lunes, 7 de septiembre de 2009

Qué difícil era la copa vacía y el carmín etéreo flotando muy lejos de ella. Ir danzando con los platos en la mano como siempre, esquivando momentáneamente un asiento, una ausencia, un vacío infinito, un recuerdo. El tiempo corría despacio porque ya no venía la que siempre llegaba primero. Se sentaba, pausadamente, quejándose de su corazón y sus piernas las últimas veces, llenándonos de dolor con sus gritos ahogados, su no puedo más, y nuestro y nosotros qué.

Las velas extinguidas y las lágrimas escondidas en las habitaciones en penumbra, la infancia que anhelo muchas veces recorriendo el pasillo, una felicidad extraña, un parche que flaqueaba en las pieles de nuestra alma.


Hoy llueve en las pupilas por el dolor sordo de dolores pasados, del pecho subiendo y bajando, porque echar de menos no es suficiente en la única pregunta sin respuesta que nos asalta cuando nos dejan. Para no volver. Algún poeta puede cantarles indirectamente preguntándose que y adónde van, pero eso es todo. Por la picadura, también, fugaz o quizá no, de otro tipo de ausencias, más difíciles de tratar, porque son salvables. Pero igualmente duelen.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Como dos criaturas indefensas pero eternas. Eternas, esa es la palabra. En parcial quietud, aspirando lentamente el aire y sintiéndose vivos. Temblando de vez en cuando por algún deseo inconexo del alma. Después de la tormenta viene el pensar en cuándo se desatará de nuevo, alimentarte de la otra criatura, pedir que el momento no acabe nunca. Durará siempre, no obstante, en el recuerdo.

Alberga una belleza enigmática que sólo advierten las mismas criaturas. Son parte de algo sobrenatural en ese momento, en el momento de después, el momento de "siento mi cuerpo como nunca pero parece que no sea mío". Demasiado inexperta para hablar con claridad de ello, se me ha antojado algo especialmente mágico. Como después de una batalla sin ganadores, aguardando la tregua, disfrutar del otro.

Algo tan sencillo como eso. Ser uno, de alguna manera que escapa al entendimiento común. Refugiarse en un territorio vedado, un territorio por explorar y conocer, que puede ayudarnos a crecer.

Así nos quedamos, en silencio, pensando en a saber qué, después del éxtasis, de tu sonrisa sobre la mía y de la pregunta de siempre, de la pregunta que te agradeceré siempre. ¿Bien? Siendo dos criaturas extrañas pero compenetradas. Buscando la piel en cada exalación. Sin más. Algo tan sencillo como eso...

Me encanta el equilibrio de los cuerpos desnudos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Eran tiempos difíciles y nadie en su sano juicio lo negaba. Ni siquiera nosotros, aunque obviamente también teníamos lo nuestro. Parecía que nunca salía el sol de detrás de las montañas; el hambre era algo que estaba a la orden del día, sobre todo en las ciudades, donde había más estrés y más revolucionarios que no querían más que juerga. Los niños se quedaban huérfanos de bien pequeños solamente porque sus padres eran unos rojos de mierda. Aunque a veces ni eso; simplemente eran unos ignorantes que ayudaban a la persona equivocada en el momento equivocado... Y así acababan. Dejando a un hijo solo, hijo que podría haber disfrutado de la protección de sus padres si éstos hubieran tenido dos dedicos de frente.

Yo en ese tiempo no me podía quejar porque mi padre tenía bastante nombre y quien me tocara los huevos ya sabía lo que pasaba. Hubo gente que se quiso reír de mí y de mi cámara, pero acabó con más de dos hostias bien dadas. Eso sí, ni mi padre ni yo nos manchamos las manos en ningún momento.

Lo más triste era cómo se intentaban meter a escondidillas en nuestro mundo. Las mujeres se creían más listas, como si por ser mujeres no se les iba a ver que eran unas putas, y además republicanas. A veces me hacían gracia. Que si metiéndose de cocineras o niñeras, a mezclarse con los hijos de nuestra sangre; y luego los enanos lo soltaban casi todo. No se daban cuenta, de momento, y ellas acababan en la cárcel hasta que salían los juicios y, bueno, ya se sabe el resto.

Me gustaba hacerles fotos a ellas. El primer día que conseguí afianzarme entre la patrulla de fusilamientos, llegué justo cuando un grupo de mujeres bajaban del vehículo temblando y llorando, muchas gritando o intentado zafarse de los brazos que las agarraban. Sabía, al verlas, que muchas no entendían todavía por qué iban a matarlas. Pobres ilusas. En cuanto las vi escupí al suelo y comencé a hacerles fotos. Sus expresiones vendían más que las de los hombres, y mis fotografías empezaban a hacerse valiosas ahora que la guerra, en teoría, había acabado y ya no había que andarse con tantos remilgos.

A mí me gustaba captar sus caras justo cuando apretaban el gatillo y antes de que la bala llegara a sus cuerpos. Me daba una especie de regusto por dentro que no me daban las mujeres caminando por el parque o desnudas en mi cama. Hubo una una vez que me preguntó a gritos cómo podía ser tan frío y tan hijo de puta. Me reí y le hice una foto. Esa todavía la guardo yo, no dejé que nadie la viera. Me parecía divertido que una hubiera tenido cojones a fijarse en mí y en la repugnancia que le causaba mi presencia. Como si violara su intimidad, no te jode.

