La literatura debe ser un arte libre. Y, de hecho, lo es. Pero este hecho no engloba sólo la subjetividad y las palabras que escoges, sino también la justicia que aplicas a la realidad. Escribir es, de alguna manera, perpetuar un acontecimiento, un pensamiento, una metáfora. Hacer sólido lo etéreo. Alguien dijo que la inmortalidad sólo se consigue escribiendo y siendo leído todavía después de muerto -lo mismo que, creo yo, ocurre con el cine-. Si lo consigues serás eterno.
Es manejar la realidad. Someterla al criterio propio y eso está bien, pero... Al escribir sobre otras personas, ¿les haces justicia o sólo estás homenajeándote a ti mismo y a la imagen que tienes de ellas? La sinceridad puede ser la llave de muchas cosas, pero no estás obligado a seguirla.
Que escriban sobre ti es bonito hasta que no te gusta el tono, y las palabras hieren justo debajo de las uñas. ¿Por estar escrito tiene que ser cierto? Piensas: yo no soy así. Pienso, no es tan fácil como escribes, ojalá lo hubiera sido. Despertarme un día y saber que ya no te quería. Reducirlo todo a una decisión y no a más de diez meses de angustia y tristeza pesada que despertó todas las alarmas. De un verano que dolía y una vida que de repente era mía pero que no quería porque se me había marchado la mitad y yo no era capaz de llenarla. Si había sido hasta entonces dos personas, ¿cómo podía volver a ser una?
Ojalá hubiera sido tan fácil como escribes. Y ojalá encuentres a alguien que te lea como te he leído yo, que aquí sigo, meses después, leyendo en silencio a pesar de que hoy tus palabras más oscuras llevan mi nombre. En realidad, me fui hace tiempo. Mi desintegración se produjo durante todos y cada uno de los días que conformaron las semanas en las que no me quedó otra que aceptar que ya no te amaba como antes. Y había sido tan fácil hacerlo que la incomprensión era mayor si me paraba en la injusticia de perder el único sentimiento puro y propio que he creado en toda mi existencia. Mi desintegración continuó en los meses de herirnos, mentirnos, huir de ti, no encontrarme a mí misma, los No gastados en mis labios y mis manos temblando del frío de no querer tenerte. De no querer, aun teniéndote.
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