domingo, 9 de noviembre de 2008

-Eh, ¡espera! ¿Adónde vas, si se puede saber?

Cierto era... Hacia dónde dirigía sus pasos. La última vez que se marchó con el petate al hombro ansiaba encontrarse a sí misma y volvío habiéndose perdido por completo. Y ahora, mientras el Domingo la desarmaba una semana más, no sabía qué contestar. Adónde iba.

-No... no lo sé.

Evitó mirar a nadie, pues odiaba las miradas contemplativas en ese momento. En el momento en que no tenía piel, ni huesos; simplemente era una sombra como cualquier otra, que alimentándose del recuerdo se hacía cada vez más y más etérea. No supo contestar, ya que no sabía adónde iba. Ni siquiera se había marcado un destino. Estuvo meditándolo durante unos minutos, hasta que comprendió que lo que ocurría en realidad era que solamente quería huir. Huir. Y para huir no necesitaba destinos, tan solo dejar de ser una sombra semitransparente.

Cerró los ojos y se miró hacia adentro. Vio muchos deseos, muchas lamentaciones, pocas ganas de ser lo que le habían dicho que fuera. Más perdida que nunca, no sabía a qué agarrarse. Sólo disponía de la soledad que le helaba el alma ahora mismo, sola como estaba, colándose contundente por los pliegues de su pijama.

Sabía que tenía que seguir hacia adelante, pero era la añoranza gris la que la ataba aún aquí. Porque añoraba, y mucho, y añorar solamente conseguía que aumentara esa sensación de vacío, de ser dolorosamente única, y prescindible.

Finalmente, no le contestó. Echó a andar despacio sin petate y sin destino. Aceptó que quería huir y aceptó también que no iba a volver a encontrarse consigo misma. Y, mientras andaba, pequeñita como era, pensaba en esas palabras, esa pregunta, ese frío, esas ganas que se enquistan, arrugadas, debajo de la cama.

martes, 4 de noviembre de 2008

Es estar divagando un buen rato. Y acabar borrando todo lo que habías escrito. Porque si estás triste estás triste, días malos tenemos todos. Y no quiero escribir que la monstruosidad está tapiando las ventanas de mi alma -o eso intenta-, y que mira a las demás antojándoseles hermosas todas y metiéndose con mis ojeras y mi pelo despeinado.

Para qué construir oscuros laberintos de palabras que acaben diciendo lo mismo, lo de tantos otros días. Pero, eso sí, añadiendo el puntito de luz veraz. El que te dan ellos con sus abrazos temerosos. El que te da él, aunque ya no quieras ni decírselo, porque crees que al final se acabará cansando. Ese puntito de luz. Y la canción. La canción. Esa que dice que ha visto días grises en días soleados.

lunes, 27 de octubre de 2008

No sé si sabes que te quiero, de verdad, que lo que tú me das no me lo da nadie más. Aunque todos te vean frío a mí me gusta cuando me lo calmas, lentamente, y en la desnudez que provocas encuentro un refugio. Y el asfalto cubierto de ropa y delirios, haciendo chas chas cuando la pisas, alfombra solamente tuya.

No sé si sabes, Otoño, que agradezco tu vuelta. Siempre que vuelves. Y es que a pesar de que haya veces en los que me diga que no te necesito, te echo de menos por testaruda, y no sé si es buena esta dependencia que de vez en cuando me asalta y este humor variable que me provoca tu falta. Hay veces que no sé dónde estoy ni quién soy, que soy toda sentimientos dispares y desordenados, que me ahogan. Pero vienes, siempre vienes, y en tus brazos encuentro la calma que precisa mi cabeza, y desaparece el dolor porque tu bálsamo es milagroso. Totalmente magnífico cuando las heridas escuecen con la sal de las lágrimas. Estás tú, con tus labios a veces secos, para besarme en silencio y hacerme reír con el viento que me apaga el fuego de las mejillas.

Las noches son duras contigo, porque me encuentro sola y en casi todas deseando que me soples un poquito más en las manos y me llenes por dentro. Pero sé que hay limitaciones, que yo no lo soy todo y ese equilibrio es el que me mantiene todavía viva. Viva porque despierto sabiendo que puedo sentirte, otra vez.

Suelo tener la necesidad imperiosa de decirte que amándote me paso las horas, en silencio, porque tengo la sensación de que nadie va a comprender cómo lo hago. Tal vez tú, cuando me miras a los ojos, o tal vez no. Quizás es que te quiero sólo para mí. Y no la digo en voz alta, ni siquiera a ti, puede que por miedo, o por tu sonrisa burlona.

Aquí en las calles de mi alma suele ser Otoño siempre. Porque estás tú llenándolas de pasos y de hojas secas que ansían volver a nacer para caer de nuevo. Y así como los árboles te espero, Otoño mío, a medio desnudar. En la locura que me transmites y en el nudo en la garganta que a veces siento. Siempre estás tú, con tus ojos de vidrio otoñal rodeados de pecas tostadas, tus manos enormes y mitológicas. Tu ceño fruncido y tu sonrisa joven, enigmática incluso. Mi Otoño perpetuo, mi paz y mi caos, mi niño.

lunes, 20 de octubre de 2008

Totalmente dispersa mi mente se extiende hasta llenar toda la habitación, chocando en las esquinas, arañando el cristal de la ventana con las uñas. No voy a abrirla, pues el escaso viento que entre me va a traer su nombre, una vez más, y debo alejarlo, por el momento, porque los trazos firmes de las letras que lo componen no me dejan ver más allá.

Idéntico a las mañanas, con las frases que resbalan en mi imaginación y se transforman, traviesas, alejándome de la lección de ese día, de las preocupaciones de la tarde y las ganas de las vueltas del reloj. Y se tornan en una palabra, y me dice ven, y voy sin pensarlo, y acabo chocando con el metacrilato de sus ojos en mi memoria, justo al atardecer de un sol naranja en el cielo gris, brillando. Luego se torna en ilusa y me incorporo, pero no sirve de nada. Hace demasiado viento. Sus dientes me gritan demasiado.

Sucesivamente pasan las horas, y las palabras, yendo de una a más, a muchas más, que forman frases, y recuerdos, y atrevidas fantasías que aceleran los minutos, los latidos, la sonrisa por dentro. Decido que no tengo remedio y me quedo en dos palabras, extrañamente sola en ese momento.

Con los relojes en mi contra y el ánimo caminando de rodillas, las ganas olvidadas en casa, lo ojos entreabiertos, una palabra suya me basta. Le dice ven a la quietud de mi mente, y me dejo ir, para volver dentro de un rato a por más realidad fría, a por más palabras flotando en el aire.

sábado, 18 de octubre de 2008

Lo que me hace falta ahora, después de dos horas entre líneas de palabras alejadas de cualquier tipo de literatura, son los gritos de siempre. No dejo de preguntarme en este mismo momento por qué nos empeñamos tanto en hacernos tanto daño. Qué ansiamos conseguir con este individualismo brutal que me hace ver esta jodida casa como un campo de batalla. No en qué tipo de guerra nos hemos metido, pero sólo sé que el último que se duerme es el coronado más fuerte.

Está el soldado que renquea y decide hacerse a un lado mientras todo lo demás sigue el curso marcado. Y bosteza, incluso, y habla del tiempo que hace y se guarece en la certeza de que dentro de poco saldrá de aquí, de nuevo, para volver en su ciclo de vida y aparentar que las cosas van con calma.

Luego el silencioso, el callado, que va de un lado a otro del campo de batalla y observa, y hace apuntes con la vista y de vez en cuando me da aliento. Pero que se ve tan lejano también, pero tan dispuesto a entregarse a la violencia de la lucha, que me impone una línea de respeto que no cruzo. A pesar de que en mi fuero interno guardo sentimientos hacia él que no voy a gritarle nunca.