No pensaba que esa foto me iba a causar problemas ni nada por el estilo. Total, era una zorra más, una lista que seguro que había gritado que viva la jodida República cuando la apresaron. Y ahora vienes a preguntarme por ella, qué casualidad, ¿no? Sobre esta mujer. Casi sesenta años después... No te puedo decir mucho más de ella, solamente que sería...


No siguió hablando porque un balazo le cortó la voz en la garganta. Se miró la herida sangrando y murió casi al instante. El muchacho que portaba la pistola lo miró con verdadero odio, cogió la foto de su abuela y se marchó pensando que después de tantos años sentía verdadero alivio, y orgullo. Orgullo de ser hijo de uno de esos hijos que se quedaron huérfanos por ser el fruto del amor de esos rojos de mierda.


jueves, 6 de agosto de 2009

-Cuando vengas ya no voy a estar.

Se lo dijo mientras la otra persona revolvía en su chaqueta buscando las llaves. Asintió con la cabeza y sólo cuando al fin las encontró le miró a los ojos y asimiló la frase fríamente.

-Está bien. Tampoco voy a tardar mucho, vamos, lo de siempre.

La que primero había hablado también asintió, pero de una manera más triste, aguantando el tipo y sintiéndose perdedora de la última oportunidad. Pudo notar cómo la herida de su alma se hacía más honda, y supo que se iba a echar a llorar sangre en ese mismo momento si la otra persona no se daba prisa y se marchaba.

Pensó que era curioso el hecho de que siempre deseaba que se quedara en lugar de que se fuera, dejándola sola, cada vez más a menudo. Se mordió los labios mirando al suelo, temblando por dentro mientras se preguntaba si hacía bien en lo que hacía. Le seguía amando, pero, ¿a qué precio? Se negaba a arrastrar su felicidad siempre hacia al mañana; se había dado cuenta que eso sólo era una excusa por no tenerla. Fue fuerte y se armó de valor. No obstante, una pequeña llamita ardía en sus adentros pensando que todavía se entendían. Que la otra persona, en su tono desvalido y trémulo, adivinaría las intenciones reales, y podrían hablarlo, establecer las típicas cláusulas de copas de vino y firmar el acuerdo manchando las sábanas.

Pero no fue así. Él se marchó y dejó el piso en silencio. La persona que se había quedado en la fría estancia fue a su habitación y sacó del armario una maleta. Estaba llena. Cogió un cuadro que le encantaba y con él bajo el brazo se fue. Echó las llaves al buzón, y respiró libertad al tiempo que avanzaba llorando por la calle.

***


Cuando vengas ya no voy a estar.

En su fuero interno sabía, cobardemente, que sí había entendido aquella frase de verdad. Se maldijo. Se sentó en una silla del piso vacío, y sintió la soledad tomar asiento a su lado.

martes, 4 de agosto de 2009

¿Y cómo es posible -te preguntarás- si solamente han pasado horas? Si a veces has estado más tiempo y a menos distancia y no pasaba nada. Si otras habéis estado ausentes y es como si os separaran kilómetros...

Pero es ese anhelar distinto, ¿verdad? El resguardo de su piel y su mano acompañándote a casa mientras recorrías sola con la madrugada desperezándose el tramo hasta tu hogar. Es el mismo daño estúpido de no saber que está cerca, que si quisiera en esta locura finita irías a buscarlo ahora mismo. Es como si en tu nombre faltaran letras, o salieras de casa dejándote el alma durmiendo todavía. Hay algo que no gira en tu mecanismo interno, tus manos se aburren, se te encoge un poquito el corazón y dibujas en tu mente su imagen para no tener frío.

Inmensamente torpe, porque no hay ningún motivo de causa mayor, pero lo echas de menos. Ahora mismo, y en este momento. Contentándote con que os protege el mismo cielo y que el tiempo no es del todo traicionero: siempre gira, para bien o para mal. Se consumirán los días y en su cera creciente estarán las ganas.

Mirándote al espejo, camiseta amarilla larga y pantalón demasiado corto, pensando en lo cerca que te ves y, aun así, la distancia que parece que os separa. Porque en parte te has ido con él, en parte, a llenarte de aromas y renovar recuerdos.

domingo, 26 de julio de 2009

Después de dos años me estremezco de igual manera. Recuerdo las frases, los nervios de cada momento, el miedo y las palabras de aliento que nos dedicábamos porque existía aquello que podemos designar como compañerismo. Se desintegraban entre mis dedos las ganas de más, de más veces, muchas más, pero el fruto era mordido cada vez menos a menudo, después de duros meses de trabajo... La recompensa era ínfimamente inmensa.

Esta noche, entre calores febriles, me han atacado las pesadillas. La primera, la más feroz, como siempre se desarrollaba en un escenario. Era la hora de la representación que está grabada a fuego en mi memoria; era el turno de mi boca y no sabía qué decir. Salía al paso como podía, arrasando conmigo todas las ilusiones de mis compañeros de grupo, los nervios de nuestra directora, un grito ciego para que se abrieran los tablones y me tragaran sin dudarlo. El pavor siempre, o casi siempre, me ataca en el mismo aspecto. Sabe dónde me duele.

