miércoles, 29 de abril de 2009

La esperaba a la salida. Todos los días. Y ella bajaba la cabeza al verlo y ya no sabía cómo decirle que no podía más, que se habían acabado los días que pertenecían a los dos de un modo similar. Un día se enfadó conmigo porque tuve que mentirle y le cité dos horas más tarde para que ella disfrutara del momento. Ella será joven, pero tiene una mente totalmente amueblada para decidir; su madurez a veces se refleja en sus ojos y se vuelve tan fría que asusta. Necesita dejarse querer. Y él quiere quererla, pero no entiende que no se quiere a una persona porque quieras poseerla constantemente y una vez que la tienes te olvides de cuidarla, de hacer que cada día brille un poquito.

Me producen una aprensión extraña porque ella es muy cerrada con sus temas pero no puede esconder esto. Porque él siempre está ahí, esperándola, presentándose en cualquier lugar, haciendo que estudia solamente para estar en la misma sala que ella. Yo no puedo hacer nada, pero me carcome algo por dentro si la veo tan triste, tan apagada su pasión, la pasión que refleja en su voz y en su acento.

Porque hoy estaba ahí, llegando tarde, porque yo le cité dos horas más tarde, y se ha enfadado de verdad, pero lo único que me ha importado ha sido la mirada fugaz de agradecimiento de ella. ¿Que por qué? Porque al menos no era triste, y apagada, como pidiendo a gritos que alguien la quiera.

domingo, 26 de abril de 2009

Al fin y al cabo lo último que nos queda somos nosotros mismos. Dueños absolutos de todo lo que nos concierne, jamás va a conocernos nadie tan bien como nos conocemos nosotros, pese a que veces nos resultemos completos desconocidos. Sé que siempre insisto en el tema, pero es que me parece profundamente fascinante: nosotros, nuestro yo y nosotros mismos, condenados a vivir el uno con el otro para siempre. Es lo único que considero eterno dentro de este tiempo limitado que nos ofrece la vida. Porque, después, ya se verá.

Por eso mismo, no seríamos nosotros sin nuestras cosas. No sería yo sin mis olvidos o mi masoquismo consentido respecto al hecho de darle mil vueltas a las cosas. No sería yo sin mis arrebatos de egoísmo que odio, y que odian, y tampoco sin mi mala hostia momentánea, que a veces brota de repente y otras va escalando mi espalda hasta que enciende mi lengua con su calor envenenado. ¿Qué me queda, entonces, sin todo lo que me define? Sin todo lo que me rodea y que es sólo mío.

Tampoco sería mi persona, o sea, yo, si no estuviera metida en esto que me parece un agujero del que quiero salir pero en el que sólo consigo hundirme más y más. Porque, como sabemos, el tiempo se agota, y más el tiempo de esta etapa que me está conduciendo a un final inminente, y que me pide a gritos una decisión. No sería yo sin mis dudas ni mis equivocaciones, sin este miedo que siempre crece cuando me quedo demasiado en este rincón de mis pensamientos. Qué voy a hacer, qué me va a servir, qué me va a gustar, cómo puedo saberlo.

No sé. Pero sí sé que de ninguna de las maneras sería yo sin el estremecimiento de desesperanza que siento cuando el arte me llama, me llaman las tablas de ese escenario y las frases subrayadas en amarillo, y oigo de nuevo que eso es algo secundario, que lo primero es lo primero y que con el teatro no se va a ningún sitio. ¿Y si no tengo claro qué es exactamente lo primero? ¿Y si me duele que me duelan sus palabras? Porque esto empieza a ser un lastre demasiado pesado para mis pasos.

