sábado, 1 de abril de 2023

Mis amigas me enseñan a abrazar.

Mis amigas me enseñan a abrazar, pero a abrazar de una manera diferente, a abrazar de una forma en la que parece que el tiempo se detiene. A juntar los cuerpos sin ninguna prisa en separarlos, y rodearnos con los brazos haciendo notar en nuestro tacto que estamos aquí y que no nos vamos a ir a ningún sitio. Da igual que estemos en medio de un bar, en un parque con los rayos de sol calentándonos las espaldas o en mitad de una calle concurrida; mis amigas me han enseñado a abrazar con calma, con la tranquilidad que todas nosotras merecemos para nuestras vidas, y a esperar a que todo lo que sucede a nuestro alrededor se adapte a esos instantes en los que nos abrazamos con fuerza y se nos olvida que el día sigue zumbando en nuestros oídos.

Por eso, ahora se me hace difícil tratar de comprender los abrazos con prisa, esos que parece que una da casi por compromiso. Después de acaparar miradas porque estábamos en una terraza y de repente nos hemos puesto de pie para abrazarnos y descansar la una en la otra el tiempo que nos haga falta, esos gestos que se hacen con rapidez, algunas veces acompañados de palmadas extrañas en los hombros, es como si supieran a poco. Como si dejáramos a medio curar una herida.

Anoche le dije a una de ellas: He aprendido tanto de vosotras. Y es complicado describir todas las implicaciones de esa frase, porque anidan muy en el centro, muy en el núcleo, pero sí puedo traducir en palabras que desde que mis amigas me enseñaron a abrazar así soy capaz de caminar con mayor firmeza y de ignorar algunos embates de la vida que en ocasiones vienen a arrugarnos el alma, a obligarnos a tragar con la falsa creencia de que tenemos prohibido habitar y abrazar y compartir la vida de la manera que nosotras necesitemos.

Pienso sobre el valor que le damos al tiempo, a veces incontrolable y desmesurado porque no nos queda otra, y me invade la sensación de que invertir tantos segundos en un abrazo puede ser revolucionario. Porque es posible que con este trajín que puede engullirnos de vez en cuando se nos olvide que estamos aquí para cuidarnos, para apoyarnos en los hombros de las otras cuando así lo sentimos y ofrecer nuestras manos siempre dispuestas a calentarnos las mejillas y el centro del pecho, justo alrededor del esternón.

Abrazar y dejarse abrazar -al final es algo bidireccional, no lo olvidemos- es una revuelta ante lo establecido, una rebeldía ante todo lo plomizo que quiere atenazarnos.

Mis amigas me han enseñado y me seguirán enseñando a abrazar, formando entre todos nuestros pedacitos un mosaico de luz atravesado por miles de conexiones que nos recuerda que nuestros pies están en la tierra y nuestras manos nunca solas. Así que sí, seguiré celebrando aquellos momentos en los que el reloj se detiene y no hay nada más que nosotras hablándonos y escuchándonos en silencio, vinculadas por medio de nuestros cuerpos y nuestras respiraciones acompasadas, y sintiendo que no hay absolutamente ninguna prisa en que ese instante fugaz y sanador finalice (así que perdónanos, persona aleatoria que pasaba por allí y a la que le cerrábamos el paso, pero es que nos estábamos abrazando).

jueves, 16 de febrero de 2023

Overwhelmed.

Si pienso en todos los pasos que me han traído aquí soy incapaz de arrepentirme de ninguno de ellos. Pero aun así pienso. Having too much, having too much. No es la primera vez que me veo obligada a transitar estos senderos, y por eso el ejercicio de recuperar lo que hace un tiempo quise expresar para sentirme tranquila. Es extraño, y a la vez algo reconfortante, volver a este teclado de letras sueltas y envejecidas, afianzadas con celo, del que en otros tiempos salieron los retazos, sin duda, más importantes de mi vida.

Porque en parte estoy repitiendo los pasos que ya di y los giros que ya estudié, y se me hacen familiares todas las señales que aparecen en mi vista algo abatida, hoy he vuelto a cuando me planteé qué ocurría cuando una aceptaba que hay ocasiones en las que es necesario aceptar la distancia de los puntos y aparte.