No obstante, horas después, durmiendo con el ceño fruncido y en esa misma representación de teatro, un inesperado Jeremy Davies, actor también y no sé a santo de qué, me besaba en los labios y me preguntaba por qué no podía soltarme. En el estupor nocturno, lo reconocía en mi sueño como uno de sus roles más disparatados, sin duda, el nervioso Daniel Faraday de la serie Lost.

Por ello, me he levantado con el sabor agridulce de la noche y el gusanillo de las representaciones y los actores, deseando una vez más entregarme sin pensarlo, persiguiendo ese sueño, siendo valiente por una vez. En el vídeo he introducido una vieja cinta. Con ella he vuelto a sentir que los echo de menos, que los echaré de menos. Que me han cogido de la mano tantas veces y hemos pasado tantas cosas juntos, siendo nosotros mismos o cualquiera de los personajes... Me volvían los escalofríos, pero esta vez no era la fiebre, era verlos, vernos, delante del cartel pintado con la tinta de nuestro esfuerzo. Incompleta sin ellos, me espera un año duro aprendiendo a echar de menos a los últimos, anhelándolos de nuevo juntos. Con la esperanza firme de que volveremos a encontrarnos.

viernes, 10 de julio de 2009

Siento la deliciosa necesidad de escribir. La calma que me he impuesto como objetivo está tejiendo sus horizontes, para que sean los míos, y se ordene un poco este caos. Este caos en el que me encuentro, mis seis últimos años plasmados en hojas de papel, apuntes locos, ansias de libertad y muchas resignaciones. Ah, por eso supongo que estoy nostálgica. Siempre me pasa cuando me zambullo en el recuerdo de ordenar mi habitación.

Una vez, un artista de la palabra me ofreció un relato que hablaba de esto. De la nostalgia de ordenar tus pertenencias, que acaba siempre en bolsas de basura llenas de cosas que no sabes por qué guardaste -o sí lo sabes, y lo escondes-. Su relato desembocaba en un encuentro con su antiguo amor, después de ordenado su piso; hacían el amor, se entregaban casi en silencio, en un halo de tristeza, y a la mañana siguiente el protagonista decide deshacerse de esa parte de su pasada. Como cuando limpia su armario, su ex reposa en bolsas de basura al lado del contenedor. Este brusco final es cosa del señor de la melancolía, es decir, Carlos Castán, y su capacidad de transmitirte nostalgia por cada poro de tu piel... Y leer sus novelas en gris.

A mí ordenar no me da ganas exactamente de romper con mi pasado. Más en concreto, me da ganas de viajar. Observo los maravillosos viajes que llevan a cabo a mi alrededor y pienso que por eso me entristezco, porque al fin y al cabo todo gira en torno a dos cosas en relación a tu capacidad conocedora de mundos: el dinero, cómo me machaca esa palabra, y saber arriesgarte.

No obstante, mantengo la esperanza de que algún día podré hacerlo. Soñaré en otros países y pisaré otras tierras que acabarán mezcladas todas en la suela de mis botas. Cuando me angustio sobre la desembocadura de mi futuro, me tranquiliza saber que, haga lo que haga, lo quiero hacer viajando. Me quiero mover. Conocer, experimentar, sentir. Darle otros olores al alma.

Pero empezaremos por el comienzo, por asir lo que alcanzo, bañarme en naturaleza cercana. Dame la mano, mi amor, y dime cuándo nos vamos.

miércoles, 8 de julio de 2009

No quiero hipotecar mi felicidad. Ni reinventar un sistema de sentimientos que más tarde aplique a mi persona y me den una realidad que no me hace feliz. Suena frío, enfermizo y sobre todo, y es lo que me pesa, demasiado triste. No puedo soportar la idea de autoengañarme, pero es que me duele tanto; me duele tanto haber llegado a este punto de desesperación. Yo no creía en revivir estos recuerdos: creía en los sueños y en los amaneceres inalcanzables.
No puedo. No puedo con este peso en el pecho y este remolino de confusiones varias que se me planta entre los ojos, el cual no se alivia liberándolo. No puedo con mi pesimismo rebuscado ni mi capacidad de dinamitar las cosas y quedarme a un lado, tan ancha, esperando a que vuelvan a salirle flores al jardín.
Conozco el arrepentimiento futuro por entregarme a las letras creyéndome sola. No entiendo demasiadas cosas, y al mismo tiempo tengo ganas de tantas que todo se mezcla en batalla, se calma, y finalmente explota en siempre lo mismo: silencio y pesadumbre. La balanza equilibrada, o el desequilibrio trepando por uno de los extremos, tiñéndolo todo de locura, mientras me hipnotiza la melodía de esta canción.
Take a glorious bite out of the whole world...



martes, 7 de julio de 2009

Se despertó en mitad de la madrugada; el calor era insoportable. Sin embargo, en su fuero interno advertía que no había sido cosa del calor. Era como si sintiera una llamada más allá de lo íntimo o racional. La asustaba la idea misma de responder ante esa llamada, por ello le gustaba creer que lo hacía inconscientemente. Fue hasta la cocina para beber un vaso de agua descalza: el pequeño sentir frío de las baldosas le encantaba, la hacía sentir viva. Cuando cruzó el umbral de la puerta, volvió a la noche anterior. Y a la anterior, y a la anterior...

