lunes, 5 de marzo de 2012

En la guerra no puede ganar nadie. Nadie que la haya vivido en primera persona. Porque al final son todo pieles atravesadas por balas y sangre que se mezcla en la tierra sin importar a quién pertenecía, y mucho menos en qué creía. Por qué luchaba. Las vidas se quedan en el campo de batalla y, ¿cómo pueden ganar así? Dejándose trozos de sí mismos allá donde queda un cuerpo destrozado. La guerra sólo la ganan los que no la han vivido y no alcanzan a comprender la magnitud del peligro. De la muerte tan cercana que se convierte en algo cotidiano.

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En 2007, un pelotón de soldados estadounidenses fue mandado a uno de los lugares más peligrosos de Afganistán, Korengal Valley. Se iniciaba así un despliegue que duraría quince meses y en el que los soldados consiguieron asentar una base que llamaron Restrepo, en honor a un compañero caído durante los primeros meses, Juan "Doc" Restrepo. Korengal Valley se presentó efectivamente como una de las zonas más peligrosas, un valle entre colinas desde las cuales podía abrir fuego el enemigo constantemente. Cuando los supervivientes volvieron a sus casas, en agosto de 2008, las autoridades estadounidenses se encontraron con que no sabían cómo tratar con ellos. Los soldados que volvían de Korengal Valley, de Restrepo, mostraban desórdenes emocionales equiparables a los que presentaron los soldados que volvieron de la Segunda Guerra Mundial y de Vietnam.

Desde que el Pentágono lo propusiera, el periodismo de guerra que antaño había sido libre comenzó a convertirse en lo que se denominó periodismo empotrado (embedded journalism). Los periodistas debían, desde entonces, ejercer su trabajo junto a un ejército implicado en el conflicto a cubrir. Así, los profesionales de la comunicación ganaban protección; así, también, el gobierno se ahorraba los desafíos y problemas que las mentes ávidas de verdad de los periodistas causaban habitualmente.

Sebastian Junger, periodista que casi obligó a Vanity Fair a que lo enviaran a Korengal Valley, y Tim Hetherington, aclamado reportero de guerra, fueron empotrados con el pelotón que levantó Restrepo. De los quince meses de convivencia con los soldados estadounidense sacaron Restrepo (2010), un documental sobre la vida en Korengal Valley. El documental es un retrato sobre los días en Restrepo, pero sobre todo pone al descubierto los riesgos del periodismo empotrado y el valor que es intercambiado sólo por enseñar, mostrar, hacer que se conozca la verdad de manera fiel.

Tres años después de Restrepo, Tim Hetherington fue asesinado en Libia por fuerzas leales a Gadafi. Al parecer, en los últimos años los periodistas, empotrados y emparentados por tanto con un ejército y sus intenciones, se han convertido en uno de los objetivos de ataques por parte de, por decirlo así, el enemigo. Es uno de los riesgos de mayor magnitud que ha derivado del periodismo empotrado. A diario se juegan la vida periodistas y fotógrafos cuya pasión es esa, exponerse si es necesario a cualquier peligro con tal de informar o mostrar lo que consideran que debe ser sabido. Gente valiente que puede arriesgar un brazo por un plano que ha tardado dos horas en conseguir y que en pantalla se consumirá en dos segundos. Gente que ve a compañeros morir, como Sebastian Junger, y que aun así no flaquea. Y sigue pensando que merece la pena.

Hay cosas que estudiemos lo que estudiemos y asistamos a las clases que asistamos... No nos puede enseñar un manual.

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