martes, 4 de noviembre de 2008

Es estar divagando un buen rato. Y acabar borrando todo lo que habías escrito. Porque si estás triste estás triste, días malos tenemos todos. Y no quiero escribir que la monstruosidad está tapiando las ventanas de mi alma -o eso intenta-, y que mira a las demás antojándoseles hermosas todas y metiéndose con mis ojeras y mi pelo despeinado.

Para qué construir oscuros laberintos de palabras que acaben diciendo lo mismo, lo de tantos otros días. Pero, eso sí, añadiendo el puntito de luz veraz. El que te dan ellos con sus abrazos temerosos. El que te da él, aunque ya no quieras ni decírselo, porque crees que al final se acabará cansando. Ese puntito de luz. Y la canción. La canción. Esa que dice que ha visto días grises en días soleados.

lunes, 27 de octubre de 2008

No sé si sabes que te quiero, de verdad, que lo que tú me das no me lo da nadie más. Aunque todos te vean frío a mí me gusta cuando me lo calmas, lentamente, y en la desnudez que provocas encuentro un refugio. Y el asfalto cubierto de ropa y delirios, haciendo chas chas cuando la pisas, alfombra solamente tuya.

No sé si sabes, Otoño, que agradezco tu vuelta. Siempre que vuelves. Y es que a pesar de que haya veces en los que me diga que no te necesito, te echo de menos por testaruda, y no sé si es buena esta dependencia que de vez en cuando me asalta y este humor variable que me provoca tu falta. Hay veces que no sé dónde estoy ni quién soy, que soy toda sentimientos dispares y desordenados, que me ahogan. Pero vienes, siempre vienes, y en tus brazos encuentro la calma que precisa mi cabeza, y desaparece el dolor porque tu bálsamo es milagroso. Totalmente magnífico cuando las heridas escuecen con la sal de las lágrimas. Estás tú, con tus labios a veces secos, para besarme en silencio y hacerme reír con el viento que me apaga el fuego de las mejillas.

Las noches son duras contigo, porque me encuentro sola y en casi todas deseando que me soples un poquito más en las manos y me llenes por dentro. Pero sé que hay limitaciones, que yo no lo soy todo y ese equilibrio es el que me mantiene todavía viva. Viva porque despierto sabiendo que puedo sentirte, otra vez.

Suelo tener la necesidad imperiosa de decirte que amándote me paso las horas, en silencio, porque tengo la sensación de que nadie va a comprender cómo lo hago. Tal vez tú, cuando me miras a los ojos, o tal vez no. Quizás es que te quiero sólo para mí. Y no la digo en voz alta, ni siquiera a ti, puede que por miedo, o por tu sonrisa burlona.

Aquí en las calles de mi alma suele ser Otoño siempre. Porque estás tú llenándolas de pasos y de hojas secas que ansían volver a nacer para caer de nuevo. Y así como los árboles te espero, Otoño mío, a medio desnudar. En la locura que me transmites y en el nudo en la garganta que a veces siento. Siempre estás tú, con tus ojos de vidrio otoñal rodeados de pecas tostadas, tus manos enormes y mitológicas. Tu ceño fruncido y tu sonrisa joven, enigmática incluso. Mi Otoño perpetuo, mi paz y mi caos, mi niño.

lunes, 20 de octubre de 2008

Totalmente dispersa mi mente se extiende hasta llenar toda la habitación, chocando en las esquinas, arañando el cristal de la ventana con las uñas. No voy a abrirla, pues el escaso viento que entre me va a traer su nombre, una vez más, y debo alejarlo, por el momento, porque los trazos firmes de las letras que lo componen no me dejan ver más allá.

Idéntico a las mañanas, con las frases que resbalan en mi imaginación y se transforman, traviesas, alejándome de la lección de ese día, de las preocupaciones de la tarde y las ganas de las vueltas del reloj. Y se tornan en una palabra, y me dice ven, y voy sin pensarlo, y acabo chocando con el metacrilato de sus ojos en mi memoria, justo al atardecer de un sol naranja en el cielo gris, brillando. Luego se torna en ilusa y me incorporo, pero no sirve de nada. Hace demasiado viento. Sus dientes me gritan demasiado.

Sucesivamente pasan las horas, y las palabras, yendo de una a más, a muchas más, que forman frases, y recuerdos, y atrevidas fantasías que aceleran los minutos, los latidos, la sonrisa por dentro. Decido que no tengo remedio y me quedo en dos palabras, extrañamente sola en ese momento.

