miércoles, 12 de diciembre de 2007
lunes, 10 de diciembre de 2007
sábado, 8 de diciembre de 2007
martes, 4 de diciembre de 2007
-Puedes mirar todo - y alargó la primera sílaba - cuanto quieras, siempre y cuando no toques absolutamente nada.
Recordó las palabras que lo recibieron al llegar. De lo inseguro que se sentía. Incluso llegó a sentir el miedo que se adueñó de él en sus primeros días; un miedo que se acrecentó cuando Ella le dijo aquello y él preguntó que por qué, si nada parecía inofensivo. "Recuérdalo. Cuando sepas por qué, sé que estarás preparado" ¿Preparado? ¿Preparado para qué? Se acordó de cómo bullieron sus pensamientos a partir de ese momento, de cómo su cuerpo y su alma se fueron acostumbrando a ese lugar, a Ella, a todo lo que le rodeaba y, por aquel entonces, pensaba que jamás llegaría a comprender. Que no tocara nada... Perfecto, pues todo lo que se alzaba ante él le provocaba un pavor insospechado.
Ahora, sin querer evitarlo, sonrió mientras contemplaba aquella escultura y escuchaba los pasos de Ella resonando por las paredes de la galería mientras se alejaba. No la había visto nunca y parecía tan magníficamente real... Hacía mucho que dejó de preguntarse de dónde salían: nunca había recibido respuesta y aprendió a tomarse el silencio como licencia para dejar volar su inquieta imaginación. La estatua poseía una belleza extraña. Estaba seguro de que más de uno la hubiera catalogado como desagradable pero a él se le antojaba, sencillamente, hermosa. Estudió las facciones de aquel rostro y reparó en sus labios.
-Esto tiene que ser real. Tiene que serlo... -dijo inconscientemente mientras daba un paso adelante para sentirse más cerca de aquella estimulante figura.
Alargó los dedos, largos y fuertes, y sintió cómo temblaban por primera vez en mucho tiempo. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo poco antes de rozarla. Pero, ¿qué estoy haciendo? Ya no soy un novato.Sacudió la cabeza y decidió alejarse de allí. Tal vez ir a buscar a Ella y preguntarle acerca de esa escultura. Aunque, ¿qué le diría Ella? No quería que pensara que no estaba preparado. Entornó los ojos y volvió a acercarse, esta vez con cautela, alterado por el ruido de la saliva recorriendo violentamente su garganta. Dejó de respirar durante un instante, concentrándose al máximo en lo que sus ojos registraban. Esos labios... No pueden ser ficción. Poco a poco, la atmósfera que lo rodeaba fue cerrándose en torno a él y la figura. Era tal el hechizo que sentía recorriéndolo que se preguntó si sería una nueva prueba que superar. Si todo sería cosa de Ella... Pero esto era demasiado. La confusión se agolpaba en su piel, compartiendo escenario con la atracción que iba creciendo. Y creciendo. De repente se vio a escasos centímetros del objeto de su deseo. Podía oler la palidez de su semblante, el blanco de sus ojos, los rígidos bucles de su pelo. Pensó que quizás todo eran juegos para asustarlo y no pasaba nada si...
-¿Qué haces? ¡Cuida!
Su corazón se paró cuando la voz de Ella penetró en sus pensamientos.
-¡¡Cuida!!
Ella parpadeó. Como si así pudiera borrar lo que acababan de presenciar sus ojos. Atemorizada por primera vez en mucho tiempo, sintió cómo le temblaban las piernas y amenazaban con venirse abajo. No pudo hacer nada. Nada. Tan solo contemplar cómo aquella escultura cerraba su brazo en torno al hombro de él, con la elegancia y la rabia que siempre las caracterizaba.
El silencio y la luz que se filtraba por uno de los majestuosos ventanales fueron mudos testigos de su reacción, de las lágrimas que sacaron todos los sentimientos que había intentado esconder en un recoveco de sus entrañas.
El silencio. El mismo que le recordó que volvía a estar sola. Sola.