Por eso me enciende tanto que decidan por mí, que sientan por mí, que hablen por mí, que actúen por mí. Que escuchen mis oídos palabras que describen lo que me pasa adentro, y yo tenga que guardar silencio, sin estar sentada en ningún diván ni haber aflojado el dinero para escuchar eso, cosa que me parece absurdo si me permitís el apunte. No puedo soportarlo. Porque soy la única dueña de mis tormentas y mis calmas, y no hay más. Nadie escarba en mis adentros porque no puede, al igual que yo no puedo escarbar en los de otro. Si acaso siento a alguien que se mueve dentro, pero que si está ahí es precisamente porque mi cuerpo, mi ser, se lo permite. Y sé que no hablará por mí si no lo ve necesario.

Me dejan destrozada estas reflexiones que no sirven de nada, tan solo de avivar el fuego de mi angustia, mientras me hundo, un poquito más, y observo el sol cada vez más lejos. Tendré que escupirme en las manos, a falta de algo mejor, y tallar la roca si hace falta con mis gritos para ir ascendiendo, poco a poco, hasta sentirme en paz.

domingo, 12 de abril de 2009

No es lo mismo hacerlo alegre porque entonces incluso tienes un puntito de esperanza y te sientes dichoso, aspirando el aire con tranquilidad, devolviéndolo para que dibuje una sola imagen. La sonrisilla a medias pero la consciencia ausente, y un puntito de dolor revitalizante que te insufla fuerzas.

No es lo mismo, por ejemplo, que hacerlo triste. Porque es cuando te vienen las dudas, y el dolor aprovecha para convertirse en un monstruo gigantesco que amenaza con arrasarlo todo a su paso dejando impune tu percepción para que no pierdas detalle. No es lo mismo porque la lluvia se te hace pesada y comprendes entonces el significado de gris plomizo. Es demasiado el peso a tus espaldas. Los suspiros se tornan respiraciones agitadas que se suceden al compás del endiablado reloj y te vuelves loco porque ya no sabes que hacer sabiendo que no puedes hacer nada.

Acordarte, tal vez, de cuando lo hacías alegre, hace tres horas o tres días, y preguntarte qué ha cambiado y por qué. Piensas que tienes derecho, como todo ser humano, pero también recuerdas que el ser humano tiene muchos derechos y deberes que no cumple. Y te sorprendes, a ti mismo, generalizando. Para acallar tu vergüenza o tu dolor absurdo, intentando maquillarlo diciendo que es la vergüenza o el dolor absurdo de muchos. Pero es tan íntimo que sabes que no es cierto. Y cierras los ojos, porque el sonido en la ventana de la lluvia te está matando lentamente.

viernes, 10 de abril de 2009

No supo qué decir o qué hacer. O qué sentir. Después de tantos años temiéndolo y temiendo de alguna manera desearlo, había ocurrido y no sabía cómo reaccionar.

Son traicioneros los recuerdos. Sobre todo si te asaltan cuando bajas las defensas, o la puta lluvia de mierda y el no salir de casa te baja las defensas porque sí. Es increíble cómo se puede amar la lluvia aún viéndola como tu condena. Y eso pensaba ella, que eran traicioneros los recuerdos, porque si pasas años sin reemplazarlos acaban distorsionados y eso repercute en la realidad. Sí, se distorsiona, tu propia realidad, y acabas confundiendo el delirio con el sueño y todo se vuelve un bucle del que te ves incapaz de salir.

Por eso se había pasado tanto tiempo intentando evadirlos, porque le mordían el alma y acababa supurando agua y sal por todas las heridas. Porque su pecho le imploraba parar ese dolor si no encontraba una jodida explicación de una vez. No hay nada que acuchille más que las preguntas sin responder que se suplen con falsas palabras de aliento.

Al principio creyó que no era cierto y los primeros meses fue como ver una película en el cine. Luego pasaron los años y jamás se acostumbró a esa ausencia en espera, a la fe absurda y a los chillidos de sus manos porque se estaba agarrando a un clavo al rojo vivo. Y ahora... ¿ahora qué se supone que debía hacer? ¿Acallar su dolor, echarle un cerrojo a toda su vida, intentar olvidarlo, sentirse satisfecha?

