martes, 4 de marzo de 2008

Sóplame en las manos, a ver si tu aliento me sirve de combustible para encender este frío que las deja quietas. Ya no me choco con los témpanos de hielo que surgen a mi paso, ya no me desplazo, la inmovilidad es tal que apenas se hincha mi pecho a cada respiración. Qué frío tan repentino, ¿verdad? Cuando creíamos que la lengua de fuego del sol nos iba peinando por las mañanas... Se desata la tormenta.

¿Y mi bufanda? Dónde se ha quedado mi bufanda... Este viento helado se me cuela por la nuca y me recorre la espalda, no sé si voy a poder soportarlo sin sufrir otro escalofrío. Susúrrame bien cerca de la oreja, que tu voz recorra mi cuello y lo saque de esta agonía de carámbanos de hielo. Date prisa, por favor, date prisa. Se me está haciendo insoportable este constante temblor.

¿Cómo puede hacer este frío? Las palabras se quedan bailando en este halo de incredulidad condensada. No puede hacer este frío. Me arrebullo bien en las mantas. ¿No hay más? Vaya, no quedan más... Y sigo teniendo frío. ¿No me ves? Abrázame. Tal vez contigo no me haga falta ni el calor de las mantas. Estoy segura de ello. El calor... Empiezo a olvidarlo. En serio, ¿es posible que haga este frío?

¿Y mis pies? No sé siquiera si siguen aquí, sujetándome. Espero que sí, no obstante. Tienen que llevarme a ti de nuevo. Espera, aún no te vayas, espera.

Abre las ventanas, anda, por favor. Me han dicho que afuera hace un día espléndido.

viernes, 29 de febrero de 2008

Cuando nos dijeron que lo primero que pasaría cuando llegáramos al aeropuerto de Bérgamo sería el hecho de que los perros italianos nos olfatearían de arriba a abajo en busca de sustancias estupefacientes, las reacciones fueron muy dispares. Los hubo que se rieron y los hubo que dijeron en voz baja que a ellos les daba verdadero pavor los perros.

Yo, sin poder evitarlo, me vi preguntándome cómo le sentaría a los perros su olor. Ese olor que ya forma parte del mío, que es el mismo, que no es igual. Pues yo el mío lo conozco de sobra. El suyo me sabe más dulce.



Quería dejar constancia del día de hoy. De la marca del bisiesto. Me hacía especial ilusión. Cosas que pasan...

miércoles, 27 de febrero de 2008

Todo está en penumbra. En el suelo, frío y sin atisbo alguno de polvo, la figura se encoge sobre sí misma, sometida a un casi imperceptible balanceo. En la oscuridad de la sala, su piel reluce ligeramente. Está desnuda.

Se han ido todos. Ya no queda nadie. No obstante, ella sigue allí como si los minutos hubieran pasado en balde. Se siente encadenada a ese lugar a pesar de que hoy más que nunca su alma le dice que no es su sitio. Pero ella quiere creer que no es así. Que, en esa sala, siempre habrá un trozo de suelo donde dejarse caer, o vibrar, o gritar, o hablar a los demás con el silencio. Sin embargo, el frío que siente su piel desnuda le dice lo contrario.

Intenta levantarse y no puede. El helador suelo de madera empieza a quemarle. Pero no puede levantarse, está anclada a ese sitio. Escucha risas que no son más que productos de su imaginación, oye voces lejanas que parecen llamarla pero en realidad no hay nada. Ya no queda nadie. Sólo ella. Y ni siquiera puede moverse y salir huyendo. Lo intenta, de nuevo lo intenta y siente sangrar sus adentros ante la impotencia de esa ridícula inmovilidad.

Comienza a respirar con fuerza y rápidamente. Tiene que salir. Tiene que, primeramente, levantarse y poder salir. Observa la negrura que la envuelve y se da cuenta de que no le hacen falta las luces encendidas. No ahora. Se conoce ese lugar como sus recuerdos. Comienza a impacientarse y la angustia va ganándole terreno a la calma. ¡Tiene que levantarse! No puede quedarse ahí todo el día... no puede. Los demás ya se han ido. ¡Ya no queda nadie!

¿No se escuchan sus gritos? El frío crece y ella sigue allí. Por un delicioso momento, se cree capaz y comienza a moverse. Ya puede hacerlo, parece que esa inmovilidad va remitiendo... Pero ya es demasiado tarde.

La oscuridad desaparece. La luz impacta contra ella canalizada por los potentes focos, compañeros imprescindibles en ese día y en cualquier otro que se desarrolle encima de ese suelo de madera. El patio de butacas apenas se ve. Escucha el sonido característico del telón moviéndose. La obra está a punto de comenzar. Y la actriz, consciente de su desnudez, siente que se ahoga mientras se da cuenta de que no ha sido capaz de encontrar su disfraz.

martes, 26 de febrero de 2008

Como si el tiempo se hubiera parado para morderme la oreja y hacerme saber que siempre está allí. Mientras escuchaba a mi compañero hablar, me he fijado en cómo se iban humedeciendo sus ojos conforme dejaba escapar las palabras una tras otra. En cómo su garganta subía y bajaba tiñendo su voz de gris. Él se ha zambullido en sus recuerdos compartiéndolos conmigo, yo estaba dispuesta a lanzarle el salvavidas cuando fuera necesario. Pero no ha hecho falta. Ha preferido sonreír y llenar el silencio pincelado con murmullos de esa clase huérfana de profesor con un paseo por su memoria y por los momentos que, aunque perdidos, permanecen impasibles ante la erosión del mismo tiempo.