La luz. La misma que se reflejó en el mármol que hacía unos segundos había sido la piel joven e inexperta de su protegido.
jueves, 29 de noviembre de 2007
miércoles, 28 de noviembre de 2007
domingo, 25 de noviembre de 2007
miércoles, 14 de noviembre de 2007
sábado, 10 de noviembre de 2007
lunes, 5 de noviembre de 2007
La lluvia golpea con rencor en la ventana que cubre mis temblorosas espaldas, invitándome a descorrer la cortina y que mis lágrimas de horror se mezclen con la tormenta. Pero no puedo, pues mi tiempo se agota y temo que estos latidos que rasgan el silencio y van a hacer explotar mis tímpanos decidan tomarse una tregua y me abandonen. ¡Igual que hizo mi cordura tiempo atrás! Si pudiera surcar los pantanos de mi mente y recordar tiempos en los que dormía tranquila...
Allí está. Noto su presencia y parece que me llama. ¿Cómo adivinó mi nombre? Me pongo a tiritar cuando oigo ese seductor susurro de nuevo colándose entre mis entrañas. Tengo miedo. Un miedo tan puro y tan exultante que sé que va a ser mi último miedo. El más feroz, el más horrendo, el que me arrebate la vida.
Me llama. Los golpes de esa voz me aprietan la garganta. El frío es palpable pero su presencia me quema. Y se acerca. Lo noto. Lo sé. Igual que sé que estas palabras van a ser mis últimas. Ya noto su aliento en mi nuca. No puedo moverme: temo que si lo hago me clave los ojos, arrancándome el corazón de un soplido. Puedo notarlo leyendo por encima de mi hombro. Las sílabas me astillan, no tengo control sobre mí. ¡Me quema, me quema!
Ya es tarde. La sangre se agolpa en mis sienes. Temo que pose su mano en mi hombro. Ya no susurra mi nombre, pero sigue ahí, disfrutando de mi inercia, de mi miedo. Miedo. Jamás pensé que podría acuchillarme de esta forma.
Ya no llueve. El exterior aparece en calma. Ha dejado de llover igual que se han secado mis lágrimas. Voy a morir. Y sola, loca, sola. Quiero lluvia que me apacigüe pues su presencia me quema, me quema... Pero es tarde. Y ahí está. Aguardándome.
PD: Cágome en los dobles intros ¬¬
sábado, 27 de octubre de 2007
jueves, 25 de octubre de 2007
miércoles, 24 de octubre de 2007
sábado, 20 de octubre de 2007
lunes, 15 de octubre de 2007
Tan fácil tal vez como devolverme días atrás y sonreír sin proponérmelo. Rememorar ese par de arrugas acompañantes de una sonrisa maliciosa, naciendo en una nariz que llevo impresa en mi memoria a pesar de que quiera resistirse, para terminar en la comisura de unos labios amigos y mudos que no paraban de hablarme. Quizás entre silencios, pero puedo incluso jurar que me hablaban en ese lenguaje de la fascinación, del deseo, de aventurarse en un territorio que te tienta y te abstrae.
O acercarme de nuevo, sin poder evitarlo, a aquel hombro que me sirvió de refugio mientras mis pesamientos iban fluyendo hasta callar totalmente, hasta que todo el ruido exterior e interior se apagó para darle más amplitud a mis suspiros y a los latidos de ese corazón, que se aceleraban con cada respingo, mientras unas manos que asustan de un modo que me incita otra vez a sonreír se cerraban en torno a las mías, presentes. Estando ahí. En contacto con las propias, con mi piel. Enterrar el rostro en su pecho y que se apaguen las estrellas y me envuelvan sus chispas encendidas y punzantes, pues voy a agradecer el impacto si es que llego a sentirlo.
Cometer el posible error de volver a esos ojos sin licencia. De cerrar los míos y que ahí estén, mirándome desde arriba, tendiéndome una mano insivible que sé que puedo coger cuando quiera, cuando recuerde.
Que mi estómago dé un triple salto mortal cuando mis pies dejaban de sentir el suelo y se elevaban, me elevaba. Rendirse a esos impulsos y que se me descontrolen, como cuando de pequeña se me rompía un collar en mil cuentas que trataba de reunir en vano. Pasar un minuto tras otro con la barbilla apoyada en mi mano izquierda, sintiendo a las palabras revoloteando sin cesar, no estando segura de estar plasmándolas como deseo. Pero poder sentirlo aún, anudado a estas palabras aladas que surgen del momento que me brindó, del que me alimento en este mismo instante.
