lunes, 30 de diciembre de 2013

I.

Claudia se sentía intranquila. Introdujo tres veces la cucharilla en el tarro de azúcar y dejó caer el polvo blanco en el café repitiendo el gesto de manera mecánica y distraída. Mientras le daba vueltas a la mezcla edulcorada sentía que la cucharilla socavaba su propio pecho. Claudia volvía a notarse ese agujero que se extendía de entre sus clavículas a su estómago, y no quería beberse el café porque significaría ampararse en una rutina simulada, embustera.

Miraba una y otra vez el reloj de la cocina al tiempo que los minutos eran como bofetadas en sus mejillas temblorosas. Respiraba entrecortadamente, el frío estaba presente en sus manos, no sabía cómo hacer que el tiempo corriera más deprisa. O que se detuviera. Claudia no sabía nada; había vuelto a ese dolor silencioso y confuso que le deja a uno en la estacada, provocando que pierda todas sus facultades medianamente racionales. Tenía miedo, el dolor le traía miedo... Pero también se encontraba muy cansada.

Luis debía haber vuelto hacía una hora. Había salido temprano porque quería jugar un partido de pádel pero una llamada de Pedro, su compañero en los escarceos deportivos, había provocado que a Claudia le oprimiera de nuevo el corazón la garra del desasosiego. Luis no había ido. Pero tampoco había vuelto a casa.

Claudia entonces bebió un sorbo del café remontándose a años atrás, con la misma escena, y pensando que en otras ocasiones una lágrima suya se habría mezclado con ese líquido marrón y despierto. Sin embargo, esta vez ya no había lágrimas ni lamentos porque Claudia estaba infinitamente agotada. Estaba intranquila, porque no sabía dónde estaba Luis, pero ya se había cansado de llorar. Los sollozos nunca habían solucionado nada.

Fue en ese momento de regresión vana cuando se escuchó la puerta del ascensor y acto seguido una llave buscando la cerradura de casa. Claudia permaneció inmóvil, y tampoco se movió cuando por fin la puerta se abrió y Luis apareció en el umbral rehuyendo la mirada de su esposa. No necesitaba ninguna palabra porque el olor que acababa de irrumpir en casa era, por desgracia, el mejor de los testimonios. Luis no dijo nada. Se limitó a esperar unos segundos allí plantado para después ponerse en marcha y dirigirse al dormitorio de invitados. Claudia lo escuchó trastabillar por el pasillo un par de veces. Su mente se llenó de gritos y recuerdos y se vio a sí misma suplicándole a Luis que jurara por sus hijos que no había vuelto a hacerlo y también vio a Luis jurándolo una y otra vez, aunque fuera mentira.

Lo había vuelto a hacer. Claudia escuchó la puerta cerrándose del dormitorio y en el silencio de esa prisión de reiteraciones e insuficiencia se levantó y tiró el café por el fregadero de la cocina. Miró el reloj. Sin decir nada, abrió el grifo y metió los dedos debajo del chorro de agua caliente hasta que lo sintió templado. Sin más, se puso a fregar los cacharros de la cena y del desayuno mientras en su pecho seguía ese latido nocivo. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. Claudia llevaba años sintiendo cómo le dolía el corazón.

viernes, 27 de diciembre de 2013

   ...¿Lo veis? ¿Veis la historia? ¿Veis algo? Me parece que estoy tratando de contar un sueño... que estoy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en un rumor de revuelta y rechazo, esa noción de ser capturados por lo increíble que es la misma esencia de los sueños.
    Marlow permaneció un rato en silencio.
  - ...No, es imposible; es imposible comunicar la sensación de vida de una época determinada de la propia existencia, lo que constituye su verdad, su sentido, su sutil y penetrante esencia. Es imposible. Vivimos como soñamos... solos.
(Joseph Conrad) 

jueves, 26 de diciembre de 2013

Los pasos apresurados de Carlos resonaron en el pasillo como cuando se perturba la paz de un cementerio. Había estado horas dudando acerca de si ir o no al hospital, y al final se había decidido como un loco sintiéndose imbécil por no haber tomado la decisión antes. Por eso corría. Por eso y porque se estaba sintiendo intimidado por el silencio y el aspecto inhumano de aquel lugar.

- Joder, no hay ni dios.

Tenía el número de la habitación adonde se dirigía apuntado en el dorso de la mano y mientras lo volvía a mirar una vez más sus ojos se tropezaron con su objetivo. Vio a María, caminando hacia él con el paquete de tabaco en la mano, y a los segundos sintió sus brazos rodeando su cuello con esa serenidad tan tierna y tan distante. Tan de María.

- ¿Pero por qué has venido, idiota?
- ¿Tú no habías dejado de fumar, flipada?
- Estoy de los nervios. Si no fumo estoy de un mal humor insoportable. Además así me escapo diez minutos con excusa.
- ¿Vas a la calle?
- Qué va, voy a la escalera. Que les den a todos, que parece que hoy aquí no trabaja ni Cristo, lo cual es hasta gracioso.
- Anda, te acompaño.

María lo miró un breve segundo debatiéndose entre el agradecimiento y la intriga. No podía negar que había deseado que alguien viniera y lo habría dicho a gritos en mitad de ese sitio lúgubre y artificial si no se hubiera autoconvencido para mantener la compostura. Guió a Carlos hasta la escalera en ese laberinto de habitaciones, lloriqueos, horas de espera y pitidos rítmicos e insoportables. Una vez allí buscó con manos temblorosas el mechero y se encendió un cigarro mientras observaba el exterior a través de la ventana. Un aparcamiento en mitad de la noche, apenas con coches; María se preguntó si eso sería buena o mala señal.

- ¿Qué tal está tu hermano?
- Bueno, ya sabes cómo es... Se ha ido hace un rato a darse una ducha, y así veía a los críos un poco antes de que se fueran a dormir. No dice palabra, lo lleva a su manera. ¿No has hablado con él?
- ¿Eh? Sí, sí, claro - se apresuró a aclarar Carlos-. Pero por saber cómo lo veías tú.
- Pues ya lo conoces. Sobrevive. Como todos.

No se oía a nadie en el hospital. Eran las doce de la noche de un día extraño.

- Dame un pitillo, anda.

María amagó para acabar dándole el cigarro a la tercera y mientras sonreía le preguntó que si no tenía familia o qué, a esas horas en el hospital.

- No seas capulla. He cenado con ellos, pero estaba inquieto... Quería venir y punto.
- Ay, cacho de pan... Muchas gracias por venir. - Esta vez fue Carlos el que sonrió, pasándole el brazo por encima a María.- Me estaba a empezando a volver loca. Te lo digo en serio. Más días aquí y, en fin...
- Ya, tiene que ser difícil. Por eso quería ve...
- ¿Difícil? No sé, Carlos, y perdona que te corte... No es porque sea Navidad ni moñadas de esas. No sé. Me meto a Facebook desde el móvil o miro Whatsapp y todavía me pongo de más mala hostia. Veo que la gente se queja, se queja, se queja, y me hacen sentir como el culo por quejarme de unas putas navidades en el hospital mientras mi madre se muere porque pienso que si estos gilipollas se quejan y me ponen mala seguramente alguien se ponga malo al ver mis quejas de mierda. Dios.

Carlos no dijo nada porque sabía que María iba a seguir. Cuando comenzaba a soltar todos los monstruos que llevaba dentro era mejor dejarla hasta que acabara exhausta pero tranquila. Había tenido demasiados momentos similares con ella como para conocerla.