Más tarde, después de largas horas de sesenta minutos, le he hecho un comentario a otra compañera con la que llevo cortos años de trescientos sesenta y cinco días y el tiempo ha vuelto a soplarme en la nuca. Ha sido extraño. Me he dado cuenta de que ya no teníamos doce años. La he mirado como si hiciera meses que no me fijara en la forma de sus mejillas o en la sombra que le hace el flequillo sobre los ojos. He sentido que crecíamos y, por increíble que parezca, ha sido una sensación totalmente inesperada. Ella ha vuelto a concentrarse en el ejercicio que nos planteaba el profesor, sin sospechar que había activado cierta idea que sigue turbando mi cabeza...

He sentido al tiempo. No he lamentado su paso ni temido su llegada, simplemente he sido consciente de que es algo que nos va modelando con paciencia hasta que casi no nos damos cuenta. Los segundos, los minutos o las horas no son más que nombres con los que creemos que lo atamos, pero no nos damos cuenta de que es un nudo que nos condena a ambos. He sentido al tiempo latiendo a mi lado, para luego volver a aceptar que, en realidad, anida en mi interior, en el interior de todos. Que comparto mis latidos con los suyos, sin poder añadir el viceversa.

domingo, 24 de febrero de 2008

Apenas hay fotos tuyas en mi álbum. Tal vez por eso de ser la pequeña, de haber llegado en último lugar. Aunque hoy por hoy eso sería incierto. Estoy segura de que tanto a ti como al que ahora luce el título del pequeño os habría encantado conoceros. Pero, claro, quién me asegura a mí que no lo habéis hecho ya...

Hoy he mirado los álbumes viejos y, como decía, me he dado cuenta de que son escasas las fotos que papá decidió poner en el mío con tu rostro. Sin embargo, las hay. Me he quedado mirando cada una de ellas intentando construirte a partir del silencio de la casa vacía. He esperado a que se fueran todos, no quería entristecer a mamá. A pesar de que sé que, después de tantos años, la tristeza sería nostálgica y no amarga. No como la de los días que siguieron a ese que también hoy lleva tu nombre.

Me duele darme cuenta de que apenas te recuerdo. Pero, si cierro los ojos, escucho tu voz. La voz de aquella lejana noche en la que mi hermano y yo aguardábamos nerviosos a que dieran las siete de la mañana. Aquella noche en la vieja casa de las Delicias. No he vuelto a ese lugar. A la misma calle, sí. Una sola vez. Y no me di cuenta de que era esa calle. Aun así, sé que aún hoy estaría tentada de sentarme en el curioso escalón de la ducha. O ponerme de puntillas para alcanzar el bote de colonia con forma de pastor alemán.

Lo poco que te recuerdo es en tonos sepias. Y tus gafas grandes, de pasta gruesa. Seguro que si alguien las viera ahora las tacharía de anticuadas... A mí me recordarían a ti y, seguramente, suspiraría. Después me acordaría de las gafas oscuras de papá a pesar de que era Febrero y estaba nublado. O de la voz quebrada de mamá cuando dijo la palabra cielo. Volveré al día de Carnaval, al último día que te vi. ¿Sabes una cosa? No lo recuerdo. Pero sí que recuerdo tu nariz ligeramente curvada y cómo sabían tus brazos.

Además, no tengo que lamentar tanto que apenas te recuerde. Pues no es así. Te puedo encontrar cuando me plazca en el humor de mi hermano, que no es más que el mismo de mi tía, aquel que ambos heredaron de ti. Te encontraré en cada momento que pase fugaz por mi mente, con la velocidad justa para poder atraparlo y dormir con él bajo el brazo. O, incluso, en mis sueños. Jamás he soñado contigo y puede que hoy sea la primera noche.

Es delicioso sentir este nudo en la garganta mientras escribo. Me dice que te sigo sintiendo. Que, aunque aparentemente ya no sea la niña de hace nueve años, sigo siendo la niña que ríe cuando su abuelo ladra en mitad de la madrugada de Nochevieja a escondidas. Quizás mañana vuelva a mirar tus fotos y a fijarme en tus gafas gruesas o en tu pelo oscuro. Y sé que mi vista se parará en esa que nos recoge a los dos. Te notaré a mi lado más intensamente. Y, en el silencio de nuevo, palparé tu voz y me volverá a doler que apenas te recuerde. Pero, ¿sabes?, sonreiré porque rememoraré tu imagen haciendo lo propio. Porque mientras piense en ti sabré que, de algún modo, sigues vivo y sonríes al vernos a todos gritar en silencio tu nombre en este frío día de Febrero.

sábado, 23 de febrero de 2008

- ¿Has visto la luna? - dice.

Le pregunta. Y no se da cuenta de que lleva viendo la luna todo el día, incluso cuando el sol andaba mordiéndole la nuca a ambos. Con su aliento de fuego. Le mira sin responder a su pregunta. Y confía en que él sepa desgranar sus silencios y coserlos, confeccionando así las palabras que se niegan a pasar por la travesía de sus cuerdas vocales. No necesita repetir el interrogante puesto que va descifrando la contestación con la ayuda de sus ojos. Los suyos ya no están clavados en el cielo pero siguen observando al astro.

