jueves, 8 de agosto de 2024

Las Intermitencias.

Los táperes de salmorejo y albóndigas están en la nevera. A mis padres les preocupa que no coma, y hoy mi madre y mi tío han venido con la ofrenda alimenticia antes de irnos a pasear por su barrio de niños antes de sentarnos a tomar un café. El gesto me arrulla y me da paz, a pesar de que es un ámbito de mi vida que ya no descuido nunca porque ya lo desatendí demasiado en el pasado. Controlar lo que puedo respecto a mí misma, como me ocurre con la alimentación, se ha convertido en un mantra que repito a diario porque si hay alguna prioridad que puedo seguir ejerciendo es la de esforzarme y seguir sana aunque deba adaptarme a las circunstancias.

Se agolpan los mensajes: "¿Cómo estás hoy?", y yo respondo cuando puedo y pienso en las intermitencias. Comencé a pensar en ellas algunas semanas atrás, cuando volvíamos de Miño de Medinaceli con la mente y el corazón cargados de una convivencia feliz y en armonía. Yo pensaba entonces en mi disociación, en que habría momentos del fin de semana que no sería capaz de recordar, y en la extraña coexistencia de estos tiempos tan turbulentos con los oasis de amor y disfrute que aportan las amigas y la familia. Cómo es posible, me decía, que en un momento así, en el que cada pequeña cosa me supone un esfuerzo titánico, pueda ser capaz de soltar todo el lastre y entregarme al bienestar durante 48 horas. Lo reflexionaba pero no lo negaba, ni me cuestionaba si lo vivido había sido real. Claro que lo había sido, aunque los encajes y las asimilaciones posteriores corrieran a cuenta de cada una.

Intermitencia es una palabra que siempre asocio a Las intermitencias de la muerte, la novela de Saramago que habla de un país en el que, a partir de un 1 de enero, nadie muere. A pesar de que hace años que la leí y mi memoria la habrá desdibujado, recuerdo este hecho tan repentino y cómo los habitantes lo celebran, sintiéndose triunfadores ante la muerte, para después destapar toda una serie de problemáticas que tienen que ver con la interrupción de la naturaleza viva y cómo esto sirve para poner a la lectora de bruces ante su propia humanidad.

Pienso en que ahora vivo un poco entre esas intermitencias. Hace no mucho alguien me dijo que al final siempre acababa escribiendo sobre las personas; que retorcía cualquier emoción o sentimiento universal para relacionarlo con aquellas que tengo alrededor. Creo que es así porque no podría ser de otra manera. Ahora mismo, ese salmorejo, un abrazo de mi padre, mi hermano al otro lado del teléfono, Sergio viniendo a casa con un helado, Astrid y Cris escuchándome en silencio, las personas que esta noche cogerán un tren para venir a mi ciudad, todas esas montañas de abrazos virtuales y paciencia calma a través de whatsapp, cada momento que robo observando a desconocidas por la calle... son como mis intermitencias. No tienen nada que ver con un país en el que nadie muere, pero sí con la discontinuidad, con la rotura frecuente de los síntomas más grises que abotonan mi piel estos meses.

Con la humanidad que me rodea y me abraza, ante mis ojos o a distancia, que también forma parte de aquello que sí puedo controlar y me construye a pesar de que en ocasiones la vida te quiera empujar a habitar solo ruinas. Como dice una canción que he vuelto a escuchar mucho desde ayer, hay ahí algo, al fondo, entre las sombras, la luz ha dibujado una frase. Todavía soy capaz de leerla, aunque ahora, hasta que la tormenta deje de querer arrastrarme, quizás me toque confiar en la aparición de esas intermitencias y en cómo impiden que me hunda bajo la arena.

martes, 2 de julio de 2024

Bodas y Velatorios.

Yo pregunté, llevada por el momento: "¿Se tiene que casar uno de nosotros para que nos veamos?". Alguien respondió, con la misma ingenuidad de la que había hecho gala yo misma un segundo antes: "Pues parece que sí". Pero resulta que sí que nos íbamos a ver muy poco después de esa boda, esta vez en un velatorio.

Hoy volvía a preguntarme, mientras mi cabeza se despegaba de las canciones de misa que estaban sonando, si no eran esos pensamientos como los que debe de tener una poeta mucho más joven, una de las que están empezando y entonces escribe sobre la muerte y el amor. Siempre he pensado que eran los temas por excelencia de cualquiera que quiere hacer sentir a otra; esas dos circunstancias que siempre nos generan tantas preguntas y encienden un torrente de emociones que se nos escapa.

Nunca lo había visto tan claro como estos días. Nunca había pensado en la capacidad de convocatoria que tienen dos actos como son que alguien muera y lo que la sociedad tradicional nos ha enseñado que es la celebración más absoluta del amor. Y lo diferentes que son aunque tengas cosas en común. En ambos hay lágrimas -pensaba hoy-, en ambos existen reencuentros y la gente se abraza, en ambos el corazón bombea a un ritmo diferente. A ambos solemos acudir si las circunstancias nos lo permiten; para ambos ponemos esfuerzos que quizás en otros momentos no estamos dispuestas a invertir.

