sábado, 30 de mayo de 2015

¿Entonces ya sabes lo que ocurre con Mónica y Ramón?

Many times I tried to tell you
Many times I cried alone
Always I'm surprised how well you cut my feelings to the bone
Don't want to leave you really
I've invested too much time to give you up that easy
To the doubts that complicate your mind

(...)

Maybe it's a sign of weakness when I don't know what to say
Maybe I just wouldn't know what to do with my strength anyway
Have we become a habit? Do we distort the facts?
Now there's no looking forward
Now there's no turning back

(...)

Close your eyes and try to sleep now
Close your eyes and try to dream
Clear your mind and do your best to try and wash the palette clean
We can't begin to know it, how much we really care
I hear your voice inside me, I see your face everywhere

We belong to the light, we belong to the thunder
We belong to the sound of the words we've both fallen under
Whatever we deny or embrace for worse or for better
We belong, we belong, we belong together

jueves, 28 de mayo de 2015

¿Qué ves cuando cierras los ojos?

El frío se está comiendo la pequeña plaza de Notre Dame. Turistas y autóctonos caminan ateridos por la bajísima temperatura, pero él sigue tocando. Da forma a la música que sale de sus instrumentos mientras entona canciones canallas sobre la cárcel y las mujeres que arrancan más de una sonrisa a los que por allí pasan con las manos refugiadas en los bolsillos. 

A escasos metros de allí, la librería Shakespeare and Company ofrece calor y lecturas anglosajonas a curiosos y peregrinos, y esconde rincones con verdadera magia que invitan a desafiar el cartel de Prohibido hacer fotos.

A pesar de la sensación térmica bajo cero, sus manos siguen entrelazadas, mientras reparten sus fuerzas entre sujetar la cámara y el bolso y observar con un brillo tierno en los ojos todo lo que París les brinda en los últimos días de diciembre.

martes, 26 de mayo de 2015

¿Cuándo iremos a ver el mar?

Son unas escaleras empinadas; obviamente, no será lo mismo bajar que subir. Poco a poco la noche se ha ido cerrando y la brisa se cuela de vez en cuando entre sus palabras, recordándoles que están lejos del calor y el viento de su hogar. Pocos pasean por esas zonas, llenas de verde y penumbra, pues la mayoría prefiere acercarse al centro del pueblo, donde casetas y un pequeño escenario atestiguan que están de fiestas.

Caminan con calma, se miran, conversan, se entienden, se confiesan y hablan del pasado, del presente, de lo que ya fue y de lo que puede que vendrá. En realidad, apenas se conocen, pero han viajado juntos y la noche recién estrenada los ampara mientras ella se envuelve un poco más en su chaqueta, y él le pregunta si tiene frío. Es julio, pero el norte trae regalos nocturnos en forma de frescor arrancado al verano más abrasador. Se han dejado guiar por sus pies y sus frases, podrían haber elegido cualquier otro camino pero, sin embargo, ahí están, bajando esas escaleras y aproximándose al paseo marítimo.

El cielo se cubre de azules oscuros y apenas unas nubes perezosas lo salpican, mientras el mar les devuelve su reflejo. Un mar inmenso y calmo, en el que los días anteriores se han mojado los pies y las ganas, mientras se besaban, y que ahora es una masa negruzca jaspeada de plata que les habla sobre paz y vacaciones. Sobre haberse encontrado, y estar viviendo ese pequeño regalo al que, esperan, le sigan muchos más.

La tranquilidad del gran manto salado no es más que un eco de sus adentros. Se quieren, pero todavía no se atreven a tomar consciencia de ello; aunque ambos, a pesar de la resistencia de serie, lo están deseando. Van a comprar un par de pizzas.

Anochece en Suances; también en los fantasmas de su pasado.

sábado, 23 de mayo de 2015

VC.