Con los relojes en mi contra y el ánimo caminando de rodillas, las ganas olvidadas en casa, lo ojos entreabiertos, una palabra suya me basta. Le dice ven a la quietud de mi mente, y me dejo ir, para volver dentro de un rato a por más realidad fría, a por más palabras flotando en el aire.

sábado, 18 de octubre de 2008

Lo que me hace falta ahora, después de dos horas entre líneas de palabras alejadas de cualquier tipo de literatura, son los gritos de siempre. No dejo de preguntarme en este mismo momento por qué nos empeñamos tanto en hacernos tanto daño. Qué ansiamos conseguir con este individualismo brutal que me hace ver esta jodida casa como un campo de batalla. No en qué tipo de guerra nos hemos metido, pero sólo sé que el último que se duerme es el coronado más fuerte.

Está el soldado que renquea y decide hacerse a un lado mientras todo lo demás sigue el curso marcado. Y bosteza, incluso, y habla del tiempo que hace y se guarece en la certeza de que dentro de poco saldrá de aquí, de nuevo, para volver en su ciclo de vida y aparentar que las cosas van con calma.

Luego el silencioso, el callado, que va de un lado a otro del campo de batalla y observa, y hace apuntes con la vista y de vez en cuando me da aliento. Pero que se ve tan lejano también, pero tan dispuesto a entregarse a la violencia de la lucha, que me impone una línea de respeto que no cruzo. A pesar de que en mi fuero interno guardo sentimientos hacia él que no voy a gritarle nunca.

Y finalmente el que está siempre a punto con rapidez, el mártir, el que más tarde me reprocha mi quietud a gritos. El mismo del que desecho sus lágrimas porque ya tengo suficientes con las mías. Porque tal vez fuimos amigos antes de todo, pero ahora sólo consigue lanzarme bien lejos, creyéndome a salvo en el camino que no hayan marcado sus pasos.

Por más que lo intento no le encuentro sentido a este instinto de supervivencia. Si lo pienso me sobran demasiadas cosas. Así que después de la irrupción en mi tienda del último soldado descrito, manchado de barro y queriendo más, y su Ya veo cómo estudias, el único deseo que me baila en el ánimo es el de abrir la puerta después de cerrarla de nuevo y encontrarme en otro sitio, otro mundo diferente, sin guerras estúpidas como ésta, en la que nadie habla claro y en la que el dolor se guarda dentro para sintetizarlo en rencor.

Y los mismos versos de siempre, delante de mí.

Todos ustedes parecen felices...
...y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen...
(...)

La próxima vez será mejor dirigir mis pasos a la biblioteca del barrio.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Se ganaba la vida narrando historias donde podía y siempre que alguien estaba dispuesto a escucharla. Por ello apreciaba su voz sobre todas las cosas; dulce y todavía niña, suavizando los oídos de aquellos que la buscaban o, con suerte, se topaban con ella un día cualquiera. Sin embargo, y para escozor de todos sus admiradores, jamás revelaba sus fuentes. De dónde venían sus cuentos, si eran suyos o prestados, o qué. No porque no quisiera celosamente, sino porque ella tampoco lo sabía.

Por eso el día que se quedó sin voz rozó la muerte con los dedos. Se creyó desfallecer mientras se peinaba el pelo sin descanso y nerviosamente. Estaba muda, completamente muda. Lloró. Estuvo llorando días y días con la esperanza de que alguna lágrima perezosa dejara de quemarle y le trajera algún sollozo en voz alta. ¿Qué podía hacer sin gritar siquiera? Para ella, ya no valía nada.

Un atardecer alguien atendió a las quejas de los que echaban de menos sus historias y la anhelaban indirectamente a ella. Alguien dijo que no se preocuparan, que él iba a arreglarlo. Era una persona fuerte, de voz grave, que imponía respeto y resultaba atractiva y misteriosa a la vista, con unos ojos brillantes en un destello infantil que se encendía si sonreía, alumbrando las calles grises y las pupilas descoloridas. Lo que las gentes no sabían es que ese hombre podría haberles dado de comer versos si hubiese querido.

Mientras ella seguía llorando y probando a articular palabras rotas, unos labios se le acercaron al oído y le dijeron que le daban su voz. Que no se alarmara por el tono, ya que en su garganta se tornaría grácil y transparente como siempre. En la penumbra ya marcada ella intentó mirarlo a los ojos y él le dijo que no necesitaba voz, que él rasgaba los silencios de otra manera. Por fin pudo sollozar y la chica le dio las gracias. Sin percatarse en ese momento de euforia y cansancio que volvía a hablar y que era él, el hombre fuerte y sin voz, el autor de los cuentos que ella contaba.

sábado, 4 de octubre de 2008

Haciendo peligrar el equilibrio térmico de tu cuerpo, mientras envidias al agua que resbala por él por ser simplemente agua, y tener un camino fijo, y no tener que preocuparse, aparentemente, por nada más.

