Los nervios de sentir al público al otro lado del telón son el preludio del alma dejada en el camerino. Salir desnuda para llenarme del personaje que tengo que interpretar justo en el segundo en que se me corta la respiración y tengo que decir la primera palabra. Y, ya con Boccaccio en los labios, hacer lo que marcaron el ensayo y los textos. Qué más da si toca gemir, llorar, reír a carcajadas, reírme del público, meterme en la cama con alguien o salir a bailar como nunca pensé. Ya no soy yo, desde el mismo segundo en el que se abre el telón. Vivo otras vidas e intento que la gente las viva conmigo. Qué más da, si no soy yo, si me he dejado la piel en el camerino para cubrirme de la esencia de un ser etéreo que se apodera de mí durante esos minutos. Qué más da, si no era yo... Y ahí estaba precisamente la gracia. La magia.
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