En mi pared ahora se mezclan los ecos del cuadro con la brújula rúnica que me regaló Yago en su boda y las flores secas y blancas que siempre van a hablarme de Pilar. Pienso en los rituales que cumplimos, que nos hacen sentir mejor de alguna manera, y en los puntos de cruce tan extraños que pueden llegar a albergar. Bodas y velatorios. No sé si crecer es reencontrarse con personas del pasado en estos dos marcos, desde luego coincide en el tiempo que hay un momento de la vida en el que ambos se reproducen, en el que ambos se hacen habituales. En ambos acabo acudiendo también a las palabras. Aunque puedan estar viejas y agrietadas, y ya no tengan la misma factura que cuando me creía una poeta mucho más joven, de esas que solo saben escribir sobre el amor y la muerte.

sábado, 13 de abril de 2024

Las fechas.

Podría hablaros de los detalles que recuerdo con una claridad inquietante. Podría deciros: era jueves, eran las once de la noche, yo estaba de pie en mi salón, con A. mirándome desde el sofá. Podría añadir: cuando A. se marchó después de preguntarme si quería que se quedara conmigo y le dije que no, la puerta se cerró y no sabía dónde estaba, así que llamé a mi madre a pesar de las horas intempestivas.

Podría reconstruir esos días, pararme en cada elemento, hablar de la música que escuché, de todos los momentos y lugares en los que lloré sin consuelo y rota para siempre. Lo primero que escribí en mi cuaderno fue: "El dolor del duelo por perder a alguien es extraño". Las palabras apenas salían. Darle forma era imposible. Sigue siéndolo.

Podría pasarme toda la mañana desgranando los recuerdos, poniéndolos en fila, obsesionarme con todo ello y que este texto no terminara nunca. Pero ninguna de esas acciones te traería de vuelta. Así que miro nuestra foto enmarcada, la única que todavía no he empaquetado, y me concentro en pensar que seguiremos brindando y bailando por ti y por la huella que nos dejaste. Y que yo seguiré aquí, defendiendo este lugar tan adentro que guardo solo para ti, al que a veces me asomo y en el que lucho por no olvidar tu voz, ni el tacto de tus manos, ni todos los días en este último año en el que he deseado que siguieras tú también aquí y pudiéramos abrazarnos con la calma ingenua y natural de quien asume que ese gesto va a volver a repetirse.

lunes, 15 de enero de 2024

We The North.

Yo no necesitaba ninguna sudadera, pero J. me la dio. Creo que la tenía medio preparada; era la sudadera que me había dejado ya alguna vez porque aunque nunca lo admita creo que le encanta que C. y yo nos pongamos su ropa. Que así siente que nos protege, que está de alguna manera presente. Esa noche me tomé ese gesto como una brazada para sacarme a la superficie. Después de un viaje en taxi en el que apenas podía estar sentada del dolor con él mirándome con delicadeza de reojo, y de que le diera la risa floja hablando a las afueras de Atocha porque sé que estaba verdaderamente preocupado ante mis ojos hinchados, creo que darme esa prenda de ropa fue un gesto para cuidarme, para mimarme, para que me dejara cuidar como en ese momento mi espíritu y mi cuerpo totalmente derrotados necesitaban a toda costa.

Cuando Y. me dijo que iba al baño y lo vi desaparecer en la grada, al segundo supe que iba a volver con un litro (un mini, que dicen por allí) de cerveza. Yo había comentado que había mucha fila para pedir y que no quería perderme ninguna canción más del concierto; él simplemente guardó esa información hasta unos minutos después, cuando desapareció. Volvió con la cerveza en la mano, y cuando le eché la bronca me pasó una mano por los hombros y no hizo caso a mi ceño fruncido con dramatismo. No sé cómo es capaz de atesorar tantos detalles y darles forma aunque hayan pasado años, no cabe en mi capacidad de percepción que sea una persona tan observadora y preocupada por las demás, que lo haga todo tan bonito incluso cuando él mismo no se da cuenta de que nos está salvando.

Cenando tequeños ante un resumen del Brooklyn Nets contra los Cleveland Cavaliers (jugado en París, además), o desayunando en ese lugar que a las tres nos hace felices, los observo en silencio y pienso en todos esos dolores, en todas esas aristas que me cubren el pecho y que queman si las rozo. Pienso en lo caprichosa que es la vida, en cómo los vínculos surgen de un mero tuit o un comentario en una web. Pienso en que ningún dolor ocupa tanto espacio como la suerte de saberme parte de ellos y la certeza de que dejaría que me vieran en cualquier estado posible porque en cualquier estado posible necesitaría bajar las barreras y que me cuidaran. Con una sudadera de los Toronto Raptors o con un mini de cerveza en mitad de un concierto de Recycled J. Con una mirada respetuosa pero vigilante o un beso en el pelo en mitad de la euforia de escuchar una canción concreta.