Creo que en parte es nuestro deber tener presente que la vida puede ser sencilla. Dormir abrazado a esa persona y calentarle los pies con el calor propio, o conseguir encontrar el sueño con una sonrisa en los labios porque, aunque esté lejos, sabes que esa persona descansa y te espera, igual que tú aguardas el momento del reencuentro. Volver a casa, volver siempre a lo que consideras hogar, y tener ahí tu refugio. Tan sencillo y perpetuo, tan fácil y familiar, tan inherente y esencial, que ni siquiera tienes que plantearte si es o no tu sitio. Simplemente sabes que forma parte de ti. 

Saberlo es el primer paso. Encontrar a las personas que quieran compartirlo contigo es lo que completa el círculo.

lunes, 18 de mayo de 2015

Wasting time.

Hay silencios que queman más que cualquier palabra, y hay palabras que pueden lacerar de manera más cruenta que cualquier silencio. Sin embargo, hay veces en las que tanto los silencios como las palabras pueden comerse el vacío a dentelladas, y llevárselo para casi siempre.

Todos ustedes parecen felices...
…Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen
(...) 
(ÁG)

 

jueves, 14 de mayo de 2015

Caminar de noche a solas por las calles de Madrid me ha transportado hoy a los tiempos de 2011 y 2012, cuando estaba aprendiendo a recomponer todos mis pedazos. El ambiente nocturno menos frenético de la capital me transmite una calma extraña que no se ha ido de aquí desde mis largos paseos en soledad con mi música y mis ganas de salir del agujero. Recuerdo una de esas tardes-noche, en la calle Preciados, cuando me encontré a un conocido de la universidad al que le hablé de mis caminatas después de que, apesadumbrado, me dijera que su chica lo había dejado.

- Pues, la próxima vez, cuando pases por Sol, haz una parada, llámame y te invito a un café en mi casa- me contestó.

Yo le sonreí e internamente decliné el ofrecimiento. En muchas ocasiones sé cuándo no voy a hacer algo; podría arriesgarme o intentarlo, y a veces lo hago, pero otras, sin embargo, simplemente sé que no voy a hacerlo.

Hay algo oscuro pero íntimo en esas noches en las que camino sola. Algo que no sé definir pero que sé que me define. Como si fuera en esos momentos cuando aflora esa parte de mí que siempre será mía y de nadie más, porque sólo la conoceré yo, y se extiende por mi cuerpo, de manera natural, como diciéndome:

"Sigo aquí".

martes, 12 de mayo de 2015

Proyectos, I.

- ¿Quieres que vayamos a mi casa?

Marga lo miró, algo sorprendida, y esperó a que él siguiera hablando. Pero Alberto no volvió a abrir la boca, se limitó a mirarla con esos ojos negros que a ella se le antojaban tan profundos y desafiantes, así que al final respondió.

- ¿Estás seguro?
- Claro-dijo él. Aunque no lo estaba.

Marga no sabía mucho del pasado de Alberto. En esos días apenas habían hablando de historias del ayer, se habían centrado en compartir los momentos que estaban viviendo como uno de esos regalos que ya nunca se esperan. Pero sí podía intuir que había tenido problemas en su relación anterior, con una mujer que había vivido con él, en su casa. Por eso la propuesta la dejó algo insegura, preguntándose si Alberto se sentía de alguna manera obligado a abrirle esa parte de sus adentros, pero sin ganas.

- ¿No está un poco lejos? -le sondeó.
- Qué va, he traído la moto.

Sonrió. Y en esos labios curvados Marga adivinó un conato de súplica y de alguna manera supo que Alberto quería que ella conociera su casa. Ese museo del pasado y de la soledad en el que se había convertido su pequeño apartamento. Marga entrelazó sus dedos con los de él, y tiró de él para ponerse en marcha.