- Tío, no sé... ¿Por qué me enfado tanto? Me paso el día enfadada y acabo agotada de todo. Pero es que veo cómo hablan de sus resacas, de la noche de fiesta que se van a pegar, que suben fotos de los platos que había encima de la mesa... Hostias, y encima se quejan. ¿Pero por qué se quejan, Carlos? ¿No estamos en Navidad? ¿No es hoy la puta noche de Nochebuena? ¿Qué más quieren?
- Pero, a ver, María, no te fíes de lo que escriben en Facebook, si ya sabes que la mitad es por aparentar.
- Ya, pero no sé... ¿Tienen que ser más pedantes por que sea Navidad? No entiendo por qué me ponen tan furiosa. Supongo que porque en el fondo me gustaría estar escribiendo las mismas chorradas que ellos y subir una jodida foto mía con una diadema de reno. Yo qué sé... No te rías, coño.
- Me río porque eso no te lo crees ni tú. Tú no eres así de simple.

María pensó unos segundos en las últimas palabras de Carlos e incluso le jodió que tuviera razón. Ella no era así. A ella siempre le habían pesado más estas fechas, era la típica a la que le daba por deprimirse el día 25 de diciembre pensando en la hipocresía de la gente y en por qué no podía pensar en otra cosa y simplemente disfrutar de la familia que le quedaba.

- Carlos, es... es... esta rabia de mierda. - Dio una calada. Paladeó el humo como quien paladea una idea que pugna por romper el equilibrio que uno mismo se ha marcado.- Que me destroza la vida. Te juro... que me la destroza.

Carlos vislumbró el reflejo de la luz de la escalera en un par de lágrimas que corrían por las mejillas de María. Se quedó mirando ese cristal terrenal. En parte entendía a María, entendía su ira, pero no podía compartir esa tristeza de la que siempre se embebía María en Navidad. Era obvio que este año la alegría no podía habitar las paredes de aquella habitación de hospital que llevaba escrita en el dorso de su mano, pero María siempre... Siempre se dejaba enterrar por la pesadumbre. Ella decía que era porque no le gustaba aparentar como había hecho su madre, que le daba pavor convertirse en una autómata sonriente, pero a veces Carlos quería agarrarla de los hombros y agitarla para que despertara y viviera un poco más. Para que dejara de cargarse con las miserias de todo el mundo que le rodeaba y riera un poco más. Solamente un poco más.

- ¿Hace cuánto que conozco a tu hermano, María?
- Pues... no sé-. Se secó los ojos con cansancio-. Desde que teníais veinte años o así, ¿no?
- Sí... Eso creo.
- ¿Por?
- Porque entonces debo de llevar como seis u ocho años enamorado de ti.

En ese momento, que Carlos había dibujado tantas veces en su cabeza, justo en ese momento, a María le dio por reírse.

- ¿Enamorado? Anda, que no tienes cuento tú.
- ¿Qué?
- Pues que qué dices de amor, vamos a ver. ¿Amor? Pues vaya drama de vida, ¿no? Enamorado y viéndome hasta en la sopa.
- Joder, María...
- ¿Te he roto el momento de peli de Hollywood?
- Si lo sé no abro la puta boca.

María apartó sus ojos de la ventana y se volvió hacia Carlos, que ahora evitaba su mirada mientras apuraba el cigarro con el ceño fruncido de disgusto. Entonces lo abrazó colocando su cabeza debajo de su barbilla como había hecho miles de veces desde que no era más que una cría que empezaba a vivir por sí misma. Si echaba la vista atrás y recorría sus recuerdos, los que habían permanecido entre la maraña de vivencias, ahí estaba Carlos.

- No me lo tomo a broma, Carlos - le dijo María mientras notaba cómo le devolvía el abrazo con fuerza-. Creo que lo sabía antes de que me lo dijeras, como creo que tú sabes que también siento cosas. Siempre hemos tenido algo, aunque estuviéramos con otras personas - aclaró al notar que Carlos se había sobresaltado.- Será posible... De todos los momentos que hemos podido tener eliges este, qué original eres, eh...

Carlos la separó un poco de sí y la miró intentando desentrañar sus pensamientos. María solía ser un enigma. Allí, en ese abrazo robado al sinsabor de un hospital, supo por qué le dolían siempre las frustraciones y los dolores de ella.

- Carlos.
- ¿Qué?
- Te puedo besar ahora porque tengo ganas de besarte, y seguramente mañana también las tendré, y el día siguiente y... y si pasa algo... algo malo estoy segura de que querré que estés conmigo, pero...
- ¿Pero qué?
- Ya me conoces. Esto no es buena idea. Ya sabes cómo soy, tú has visto qué les ha ocurrido a los tíos con los que he estado.
- No me jodas, María, qué tendrá que ver.
- ¿Que qué tendrá que ver? Ya dije que no quería volver a hacerle daño a nadie. Si tuviera que escoger a una persona para romper esa promesa, ¿cómo te voy a elegir a ti? ¿Estamos locos? Eres de las mejores personas que tengo, Carlos.
- ¡Pero mira que eres pesada! Ven.
- ¿Me vas a felicitar la Navidad a lo Love Actually?
- ¡A callar!

María se separó entonces de Carlos y lo cogió de la mano mientras su mirada iba de la ventana a la puerta que daba a los pasillos del hospital. Pisó el cigarro que acababa de tirar.

- Carlos, Carlos...
- ¿Quéeee?
- Vamos a la calle mejor, anda. Está prohibido fumar aquí.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Le froid

La Navidad es para las películas, susurró mientras se acomodaba bajo las mantas. La cama seguía igual de vacía que los meses anteriores.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Es la felicidad lo que hoy lamento.

No el dolor verdadero,
que enmudece;

sino esa sutil forma de tristeza
que no es apenas nada
más que ausencia de dicha.
(AG)


miércoles, 18 de diciembre de 2013

- Oye...
- ¿Sí?
- ¿Sabes cómo se siente un pelele?
- No...
- Exacto.
I want you
to be
left behind those empty walls,
told you
to see
from behind those empty walls.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Que uno piense que el amor, por el momento, no es para él no significa que no crea en el amor. Que haya dejado de creer en ese sentimiento tan aislado y tan inherente que parece que te sale directamente del estómago cuando aparece, como si hubiera formado parte de ti desde siempre. No tiene por qué significar que no se pueda ver la esperanza de soslayo en unos ojos en los que el impacto de la luz provoca que los veas como nunca los habías visto antes, a pesar de haberlos observado decenas de veces.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Periodismo.

Ahora es monologuista. De tanto reírse de su futuro negro en la cola del INEM, al final acabaron pagándole por ello.

domingo, 1 de diciembre de 2013


We're all in this thing together
Walkin' the line between faith and fear
This life don't last forever
When you cry I taste the salt in your tears.

viernes, 29 de noviembre de 2013

- ¿Por qué has venido ahora? ¿No habíamos quedado luego?

Se pone una camiseta con torpe rapidez. Es la primera que ha pillado, pero ni le da tiempo a mirarla. Piensa en peinarse un poco pero acaba concluyendo que eso va a provocar que parezca todavía más estúpido. Espera su respuesta mientras le late el pulso en las sienes con ese frenesí de una situación incómoda y que le llena a uno de culpabilidad. Incómodo y lleno de culpabilidad, en eso se ha quedado el orgasmo.