-¿Por qué?

La conversación solía empezar siempre con esa pregunta, mientras se prolongaba el silencio y le helaba el alma hasta que se escarchaba la tristeza debajo de sus ojos. Se sirvió ese vaso de agua recordando que al principio le daba pavor moverse. Pero ahora ya no.

-No sé si voy a poder seguir mucho tiempo así, ¿me entiendes? Sé que te lo he dicho muchas veces, pero es que no puedo soportar que no me dirijas la palabra. Vienes aquí cada noche, te sientas y esperas a que me despierte. ¿Por qué? ¿Por qué esta condena de mirarte y no conseguir ni una palabra?

Él la miró en la penumbra. De noche, la cocina no parecía una cocina; tal vez sí una habitación de algún maltrecho hospital. Sólo faltaba una luz bizqueando.

-Sé... Sé que si regresas es por algún mecanismo extraño de mi mente. Y no entiendo por qué sigo permitiendo que me rompa en dos al verte. ¿Es que tú no puedes hacer nada? ¿No decías que, si sufría yo, sufrías tú? ¿Por qué seguir sufriendo?

El cansancio era ya abrumador. El cansancio de todas las noches, de la misma rutina diabólica, el silencio que se colaba entre los pliegues de la ropa. Las preguntas de ella, la ausencia de palabras de él y, finalmente, el acercamiento. Siempre seguían el mismo patrón. Así que él se acercó con delicadeza y la abrazó transmitiéndole una fuerza fría pero cálida, que le encendió los recuerdos. Ella contempló una vez más cómo hablaban, paseaban, se amaban y soñaban los dos en tiempos mejores, antes de toda aquella pesadilla que la perseguía. A ella le encantaba que hablaran. De nuevo, lloró. Lloró melancólica aferrándose a la espalda de él para que no se marchara, no la dejara otra vez. Notaba el pecho subir y bajar con violencia, con demasiada violencia. Lloraba con desesperación; esa noche también había tomado una decisión.
Poco a poco, se alejaron y ella lo miró secándose la escarcha de las mejillas. Se sintió inexplicablemente llena de paz y lo besó suavemente en los labios. Él cerró los ojos, sorprendido.

-Hoy es nuestra última noche. Ahora lo sé. Cuídame, mi amor, cuídame de alguna manera...

Y se marchó a su habitación, descalza y sintiendo las baldosas calientes. Su temperatura corporal disminuía al estar con él. Se abrazó a la almohada y lloró lo que quedaba de noche volcando esos recuerdos en las sábanas, jugueteando con ellos, aprendiendo a asentarlos en cada latido sin que hirieran su piel otra vez.

Amaneció y se durmió por fin. Para despertarse en mitad de un rayo de sol y no de la noche, murmurando para sí que todas las noches anteriores habían sido un sueño, y quedándose con el recuerdo que le cerraba los párpados siempre: él, dormido eternamente, en un vehículo de madera de nogal hacia quién sabe dónde.

domingo, 28 de junio de 2009

La noticia de que estaban vivos y que regresaban a su hogar había corrido por el mundo entero como la pólvora. Después de tres horribles meses creyéndolos muertos, insistiendo la compañía aérea y los medios de comunicación en la total desaparición de sus almas, resulta que se equivocaban. Que se equivocaban. Todos, o casi todos, pues hubo gente esperanzada y tachada de ilusa que todavía los esperaba con el corazón en un puño cada vez que veían en la noche parpadear las luces de un avión.

Seguían vivos, en algún lugar mágico y escondido del universo. Pero muchos de ellos habían sobrevivido y ahora volvían a casa.

Ella aguardaba impaciente, volcando su nerviosismo en retorcerse un mechón de cabello o en recitar una y otra vez las letras del abecedario. Lo echaba de menos. Había llorado su ausencia más de noventa noches y ahora por fin iba a poder hacerlo en su hombre. Porque lo maldeciría, por irse, marcharse con su amigo a Australia en ese viaje tan loco, por marcharse de esa manera, sin hacerlo del todo. Lo peor era ver cómo todos estaban matándolos dejándoselos al olvido; ya no el hecho de decir que habían muerto, sino aceptarlo. Ella jamás se aferró a esa idea.

Y ahora por fin iba a tocarlo. Apenas podía creer que todas sus lamentaciones no habían sido en vano; pensó en todos aquellos que siempre decían que del infierno no se volvía.

Empezó a levantarse revuelo y ella se puso en pie. Miró al horizonte y vio llegar el avión en el que regresaban. Desagradablemente irónico después de un accidente. Esperó al borde del desmayo mientras susurraba palabras de calma a sus latidos desbocados. Tan cerca. El avión aterrizó.

No les dejaron entrar en la pista, como es obvio. Tuvieron que esperar pegados al cristal para reconocer a sus familiares entre la muchedumbre de supervivientes: habían llegado noticias de que algunos habían perecido en la isla.