Un momento que no debo guardar en el desván de mis sueños rotos, puesto que, aunque a veces así me lo siga pareciendo, no lo fue. Correr a mi mesa de noche, abrir el primer cajón, ése que siempre sé que va a estar ahí, y cerrarlo de nuevo girando la llave, sabiendo que está seguro con los demás recuerdos que con la dulzura de una sonrisa me arropan por las noches.
martes, 9 de octubre de 2007
Perfecto, no hay nadie.
Doy un paso y parece que el peso de mi espalda se hace más doloroso, así que suspiro largamente y cierro la puerta para que el frío que me ha venido acompañando no entre y haga explotar la cálida burbuja.
Este frío helado que frecuenta la ciudad me sienta verdaderamente bien.
Recorro el pasillo en penumbra sin accionar el interruptor de la luz y me guío por el instinto y la prudencia de mis manos que palpan el estucado, aun habiendo recorrido aquel camino innumerables veces.
Ya estoy. Ya estoy.
El silencio se va adueñando de mis inquietudes y cada golpe de respiración me deja en calma. Es una sensación atrayente esa de sentirse parte del entorno, sin más. Tomo asiento en el borde de la cama y observo la silueta difuminada que me devuelve el espejo.
Y cómo la luz que se cuela por mi persiana se refleja en él y me brinda sombras fantasmagóricas que me acompañan.
Me deshago de cargar y suspiro de nuevo. De nuevo. Abro la ventana y el frío vuelve a recorrerme con su gélida garra, adueñándose de mi alma. De mi cuerpo. Entrecierro los ojos y observo mi pedacito de mundo.
Me siento afortunada por poder charlar conmigo misma en palabras mudas.
Me desvisto en silencio mientras el calor y el frío se mezclan arañándome la piel que va quedando, poco a poco, desnuda. Pongo en orden el día que me queda y me preparo.
Puedo sentir que ya se acaba.
Y, en efecto, oigo la cerradura que chilla de nuevo.
La puerta se abre y la burbuja explota sin salpicar a nadie, excepto a mi paz.
Sonrío, a mi pesar.
Me acaricio la nariz y me pongo en marcha. Vamos allá.
El tic tac me supera. Y las palabras amenazantes.
Y dejo de notar el sabor del viento debajo de mi paladar.
domingo, 7 de octubre de 2007
Tan hermosa como siempre. Más dolorosa que nunca.
No quería ver como aquella persona se alejaba sin volver la vista, llevándose mi alegría, los momentos dulcemente guardados en mi pecho, el cual ahora se agitaba violentamente.
Pero seguía allí, con la impotencia recorriéndome la garganta sin cesar. Quise echarme a correr y alejarme de aquella persona. ¡Huir!
Sin más.
Dejarla en paz. Dejarla ir.
Pero, en lugar de eso, mis piernas cobraron vida de nuevo y empecé a caminar detrás de la silueta que se alejaba entre reproches y besos amargos.
-¡Espera!
Pero esa persona aceleró el paso y la bruma se cernió sobre ella, camuflándola de mi mirada empañada.
Estábamos solos. Pero una gran fuerza me alejaba de su sombra. Eché a correr, dejándome el alma mucho atrás. No era lo adecuado, pero tenía que intentarlo.
-¡Por favor, espera!
Nada.
Siguió alejándose más y más, por mucho que mi aliento se cortara del gran esfuerzo de correr. Las lágrimas se unieron al suicidio de mis suspiros y las dejé irse libres. No me importaba que me viera así.
Por fin, parecía que iba ganándole terreno. La vista se me nublaba de la frenética carrera pero alargué el brazo y rocé el suyo. Me estremecí. Ambos nos paramos.
Me daba la espalda. Y yo lo entendía. Recobré algo de aliento y quise volver su cuerpo hacia mí. Pero no se movió. En realidad, sí lo hizo.
Pero, por más que rodeara su figura, no podía verle la cara. Su espalda me persiguió durante unos minutos en los que la angustia se adueñó de mi ser.
La silueta fue desvaneciéndose ante mí a medida que el viento soplaba.
Y se la llevó.