Y finalmente el que está siempre a punto con rapidez, el mártir, el que más tarde me reprocha mi quietud a gritos. El mismo del que desecho sus lágrimas porque ya tengo suficientes con las mías. Porque tal vez fuimos amigos antes de todo, pero ahora sólo consigue lanzarme bien lejos, creyéndome a salvo en el camino que no hayan marcado sus pasos.

Por más que lo intento no le encuentro sentido a este instinto de supervivencia. Si lo pienso me sobran demasiadas cosas. Así que después de la irrupción en mi tienda del último soldado descrito, manchado de barro y queriendo más, y su Ya veo cómo estudias, el único deseo que me baila en el ánimo es el de abrir la puerta después de cerrarla de nuevo y encontrarme en otro sitio, otro mundo diferente, sin guerras estúpidas como ésta, en la que nadie habla claro y en la que el dolor se guarda dentro para sintetizarlo en rencor.

Y los mismos versos de siempre, delante de mí.

Todos ustedes parecen felices...
...y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen...
(...)

La próxima vez será mejor dirigir mis pasos a la biblioteca del barrio.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Se ganaba la vida narrando historias donde podía y siempre que alguien estaba dispuesto a escucharla. Por ello apreciaba su voz sobre todas las cosas; dulce y todavía niña, suavizando los oídos de aquellos que la buscaban o, con suerte, se topaban con ella un día cualquiera. Sin embargo, y para escozor de todos sus admiradores, jamás revelaba sus fuentes. De dónde venían sus cuentos, si eran suyos o prestados, o qué. No porque no quisiera celosamente, sino porque ella tampoco lo sabía.

Por eso el día que se quedó sin voz rozó la muerte con los dedos. Se creyó desfallecer mientras se peinaba el pelo sin descanso y nerviosamente. Estaba muda, completamente muda. Lloró. Estuvo llorando días y días con la esperanza de que alguna lágrima perezosa dejara de quemarle y le trajera algún sollozo en voz alta. ¿Qué podía hacer sin gritar siquiera? Para ella, ya no valía nada.

Un atardecer alguien atendió a las quejas de los que echaban de menos sus historias y la anhelaban indirectamente a ella. Alguien dijo que no se preocuparan, que él iba a arreglarlo. Era una persona fuerte, de voz grave, que imponía respeto y resultaba atractiva y misteriosa a la vista, con unos ojos brillantes en un destello infantil que se encendía si sonreía, alumbrando las calles grises y las pupilas descoloridas. Lo que las gentes no sabían es que ese hombre podría haberles dado de comer versos si hubiese querido.

Mientras ella seguía llorando y probando a articular palabras rotas, unos labios se le acercaron al oído y le dijeron que le daban su voz. Que no se alarmara por el tono, ya que en su garganta se tornaría grácil y transparente como siempre. En la penumbra ya marcada ella intentó mirarlo a los ojos y él le dijo que no necesitaba voz, que él rasgaba los silencios de otra manera. Por fin pudo sollozar y la chica le dio las gracias. Sin percatarse en ese momento de euforia y cansancio que volvía a hablar y que era él, el hombre fuerte y sin voz, el autor de los cuentos que ella contaba.

sábado, 4 de octubre de 2008

Haciendo peligrar el equilibrio térmico de tu cuerpo, mientras envidias al agua que resbala por él por ser simplemente agua, y tener un camino fijo, y no tener que preocuparse, aparentemente, por nada más.

Agua hirviendo que queme tus ideas, ahora mismo, en este momento. Y así disfrutar de la burbuja de vapor que has creado ajena a todo. El calor empieza a ser deliciosamente insoportable.

Pero cierras los ojos mientras recorres con los dedos los puntos que se enderezan de frío en tu tripa debajo del agua que quema. Y entonces piensas que deben de ser ellos las cuchillas afiladas que a veces notas que se extienden por tu cuerpo para evitar que nadie más se acerque y dañen su carne. Tu piel manda. O al menos transmite las órdenes caóticas de un interior pantanoso, bizqueando sus farolas, intentando guarecerse de los témpanos de hielo de este mes de octubre.

Evitas atender a las voces que te esperan fuera, cuando la burbuja no sea más que una mezcla de temperaturas que hará encoger tu corazón. Te aterra pensar que si no sales de ahí nunca más nadie va a percatarse de que falta algo de frío. Pues así te sientes. Viento gélido, frío peligroso.

Te quedarías, no obstante, una eternidad allí dentro. Intentando ocultarte que, en realidad, esperas que alguien haga explotar tu burbuja y te guarde del aliento helado de tu lado solitario, de la Soledad personificada en tus monosílabos y la ausencia de sonrisas. Te asusta la ventisca violenta de tus adentros.

miércoles, 1 de octubre de 2008

No había habido mucho movimiento en toda la noche. Charlábamos distraídamente mientras mi compañero conducía y poco más. Un par de alarmas de poca importancia. Para ser viernes estaba yendo la cosa muy tranquila. Tan tranquila que me estaba entrando un acojone extraño, sin saber por qué, simplemente porque sí. Y no me gustaba nada.

Entré en el bar porque mi vejiga ya no aguantaba más. Madre mía, qué descansada pude quedarme. Cuando salí vi que mi compañero había cambiado su expresión. Bueeeeno, me dije, ya tenemos juerga.

-Tenemos un aviso.
-Ya imagino, ya...

Me puso al día mientras llegábamos al lugar del aviso por radio. Creo que éramos los más cercanos, aparte de la patrulla que ya estaba ahí. Cuando llegamos, a pesar de que la noche ya estaba bien cerrada, todo era un hervidero de gente. Vecinas en bata, las que más. Mi conductor particular me miró en silencio diciéndome que ya sabía lo que me tocaba. Por eso de que tú eres tía y las entiendes mejor... Ya sabes. Qué morro tenía siempre, joder.

La agredida estaba siendo atendida por los servicios médicos. Los chalecos amarillos se me antojaron fantasmagóricos en todo ese espectáculo macabro al que no acababa de acostumbrarme. Uno me indicó con un gesto que me acercara. Se separó de los demás y me habló.

-Una de las vecinas ha dicho que su ex tenía una orden de alejamiento.
-¿Cómo está?
-Hecha un cisco... Pero aún puede hablar. Creo que debes escuchar lo que dice.

Me acerqué. En ese momento sí que estaba acojonada. Me agaché al lado de tanta vía, y maletines, y gasas y tubos que siempre me han dado un pavor maravilloso. Me atreví a mirarla a la cara y se me vino como un sabor rancio a la boca. Como si estuviera saboreando la rabia justo en ese momento. Casi no podía hablar. Adiviné que los ojos debían estar en su sitio por el flequillo despeinado, pero la hinchazón que sufría por toda la cara me impedía encontrárselos. Lo lamentable es que no dejaba de sangrar por el abdomen. Y aun así quería hablar, gritar su verdad. Se me clavaron las miradas de los médicos y asistentes. Todavía lo pienso y tiemblo.

Tuve que escuchar cómo musitaba con infinito esfuerzo que el hijo de puta que le había hecho aquello había compartido su cama durante años. Su cama y la sangre de sus puños con la de sus pómulos, día tras día, hasta que todo acababa ahí. Dijo que sabía que iba a morir. Y no pude decirle que no dijera eso porque tenía un jodido nudo en la garganta enorme. Dejó de hablar de súbito y pareció como si su alma se le escapara en la última frase. Lo siento. Si es que no me voy a olvidar nunca de esa voz, joder... Me retiré un poco cuando empezaron a reanimarla. Todo lo que veía estaba en gris, excepto la sangre que manchaba la calzada. Ni los gritos de los vecinos, ni los juramentos del médico que le pedía por la virgen que aguantara, ni nada.

