Mi padre asiente, con seriedad pero frunciendo el ceño pensativo, mientras me escucha decir:
- No todo el daño es reparable.
Y sigue fumando su cigarro, mientras me dice lo que piensa y yo soy incapaz de mirarlo a la cara porque hoy parece que cualquier mirada me duele, por la luz que desprende y choca hiriente contra la oscuridad de la mía. Las ojeras, que casi escuecen, tirantes y profundas, tampoco ayudan.
¿Cuántas veces me habré duchado esta semana? Huyo lentamente al chorro de agua caliente como única salida, falsa y temporal, a la angustia que empieza en la tripa y me sube hasta la garganta. Su estancia en el pecho se alarga; se recrea entre mis pulmones, funciona de almohadilla de espinas para mi corazón.
Pienso, con la música de fondo y el agua cayéndome en el rostro, en que igual que el fénix acaba reducido a cenizas después de haber resultado majestuoso a mí me ocurre lo mismo, pero acabo convirtiéndome en piel y huesos. Para lo bueno, y para lo malo. Siempre, piel y huesos.
Y vuelvo a textos antiguos, y encuentro el que quiero hallar.
28 de noviembre de 2013.
Soy piel y huesos. Soy una sonrisa burlona devuelta por el espejo. Un aliento más, el pecho hinchado de vacío. Soy un fracaso que duele. Un fracaso que enseña. Soy la penúltima nota de un violín que arranca desde sus cuerdas una melodía rota. (No) soy la chica de 15 años que se enamoró casi sin razón y respiraba pasión en el invierno más frío. (No) soy la chica que se enamora. Soy los resquicios de lo que algún día fui. (Cómo pude ser) así. Soy algo diferente, evolucionado, envejecido, desganado. (Ya no) soy esa chica. Soy la misma piel y los mismos huesos. Soy la incredulidad de quien ha sentido el sufrimiento en el estómago y la tristeza profunda agazapada en lo más primigenio, sin que quisiera marcharse. Soy un verano negro y de lágrimas. Soy las cenizas de las que volví a nacer. (Todavía) soy esas cenizas barridas debajo de la alfombra más gruesa. Soy resignación, ausencia de paciencia, ausencia de impaciencia. Soledad, ansias de viajar, independencia. Soy el silencio de quien no tiene que darle explicaciones a nadie. Soy aquella que camina rápido con una maleta y que no quiere que venga a recogerla nadie al aeropuerto. Soy la que sonríe por amabilidad aunque sea un día de mierda. (Ya no) soy Tina Leone. Soy otra ilusión que parece diluirse. Soy ese espejo. Esa chica que me mira desde el otro lado. (Ya no) esa chica que me mira desde el otro lado.Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Sólo piel y huesos.
Pero antes de llegar a él paso por casualidad por otro que me devuelve Google, que me sorprende, me calma inconscientemente, y consigue que me ría de lo que es el destino. Esta vez no es más que un fragmento:
27 de octubre de 2014.
Soy incapaz de arrepentirme de cada palabra que te dedico en susurros, cuando vuelvo a ser piel y huesos pero no por un vacío sino por que tú me reduces a mi esencia, a lo que soy y a lo que siempre voy a ser pero que a veces bizquea según las circunstancias que me rodean. Tú me has encontrado desnuda sin vuelta atrás, y en esos momentos de agarrarme a tu piel y reaprenderme tu olor pegada a ti podría hablarte de cualquier cosa, resquebrajar cada capa de dureza que he ido creando y cada parche de piel que cubre todos mis recuerdos dolorosos y susurrártelo porque quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie. Porque sé que puedo. Porque sé que eso forma parte de la magia de habernos encontrado.
La infusión que mi madre me ha hecho me quema en el estómago mientras escribo, y releo, y escribo, y pienso que no sé si será o no buena idea volver a airear este rincón, el rincón al que siempre vuelvo. Donde siempre soy, en esencia y a fin de cuentas, piel y huesos. De una u otra manera. Siempre.
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