(...) Pero no hay otra salida: cuando algo duro sobreviene, hay ciertos días clave que tienen que pasar armándome de paciencia hasta llegar al punto de poder valorarlo enteramente, con todas sus aristas. Distanciándome de ello todo lo posible, he aprendido a valorar todo lo bueno de los malos baches y a discernir entre tanta niebla cuál es de verdad mi sitio. Por eso creo que la distancia es necesaria. A pesar de todas las dificultades que entraña en un doble sentido: es complicado dejarla entrar, y también lo es abandonarla cuando el proceso se ha completado. Siempre ha sido fácil, en esta línea, no querer despegarse de ese alejamiento que adormece, que mitiga la aflicción porque me empeño en negarlo todo.

Al final, como suele suceder, todo es aprendizaje, o al menos debe serlo. Sólo así encuentro la calma pertinente para poner el punto en un párrafo y prepararme para lo que tenga que aportar el siguiente.

Me sigue azotando esa consciencia, la del having too much, having too much, having too much. Sin embargo al mismo tiempo me pregunto si todas esas cosas que siento encima y que me acompañan ocupando gran parte del espacio son negativas; pero es una pregunta trampa, porque me aventuro en la respuesta mucho antes de plantearla. No lo son. Y en esa firmeza en la que vivo asentada me cuestiono en quién me he convertido, si siempre va a ser positivo que no quiera arrojar ningún detalle de lo vivido por la ventanilla yendo a toda velocidad, porque la persona que fui hace mucho habría elegido hacerlo sin dudarlo.

Ayer le dije a F. que si escribiera una novela de mi día el título sería sin duda Overwhelmed. Por algún tipo de energía que escapa a mi entendimiento, la mañana comenzó con esa palabra entre mis cejas y cuando las luces se apagaron poco a poco seguía rondando a mi alrededor. Es posible que tenga muchas cosas que ahora mismo me merman en cierto sentido la estatura, pero no rechazo ninguna de ellas. Sigo preguntándome, porque jamás podré evitarlo, si es un planteamiento sabio por mi parte pero al mismo tiempo tengo la consciencia fortalecida de que, sin lugar para el titubeo, abrazo todos y cada uno de los pasos que me enfrentan de nuevo con este camino.

jueves, 24 de noviembre de 2022

segundos.

A veces me permito pensarte y en esos segundos de licencia me veo a mí misma en calma y sin ataduras como quien se despereza nada más despertarse confiada porque sabe que nadie puede verla y es que no hay trampas ni engaños ni siquiera anhelos no existe entonces la pretensión de que tú irrumpas en mi trama y tomes tu parte solo existo yo al fin sin barreras siempre con una música de fondo que abraza la certeza de que mis heridas se fueron y la piel curó suave y dispuesta una vez que ignoré todos los miedos que hasta hace poco adornaban cada punto de sutura.

Justo en esos segundos escasos sosegados eléctricos preciosos en los que me permito pensarte.

miércoles, 26 de octubre de 2022

azules.