-¿No es preciosa? - parpadea. En silencio.

En lo alto, la luna, sonríe con sus mil caras sin serlo, removiéndose en su puesto de centinela para ensancharse un poquito. Sólo lo justo. A ella también le gusta sentirse y que la sientan hermosa.

miércoles, 20 de febrero de 2008

No es la primera vez que me choco con una escena de estas características pero me sigue impresionando como la primera vez. Los gritos que nuestras mentes ahogaban durante la batalla no son nada comparados con este silencio. ¿No te pasa a ti? La ausencia total de voces va a acabar volviéndome loca. No me atrevo a repasar los rostros de los que aquí se encuentran, de miradas vidriosas y corazones invadidos por la frustración. Hay algunos que tienen motivos para alegrarse, para sonreír con complicidad. Sin embargo, aquí y ahora, hasta sentirse orgulloso duele. Cada respiración parece clavársete en este ambiente oxidado.

Los lamentos se mantienen suspendidos en el aire, esperando a que alguien alargue la mano y los atrape. Fíjate, allá ya han cazado uno. Las primeras lágrimas darán paso a la rabia de otros disfrazada de solidaridad, estoy segura. Siempre pasa igual. Me da hasta miedo caminar sorteando los cuerpos inmóviles, destrozados por la desazón del esfuerzo en vano. Lo que más quema es la sensación de que todo lo dado no ha servido para nada, ¿verdad? Parece que voy caminando sobre las ganas de levantarse de aquellos que están tendidos en el ya abandonado lugar donde se luchó.

¿Cuántas esperanzas de vencer? Todos piensan que no van a volver a pecar de ingenuos, que no van a permitir de nuevo que la ilusión sustituya su percepción de la realidad. Pero yo sé que no tienen razón. Acabaremos levantándonos como nos levantamos siempre, agarrando fuertemente esta frustración que nos apaga ahora la mirada, guardándonosla en el bolsillo hasta que sea necesario volver a dejarla campar por nuestro cuerpo. Volverán a encenderse las antorchas del campo de batalla cuando llegue la hora de la verdad nuevamente. Nuestras voces se alzarán desafiantes a cada estocada, para apagarse cuando nos amilanemos ante un enemigo demasiado poderoso, sí. Pero lucharemos. Siempre acabamos haciéndolo, aunque en estos momentos, como en muchos otros, demos por sentado que no va a volver a ocurrir. Prestaremos cada fibra de nuestro ser al calor del combate. Y, aunque caigamos, devoraremos la indecisión con nuestras ganas de rozar el cielo con las yemas de los dedos.

¿Lo has oído? Parece que alguien ha levantado la vista del suelo. Poco a poco, vamos estando dispuestos. El enemigo no se ha alejado. Sigue delante de nosotros, colándose en nuestra mente y retorciéndose de júbilo desde nuestros adentros. Sin embargo sabe que tendrá que volver a enfrentarse a nosotros. Sabe mejor que nadie que ha sido creado para que lo superemos, para que el dolor de nuestra caída nos conduzca, con cicatrices o sin ellas, a la victoria. Y quedarnos a vivir en ella.

martes, 19 de febrero de 2008

Vacía pero repleta de sensaciones.
Intenta acordarse de todo lo que va a necesitar. No quiere dejarse nada. Primero lo junta todo encima de la cama. Lo repasa con los ojos y va murmurando el nombre de cada uno de los objetos mientras recorre la habitación una y otra vez. Parece ser que no se ha dejado nada. Observa el papel que cubre las paredes. Ennegrecido, levantado por las esquinas como pidiendo en silencio libertad para echar a volar. Decide que lo tiene todo y lo ordena. Por colores, por tamaños, por la de veces que los ha usado. Sabe perfectamente qué es cada uno de ellos, para qué sirven, por qué los tiene. Ninguna duda tiene acerca de todo eso. Sin embargo, siente que no le son útiles a pesar de saber todo sobre ellos... O eso cree.

Lo va guardando todo. Poco a poco, para no dejarse nada que más tarde pueda lamentar, aunque tiene la extraña sensación de que va a echar de menos justamente lo que no tiene. Sí, ya está todo. Ahora viene cuando hay que cerrarla... Es curioso. Creyó que no iba a poder, que todo lo que tiene dentro la iba a desbordar, pero caben perfectamente. Lo ha ordenado todo tan bien que incluso queda hueco libre.

Incorpora la maleta y observa la habitación. El papel pintado sigue queriendo estirarse como después de un sueño que nos ha dejado exhaustos. La ha vacíado completamente, lo tiene todo en la maleta. Quiere compartir de nuevo esa sensación y deshace sus pasos para volver a colocar el maletón encima de la cama. Lo abre y ahí tiene todo. En cambio, se da cuenta de que la ve vacía.

La habitación y la maleta, llenas de cosas que la hacen sentirse vacía. Echa de menos lo que no tiene. Mientras se aleja dejando la maleta vacía encima de la cama sin sábanas de la habitación vacía, una hoja de papel pintado cae envejecido. Desea marcharse con ella a pesar de que no pueda dejar de arropar esa habitación. Ese alma.

domingo, 17 de febrero de 2008

Como el cielo. Con una luna que anda desperezándose, dispuesta, como todas las noches, a acudir al canto de aquellos que la llaman, trayendo de la mano a la noche. Escondida en los pliegues del cielo, como cuando mis manos se esconden en los recovecos de su cuerpo, tentándole a que se decida a encontrarlas.