- Ya. Pero prefería venir ahora. Ya me marcho.

Ella abre la puerta de casa y antes de que pueda irse él sale a su paso y le corta el paso.

- ¿Por qué? ¿Pero qué cojones haces?

Ella sonríe ligeramente. Es una sonrisa amarga pero entera. Una sonrisa que no esconde nada.

- Quería ver esa vergüenza. Quería ver cómo la sentías. Así puede ser que la próxima vez que me eches en cara que me tiro a otros mientras intentamos arreglarnos te lo pienses dos veces y recapacites. Y al menos te calles. Porque si tienes dos dedos de frente, y sé que los tienes, sabrás que sé que no puedes exigir nada que tú no quieres ofrecer. Ahí está tu problema. En que crees que no tienes dueño pero que, ante todo, sigues siendo el mío. Cuídate. Y mis cosas puedes quedártelas-. Rápido vistazo. - Incluida esa camiseta; te queda a ti mejor.

Y se va. Él, perplejo entre el salón y la cocina, se rasca la cabeza mientras en su pecho se va abriendo un vacío hondo, lacerante, implacable. De su ensimismamiento lo saca otra voz femenina; esta segunda proviene del dormitorio.

- ¿Qué ha pasado? ¿Qué quería esa loca?

jueves, 28 de noviembre de 2013

Soy piel y huesos. Soy una sonrisa burlona devuelta por el espejo. Un aliento más, el pecho hinchado de vacío. Soy un fracaso que duele. Un fracaso que enseña. Soy la penúltima nota de un violín que arranca desde sus cuerdas una melodía rota. (No) soy la chica de 15 años que se enamoró casi sin razón y respiraba pasión en el invierno más frío. (No) soy la chica que se enamora. Soy los resquicios de lo que algún día fui. (Cómo pude ser) así. Soy algo diferente, evolucionado, envejecido, desganado. (Ya no) soy esa chica. Soy la misma piel y los mismos huesos. Soy la incredulidad de quien ha sentido el sufrimiento en el estómago y la tristeza profunda agazapada en lo más primigenio, sin que quisiera marcharse. Soy un verano negro y de lágrimas. Soy las cenizas de las que volví a nacer. (Todavía) soy esas cenizas barridas debajo de la alfombra más gruesa. Soy resignación, ausencia de paciencia, ausencia de impaciencia. Soledad, ansias de viajar, independencia. Soy el silencio de quien no tiene que darle explicaciones a nadie. Soy aquella que camina rápido con una maleta y que no quiere que venga a recogerla nadie al aeropuerto. Soy la que sonríe por amabilidad aunque sea un día de mierda. (Ya no) soy Tina Leone. Soy otra ilusión que parece diluirse. Soy ese espejo. Esa chica que me mira desde el otro lado. (Ya no) esa chica que me mira desde el otro lado.

Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Sólo piel y huesos.
Y juras otra vez que no quieres volver
a despertar muerta de sed
y con un puñal hundido en el pecho.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Me pregunto si alguna vez se acabará esta empatía. Cada vez que me comprometo con una historia en la que el dolor juega un papel importante acabo sintiendo las uñas del pasado en el estómago. Acabo sintiendo ese dolor de una manera casi personal, reviviendo la tragedia de la manera más intensa que  permite una posición ajena. 

El recorrido, hasta hoy, es siempre el mismo. Me intereso, leo, pregunto, veo, compruebo, leo más, anoto, escribo, señalo y, sin poder volver atrás..., ya estoy perdida. Estoy metida en la historia sin remedio, y sé que no saldré de ella hasta que no componga las palabras para poder hacer saber a otra gente que esa tragedia existió y que hay vidas humanas que sufrieron y sufren mientras nosotros seguimos respirando.

Por ello, por todo ello, a veces me pregunto si, en el caso de que continúe en esto, de que quiera seguir contando historias, me iré volviendo más y más insensible. Personalmente prefiero un periodismo intenso, humano, impregnado de la realidad latente y cruel si así debe ser. Sin embargo a veces me entran las dudas y lanzo al aire este interrogante. ¿La vejez me hará menos empática? ¿Es necesario un mayor alejamiento, no es nocivo dejarse doler, dejarse comer por una historia siempre que se mantenga la cordura?

Hasta hoy, no me importa este dolor. No me importa sentirlo. Para mí es parte de la pasión de querer informar de algo, de querer contar una historia que merece la pena ser sabida por todos. Es como un reflejo vivo de que existe. Porque existe. Y si esa existencia va ligada al dolor, a la injusticia, a la miseria, la crueldad, o a tantos otros sentimientos que nos hacen pequeños, ¿por qué no contarlo así? ¿Por qué no sentirlo así? Me pregunto, también, si acaso se puede contar y conocer una tragedia sin sentir absolutamente nada. Si el alejamiento debe o no debe ser la manera correcta de hacerlo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Existe la posibilidad de que el cielo y el mar se tiñan de un color similar y parezca que se funden. Ocurre de noche, y a veces sólo un tímido reflejo lunar es el rostro de un mar en calma, negro a mis ojos, contemplado únicamente por esas pinceladas blancas y amarillas. Pero cuando ocurre en un día nublado o al atardecer, sin que tenga que ser la negrura el catalizador de esta maravilla, me parece magia. El mar y el cielo unidos en un manto uniforme, sin fisuras, provocando que no eche de menos ningún horizonte.

Entonces todo es calma, espíritu tranquilo, y la vida entera se me antoja sencilla. Como si pudieran unirse las mentes y nadie tuviera que entenderme. Sólo ser parte de ese manto infinito, entre el gris y el azul, y no tener que preocuparme de otra cosa que no fuera sentirme libre.

domingo, 3 de noviembre de 2013

If you're gonna try
and 
walk 
on water 
make sure you wear 
your comfortable
 shoes.


Submarine

miércoles, 30 de octubre de 2013

lunes, 28 de octubre de 2013

Como esos viejos árboles.

A veces la vida depende de una transfusión de sangre. Es curioso cómo pueden separar la vida de la muerta apenas unos latidos que no dependen de nosotros. Cómo alguien presta ese preciado líquido carmesí para que otra vida siga adelante. Cómo la salva, permitiendo que su corazón siga bombeando gotas de existencia.

Pero, ¿qué ocurre cuando no sólo de sangre se alimenta el corazón? ¿Por qué no pueden condensarse en milímetros cúbicos las fuerzas, las ganas, el aguante? Quiero dárselo todo igual que me lo dieron ellos a mí. Pienso en que ojalá la sangre lo arreglara todo, y no sólo la falta de vida, porque iba a dársela toda. Quiero librarme de la piel, del corazón, de cualquier cosa que esté en mi ser y dependa de mí. Porque todo lo que dependa de mí quiero dárselo. Incluso las lágrimas que ya ninguno tenemos; para que puedan desahogarse y, al menos por el efímero instante de calma que sigue al llanto, sean libres.

Quiero quedarme vacía, con las rodillas clavadas en el suelo, jadeante, al borde de la expiración si así puedo salvarlos. Quiero salvarlos. Quiero salvarlos porque ahora sé que esto no va a parar nunca. Sé que va a caminar con nosotros de la mano como una de esas realidades intrínsecas que nos llenan de sombras y nos clavan las uñas en el alma. Por eso quiero que se salven, que esto siga pero ellos se salven, y así ya no habrá lugar para mis gritos cuestionándome la injusticia o el equilibrio. Si ellos están fuera, me dará igual.