Después de unos segundos en los que se sucedió su vida varias veces, la gente comenzó a entrar. Entre lágrimas, locuras y miradas perdidas, el aeropuerto se convirtió en la copia más desafortunada y equívoca de un velatorio sin silencios. Vio en un súbito instante los ojos del amigo de él y corrió a su encuentro pensando que iban a estar sus brazos también dispuestos. No lo vio, y su amigo negó con la cabeza. A ella se le vino el mundo encima y pensó que todo había sido una broma del destino. Ahora tocaba despertar. Al ver que lloraba, su amigo le susurró algo.

-No ha venido. Lo siento, pero se ha quedado ahí.

Ante la alarma de ella, el joven le hizo un gesto para hacerle entender que hablaban más tarde. Horas después, se encontraron destemplados en una habitación de hotel y el amigo se lo explicó todo. Conforme escuchaba, ella se sentía engañada. Nunca se había sentido menos ella misma. Ni siquiera lloró porque hasta eso le parecía un insulto. Una parte de ella lo entendía, pero el dolor de la ausencia era tal que la rabia comenzaba a brotarle. Sólo la incomprensión la taponaba mientras escuchaba atónita las palabras del muchacho.

-Me dijo que te lo hiciera saber. Que había conseguido un vínculo extraño con la isla; ya sabes cómo es... No es el único. Muchos decidieron quedarse porque decían que aquí ya no tenían nada. Lo de él era distinto, porque estabas tú. A pesar de ello, tenía claro que no iba a volver, que su sitio iba a estar el resto de su vida atado a esa isla. Mira... yo lo siento, no sabes lo difícil que es decírtelo, pero mentirte tampoco me parecía bien. Intenta rehacer las cosas, ¿vale? No te mereces estancarte. Pero, escúchame, no te pongas así. A ver... Él lo dijo claro, y no hay más, su vida ahora está en la isla.

Y la suya, la de ella, en parte también. En parte también...

jueves, 18 de junio de 2009

Triste. Triste porque no quiero acabar engañándome a mí misma. Triste porque estoy triste y no debo sentirme egoísta ni culpable por ello. Triste porque me estoy dando cuenta de que esta canción me anima haciendo que me duela el corazón, por el sentir mismo este sentimiento, porque me está enroscando el alma alrededor de los pulmones más todavía y sin embargo no la rechazo sino que se hace un elemento más.

Triste porque no me permito excusas baratas. Quiero afrontar la realidad, y el miedo, sin anteponer ninguna otra circunstancia que sirva de alivio. Las cosas son como son. Triste porque ahora mismo veo todo totalmente oscuro y necesito que llueva para poder liberarme un instante.

Triste porque me temo que las historias se repiten. Porque echo de menos y eso no es buena señal. Porque me cuesta aceptar los cambios y las transferencias de energía que pasan a alimentar unos sentimietos y dejan hambrientos otros que se supone deberían estar saciados. Triste porque me siento en parte idiota por seguir anhelando estos otros, porque me dicen que lo mejor es dejarlos marchar pero no quiero y acaba siendo todo una puta paradoja, filosófica o no.

Triste porque últimamente los días se desperezan y se acuestan grises sin ningún tipo de excepción. Por no comprenderlo. Por la lluvia que falta, o la que me sobra y pide salir. Por estar triste, sintiendo que desaprovecho momentos de ser feliz. Por pensar que la felicidad no existe.

lunes, 15 de junio de 2009

Haz un descanso y párate a mirar el atardecer permitiéndote ese pequeño lujo sin que tengas que faltar a tus tareas diarias, tu responsabilidad, el alimento de tus codos medio aburridos de no ver más que madera. Puedes dar de comer a tus sueños en el ligero instante que se está escapando siempre entre los dedos; es más, debes hacerlo. Enamórate con locura en un momento, hazlo mil veces en un día, mil veces en un año; consigue que su rostro siempre te parezca nuevo, retador, joven y esperanzador. Discute contigo sobre la eternidad. ¿Que no existe? Pregúntate por qué. Debate la palabra siempre y grábatela letra a letra sobre la piel si tirita: que no se sienta sola.

Planta sonrisas en los ojos de otras personas para que rieguen la tuya y el oxígeno de la vida prevalezca sobre todas las cosas. Pregúntate por qué constantemente, pues sin preguntas no hay ansias de respuestas y sin ese ansia la vida se apelmaza y se acaba enquistando sin más. Limpia tus heridas. Consigue que alguien te ayude a lamer esas cicatrices del alma para que no supuren más dolor; siempre es mejor un tacto amado que te cure que solamente tus manos recorriendo cada punto de sutura. Estudia la anatomía de los secretos ajenos.

Mantente en constante búsqueda de sensaciones. Evita superarte y rétate a ti mismo para hacerlo una y otra vez. Deshoja los segundos sin contemplaciones. Exprime sin dudarlo cada rayo de sol o cada ausencia de luz, que todo te nutra. Hazlo a tu manera.

Y todo en un instante, averiguando la duración de éste. Un descanso robado a la tarde, una mente juvenil que sueña con soñar eternamente. Casi a un millón de kilómetros de tu cuerpo. Busca. No dejes de buscar.

domingo, 14 de junio de 2009

Y el mundo entero se reduce a una inmensa acumulación de absurdos varios goteando rabia. Ni la impotencia aguanta este calor venido directamente desde los mismos infiernos. No es cuestión de echar el tiempo atrás sino de saber aceptarlo. Cuando estamos deseando volver a hacer de otra manera algo que ya hemos hecho, no es más que la afirmación sorda de que nos hemos equivocado.