Es curioso. Sé que el techo que nos alberga a todos estará albergándolo a él ahora mismo en este preciso momento, tal vez mientras el traqueteo del gran monstruo metálico lo va adormeciendo poco a poco. Me atrevo a desear que, si es así, esté soñando conmigo. A la sombra de un cielo que disfruta de su compañía todos los días, que puede verlo, que, si se le antoja, puede mandar que las nubes lo rocen con su aliento de niebla, dándole envidia al mío propio y provocando que mis suspiros se condensen en las ganas de que lleguen a sus oídos. Curioso querer ser la luna de ese cielo y conseguir observarlo mientras duerme como un niño. Como el niño que es. Y alumbrar la ocuridad que lo rodee para enseñarle que sigo sonriendo aparentemente sin motivo, igual que él me ha enseñado a sonreír sólo para los dos.

Pero mi alma también sabe que puede mimetizarse con el cielo tan solo dándole el impulso que mi imaginación necesita, valiéndose de su imagen zumbando en mis recuerdos, y encontrarme con él, dando, si se tercia, un paseo sobre el ejército nuboso del mismo manto que nos cubre. Ese ejército que se tiñe al amanecer y al atardecer del mismo tono que adquieren mis mejillas cuando me reconozco entre sus palabras. Entre su magia.

Voy a ser benévola y no voy a culpar al cielo. Voy a agarrarme a la certeza de que, de la misma manera que él se desplaza, se cubre de colores, se va y vuelve a pesar de que siempre esté allí, pasa largas temporadas a oscuras para retornar con un sol que nos pica en la nuca; regresa. Con luna o sin ella, el cielo regresa aunque esté aquí permanentemente. Voy a agarrarme a la certeza de que él también regresa. Y confío en que lo haga para contarme sus sueños, prestarle su cuerpo a mis manos y encenderme la sonrisa de nuevo. Con un cielo que nos recoja a los dos y no por separado, mientras la luna sigue susurrándome que yo lo echo de menos y ella lo está mirando en este mismo instante.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Creía que lo tenía todo. Pero ha contemplado sus manos y las ha visto agrietadas y pálidas, absolutamente sedientas de algo que no alcanzaba a comprender. Pero si ella lo tenía todo... ¿Por qué esta sensación desértica en sus adentros? ¿De dónde viene ese silencio que apaga incluso el llanto? Qué falta. ¿Qué te falta cuando crees tenerlo todo? Se palpa el rostro y hace escala en sus ojos. Ciegos de ver perfectamente el vacío durante tanto tiempo. También creía que iban a servirle para abrirse paso, rasgando con un parpadeo las lianas que dificultaran el camino.

Creyendo aún que lo tiene todo, quiere sentirse libre y se da cuenta de que ya no lo tiene todo. Porque quiere más. Pide al aire que abanique sus sentidos sin distracciones revestidas de gris. Vuelve a desear que la espuma del mar la conduzca. ¿O tal vez nunca lo ha hecho?
Anhela libertad. Aunque piensa que ya la ha saboreado, no se da cuenta de que aún tiene que conocerla. De palpar su olor y cubrirlo con la saliva que se aloja en su boca. No sabe que tiene que sentirse vacía para iniciar el viaje. No se da cuenta de que, además de saber que algo le falta, tiene que procurar no echar de menos ese todo que le llena de regocijo cuando sigue repitiendo que lo tiene todo.

Aguarda en silencio mientras su alma se descongela, para llenarla por dentro y provocar que se sienta vacía. Pero ni siquiera sabe que ésta también anhela libertad. ¿Se dará cuenta de sus gemidos? Quizás solamente piense que le ha sentado mal la comida.

domingo, 10 de febrero de 2008

Escucho su respiración mientras me cuenta que tenía que haber ido a la peluquería. Que ya no hace viajes de esos que hacía antes y que a veces se siente con fuerzas para ir a uno de ellos pero que siempre termina echándose atrás. Yo asiento mientras bebo del zumo que me ha ofrecido y le sonrío siempre que me mira. Intento concentrarme en sus palabras y articular una respuesta coherente y que la satisfaga, pero ha sido un domingo sin serlo y no estoy en lo que tengo que estar.

Con el velo de sus palabras, surco imágenes que se me antojan inventadas, como si aún no fuera capaz de creer que han pasado. Agacho la cabeza para que no me vea reírme sin motivo aparente y vuelvo al salón de su casa, al salón donde crecí jugando a las damas y dibujando, y me centro de nuevo en lo que me dice. Empiezo a pensar que es totalmente imposible prestarle el mínimo de atención que se merece, pero yo sigo incapaz de reprimir las sonrisas que se suceden unas tras otras, susurrándome un nombre que aún está grabado en cada estremecimiento de mi piel. Me pregunta por los estudios y me guiña un ojo cuando me dice, como todos los domingos, que eso yo lo tengo bajo control. Le digo que no siempre y se va dejándome a solas con esas sensaciones que me pellizcan las mejillas. Es increíble, pero creo que aún las tengo sonrojadas. Será que todo el calor robado ha ido a parar allí, justo debajo de los ojos, que siguen brillando...