No. No...


-Señora, lo siento, pero tiene que acompañarnos para reconocer el cadaver.
-Cla-claro.

Claro. Su hijo sólo llevaba diecisiete años desaparecido. Claro, podría reconocerlo sin problemas. Sabiendo que vivió y creció y ella no lo vio, y ahora que sus ojos van a reencontrarse los de él estarán apagados, oscuros, sin vida.
Supongo que, aunque sea una tontería, tengo derecho a sentirme así. Como triste, y medio vacía, sintiéndome observar un éxodo majestuoso que se extiende ante mis ojos pero que no me incluye.

Al más puro estilo pesimista, pero de noche y en pijama. Recordando viejos lagos, y dándome cuenta de lo que se siente cuando no eres tú el que te asomas a esas aguas transparentes. Absurdas tribulaciones; hace demasiado frío como para darse un baño ahora.

martes, 31 de marzo de 2009

-Me llamaste, ¿verdad? Me atrevo a pensar que nunca has pensado en que una de las veces podría escucharte, y elegir tu voz entre todas las voces, y acudir a ti. Ah, mis pequeños. No te asustes, estoy atendiendo a tu plegaria, que se ha elevado como un canto hasta llegar a mis oídos. Soy alguien ocupado, creo que eso lo sabes, pero aquí me tienes, mi pequeño, mi dulce pequeño, ahora soy tuya. Sí, tuya en el breve instante en que conecten nuestras mentes y se apague una de las dos. Será breve, te lo prometo, pues en tu rostro no veo marcada ninguna situación que me obligue a alargarlo. Así es, mi asustado pequeño, a veces juego con ello. Todo lo que dicen de mí es cierto, pero al mismo tiempo se resume todo en una gran mentira. ¿Sorprendido? Oh, no llores... ¿A ella? La verás, claro que la verás, pero condenado a no poder tocarla ni besarla, mi niño. Pasará el tiempo y la verás con otros tras tu cárcel de cristal. ¿Que no es justo? Por qué. ¿Quién me ha llamado? ¿Por qué me has nombrado, por qué has mezclado en tu saliva nuestros nombres, si de verdad no lo deseabas? Las palabras cortan, pueden herir, sobre todo si están relacionadas conmigo. Pero basta ya. Ven conmigo, no puedes huir, ya me estás sintiendo, cierra los ojos, déjate ir, oh, mi ingenuo amor, ven a mí...



Temblando. Se quedó temblando cuando les comunicaron la noticia en el aula al día siguiente. Lo que más le dolió fue la indiferencia inhumana en algunos, mientras su labio inferior empezaba a temblar descontroladamente. Un escalofrío le recorrió siniestramente cuando pensó en el día anterior, en un día duro, una clase de Física demasiado cruel. Y del tono burlón de la primera frase, y de la triste despreocupación en su contestación.

-Oh, venga, muérete ya.
-Por mí, mañana mismo...

domingo, 29 de marzo de 2009

Me gusta. Me gusta infinitamente que las canciones me hablen de ti. Enfadarme mil veces mientras suelto improperios pero a la vez estar rota de risa, mientras mis mecanismos internos se reparan a un ritmo constante que se acelera cuando estás cerca.

Sé que no es bueno, no obstante, acostumbrarme a este bálsamo, a verte sonreír a dos centímetros de mis ojos, relampagueando tu luz en mis pupilas. Pero no puedo evitarlo, porque me calmas y me elevas, me enseñas en silencio tratados prohibidos, es divertido mentir, engañar, gritar, si estoy contigo. Si no es cierto, si todo son fantásticas travesías al borde del peligro.

Y a la vez aprender tanto, con un simple gesto, leer lo que piensas, una mirada fugaz a aquel hombre de rodillas ante el supermercado, esas monedas que te dijeron algo al verlas encima de la mesa, que más tarde te introdujeron en la construcción de un deseo, una cicatriz más en el alma, y mis ojos llenándose. Porque nunca te había visto brillar tanto.