Seguí allí cuando la reanimación se suavizó. Ahora sólo había que seguir bombeando sangre al corazón, engañando al resto de su cuerpo, para ver si algún órgano era salvable.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Creo que ya ha vivido lo suficiente para pintarle los labios de carmín. Que se ha asomado al mundo con cautela y ha madurado en parte, de mano en mano, de mente en mente, siempre titilando la ilusión. Podemos adornarla con el rojo de la adolescencia que está a punto de expandirse. Y así corregir sus imperfecciones y resaltar la magia de su boca, para que las palabras que cante tengan un regusto más dulce, la historia que nos tatúe nos encienda el recuerdo en tonos de otoño.

No sé si está de acuerdo, pero ya lo he hecho. Y la veo más hermosa, más mayor. Con su grosor encantador sin más, y ligeramente abultada porque me he dejado el lápiz de labios dentro, para que le dé calor y no deje de escribir sobre ella una sola sílaba.

Me invade una fría sensación de estar metiéndome demasiado en territorio vedado, pero me ha otorgado una paz maravillosa que me va a hacer soñar esta noche de una manera distinta y tenía que escribirlo. Intentar desgranar la esperanza que ha ido creciendo justo en mi estómago, mientras todos ellos me contaban sus historias.

La veo preciosa. Con su recién estrenado rojo pasión, brutalmente provocativa. Está creciendo, aunque pensáramos que ya lo había hecho del todo... Puede disponer aún de cosas por aprender, hacerse más elegante, alcanzar su propósito mientras sonríe con timidez, ya con un tono de labios más discreto. Tal vez resulte extraño, tratándose de la corrección de una novela, del cachito de vida del escritor convertido en papel, de párrafos de sueños y sensaciones dispuestas a ser descubiertas. Esperando, paciente, a que el mundo la haga crecer.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Átame y lléname de vida. Sujétame fuerte mientras el humo del bar me inunda el pelo y me cubre de pruebas que dirán dónde he estado. El ruido, amortiguado, es parte del ambiente animado y nocturno que apenas conozco. Y yo intento vigilar mis uñas y dirigir las yemas de mis dedos. Cógeme de la nuca y condúceme si quieres. Agárrame del pelo sin llegar a arañarme la piel, sólo el alma. (Quiero que me arañes hasta que sangre mi alma...) Demuéstrame que nunca me han besado así. Crécete y hazme reír. Y yo desecho el reloj porque me molesta ahora mismo. Se está tan bien.

Como la noche que tengo casi prohibida y siempre se desarrolla fuera y no dentro. Como saborear su jugo un instante y no ser suficiente pero calmar un poco la sed. Mi cintura ahora es tuya. Sostenme bien. Hazme llegar tarde.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Hoy hay mucha gente. Antes de que lo abrieran ya había personas esperando a coger sitio dentro. Incluso están tres de esas chicas en las que siempre te fijas porque tienen una belleza especial que te hace desear de vez en cuando ser ellas. Ahora ocupan un par de sillas de una de las mesas del bar.

Tu ánimo ha cambiado desde que has estado sentada en el suelo esperando a que la persiana subiera del todo. Muy de repente. Has visto la tranquilidad de los demás y cómo esperaban a la noche y al darte cuenta de que tú no tenías nada que esperar te has sentido extraña. Luego también la música, que hoy es distinta. Por el tipo de gente, el ambiente, te ha dicho un amigo. A coser mi alma rota, a perder el miedo a quedar como un idiota. Murmuras la letra mientras los que te acompañan en la mesa la cantan más alto.

Piensas en que no es justo pero te preguntas que qué no es justo. Al fin y al cabo no es nada nuevo, pero no puedes evitar sentirte cada vez más fuera de lugar. Si tú supieras, si yo te dijera, si yo te contara. No es por ellos, es por ti, y el sopor de aburrimiento y humo de tabaco que se extiende sobre tu cabeza. Ni siquiera te ha apetecido jugar al futbolín. Hoy no. Ahora estás sentada en la mesa escuchando la voz de ella, que te cuenta lo que ya sabes de oídas, y de vez en cuando una broma, un par de risas, acomodarte en la silla de madera. Triste, muy triste, como las noches en las que hace demasiado frío e intentas seguir durmiendo por no levantarte a cerrar la ventana.

Hay algo que no termina de funcionar en esta tarde tan eterna dentro de tu pecho y sólo piensas en que los minutos no deberían pasar tan lentamente. Y envidias, de verdad, con la punzada en la mitad de la garganta, los que van a ocupar ese sitio horas después y disfrutarán porque habrá llegado lo que esperaban. Y cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama. Que le dijo que no volvería, que no la esperara. Quién me iba a decir que al final iba a unir su tripa con la mía...

Por fin salís y en el viaje a la doble puerta saludas a unos amigos que han decidido pasar la tarde allí. Una de ellos es la chica de la belleza tan peculiar. Una de ellas.

Por fin fuera te invade el frío de este final de verano y se te mezclan las ganas de ser abrazada y no parar de hablar y de llorar y de saber qué está ocurriendo dentro de esta cabecita. Unos brazos amigos te dan un poco de paz y tú piensas que no saben lo que están haciendo. Vuelve la punzada en el centro de la garganta y añoras. Sin más.

Y ya te encuentras sentada en la silla que te da tanto dolor de hombros, tecleando, con la noche recién empezada y tú, resignada, que estás a punto de meterte en la cama.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Me da miedo que te pierdas a ti mismo. Que crees un pozo de desesperanza y frustración y te caigas dentro. Pero lo que de verdad me atemoriza es que creas que mis palabras son nacidas de la rutina y hayan perdido el significado que intento darles, que ya no te sirva mi aliento cuando el tuyo escasea y eres más niño que nunca. Me da miedo porque mi mente surca todas las posibilidades y consigue que se me erice el vello al imaginarte vencido. O al pensarte abatido y solo, con miles de preguntas, y verme más muda que nunca mientras comprendo que no puedo darte las respuestas que buscas. Todo ello me produce un encharcamiento del alma y los ojos que se hermana con el vacío de mi estómago y me destroza desde dentro.

Pero escalo el archivo de tu blog, los pedazos de tu alma, y evoco sensaciones y momentos que me hacen imaginarte frente a la pantalla, lleno de ilusión, coordinando tus grandes manos para dedicarte a lo que te gusta y seguir sabiendo que lo amas. Y sonrío a medias comprendiendo que mi miedo puede que no llegue a ser más que eso, que no soy capaz de pensar en ti como otra cosa que no sea escritor. Porque sé que escribes siempre, constantemente, reforzando tu alma y moldeando el silencio para hacerlo tuyo. Dotando de magia frases y líneas que ahondan en los corazones de todos los que hemos pasado por allí alguna vez. Por tu museo de instantes y deseos. Tu santuario.

Porque las palabras no son de nadie al cien por cien. Y si encima les das alas pueden volar y marcharse lejos, dejándote acongojado, para luego volver confusas y besarte en la frente mientras vuelves a lo que te gusta. Porque tu mente no funciona sin ellas, igual que ellas no funcionan sin tu mente.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El sol que nos brinda su luz sin apenas darse cuenta. ¿Y si lo supiera? La calidez del momento. El calor acumulado. Los deseos que se escriben en la piel procurando no dejar un reguero sangrante de palabras. Qué más da, si son deseos, y son ahora, justo... justo ahora. El aumento considerable de temperatura. El tacto que enloquece los sentidos a la mínima, la traición más absurda de la razón. Ahora, justo ahora. Te quiero ahora. Se apaga el sonido. Únicamente la respiración entrecortada, los suspiros que se alargan y se erizan, al mismo tiempo. La lentitud que enciende el alma, poco a poco, muy lentamente. Dejo de ser yo. Soy parte de ti. Las palabras sinuosas que se cuelan en el ambiente. Así, así, justo ahora. Todo, o casi todo, huye veloz de mi mente mientras aumenta todo. Tu sonrisa a dos centímetros de mis labios. ¿La atrapo? Los latidos. El ansia. Las manos, que quieren abarcarlo todo. El silencio. Todo grita por dentro. Creo que esto es perfecto... Me siento perfecta, completa. Justo ahora.