Vuelve pero, apenas se vuelve a sentar, suena el timbre y tenemos que marcharnos. Mientras nos ponemos el abrigo, me mira y sonríe como casi siempre hace. Me pregunto si habrá intuido que detrás de esas sonrisas idiotas que me invaden se esconde su nieta inexperta y sedienta, pensando una y otra vez que ha sido un domingo con traje de seda y entre sábanas extrañamente ajenas.

viernes, 8 de febrero de 2008

Como si pasearas de la mano de la inexperiencia por calles vacías de soledades, de paredes grises, gris nostalgia. Y en cada ladrillo contemplaras esos rostros que forman los muros de tu existencia, hechos de hormigón y sentimiento, manteniéndote firme y haciendo la vista gorda mientras te abrazan y te vuelven a equilibrar cuando flaqueas. En qué puerto arribará la esperanza cuando no pueda compartirla con nadie, cuando me sienta desnuda ante el frío de la noche de dientes afilados y fríos.

Como si durmieras sobre nubes de incertidumbre por lo que va a pasar, por lo que podría pasar, por lo que ya no va a poder pasar. Pero, aún así, el descanso fuera tan delicioso que tus párpados se rindieran al suave e hipnotizador aliento del presente mientras en tus pestañas sientes el cosquilleo de la tranquilidad. Y en cada balanceo rozaras una estrella diferente. Y, en cada una de ellas, reconocer los ojos que tu memoria busca para rastrear su origen y taparte con las sábanas de los momentos que te regala. Un sueño placentero, el sueño de vivir siendo consciente de ello. De qué me servirá soñar cuando no desee contarle a esa persona que su sonrisa ha iluminado esta vez mi noche.

Como si las ganas de salir adelante amortiguaran las de dejarte caer por las grietas que se abren en tu piel reclamando una mano que alivie el dolor que producen y las haga cicatrizar con rapidez. Pero no las hagas desaparecer, por favor, quiero sentir que estuvieron allí. Esa curiosidad de adónde te llevarán tus pies el día de mañana, de si las paredes seguirán siendo de gris nostalgia. De qué color serán las paredes de mi alma cuando la negrura y la claridad se hayan sucedido sin descanso una y otra vez...

Como si las preguntas se te clavaran bien dentro, rozando tus entrañas y animándote a buscar respuestas que te complazcan. Como si cada una fuera de una forma distinta, de un calor distinto, de un origen distinto. Y aguarden ahí, a tu lado, formando parte de ti pero esperando que les otorgues alas de plata que las deje ir libres.

¿De qué me servirá vivir cuando no haya respuestas que encontrar?

martes, 5 de febrero de 2008

Es tener la certeza de que todos lo saben pero nadie quiere admitirlo. Es silencio envenenado de miradas y de encogimientos de corazón cuando percibes una puerta que se entorna o un pestañeo que impulsa a una lágrima a mezclarse con las sales de tu piel. Cruzar los dedos al tiempo que escuchas que alguien se acerca. No sabes qué desear: si palabras que alivien esa desazón que te carcome o que el silencio siga reinando y no arriesgrase a que los gritos rasguen la tranquilidad aparente de la noche. No cerrar los ojos. Ni darle oportunidad a los cabellos de tu nuca de relajarse.

Procurar que la ponzoña del silencio no afecte demasiado a tu alma. Pues la tensión sigue ahí, aguardándote en cada esquina del pasillo en penumbra, con dientes afilados y sonrisa maliciosa. Sabe que la temes y se aprovecha de ello.

miércoles, 30 de enero de 2008

La noche me engulle con su frío envuelto en sueños. Y es cuando su mano recorre mi espina dorsal invitándome a un furtivo escalofrío cuando la noto más sincera, más mía. Escucho su silencio, aquel que pinta de soledad mi respiración, que no mis recuerdos. Ellos permanencen fieles a su figura recortándose en la misma noche que me insufla ganas de que apague ese efímero escalofrío que me recorría, apagarlo con tan solo rozar mi cuello con las yemas de sus grandes dedos o, tal vez, con esos labios rebeldes que aguardan traviesos a un descuido de los míos para adueñarse de mi boca y elevarme con los pies bien firmes sobre el suelo.

La noche sigue acunándome silenciosa, siendo la única que observa el absurdo intento de mis dedos de canalizar lo que turba mi mente, lo que mi alma ya anhela. Esos deseos correteando por la línea de mis pensamientos, desordenando todo cuanto me propongo hacer a derechas. Creo que si tuviera voz, la noche me preguntaría que qué es lo que retrasa la expresión de mi rostro. Que por qué no sonrío. Y no sabría qué contestarle, aunque pretendería que mis palabras, fueran las que fueran, reflejaran la verdad. Así que tal vez le contestaría que mis adentros arden pidiendo más palabras, pero que yo entera no soy capaz de dárselas. Que la preocupación va en aumento cuando sólo consigo vagar sin rumbo fijo por unas cuantas sílabas, pensando tal vez en las suyas, en las que me llenan, en las que me hacen despreciar las mías, pues son sus mundos los que me arropan en esta noche que hiela las ganas de adelantar la expresión de mi rostro. Hielo que, estoy segura, temblaría con la visión de sus iris de miel a dos centímetros de los míos, sonriéndome sus pupilas.