Sólo puedo extraer la conclusión de que somos humanos, todos y cada uno de nosotros; y ahora mismo cualquier atisbo de humanidad me parece una mierda.

domingo, 7 de junio de 2009

-No puedo creer -me dice con voz desenfadada-, no puedo creer -repite- que lo hayas vuelto a hacer. Es contradictorio porque siempre te pasa con las fórmulas, las teorías y demás historias que están demostradas de manera empírica. Que son así, y punto. No hay más. Siempre acabas pensando en magia en esos momentos. ¿Pero te pretendes escapar? Porque no lo entiendo. Fíjate. Se acaba dulcificando tu gesto de una manera ciertamente masoquista, pues primero te duele y luego sonríes como si acabara de nacer un alma, y sus sollozos desenfrenados trajeran paz porque están gritando que por fin existen.

>> Y es que no sé por qué digo que no lo puedo creer. ¡Si miento! Si yo misma te observo y a veces hasta te insto a que lo hagas. Una tregua nunca viene mal si no se prolonga lo suficiente como para rayar en la vagancia, ¿no crees? El día vuelve a estar semifrío, el frío por el junio a quince grados, el semi por los pájaros en tu ventana que parecen poner su nota de calor.

Así me podría pasar horas. Hablando conmigo misma en estricta sinceridad y calma. Ante el espejo de los recuerdos de cualquier minuto, qué importa si lejano o no, que viene en este momento y se queda no sé por qué. Por qué ése. Y no otro. A eso me refiero con magia, a lo sorprendente e inesperado de uno mismo. Ahora mismo, podría definir la esencia de la vida en la sorpresa: en la pequeña ilusión de vez en cuando de aguardarla y, mientras, seguir andando hacia quién sabe dónde.

Con un libro cerrado y el otro a medio abrir, contemplando el cambio más excitante del día. Y aun así vuelvo a sumergirme en los textos que he leído tantas veces y que no sé por qué releo con tanta enfermedad. Por eso al principio me duele algo adentro, y no sé el qué, pero sé que es lo mismo que me dolió por primera vez al leerlos si son tristes, si hablan de abandono y de nostalgia a pedazos. Tal vez por la inutilidad misma de sentirme inútil. Y querer ayudar, salvarlo de él mismo. Pero eso no tendría sentido.

Ah, si él supiera. Que se llama a sí mismo neófito y no sabe que enseña, que ya se lo dije, y estoy segura de que sigue sin creerme de ninguna de las maneras. Pero al menos me regala estos ratos de autorrecogimiento. Como si sufriera un viaje en el tiempo y volviera a mis andares a tientas de los quince años, a la noche en que lo encontré, y fuéramos completos desconocidos. Amándonos a través de las letras, quizás, o en el deseo de cruzarnos un día por la calle y el temor al terremoto interno de verlo y pensar en la última actualización de su blog. También me refiero a eso con magia. A que me siga poniendo nerviosa cada vez que voy a verle.

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Todavía me lo preguntas? Todavía. Y encima me miras con esa cara como si yo estuviese loca o de repente la cuerda fuera yo y todo hubiera cambiado. Cambió hace mucho. Y tú lo sabías, y yo lo sabía, pero intentaba salvarlo, ¿sabes? Aunque no fuera el modo adecuado, aunque me equivocara, aunque siempre digas que me equivoco. Siempre, ¿eh? Sí, siempre. Porque nunca me cansé de esperar que dijeras esa palabra, incrédula perdida; y pensar que no me decías la verdad cuando asegurabas que no la decías porque no creías en ella. Ese fue nuestro principal problema: que dejamos de creernos. El querer estaba en el aire, a veces sí, otras no. Había días en los que hacíamos el amor con amor y otros en los que simplemente hacíamos, o hacías tú, o hacía yo. Pero nada más. Todo vacío.

Y ahora me vienes con estas... Increíble. Este punto infantil me desespera, porque no es que crea que somos unos niños. Ya no, quizás antes sí, pero ahora no lo somos. Nos anulamos la niñez con cada mirada, porque están cargadas de ira y de rencor y eso no lo pueden sentir los niños. Me da miedo sentirme tan adulta contigo. Sobre todo ahora, justo ahora, que no creo lo que oigo, pero es cierto, me lo has preguntado. ¿Que por qué? Porque antes aprendí a esconderme en cada esquina si era para besarte. Y después nos sorprendíamos escondidos en las esquinas dándole vueltas al reloj para que llegara más rápidamente la hora de separar nuestros caminos.

Menuda gilipollez. De la que estoy hecha. Tienes razón en lo que dices, y tienes todo el derecho de preguntar. Pero es que te echaba de menos teniéndote a tres centímetros y me estaba volviendo loca porque era capaz de entenderlo. Por eso lo hice. Y no me arrepiento, porque no me gusta arrepentirme de lo que hago, pero sé que hice mal. Tal vez fue un maquillaje de la realidad, pero no sé. Por eso hice remiendos con las palabras que me dijiste cuando todavía me querías. Por eso miento.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La lluvia me ha puesto triste. No puedo achacar, claro está, mi estado de ánimo a la suave tormenta prolongada que ha tenido lugar durante la tarde-noche. Pero ha sido atravesar las calles mojadas y olerlas desde dentro, y al llegar a casa se me ha venido encima la indignación, el absurdo, el cansancio y, finalmente, la tristeza.

