- Sólo duele cuando toco, pero a veces, sin más, duele constantemente. No controlo cuándo ocurre. Puedo disimularlo con la ropa y el paso de los días, la rutina; caminamos tan deprisa últimamente... Nadie se para a mirar a nadie. Algunos sí me sonríen con tristeza, pero lo hacen al mirarme el rostro. La mayoría no se percata de nada, aunque suene grotesco. Resulta una ventaja, aunque de vez en cuando no lo logro ver así. Es difícil, ¿sabe? Pero ya me acostumbro. Ha provocado que yo también cambie pero, bueno, sigo sonriendo aunque no sea tan a menudo y siempre hay tiempo para que vuelva a querer reír a carcajadas. No es que ahora no quiera, pero sigue doliéndome mucho si hago movimientos bruscos de ese tipo. Los que lo saben claro que se preocupan por mí, pero al fin y al cabo es algo que está ahí, que de momento no se borra. Se comportan como si no pasara nada porque creen que así me ayudan. ¿Quién sabe si están en lo cierto? Yo todavía no lo sé, pero hay muchas cosas que se me escapan en estos momentos. Es muy extraño, ¿sabe? Lo estoy asimilando como una parte más de mi cuerpo, y me asusta, porque no es correcto, pero no me queda otra. ¿Debería vivir agitada todos los días o tengo que empezar a aceptarlo? Me dicen opiniones de todo tipo. Yo las agradezco, pero desde que ocurrió ya ni siquiera me escucho a mí misma. Pero... creo que ya he hablado mucho, ¿no es cierto? Querrá verlo, si no no me habría preguntado. Espere un momento...
Se levanta y se pone de espaldas a un gran espejo que hay en la habitación y que va desde el suelo al techo. Me está mirando fijamente a los ojos, y yo no puedo apartar la mirada de tantísima pena. Son como dos pozos de aguas negras y eternas, detenidas, totalmente muertas. ¿Pueden morir las pupilas antes que el propio espíritu?
Me sonríe, aunque sé que está desganada, y se quita la chaqueta de punto gris cuyos puños ha estado retorciendo mientras me hablaba. La deja con cuidado sobre una silla y luego, de golpe, se quita la camiseta y vuelve a mirarme.
Es sobrecogedor. Pero está ahí: como una quemadura en la tela, con los bordes todavía tiernos, el agujero del que me había hablado. Yo entonces no la estoy mirando ya a los ojos. Me estoy viendo a mí misma, sentada, reflejada en el espejo mi expresión de espanto, de pura angustia al entender cada una de sus palabras. Ella no se ha movido de su sitio, y aun así ahí estoy, mirándome en el cristal... a través del hueco de su pecho.
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