Cuando algo así sigue ocurriendo, el resto de problemas pierden importancia. Cuando una y otra vez acosa esta realidad dolorosa y tan constante, las pequeñas preocupaciones se me antojan apenas rasguños, arañazos inconscientes. Ojalá esto dependiera de una transfusión de sangre. De un mero intercambio de glóbulos rojos y plasma. 

Así intentaría al menos curaros las heridas desde mis venas, e iría remitiendo este frío en mis costillas. Frío que grita vuestros brazos, fuertes o débiles, abrazándome, siendo parte de mí y recordándome el concepto. Lo que significa, a pesar de todo el daño y los recuerdos manchados, a pesar de los pinchazos de angustia y los momentos de pánico. Recordándome lo que significa la sangre. Algo tan cotidiano y tan vital como la sangre.

miércoles, 23 de octubre de 2013

- Tina...
- ¿Sí...?
- ¿Sabes cómo se siente una persona en un desierto sin arena..., sin insectos..., sin aire... ? Así me siento yo.

Alfonso Vallejo.
Es increíble Madrid. Son las seis de la mañana, hace frío, es martes y ya hay gente en las calles. Siempre he pensado que eso de que las calles no están puestas aquí no se cumple porque creo que no se quitan nunca.

Volviendo a casa pienso en otra mañana, cada vez más lejos, en la que San Sebastián me daba los buenos días. Estaba muy gris San Sebastián. Y recuerdo que pensé en que era una mañana perfecta para un domingo, con el mar en calma y el cielo encendido en plata impulsando esa pesadez que se pega a la piel cuando el día está nublado. Como una invitación al alma, para que lo acompañe. He recordado que a pesar de todo sonreía, y el día no me podía parecer más amable, a pesar de las ganas de dormir y descansar por fin.

He conectado estos dos momentos porque en los dos mi sonrisa estaba cansada pero a gusto. En los dos momentos en mi mente brillan con fuerza ciertos reflejos a pesar de la oscuridad o el ambiente gris. Reflejos azules. Si cierro los ojos todavía puedo verlos.



viernes, 11 de octubre de 2013

Estoy sentada en silencio, pensando, cuando noto que alguien se sienta a mi lado y me abraza por detrás. Sé exactamente quién es sin necesidad de verle el rostro o escuchar su voz. Siempre acude a mí en ocasiones como esta. Jamás falla.

- Sólo estoy reflexionando. Necesito tiempo. Pero gracias por venir.
- Lo sé, por eso sólo me quedaré aquí. Contigo. Un rato más.

Cierro los ojos y me acomodo más en su pecho mientras pienso que ella piensa que no voy a aguantar mucho más sin hablar. Que al final siempre hablo. Exploto. Y ella está ahí para escucharme. Es algo que sé.

- Simplemente duele, ¿entiendes? Es una de estas veces en las que está el dolor bien adentro y tengo que esperar a que deje de gritar para asumirlo y afrontarlo.
- Lo sé, pequeña. Pero yo sé que puedes.

Volvemos a quedarnos entonces en silencio y a los minutos comienza a notar mi cuerpo trémulo, y desde las yemas de sus dedos me calma el agua y sal de las mejillas y me susurra que todo va a ir bien, porque estamos juntas. Yo sonrío amargamente pero agradezco su presencia. Como siempre.

- Recuérdalo, nunca debes responder a la amargura o a la venganza. Estás tú, antes que todo lo demás, y en tu integridad reside la clave para no volverte loca, pequeña. Asúmelo, como siempre. Acusa el golpe pero sigue adelante. Siempre habrá dolor... Así que no dejes de luchar cuando te haga mella. No te fíes, pequeña. No termines de fiarte nunca.
- Lo sé, pero...
- Tienes el mejor ejemplo en casa. Sabes lo que las decepciones pueden hacerle a un ser humano. Sabes cómo pueden reforzar la debilidad más primigenia. Sabes que puedes acabar como él si te abandonas a ti misma.

La miro atónita. Aprieto su mano entre las mías. Me calma.

- ¿Sabes qué? Cuando volvía a casa había en mi calle una chica joven llorando y gritándole a un chico que caminaba unos pasos por delante de ella. Le preguntaba a lágrima viva por qué la hacía sufrir así, que qué le había hecho ella a él para merecer ese trato. Yo he pensado al verla que podría estar como ella. Llorando y gritando. Incluso he recordado que hace años estuve así alguna vez. De verdad. Pero ahora prefiero parar y pensar. Reflexionarlo. Y, si lloro, no llorarle a nadie.

Ella me sonríe mientras me acaricia el pelo y yo voy notando el calor de nuevo en mi pecho, y cómo se va extendiendo por mis venas curándome el dolor que se me ha quedado atrapado debajo de la piel. Estoy lista para dormirme relajada y en paz, a pesar de que sé que va a marcharse, que va a dejarme sola otra vez. Pero esto funciona así.

- Te echo de menos-le digo.
- Volveremos a vernos, pequeña. Siempre que me necesites.

Y me besa y la beso segundos antes de verla desaparecer. Se disipa su imagen en blanco y negro y me quedo en la oscuridad de mi habitación pensando en ella. El dolor sigue aquí, pero con ella siempre recuerdo que puede pasar a formar parte de mí sin rabia, sin rencor, sin amargura. Como forma parte de nosotros alguien que se ha ido, a quien dejas de ver sin que puedas hacer nada y quien te hace aprender a convivir con su ausencia quieras o no. Pero sigue ahí. De alguna manera... Sigue ahí.

martes, 8 de octubre de 2013

Monica Vitti y Richard Harris se decían a sí mismos en El desierto rojo, de Michelangelo Antonioni, que tal vez existía un lugar en el mundo donde se estuviera mejor. Hastiados y confundidos, observaban un mapamundi con dicho interrogante en los ojos. Ese era su anhelo. Porque sólo así podrían escapar. Escapar de esos paisajes desolados que presentaba Antonioni y también de ellos mismos, de sus desviaciones e incertidumbres.

Yo nunca he dudado sobre si existe un lugar mejor en el mundo. Sé que sí, aunque también sé que depende en gran parte de si queremos dar con ese lugar o no. Sin embargo, hoy ante mi propio mapamundi no puedo evitar preguntarme si existe un momento de pausa, de paralización total de la existencia.

Apenas un instante en el que pueda vaciarme por completo y no ser más que un ente. Nada más que un espíritu todavía sin corromperse o mancharse, sin haber sido llenado de absolutamente ninguna experiencia. Quiero una pausa. Un momento de amparo en el que no tenga que contestar preguntas, cuestionarme, sostener a nadie más, preocuparme, tener que sonreír aunque no quiera, fingir que todo va bien, tener paciencia, dar explicaciones, cometer actos racionales, pensar en los demás, sentir todo lo que sienta, reflexionar, hablar, consolar a alguien, escuchar. Quiero desconectarme. Ser solamente un recipiente que tenga que volver a llenarse. Respirar fuerte o lentamente con la tranquilidad de que nadie va a escuchar mi aire, o mis sollozos. Vaciarme. Aunque sea consciente de que pasados unos segundos tendré que recoger mis miserias del suelo y volvérmelas a cargar a la espalda para seguir caminando.