Quizá sea porque ha sido un día duro pero he querido verlo cubierto por rayos de sol. No digo que esté mal; prefiero mil veces -y más- verlo así que no todo a oscuras. Adónde va a parar. No obstante, ahora me pregunto si lo que he hecho ha sido superar estas pequeñas cosas que han hecho al día duro, o las he escondido debajo de la alfombra. Por eso en mi silla, tras llegar a casa, he recordado una sarta de problemas físicos que han desprestigiado tardes que me podría haber pasado viendo la tele en un sofá ajeno, o pensando y ahogándome, como siempre últimamente, en de qué me iba a servir. De qué me puede servir. Y esconderlo, a su vez, porque no quiero que nadie me diga te lo dije. Prefiero estar yo sola, con mi culpa y mis demonios, enzarzándome con ellos y enseñándoles las uñas aunque flaquee.

Sin embargo, lo que me anuda la garganta ahora que me he lanzado a escribirlo son mis ojos empañados mientras veía la grabación de nuestra última actuación. Y esta vez esta palabra, última, tiene mucho más significado. Y es que mientras que nos veía magníficos, recordaba las voces de mis compañeros de escena diciendo que no iban a seguir. Que esto se acaba, y se acaba ya, aunque no quiera verlo. Tras cinco años la llama se ha consumido, y no me parece injusto; tan solo sé que ha sido maravilloso. Quedaremos unos cuantos, tal vez los más idiotas por agarrarnos al recuerdo o los más arriesgados, pero algo podremos hacer. Si algo tengo claro es que no quiero dejar escondida esta parte de mí.

Así que aquí he llegado. Preguntándome por qué no tengo ilusión por mañana. Tal vez por la reprimenda de la que también vive aquí: mañana actúo, y ella me ha hecho la comida; no se acordaba de que mañana actúo. O porque sé que puede ser la última.

O no sé. Que llueve con fuerza. Por fin. Hoy la tristeza está guerrera.

domingo, 17 de mayo de 2009

No sabía cómo dirigirte a ti, así que iniciaré la epístola con un escueto

Estimada esencia,

Te escribo y te tuteo porque pienso que llevamos tanto tiempo juntas que ya es hora de que pasemos la una de la otra y nos sentemos un instante entre millones para hablar o mirarnos en silencio y así poder reconocernos. Porque creo, ahora mismo, y me parece maravilloso, que podría reconocerme en tus ojos. Y los imagino como cristal líquido y titilante, pero que sin embargo observa sereno, sabio y dispuesto a seguir luchando.

¿Por qué no? En mi mente tomas forma como se me antoje. No es por ser maleducada ni brusca, pero me gusta ser honesta. Durante un tiempo te temí e incluso te rechacé en un par de ocasiones pero estaba todo tan oscuro que no sé. Las cosas que grabadas en mi alma se hacían sólidas a través de mis dedos me asustan todavía hoy cuando las releo. Y no era culpa tuya; si acaso tu culpa residía en que no sabía encontrarte en mis adentros.

Pero me ayudaron, de una manera u otra, su día a día fueron como agua fría para los ojos llenos de legañas de mi rutina. Desperté. Me fui desperezando y pude decir que era feliz y me sentí en calma contigo, pero no del todo, porque durante meses te había negado o te había llamado Soledad cuando en realidad no lo eras. No puedo decir que lo conseguí porque no fue cosa mía. Lo conseguí con ellos, lo conseguimos, o como quieras llamarlo.

Por eso quiero que los cuides. Cuidándolos a ellos me estaré cuidando yo. Necesitamos luz para nuestra superviviencia y si consigues que la suya ni siquiera bizquee... Podré sentirme tranquila, pues mis días seguirán luciendo de una manera u otra, pero sin transcurrir en absoluta oscuridad. Tan solo la oscuridad de todos los errores con los que carga y de los que a veces me alivio pero que están ahí. Diecisiete años de caer y levantarme y aprender a reinventarme a mí misma si era preciso un reseteo inminente. Pero no puedo quejarme, diga lo que diga, no puedo. Los que me faltan sé que los cuidas, donde sea que los cuides después de dejarnos; también los sigo sintiendo iluminándome.

En otro domingo inusual, sentimental este en el que te escribo, inusuales gracias a que lo pusiste aquí de repente y aquí sigue él, sonriendo. Espero que sepas perdonarme, por si alguna vez no te agradezco que me hayas elegido. Porque a saber cuántos esperan. Pacientemente, a saber dónde, aguardando a su momento, y emerger llorando del vientre de su madre, eternas criaturas. Porque ya serán eternas, desde que nacen. Desde que los eliges, Vida, y respiran este aire, como un regalo, aunque a veces nos olvidemos de que lo es.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Yo no sé qué tiene que aun sintiéndola cada día porque no me queda otra salida no sé definir qué es lo que la describe realmente. Y es que pienso en ella y sólo me salen frases enrevesadas como ésta, que podrían ser envidiadas por el propio Góngora si se dejara. Esta adolescencia que nos vuelve locos, locos todos, y nos hace crecer sin preguntarnos y aunque a veces duela. Es inevitable, lo sé, pero sigue doliendo. Tanta incomprensión, confunsión, dudas, tremendismo, tristezas y domingos gastados que se nos hacen eternos paradójicamente.