El otro día cambié las sábanas y me tocaba poner esas que tanto me gustan las que son súper suaves y que probablemente la mayoría de personas vean de color verde pero que yo veo de color azul por eso de la deficiencia cromática y fue un gesto de bienestar aunque suene extraño porque me hizo sentir bien y sobre todo me acordé de ti, qué tontería en verdad pero así fue, recordé esa noche en la que si mi espalda se alejaba dos centímetros de ti tu mano la buscaba aunque no me pudieras ver en la penumbra y dormimos abrazándonos a ratos con sueño ligero despertándonos a cada poco para atrapar al otro y respirarnos en silencio y cuando no queríamos dormir más me dijiste “Vamos a acariciarnos un poco más por turnos y ya nos levantamos, vale”, supongo que me acordé porque esos días estaban puestas las sábanas azules aunque mi piso sea tan oscuro aunque hiciera tantísimo calor ese fin de semana aunque la vida nos hubiera vuelto a juntar de una manera tan extraña y tan poco buscada y por un momento me pareció también volverte a ver sentado a la mesa encorvado sobre un folio escribiendo cosas que a mí no me interesaba entender y pasaba por tu lado y tus manos volvían a alcanzarme y yo pensaba en su tacto tan delicado y en tus ojos tímidos a pesar de tus nervios continuos recordé esas dos rendijas que me miraban en las sombras mientras hablábamos de las cosas que hablan dos personas que se han abrazado toda la noche y saben que tardarán en volverse a ver y yo lo acepté y estuvo bien así pero a veces vuelves de manera inocua cálida como si fueras hogar y parece que entro a la habitación y sigues allí enredado entre esas sábanas azules que seguramente sean verdes pero que no importa porque me gustan igual y me recuerdan que hubo un tiempo muy corto en el que de madrugada medio dormidos y en calma las yemas de nuestros dedos se exploraban y pudimos sentir que es más que posible que en un mundo paralelo sigamos durmiendo juntos con sábanas de cualquier color pero pegados a la espalda del otro como si fuera algo normal y no algo que ocurre de repente sin planearlo y sin saber si habrá otras sábanas que vuelvan a refugiarnos.

martes, 24 de mayo de 2022

We could.

Podríamos conocernos más.

Estoy segura de que se seguirían alargando las conversaciones, y los temas serios y ligeros surgirían poco a poco, sin presiones ni prisas porque llega la hora de marcharse.

En verdad, podríamos conocernos más.

Quizás así yo no me sentiría rígida como una tabla y tendría espacio para ir relajando el cuerpo en todo momento, y no solo cuando tus pulgares comienzan a cerrarse en torno a la curva de mi espalda, y en ese instante ya no existen barreras ni corazas y todo se concentra en la fragilidad densa de un suspiro cortado por la cercanía casi desconocida de tu boca.

No sé si podríamos conocernos más.

De veras me encuentro sorprendida con no sentir todas las habitaciones patas arriba en mis adentros, invadidas por un remolino feroz que va levantando todas mis pertenencias. No, esta vez me siento tan en calma que apenas acudo a la escritura, a la búsqueda de cualquier señal que en realidad no existe, a la de cualquier excusa que me lleve a chocarme con tus esquinas y ponerme una vez más a merced de cada uno de tus movimientos.

¿Deberíamos conocernos más?

Al final, doy bandazos entre la disyuntiva de a quién corresponde acortar distancias hasta que me paro a pensar que no debería haber longitudes que comerme insegura. Tal vez de ahí venga esta sensación de tranquilidad. De orden. De ausencia de ansia por gestos y palabras que no dependen de mí.

Podríamos...

Hay una parte de mí que sabe que es muy posible que nos conozcamos más y lleguemos a una comodidad peligrosa y holgada en la que sentarnos a descansar un tiempo. Esa posibilidad ya no me asusta. Tampoco lo hace el vacío de su potencial ausencia.


Tú buscándome la boca yo la ruina

Tú buscándome la vida yo la mía


domingo, 21 de febrero de 2021

Timing.

Los tiempos que nos acompañan y que no caminan al mismo ritmo pueden llegar a ser una putada, pero me quedo con este calor de sentirme tan afortunada, renovada y reconstruida después de salir de un letargo del que me arrojaron con resistencia por mi parte pero que me ha reabierto un mundo que echaba de menos pese a no ser consciente: el mío propio, el de mis ritmos y mis afinaduras, mis pasos y mis suturas, firmes y desordenadas, pero mías.

viernes, 12 de febrero de 2021

Túnel.

No sé por qué a veces nos empeñamos en conservar algo que no nos da ninguna luz. No entiendo por qué ese afán en seguir agarrando el cuchillo por el filo, apretando bien la mano para que el dolor se equilibre y así parezca mimetizarse con cada latido. Tampoco alcanzo a comprender el pulso detrás de cada vez que esperamos a que aparezca otra persona para dejar marchar a la que lleva cogiendo polvo en un rincón de nuestra memoria -que no pecho- más tiempo del que podíamos imaginarnos. Al final, cabe optar por un golpe sanador y preguntarse: ¿merece la pena seguir cargando este peso?