Cuando sacó las llaves y las introdujo en la cerradura, lo oyó respirar con fuerza. Estaba nervioso, y Marga sólo quería abrazarlo y decirle que todo iría bien. Pero todavía no habían llegado a esos niveles de confianza, y Alberto seguía siendo, en parte, un desconocido. Cada vez que pensaba en él no podía evitar imaginarlo con el jersey negro de cuello alto con el que lo conoció hacía meses, y embutido en el cual desapareció del taller de escritura pensando ella que jamás volverían a encontrarse. Y allí estaba, dejando que sus dedos se aventuraran por su barba cuidada, que le daba un tono más joven, aunque fuera extraño, y permitiéndose el privilegio de mirarlo fijamente a los ojos y quedarse en silencio adivinando qué se escondería detrás de aquel hombre de 36 años que parecía tan reticente a conocerla pero que no quería dejar de conocerla. ¿La soledad puede ser acaso autoimpuesta? Ella se dijo que no volvería a amar, y así había sido. Sin embargo, Alberto le presentaba un reto, un pozo enigmático en el que quería zambullirse sin salvavidas. La idea la asustaba; no quería sufrir. Pero, al mismo tiempo, la curaba; quería querer.

Alberto abrió la puerta y Marga sintió que estaba invadiendo un espacio de su intimidad que pocos habían conocido antes. Su apartamento, pequeño y diáfano, con una humilde cocina americana y una estantería llena de libros y películas que separaba la cama de la pequeña sala de estar, le habló de compromiso. Pero también de un corazón roto, de espacios vacíos y densos silencios llenos de angustia.

- Tienes una cama de matrimonio. ¡Qué suerte! Yo siempre he querido...

Marga se frenó. Vio cómo cambió el semblante de Alberto y supo que había metido la pata. ¿En qué?

- Alberto -lo cogió de la mano de nuevo-. No quiero decir que quiera invadirte, sólo comentaba, no sé, era por decir algo... Me gusta cómo tienes esto.

Él sonrió con esa amargura que parecía inherente a él, y acercó su nariz a su pelo como había hecho cuando se reencontraron en el tren de cercanías. Ella sintió esa calidez extendiéndose por todo su ser y cerró los ojos sin prisa, sólo quedándose con el momento.

- Quería hacer esto-dijo él.

Ella asintió, y esperó. No quería agobiarlo, quería que él marcara la parte del camino de sus entrañas que ella pudiera recorrer. Quería reparar esa amargura, volverla vacío con sus manos, darle brillo a esos ojos negros que prometían tanto y contaban haber sufrido tantísimo.

Y Alberto pareció agradecérselo. Fue hasta la cama, se sentó en ella y esperó a que Marga se acercara y se sentara a su lado, manteniendo la distancia adecuada. Lo soltó casi sin pensar:

- Mi mujer se fue a los tres meses de casarnos.

Marga se quedó helada. No esperaba una revelación tal y tan de golpe. Lo observó hundir la mirada en la alfombra y se pidió calma, para darle una contestación que pudiera reconfortarlo. Quería saber más, quería conocer más, pero no podía precipitarse. Desechó entonces valerse de las palabras y se aproximó a él, se apoyó en su espalda y lo rodeó con los brazos para apoyar su cabeza en el cuello de Alberto. Él se dejó invadir y agradeció el asedio sanador.

- ¿Tanto roncas...?-preguntó ella tras un par de minutos en silencio.

Soltó una risa sin forzarla y tocó los brazos de Marga mientras comenzaba a besarlos. Se volvió para mirarla a los ojos y apoyó la palma de su mano en su mejilla. Quería sentir que la sujetaba, que la tenía, sólo para poder sentir en contrapartida que ella lo sostenía a él. Quería dejarse sostener, a pesar de todo.

Entonces la besó. Con delicadeza y lentitud, la besó queriendo hacerlo, dejándose invadir por la sensación de querer hacerlo, y tras ella llegó la de tocar su piel, y tumbarse con Marga, y contarle historias y que ella se las contara a él.

Había pasado demasiadas noches atemorizado de ocupar los dos lados de la cama. Ahora quería ocuparla entera.

Sólo quería que ella estuviera allí. Con él.


sábado, 9 de mayo de 2015

Fénix.

Mi padre asiente, con seriedad pero frunciendo el ceño pensativo, mientras me escucha decir:

- No todo el daño es reparable.