Agua hirviendo que queme tus ideas, ahora mismo, en este momento. Y así disfrutar de la burbuja de vapor que has creado ajena a todo. El calor empieza a ser deliciosamente insoportable.

Pero cierras los ojos mientras recorres con los dedos los puntos que se enderezan de frío en tu tripa debajo del agua que quema. Y entonces piensas que deben de ser ellos las cuchillas afiladas que a veces notas que se extienden por tu cuerpo para evitar que nadie más se acerque y dañen su carne. Tu piel manda. O al menos transmite las órdenes caóticas de un interior pantanoso, bizqueando sus farolas, intentando guarecerse de los témpanos de hielo de este mes de octubre.

Evitas atender a las voces que te esperan fuera, cuando la burbuja no sea más que una mezcla de temperaturas que hará encoger tu corazón. Te aterra pensar que si no sales de ahí nunca más nadie va a percatarse de que falta algo de frío. Pues así te sientes. Viento gélido, frío peligroso.

Te quedarías, no obstante, una eternidad allí dentro. Intentando ocultarte que, en realidad, esperas que alguien haga explotar tu burbuja y te guarde del aliento helado de tu lado solitario, de la Soledad personificada en tus monosílabos y la ausencia de sonrisas. Te asusta la ventisca violenta de tus adentros.

miércoles, 1 de octubre de 2008

No había habido mucho movimiento en toda la noche. Charlábamos distraídamente mientras mi compañero conducía y poco más. Un par de alarmas de poca importancia. Para ser viernes estaba yendo la cosa muy tranquila. Tan tranquila que me estaba entrando un acojone extraño, sin saber por qué, simplemente porque sí. Y no me gustaba nada.

Entré en el bar porque mi vejiga ya no aguantaba más. Madre mía, qué descansada pude quedarme. Cuando salí vi que mi compañero había cambiado su expresión. Bueeeeno, me dije, ya tenemos juerga.

-Tenemos un aviso.
-Ya imagino, ya...

Me puso al día mientras llegábamos al lugar del aviso por radio. Creo que éramos los más cercanos, aparte de la patrulla que ya estaba ahí. Cuando llegamos, a pesar de que la noche ya estaba bien cerrada, todo era un hervidero de gente. Vecinas en bata, las que más. Mi conductor particular me miró en silencio diciéndome que ya sabía lo que me tocaba. Por eso de que tú eres tía y las entiendes mejor... Ya sabes. Qué morro tenía siempre, joder.

La agredida estaba siendo atendida por los servicios médicos. Los chalecos amarillos se me antojaron fantasmagóricos en todo ese espectáculo macabro al que no acababa de acostumbrarme. Uno me indicó con un gesto que me acercara. Se separó de los demás y me habló.

-Una de las vecinas ha dicho que su ex tenía una orden de alejamiento.
-¿Cómo está?
-Hecha un cisco... Pero aún puede hablar. Creo que debes escuchar lo que dice.

Me acerqué. En ese momento sí que estaba acojonada. Me agaché al lado de tanta vía, y maletines, y gasas y tubos que siempre me han dado un pavor maravilloso. Me atreví a mirarla a la cara y se me vino como un sabor rancio a la boca. Como si estuviera saboreando la rabia justo en ese momento. Casi no podía hablar. Adiviné que los ojos debían estar en su sitio por el flequillo despeinado, pero la hinchazón que sufría por toda la cara me impedía encontrárselos. Lo lamentable es que no dejaba de sangrar por el abdomen. Y aun así quería hablar, gritar su verdad. Se me clavaron las miradas de los médicos y asistentes. Todavía lo pienso y tiemblo.

Tuve que escuchar cómo musitaba con infinito esfuerzo que el hijo de puta que le había hecho aquello había compartido su cama durante años. Su cama y la sangre de sus puños con la de sus pómulos, día tras día, hasta que todo acababa ahí. Dijo que sabía que iba a morir. Y no pude decirle que no dijera eso porque tenía un jodido nudo en la garganta enorme. Dejó de hablar de súbito y pareció como si su alma se le escapara en la última frase. Lo siento. Si es que no me voy a olvidar nunca de esa voz, joder... Me retiré un poco cuando empezaron a reanimarla. Todo lo que veía estaba en gris, excepto la sangre que manchaba la calzada. Ni los gritos de los vecinos, ni los juramentos del médico que le pedía por la virgen que aguantara, ni nada.

Seguí allí cuando la reanimación se suavizó. Ahora sólo había que seguir bombeando sangre al corazón, engañando al resto de su cuerpo, para ver si algún órgano era salvable.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Creo que ya ha vivido lo suficiente para pintarle los labios de carmín. Que se ha asomado al mundo con cautela y ha madurado en parte, de mano en mano, de mente en mente, siempre titilando la ilusión. Podemos adornarla con el rojo de la adolescencia que está a punto de expandirse. Y así corregir sus imperfecciones y resaltar la magia de su boca, para que las palabras que cante tengan un regusto más dulce, la historia que nos tatúe nos encienda el recuerdo en tonos de otoño.