Es indudable; algo anida adentro, silencioso pero firme: si existe la necesidad de formular esa pregunta, ¿no está acaso clara la respuesta?


Dejé de escribir de ti

y me llovieron las luciérnagas.

sábado, 30 de enero de 2021

Los besos.

Se habla mucho de abrazos y poco de besos. Pero llevo tiempo preguntándome qué está pasando con esos besos que no estamos dando porque nos han roto todos los contextos que nos hacían sentir valor y empuje para hacerlo. ¿Qué está pasando con todas las noches a oscuras en bares abarrotados en las que íbamos a besar a personas con las que es probable que no nos crucemos hasta dentro de mucho? ¿Dónde están los amigos de amigos que se iban agarrar a nuestro estómago en caída libre después de conocerlos en ese ese evento cultural que nunca llegará?

No puedo huir de un pensamiento que ha desencadenado todo lo demás como una volada de viento que tira todos los naipes colocados con empeño y seguridad. A título personal, el 2020 se llevó a una de esas personas que pensé que tarde o temprano iba a besar. Que un día volveríamos a coincidir en la ciudad y entre algún baile torpe y una conversación con muchas risas le haríamos justicia al impulso que juntaba nuestros raciocinios en el segundo exacto en que nos decíamos: Algún día pasará. Pero ya no. No será probable porque el universo articula mecanismos que no comprendo porque soy incapaz de asimilar lo que no considero justo.

Sin embargo eso me hace dar vueltas en torno a los besos que no dimos, que no estamos dando, porque ya no hay noches precoces ni ruido de música que no nos interesa ni miradas que analizan rostros al completo que sonríen con comodidad ni grupos que se juntan para que las ganas sigan fluyendo. ¿Estarán en algún lugar?

No seré yo la que os anime a buscar las bocas que os mueven los cimientos y que ahora observáis de manera tímida a través de la pantalla cambiando las miradas furtivas por likes. No voy a ser abanderada de buscar a todas las personas que tenemos en esa lista que todos tenemos (no me engañéis) porque no podría predicar con el ejemplo. Ni yo misma, a pesar de esas cuestiones que se agolpan justo detrás de los labios, como calambres que asolan después de demasiado tiempo sin circulación. No sé dónde están esos besos, ni siquiera si están en alguna parte. Me asusta pensar que todo ha cambiado y que, sea como sea, no nos van a esperar.

jueves, 13 de agosto de 2020

Refugio.

No me arrepiento de no haberme perdido a mí misma. En todo este tiempo, si miro atrás comprendo que el tiempo seguía avanzando en línea recta y de manera paralela, pero que yo he sido capaz de no perderme el ritmo que me merecía en todo momento.

Lo sé porque desde hace semanas noto una nota de calor en el pecho que, al principio, me sorprendía. Me esperaba una temporada de frío y de piel seca, pero, en su lugar, la vida me ha golpeado con una certeza profunda e íntima acerca de que todo en mis adentros está en su sitio y me sigo cuidando como siempre. Es una sensación que podría calificar de nueva pero sé que no lo es: si vibra y descansa en mis adentros es porque llevaba ahí ya muchas lunas. Es como una fuente de agua tibia que no deja de brotar y bañarme con una película de bienestar que en ocasiones, todavía hoy, me sigue pareciendo extraña. Pensé que iba a estar desolada, perdida, y en lugar de ello he experimentado multitud de sensaciones y emociones sin perder el foco de ese calor en el torso, ese enganche brutal y constante que me mantiene con los pies enraizados en el lugar en el que debo estar.

No habría pensado, de verdad que no, que de manera tan natural y sencilla yo misma iba a ser mi propio refugio. Que tantos meses de esfuerzo y de amor iban a conseguir que me mantuviera en pie, doblándome a veces por las rachas de viento violento, pero sin romperme. Pongo una mano sobre mi pecho y lo hallo ahí: un refugio inmutable y permanente en el que nunca se extingue la luz.

lunes, 6 de julio de 2020

La puerta.

