Hace años me habría asustado y en ocasiones hasta te habría odiado en silencio. Por perturbar la paz cuya permanencia no es más que un espejismo. Pero ahora no. Ahora te imploro que si estás vencido acudas a nuestros brazos para que sequen tus lágrimas en las mangas de mi jersey. Que la fuerza que siempre impones desde que tuviste que ver a tu padre morir no es eterna, y que flaquee no es un pecado. Tienes la nuestra, la que nos diste en tu sangre y la que te da en cada segundo aquella a quien amas después de más de treinta años.
Claro que me asustan tus heridas, pero más me duelen. Las de dentro y las que entorpecen las arrugas en tu piel. Me duele la distancia y me duele dejaros solos a todos. Me duele pensar en los momentos en los que tiemblan los cimientos del hogar y yo no estoy allí para compartir las miradas y tranquilizarnos poco a poco en silencio, con la televisión encendida y nuestros pensamientos lejos. Eres la persona más fuerte que conozco. Un titán. Un sostén irremplazable. Por eso si tus monstruos te hacen temblar vamos a estar contigo para vencerlos. Porque somos parte de ti del mismo modo que tú lo eres de nosotros.
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