Y se me llevó.
Con ella.
Me derrumbé y me dejé caer al suelo.
Ya nada... Ya nada...
Cerré los ojos.
Y me desperté.
Tiritaba de terror y el calor era agobiante. El sudor se pegaba a mi cuerpo y estaba totalmente turbada. Me levanté y mi vista fue acostumbrándose a la habitación blanca. Me pisé el camisón y caí al suelo, lastimándome la pierna izquierda.Alguien entró cuando yo empezaba a llorar de nuevo. Eran varios, y me estremecí otra vez, esta vez en la realidad.
-Tranquila... Tranquila. Ya estamos aquí. Tómate eso y te sentirás mejor.
Me puso una pastilla debajo de la lengua y bebí el agua que me ofrecía. Me sentí mejor, en efecto. Noté como el cuerpo se me iba yendo.
Lo último que recuerdo es que los vi alejarse empujando un carrito metálico.
(24·o8·o7 - Casualidades reecontrarlo justo hoy)
Tal vez si esa pareja de rostro arrugado que ahora camina por la calle de la mano ajenos a todos los años que han repetido esa misma escena hizo el amor en su luna de miel después de salir de la ducha para quitarse la arena que se había colado por sus trajes de baño en la playa. Si ríeron y se sintieron enérgicos como pueden sentirse ahora mientras ella posaba sus dedos en los labios de él para que no elevara la voz. Si se olvidaron de que tenían que bajar antes de las dos a comer y prefirieron alimentarse de besos, arañazos y felicidad entre laberintos de sábanas.
Si la opresión que nace en mi pecho y trepa hasta mi lengua para anudarla cesará algún momento envolviéndome en calma, como si estuviera tendida en el oleaje de algún mar en medio de ninguna parte, y el balanceo me meciera hasta caer dormida.
Si voy a conseguir escribir algo después de tanto tiempo con la sensación de que no hago más que patinar una y otra vez sin sacar algo que me deje satisfecha.
miércoles, 3 de octubre de 2007
Abrir los ojos y ver un cielo estrellado que te resulta eternamente ajeno mientras notas tus latidos y la hierba acariciándote la nuca.
Conseguir llegar a un punto de calma en el que dejes de convulsionarte, si puedes.
Vacíar en esa mirada todas las palabras que trepan por tu garganta y se atascan, buscando después otro camino para salir al exterior aunque sea entre silencio.
Pensar que nada más existe. Que puede partirse en dos el universo y no vas a sentir nada. Ni escuchar el viento, ni los gritos lejanos. Abstracción.
Observar el horizonte de sus mejillas sin miedo a que te descubra entre la concentración de su rostro, el cual no te cansas de recorrer con manos y ojos. Con manos y ojos.
No darle ninguna importancia a la falta de palabras. Fascinarte del silencio que te llena.
Darte cuenta de repente que acabas de conocer esos labios y que ya han empezado su magia en ti.
Sonreír hacia dentro y volver a encontrarte con ellos.
Sorprenderte en otros mundos poco cercanos a la silla donde tu cuerpo reposa.
Morderte el labio al recordar, para evitar que otra sonrisa estúpida se escape de tu boca y acabe mezclándose con deseos.
Ansiar volver a recorrer ese camino.
Disfrutar de un embelesamiento en el que no hay ni tic tac ni impaciencia.
Mecerte en recuerdos mientras los susurros regresan a tus oídos sin cesar.
Y las mejillas encendidas.
Con más bigotes de gato perturbando tu estómago.
Y listas. Hacer listas.
viernes, 28 de septiembre de 2007
Por las noches es cuando mi alma se siente limpia, entre la soledad de mis sábanas, y callan. Dejan de susurrar porque saben que no las necesito. Es esa sensación de ilógica tranquilidad la que trepa por mi tripa y se aventura hasta mi boca para explotar en una mueca de total indiferencia.
A veces me siento sola. Cuando la Luna se cuela en mis sentidos y el frío se hace notar. Pero es una sensación que expira en mis sueños, después de haberme abandonado a esa sensación de éxtasis de recorrer mundos sin salir de la cama.
Hay ocasiones en las que me siento poseída de sentimientos contrarios a los míos. Y la presión de esos sentimientos se une a mis ojos y me desconcierta.