Después de varias semanas con sueños agitados en los que el protagonista siempre era el mismo, vuelvo a dormir más tranquila y de mi subconsciente fluyen historias más variadas. Hoy he soñado con R. Era tan real y tan lleno de paz que he tardado en ubicarme cuando he despertado y he tenido que concentrarme para repetirme que R. murió hace unos meses, que nunca más lo volví a ver ni volveremos a encontrarnos en esta vida.

Era como si retomáramos nuestra última conversación. Como si yo, en esos momentos, ya no quisiera estar sola y no saber nada de nadie y lográramos reunirnos y tomar esas cervezas que nos prometimos y que nunca llegaron. Me miraba bajo sus pestañas espesas y negras de la misma manera que lo hizo en Nochevieja, con curiosidad y riesgo y un punto de vacilación. También sonreía, con esa sonrisa tan serena y bonita.

Cuando me he levantado también he recalado en algo que escuché ayer acerca de que es una pena cuando las personas le cierran la puerta al amor y no lo dejan entrar en sus vidas a pesar de que quieran o incluso a pesar de que ellas mismas estén enamoradas. Me he dado cuenta de que a R., con todo el dolor que me ha producido esa certeza, le arrebataron la opción de dejar entrar o no el amor en su vida. Me ha recorrido un escalofrío.

He reflexionado que cada uno es libre pero sí, es una pena cuando uno cierra la puerta, teniendo todavía la oportunidad, y no deja que el amor entre y llene sus rincones vacíos.

martes, 9 de junio de 2020

Pausa.

Esto es un caos. Lo sé, lo sé y lo siento en las paredes de mi estómago. Estoy llena de sensaciones agitadas que zumban en mis adentros como cien millones de avispas enfurecidas.

Pero, aun así, cuando se calman por un solo minuto me encuentro con una certeza que rellena todos mis huecos internos. Mis días están más vacíos sin ti. Y no lo digo en un sentido que contradiría todas las lecciones de la psicología, el auto-cuidado o cualquier tipo de religión. Es simplemente un hecho, una mariposa que sobrevuela el campo de batalla cuando todas las avispas están agotadas y adormecidas. En todos mis rincones, sigue existiendo una sombra que me lleva a tu nombre y a nuestras rutinas, como la tinta permanente de un rotulador que no se borra por mucho que frotes en cada ducha.

Pero vuelven las avispas. Cojo aire. Y, exhausta, me vuelvo a poner en guardia.

jueves, 19 de diciembre de 2019

Carta a alguien que no la leerá

Hay personas que desaparecen de repente. Un día uno se empeña en buscar sus huellas y solo descubre marcas borradas con prisas, y a pesar de ello resulta imposible seguir su rastro.

Debo ser sincera y comenzar diciendo que apenas pienso en ti. Con el tiempo mi mente se ha acostumbrado a no tener la intención de buscarte en ningún hueco, salvo en contadas ráfagas que aparecen guiadas por una de esas piedras que todavía me llevan a ti. Entonces, de manera fugaz, hallo alguna emoción: a veces me siento enfadada, otras intento imaginar cómo estarás, y en ocasiones más reducidas me pregunto por qué sin poder sacudirme de encima una indiferencia algo triste.

He decidido enterrarte para que no vengas conmigo a mi 2020. No voy a quemarte, como sí sé que haré con otras partes que sé que solamente me suman peso de ese que me hace consciente de que es el momento de desprenderme. Cuando uno quema algo lo está eliminando convirtiéndolo en polvo y cenizas; enterrar algo muerto, en cambio, es darle la oportunidad de que sirva de abono para la nueva vida que viene.

Supongo que por eso te escribo esta carta, una carta que sé que no llegarás a leer, pero me sorprende teclear sin intención de que lo hagas. Supongo que es una manera más de hablarme a mí, de dialogar conmigo misma antes de dejarte ir definitivamente.

Hoy he reflexionado que tal vez no te atendí como esperabas. Creo que una parte de ti siempre me vio de una forma que nunca fui. Me contemplabas como un verano que no llegabas a alcanzar, y es posible que te cansaras de caminar conmigo entre unas nieblas que creías aceptar. ¿De verdad te gustaba este gris que nos rodeaba casi de manera invariable? ¿O te abrías paso entre la bruma esperando unos rayos de sol que jamás llegaron? La verdad, no lo sé; no puedo saberlo, pues tu elección fue desaparecer sin palabras ni avisos, amparándote en un silencio que se extiende hasta hoy.