No sé si está de acuerdo, pero ya lo he hecho. Y la veo más hermosa, más mayor. Con su grosor encantador sin más, y ligeramente abultada porque me he dejado el lápiz de labios dentro, para que le dé calor y no deje de escribir sobre ella una sola sílaba.

Me invade una fría sensación de estar metiéndome demasiado en territorio vedado, pero me ha otorgado una paz maravillosa que me va a hacer soñar esta noche de una manera distinta y tenía que escribirlo. Intentar desgranar la esperanza que ha ido creciendo justo en mi estómago, mientras todos ellos me contaban sus historias.

La veo preciosa. Con su recién estrenado rojo pasión, brutalmente provocativa. Está creciendo, aunque pensáramos que ya lo había hecho del todo... Puede disponer aún de cosas por aprender, hacerse más elegante, alcanzar su propósito mientras sonríe con timidez, ya con un tono de labios más discreto. Tal vez resulte extraño, tratándose de la corrección de una novela, del cachito de vida del escritor convertido en papel, de párrafos de sueños y sensaciones dispuestas a ser descubiertas. Esperando, paciente, a que el mundo la haga crecer.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Átame y lléname de vida. Sujétame fuerte mientras el humo del bar me inunda el pelo y me cubre de pruebas que dirán dónde he estado. El ruido, amortiguado, es parte del ambiente animado y nocturno que apenas conozco. Y yo intento vigilar mis uñas y dirigir las yemas de mis dedos. Cógeme de la nuca y condúceme si quieres. Agárrame del pelo sin llegar a arañarme la piel, sólo el alma. (Quiero que me arañes hasta que sangre mi alma...) Demuéstrame que nunca me han besado así. Crécete y hazme reír. Y yo desecho el reloj porque me molesta ahora mismo. Se está tan bien.

Como la noche que tengo casi prohibida y siempre se desarrolla fuera y no dentro. Como saborear su jugo un instante y no ser suficiente pero calmar un poco la sed. Mi cintura ahora es tuya. Sostenme bien. Hazme llegar tarde.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Hoy hay mucha gente. Antes de que lo abrieran ya había personas esperando a coger sitio dentro. Incluso están tres de esas chicas en las que siempre te fijas porque tienen una belleza especial que te hace desear de vez en cuando ser ellas. Ahora ocupan un par de sillas de una de las mesas del bar.

Tu ánimo ha cambiado desde que has estado sentada en el suelo esperando a que la persiana subiera del todo. Muy de repente. Has visto la tranquilidad de los demás y cómo esperaban a la noche y al darte cuenta de que tú no tenías nada que esperar te has sentido extraña. Luego también la música, que hoy es distinta. Por el tipo de gente, el ambiente, te ha dicho un amigo. A coser mi alma rota, a perder el miedo a quedar como un idiota. Murmuras la letra mientras los que te acompañan en la mesa la cantan más alto.

Piensas en que no es justo pero te preguntas que qué no es justo. Al fin y al cabo no es nada nuevo, pero no puedes evitar sentirte cada vez más fuera de lugar. Si tú supieras, si yo te dijera, si yo te contara. No es por ellos, es por ti, y el sopor de aburrimiento y humo de tabaco que se extiende sobre tu cabeza. Ni siquiera te ha apetecido jugar al futbolín. Hoy no. Ahora estás sentada en la mesa escuchando la voz de ella, que te cuenta lo que ya sabes de oídas, y de vez en cuando una broma, un par de risas, acomodarte en la silla de madera. Triste, muy triste, como las noches en las que hace demasiado frío e intentas seguir durmiendo por no levantarte a cerrar la ventana.

Hay algo que no termina de funcionar en esta tarde tan eterna dentro de tu pecho y sólo piensas en que los minutos no deberían pasar tan lentamente. Y envidias, de verdad, con la punzada en la mitad de la garganta, los que van a ocupar ese sitio horas después y disfrutarán porque habrá llegado lo que esperaban. Y cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama. Que le dijo que no volvería, que no la esperara. Quién me iba a decir que al final iba a unir su tripa con la mía...

Por fin salís y en el viaje a la doble puerta saludas a unos amigos que han decidido pasar la tarde allí. Una de ellos es la chica de la belleza tan peculiar. Una de ellas.

Por fin fuera te invade el frío de este final de verano y se te mezclan las ganas de ser abrazada y no parar de hablar y de llorar y de saber qué está ocurriendo dentro de esta cabecita. Unos brazos amigos te dan un poco de paz y tú piensas que no saben lo que están haciendo. Vuelve la punzada en el centro de la garganta y añoras. Sin más.