Las lágrimas van apagando su voz, desistiendo en su intento de hacer sangrar mis emociones.
Hace tanto que callan. Tanto.
Que me siento indefensa sin su escapatoria, sin refugiarme en ellas. Tan extraña. Porque, de vez en cuando, esa presión vuelve pero no cede.
Y me envuelvo en sonrisas idiotas.
Y me envuelvo en sonrisas idiotas.
domingo, 23 de septiembre de 2007
-En ti, ya no.
-¿Por qué?
-Me da miedo que me taladres con tu mirada.
-¿Y eso qué tiene que ver con confíar?
-Que tus ojos me tienden una mano que ansío coger. Y me da miedo meterme en ellos y no ser capaz de salir. Querer no es poder.
-Lo es.
-No. Para mí no.
-Hoy ha salido el Sol.
-¿De veras? Parecía que no. Sus rayos ya no calientan.
-Porque no quieres.
-Porque no puedo.
-Hay veces que no te entiendo.
-Es comprensible. No te culpo por ello.
-Sin embargo, quisiera hacerlo.
-¡¿El qué?!
-Entenderte, entenderte.
-Cosa difícil. Tendrás suerte si rozas la mínima esperanza de hacerlo. Adelante, no obstante. Que tengas suerte.
-¿En qué?
-En que los rayos del Sol te calienten.
-Es a ti a quien no abrazan. No a mí.
-¿Seguro?
-¿Sabes?, te quiero.
-No, no lo sabía. Apuntaré el dato por si más adelante me sirve. Tal vez pueda echártelo en cara cuando me estés abrazando y ya no pueda huir. Quizás me sirvan de prueba cuando te denuncie por apoderarte de mi alma.
-¿Y lo harás?
-No te quepa la menor duda.
-Cabe. Toda tú eres dudas. Intentas esconderlo pero no puedes. No lo niegues, lo sé. Puedo leerlo en las líneas de tu pecho. No te ruborices, no veo motivo para ello.
-Vaya, ahora me has salido poeta. Me quito el sombrero, señor bohemio.
-No digas estupideces. Sigue haciendo Sol.
-Un Sol que quema.
-Y calienta.
-No, eso no.
-A veces siento deseos irrefrenables de besarte. ¿Algún día podré hacerlo?
-Para eso no tienes que pedir permiso.
-¿Eso significa que puedo?
-No. Eso significa que no tienes que pedir permiso.
-Me confundes. Pero mis labios siguen llamándote.
-Los oigo, los oigo.
-Empieza a hacer frío. Ya casi no alcanzo a ver el Sol.
-Tal vez sea nuestro último atardecer...
-Son demasiado hermosos como para ponerles plazo. No pienses en ello. No pienses más.
-Me es inevitable.
-También lo sé, pero tenía que intentarlo.
-Sí...
-¿Lloras?
-No, se me ha metido un rayo de Sol en el ojo.
-Ah.
-Uh.
-¿Puedo besarte ya?
-Para eso no necesitas permiso.
sábado, 22 de septiembre de 2007
Mientras la noche se disipaba, cuando entre incertidumbre abrí los ojos y huí de Morfeo, la losa de la realidad volvió a caer sobre mi mente, aplastándome. Pude comprobar que la luna había desaparecido por los pliegues de mi pecho y que el sol acababa de abofetearme, susurrándome que las ilusiones rotas venían con el día. Parpadeé un par de veces, ansiando encontrarme colgada de tu sonrisa después de un mal sueño. El mal sueño estaba ahí; tú, no. Me sentí indefensa entre tanta cama vacía. Tu falta me acuchilló hasta hacer sangrar mis ojos, dejando tu nombre escrito en un ligero rastro de amargura y sal.
Los recuerdos acaban regresando a mí y sus astillas se clavan debajo de mi alma. De nuevo. Siento que derrocho mis sueños mezclándome contigo cuando la noche me vence. Sé que es necio caer en tus redes de este modo, estar contigo solamente en sueños. Pero es lo único que me queda, el último retazo que conservo de ti, a parte de la huella de tus besos en mi piel. Esas cicatrices que se estremecen cuando vuelvo a encontrarme con tus asesinos labios.