La noche es la única testigo de esta desazón que agita mis sentidos, llenándome de confusión y confianza. Creo que me entiende, creo que sabe lo que intento hacer saber que siento sin éxito. Está aquí, llenándome de frío e intentando vacíar estas ganas que me incitan a echarlo de menos en la soledad de la de negro. Salpicada de estrellas que no son más que puntos de miel que no dejan de sonreírme en la distancia.

miércoles, 23 de enero de 2008

Me pegó un susto del copón. A poco me arranco la cabellera cuando oí esos golpetazos en la puerta mientras me peinaba. Creo que el peine que estaba usando aún sigue temblando. Qué golpes, madre mía.

-Es que tardabas tanto... Y después de todo lo que ha pasado, no sé. Siento haberte asustado, pero estaba realmente preocupada. Llevabas dentro tanto rato...- me dijo cuando le pregunté sobresaltada que a qué venía esa entrada digna de los GEOs.

-¿Dentro de dónde? ¿Del baño?

-Sí.

Y miró al suelo como avergonzada mientras afirmaba. Le iba a contestar que seguía sin entenderlo pero, cuando me disponía a abrir la boca, lo comprendí todo. Después de todo lo que ha pasado, me había dicho... Mandaba narices. Sólo me faltaba eso.

-Pero, ¿tú estás ida de la cabeza o qué te pasa? ¿Creías que me estaba abriendo las venas o algo así? ¿De veras que me ves capaz de una cosa así?

Negó con la cabeza porque, lo que era hablar vocalizando, no podía. Había empezado a balbucear y cuando sus hombros comenzaron a sufrir sacudidas me temí lo peor y le metí un abrazo de esos que estrujan el alma hasta que la sientes clavándose en tu pecho. Dio rienda suelta a sus lágrimas y le revolví el pelo para que se calmara. Tenía los nervios a flor de piel y no tendría que haberle gritado... Pero no pude evitarlo. Con toda la tensión acumulada y las ganas de clavar cabezas en estacas que se iban formando en mis sienes me iba a volver loca. Y lo pagaba con ella, cuando sólo se estaba preocupando. Mira que era idiota yo también. Aunque he de reconocer que me jodió que pensara que me estaba suicidando o alguna historia de esas macabras. Tendría que saber que yo no escapo así de los problemas, que ni siquiera intento escapar de ellos.

Mientras sentía sus manos diminutas aferrándose a mi espalda, comprendí que la cosa no podía terminar así. Que tenía que hacer algo pero ya mismo porque no eran normales esos sustos que nos estábamos llevando ambas a diario. Decidí que saldría a por ellos, a por esos problemas que me venían acechando desde hacía tanto tiempo, echándome su aliento maloliente en la nuca pero sin llegar a acercarse lo suficiente. Que estaba ya hasta donde la espalda pierde su santo nombre de tantas trabas, de tanto punto y coma. Y más aún si la estaba afectando a ella de esa manera. Temía por mí, o eso me decía... De veras que se me encogió todo el cuerpo mientras oía sus sollozos. ¿Qué culpa tenía ella?

Suicidarme... Recordé todos los silencios y las caretas de piedra de esos días, pero... Es que había veces que no podía evitarlo. Que, si estaba jodida, estaba jodida y punto. No tenía ganas ni ánimo de esconderlo fingiendo cual actriz de teleserie. Pero el sonido de su preocupación me dio fuerzas, además de una colleja en la nuca que me encendió la mente. Nada de venirse a abajo, nada de intentar agachar la cabeza hasta que todo pasara. Había que luchar. Y luchar por mantenerse de pie y ver el suelo lo más lejos posible.

Luchar por que esas lágrimas se tornaran risas despreocupadas que me sanaran a mí también. Coser bocas con las palabras y deshacer actos con la rabia contenida de mis aspavientos. Mirar al frente y atarme bien el camisón, por lo que pudiera pasar. Estar preparada.

-Aún nos quedan muchas puertas que tirar abajo juntas, pequeña. Pero muchas...

martes, 22 de enero de 2008

De pequeña apenas hablaba, apenas podía hablar. Pero siempre le embargaba aquella extraña felicidad que, en ocasiones, se tornaba contagiosa para todos aquellos que la contemplaban. Los había que se mofaban de su sonrisa, tan perpetua, tan llena de esa magia que escapa a la percepción de muchos; otros, en cambio, veían en ella un mundo. Todo un mundo por conocer, del que empaparse. Un lugar para perder las penas adheridas a las paredes del alma era, sin duda alguna, sus risueños ojos negros. Su madre siempre le decía que no tenía que preocuparse, que ella era como todas las demás niñas aunque se empeñasen en decir lo contrario. Ella asentía mientras su madre la abrazaba en silencio.

Y esa chispa de niñez que aún conserva en su rostro, a pesar de que las curvas de su cuerpo ya estén bien definidas. Esas palabras que, quizás por el esfuerzo que debe hacer para pronunciarlas, provocan escalofríos en el corazón por la pura emoción de escuchar su voz. Incluso los que antaño se reían de ella y le tiraban de las coletas en el patio del recreo, bajo el pretexto de que era demasiado diferente, envidiarían la sencillez con que viste su compleja personalidad. Ahora trabaja y no hay cosa que le haga sentirse más orgullosa que vestir el uniforme de su empresa. Ella no sabe que es distinta, pues es libre. Se siente libre. Y cada vez se supera más; habla más, ríe más, contesta más y más respetuosamente a los que le dedican lúcidos insultos como “retrasada”, fruto de una mentalidad que deja mucho que desear. Se siente totalmente dueña de su vida, dentro de sus posibilidades. En sus ojos, hermanos de la noche, reside aún esa chispa de magia que la diferencia de los demás, sobre todo cuando sana el desaliento con su energía. Su madre sigue susurrándole palabras de aliento y abrazándola en silencio. Sigue siendo una niña, aunque crezca, aunque no se le dé del todo bien transmitir sus sentimientos con las palabras. Para eso ya tiene su sonrisa, más que suficiente.

sábado, 19 de enero de 2008

-Dime que suba. Y te juro que subo.