Cuando no hay horas ni relojes, ¿qué más dan los quejidos del tiempo? Cuando estoy en mi refugio, cuando vuelo, qué más da lo que me espere afuera. La lluvia, el hambre, los domingos. Si estoy contigo.

domingo, 31 de agosto de 2008

-Y, dime-le preguntó con voz grave-, ¿qué has sentido cuando has colgado el teléfono?
-No sé... -dijo ella.
-Algo te habrá venido a la mente, ¿no? Al menos eso demostrabas. Sí, te estaba mirando-contestó apresuradamente al interrogante de sus ojos.
-Que no podía ser verdad. Ha sido extraño. Como si me hubieran apaleado personas distintas y en sitios distintos.
-¿Dolor?
-En el alma sí. Un montón.
-¿Y por qué crees que te duele tanto?
-No lo sé. La verdad... -. Hablaba muy lentamente, reflexionando-. La verdad es que no consigo entenderlo todavía. Es decir, sé cómo me siento. Pero me cuesta definir el porqué.
-¿Lo hay?
-Tiene que haberlo.
Continuó él, al ver que el silencio se prolongaba después de la última frase. Siguió preguntando. Le encantaba preguntar. De hecho, le sigue gustando.
-¿Qué vas a hacer?
-Qué voy a hacer... No puedo decirlo porque no lo sé-. Se quedó callado, y al segundo, rompió a llorar y siguió hablando a balbuceos, como siempre que se desgarra por dentro para intentar purgar lo que le infecta el corazón. -Sólo sé que cada vez me encuentro con más odio, que creo que sus palabras producen el efecto contrario en mí -. Intercalaba sollozos y palabras, a partes iguales.- Estoy empezando a agradecer estar perdida. En tierra de nadie. ¿Sabes lo que es eso? Tal vez sea una mala persona por ello, pero prefiero ser una mala persona que no ser ningún tipo. Son demasiadas las cosas que me acuden a la mente, demasiadas. Y en todas las que me dan luz no están incluidos ellos. Me da miedo, ¿entiendes? Me da miedo porque cada vez me siento más real y más aislada.
Él se quedó quieto, sin revolverse más. La paz fue absoluta en ese momento. Finalmente se rindió y decidió darle un poco de tregua.
-¿Hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir encontrándonos en estas condiciones?
-Eso no lo sabemos ni tú ni yo. Te encanta esto. Vienes cada seis días, te quedas, me acribillas a preguntas, me alivias con mis respuestas. Hoy toca, ¿no? Quién sabe cuántos días más. Y tú no puedes decírmelo.
-No, yo sólo pregunto. Ya lo sabes.
-Sí... Por cierto, tienes que irte. Es tarde.

Iban a dar las doce de la noche y, por tanto, él ya no podía estar ahí. Se quedó callado esperando el momento en que debía marcharse, mientras ella pensaba que Lunes traería la tranquilidad artificial de la ignorancia. A diferencia de Domingo, Lunes no decía ni pío porque aún se encontraba desperezándose. Y mucho menos preguntaba nada. Nada de nada.

jueves, 28 de agosto de 2008

El verano aparte de sudor y noches en vela nos deja muchos recuerdos, y rostros, y nombres que se van mezclando entre sí en la mente hasta formar una imagen, similar a una fotografía, que engloba momentos. Anoche me vinieron todas las fotografías de golpe... Y en vez de rechazarlas les hice un hueco en la cama y conversé con todas ellas.

Eva y Elena ya son madres. Parece que veía a Elena, sentadas en el borde de la acera, hablándome de sus desventuras en el instituto, y yo escuchando y llenándome de miedo. Apenas me saca cinco años. Y ahora tiene un bebé moreno que es precioso. Su hermano, Pablo, sigue aparentemente igual. Sus pantalones ajustados y su altura tan atlética. Sonriendo al saludar, siempre. El hermano de Raúl tuvo un encontronazo con las drogas del que ni él ni su familia se han recuperado. Hace mucho que no lo veo, pero nunca he cruzado más de dos palabras con él. Héctor se marchó lejos a trabajar de lo que quería, de forestal en su pueblo. Su estatura mínima y sus chistes siempre a punto. De su hermana Alba no sé absolutamente nada, pero recuerdo que era una de las más simpáticas, de las que me prestaba atención a pesar de lo enanísima que era yo. Pablo continúa tocando la guitarra encima de mí en mis horas de estudio. Y sólo le oigo Smoke on the water. En Gregorio, el que antaño fue rollizo y bajito, huelo planes de boda no dentro de mucho. Diego sigue, lamentablemente, igual, buscándose un destino bastante gris, por cierto, pero cada uno somos dueños de nuestros actos.

De todas estas tampoco sé mucho. Que cada una siguió su camino. Paula lleva mil piercings, delgadísima, a veces la veo, pero ya me niega el saludo. Dina sigue estudiando, monísima ella, como siempre. Y es que casi no recuerdo ni el nombre de todas. Se me quedó grabada una conversación en la que discutían qué tipo de Miss preferían ser. Algunas decían que con ser Miss Verano se conformaban, otras querían ir directamente a por el universo. Pero, no sé. Yo en esos tiempos prefería ir en bici o jugar con el aro de gimnasia que ahora pertenece a mi prima. El problema es que ellas querían hablar de chicos y sólo Paula jugaba conmigo.

Y los más cercanos. Ellos sí me hacen sonreír a pesar de que en tres años las cosas hayan cambiado mucho. Juan Manuel imagino que seguirá con su sueño de viajar a Barcelona y ser actor porno, porque según él da la talla. Raúl insoportablemente subido de aires, pero eso no es nada nuevo, vamos. Con Laura sigo yendo todas las mañanas al instituto, aunque nuestro choque de ideas haya hecho que estemos más lejos; por suerte con ella todo es más fácil. De mi vecino del quinto sólo espero que no sufra ningún daño en uno de esos combates de boxeo que está empezando a hacer... Sería una pena que le rompieran la nariz, porque cada día lo veo más guapo. Jorge y yo pasamos de estar demasiado juntos a no mirarnos a la cara. Ni saludarnos. Pero el tiempo corre y nosotros cambiamos, supongo. También sé que no lo lamento en absoluto. Asier es un pesado. Ya lo sabe él bien. Pero me encanta que sigamos hablando después de todo, aunque no le veo el pelo y eso que vive a cinco metros. Y Adrián... ¿Adrián? No sé si al final se irá a Gallur. Nos vemos cada vez menos, siete pisos por encima de mí. Pero los dos conservamos recuerdos de tardes de verano demasiado calurosas. Rocío aunque no sea de aquí es como si lo fuera. Al menos porque sin ella nadie hubiera silbado a una chica guapa, ni hubiéramos conocido a todos hace tres 3 de agosto. Y luego toda la gente que hemos ido arrastrando con nosotros, madre mía, ahora lo pienso y...

Cómo pasa el tiempo. Y cómo se clavan los veranos. La plaza sigue llena de vida, cada uno por nuestro lado, algunos aún juntos, efímeros saludos, alguna sonrisa, un par de besos. Y poco más. Rostros y nombres para ordenarlos en noches en las que el calor te impide rendirte a Morfeo.

domingo, 24 de agosto de 2008

Sonido amortiguado que caracteriza a los aeropuertos. Tal vez por el cúmulo de sentimientos que se amontonan en tal recinto, que se van, que vuelven, una sonrisa y un corazón roto, la voz que anuncia que está más cerca tu camino, o tu condena, las prisas, las ganas, el ajetreo, el olor a maleta cerrada... Caminan de la mano pero no hablan entre ellos; ahora es momento para conversar con sus almas y calmarlas con palabras de aliento. Están como perdidos, pero ambos saben que el problema es que los dos están demasiado decididos. De repente, él detiene su paso y la contempla un instante. Sonríe como le enseñó ella.