Seguiré esperando a que mis párpados y la somnolencia se subleven y se apoderen de mí. Evitando sentir el deseo de verte, sin conseguirlo. Tuya en mis sueños, en mi día a día, en mis miedos.
Tal vez un día el alba te traiga y tus besos vuelvan a drogarme. Quizás despiertes a mi lado y todo haya sido un sueño. Un mal sueño…
...
Escribir por fuerza no ayuda nada.
Y menos en condiciones que me bloquean. Por confusas. Por joder.
miércoles, 19 de septiembre de 2007
Pero estúpidamente feliz.
Me juré que si lloraba por ello no seguiría adelante. O algo así. Pero ahora es cuando, mientras las huellas de un par de gotas saladas van borrándose, me pregunto si hice bien en llegar hasta aquí. Tan vacía de repente. Tan agotada.
No sé.
Me gustaría escribir de modo que sea cualquier personaje quien sienta esto. Pero hoy voy a ser yo la que arroje su máscara a las llamas de un fuego que no calienta, pero quema. Me descubro, queridos lectores.
Vuelvo a las andadas y escribo por mí. Ni por él ni por ella. Ya me gustaría.
Siento una impotencia consentida por todo mi cuerpo. Su núcleo reside en mi garganta y esto provoca que, cuando trague saliva (palabra maldita e hiriente), los sentimientos vuelvan a aflorar de ese falso resquicio y vuelva el dolor a apoderarse de mis entrañas.
Una mordaza cubre mis labios y termina en mi nuca, donde yo misma le puse fin apretando ambos extremos contra mí. No me hacen falta ni gafas de sol ni antifaz; hoy mi mirada también está invitada a guardar silencio. Hoy resurge mi antigua yo y se zambulle en el caótico desorden de mi subconsciente.
Ése al que sólo tengo acceso yo. Ése que se me clava y me grita con voz desgarradora palabras que hacen enfurecer mi alma. Ése que se siente victorioso cuando agacho la cabeza y dejo que el tiempo pase sin que me mueva un solo centímetro de donde estoy.
Mi cuerpo. Mi mente viaja rauda, abandonando a la dueña al abandono. Mi barbilla pide un soporte eficaz y mis dedos se lo ofrecen momentáneamente, mientras pongo en orden lo que quiero transmitir.
Es endiabladamente difícil. Yo lo hago difícil. Pero es que en verdad lo es. Para mí, al menos.
Los rayos de vital sol que se cuelan por los agujeros de mi persiana no me invitan a acompañarlos, me recorren envueltos en dorados y motas de polvo para luego marcharse. Su busca continúa, y no la van a parar por mí.
Se hace hasta fascinante tener tantas ganas de gritar y no poder. O no atreverse. La mordaza sigue apretando y un diente rebelde se escapa de ella para clavarse en mi labio inferior. El dolor físico a veces es calmante de otros. Pero hoy me parece que no es el caso.
El día no ha terminado, cierto es, pero dudo que se encauce hacia otro desenlace distinto.
Los colores pueden intentar arroparme. Pero sigo viendo nubes que tapan toda felicidad en estos momentos. Todo recuerdo. Toda sensación a la que antes recurría a diario. Nubes que desembocan en mi estómago y lo agitan sin condición. Nubes que hacen zumbar mis oídos y empalagan mi cabeza de lo de siempre.
De lo de siempre. Distinto tal vez en esta ocasión.
Hacía mucho que no tenía un día gris, aunque parezca mentira. Quizás éste me ayude a tomar una determinación que lucha por salir de mis adentros desde hace días.
Y la mordaza caiga.
Y yo me levante.
jueves, 13 de septiembre de 2007
Me siento extrañamente feliz. Sí. Las piedras del camino parecen marchitarse a mi paso pero sigo adelante. Esta miel que me llena las entrañas tiene un efecto reparador. El cielo está tornándose gris pálido, un gris que huele a gotas cristalinas corroyendo el sol. Pero continúo. Hoy me da igual. Hoy, sí.