Le contestó el viento, corriendo vertiginoso a su alrededor, levantando los cabellos de ella y encogiéndole el corazón a él con ese frío que se le colaba en las entrañas cuando ella lo miraba. La contempló mientras la chica dirigía sus ojos al horizonte, tal vezluchando con las rudas lágrimas que amenazaban con plantarle una revolución allí mismo. Ambos bebieron del silencio hasta que ella, entre roturas de sus cuerdas vocales, volvió a romperlo.

-Dímelo...

A su alrededor, todo era caos. Personas que corrían de un lado a otro, manos agitándose, sonrisas melancólicas, gritos alegres pero devastadores, recuerdos que no cabían en las maletas. Pasados que se quedaban allí, quizás a las puertas de un futuro que vendría mordiendo para después lamer las heridas entre agua y sal. ¿Cómo iban a saberlo? Hoy estaban allí, pero mañana... Mañana podría ser una princesa soñando plácidamente o un monstruo que aguardara escondiendo las garras.

Y, sin embargo, ambos se sentían como en una foto en blanco y negro. Detenidos, condenados a permanecer allí por siempre. Y, es que, en parte, iban a estar retratados el resto de los días que le quedaran a sus memorias. Allí, en blanco y negro. Ya no se oían los gritos de Pasajeros al tren; faltaba poco para que su traqueteo característico agitara los nervios de todos los que se acomodaban dentro. Y ella seguía bajo la mirada de él, apretando sus manos contra la pared del frío vagón, como si así pudiera retenerlo. Seguía diciéndole con los ojos que se lo pidiera, pues sus dudas no tardarían ni una milésima de segundo en disiparse, lo mismo que saltar al vagón y abrazarse a él.

Pero no hubo respuesta, aparte del tren poniéndose en marcha y la ligera visión de algún pañuelo agitándose que se le antojaba a años luz. No hubo respuesta. Y el tren ya se iba. Se iba... No pudo mirarlo más y agachó la cabeza mientras se iba sintiendo minúscula. Él la observó hasta que no fue más que un punto difuso en la lejanía, aunque seguía palpando la visión de su rostro en mil pedazos. Hasta que desapareció en la distancia pero no en sus pensamientos.

-Ven aquí, conmigo.

La respuesta llegó tarde, tan tarde que ni el viento pudo recogerla y llevársela a ella. Tuvo que conformarse con las faldas de su vestido bailando al son de su presencia, así como que le secara las lágrimas que iban por fuera. Las de dentro no iban a poder secarse, no después de permanecer en ese andén. En blanco y negro.

miércoles, 16 de enero de 2008

Le digo la verdad y llora. Y se me esconde en esos ojos confusos que ya no sé si creer, que ya no me transmiten nada bueno. Agacha la cabeza mientras solloza y me dice que no le diga esas cosas. Pero, bueno, ¿en qué quedamos? Me ha pedido la verdad. Y yo entiendo por verdad la verdad verdadera, no esa verdad que cuelga de sonrisas adornándolas de hipocresía. Esa se la dejo a los que la disfrutan, que no son pocos.

Pretende derrumbar mis defensas y no se lo pienso permitir, por mucho que me acaricien sus espesas pestañas. Procuro seguir alimentando la firmeza en mí, y parece que, de momento, todo marcha bien. A lo lejos se oye el fútbol. Y ella sigue allí, oye, intentando que decaiga. ¡Que no, vamos a ver! Que esta vez no. No pienso decir nada más y aún así me veo a mí misma pidiéndole disculpas por mi tono. Pero, ¿qué me pasa? Y le devuelvo la sonrisa. ¡¿Qué pasa aquí?!

Deja de llorar. Por fin, pensaba que sus lágrimas iban a acabar inundando mi determinación y no es plan. Me dice que se alegra de que haya recapacitado. No la entiendo, de veras que no la entiendo. ¿A qué juega? Recapacitar dice... Y una tortilla de ajos tiernos, también. Le vuelvo a repetir lo de antes. La verdad. Me mira desconcertada y noto como una chispa de decepción iluminando su cara. Pero por qué me conoceré su rostro tan bien... También percibo la sangre acudiendo a paso ligero a mis sienes, palpitando bien ahí, ensordeciéndome por si no era poca la juerga que llevo encima.

¡Sorpresa! Que no me entiende, me dice. Por favor, que no empiece a llorar de nuevo. Que no lo soporto, vaya, que no quiero que lo haga. Se queda en silencio y le tiemblan los labios, no sé si de los cero grados que cuelgan de la nariz de los habitantes de la ciudad radical esta o de la congelación de sus sentidos. Me pregunto si le habré chafado su felicidad y no sé si me da gusto o repulsa pensarlo. ¿En qué me estoy convirtiendo? No, nada de eso, hay que seguir impasible. Eso es.