Y ya te encuentras sentada en la silla que te da tanto dolor de hombros, tecleando, con la noche recién empezada y tú, resignada, que estás a punto de meterte en la cama.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Me da miedo que te pierdas a ti mismo. Que crees un pozo de desesperanza y frustración y te caigas dentro. Pero lo que de verdad me atemoriza es que creas que mis palabras son nacidas de la rutina y hayan perdido el significado que intento darles, que ya no te sirva mi aliento cuando el tuyo escasea y eres más niño que nunca. Me da miedo porque mi mente surca todas las posibilidades y consigue que se me erice el vello al imaginarte vencido. O al pensarte abatido y solo, con miles de preguntas, y verme más muda que nunca mientras comprendo que no puedo darte las respuestas que buscas. Todo ello me produce un encharcamiento del alma y los ojos que se hermana con el vacío de mi estómago y me destroza desde dentro.

Pero escalo el archivo de tu blog, los pedazos de tu alma, y evoco sensaciones y momentos que me hacen imaginarte frente a la pantalla, lleno de ilusión, coordinando tus grandes manos para dedicarte a lo que te gusta y seguir sabiendo que lo amas. Y sonrío a medias comprendiendo que mi miedo puede que no llegue a ser más que eso, que no soy capaz de pensar en ti como otra cosa que no sea escritor. Porque sé que escribes siempre, constantemente, reforzando tu alma y moldeando el silencio para hacerlo tuyo. Dotando de magia frases y líneas que ahondan en los corazones de todos los que hemos pasado por allí alguna vez. Por tu museo de instantes y deseos. Tu santuario.

Porque las palabras no son de nadie al cien por cien. Y si encima les das alas pueden volar y marcharse lejos, dejándote acongojado, para luego volver confusas y besarte en la frente mientras vuelves a lo que te gusta. Porque tu mente no funciona sin ellas, igual que ellas no funcionan sin tu mente.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El sol que nos brinda su luz sin apenas darse cuenta. ¿Y si lo supiera? La calidez del momento. El calor acumulado. Los deseos que se escriben en la piel procurando no dejar un reguero sangrante de palabras. Qué más da, si son deseos, y son ahora, justo... justo ahora. El aumento considerable de temperatura. El tacto que enloquece los sentidos a la mínima, la traición más absurda de la razón. Ahora, justo ahora. Te quiero ahora. Se apaga el sonido. Únicamente la respiración entrecortada, los suspiros que se alargan y se erizan, al mismo tiempo. La lentitud que enciende el alma, poco a poco, muy lentamente. Dejo de ser yo. Soy parte de ti. Las palabras sinuosas que se cuelan en el ambiente. Así, así, justo ahora. Todo, o casi todo, huye veloz de mi mente mientras aumenta todo. Tu sonrisa a dos centímetros de mis labios. ¿La atrapo? Los latidos. El ansia. Las manos, que quieren abarcarlo todo. El silencio. Todo grita por dentro. Creo que esto es perfecto... Me siento perfecta, completa. Justo ahora.

Cuando no hay horas ni relojes, ¿qué más dan los quejidos del tiempo? Cuando estoy en mi refugio, cuando vuelo, qué más da lo que me espere afuera. La lluvia, el hambre, los domingos. Si estoy contigo.

domingo, 31 de agosto de 2008

-Y, dime-le preguntó con voz grave-, ¿qué has sentido cuando has colgado el teléfono?
-No sé... -dijo ella.
-Algo te habrá venido a la mente, ¿no? Al menos eso demostrabas. Sí, te estaba mirando-contestó apresuradamente al interrogante de sus ojos.
-Que no podía ser verdad. Ha sido extraño. Como si me hubieran apaleado personas distintas y en sitios distintos.
-¿Dolor?
-En el alma sí. Un montón.
-¿Y por qué crees que te duele tanto?
-No lo sé. La verdad... -. Hablaba muy lentamente, reflexionando-. La verdad es que no consigo entenderlo todavía. Es decir, sé cómo me siento. Pero me cuesta definir el porqué.
-¿Lo hay?
-Tiene que haberlo.
Continuó él, al ver que el silencio se prolongaba después de la última frase. Siguió preguntando. Le encantaba preguntar. De hecho, le sigue gustando.
-¿Qué vas a hacer?
-Qué voy a hacer... No puedo decirlo porque no lo sé-. Se quedó callado, y al segundo, rompió a llorar y siguió hablando a balbuceos, como siempre que se desgarra por dentro para intentar purgar lo que le infecta el corazón. -Sólo sé que cada vez me encuentro con más odio, que creo que sus palabras producen el efecto contrario en mí -. Intercalaba sollozos y palabras, a partes iguales.- Estoy empezando a agradecer estar perdida. En tierra de nadie. ¿Sabes lo que es eso? Tal vez sea una mala persona por ello, pero prefiero ser una mala persona que no ser ningún tipo. Son demasiadas las cosas que me acuden a la mente, demasiadas. Y en todas las que me dan luz no están incluidos ellos. Me da miedo, ¿entiendes? Me da miedo porque cada vez me siento más real y más aislada.
Él se quedó quieto, sin revolverse más. La paz fue absoluta en ese momento. Finalmente se rindió y decidió darle un poco de tregua.
-¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir encontrándonos en estas condiciones?
-Eso no lo sabemos ni tú ni yo. Te encanta esto. Vienes cada seis días, te quedas, me acribillas a preguntas, me alivias con mis respuestas. Hoy toca, ¿no? Quién sabe cuántos días más. Y tú no puedes decírmelo.
-No, yo sólo pregunto. Ya lo sabes.
-Sí... Por cierto, tienes que irte. Es tarde.