No puedo, yo sola no. Y sonrío acaloradamente cuando me preguntan si me ha dado el sol, que vengo tan roja. Sonrío porque después de tanto sigues siendo tú el causante, sólo tú, y tus manos de realidades mágicas. Me gusta, y así lo digo, me gusta pensarlo y recrearme en ello, en sentirme tan completa, tan soleada a pesar de las nubes. Y, sobre todo, me gusta decirlo en domingo. Porque ya no acuchillan; desde hace mucho han cobrado un significado totalmente distinto.

martes, 24 de marzo de 2009

Supongo que hoy sería buen momento. Supongo también que ninguno va a ser buen momento ni nada que se le pueda parecer. Pero sé que debo romper este silencio absurdo, como de rabieta infantil, en el que intento resguardarme.

Pero tampoco puedo engañarme de esta manera irrespetuosa hacia mi persona. No, porque de silencio nada. Y es que a menudo me quedo sola y en aparente calma y te escucho trastear en la cocina, buscando algo dulce que darme. Ah, mis peligrosas escapatorias a las malvadas dietas de cuando era más niña.

¿Qué puedo pensar entonces? Si te escucho, un poco alejada, si te estoy notando aquí mismo, si no entiendo por qué se me anuda la garganta así. Por eso pienso que es silencio. Pero no. No es más que las palabras que jamás te dije, que ahora pesan y pesarán como una losa, que se revisten de agua y sal y quieren salir a ver si ellas te encuentran por sí solas. Sin mí. Mezcladas con el viento.

Hace años, cuando tenía miedo y era de noche, me tranquilizaba pensando en todas las cosas que me quedaban por hacer. Empezando por el día siguiente, acababa hipotecando todo mi futuro. Solía pensar que tú deberías ver cómo me casaba, tú deberías ver mis logros y mis derrotas adultas.

¿Y ahora qué? Si me encuentro en tierra de nadie implorando a tu recuerdo que deje de serlo. Que no sea recuerdo. Que pueda tocarlo, tocarte. Que toda esta semana haya sido una pesadilla, como las de cuando era niña. ¿Qué hago, si pienso en ti y pienso que todavía estás?

Apenas a unos metros de mí, yo sentada en tu salón mirando el reloj, tú trasteando en la cocina. Es entonces cuando agito la cabeza, aturdida, apenada, porque la puerta del armario se cierra y vuelves con algo que darme. Dolor de cabeza en cada repetición del recuerdo, cada armario que se cierra en mi mente tejedora de delirios, cada lágrima que suelta mi alma en forma de suspiro. A ver si se eleva, a donde sea, y te encuentra.

viernes, 13 de marzo de 2009

-¿Sabes dónde nació?

Como respuesta obtuvo una efímera mirada, ya que los ojos los tenía fijos en la figura que tenían delante.

-En París -le dijo, siguiendo él también la estela de sus pupilas y fijándose en la escultura.

Estaba absorta. En la gracia del movimiento, los cabellos alborotados, los brazos describiendo un arco de libertad absoluta. Una escultura inmóvil, pero ella la notaba bullir de vida. Viento... Él, en cambio, se recreaba mirándola sin más. Contagiándose de sus ganas de permanecer allí para siempre.

Un para siempre eterno, convertidos en frío mármol, o elegante bronce, sin moverse de ojos para fuera. Pero siendo dueños de sí mismos por dentro. Viéndose azotados por la presencia del otro, permanentemente juntos. Con todo el tiempo por delante del mundo para conocer sus aromas, desearse hasta el infino, pues sería estar cerca pero no llegar a tocarse.