Días después en mis oídos suena Cala Vento y decido sentarme a escribir porque las cosas buenas también merecen que les saquemos brillo y no podría estar más de acuerdo con ellos cuando dicen: Estoy encantado de verte aquí conmigo / porque con la que está cayendo tú me das el equilibrio.

domingo, 24 de diciembre de 2023

El encuentro.

Hace ya tiempo escribí un relato para terminar el año en el que me sentaba en una cafetería con un gran ventanal que daba a una playa del norte para tomar un café y charlar brevemente con Mónica, la protagonista de Puente. Me dio algo de calor elevar y traducir en palabras esa fantasía, e imaginarnos a las dos como iguales, conversando con algo de timidez pero con la complicidad absoluta de quienes saben que forman parte la una de la otra de manera irremediable.

Hoy en mi cabeza se dibuja una estampa de calles empedradas y lamidas por una lluvia fina, con las luces decorativas acordes a estos tiempos parpadeando en las esquinas y la noche temprana del invierno abrazando los pasos apresurados de tantas personas que caminan pensándose ya protegidas del frío. Allí nos he visto a los dos, dedicándonos tiempo durante un momento antes de marchar a nuestras respectivas responsabilidades familiares y festivas. Sin impaciencia y con la comodidad de quien puede verse casi cada día, sin la obligación de cuadrar horarios y contar cada moneda y depender de las ventanas que abra la planificación de esa aerolínea de bajo coste que ya casi todas conocemos de sobra. Ha sido bonito pensar que en un mundo paralelo quizás era posible escaparnos diez minutos; lo justo para darnos un abrazo, chocar nuestras narices heladas y besarnos unas cuantas veces con dulzura y calma, como si nuestros labios no llevaran meses sin conocerse y tuvieran complicado conseguir el privilegio de coincidir de manera corriente en tiempo y espacio.

martes, 5 de diciembre de 2023

Quiero que las cosas salgan bien.

Ya no soy capaz de escribir como antes. Ahora ya no vuelco toda la rabia y todo el dolor en este cubículo en un desahogo sin mesuras porque en ese proceso comienzo a sentirme culpable por exteriorizar cómo me siento de esta manera, pienso que no estoy siendo justa con todas las cosas buenas que tengo. Pero siento tanto dolor, tanto agotamiento acumulado. En teoría, no podemos controlar todos los elementos externos que nos determinan, no al menos completamente, y por eso tenemos que centrarnos en nosotras mismas, en limar y trabajar lo que sí está en nuestra mano. Pero estoy tan cansada.

Es curioso que justo hoy, después de acostarme ayer confiando en que al despertarme mi estado habría cambiado un ápice, haya sobrevenido la enfermedad. Otra enfermedad, al menos. Siento que cuando poso mi mano en la frente para comprobar la fiebre solo hay una cosa que anida en este saco de vísceras, dolor y huesos que creo que soy hoy: quiero que las cosas salgan bien.

No alcanzo a comprender del todo por qué me está resultando tan desgarrador esta vez. Hay una parte que sí logro desentrañar, porque es una vieja conocida y no es la primera vez que me enfrento a esto. A sentirme derrotada ante la idea de que quizás ser adulta consiste en conformarme con lo que puedo y no con lo que quiero. Sin embargo siento un rechazo total a volver a extender las cartas que creo que me puedo permitir sobre el suelo y escoger la que piense que me va a dar más seguridad. Que me va a hacer sufrir menos. Aunque haya sufrimiento de todas formas.

He pensado tantas otras veces, en otros contextos, que querer no es suficiente, que el amor no siempre es suficiente, que debería ser sencillo darle otro significado al verbo y asumir que querer se fue, que querer ya no está, que a veces es posible que sea uno de esos naipes pero que debo aceptar que la única salida plausible ahora es poder. Ser capaz. Otra vez. Sé que lo soy, pero estoy tan exhausta de ser capaz.

El otro día le decía a una amiga que en ocasiones hay cosas que nos desestabilizan porque no estamos atravesando un buen momento. Es como darse un golpe con la esquina de una mesa y romper a llorar, aunque otro día ni siquiera lo notaras. Que es normal, que a veces pasa. Pero siento que ya cada golpe me lastima, al menos en el momento en el que se produce. Aunque luego sea capaz de ignorar los moratones, porque siempre he convivido con ellos.

Quiero que las cosas salgan bien. Quiero sentir que las cosas salen bien. Necesito que las cosas puedan salir bien. Y sé que pueden; es un resorte que salta continuamente: el mismo que me impide escribir como solía hacerlo, supongo. El mismo que, irónicamente, me tiene atrapada. Como si no pudiera salir de aquí.

lunes, 27 de noviembre de 2023

Cada vez que ocurre algo que escapa a mi control y me desestabiliza me acuerdo todavía más de ti. Y en ese proceso me pregunto si estoy instrumentalizando tu recuerdo, aunque sé que no, y esa perspectiva me aterra porque no quiero que seas el ancla que me sujete al noble y desgraciado arte de la relativización. Es como si al encontrarme de nuevo contigo lo doloroso me resbalara en cierta medida, porque me doy cuenta de nuevo que desde que no estás mis pies se sujetan a la tierra de una manera diferente.