Iban a dar las doce de la noche y, por tanto, él ya no podía estar ahí. Se quedó callado esperando el momento en que debía marcharse, mientras ella pensaba que Lunes traería la tranquilidad artificial de la ignorancia. A diferencia de Domingo, Lunes no decía ni pío porque aún se encontraba desperezándose. Y mucho menos preguntaba nada. Nada de nada.

jueves, 28 de agosto de 2008

El verano aparte de sudor y noches en vela nos deja muchos recuerdos, y rostros, y nombres que se van mezclando entre sí en la mente hasta formar una imagen, similar a una fotografía, que engloba momentos. Anoche me vinieron todas las fotografías de golpe... Y en vez de rechazarlas les hice un hueco en la cama y conversé con todas ellas.

Eva y Elena ya son madres. Parece que veía a Elena, sentadas en el borde de la acera, hablándome de sus desventuras en el instituto, y yo escuchando y llenándome de miedo. Apenas me saca cinco años. Y ahora tiene un bebé moreno que es precioso. Su hermano, Pablo, sigue aparentemente igual. Sus pantalones ajustados y su altura tan atlética. Sonriendo al saludar, siempre. El hermano de Raúl tuvo un encontronazo con las drogas del que ni él ni su familia se han recuperado. Hace mucho que no lo veo, pero nunca he cruzado más de dos palabras con él. Héctor se marchó lejos a trabajar de lo que quería, de forestal en su pueblo. Su estatura mínima y sus chistes siempre a punto. De su hermana Alba no sé absolutamente nada, pero recuerdo que era una de las más simpáticas, de las que me prestaba atención a pesar de lo enanísima que era yo. Pablo continúa tocando la guitarra encima de mí en mis horas de estudio. Y sólo le oigo Smoke on the water. En Gregorio, el que antaño fue rollizo y bajito, huelo planes de boda no dentro de mucho. Diego sigue, lamentablemente, igual, buscándose un destino bastante gris, por cierto, pero cada uno somos dueños de nuestros actos.

De todas estas tampoco sé mucho. Que cada una siguió su camino. Paula lleva mil piercings, delgadísima, a veces la veo, pero ya me niega el saludo. Dina sigue estudiando, monísima ella, como siempre. Y es que casi no recuerdo ni el nombre de todas. Se me quedó grabada una conversación en la que discutían qué tipo de Miss preferían ser. Algunas decían que con ser Miss Verano se conformaban, otras querían ir directamente a por el universo. Pero, no sé. Yo en esos tiempos prefería ir en bici o jugar con el aro de gimnasia que ahora pertenece a mi prima. El problema es que ellas querían hablar de chicos y sólo Paula jugaba conmigo.

Y los más cercanos. Ellos sí me hacen sonreír a pesar de que en tres años las cosas hayan cambiado mucho. Juan Manuel imagino que seguirá con su sueño de viajar a Barcelona y ser actor porno, porque según él da la talla. Raúl insoportablemente subido de aires, pero eso no es nada nuevo, vamos. Con Laura sigo yendo todas las mañanas al instituto, aunque nuestro choque de ideas haya hecho que estemos más lejos; por suerte con ella todo es más fácil. De mi vecino del quinto sólo espero que no sufra ningún daño en uno de esos combates de boxeo que está empezando a hacer... Sería una pena que le rompieran la nariz, porque cada día lo veo más guapo. Jorge y yo pasamos de estar demasiado juntos a no mirarnos a la cara. Ni saludarnos. Pero el tiempo corre y nosotros cambiamos, supongo. También sé que no lo lamento en absoluto. Asier es un pesado. Ya lo sabe él bien. Pero me encanta que sigamos hablando después de todo, aunque no le veo el pelo y eso que vive a cinco metros. Y Adrián... ¿Adrián? No sé si al final se irá a Gallur. Nos vemos cada vez menos, siete pisos por encima de mí. Pero los dos conservamos recuerdos de tardes de verano demasiado calurosas. Rocío aunque no sea de aquí es como si lo fuera. Al menos porque sin ella nadie hubiera silbado a una chica guapa, ni hubiéramos conocido a todos hace tres 3 de agosto. Y luego toda la gente que hemos ido arrastrando con nosotros, madre mía, ahora lo pienso y...