Él pegó un respingo, saliendo de sus deseos enfermizos, y sonrió al recordar el hilo de sus pensamientos. Convertirse en esculturas... Ahí, delante de Viento de Rodin, siendo una atracción más para los visitantes. Los mismo que verían, al contemplar sus espaldas, cómo la mano de él intenta asir la de ella. Sin que la joven se entere, solamente entregándose a un anhelo irracional. Intentando aferrarse a un para siempre eterno.

jueves, 12 de marzo de 2009

Qué pasa con el dolor atenuado, la verdad sobre la mesa, el tiempo que se clava porque dice que sintamos su peso ahora que se agota. No voy a saber actuar. Hasta las esperanzas saben rancias porque en el fondo sentimos que no son ciertas. Se nos va a atragantar la luz artificial y la vida, que falta, que falla, que hace pip, que se extiende en tonos rojos por las sábanas blancas... Se nos va a atragantar.

Hasta los sueños veo ahora ridículos, con esta sonrisa amarga y el miedo cortado de golpe. Pensando en el otro lado. Minimizándolo todo... Incluso las ganas, las ganas de compatir nuestras somnolencias. La tristeza infinita, y no sé bien por qué, porque pasará lo que tenga que pasar.

Me gustarían tantas cosas que no llegan. Tanto me gustarían que sé que no van a llegar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Me han venido a la mente las gafas oscuras de mi padre aquel día nublado de principios de marzo. La ilusión fría, porque después de una semana llegué a casa y él ya no estaba. Me quedé sin sus canas un triste 23 de febrero y no me enteré. Fue luego, una semana después, oyendo el llanto de mi hermano, mi tía, mi madre, y mi padre conmigo. ¿Por qué se lo ha llevado, papá? "Porque a veces toca, y toca, hija, eso nunca lo podemos saber..."

El caso es que hoy no tengo siete años ni estaba nublado al amanecer. Y tampoco me ocultan las cosas, claro. Pero ha sido escuchar su descripción y me ha temblado algo dentro... que no sé. He temido a la sangre que expectora ahora, a su tristeza infinita desde hace tres años, el no haber ido a verla este domingo, su aislamiento, sus gritos de dolor cuando la sondaban y que se oían tras el espacio que separaba los dos teléfonos móviles. Sus inexistentes ganas de vivir. ¿Y nosotros qué?

He intentado imaginar cómo es vivir sin una parte de ti. Vives, sí, pero, ¿y ese vacío? A todos nos ocurre, si no esto sería un caos interminable, pero, ¿qué haces con el dolor? Sería una desestructuración brutal de mi vida. De mis domingos. Ella es la única que me queda.

Por eso me he muerto de miedo al ver otra vez las gafas oscuras de mi padre. Porque me niego en rotundo. Porque sé que eso no sirve de nada.

viernes, 27 de febrero de 2009

Dos años pueden dar para mucho. ¿No es así? Por eso hoy, dos años después de que empezara este camino incierto, quiero explicaros el porqué de su calificación.

¿Que por qué estaba buscando tiritas?


Simplemente porque a veces el corazón las necesita. Y era entonces cuando estaba día y noche con la misma canción en la cabeza, con los versos finales, esos que dicen...

Tranquila cosita, ¡no ha sido nada!
P'al corazón, tiritas y "pa" mi rabia, pomada.
¡Que no ha sido nada!


jueves, 26 de febrero de 2009

Quizá quede un poco maruja decirlo pero a veces agradezco tener que fregar después de comer. Porque es el tiempo justo en el que la calefacción todavía no ha empezado a calentar la casa e introducir las manos debajo del chorro de agua hirviendo me encanta. Por eso me ha sorprendido que hoy, mientras enfríaba el agua porque ya era demasiado, siguiera temblando. Hasta que he comprendido que no era el frío de la casa, ni el hecho de encontrarme las tazas del desayuno sin fregar revelándome un amenazador mensaje, sino que los temblores procedían de dentro, del frío de dentro.