Lo más importante es que no te culpo. Hoy he recordado con alegría sincera nuestras conversaciones, y he apreciado tu espíritu de niño y tus miedos y tu pereza tan de adulto. Siempre me he sentido hastiada ante las preguntas que no llegan a responderse, pero yo misma también he escogido en algunas ocasiones cambiar de sendero sin avisar, aunque nunca en las mismas circunstancias. Cada persona elige sus opciones, de eso no tengo ninguna duda, y desencuentros así también me han enseñado a asumir y aceptar.

A veces no se nos brinda la oportunidad de una respuesta, se nos deja desarmados con todos los recuerdos tirados por el suelo con furia. Cuesta tiempo, siempre cuesta, pero al final la clave es encontrar el instante en el que sabemos que debemos meterlo todo en bolsas y despejar el trastero para dejarle sitio a todo lo demás. Hoy he recogido los pedacitos de cristal que todavía se me clavaban en las plantas muy de vez en cuando, y los he contemplado con la certeza de que deshacerme de todos ellos no me causará dolor. Y eso ha hecho que me sintiera tranquila y en paz, como una ducha de agua caliente después de un día de mierda.

Y, por más que me esfuerce en volcar en esta carta todo lo que debería decirte antes de no decirte nada más, no se me ocurre qué más puedo añadir. Estoy preparada para soltarte y desearte una vida plena, pues es un deseo que me sale directamente del pecho, sin fisuras ni obligaciones.

Así sea pues.




martes, 22 de octubre de 2019

Estoy leyendo un libro que me dejó Sara hace siglos. Está narrado en forma de diario personal, y el tipo de narración contagia. Dan ganas de ponerse a escribir igual.

Justo hoy me ha preguntado Lucía que qué puede hacer en Barcelona, y yo le he dicho que en este libro se nombran infinidad de garitos alternativos. Me ha hecho gracia la coincidencia.

Lleva toda la mañana lloviendo y a mí me sigue encantando ese hueco que improvisamos en el salón para colocar mi escritorio y toda mi parafernalia desordenada. Tengo la ventana justo al lado y se cuela el ruido de la lluvia y también ese frío pálido que siempre hace cuando llueve. Incluso en verano.

Me encantan estas vistas. Son vistas de un barrio viejo pero forzadamente cambiante. Ante mí tengo decenas de ventanas, desde donde se me puede espiar de la misma manera en la que yo observo a la gente que se asoma. Una mujer justo en frente, a apenas unos metros, que sale a tender a menudo y que otras veces se asoma a una ventana más pequeña, parece de algún tipo de buhardilla, y fuma en silencio.

Mucha gente me pregunta estos días que qué tal estoy, que cómo estoy llevando todo. La verdad es que me sorprendo a mí misma encontrándome bien, tranquila, llena de energía y de ganas que todavía no tienen un objetivo concreto. Eso es bueno. Aprovecho ese estado de actividad porque llevaba unos meses sin él. Aunque ayer me dio un bajón, un bajón por el futuro, por vivir en un sitio donde no sea este. Entonces Anthony y yo caminamos en silencio un rato muy largo, él esperando con paciencia y yo teniendo debates en mi cabeza. Luego fuimos a comprar, pero por el camino él pidió falafel y patatas para cenar. Luego agarró un par de mantas, ya en casa, y me hizo el sushi. También me lo hizo en el Mercadona, como pudo. Me arropa con lo que pilla, enrollándome como si fuera sushi, y me abraza en silencio. Gracias, Trid, por la bonita sugerencia.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Elegía contrastada.

Hay momentos en los que los planes cambian sin que se pueda hacer mucho, porque siempre suele haber cabos que dependen de circunstancias externas hasta tal punto que es imposible atarlos hacia nosotros mismos. Supongo que es en alguno de esos momentos en los que pensamos que ya está, que hasta aquí, que ya no hay mucho más que se pueda aprovechar de algo que en otro tiempo nos hizo tan felices. O al menos creímos ser así de felices.