Cómo pasa el tiempo. Y cómo se clavan los veranos. La plaza sigue llena de vida, cada uno por nuestro lado, algunos aún juntos, efímeros saludos, alguna sonrisa, un par de besos. Y poco más. Rostros y nombres para ordenarlos en noches en las que el calor te impide rendirte a Morfeo.

domingo, 24 de agosto de 2008

Sonido amortiguado que caracteriza a los aeropuertos. Tal vez por el cúmulo de sentimientos que se amontonan en tal recinto, que se van, que vuelven, una sonrisa y un corazón roto, la voz que anuncia que está más cerca tu camino, o tu condena, las prisas, las ganas, el ajetreo, el olor a maleta cerrada... Caminan de la mano pero no hablan entre ellos; ahora es momento para conversar con sus almas y calmarlas con palabras de aliento. Están como perdidos, pero ambos saben que el problema es que los dos están demasiado decididos. De repente, él detiene su paso y la contempla un instante. Sonríe como le enseñó ella.

-Te quiero desde el 2008-le dice. Y la deja perpleja.
-¿Desde el 2008?
-Sí... Por entonces tú eras una niña asustada que creía que la perseguían para matarla y yo tenía más miedo aún porque acababa de empezar a trabajar.
-Ah... Qué vergüenza. Cómo me perdí. Y cómo me llevaste de nuevo al campamento. Te juro que pensaba que iban a matarme-. Y aún parece arrepentida de haberse comportado así.
-Lo sé, lo sé.
-Y tú el forestal que se convirtió en un héroe, ¿no? -Ahora ella sonríe.- No ha pasado tanto tiempo.
-No, días no. Sin embargo parece que llevamos toda una vida juntos y qué poco me basta...

La abraza y ella apoya la cabeza en su pecho aspirando lentamente su perfume. Sigue siendo una niña que se ha perdido. Permanecen inmóviles hasta que una voz les sobresalta y les devuelve a la realidad. La megafonía. Alguien tiene que coger un avión.

Él se la queda mirando como suplicándole algo, bordando las palabras en los suspiros que se alejan de la mano de ese abrazo. Los ojos de ella titilan.

-Cógelo, date prisa. No lo pierdas, ¿eh?-le dice con voz quebrada.- Y vuelve pronto-añade.

Lo besa suavemente en los labios y él nota el sabor salado de las lágrimas; no obstante, piensa que son las más dulces que ha saboreado nunca. Agarra su maleta llena de olores y echa a andar con la mirada en ella, que lo espera, en la puerta de embarque, sonriendo de esa manera tan suya. Como la primera vez que se vieron, toda una vida atrás demasiado corta...

sábado, 23 de agosto de 2008

-¿Y si es verdad eso que dicen?
-Jo, ¿el qué? ¿Qué rollo me vas a soltar ahora?
-Todo eso... Que se van a acabar las nubes, ya sabes. Que dentro de poco estaremos tan preocupados por cosas dispares que se nos van a astillar las ganas de aire fresco. Justo debajo de la piel.
-Ya empezamos...
-Atiéndeme, de veras. ¿No te acongoja? Imagínate. No volveremos a ver amanecer en nuestras mentes, ni nos llenaremos los ojos con la imagen del otro porque estaremos pensando en la lista de cosas por hacer que nos espera colgada en la nevera.
-¿Por qué dices eso? Me estás asustando.
-Yo sí que tengo miedo... ¿Y si me olvido de mis manos, de las formas que pueden crear, de todo lo que han tocado y desean tocar en este momento? No quiero que se me atrofien las alas porque se me ha olvidado cómo echar a volar. Ahora estoy bien. Pero, ¿luego?
-¿Luego qué?
-En eso consiste, ¿no? Crecer. Ya sabes... Hacerse mayor. La gente que habla de lo que perdió al cruzar la línea es tachada de amargada, solamente porque no desechan sus recuerdos. Quiero que todo esto que contemplamos, nuestro camino, tus ojos, tú, siga siendo. Sin más. No quiero que sean recuerdos. Así que... ¿Por qué sonríes? ¿Te hace gracia?
-Somos niños... Deberías saberlo.
-Claro que lo sé. Pero tengo miedo.
-Mírame. Míranos. Mientras nos quede algo de esta magia que veo reflejada en tu mirada porque brilla en la mía no debemos temer. ¿Crecer? Claro que sí. Pero no tenemos que dejar de ser un par de locos que no quieren soltarse de la mano.
-Quizá tengas razón... Pero hay tanto caos últimamente que no sé...
-Sonríe. Vamos, sonríe para mí.
-Espera.
-¿Qué?
-Te quiero.