Suelo sentirme egoísta si estoy triste. Porque parece que no hay motivos suficientes o que los que hay son superados por otros y me dejan a mí en una situación ridícula. Sí, lo pienso a menudo. Que no debería abandonarme a la tristeza ni dejar que me domine así. Pero juro que siento que me desgarro por dentro y no entiendo el porqué de esos momentos de desaliento. No lo entiendo. Y lo peor es que me siento egoísta, y culpable, porque pienso que no es lo adecuado, y que el sol brilla demasiado en mi cielo para verlo todo de este gris.

Tengo arrebatos puntuales que me dejan aquí, y casi siempre desecho escribirlos. No obstante, supongo que ahora mismo, en este mismo momento, me ha parecido adecuado hacerlo. En un rato me levantaré o me levantarán y seguiré caminando como si nada, bordeando peligrosamente la línea que me separa del precipicio.

A lo que quiero ir es a que no entiendo por qué. Por qué me ocurre esto, este desastre emocional que albergo y que enrejo. Levantando las olas durante la tormenta de una manera demasiado salvaje, para que cuando ésta se desplace se vuelva a quedar mi mar en calma, abrazando los desperfectos que adornan ahora la playa. Supongo que la respuesta es sólo mía, y que inconscientemente lo sé. O no. A saber.

Me he sentido con derecho de pasar de los verdaderos motivos, de comparar y empatizar los sentimientos. He querido soltarlo todo sin más para poder decir que estoy en paz. Sentada sobre la cama, con los minutos demasiado lentos, tecleando sin otra cosa en la mente más que mi propia situación.

Supongo que es por eso. Por lo que temblaba. Y porque cuando la piel de mis manos se ha habituado a la temperatura del agua he sentido el mismo calor en las mejillas. Mientras se me empañaba la mirada, y quitaba el jabón de las paredes de cristal de los vasos.
Ha roto a llorar en mi regazo y no he sabido cómo reaccionar. ¿Acariciarla? ¿Susurrarle un consuelo que no sé? Entre sollozos me ha contado que le duele sentir a veces que no tiene siquiera nada que perder. Que su futuro se tambalea. También me ha dicho que le jode pensar en el futuro porque lo encuentra casi siempre estúpido.

De todas formas, me han dado un calor extraño sus lágrimas. Me he sentido egoísta al verme renacer gracias a sus lamentos. Uno de esos momentos en los que te limpias por dentro ordenando los estantes de tu alma.

Me ha confíado, mientras temblaba como un niño, que le da miedo desaprovechar sus sueños. Y que jamás querrá ser la propia barrera que los impida crecer. Pero que a veces se sumerge en un letargo muy extraño, lleno de bruma, y no sabe salir de ahí. Y que es cuando piensa que tal vez se esté equivocando en cada paso. Para que cuando quiera volver sea ya demasiado tarde.

Así ha estado un momento. Entre sacudidas y balbuceos, todo en absoluto silencio, sin construir palabras, porque no tiene voz. Pero haciéndomelas sentir dentro, dibujándome sus penas en los mismos pensamientos. Así ha estado hasta que se ha desparramado poco a poco por mi pecho y en sinuosos movimientos ha vuelto a su sitio.

Pegada a mis talones, como huyendo de Neverland, recompuesta ya. Respirando tranquila, como después de una rabieta, acompañándome siempre oscura como es ella.

lunes, 16 de febrero de 2009

A pesar de decir que estoy perdiendo mi capacidad creativa puedo desplegarla si la necesidad es agobiante. Estoy segura de que si me lo exijo y dejo de remolonear no será difícil. Tan solo esfuerzo, y ganas. Y de esto último no faltará.

Podré crear nuevos colores y darle pinceladas al cielo para que cambien estos atardeceres grises y que permanezcan como el de hoy, de un rosa intenso, amenazando con hacer arder las nubes e invadirnos de calor a todos. O dibujar de memoria el contorno de esa sonrisa y darle sombras de carboncillo para que se haga tan real que logre besarme. Riendo yo por dentro, satisfecha y artista.