-Te quiero desde el 2008-le dice. Y la deja perpleja.
-¿Desde el 2008?
-Sí... Por entonces tú eras una niña asustada que creía que la perseguían para matarla y yo tenía más miedo aún porque acababa de empezar a trabajar.
-Ah... Qué vergüenza. Cómo me perdí. Y cómo me llevaste de nuevo al campamento. Te juro que pensaba que iban a matarme-. Y aún parece arrepentida de haberse comportado así.
-Lo sé, lo sé.
-Y tú el forestal que se convirtió en un héroe, ¿no? -Ahora ella sonríe.- No ha pasado tanto tiempo.
-No, días no. Sin embargo parece que llevamos toda una vida juntos y qué poco me basta...

La abraza y ella apoya la cabeza en su pecho aspirando lentamente su perfume. Sigue siendo una niña que se ha perdido. Permanecen inmóviles hasta que una voz les sobresalta y les devuelve a la realidad. La megafonía. Alguien tiene que coger un avión.

Él se la queda mirando como suplicándole algo, bordando las palabras en los suspiros que se alejan de la mano de ese abrazo. Los ojos de ella titilan.

-Cógelo, date prisa. No lo pierdas, ¿eh?-le dice con voz quebrada.- Y vuelve pronto-añade.

Lo besa suavemente en los labios y él nota el sabor salado de las lágrimas; no obstante, piensa que son las más dulces que ha saboreado nunca. Agarra su maleta llena de olores y echa a andar con la mirada en ella, que lo espera, en la puerta de embarque, sonriendo de esa manera tan suya. Como la primera vez que se vieron, toda una vida atrás demasiado corta...

sábado, 23 de agosto de 2008

-¿Y si es verdad eso que dicen?
-Jo, ¿el qué? ¿Qué rollo me vas a soltar ahora?
-Todo eso... Que se van a acabar las nubes, ya sabes. Que dentro de poco estaremos tan preocupados por cosas dispares que se nos van a astillar las ganas de aire fresco. Justo debajo de la piel.
-Ya empezamos...
-Atiéndeme, de veras. ¿No te acongoja? Imagínate. No volveremos a ver amanecer en nuestras mentes, ni nos llenaremos los ojos con la imagen del otro porque estaremos pensando en la lista de cosas por hacer que nos espera colgada en la nevera.
-¿Por qué dices eso? Me estás asustando.
-Yo sí que tengo miedo... ¿Y si me olvido de mis manos, de las formas que pueden crear, de todo lo que han tocado y desean tocar en este momento? No quiero que se me atrofien las alas porque se me ha olvidado cómo echar a volar. Ahora estoy bien. Pero, ¿luego?
-¿Luego qué?
-En eso consiste, ¿no? Crecer. Ya sabes... Hacerse mayor. La gente que habla de lo que perdió al cruzar la línea es tachada de amargada, solamente porque no desechan sus recuerdos. Quiero que todo esto que contemplamos, nuestro camino, tus ojos, tú, siga siendo. Sin más. No quiero que sean recuerdos. Así que... ¿Por qué sonríes? ¿Te hace gracia?
-Somos niños... Deberías saberlo.
-Claro que lo sé. Pero tengo miedo.
-Mírame. Míranos. Mientras nos quede algo de esta magia que veo reflejada en tu mirada porque brilla en la mía no debemos temer. ¿Crecer? Claro que sí. Pero no tenemos que dejar de ser un par de locos que no quieren soltarse de la mano.
-Quizá tengas razón... Pero hay tanto caos últimamente que no sé...
-Sonríe. Vamos, sonríe para mí.
-Espera.
-¿Qué?
-Te quiero.





(20·o8·o8)

domingo, 17 de agosto de 2008

Esto ha formado parte de mis recuerdos desde que éstos alcanzan. Porque es algo normal y, por lo visto, algo que suele ocurrir con facilidad. Sin embargo siempre siento el mismo pánico absoluto, que me deja clavada, cerrando la puerta, pegada la oreja a la pared, con cualquier pensamiento totalmente congelado.

No está en mi mano hacer nada, ni tomar parte. Considero que hay problemas en los que es mejor no meterse si a ti no te incumbe para nada, y desde los encierros aterrados en el baño hasta hoy mismo he ido aprendiendo que es mejor guardar silencio mientras se desata la tormenta. Lo que no sé es si ellos recordarán todo esto, todas sus palabras, todos los reproches y amenazas que llegan a soltar en un cuarto de hora. No sé si lo recordarán como se me queda grabado a mí en las entrañas, pero apuesto a que sí, aunque también sé que hay otras acciones dulces que siempre rebajan el dolor y alejan las almas del rencor.

No quiero hablar de amor ni de compromiso ni convivencia. Pero a veces, escuchándolos, me siento como un lastre de acero que les recuerda cada día que están condenados para siempre. No debo tomar parte, no obstante tampoco sabría de qué manera hacerlo. Odio estas situaciones y este miedo, pero hay otro mayor que me empuja a cuestionarme todos mis deseos de que no se vuelva a repetir.

El miedo a que sea la última vez, las últimas voces quebradas. El miedo a que resulte que ya no hay nada que arreglar ni pedazos que recomponer con paciencia. A una rutina partida en dos brutalmente, el corazón espectante, confuso, buscando su otra mitad.

sábado, 16 de agosto de 2008

Enloqueció de tanto pensar que peligraba su cordura. Y sintió una inmensa sensación de alivio al verse libre de esa espiral de angustia y de miedos, de las estancias llenas de espejos que le traían imágenes de tiempos pasados. Y de los mismos errores. Se obsesionó tanto con librarse de sí misma que decidió romper con todo, refugiada como estaba en esa locura dulce que parecía ser su pasaporte para todo. Cambió de look, de compañías, se interesó por otras cosas, dejó de leer y de contar abriles con sabor a otoño. Lo dejó todo. Hasta que se sintió lo suficientemente desnuda como para volver a empezar. Quiso olvidarse y así lo hizo.

Sin embargo, no contó con las noches y la magia negra que guardan. Siguió soñando igual que antes y eso la mantuvo atada. Y en sus sueños, a partir de entonces lentos susurros de agonía incontenible, sólo veía la palabra engaño. Un día despertó y se palpó el rostro con lentitud. Se preguntó dónde estaba y no supo encontrar una respuesta. Se había vuelto cuerda de tanto aferrarse a una locura que en realidad no existía.

miércoles, 6 de agosto de 2008

-Déjame ser libre.

Me dice. Y tiembla desde mis ojos. Ya no quiero intentar explicarle nada. Sé que lo sabe todo y que tiene derecho a pedirme lo que sea. Incluso que le deje ser libre. Apenas la reconozco ahí plantada. En estos momentos tengo serias dudas de quién me habla, de si de verdad se dirige a mí o es otro engaño de la tormenta que se está librando dentro de mi cabeza. Ya no me dice nada más. Siento que me mira con compasión y no puedo soportarlo. Se ha equivocado una vez tras otra y quiere remediarlo, pero ahora no sabe nada. La confusión la abraza por la espalda, ya la estaba abrazando cuando me ha pedido que la dejara irse. La veo estremecerse y sé que teme regresar al baño y contemplar su miseria de nuevo en forma de vómito. Se pregunta qué sustancia puede echar si hace horas que no ha comido nada. Bilis, eso es. Corroyendo lo que arrastra a su paso.

Ya no quiero hablarle de nada. Ni responder a sus preguntas. Mejor me retiro del espejo y me abstengo de taparme los oídos porque sé que voy a seguir oyéndome de todas formas.

domingo, 3 de agosto de 2008

-Cállate la boca.
-Porque lo digas tú.
-Sí, precisamente porque lo digo yo. Y porque soy tu madre.
-Eres mi madre y deja de contar. No eres ni mi dueña, ni la dueña de mi vida.