Puedo sentir todas las cicatrices lindando en el límite de mi alma, luchando por volver a boicotearla y vencer. Reabrirse. Vencer. Pero mi sonrisa es tan real que las mantiene a raya. Me sigo preguntando por qué este sentimiento que me invade. Pero es tan dulce, tan curativo, que pagaría con mis ojos y mis manos a quien pudiera ofrecerme esta droga minuto a minuto. Se me hace difícil crees que soy yo la que empieza a tararear esa canción mientras el cielo truena acompañándome y recorro el camino que me separa de mis días tristes.
Siempre pensé que recorrería este sendero acompañada. No sola, ni extrañamente plena. Pero ahora es cuando comprendo que esto debe hacerse por uno mismo, sin ayudas ni empujones. Empuño mi victoria mientras mis pies se regocijan siguiendo adelante. No los paro, y eso es bueno.
Mis labios parecen congelados. Pero no sólo sonríen ellos. Lo hace todo mi cuerpo, todo mi yo.
Y sigo. Sin dudarlo, sigo caminando.
Parece que la lluvia va arreciando conforme llego a mi destino. La verdad es que no me importa. Sé que el fin esta cerca y eso me mantiene activa. Tengo la certeza de que voy a conseguirlo, y mi corazón también. Tal vez él lo supiera antes que la dueña. Todo puede ser.
Todo va haciéndose mucho más nítido. Incluso yo, mi mente, mi figura alejándose. Mi cuerpo burbujea. Y quiero dejarme llevar.
Esta felicidad me atemoriza, pero es tan dulce, tan dulce...
Creo que ya. Que ya estoy. Sí, creo que llegué. Suspiro y no me hace falta mirar a mi alrededor. Sé dónde me encuentro. Lo he sabido siempre, solo que nunca llegué como he llegado ahora.
Sigo.
Sigo dando pasos.
Todo está más cerca y mi espíritu parece sonreir de alivio mientras me abraza más fuerte. No me siento sola, aunque lo esté.
Feliz, muy feliz.
Estoy segura. Ahora sí. Todo terminó, puedo sentirlo. ¿Os habéis fijado? Todo es tan maravilloso que me recorre como una descarga eléctrica. Cierro los ojos y me olvido de mí. Excepto de un aspecto.
Feliz, tan feliz...
[Quise escribir algo que no fuera tan gris. Bueno, creo que el intento ha tenido un resultado algo cochambroso. Pero ahí está]
Otro extraño 13 para la colección.
sábado, 8 de septiembre de 2007
Y, entonces, me asomaba a la terraza del patio de luces. Vivo en un primero y, por ello, es bastante amplia. Grande. Siempre nos caen diversos objetos con los que nos bendicen los vecinos.
Atravesaba la puerta que comunica la terraza con la cocina y me quedaba mirando al frente. A las ventanas y terrazas de los demás vecinos. Había tanta ropa tendida en todas las terrazas que apenas veía las demás casas.
Y fue cuando las vi. Mágicamente asustadoras. Un par de piernas siniestramente blancas. Me recordaron a la palidez con la que suelen describir a los vampiros. Eran tan blancas, tan carnosas. Como los cuadros antiguos. Y las uñas de los pies tenían un color carmesí admirable. Laca de uñas, seguramente. Pero el conjunto resultaba atractivo. Y supe que era una mujer.
Sólo veía las piernas. El resto del cuerpo estaba tapado por la ropa tendida. Pero deducía que estaba sentada en el alféizar de la ventana, con las piernas colgando.
Tenía curiosidad por ver el rostro de esa persona.
Seguía allí clavada, bastante tranquila. Era de día. Y mi madre preparaba la comida en la cocina.
Fue entonces cuando el sueño se volvió angustioso. Veía a esa mujer. Y su expresión. Sus piernas de deslizaban hacia abajo y su cuerpo iba cayendo al vacío mientras sus ojos iban cerrándose, mostrando una sensación pacífica.
Como si quisiera morir.
Y yo la veía caer contra el suelo. Su cabeza chocando contra la pared, no contra el suelo, y la sangre que iba recorriendo mi terraza vecina.
Estaba muerta.
Y yo seguía allí clavada.
Horrorizada.
Sin poder moverme. Ni gritar.
Y algo me decía que a nadie le había importado la muerte de esa mujer. Que nadie iba a socorrerla. Que pasaría inadvertida.
Y yo sentía un amor tan fuerte por ella...