Son escollos, piedras de un puente que se hunden hacia el abismo. Imagino que es más fácil dejarnos ir detrás, ir perdiendo altura en un suspiro, ni siquiera en algo que se parezca a un grito de auxilio. Resulta muy duro tener que dejar ir algo que nos negamos a dejar de rozar, de alcanzar, de asir hasta que nos duelan todas las articulaciones. Tristemente, a veces no queda otra que soltarlo. No hay otra manera de seguir avanzando por esa pasarela que, en equilibrio, nos separa de ese precipicio insondable.

Lo más fácil sería entonces que sonaran en mis oídos los acordes que apuntan al final, al funeral inseparable de una despedida. Esa música opaca que me acompaña cuando camino con la barbilla hacia el pecho y los ojos repasando cada centímetro que recorren mis piernas, autómatas, rendidas ante la inercia.

Son esos pasos también los que me conducen a casa, a esas cuatro letras que cambian tantísimo de forma y color. Es un destino que en ocasiones queremos evitar a toda costa pero al que siempre volvemos. Al que siempre vuelvo. Es en esos instantes de reflejo involuntario en el que me dejo caer en el sofá en plena noche y me acurruco en una esquina, pensando que es la hora de romper.

Pero ningún paso es en balde, aunque podamos pensar lo contrario, y así, encogida, me llegan caricias que me reparan, silencios que me envuelven con calidez y olores que creo desconocer pero que en realidad son guía indiscutible cada día. Suenan otras notas. Unas que reconozco, que a veces desprecio porque son las que suenan siempre, pero que en el momento justo son bálsamo asombroso.

Estoy en casa, me oigo pensar.

Y me dejo rodear por brazos que conozco y que me conducen a tientas al otro lado de esa sima por la que estaba caminando sin ningún pudor. Ningún paso es en balde, y ningún camino acaba donde pensamos que debe terminar.

Esa canción se transforma, poco a poco, siempre a su tiempo, y muta de lo lúgubre a lo fulgurante, marcando en mi piel una nueva cicatriz mientras otras yemas la recorren, y la besan, y la abrazan, y dejan su huella para llenarme entera de la sensación de que todo irá bien. Esto es hogar, me oigo pensar.

Me pesa el polvo en todas las carnes y los pies cargan con toneladas de metal. Hay momentos en los que no es tan fácil hallar el sendero de vuelta. Pero lo importante es volver, volver siempre, creer siempre que se puede volver, que al final continuamente aparece un contraste que revuelve esa elegía y la hace luz. Apenas un rayito tímido; lo suficiente para levantarse del sofá, mezclarse con otra piel y salir adelante una vez más.

viernes, 30 de agosto de 2019

El tiempo.

¿Qué está pasando con el tiempo?

Buceo entre las posibilidades que me han brindado todas las esquinas en las que he descansado estas últimas seis semanas. Es curioso el tiempo. Toma tantas formas diferentes y nos negamos a admitir que cada una de ellas depende únicamente de nosotros mismos.

Escribo por convicción aunque por suerte no es por inercia. Hay tantas cosas a las que puedo estar agradecida que les dedicaría renglones eternos si no sintiera este agotamiento emocional tan extraño. Pero no le tengo miedo; eso es lo bueno.

miércoles, 3 de julio de 2019

Lo mundano.

Supongo que tenemos la capacidad de decir lo que es divino.
Y lo que no lo es.

lunes, 3 de junio de 2019

El altillo (II)

Hace dos años comencé a escribir un glosario con tu nombre (en clave). Es curioso, porque ahora me siento en una noche de características similares a aquellas en la capital en las que mi piel te añoraba de una manera que todavía no entendía. Hoy sin embargo rotulo las letras que te identifican en una tímida caja de cartón que no sé si acabaré subiendo al altillo, junto a la del otro día, aquella que nada tiene que ver contigo.