No quiero que seas el elemento que me lleve a invocar que no hay dolor que supere el de no poder volver a verte jamás. No quiero ser injusta conmigo: sé que no eres eso. Pero en días así, en los que estás tan presente y me cuesta tanto que mi pecho se mantenga en su sitio, me enredo en pensar en todo lo que no quiero que seas porque en realidad lo único que me sale querer es que sea una tarde ya oscura de otoño y, estando las cinco hasta el coño de la vida, nos juntemos para pedirnos una cerveza -la tuya con limón- y escucharte hablar de que han vuelto a confundirte con una alumna mientras te lías un cigarro y pensamos que esos momentos no van a parar de llegar nunca.

miércoles, 31 de mayo de 2023

P.

Hay imágenes que nunca deberían cincelarse en nuestra memoria. Sin embargo suelen ser precisamente esas, las más brutales e imposibles de dibujar con antelación, las que nos abren una brecha justo en mitad de la frente.

La imagen de la foto enmarcada de tu amiga encima de un féretro debería ser siempre una de esas imágenes.

He hecho lo más absurdo del mundo (mentira, porque absurdo no es, aunque parezca que en el ritmo que llevamos no tiene ningún sentido productivo) y he reescuchado el último audio que me enviaste. Le he dado al botón de descargar pensando que, entre cambios de móviles y meses entre medias, no iba a reproducirse. Pero estaba equivocada. El sonido de tu voz me ha recorrido como un calambre desde la nuca hasta los pies, y en medio segundo me ha invadido el frío.

No puedo creer la cantidad de datos que dejamos suspendidos en el tiempo. No me cabe en la cabeza y nunca somos conscientes de ello. Es normal. Son los mismos datos que ahora me niego a borrar.

Tengo tus rosas secas en el salón. Mis recuerdos de Nueva York no existen sin ti pegada a mi espalda. Hay sitios, espacios físicos que recorro a menudo, en los que las baldosas han cambiado para siempre. Sigo luchando contra la incredulidad cada vez que te pienso, a pesar del agotamiento que supone recordarme a mí misma constantemente que ya no estás y que por eso ahora el mundo siempre es un lugar un poco más triste.

lunes, 8 de mayo de 2023

Atocha temprano.

Me he despertado atrapada en esa pared de los exteriores de Atocha; en el cuerpo apenas cuatro horas de sueño y en la mano un café que ir bebiendo a tragos largos antes de que nuestros trenes salieran. De una manera natural, la conversación que acortó nuestro tiempo de descanso la noche anterior vuelve a retomarse cambiando los sujetos pero con las mismas emociones sobre la mesa, las mismas preguntas, las mismas ganas de acurrucarnos en un rincón en el que nadie pueda herirnos nunca más. Somos dos mujeres con cara de sueño que han salido a saludar brevemente el trajín de la capital antes de que sus trenes salgan. Sin siquiera pretenderlo dejamos en ese casi soportal una muesca de alivio al escucharnos y ser conscientes de que, a pesar de todo y de que seguimos peleando por personas que posiblemente no lo merezcan, entendemos que a nosotras no nos falta nada, por contradecir la canción de Menta que ella me pasa poco después, que lo que escapa a nuestro dominio es algo que no podemos controlar, y que bastante pecho estamos poniendo en intentar conservar ciertos nombres en nuestras frases aunque no terminen de encajar en nuestra manera de ver el mundo.

Me despierto con mi amiga en la cabeza, con la resaca de todo el trajín de este último mes pero con espacio en mis adentros para el agradecimiento por poder atesorar estos momentos que serían más cotidianos y probablemente menos importantes si no viviéramos a más de 400 kilómetros. Se podría tachar quizás de absurdo que en mi mente vibren esos minutos pero sé muy bien son los instantes que se graban así los que suelen tener mucha más importancia de la que creemos pensar. En un mundo infestado de personas, encontrar unos ojos que te escuchan y responden desnudando también todas sus inseguridades me parece uno de esos gestos que hacen que todas las circunstancias que agrietan la piel merezcan al final la pena.

Algo tiene Atocha para que me retuerza así el estómago, siempre en el buen sentido, y ahora me va a gustar recordarla así, con Clara y conmigo apoyadas en una pared, con todo nuestro destrozo físico y con la intensidad de todo lo puesto en juego subiendo conforme la cafeína iba haciendo efecto en nuestra sangre.

miércoles, 3 de mayo de 2023

Nunca.

Caminar de noche con dos rosas secas en la mano es algo a lo que se le podría poner un montón de apellidos. Yo misma desplegaría todas mis teorías si me cruzara a esa persona que lleva las flores boca abajo pero sujetándolas con fuerza contra el viento, con rostro de andar algo confusa, intentando buscar sin mucho éxito un número en su teléfono con la mano que le queda libre.