Y sigue fumando su cigarro, mientras me dice lo que piensa y yo soy incapaz de mirarlo a la cara porque hoy parece que cualquier mirada me duele, por la luz que desprende y choca hiriente contra la oscuridad de la mía. Las ojeras, que casi escuecen, tirantes y profundas, tampoco ayudan.

¿Cuántas veces me habré duchado esta semana? Huyo lentamente al chorro de agua caliente como única salida, falsa y temporal, a la angustia que empieza en la tripa y me sube hasta la garganta. Su estancia en el pecho se alarga; se recrea entre mis pulmones, funciona de almohadilla de espinas para mi corazón.

Pienso, con la música de fondo y el agua cayéndome en el rostro, en que igual que el fénix acaba reducido a cenizas después de haber resultado majestuoso a mí me ocurre lo mismo, pero acabo convirtiéndome en piel y huesos. Para lo bueno, y para lo malo. Siempre, piel y huesos.

Y vuelvo a textos antiguos, y encuentro el que quiero hallar. 

28 de noviembre de 2013.
Soy piel y huesos. Soy una sonrisa burlona devuelta por el espejo. Un aliento más, el pecho hinchado de vacío. Soy un fracaso que duele. Un fracaso que enseña. Soy la penúltima nota de un violín que arranca desde sus cuerdas una melodía rota. (No) soy la chica de 15 años que se enamoró casi sin razón y respiraba pasión en el invierno más frío. (No) soy la chica que se enamora. Soy los resquicios de lo que algún día fui. (Cómo pude ser) así. Soy algo diferente, evolucionado, envejecido, desganado. (Ya no) soy esa chica. Soy la misma piel y los mismos huesos. Soy la incredulidad de quien ha sentido el sufrimiento en el estómago y la tristeza profunda agazapada en lo más primigenio, sin que quisiera marcharse. Soy un verano negro y de lágrimas. Soy las cenizas de las que volví a nacer. (Todavía) soy esas cenizas barridas debajo de la alfombra más gruesa. Soy resignación, ausencia de paciencia, ausencia de impaciencia. Soledad, ansias de viajar, independencia. Soy el silencio de quien no tiene que darle explicaciones a nadie. Soy aquella que camina rápido con una maleta y que no quiere que venga a recogerla nadie al aeropuerto. Soy la que sonríe por amabilidad aunque sea un día de mierda. (Ya no) soy Tina Leone. Soy otra ilusión que parece diluirse. Soy ese espejo. Esa chica que me mira desde el otro lado. (Ya no) esa chica que me mira desde el otro lado.

Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Sólo piel y huesos.

Pero antes de llegar a él paso por casualidad por otro que me devuelve Google, que me sorprende, me calma inconscientemente, y consigue que me ría de lo que es el destino. Esta vez no es más que un fragmento:

27 de octubre de 2014.
Soy incapaz de arrepentirme de cada palabra que te dedico en susurros, cuando vuelvo a ser piel y huesos pero no por un vacío sino por que tú me reduces a mi esencia, a lo que soy y a lo que siempre voy a ser pero que a veces bizquea según las circunstancias que me rodean. Tú me has encontrado desnuda sin vuelta atrás, y en esos momentos de agarrarme a tu piel y reaprenderme tu olor pegada a ti podría hablarte de cualquier cosa, resquebrajar cada capa de dureza que he ido creando y cada parche de piel que cubre todos mis recuerdos dolorosos y susurrártelo porque quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie. Porque sé que puedo. Porque sé que eso forma parte de la magia de habernos encontrado.

La infusión que mi madre me ha hecho me quema en el estómago mientras escribo, y releo, y escribo, y pienso que no sé si será o no buena idea volver a airear este rincón, el rincón al que siempre vuelvo. Donde siempre soy, en esencia y a fin de cuentas, piel y huesos. De una u otra manera. Siempre. 

lunes, 4 de mayo de 2015

Vértigo.

Supongo que no puedo ser todo eso que nunca seré. Quedarme o no con ello ya no depende de mí.