Algo se rompe y me temo que lo siento irreparable.

jueves, 31 de julio de 2008

La cabina acristalada hizo que me diera cuenta de que no quería barreras. Sonreí cuando casi pasé de largo y pensé si era cierto lo que dice, que le gusta tanto mi sonrisa. A mí no me entusiasma; resalta mis pómulos y no es algo que me agrade demasiado. Sin embargo, sí sé que me encanta la sensación de estar sonriendo de verdad, sentir cómo se cae a pedazos la capa de monotonía que había cubierto mis labios cuando los estiro en esos momentos. Cuando sonrío de verdad siento que me lleno de luz, y esas sonrisas son siempre las que toman la luz prestada de otras almas, otros dientes, otras voces.

Él sonrió también. Efímeramente, porque estaba atendiendo a un hombre en un asunto que al uno, por lo que oí, se le antojaba grave. Y debía mantener el rostro serio. No obstante se le escapó esa sonrisa fugaz y supe que me hacía falta.

Cuando por fin pudo desembarazarse de su puesto me encontró con la cara rozando el tono de los tomates de huerta maduros, el sofoco del calor tan horrible que no había añorado nada y la sonrisa enfocada al sol que ya le iba dando un poquito de luz a mi polvorienta noche. Y ya mis mejillas le susurraron a la comodidad de su pecho, y acabé cerrando los ojos y accionando la parada de emergencia de mi tren.

Los reproches y ver en otros ojos que creen que les estás mintiendo, el sabor a rabia y la impotencia de ser eternamente diminuta se quedaron en él. Rumbo a la siguiente parada estipulada.

Me pregunté para qué quería siempre viajar al percatarme de que estaba en un viaje constante. Grité interiormente y comprendí que lo que de verdad quiero siempre es parar, parar, parar. Bajarme de este tren caluroso y frío al mismo tiempo, romper los billetes, acampar en sus ojos y esperar a que me sujeten sus brazos cuando salto en marcha. Lo demás que siga su curso; puede que tenga que aceptar que este es mi tren pero mis paradas no son las mismas que las suyas.

domingo, 20 de julio de 2008

De repente, inerme, me han asaltado mientras leía textos ya conocidos que me han dejado un regusto amargo. Y desde entonces no han dejado de sangrar las transparentes y saladas heridas de mis ojos. Tal vez haya sido el temor. Un miedo tan brutal como desconcertante que me ha empujado de lleno contra la realidad.

Creo que todos tenemos el derecho de elegir. El mismo derecho que lleva implícito el riesgo a equivocarse y el deber de aceptar nuestros propios errores. Los mismos errores que nos conducirán por un camino u otro y pintarán de distintos colores nuestras noches de insomnio. Y por ello creo que me ataca tan de frente esta soledad especial, la que duele con picardía, la que enseña los dientes cuando estás rodeado de personas. Porque este camino que me estoy construyendo poco a poco se está desviando demasiado.

No sé por qué me está carcomiendo tan dolorosamente el alma este viaje. Si todavía no ha empezado. Quizás porque siento que comenzó hace semanas. Un tránsito tembloroso hacia otra etapa, una etapa de pasos decididos y cada vez más alejados por el que empiezo a llamar mi camino. Me asusta. Esta sensación de vacío que me espera al doblar cada esquina de esta casa que se me viene encima, el sentirme una desconocida, el evitar los espejos de madrugada porque me devuelven una mirada que brilla demasiado. No voy a rehuirlo; espero afrontarlo a pesar de todo, a pesar de que ya no sienta que puedo llamarle a esto hogar. Si me equivoco el riesgo estará cumplido. Si no me arriesgo nunca podré escarbar más allá de la monotonía gris y llana que me aplana los sentidos.

Sin embargo ahora no deseo otra cosa que apartarme de todos los caminos, del que intento seguir y del que intentan que siga. Ahora sólo quiero que cuando despierte dentro de unas horas no lo haga en mi cama sino en la suya. No quedarme dormida abrazando un libro sino apoyada en su pecho y atrapando los sueños que se le escapan. Estar atenta a los temblores que lo agitan y delatan que ya está profundamente dormido. Dejarme nutrir por su aliento, y nada más. Que se acerque y tapone mi mirada herida, mientras me besa para deshacer el nudo que aprieta inclemente el centro de mi garganta.

miércoles, 16 de julio de 2008

La tormenta era sobrecogedora. Como siempre, maravillosa en ese punto de la noche en el que no hay sueño ni energía, simplemente una naturaleza tan brutal que se escapa hasta colarse en cada rincón de tu ser. Esa noche, no obstante, era distinto. Me encontraba aguardando, a la espera de algo que me retorcía el estómago desde dentro, subiendo por mi pecho hasta llegar a mi mente y agitar los recuerdos.

"¿Estás en casa? ¿Puedo pasarme? Por favor... No sé adónde acudir".

Esa última frase otorgó un matiz amargo a la dulzura de las primeras. Me necesitaba, como último recurso, pero mi nombre también bailaba con su alma de vez en cuando.

Cuando por fin llegó la encontré peligrosamente hermosa. La lluvia había marcado regueros de furia por su ropa vieja. La ropa que siempre se ponía cuando no tenía ganas de hacer nada en especial, cuando no quería sentirse guapa. Sin embargo estaba deslumbrante. Desde sus ojos también se asomaba ese líquido que en sus mejillas se me antojó agua de luna. La única luna que podía alumbrarme. Nos quedamos parados un instante, un minuto, una vida, un mundo, hasta que la invité a entrar. Le vi la piel pálida, demasiado pálida, y cómo temblaba por dentro.

-¿Te acuerdas de nuestros sueños?-me preguntó. Me pilló con la guardia baja, mirándole las pestañas, así que parpadeé para sacudirme la sorpresa.

-Claro-alcancé a responder. Reconocí en sus palabras cuando volví a tragarlas la que nos unía a los dos en un vínculo más fuerte que un par de sílabas. Nuestros-. Nuestro "no querer despertar".

Me miró como temerosa mientras comenzaba a llorar de nuevo. No supe qué hacer. Sí sabía lo que quería hacer, pero no sabía si iba a ser adecuado.

-Quiero despertar-me dijo-. Porque esto ya no es un sueño, ¿comprendes? Es una pesadilla. Siempre me lo decías, siempre... "No te dejes, no te dejes, despierta y levántate"-rememoró mis palabras de hacía tanto tiempo-. Lo he intentado, ¿vale? Y no he despertado. Esto es una puta pesadilla, joder...

Me hablaban sus lágrimas. No ella. Su mención a la frase que tanto le había repetido cuando compartíamos más nuestros me turbó el ánimo. Me trajo aromas grises de los tiempos que habíamos vivido. El querer ayudarla y no poder. Dios mío...

-¿Qué ha pasado?-le pregunté. Pero no obtuve la respuesta que buscaba.

-Me estaba matando. Ya no me dejaba vivir. No he podido más. Entiéndeme, ¡no me dejaba vivir! Y, no sé... No sé por qué estoy aquí, contigo, pero me acordé de ti, de nuestros sueños constantes, tus ánimos... Me voy a volver loca. No puedo, no puedo...

Ahora sí, di un paso decidido y la abracé aunque al principio se quedó muy quieta, en tensión, hasta terminar por relajar su cuerpo y vencerse. La noté a punto de romperse. No comprendía o no quería comprender, pero quería volver a mirar sus ojos sin barreras de cristal líquido. Qué más daba lo que hubiera pasado... Ella estaba ahí. Con sus manos en mi espalda cansada, sollozando en un silencio que me bramaba demasiado. Se separó de mí.

-La he matado, joder, la he matado...- y cerró los ojos, como queriendo despertar, mientras yo volvía a abrazarla para evitar que se quebrara y los pedazos de su alma se desparramaran por el suelo.

lunes, 14 de julio de 2008

Si me miro estás tú ahí. Aferrado a mis pupilas, siempre sonriendo esté o no enojada, siempre brillando ligeramente para que yo pueda ver que sigue sin apagarse la luz de mis ojos, luz que no es otra que la tuya. La que me llegas a dar.