Soy consciente de que todavía tiene que llegar el momento en el que sea capaz de reencontrarme contigo. Y, aunque esa certeza anida en mí con firmeza, una parte de mis adentros, minúscula pero presente, se pregunta qué ocurrirá si eso no acontece nunca, si nunca encuentro el momento para seguir llorándote, si jamás soy capaz de aceptar que ya no estás.

También sé que no podemos elegir nuestros momentos. Si tuviéramos esa capacidad yo no elegiría nunca despedirme por última vez de ti mientras te alejas con ese andar resuelto y tu pelo plateado, apurando el cigarro que te acabas de liar; ni no volver contigo a la orilla del Ebro con una empanada y unas cuantas cervezas a encontrarnos a mitad de camino en una ciudad pandémica donde los planes nocturnos no abundan; tampoco elegiría que tu voz se extinguiera, que los audios larguísimos dejaran de llegar y que la breve oscuridad en tu mirada cuando sabías que teníamos razón preocupándonos por ti dejara de titilar y no pudiéramos volver a verla.

Me siento como una niña que se ha perdido, que no encuentra el camino de vuelta a su casa y que en ese instante piensa que no volverá a encontrarlo nunca. Es difícil pensar en ti constantemente y tener que obligarme a recordar que ya no estás de la misma manera, que el concepto de verte, de hablar contigo, ha dejado de estar disponible en el giro más injusto y brutal con el que la vida puede golpearnos.

No dejo de pensar: nunca, nunca, nunca. Y no sé para qué. No sé por qué. Nunca de qué.

Si me concentro en la picardía de tus ojos, en tu generosidad sin fin, en tu risa descontrolada... es que todo parece tan absurdo. Como caminar de noche por la calle con dos rosas secas en la mano, protegiéndolas como si fueron lo más valioso que tengo, porque hubo un día en el que nos obligaron a despedirnos de ti y yo estaba cruzando el Atlántico en la dirección contraria. Miro las rosas y pienso en qué me podrías haber dicho si me encuentras así, caminando sola, tan perdida, tan obligada a seguir adelante en todos los sentidos a pesar de la sinrazón absoluta y tan dolorosa que reside en que el mundo siga girando sin ti.

sábado, 1 de abril de 2023

Mis amigas me enseñan a abrazar.

Mis amigas me enseñan a abrazar, pero a abrazar de una manera diferente, a abrazar de una forma en la que parece que el tiempo se detiene. A juntar los cuerpos sin ninguna prisa en separarlos, y rodearnos con los brazos haciendo notar en nuestro tacto que estamos aquí y que no nos vamos a ir a ningún sitio. Da igual que estemos en medio de un bar, en un parque con los rayos de sol calentándonos las espaldas o en mitad de una calle concurrida; mis amigas me han enseñado a abrazar con calma, con la tranquilidad que todas nosotras merecemos para nuestras vidas, y a esperar a que todo lo que sucede a nuestro alrededor se adapte a esos instantes en los que nos abrazamos con fuerza y se nos olvida que el día sigue zumbando en nuestros oídos.

Por eso, ahora se me hace difícil tratar de comprender los abrazos con prisa, esos que parece que una da casi por compromiso. Después de acaparar miradas porque estábamos en una terraza y de repente nos hemos puesto de pie para abrazarnos y descansar la una en la otra el tiempo que nos haga falta, esos gestos que se hacen con rapidez, algunas veces acompañados de palmadas extrañas en los hombros, es como si supieran a poco. Como si dejáramos a medio curar una herida.

Anoche le dije a una de ellas: He aprendido tanto de vosotras. Y es complicado describir todas las implicaciones de esa frase, porque anidan muy en el centro, muy en el núcleo, pero sí puedo traducir en palabras que desde que mis amigas me enseñaron a abrazar así soy capaz de caminar con mayor firmeza y de ignorar algunos embates de la vida que en ocasiones vienen a arrugarnos el alma, a obligarnos a tragar con la falsa creencia de que tenemos prohibido habitar y abrazar y compartir la vida de la manera que nosotras necesitemos.

Pienso sobre el valor que le damos al tiempo, a veces incontrolable y desmesurado porque no nos queda otra, y me invade la sensación de que invertir tantos segundos en un abrazo puede ser revolucionario. Porque es posible que con este trajín que puede engullirnos de vez en cuando se nos olvide que estamos aquí para cuidarnos, para apoyarnos en los hombros de las otras cuando así lo sentimos y ofrecer nuestras manos siempre dispuestas a calentarnos las mejillas y el centro del pecho, justo alrededor del esternón.

Abrazar y dejarse abrazar -al final es algo bidireccional, no lo olvidemos- es una revuelta ante lo establecido, una rebeldía ante todo lo plomizo que quiere atenazarnos.