Parece que va a decir algo pero decide guardar silencio. De verdad que la ausencia de palabras me está quemando. Que diga algo, que me insulte, que chille, que me monte una bronca allí mismo. ¡Que me tire de los pelos si lo hace hablándome, que me da igual! La contemplo y esta vez sé que no voy a decir lo siento. Me habla con los ojos antes de volver a llorar. Creo que se va a deshacer en lágrimas si sigue así. ¿No puede parar o qué le pasa?

Consigo apartar mi mirada de su persona y escucho gritos mientras me alejo del espejo. Alguien ha metido un gol y mi padre defiende que ha sido fuera de juego.

domingo, 13 de enero de 2008

Titilantes, las luces parecen sonreír mientras las observo. Poderosas, saben que tan solo puedo hacer eso: encandilarme con sus formas cambiantes, preguntarme adónde van a llevarme esta vez. Me revuelvo entre las sábanas de inconsciencia que me cubren y procuro no moverme. Hace frío y me encanta. Me encanta que los escalofríos aguarden a que, inquieta, gire sobre mí misma y poseerme de la mano de un estremecimiento. Pero yo seré más rápida y huiré de ellos, me cobijaré en esas luces que me susurran, traviesas, que las siga. Y yo espero a que comiencen a tomar forma. ¿Qué forma, esta vez? Pues no siempre adquieren la que yo deseo, no se tornan parajes que no puedo visitar y cuya hermosura me arrebata las palabras y me llena el alma de abrazos de Mamá Natura, ni se metamorfosean en esos ojos que, mirándome desde arriba, me retan a ponerme de puntillas e intentar moderle la barbilla, empleando su pecho de punto de apoyo y provocando, tal vez, que liberen una lágrima que quieran secar mis labios.

No siempre es lo que deseo, o lo que creo desear, ya que muchas veces esas luces toman formas inesperadas que me llenan de incertidumbre, de gozo, de temor. Y siguen sonriéndome, ofreciéndome su mano. A veces creo que puedo ver más allá de mis ojos en su compañía, y así es. Esas luces tiemblan y me acarician con ternura, para después convertirse en poesía palpable y decirme que esta noche también sueño, pero que no me prometen si el recuerdo de esas imágenes será guardado en mi memoria y acudir a él cuando así lo quiera o, por el contrario, se quedarán en mi almohada, soplándome suavemente y consiguiendo que me estremezca mientras un prófugo escalofrío recorre mis adentros.

Esas luces siempre son las mismas. Cierro los ojos y allí están, enseñándome sus labios curvados mágicamente. En cambio, sus formas varían cada día. Pues acaban convirtiéndose en sueños, caprichosos y alentadores, fármaco inmejorable para matar las horas que me separan de los ojos que, con suerte endulzada, derivan de esas luces fascinadoras.

domingo, 6 de enero de 2008

El gris ha quedado totalmente limpio, sin fisuras, cubierto en su totalidad por una capa espesa de nubes que, al mismo tiempo que no deja pasar ningún rebelde rayo de sol, cubre las calles con un manto inclemente de negrura, amparando tal vez los corazones con frío que se lanzan a la aventura solitaria en un atardecer de domingo. En el ambiente flota el olor nostálgico de la lluvia cuando ya sólo se escucha su golpeteo contra los cristales en la memoria. No muy lejos bizquea, creyéndose estrella marchita, una vieja farola.

-Ya no llueve.
Parpadea, pues mi frase le sorprende, manchándole el silencio que la estaba llenando de paz.

-Lo sigue haciendo, ¿no te das cuenta?

Ahora es ella la que impulsa mis pestañas, alentadas por el misterio que connotaba su última frase. Miro al cielo de nuevo y parece que el gris pretende engullirme mientras me lleno de la calma que su presencia me ofrece. Mi piel ya no siente ni una sola gota de agua, pero aún tirita del chaparrón que ha dejado a los charcos simbolizando su presencia. El gris es plomizo, ya que noto su peso sobre mi persona, como si quisiera susurrarme que la lluvia se ha ido pero volverá cuando se le antoje. Aún no entiendo sus palabras, por más que lo intento.

-No, creo que no me doy cuenta-contesto por fin, sin atreverme a mirarla por si mis palabras le hacen mella.
-Sí que te das cuenta. Quédate en silencio y asústate de la tempestad de tus adentros. Date cuenta de que cada estremecimiento que sufres es un rayo que impacta impertinente contra la barrera que intentas construir. ¿No lo vas notando? El revuelo del aire provoca que las olas rompan hurañas en tu interior. Quieta; se acerca la tormenta. Y sigues permaneciendo impasible ante lo que se te viene encima. ¡Date cuenta! No puedes frenarlo, ya hueles la lluvia. Y te asustas, por supuesto que te asustas. Empiezas a empaparte. No puedes frenarlo...
-¿De qué estás hablando?-. Me asusto de veras. Nunca la había visto así.
-De que llueve. Que tengo el corazón inundado de lluvia. Que me ahogo y no para de llover. No para...
Dejo de contemplar el cielo y la miro, después de un rato sin atreverme, la miro. Tiene los ojos arrasados en lágrimas y tiembla ligeramente. Casi me veo reflejada en sus lágrimas, que ahora vuelven a mojar mi hombro mientras ella se convulsiona.
Que tiene razón. Y, a pesar de los paraguas cerrados que pasea la gente, la lluvia sigue golpeando su alma con fiereza salpicando también la mía.