Cuando me tropiezo sigues estando y me atuso como puedo los cabellos mientras sé que me sujetan tus brazos. Es extraño sentir que me miras constantemente, aunque no sea así; sentirte ahora mismo posando las yemas de tus dedos en mis muñecas para darle fuelle a mis manos y vencerme al intento de terminar las frases con un punto que no es sino tu rostro.

Porque si me dejas sigo jugando, con el peligroso aliento de fuego que se me enreda en la mirada si te veo, si me rozo la herida que acaban de hacer tus dientes y noto cómo se frunce mi ceño. No sé cómo, pero a veces me es imposible dejar de reír. Otras, en cambio, siento que abro un abismo porque mi expresión cambia, porque quiero pensar que entonces no te deseo, y me arde electricidad bajo la piel. Hasta que me calmas si me tomas de la mano.

Ahora mismo me estoy viendo mientras escribo y puedo asegurar que te siento, esperando, aguardando a que cierre los ojos y mi respiración se ralentice para colarte bajo mis sábanas y susurrarme los sueños que llevan tu nombre. Yo también te espero, dispuesta para jugar, arriesgándome a enfadarme, a fingir odiarte y después dibujar tus labios con mi lengua si me dejas. Los sueños están aquí, avanzando al lado de la noche; ahora falta la chispa que los haga ser dulces.

jueves, 10 de julio de 2008

El chirrido de la escalera que portaba en su hombro derecho interrumpía la siniestra quietud de todos los principios de noche. Caminaba apresurada porque sabía que ya llegaba tarde, para variar, y no quería desatar la tormenta cuando llegara a su destino. Observó a una chica rubia que caminaba, deprisa también, por delante y echaba inquietas miradas de vez en cuando al lugar de donde provenía el desagradable sonido. La que llevaba la escalera pensó que, en la situación de la chica rubia, también se hubiera sentido incómoda, como acechada por una especie de peligro insalvable. La joven rubia aminoró el paso para que la otra la sobrepasara. Así las dos respiraron, sencillamente, más tranquilas.

Más tarde, ya en casa, bajo el agua fría de la ducha, volvió a recordar a la muchacha de pelo claro que la había visto como una posible amenaza. Mientras el agua le limpiaba la suciedad, la del alma, pensó en los gritos y en las miradas hoscas. En las palabras malintencionadas y en las preguntas que son lanzadas con cerbatana justo a donde duele. Se paró un minuto en rememorar las pocas ganas de abrazos y las muchas ganas de marcharse y encontrar un sitio donde estar a gusto. Le encantaba la ducha porque siempre pensaba, y estaba solamente ella; a veces, en cambio, la odiaba. Demasiada sinceridad.

Se preguntó también si tal vez un día saldría de la ducha con verdaderas ganas de salir de la ducha. Una tregua. Una regresión. Lamentó tener que dejar la fuente helada de pensamientos y que aquella chica rubia no se volviera para decirle algo, o incluso le gritara, retrasándole. Provocando que tuviera que interrumpir el camino que siempre la dejaba en casa, lejos del hogar y de chirridos de escaleras viejas que molestan.

jueves, 3 de julio de 2008

-Me da igual lo que hagas porque el tiro voy a pegármelo igual. Que te quede claro.

La miré brevemente antes de escupirle a la cara en mis adentros. Bueno, vale, pegátelo y déjanos a todos tranquilos de una puta vez. No soportaba esa absurda manía que había adquirido de dramatizar más y más, tanto que había acabado por no causarme preocupación alguna. Siempre igual, joder. Siempre igual.

-¿Sabes una cosa? Haz lo que te dé la gana.

Esta vez fue ella la que me miró protegida en su máscara de indignación y pavor, segura de que volvería a convencerla dulcemente de que no lo hiciera, de que la necesitaba. De cojón, ya estaba hasta las narices del numerito de siempre. De que amenazara con poner en peligro su integridad de una manera experta en cargarnos a los demás de culpabilidad y buenas intenciones. Que no, hombre, que no. Esta vez no.

-¿Qué?-me espetó. - ¿No te importa una mierda lo que me pase? ¿Es eso? Ah, el egoísmo... Estás bien ahí, ¿eh? Y mientras yo que me jodo de dolor y no te importa una mierda. ¡Mírame, joder! ¿Te crees que va en broma? ¿Eh?

Venga ya... La palabra mágica. Broma.

-Pues no es ninguna puta broma-siguió. - Esta vez te juro que cojo la pistola y...

No pudo seguir. Un estruendo siniestramente maravilloso me llenó los oídos ahogando sus palabras y a ella le llenó todo su ser, un estruendo con sabor a calor y metal. La pistola por fin se había disparado, después de tantas amenazas... Ya era hora. Sentí una tranquilidad extraña. No obstante, lamenté que ella no hubiera tenido las agallas suficientes para suicidarse. Tuve que mancharme yo las manos, pero ya estaba hecho. Ya no volvería a llorar de más, a no atreverse, a reírse de los que de verdad habían perdido el camino.

lunes, 30 de junio de 2008

Dicen que ha estirado las horas, peligrando en el abismo entre la petición y la exigencia. Cree que ha estirado la esfera del reloj para que le mienta e intentar suavizar la situación. Lo que no ha podido estirar es su semblante; es difícil para ella camuflarlo y presentarlo seco, sin ninguna tormenta bailando detrás del cristal transparente de sus ojos.

Se le han enquistado los gritos y las miradas dentro, muy pegados al alma, y ha intentado esconderlo tiñéndose de rojo y dejándose arder. Palabras impregnadas de veneno que retumban en las paredes. De vez en cuando le sigue doliendo, pero no hay pomadas ni operación común y realizable.

Ha roto la cerradura de su boca para así no tener que tragarse la llave. Engullirla significaría seguir teniéndola abierta. Antes de ello se ha relamido los labios y ha murmurado un par de juramentos entre agua y sal. Ha intentado evitar formularse las mismas preguntas que se acumulan en el bulto incómodo de su garganta. En vano, porque la han golpeado con violencia hasta que la duda se ha adueñado de todo el lado derecho de la cama.

Se ha equivocado y los labios le han sangrado por dentro de palabras que tendría que haber liberado, en lugar de escupirlas a duras penas, de desear unas gafas oscuras que la escusaran de esa chispa en sus pupilas. Ha temido dañar la puerta del mundo que le sirve de refugio, incansable, de duras manos y abrazos que invitan a pasar la noche allí y no volver a pisar este otro mundo. Evita tener que poner la palabra su delante de uno de los dos. Aunque sabe la respuesta.

Ha recogido en silencio los pedazos de la percha que ha roto al colgar su falda. La rabia quiso colgar el rostro serio, las ganas de que esto cambie, su infancia. Pero no pudo.

martes, 24 de junio de 2008

Una de las cosas por las que no me gusta poner orden en mi habitación es porque sé lo que me puedo encontrar. Es una especie de amor extraño... Saber que estoy atada a los vestigios de mi vida que encuentre, porque no son más que partes de mí, y querer reencontrarlos, pero al mismo tiempo evitar ese choque. Ese choque que probablemente desequilibrará mis pasos, arrebatándome los frenos entre tanto estruendo de imágenes pasadas.

He tenido parte de mis dibujos en las manos. Dibujos en páginas sueltas, desde hace unos cuatro años hasta hoy mismo. Me han dolido y no sé por qué. No salen de mi cajón, y no me parece justo. He sentido que en cada uno había volcado una parte de mí que esperaba ver el sol y que los he dejado a oscuras sin más, propiciando que yo me fuera quedando, a su vez, inquietantemente vacía. Me han entrado ganas de ayudarles un poco más a respirar... Y no he sabido cómo.

He pensado en por qué los hice. En todos los viernes desde hace diez años, por qué esa imagen, por qué esos ojos, qué esperaba encontrar en ellos. Me he preguntado si esperaba que alguien me dijera lo bonito que era, que se parecía a la persona en cuestión... Pero no quería eso. No sabía, ni sé, lo que quiero. Y me han dolido, sin saber de nuevo por qué. Me ha dolido observarlos en silencio y ordenarlos para volver a guardarlos en el cajón.