Estoy exhausta. Lo noto en el dolor en el pecho y en mis pasos vacíos cuando camino a cualquier parte. Estoy tan cansada que sólo alcanzo a extender ese mapa tan mío, tan visceral, y acordarme de esos dos personajes, perdidos y a ratos derrotados, que el maestro italiano erigió con ayuda del celuloide. Así como de la frase que puso en sus labios, y de la que me adueño tras una ligera modificación, porque de alguna manera la llevo grabada en la piel.

Quién sabe si existe en el mundo un instante donde se esté mejor. Tal vez.

domingo, 6 de octubre de 2013

viernes, 4 de octubre de 2013

miércoles, 2 de octubre de 2013

Hey, open wide here comes original sin

- Nunca quisiste ser la novia de nadie y ahora eres la mujer de alguien.
- Hasta a mí me sorprendió.
- No creo que yo llegue a entenderlo nunca. Vamos, que no tiene mucho sentido.
- Surgió sin más.
- Pero eso es lo que no entiendo, ¿cómo surgió sin más?
- Sólo... Sólo me levanté un día y lo supe.
- ¿El qué?
- Pues lo que no supe seguro contigo.


(500) Days of Summer

domingo, 1 de septiembre de 2013

Mientras manejo el cuchillo y el tenedor de forma mecánica con la voz del telediario de fondo me pregunto cómo es posible que estén muriendo cientos de personas en un conflicto que, en esencia, manejan personas que están a miles de kilómetros. Pienso en toda la sangre, los refugiados, las vidas que jamás volverán a ser iguales, las pérdidas y los sacrificios sin poder compaginarlo mentalmente con los intereses de Rusia o Estados Unidos. Cómo es posible que funcionemos así.

A los pocos segundos, después de haber cambiado de canal tras haber visto los goles de los partidos de fútbol más importantes del fin de semana, la voz atronadora e irrespetuosa de mi hermano comienza a interrumpir el sonido de las noticias para seguir hablando de fútbol. Se levanta, incluso, y se pasea por delante de la televisión. No importa que pida silencio, porque sigue hablando y además encuentra interlocutores de sobra. Siria parece no ser interesante en ese momento. Sólo el fútbol, a cualquier nivel, y por parte de cualquier equipo.

Entonces pienso. Cómo no va a ser posible que funcionemos así.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Historias de tranvía.

Una pareja de ancianos que susurran entre ellos. Visten de una manera verdaderamente elegante, y no despegan las manos que se agarran con la fuerza que les queda. Son como el testimonio de que el amor puede seguir fortalecido después de decenas de años. Él la mira con atención mientras ella ríe tímidamente de vez en cuando. Podrían ser dos adolescentes atrapados en cuerpos arrugados.

Una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras guarda entre las piernas un par de bolsas de cartón y observa la ciudad por la ventana. Guarda silencio. Le ha cedido el asiento un joven con barba de varios días y una mochila al hombro, y en su gesto de agradecimiento sorprendido parece que se haya vislumbrado que se siente ya mayor. Envejecida. Se rasca la mejilla mientras llama la atención que lleve un pañuelo al cuello con el calor que hace en verano en Zaragoza. A ella parece no importarle. Eso sí, se atusa el pelo una y otra vez, mientras aprieta ligeramente las rodillas para que no se caigan sus bolsas.

Un joven con barba de varios días y una mochila al hombro le cede el asiento a una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras con gesto amable. Se ajusta la mochila al hombro y se agarra a una de las barras del vagón mientras apoya levemente la cabeza en el cristal y cierra los ojos, como descansando. Parece que su mochila pesa bastante, porque se queja reiteradamente del peso que carga por los movimientos que hace, pero no cambia su gesto sereno. Tiene unos ojos verdes extraños, como si buscaran algo de compañía, limpios. Como los de un niño.

Una chica que mira su móvil una y otra vez y que parece que ha olvidado peinarse esa mañana se acomoda en su asiento. Lleva una carpeta consigo, todo indica que va a estudiar, tal vez algún examen pendiente para septiembre. Lleva el rímmel ligeramente corrido, como si se hubiera maquillado con demasiada prisa. Bosteza, despreocupada, haciendo saber a todo el mundo a su alrededor en el sonoro gesto que no ha dormido demasiado o -también podría ser- que necesita una siesta y por eso mira el móvil, para no quedarse dormida en mitad del trayecto.

Un hombre en traje y bastante atractivo se muerde la uña del dedo meñique de una de sus manos, muy cuidadas, mientras escucha música. Lanza miradas desairadas a su alrededor, y alguna mujer las intercepta sonriendo tímidamente después de que él inicie el intercambio de muestras dentales. Entre sus pies guarda un maletín, por lo que es obvio que se dirige al trabajo, viéndolo tan impecable. Sigue mirando, a veces con descaro, dejando patente que se trata de una persona atrevida.


Una pareja de ancianos que de vez en cuando susurran que se quieren, mientras lo mezclan con palabras cotidianas que aluden a la necesidad de comprar una barra de pan o de arreglar la puerta de la cocina. Se han puesto sus mejores ropas porque hace meses que sienten que cualquiera puede ser su último día y quieren que la muerte los sorprenda bien vestidos. Y juntos. Por eso se agarran fuerte de la mano mientras piensan en cómo hacían el amor por la mañana, antes de salir de casa, y ella se ríe al recordarlo. Son como dos adolescentes que se aman y que aceptan que no es mucho el tiempo que les queda. Aunque todo el que queda atrás les haya sabido a tan poco. Juntos todo ha parecido siempre demasiado efímero.

Una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras se empeña en guardar bien las bolsas de cartón que lleva entre las rodillas y observa la ciudad a través del cristal diciéndose a sí misma que debe tranquilizarse. Cuando el joven de la barba de varios días y la mochila al hombro le ha cedido el asiento, se ha sobresaltado al principio porque le ha tocado el hombro que lleva dolorido y por un momento sus fantasmas han vuelto. Se sabe envejecida, fea, físicamente inapropiada para cualquiera que busque un romance. Al notar la mirada curiosa de una chica en su pañuelo se lleva la mano a la mejilla para recolocárselo y que la joven no llegue a ver los moratones que adornan macabramente su cuello. Se moriría de miedo si alguien los descubriera. Nerviosa, se atusa el pelo sin cesar porque desde que era una niña tiene ese gesto cuando se siente insegura, y aprieta las rodillas pensando que le lleva la comida para el descanso del trabajo al que hasta hace dos años fue su marido, el mismo que le daba una media de dos palizas por semana y que volvió hace quince días diciéndole que la amaba como nadie, aunque lo que echara de verdad de menos fuera tener un pelele sobre quien descargar su frustración y su amargura desde sus demonios hasta ella, a través de sus puños.

Un joven con barba de varios días y una mochila al hombro le cede el asiento a una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras porque le recuerda a su madre y se percata de que lleva tiempo sin llamarla. Se ajusta la mochila y cierra sus dedos en torno a una de las barras del vagón mientras intenta que el frío del cristal le cure la jaqueca, inamovible de su ser desde hace tres días. Tres camisas, dos camisetas, un par de pantalones, unas zapatillas de repuesto y todos los libros y películas que pudo llevarse es todo lo que lleva en la mochila, que lo acompaña desde hace una semana, el mismo tiempo que lleva vagando por la ciudad sin ningún tipo de rumbo. Se ve reflejado en el cristal y vuelve a verla a ella segundos antes de que el camión se llevara su coche, el de los dos, por delante, justo en mitad de una carcajada, y se le inundan las pupilas de lágrimas al sentir el vacío desgarrador en el pecho. Como un niño, cuando se siente perdido.