(20·o8·o8)

domingo, 17 de agosto de 2008

Esto ha formado parte de mis recuerdos desde que éstos alcanzan. Porque es algo normal y, por lo visto, algo que suele ocurrir con facilidad. Sin embargo siempre siento el mismo pánico absoluto, que me deja clavada, cerrando la puerta, pegada la oreja a la pared, con cualquier pensamiento totalmente congelado.

No está en mi mano hacer nada, ni tomar parte. Considero que hay problemas en los que es mejor no meterse si a ti no te incumbe para nada, y desde los encierros aterrados en el baño hasta hoy mismo he ido aprendiendo que es mejor guardar silencio mientras se desata la tormenta. Lo que no sé es si ellos recordarán todo esto, todas sus palabras, todos los reproches y amenazas que llegan a soltar en un cuarto de hora. No sé si lo recordarán como se me queda grabado a mí en las entrañas, pero apuesto a que sí, aunque también sé que hay otras acciones dulces que siempre rebajan el dolor y alejan las almas del rencor.

No quiero hablar de amor ni de compromiso ni convivencia. Pero a veces, escuchándolos, me siento como un lastre de acero que les recuerda cada día que están condenados para siempre. No debo tomar parte, no obstante tampoco sabría de qué manera hacerlo. Odio estas situaciones y este miedo, pero hay otro mayor que me empuja a cuestionarme todos mis deseos de que no se vuelva a repetir.

El miedo a que sea la última vez, las últimas voces quebradas. El miedo a que resulte que ya no hay nada que arreglar ni pedazos que recomponer con paciencia. A una rutina partida en dos brutalmente, el corazón espectante, confuso, buscando su otra mitad.

sábado, 16 de agosto de 2008

Enloqueció de tanto pensar que peligraba su cordura. Y sintió una inmensa sensación de alivio al verse libre de esa espiral de angustia y de miedos, de las estancias llenas de espejos que le traían imágenes de tiempos pasados. Y de los mismos errores. Se obsesionó tanto con librarse de sí misma que decidió romper con todo, refugiada como estaba en esa locura dulce que parecía ser su pasaporte para todo. Cambió de look, de compañías, se interesó por otras cosas, dejó de leer y de contar abriles con sabor a otoño. Lo dejó todo. Hasta que se sintió lo suficientemente desnuda como para volver a empezar. Quiso olvidarse y así lo hizo.

Sin embargo, no contó con las noches y la magia negra que guardan. Siguió soñando igual que antes y eso la mantuvo atada. Y en sus sueños, a partir de entonces lentos susurros de agonía incontenible, sólo veía la palabra engaño. Un día despertó y se palpó el rostro con lentitud. Se preguntó dónde estaba y no supo encontrar una respuesta. Se había vuelto cuerda de tanto aferrarse a una locura que en realidad no existía.

miércoles, 6 de agosto de 2008

-Déjame ser libre.

Me dice. Y tiembla desde mis ojos. Ya no quiero intentar explicarle nada. Sé que lo sabe todo y que tiene derecho a pedirme lo que sea. Incluso que le deje ser libre. Apenas la reconozco ahí plantada. En estos momentos tengo serias dudas de quién me habla, de si de verdad se dirige a mí o es otro engaño de la tormenta que se está librando dentro de mi cabeza. Ya no me dice nada más. Siento que me mira con compasión y no puedo soportarlo. Se ha equivocado una vez tras otra y quiere remediarlo, pero ahora no sabe nada. La confusión la abraza por la espalda, ya la estaba abrazando cuando me ha pedido que la dejara irse. La veo estremecerse y sé que teme regresar al baño y contemplar su miseria de nuevo en forma de vómito. Se pregunta qué sustancia puede echar si hace horas que no ha comido nada. Bilis, eso es. Corroyendo lo que arrastra a su paso.

Ya no quiero hablarle de nada. Ni responder a sus preguntas. Mejor me retiro del espejo y me abstengo de taparme los oídos porque sé que voy a seguir oyéndome de todas formas.

domingo, 3 de agosto de 2008

-Cállate la boca.
-Porque lo digas tú.
-Sí, precisamente porque lo digo yo. Y porque soy tu madre.
-Eres mi madre y deja de contar. No eres ni mi dueña, ni la dueña de mi vida.


Algo se rompe y me temo que lo siento irreparable.