martes, 26 de mayo de 2015

¿Cuándo iremos a ver el mar?

Son unas escaleras empinadas; obviamente, no será lo mismo bajar que subir. Poco a poco la noche se ha ido cerrando y la brisa se cuela de vez en cuando entre sus palabras, recordándoles que están lejos del calor y el viento de su hogar. Pocos pasean por esas zonas, llenas de verde y penumbra, pues la mayoría prefiere acercarse al centro del pueblo, donde casetas y un pequeño escenario atestiguan que están de fiestas.

Caminan con calma, se miran, conversan, se entienden, se confiesan y hablan del pasado, del presente, de lo que ya fue y de lo que puede que vendrá. En realidad, apenas se conocen, pero han viajado juntos y la noche recién estrenada los ampara mientras ella se envuelve un poco más en su chaqueta, y él le pregunta si tiene frío. Es julio, pero el norte trae regalos nocturnos en forma de frescor arrancado al verano más abrasador. Se han dejado guiar por sus pies y sus frases, podrían haber elegido cualquier otro camino pero, sin embargo, ahí están, bajando esas escaleras y aproximándose al paseo marítimo.

El cielo se cubre de azules oscuros y apenas unas nubes perezosas lo salpican, mientras el mar les devuelve su reflejo. Un mar inmenso y calmo, en el que los días anteriores se han mojado los pies y las ganas, mientras se besaban, y que ahora es una masa negruzca jaspeada de plata que les habla sobre paz y vacaciones. Sobre haberse encontrado, y estar viviendo ese pequeño regalo al que, esperan, le sigan muchos más.

La tranquilidad del gran manto salado no es más que un eco de sus adentros. Se quieren, pero todavía no se atreven a tomar consciencia de ello; aunque ambos, a pesar de la resistencia de serie, lo están deseando. Van a comprar un par de pizzas.

Anochece en Suances; también en los fantasmas de su pasado.

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