Una chica que mira su móvil una y otra vez se revuelve en su asiento mientras piensa en los pelos que debe de llevar después de esa noche. Lleva consigo la carpeta de la universidad porque salía de la biblioteca la tarde anterior cuando se lo encontró a él y pensaba que se desmayaba allí mismo. Luego, en casa de él, lloró tapada por las sábanas después de haber accedido a meterse en su cama de nuevo intentando no despertarlo. Bosteza porque apenas pudo dormir y se dice en silencio que es lo mínimo que se merece, mientras desbloquea el móvil una y otra vez esperando encontrarse un mensaje que sabe que no va a encontrar.

Un hombre en traje y bastante atractivo se muerde la uña del dedo meñique porque acaba de observar una minúscula gota de sangre en ella. Sin atisbo de culpabilidad ante el recordatorio carmesí, mira a su alrededor en busca de la que podría ser fácilmente su próxima víctima, captando algunas sonrisas de putas ingenuas que no saben dónde se están metiendo. Repasa mentalmente cada una de las herramientas que guarda celosamente en el maletín y decide que cuando baje del tranvía desayunará tranquilamente antes de ojear los periódicos en su propia busca. A través de los ojos es como se contacta mejor con las personas, en la desnudez infinita de una mirada, y así es como le gusta comenzar sus pequeños rituales, escrutando pupilas, con calma, eligiendo, al cabo de un tiempo, la próxima persona con la que calmará su sed.


Y, por último, una chica con camiseta verde y una chaqueta vaquera gris, a quien le sobra imaginación, ignora su dolor de estómago sólo porque le duele muchísimo más el corazón. Observa a la gente pensando en qué se esconderá detrás de todas esas respiraciones, esas ojeras, esas sonrisas y esos gestos cansados de cualquier mañana temprano.

lunes, 26 de agosto de 2013

"Ya iré durando más."

Dijiste la primera vez.

Pero eso nunca ocurrió.
A veces me pregunto si ahora seguirás diciéndolo en las escasas ocasiones que se te presentan, o, por el contrario, ya habrás aceptado que el egoísmo y tanto porno han hecho de tu capacidad sexual una auténtica mierda.

sábado, 24 de agosto de 2013

lunes, 12 de agosto de 2013

Hay heridas que nunca cierran completamente. Pero siempre queda la opción de aceptarlas y volver a caminar con ellas. No digo que debamos acostumbrarnos a las punzadas de dolor que de vez en cuando nos asaltan; digo que no debemos empecinarnos en que un dolor no existe cuando su eco permanece a pesar de todo. Por ello, queda seguir adelante. Siempre seguir adelante.

domingo, 11 de agosto de 2013

Lo importante de las decisiones es no perder las ganas de mantenernos fieles a ellas.

lunes, 5 de agosto de 2013

"Everyone wants an Argentina, a place where the slate is wiped clean. But the truth is Argentina, is just Argentina. No matter where we go, we take ourselves and our damage with us. So is home the place we run to, or the place we run from? Only to hide out in places where we're accepted unconditionally? Places that feel more like home to us. Because we can finally be who we are."


Dexter

Una madre coloca a sus hijos delante de una fuente en el Paseo Independencia para hacerles una foto. Son dos niños que, siendo el mayor de unos diez años y la pequeña de unos siete, me recuerdan inevitablemente a mi hermano y a mí. No es una fuente ni siquiera bonita, pero la estampa me hace sonreír. Sonrío por los tiempos perdidos. Por cuando no existía el tedio sino solamente la impaciencia y por cuando la vida estaba por estrenar y no pesaban los días, sino el ansia de más. Sonrío por un tiempo efímero que creemos que va a durar para siempre porque se hace interminable en primera persona pero luego parece tan fugaz visto reflejado en unos ojos ajenos.

Sonrío por todo ello, pero los ojos esta vez no acompañan a los labios.

sábado, 3 de agosto de 2013

Estoy pensando en esa chica que estaba en un concierto con sus amigos mientras en tres horas debía coger un tren. Se había dejado la maleta y la mochila preparada de manera que pudiera apurar el tiempo al máximo en el concierto. Ya en la estación se despidió de sus padres con lágrimas de su madre, llena de miedo, y con el dolor lacerante en el pecho de las despedidas. Era de madrugada, así que casi todo el mundo en el tren dormía. El ambiente era lúgubre, demasiado nocturno, así que ella intentó dormir para olvidarse de esa atmósfera gris y de que se acababa de quedar sola. Sola. Se concentró en lo que tendría que hacer al llegar a Reus e intentó tranquilizarse. Con escaso éxito.

Luego en Reus tuvo que esperar a que saliera el primer autobús que conectaba la estación con el aeropuerto, a las siete de la mañana. Todavía quedaban horas y el viaje la había dejado exhausta. Era verano, pero era un día inusualmente frío, y agradeció llevar la sudadera y el pañuelo, que su madre le había dado en el último momento, consigo. Cuando uno viaja solo parece que hay un imán que atrae a las demás personas solitarias. Por ello, imagina esa chica, en las horas de espera habló con más gente que esperaba, mientras ella mataba el tiempo jugando al solitario en su iPod y cargaba su móvil en el baño escondida del vigilante de seguridad que le había reprendido por estar cargándolo en un enchufe de la estación.

Estoy pensando en ella y en cuando por fin cogió el bus, después de hablar con más solitarios que caminaban por ese amanecer en Reus, y llegó al aeropuerto que, por suerte, no era muy grande. Pesó sus bultos y comprobó que se había excedido en el peso permitido, así que, de nuevo en otro baño, desperdigó sus bártulos para intentar reordenarlo todo y que pesara menos. Así acabó con diversos objetos colgándole de la mochila. También en el baño habló en inglés con una señora de aspecto amable y se miró en el espejo recordando que debía tranquilizarse.

Aguantó las horas de espera dormitando en un banco mientras mantenía sus manos en su equipaje. Escuchaba la conversación de unas chicas que viajaban juntas y que luego resultaría serían de su propia ciudad y, además, vecinas suyas en Irlanda. Elena y América, se llamaban. En la cola de embarque volvió a contestar a preguntas de padres preocupados que habían acompañado a sus hijos hasta ahí mismo y los envidió. Por no estar solos. Más tarde conoció a una chica nerviosa que iba a estar tres meses trabajando fuera de au pair, y en sus compañeras de asiento en el avión halló a dos chicas muy diferentes pero simpáticas y con mucho mundo. También las envidió.

Ya en tierras extranjeras, un chico muy guapo al que había observado en el vuelo le gritó que si sabía dónde se cogía el autobús de la línea 16. Ella contestó que era justo el que estaba buscando y decidieron continuar juntos. Cogieron el autobús, hablaron de sus miedos, rieron, se bajaron por azar en una parada porque los buses irlandeses son una locura, y hablaron con unas chicas que intentaron indicarles hacia dónde tenían que dirigirse. Sus caminos se separaban. Se dieron dos besos y Dani se alejó. La chica volvería a verlo un par de veces más por las calles de Dublín.