Mis amigas me han enseñado y me seguirán enseñando a abrazar, formando entre todos nuestros pedacitos un mosaico de luz atravesado por miles de conexiones que nos recuerda que nuestros pies están en la tierra y nuestras manos nunca solas. Así que sí, seguiré celebrando aquellos momentos en los que el reloj se detiene y no hay nada más que nosotras hablándonos y escuchándonos en silencio, vinculadas por medio de nuestros cuerpos y nuestras respiraciones acompasadas, y sintiendo que no hay absolutamente ninguna prisa en que ese instante fugaz y sanador finalice (así que perdónanos, persona aleatoria que pasaba por allí y a la que le cerrábamos el paso, pero es que nos estábamos abrazando).

jueves, 16 de febrero de 2023

Overwhelmed.

Si pienso en todos los pasos que me han traído aquí soy incapaz de arrepentirme de ninguno de ellos. Pero aun así pienso. Having too much, having too much. No es la primera vez que me veo obligada a transitar estos senderos, y por eso el ejercicio de recuperar lo que hace un tiempo quise expresar para sentirme tranquila. Es extraño, y a la vez algo reconfortante, volver a este teclado de letras sueltas y envejecidas, afianzadas con celo, del que en otros tiempos salieron los retazos, sin duda, más importantes de mi vida.

Porque en parte estoy repitiendo los pasos que ya di y los giros que ya estudié, y se me hacen familiares todas las señales que aparecen en mi vista algo abatida, hoy he vuelto a cuando me planteé qué ocurría cuando una aceptaba que hay ocasiones en las que es necesario aceptar la distancia de los puntos y aparte.

(...) Pero no hay otra salida: cuando algo duro sobreviene, hay ciertos días clave que tienen que pasar armándome de paciencia hasta llegar al punto de poder valorarlo enteramente, con todas sus aristas. Distanciándome de ello todo lo posible, he aprendido a valorar todo lo bueno de los malos baches y a discernir entre tanta niebla cuál es de verdad mi sitio. Por eso creo que la distancia es necesaria. A pesar de todas las dificultades que entraña en un doble sentido: es complicado dejarla entrar, y también lo es abandonarla cuando el proceso se ha completado. Siempre ha sido fácil, en esta línea, no querer despegarse de ese alejamiento que adormece, que mitiga la aflicción porque me empeño en negarlo todo.

Al final, como suele suceder, todo es aprendizaje, o al menos debe serlo. Sólo así encuentro la calma pertinente para poner el punto en un párrafo y prepararme para lo que tenga que aportar el siguiente.

Me sigue azotando esa consciencia, la del having too much, having too much, having too much. Sin embargo al mismo tiempo me pregunto si todas esas cosas que siento encima y que me acompañan ocupando gran parte del espacio son negativas; pero es una pregunta trampa, porque me aventuro en la respuesta mucho antes de plantearla. No lo son. Y en esa firmeza en la que vivo asentada me cuestiono en quién me he convertido, si siempre va a ser positivo que no quiera arrojar ningún detalle de lo vivido por la ventanilla yendo a toda velocidad, porque la persona que fui hace mucho habría elegido hacerlo sin dudarlo.

Ayer le dije a F. que si escribiera una novela de mi día el título sería sin duda Overwhelmed. Por algún tipo de energía que escapa a mi entendimiento, la mañana comenzó con esa palabra entre mis cejas y cuando las luces se apagaron poco a poco seguía rondando a mi alrededor. Es posible que tenga muchas cosas que ahora mismo me merman en cierto sentido la estatura, pero no rechazo ninguna de ellas. Sigo preguntándome, porque jamás podré evitarlo, si es un planteamiento sabio por mi parte pero al mismo tiempo tengo la consciencia fortalecida de que, sin lugar para el titubeo, abrazo todos y cada uno de los pasos que me enfrentan de nuevo con este camino.

jueves, 24 de noviembre de 2022

segundos.

A veces me permito pensarte y en esos segundos de licencia me veo a mí misma en calma y sin ataduras como quien se despereza nada más despertarse confiada porque sabe que nadie puede verla y es que no hay trampas ni engaños ni siquiera anhelos no existe entonces la pretensión de que tú irrumpas en mi trama y tomes tu parte solo existo yo al fin sin barreras siempre con una música de fondo que abraza la certeza de que mis heridas se fueron y la piel curó suave y dispuesta una vez que ignoré todos los miedos que hasta hace poco adornaban cada punto de sutura.

Justo en esos segundos escasos sosegados eléctricos preciosos en los que me permito pensarte.

miércoles, 26 de octubre de 2022

azules.