También, claro está, sería capaz de recitar versos memorizados de antemano volcando en ellos todo mi sentimiento. O el sentimiento que me exigiera aquella que me poseyera en ese momento, dueña de mí, mirando a los ojos a mi sombra, que me esperaría tras los escalones que conducen a la gran tarima de madera. Versos que hablaran de la incapacidad de comunicarme que siento a veces y el miedo a hacer el dolor más creciente sin darme cuenta.

Por último, conseguiría erradicar el sentido figurado. Y hablaría en serio si te digo que todo sería para que la luz del sol rebotara en tus dientes si sonríes. Iluminándome así también a mí, disipando las sombras.

domingo, 8 de febrero de 2009

En todos los rincones veo fantasías que no acaban. Me gusta pensar que hay aspectos inalcanzables que me pueden hacer crecer. Además, tengo esta capacidad innata -no sé si por suerte o por desacierto- de desenchufarme de la realidad sin más y disfrutarme a mí misma. Así es como camino y veo fantasías por todas partes. Las elijo, las esquivo, soy capaz de quedármelas y darles forma.

Leo por las noches desde que era pequeña. Pero había noches que prefería dejar el libro donde está siempre, a los pies de la cama, y cerrar los ojos para así crear mi propio libro. Y me apetecía de veras, me apetecía mucho. En mi mente se iban tejiendo deseos. Me veía a mí, o a ellos, o a ese él que nunca llegaba. Podría disfrutar verdaderamente de la manera más sencilla y barata que he conocido.

Pero también estaban los momentos de desaliento, de maldecirme por subir tan arriba y olvidarme a veces de que permanecía abajo. Esa sensación de estupidez que me recorría entonces. ¿Para qué hacía lo que hacía? Esa era la pregunta del millón. Pregunta que se respondía sola cuando mi rostro lo cubría una sonrisa de tranquilidad al volver a hacerlo. Lo mismo que me hacía caer me levantaba.

Y ahora... De vez en cuando pienso que me estoy dejando, que ya no lo hago tanto. Pero es incierto. Esa parte de la niñez más pura de momento no me ha abandonado y se lo agradezco. Sigo siendo capaz de abstraerme. Lo que sí sé es que ahora mezclo imágenes reales, o hago a los recuerdos ensoñaciones. Supongo que es porque ya no me hace falta pensarme tanto, porque ese él parece que sí llegó, porque ellos me duelen y los amo mucho más. Más cerca. ¿Se le puede llamar crecer? No sé, pero es lo que siento.

¿Que por qué escribo esto en lugar de conservarlo como un pensamiento más? Porque quiero recordármelo, quiero que lo sepáis, me gusta decirlo. Decir que sigo siendo irremediablemente una soñadora empedernida.

martes, 27 de enero de 2009

Se encontró solitaria su alma. El silencio era más imponente si no había nadie que le ofreciera compañía. Receloso todavía, a pesar de haber llegado firmemente a esa determinación, se sopló en los dedos. Dio un paso. Agarró fuerte el papel, no se le fueran a desparramar los nervios y borraran las palabras.

No quiero arrepentirme jamás de haberte dicho pocas veces lo que sé que ves. Así como tampoco quiero maldecirme mil veces porque mis ojos te negaron lo que querían decirte. No quiero que llegue el día en el que mi voz se apague y no haberte dicho que te quiero lo suficiente. Ni arrepentirme de no disfrutar. De dejarlo para después, de dejarte para después. A veces te conformas con poco y eso me desanima, pero sé que también te gusta escucharme como me gusta a mí. No quiero, de veras, no quiero.

Se le nublan los ojos lentamente, siente cada palabra. Le toca los labios, ligeramente. Están fríos, pero ya no tiemblan.

viernes, 23 de enero de 2009

Me gustan los momentos robados a la tarde programada. Despreocuparme de quitarme la ropa y quedarme inmóvil en la cama mientras el olor dulzón del incienso se apodera de la habitación. Me siento un poquito libre entonces y voy metiéndome poco a poco bajo las sábanas abandonándome a un maravilloso estupor. Tanto es así que me despierto alarmada al rato preguntándome si era viernes y llegaba tarde a clase porque me había quedado dormida o, si por el contrario, era sábado y podía dormir mucho más.