Ella se perdió. Caminó dos horas arrastrando la maleta, preguntó y preguntó, consultó los mapas y al final tuvo que parar un taxi que la dejó en la puerta. Volvió a equivocarse de residencia y, ya en la suya, las claves de acceso que le habían dado eran erróneas. Llamó por teléfono al vigilante, que al ser domingo no estaba, y en un inglés con fuerte acento paquistaní le explicó cómo debía proceder. Al fin llegó a sus llaves y buscó su apartamento bajo la lluvia, esa lluvia irlandesa que luego ella añoraría tanto. Pero en ese momento la lluvia ponía de relieve el día desastroso, la nostalgia del hogar, la dificultad del viaje en solitario. Pero llegó a su apartamento y a su habitación. Al fin.

Y una vez allí respiró tranquila y escuchó la lluvia mientras España enloquecía porque acababa de ganar la Eurocopa. Habían sido más de quince horas de viaje. De aventuras, pensó. Y sonrío. Lo había conseguido. Estaba sola, había llegado, se sentía plena, dispuesta a comerse esa isla esmeralda. Se había reconciliado consigo misma. Estaba completa.

Y ahora estoy pensando en esa chica. Simplemente en esa chica.

viernes, 2 de agosto de 2013

No me cuentes tu vida disfrazada de metáfora. No me intentes hacer creer que lo que ocurre es una historia ficticia que aplicas a unos personajes que proceden de tu imaginación. En realidad puede palparse que has volcado tus frustraciones acerca de una vida que nunca vivirás, unas palabras que nunca dirás y unos labios que nunca vas a besar. No me interesa tu vida mundana, sino tu universo interior, esas historias siempre que sean reales y creativas, siempre que puedan alimentar mis sentidos.

Pero no te obceques en sacar brillo a tu existencia poniendo de excusa tu literatura. Sácale brillo a tu literatura poniendo de excusa tu existencia, tus vivencias, los cimientos sobre los que erigirás tus mundos. Y, sobre todo, lee los mundos de otros. Porque sólo así podrás aprender. Despreciando las palabras de otros sólo estarás despreciándote a ti mismo. No te dejes llevar por tu egocentrismo porque entonces, viviendo sólo por y para ti mismo, ignorando a aquellos a los que tienes que llenar de letras, sólo conseguirás una cosa. Una única cosa: ser un mal escritor.

martes, 30 de julio de 2013

I'm trying to find my own light too

Ese momento siempre llega. El de mirarme en el espejo y en las manchas de mi piel descuidada hallar que no soy quien creo ser. Que soy un fraude, como puede serlo cualquier personaje que sale de la imaginación de alguien a través del torrente imparable de sus dedos. Que me paso los días empeñada en creerme alguien a quien afirmo conocer pero que en ocasiones me abandona dejándome desnuda y confusa y tratando de averiguar quién soy en realidad. 

En ese momento en el que no soy más que un espíritu inerme me pregunto a quién pretendo engañar si no lo consigo ni conmigo misma. Adónde quiero llegar planificando esos detalles que cuando se vienen abajo me hacen sentir así. Una farsa.

Hoy he pensado que yo también estoy intentando encontrar mi propia luz, aquella a cuya existencia me aferro para poder enfrentarme a mi Dark Passenger. El tímido interrogante acerca de su existencia me eriza la piel porque que cruce por mi mente significa que existen las dudas. Sigo cuestionándome todavía si podré vencerlo algún día o si es que de verdad en esto consiste la vida media de un adulto de clase media-baja bastante torpe y con la suerte moderada de quien puede estudiar fuera de casa pero no puede -ni quiere, por pura consciencia de su entorno- seguir chupando más dinero de sus padres.

De momento ahí me mantengo. En la línea, como cantaría con unas copas de más Johnny Cash. Because I'm mine. Como siempre. Condenada a la única convivencia eterna conmigo misma. Adelante, a pesar de todo, aunque me persiga esa duda sobre si sigo, o seguiré, rota, y si algún día esta oscuridad bizqueante conseguirá marcharse.

sábado, 20 de julio de 2013

A veces nos comportamos como auténticas idiotas. Nos dejamos insultar, presionar, intimidar; dejamos que hablen despectivamente de nuestro cuerpo, nuestros hábitos, de todos los estereotipos que nos crucifican. Parece que nos tengamos que sentir mal si expresamos nuestro derecho a que nos respeten y respeten, sobre todo, nuestra condición de mujeres.

Para mí resulta muy duro mirar atrás y ver cómo me han manipulado, cómo me han controlado desde la más paleta obsesión, cómo se han aprovechado de mí o cómo me han considerado débil una, y otra, y otra, y otra vez. Sólo porque parece que ser mujer significa cargar con un halo de debilidad contra el que debes luchar para que todos se enteren o el cual debes aceptar, sumisa.

No. El verdadero problema es que no debe existir esa creencia en torno a que todas portamos la debilidad sólo por ser mujeres.

Sí, me he sentido insultada, he notado cómo se aprovechaban de mí, cómo para muchos no era más que sexo y cómo aquellos pensaban que yo debía saberlo y yo debía actuar en consecuencia. Pero lo lamentable no es eso, porque desgraciadamente ocurre a diario. Lo verdaderamente hiriente es que muchas de nosotras, aquejadas de la más cruel presión social que existe, hemos creído que debíamos aguantarlo. Por eso nos comportamos como auténticas idiotas. Y ahora, a pesar de no ser más que una mindundi a la que todavía le quedan muchas experiencias y conocer muchas personas con las que enrabietarse, solamente puedo ofrecer una certeza. 

No tenemos por qué aguantarlo.

No es nuestro deber creernos sólo un cuerpo, pensar que Sólo ha sido esta vez, creer que el resto de la humanidad tiene derecho a llamarnos gordas, flacas, putas, sosas, secas, y demás lindeces que al final sólo nos relacionan con aquello tan primigenio y que suele sacar a flote nuestros monstruos. El sexo.

No somos sexo. Y por ello tenemos nuestro jodido derecho a enfadarnos con alguien que se comporta como un cerdo, a cantarle las cuarenta, sea nuestra pareja o no, a expresar lo que nos molesta, nos incomoda, nos hace sentir mal, débiles, coaccionadas, asustadas. Porque no somos nada más que personas, con todos los derechos y obligaciones que eso implica. Sin más. 

Sólo siendo conscientes de esto podremos librarnos de todos esos clichés infernales y esa supuesta y falsa debilidad que nos caracteriza y que, en ocasiones, nosotras mismas nos atribuimos.

viernes, 19 de julio de 2013

domingo, 7 de julio de 2013

Decepciones

Claro que importan las decepciones. Se van acumulando, por muy pequeñas que sean, y aunque a veces intentemos aparentar que el acto que las motiva lo hemos cometido inconscientemente no es cierto. Sabemos perfectamente cuándo hacemos daño, cuándo faltamos a nuestra palabra, cuándo estamos apartando a alguien a costa de conseguir cualquier otra cosa. En cierto sentido creo que las decepciones se dejan notar porque tenemos la certeza de que las estamos provocando. Si el desliz es natural, no provocado, entonces el sentimiento es diferente. Pero en todos esos momentos en los que intentamos acallar nuestra culpabilidad, mandarla al fondo de nuestros fantasmas sin éxito: ahí no hay escapatoria. Claro que importan las decepciones. Se acumulan siempre, pase lo que pase y aunque en apariencia no se dejen notar. Pero adentro palpitan silenciosas esperando el momento de materializarse en un arrebato incontrolado de rabia o de tristeza. Por eso importan. Porque están ahí. Junto con todo lo demás.

martes, 2 de julio de 2013

Y siempre es viernes, siesta de verano.