El otro día cambié las sábanas y me tocaba poner esas que tanto me gustan las que son súper suaves y que probablemente la mayoría de personas vean de color verde pero que yo veo de color azul por eso de la deficiencia cromática y fue un gesto de bienestar aunque suene extraño porque me hizo sentir bien y sobre todo me acordé de ti, qué tontería en verdad pero así fue, recordé esa noche en la que si mi espalda se alejaba dos centímetros de ti tu mano la buscaba aunque no me pudieras ver en la penumbra y dormimos abrazándonos a ratos con sueño ligero despertándonos a cada poco para atrapar al otro y respirarnos en silencio y cuando no queríamos dormir más me dijiste “Vamos a acariciarnos un poco más por turnos y ya nos levantamos, vale”, supongo que me acordé porque esos días estaban puestas las sábanas azules aunque mi piso sea tan oscuro aunque hiciera tantísimo calor ese fin de semana aunque la vida nos hubiera vuelto a juntar de una manera tan extraña y tan poco buscada y por un momento me pareció también volverte a ver sentado a la mesa encorvado sobre un folio escribiendo cosas que a mí no me interesaba entender y pasaba por tu lado y tus manos volvían a alcanzarme y yo pensaba en su tacto tan delicado y en tus ojos tímidos a pesar de tus nervios continuos recordé esas dos rendijas que me miraban en las sombras mientras hablábamos de las cosas que hablan dos personas que se han abrazado toda la noche y saben que tardarán en volverse a ver y yo lo acepté y estuvo bien así pero a veces vuelves de manera inocua cálida como si fueras hogar y parece que entro a la habitación y sigues allí enredado entre esas sábanas azules que seguramente sean verdes pero que no importa porque me gustan igual y me recuerdan que hubo un tiempo muy corto en el que de madrugada medio dormidos y en calma las yemas de nuestros dedos se exploraban y pudimos sentir que es más que posible que en un mundo paralelo sigamos durmiendo juntos con sábanas de cualquier color pero pegados a la espalda del otro como si fuera algo normal y no algo que ocurre de repente sin planearlo y sin saber si habrá otras sábanas que vuelvan a refugiarnos.

martes, 24 de mayo de 2022

We could.

Podríamos conocernos más.

Estoy segura de que se seguirían alargando las conversaciones, y los temas serios y ligeros surgirían poco a poco, sin presiones ni prisas porque llega la hora de marcharse.

En verdad, podríamos conocernos más.

Quizás así yo no me sentiría rígida como una tabla y tendría espacio para ir relajando el cuerpo en todo momento, y no solo cuando tus pulgares comienzan a cerrarse en torno a la curva de mi espalda, y en ese instante ya no existen barreras ni corazas y todo se concentra en la fragilidad densa de un suspiro cortado por la cercanía casi desconocida de tu boca.

No sé si podríamos conocernos más.

De veras me encuentro sorprendida con no sentir todas las habitaciones patas arriba en mis adentros, invadidas por un remolino feroz que va levantando todas mis pertenencias. No, esta vez me siento tan en calma que apenas acudo a la escritura, a la búsqueda de cualquier señal que en realidad no existe, a la de cualquier excusa que me lleve a chocarme con tus esquinas y ponerme una vez más a merced de cada uno de tus movimientos.

¿Deberíamos conocernos más?

Al final, doy bandazos entre la disyuntiva de a quién corresponde acortar distancias hasta que me paro a pensar que no debería haber longitudes que comerme insegura. Tal vez de ahí venga esta sensación de tranquilidad. De orden. De ausencia de ansia por gestos y palabras que no dependen de mí.

Podríamos...

Hay una parte de mí que sabe que es muy posible que nos conozcamos más y lleguemos a una comodidad peligrosa y holgada en la que sentarnos a descansar un tiempo. Esa posibilidad ya no me asusta. Tampoco lo hace el vacío de su potencial ausencia.


Tú buscándome la boca yo la ruina

Tú buscándome la vida yo la mía


domingo, 21 de febrero de 2021

Timing.

Los tiempos que nos acompañan y que no caminan al mismo ritmo pueden llegar a ser una putada, pero me quedo con este calor de sentirme tan afortunada, renovada y reconstruida después de salir de un letargo del que me arrojaron con resistencia por mi parte pero que me ha reabierto un mundo que echaba de menos pese a no ser consciente: el mío propio, el de mis ritmos y mis afinaduras, mis pasos y mis suturas, firmes y desordenadas, pero mías.

viernes, 12 de febrero de 2021

Túnel.

No sé por qué a veces nos empeñamos en conservar algo que no nos da ninguna luz. No entiendo por qué ese afán en seguir agarrando el cuchillo por el filo, apretando bien la mano para que el dolor se equilibre y así parezca mimetizarse con cada latido. Tampoco alcanzo a comprender el pulso detrás de cada vez que esperamos a que aparezca otra persona para dejar marchar a la que lleva cogiendo polvo en un rincón de nuestra memoria -que no pecho- más tiempo del que podíamos imaginarnos. Al final, cabe optar por un golpe sanador y preguntarse: ¿merece la pena seguir cargando este peso?

Es indudable; algo anida adentro, silencioso pero firme: si existe la necesidad de formular esa pregunta, ¿no está acaso clara la respuesta?


Dejé de escribir de ti

y me llovieron las luciérnagas.

sábado, 30 de enero de 2021

Los besos.