Pero no, sigue siendo jueves, con la tarde relamiéndose porque hoy todavía es joven. Con la forma de los sueños desconocidos todavía dibujada en los labios, bailando en la tranquilidad de mis pupilas. Desafiando a la rutina de la tarde mordiéndola bien con los dientes, a pesar de que parezca una minucia.

Y yo que me he visto nacer mil veces mientras la persiana bajada impedía la entrada al sol y abrazando la almohada me doy cuenta de que por mucha oscuridad que haya hay una luz que siempre viene conmigo. Si quiere, claro está, si está dispuesta a sonreír un instante, el instante suficiente para recargar de energía mi vitalidad perdida.

sábado, 17 de enero de 2009

¿Cómo se cuenta? Esa canción sin letra que me estremece y me inocula una energía desbordante. Ha vuelto a ocurrir. Ha venido a mí de casualidad y me ha hecho ver la fuerza de cada paso, el bramido incansable del alma. No es la primera vez y ahora me pregunto por qué no acudo a ella más a menudo. Y me dejo llevar por esta paz alarmante, estas ganas de gritar que sigo aquí al escucharla.

Es absolutamente imposible explicarlo. Qué me produce, qué me da, qué me ofrece. Así como explicar cómo la amo, o cómo mueve los hilos de mis adentros.

Es como la sensación de tener los dedos volando y creando, que no sé explicarla, pero me llena por dentro. Sonreír espontáneamente al ver a un niño aprendiendo a andar, su padre detrás, los ojos llenos de ilusión. Zambullirme en esas líneas, ser otros, salir de aquí gratuitamente. Sus manos abrazándome, abrazarlo a él, porque sí, y que me pregunte que a qué viene eso. ¿A qué viene eso?

Que no se puede explicar, pero está ahí, haciéndome vibrar los sentidos a través de pequeñas descargas eléctricas. Bombeando sangre, sabiendo que soy capaz de amar, aunque sea un instante, un sueño, un alivio, una vida.


domingo, 11 de enero de 2009

Con un suspiro de resignación se terminó el café con leche y pagó la cuenta. Afuera llovía. Creyó que era la estampa perfecta para su desastre amoroso. Echó a andar mirándose en los escaparates y se regañó por ir dejando ese rastro de autocompasión absurda. En su camino encontró mil jóvenes inquietas que lo miraban con indiferencia. Él veía fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo.

En una de ellas vio algo distinto, pues un halo de hielo lo cubrió de arriba a abajo cuando ella lo miró.

Le arrancó la ropa, le escribió melodías imposibles de interpretar con la tinta de su lengua, contó los puntos de lujuria que surgían en su piel después de adivinarlos debajo de su camisa, los alumbró la luna envidiando la superación de su locura, comieron de sus bocas, se hablaron las manos, conoció los horizontes de sus caderas, se enredó en su pelo, se lanzó y se dejó caer, pensó que tenía que ser un sueño, el mejor de todos los sueños, y sintió el vaivén de las olas de su mar embravecido. Consiguió darle forma al éxtasis, y alcanzarlo justo al fondo de sus pupilas cuando cerró los ojos, entreabrió los labios y los encontró taponados por el placer esquizofrénico de buscar por todas partes. Buscar...

En el repiqueteo de la lluvia en los cristales encontró de nuevo su resbaladiza cordura. Ella seguía allí, y él seguía viendo fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo. Sin pensar que era cierto que podía mover sus pies se acercó. Sintió su frío, y se vio de nuevo al mismo borde de la locura. Cogió aire.

-¿Y qué pasa si te atravieso el alma y te beso?