aprendí a querer con fuerza y así le quise, sin pensar que podría querer a alguien de esa manera. Se lo di todo de tal manera que ahora mi espíritu se empeña en repetir que no me queda nada.

3 comentarios:

Ogro dijo...

Y lo guardo como un tesoro... un tesoro que me gustaría seguir aumentando, día a día, aunque digas que has perdido el fuego.

Un besito, mi pequeña.

Soñadora Empedernida dijo...

Si lo guardas, créelo también. Porque ambas cosas van unidas.

Ogro dijo...

¿Cómo no voy a creerlo? Ya te dije que no dudo de tu palabra ni de lo que sientes.