Pero y qué de lo demás. Qué a que pese a que el viento sople tan fuerte que nos derribe logramos levantarnos poque alguien nos da la mano, o porque hemos aprendido a ser mejores o no nos queda otra que luchar cual hidalgo desengañado y volver a intentarlo. A mí, personalmente, se me están olvidando todos los cumpleaños y antes no se me pasaba ni uno. Dice mi madre que vivo muy deprisa... Pero felicito a los días y la gente me sonríe a su pesar, o dice que no importa, y me siento un poco mejor aunque me sigue dando pena.

Es tan múltiple esta etapa, tan vulgar y compleja, y, en nuestra mano está, tan dispuesta a ser llenada o temerosa de que la dejemos vacía. Vacía. Como pensar en mi futuro con algo que me falte o vacío como el agujero de mis entrañas donde se aloja el miedo cuando no me está desafiando. Vacía, como mi cama todas las noches, que se tiene que conformar con el deseo de que vengas de una vez, y pueda tocarte sin necesidad de soñar. Vacía si no te pienso o me niego a pensarte por alguna niñería.

Vacía de ganas de tenerte, de tus brazos y de tu sonrisa de infante templándome el alma. Vacía porque se han ido a buscarte, mis ganas contigo, a ver si te encuentran.

lunes, 11 de mayo de 2009

Es consciente de que todos tenemos secretos propios, que sólo conocemos nosotros, y nadie más. Pero no conocía la angustia extraña de mantener uno entre las costillas y no poder dejarlo escapar porque las circunstancias no son propicias, porque alguien se lo pidió. Siente las palabras trepando lentamente e incluso las ensaya y las dice en voz baja pero sabe que no van a salir porque quiere seguir manteniendo la honestidad que se otorga y que no quiere perder.

Pero es tan difícil. Tan violento este círculo de explicaciones que no venían al caso pero que vinieron y que de pronto le abrieron una luz porque el entendimiento se vio saciado pero la confusión volvió a oscurecerlo y ahora no sabe cómo debe actuar exactamente.

Sabe qué son los secretos, sabe también que son secretos porque no se comparten, pero también tiene aprendido que depositados en confianza siempre ayudan. Porque anhela unos brazos que digan "te comprendo", o unas palabras cuerdas que planten la tranquilidad en el agujero que se está formando en su alma. Laberinto de indecisiones en cuyo centro se aloja el por qué a él. Y no a otro.

Por eso ahora está sentado en lo más alto del edificio contemplando la ciudad que se va durmiendo poco a poco; hace una noche maravillosa. Y en sus párpados, inmóviles y atentos, siente un cosquilleo que no remite y que no le resulta agradable. Siente desde su pecho, incansable, el aleteo incesante de los secretos.

martes, 5 de mayo de 2009

No me puedo concentrar en las líneas porque no. Porque ahora no, me está llamando y ahora no, más tarde, o mañana, o cuando ya sea demasiado tarde. Pero es que me está llamando y añoro. Añoro las palabras tristes y las nunca dichas, las que siguen durmiendo todavía en algún ático que ignoramos o queremos ignorar. Áticos. Parajes inconclusos de la fiebre adolescente, los suspiros que se pierden, el estar sin estar.

Añoro morirme; de frío, de pasión que estalla, de soledad profunda. Morirme o que me hagan morir de cualquier manera, ahora, ¡justo ahora!, pues me está llamando y añoro tanto que me rindo al destino y soy suya.

Añoro los parajes que todavía no he visitado porque me siento libre y capaz de verlos si así lo quiero, añoro mi París soñado, cada rincón del mundo, cada lugar mágico que un día, tal vez no mis pies, pero sí recorrerán mis ojos. Añoro llegar hasta ellos porque quiero, porque así lo deseo. Como también deseo dejar de añorar tu olor entre mis sábanas, mis propias sábanas, entre paredes naranjas, pues todavía no hemos conseguido materializarnos mientras soñamos y nos vemos a escondidas, con la noche eterna y el alma joven. Aun así no añoro tus brazos, porque en parte los siento, locura infinita, o hambre desgarradora.

Añoro mañana, el estremecimiento de ser otra, la duda de si gustaré, de si lo conseguiré, de si mi piel volará por fin porque ya no seré yo sino aquella que marcaban las frases subrayadas. Añoro gritar por dentro porque soy feliz así y lo sería el resto de mi vida.

Ah, me llama y me hace añorar equívocamente porque no puedo añorar si no lo he sentido. Pero es engaño, nada más, porque a quien de verdad añoro es a ella, que sin saber por qué se aleja, se me va, se escurre entre mis pensamientos. Aunque todavía vuelve, muy de vez en cuando, y no me escucha, no me atiende cuando le digo no te marches, Inspiración.