Se habla mucho de abrazos y poco de besos. Pero llevo tiempo preguntándome qué está pasando con esos besos que no estamos dando porque nos han roto todos los contextos que nos hacían sentir valor y empuje para hacerlo. ¿Qué está pasando con todas las noches a oscuras en bares abarrotados en las que íbamos a besar a personas con las que es probable que no nos crucemos hasta dentro de mucho? ¿Dónde están los amigos de amigos que se iban agarrar a nuestro estómago en caída libre después de conocerlos en ese ese evento cultural que nunca llegará?

No puedo huir de un pensamiento que ha desencadenado todo lo demás como una volada de viento que tira todos los naipes colocados con empeño y seguridad. A título personal, el 2020 se llevó a una de esas personas que pensé que tarde o temprano iba a besar. Que un día volveríamos a coincidir en la ciudad y entre algún baile torpe y una conversación con muchas risas le haríamos justicia al impulso que juntaba nuestros raciocinios en el segundo exacto en que nos decíamos: Algún día pasará. Pero ya no. No será probable porque el universo articula mecanismos que no comprendo porque soy incapaz de asimilar lo que no considero justo.

Sin embargo eso me hace dar vueltas en torno a los besos que no dimos, que no estamos dando, porque ya no hay noches precoces ni ruido de música que no nos interesa ni miradas que analizan rostros al completo que sonríen con comodidad ni grupos que se juntan para que las ganas sigan fluyendo. ¿Estarán en algún lugar?

No seré yo la que os anime a buscar las bocas que os mueven los cimientos y que ahora observáis de manera tímida a través de la pantalla cambiando las miradas furtivas por likes. No voy a ser abanderada de buscar a todas las personas que tenemos en esa lista que todos tenemos (no me engañéis) porque no podría predicar con el ejemplo. Ni yo misma, a pesar de esas cuestiones que se agolpan justo detrás de los labios, como calambres que asolan después de demasiado tiempo sin circulación. No sé dónde están esos besos, ni siquiera si están en alguna parte. Me asusta pensar que todo ha cambiado y que, sea como sea, no nos van a esperar.

jueves, 13 de agosto de 2020

Refugio.

No me arrepiento de no haberme perdido a mí misma. En todo este tiempo, si miro atrás comprendo que el tiempo seguía avanzando en línea recta y de manera paralela, pero que yo he sido capaz de no perderme el ritmo que me merecía en todo momento.

Lo sé porque desde hace semanas noto una nota de calor en el pecho que, al principio, me sorprendía. Me esperaba una temporada de frío y de piel seca, pero, en su lugar, la vida me ha golpeado con una certeza profunda e íntima acerca de que todo en mis adentros está en su sitio y me sigo cuidando como siempre. Es una sensación que podría calificar de nueva pero sé que no lo es: si vibra y descansa en mis adentros es porque llevaba ahí ya muchas lunas. Es como una fuente de agua tibia que no deja de brotar y bañarme con una película de bienestar que en ocasiones, todavía hoy, me sigue pareciendo extraña. Pensé que iba a estar desolada, perdida, y en lugar de ello he experimentado multitud de sensaciones y emociones sin perder el foco de ese calor en el torso, ese enganche brutal y constante que me mantiene con los pies enraizados en el lugar en el que debo estar.

No habría pensado, de verdad que no, que de manera tan natural y sencilla yo misma iba a ser mi propio refugio. Que tantos meses de esfuerzo y de amor iban a conseguir que me mantuviera en pie, doblándome a veces por las rachas de viento violento, pero sin romperme. Pongo una mano sobre mi pecho y lo hallo ahí: un refugio inmutable y permanente en el que nunca se extingue la luz.

lunes, 6 de julio de 2020

La puerta.

Después de varias semanas con sueños agitados en los que el protagonista siempre era el mismo, vuelvo a dormir más tranquila y de mi subconsciente fluyen historias más variadas. Hoy he soñado con R. Era tan real y tan lleno de paz que he tardado en ubicarme cuando he despertado y he tenido que concentrarme para repetirme que R. murió hace unos meses, que nunca más lo volví a ver ni volveremos a encontrarnos en esta vida.

Era como si retomáramos nuestra última conversación. Como si yo, en esos momentos, ya no quisiera estar sola y no saber nada de nadie y lográramos reunirnos y tomar esas cervezas que nos prometimos y que nunca llegaron. Me miraba bajo sus pestañas espesas y negras de la misma manera que lo hizo en Nochevieja, con curiosidad y riesgo y un punto de vacilación. También sonreía, con esa sonrisa tan serena y bonita.

Cuando me he levantado también he recalado en algo que escuché ayer acerca de que es una pena cuando las personas le cierran la puerta al amor y no lo dejan entrar en sus vidas a pesar de que quieran o incluso a pesar de que ellas mismas estén enamoradas. Me he dado cuenta de que a R., con todo el dolor que me ha producido esa certeza, le arrebataron la opción de dejar entrar o no el amor en su vida. Me ha recorrido un escalofrío.

He reflexionado que cada uno es libre pero sí, es una pena cuando uno cierra la puerta, teniendo todavía la oportunidad, y no deja que el amor entre y llene sus rincones vacíos.