Hoy te he visto y mi corazón ha vuelto a entristecerse. Transformarlo en palabras me da cierto respeto pero sé que debo hacerlo para ser honesta conmigo misma. Sí, la sangre me ha latido más despacio después de tu contacto, mi piel se ha puesto un poco más gris. Me ha pillado por sorpresa, después de la película, entre los sorbos de una cerveza que me ha ido trayendo una pesadumbre que no logro sacudirme.

No es una tristeza que me sorprenda. Es la tristeza de las heridas que no cierran pero que no incapacitan para seguir adelante. Hay temas que tal vez nunca logremos resolver, pero yo poco a poco me voy cansando de abrirme el pecho (o intentarlo) y hacer preguntas que no poseen una raíz banalizada aunque a ti puede que te lo siga pareciendo.

Me concedo unos segundos y respiro, y pienso que no sé qué voy a hacer con este pesar sordo, porque no sé si cabe en la caja de cartón que estoy preparando. Está llena de la soledad pesada se sentirme apartada, algún viaje a Tailandia, los sueños (tal vez solamente míos) de vivir en el otro lado del mundo como voluntarios u otras vidas que ni siquiera puedo mirar a los ojos todavía, siendo valiente.

Termino de escribir tu nombre, con delicadeza pero sin miedos, y me pregunto qué ocurrirá el día, si llega, en el que decida subirme a la escalera y empujar la caja muy hondo, todo lo hondo que me permita el altillo. Creo que es lo típico que piensas que dejas a mano pero que en el fondo sabes que nunca vas a volver a recuperar. Me marcho a dormir triste, pero entera. Esta vez sin esperar que llegues, agarres este dolor y acabes meciéndolo y reconociéndolo también como tuyo.


miércoles, 29 de mayo de 2019

El altillo.

He tenido una pesadilla horrible. Había un asesino merodeando, una víctima había muerto desplomándose ensangrentada encima de mi prima, y en un momento mi madre me llamaba llena de pánico y llorando porque estaba sola en casa, había escuchado un ruido y tenía miedo de que hubieran venido a matarla.

Luego he estado pensando sobre la rendición ante la evidencia. Hace semanas metí todas mis esperanzas en una caja que escondí en al altillo, bien arriba, pero sé que no puedo dejarla allí para siempre. Pero todavía es muy pronto, no creo que vuelva a estar preparada para creer con una fuerza similar a hace unos meses. Creer con la misma fuerza ya sería imposible. Todo cambia y se transforma, y yo ya no soy la misma persona después de todo.

Me encantaría recuperar toda esa esperanza y abrigarme con ella. Pero aún no puedo. En circunstancias así, la paciencia es el único camino, aunque sea el más molesto sin ninguna duda.

miércoles, 8 de mayo de 2019

Creo que uno de nuestros mayores errores es pensar que todo en nuestra vida permanece, especialmente las personas que tenemos cerca.

sábado, 20 de abril de 2019

El día que volví a Skogafoss y estaba sola y me sentía bien

Me pidieron que me hiciera un regalo y yo elegí volver a Skogafoss. Pero esta vez lo hice sola, sin ninguna compañía. A pesar de ello, el lugar estaba salpicado de turistas, como es habitual en este sobrecogedor rincón de Islandia que, además, había vuelto a salir en Juego de Tronos, concretamente en el primer capítulo de la octava temporada.

Esta vez traía los deberes hechos y me había traído un chubasquero. Era rojo, no sé por qué. Bajé del coche y me fui aproximando al terreno llano a los pies de la cascada, mientras el sonido se iba volviendo más y más ensordecedor. Comencé a notar las salpicaduras salvajes de agua en la cara y en ese momento decidí desabrocharme el chubasquero, me remangué y apenas unas gotitas se empezaron a deslizar también por mis brazos.

Caminé haciendo eses, de un lado a otro de la cascada, mientras todo el mundo hacía fotos o simplemente se quedaba maravillado mirando hacia lo alto del monumento natural. Me paré en el sitio y me respiré a mí misma, sintiendo cada rincón de mi cuerpo, reconociéndome para poder afirmar que me sentía inmensamente bien. Conectando conmigo. No sé cuánto rato estuve allí.

Me pidieron que me hiciera un regalo y yo elegí volver a Skogafoss, sola, y sintiéndome bien.