No sé.
Fueron tristeza y miedo a partes iguales.
Y se acabó con esa imagen. Y mi horror. Mi corazón desbocándose. Y esa palidez. Esas uñas carmesí. El rostro aquel...
El horror siguió impregnándome durante toda la noche, mientras estaba sumida en la inconsciencia.
Fue extraño. Y no me acordé de él hasta horas más tarde. Y volvió el miedo.
Fue un sueño. O pesadilla. Pero tenía que contarlo.
jueves, 6 de septiembre de 2007
La sangre se agolpó en su boca y sintió cómo hervía en sus papilas gustativas. Estaba completamente enervada. Y dolida. Soltó el improperio como una olla exprés, sintiéndose más aliviada conforme las palabras brotaban de sus labios. Pero, más aun, cuando el aludido deshizo sus pasos y se plantó frente a su rostro.
-¿Qué dices? ¿Sólo se te ocurre eso?
El aludido se reía interiormente, orgulloso de romper almas y no proporcionar los medicamentos para que las heridas dejaran de supurar.
-Sí. Me alegro de haberlo dicho sin problemas. Y, la verdad, es que tengo toda la razón. Tú no te merece otro insulto y, de paso, ése a tu madre le sienta bien.
Sus miradas se repelieron recíprocamente. Él acababa de lanzar a las llamas de la desolación el sueño de ella; ella quería que su rostro se mostrara impertérrito aun estando derrumbándose por dentro.
"Muérdete los carrillos, muérdete los carrillos..."
-Ahora me doy cuenta. Gracias a ti, me doy cuenta.
-¿De qué?
-De nuestro mayor error. Y lo peor es que me doy cuenta ahora. Para tu disfrute.
Él hizo mención de darse la vuelta, para denotar que le importaba bien poco lo que ella sintiera en ese momento. Había pasado momentos placenteros con ella, sin más. Le divertía la idea de ir rompiendo corazones, dejando rastros de lágrimas a su paso.
-Hay muchas formas de hacer el amor. Tú y yo sólo descubrimos una. La que tú quisiste. Pero no sólo ésa podría habernos hecho llegar al éxtasis.
Él se paró mientras las palabras de ella resonaban en su mente. Ahora sí, soltó una sonora carcajada que hizo temblar las trincheras de ella.
-No me vengas ahora con esas... A las tías siempre os han gustado esas movidas románticas. Se te pasará, ¿vale? Me caes bien, lo sabes. No me montes ningún número como hacéis todas. Todo pasará.
Y, con la ira de ella desbordando los límites, se marchó. Y ella rompió a llorar, envuelta en engaños y en ilusiones.
Pero lo que acaba de decirle le pesaba de tal manera... Sabía que era cierto. Ellos dos tan solo habían descubierto la manera usual de intercambiar calor. Pero pensó en las caricias, y las palabras, y las risas, y las miradas, y los suspiros que se quedaron de camino. Había habido tantas formas de ser uno...
Se acurrucó un poco más mientras el eco del viento le iba trayendo, poco a poco, la cordura. Aun sintiendo el calor de la sangre iracunda en sus venas, los pálpitos de un corazón indispuesto por todo su cuerpo, dejó de morderse los carrillos y saboreó las lágrimas mientras sonreía. Decidió que buscaría a alguien que quisiera hacer el amor con ella sólo con mirarse. Sin quitarse la ropa. Sintiéndose dueño del otro, simplemente.
Aunque, tal vez, ese alguien ya estaba buscándola a ella.
-Hay demasiadas formas de hacer el amor como para desperdiciar alguna de ellas... -musitó mientras se sorbía la nariz y observaba el último atardecer que vería su inexperiencia.
martes, 4 de septiembre de 2007

lunes, 3 de septiembre de 2007
Y el corazón puede pararse.
Detenerse al compás de la desilusión o del regocijo. A sabiendas de que se ha vuelto más pequeño con un nuevo disgusto o a que suspira de amor.
O palpita, como normalmente hace. Pero no del mismo modo. Y te agota. Exhausto, exhausta.
Tus mejillas arden y te sientes transparente.
Como las aguas del río. Como tu reflejo, tu imagen.
Sumida en transparencias, dudas, transparencias...