Pero sucede también
que, sin saber cómo ni cuándo, 

algo te eriza la piel 
y te rescata del naufragio.

sábado, 22 de junio de 2013

Hay personas que parece que no se dejan querer. Que priman sus intereses a la amistad o que piensan que cualquier tiempo futuro será mejor y, aunque ojalá eso fuera cierto, les sirve de excusa para menospreciar su presente. ¿Por qué? A lo largo de todos estos años de  idas y venidas, lo más positivo que puedo sacar, aparte de todo lo aprendido, es todo lo vivido. Y yo no habría vivido sin todas aquellas personas que han llenado, y llenan, mis días de experiencias con nombre, con recuerdos compartidos y sobre todo con la compañía que me ha hecho ser como soy. Uno de mis objetivos vitales es viajar, moverme, no cesar en conocer otros lugares, y ello, aunque enriquecedor, resulta doloroso porque para mí es inevitable ir separándome de personas en el camino. Pero eso es lo que me hace sonreír. Precisamente tener personas de las que separarme. Personas que echar de menos, con las que hablar de vez en cuando como si no hubiera pasado el tiempo, con las que contar, personas que probablemente me esperarían en la parte del mundo donde viven. Para mí en eso consiste, en un alto grado, vivir. Por eso no entiendo a la gente que se niega, que desprecia esta parte tan maravillosa de la existencia. Que evita mirar atrás o disfrutar de su presente porque confían en que el futuro les traiga mejores experiencias. ¿Qué mejor experiencia que la que se vive ahora? Qué triste debe de ser haber recorrido tantos sitios y no haber conservado ni una persona con quien compartir esos recuerdos siempre que se quiera...

sábado, 8 de junio de 2013

Y ahora
si tiemblo de dolor,
y si aúllo de dolor,
y si ladro de dolor,
y si ululo de dolor,
es por ti,
Marylin.
Es por ti, 
mi Marylin.


domingo, 26 de mayo de 2013

Si hay algo general que se aprende, o se lee de pasada, en cualquiera de los saberes es que el ser humano es un ser social. Por lo general, necesitamos las relaciones sociales y en torno a ellas se basan los cimientos más fuertes de nuestra existencia. Aunque haya veces en las que marchemos solos siempre tenemos como motor las personas que encontraremos más allá y las personas que nos esperan en el paraje que acabamos de dejar atrás. Necesitamos amarnos, completarnos, conversar tanto como necesitamos discutir, odiarnos, decepcionarnos. Ser feliz a consecuencia de otros se equipara a sufrir a consecuencia de otros en el sentido en el que no sería igual si estuviéramos solos.

Sin embargo hay ocasiones en que los límites se vuelven difusos y confundimos nuestro individualismo con nuestra capacidad de relacionarnos. Nos empeñamos en ser grandes dejando a otros pequeños y queremos convencernos de que este acto es inherente a nuestra naturaleza. ¿Por qué? ¿Por qué gastamos tantas energías en sentirnos mejor o peor respecto a otra persona, en crecernos haciendo a otros menguar, en caer en el abismo de la comparación no legítima?

Es un abismo porque de ahí nunca se sale. No hay desenlace bueno o malo cuando calificamos a otra persona guiados por la egolatría con el único propósito de acallar los monstruos que gritan nuestra mediocridad, nuestras oportunidades perdidas o nuestra indolencia. En ese momento no existe motor o camino, sólo ignorancia y desprecio por nosotros mismos y por aquellos que usamos para nuestro propio alivio. ¿Qué alivio merece mirar hacia otro lado? ¿Qué alivio hay en la cobardía de ponerle a nuestros problemas el nombre de otro a modo de bálsamo adulterado?

Al contrario que en todas nuestras relaciones sociales, ahí no somos seres sociales. Somos seres negadores, egoístas, obcecados, invidentes... Con el único propósito, a largo plazo, de seguir haciéndonos daño a nosotros mismos.

"En la vida te encontrarás a muchos gilipollas. Si te hacen daño piensa que es su estupidez la que les impulsa a hacerte daño, así no responderás a su maldad... Porque no hay nada peor en el mundo que la amargura y la venganza. Sé siempre digna e íntegra contigo misma."

viernes, 24 de mayo de 2013

Nadie te va a querer como yo nunca.

Pero, ¿y tú qué sabes, gilipollas? Eso déjame decidirlo a mí.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Acompáñame.

- ¿De verdad que vas a acompañarme?- preguntó él extrañado, mirándola a esos ojos claros.
- Pues claro. ¿Qué te crees?
- Entonces dame la mano y cierra los ojos. Escúchame.

Y, valiente y decidido, se la llevó bien lejos. Le enseñó los secretos mejor guardados de los bosques; la infinidad de criaturas que allí habitaban, entre raíces y ramas, agazapadas y temerosas del aparente odio del ser humano a sus frutos. Ella se aterrorizó al principio, cuando las conoció, a todas, felices de una forma triste, condenadas a permanecer escondidas en los troncos de los árboles, o donde fuera.

Más tarde escuchó atenta sus historias, y se le llenó el alma con la ilusión que todos aquellos seres otorgaban a cada palabra. En sus ojos sintió titilando las emociones, y cómo se derramaban hasta sus labios las sales que habían permanecido en sus adentros demasiado tiempo. Pero siempre estaba él, con su luz, cogiéndola de la mano e impidiendo que se cayera. Guiándola. Tuvo que despedirse de todos ellos, pero prometió que volvería, siempre que la necesitaran, y que los escondería de cualquier peligro, incluso del ser humano, al que temían tanto.

- ¿Y por qué me has pedido que te acompañara? - le preguntó ella cuando se alejaban de los bosques.
- Quería que vinieras conmigo. Que estuvieras aquí.

Ella sonrió de esa manera tan suya, tan gris, y esperó al siguiente destino.

La paseó por los océanos y los ríos, le presentó a las criaturas que habitaban las nubes, y le susurró que había muchas más, que ya ni siquiera salían a la luz, que iban muriendo poco a poco porque se habían dado por vencidas. Ella contempló la Tierra en toda su extensión, y pensó en los millones de recovecos que resbalaban a la mirada de la gran mayoría por culpa del descuido de muchos y el temor de unos pocos. Esos pocos… ¿Y si desaparecían?

- ¿Por qué?

Él no respondió a su pregunta. Simplemente la abrazó y ella sintió todo su calor, allí mismo, y decidió deshacerse de las alas de metal que arrastraba y se sintió libre, entre sus brazos. Y volvió a llorar, esta vez de verdad, aliviándose de ese quiste de tristeza que se le había ido formando en las entrañas.

Y así vio la Tierra también el primer Arcoiris, desperezándose del inesperado nacimiento, mientras la Lluvia y el Sol se abrazaban en silencio. Todavía sale, a veces, cuando el llanto de ella es tan desconsolado que él acude, una vez más, y la mece en silencio hasta que apaga sus penas. Pero ella sonríe. ¿Por qué? Porque les prometió a esas criaturas que volvería. Y cada vez que lo hace y ve que siguen en pie llora, hablándoles así, contándoles que lamenta que sigan vivas sin que nadie más pueda verlas, disfrutar de su presencia. Solamente preguntarse a qué viene este aguacero, si querrá decirnos algo, por qué parece que llueve con tanta fuerza.


NOTA: cuentecillo escrito en 2008 y recuperado hoy de casualidad haciendo limpieza de correo electrónico.