Los he sentido huérfanos, nada míos. Y me han producido una confusión extrema. ¿Qué hago con ellos? ¿Los condeno a ser recuerdos, sin más? ¿Por qué parece que lloran desde sus ojos de carbón, de tinta azulada o polvo de sanguina? Cortándoles las alas, llevando a cabo un asesinato que atenta, a mi juicio, contra el breve fulgor de arte que pudiera albergar dentro. Tal vez era eso. Que ya no siento el arte, salvo en contadas ocasiones. Que los tengo a centenares, viejos o nuevos, en color o en blanco y negro o tonos sepias, unos contra otros, guardados, sin luz.

Sin luz... Quizás he sentido miedo de ser como ellos. De que unas manos gigantescas me guarden sin pedirme permiso, de no salir de entre las sombras. De ser recuerdo y brisa lejana en mentes ajenas, de traer tonos grisáceos a los paisajes de atardeceres o los rostros juveniles... Sólo con mirarlos un instante.

domingo, 22 de junio de 2008

-Necesito salir de aquí.

-Pues nos vamos a dar una vuelta, ¿eh? Tranquila, anda, que ahora nos vamos...

Ella sonríe, a su pesar. No la entiende. No entiende que lo que de verdad necesita no es abandonar la habitación, ni salir a ver si los árboles de la calle se han acercado más al sol o no. Lo que necesita es irse, ser ella más que nunca, irse de todo, sin preocuparse en volver a la hora que sea, en mirar el reloj. Se deja caer en el sofá y suspira. ¿Tan difícil es? Evita mirarse en el espejo que le queda delante porque justamente es eso lo que quiere evitar. No quiere verse. Quiere dejar sus ojos en esa butaca y volar lejos. Quiere dejarse toda ella, y no depender de su imagen, de las formas que adivina en el cristal del baño cuando va de madrugada a la cocina y pasa por delante. Siente una punzada de dolor en los pies y se enfrenta con el cansancio. Otro motivo para olvidar también sus pies y marcharse. Desea probar las nubes por fin. Algo tan sencillo como volar...

Pero está allí. Y todos creen que lo que quiere es ir a caminar. No comprenden que ya no quiere caminar, ni hablar, ni saborear, ni tocar con las manos. Quiere vencer la jaula de piel y huesos en la que se siente encerrada e irse. Ojalá pudiera dejar su cuerpo ahí sentado y marcharse, toda ella, hermosa, hacia ninguna parte.

miércoles, 18 de junio de 2008

De repente te ves obligado a hacer hoy lo que siempre dejas para mañana. Y no tienes otra opción a la que agarrarte: sin guantes, ni ganas, ni nada, comienzas a escarbar en el pasado.

Vas descubriendo espinitas que siguen arañando la piel desde la distancia, y te sorprendes de que su sabor agrio siga allí. Continúas intentando dejar todo limpio, pero ya vaticinas que te va a vencer la paciencia y no vas a poder. Te topas con el aroma inconfundible del recuerdo, y sus reproches, por mantener una parte de él escondido. ¿A qué juegas?, parece decirte mientras te llenas de gris y polvo de imágenes gastadas. Preparas los puños por si viene, siguiendo maliciosamente a la nostalgia, la melancolía. A esa hoy no la vas a dejar pasar, porque sabes que tu ánimo anda con la guardia bajada, así que te preparas.


Sigues empeñándote en hacer las cosas a derechas, pero cada vez más cansada, con más turbulencias por dentro causadas por la regresión inminente. Acabas por dejarlo todo torcido y no importarte. Te tumbas a la sombra de la desgana y procuras que el recuerdo no te haga demasiado daño cuando pasa por encima tuyo.


Has decidido que te da igual. Que te quedas con el ahora y con lo que venga. Que hay que echarle demasiadas ganas y demasiado empeño para querer entenderse con el recuerdo sin levantar la voz... Al fin y al cabo, os tenéis atrapados, los dos, porque os necesitáis. Los dos. Enrevesado y simple círculo vicioso...

La humedad que encharca ligeramente mis ojos va resbalando poco a poco por las mejillas, yendo a morir en el primer obstáculo, dividiéndose en cachitos apenas visibles que hacen honor al tema del día, al agua. Voy a mancharle la camiseta, pienso. Pero se está tan bien allí metida que no quiero separarme. Y noto que me abraza más fuerte -o tal vez es mi imaginación, que lo desea- y permanezco allí lejos del mundo.

Porque me va transmitiendo la luz que emana, dándome calor por dentro y secándome el rostro, lentamente, desdoblando con dulzura las puntas malheridas de mis alas.

De tanto desconcierto de primeras, impotencia y decepción; para que luego vengan sus brazos que me reconfortan, sus labios posados suavemente en mi pelo que me mantienen de pie, el horizonte cercano de su sonrisa, que está ahí, irradiando luz... Me va a explotar el alma, pienso. Pero sé que si eso ocurre estarán sus manos, grandes y trabajadoras, dispuestas a recoger los fragmentos y recomponerme si hiciera falta.

martes, 10 de junio de 2008

Permanece aún el sabor que el libro le ha dejado rondándole los labios. Se ha cansado de fórmulas físicas y se ha dejado seducir por el placer de la lectura. Apretándose bien el cinturón, se ha dejado ir lejos de las cuatro paredes naranjas de su habitación y se le ha escapado la tarde entre los dedos. Lo más delicioso es que no se arrepiente.

Ha sentido un torrente turbulento de sentimientos al acabarlo, al terminar de devorarlo. Se ha sentido dichosa, y feliz, ha querido irse de allí y echar a volar, se ha creído capaz de todo simplemente por contar con alguien que le espera. Ha leído sobre amor y siguen resonando las voces de los protagonistas en su mente. Ellos se han ido a llenarle el alma a otro, el rostro que ha presidido sus ojos sigue ahí, dándole calor.

Piensa en el vacío que se le queda, frío y amigo, muy dentro cada vez que se terminan las palabras. Esta vez ha sido distinto. Esta vez llevaba un nombre, un destello ambarino y travieso, un anhelo y una necesidad imperiosa de abandonarse a él rompiendo las esferas de todos los relojes a su alcance. Siente los corazones adolescentes de la realidad irreal de aquel libro como el suyo propio. Quiere dejarse llevar.

Siente unas ganas terriblemente reparadoras de besarle. De irse en zapatillas de estar por casa a buscarlo y encaramarse bien a sus brazos, contándole con su silencio tan habitual lo que acaba de leer. Quiere sentirse de nuevo una niña con sus bromas, perdiéndose entre la sonrisa contagiosa que intenta mirar impasible, odiando con amor esa risa que es capaz de poner en marcha la energía mecánica de sus sentidos.

Ha decidido que en cuanto cierre los ojos irá a buscarlo. Que va a salvar la distancia física que los separa y va a cumplir esas ganas de besarle. Y así poder escribir con la tinta de su lengua una historia para los dos. Y usarla en momentos como éste, en los que sus pies tiemblan rebeldes y su muñeca se voltea una y otra vez para poder ver qué hora es y preguntarse por qué aún es tan pronto.

sábado, 7 de junio de 2008

Es el miedo haciéndose un hueco en mi cama, provocando que quiera ser capaz de levantarme pero, por otro lado, él mismo me haya anclado al colchón con fuerza. Son las palabras que me desordenan el alma por dentro. Como un huracán que me pilla de improviso, aunque en el fondo supiera que tarde o temprano iba a llegar.

Este miedo a que se arranque de raíz la rutina, y cambien las cosas que constituyen los cimientos de mi día a día. No sé si sería capaz de andar sin tropezarme siempre si algo así ocurriera, creo que mi desorientación sería tal que acabaría dando vueltas sin sentido, hacia ninguna parte. Pero en sus semblantes veo la huella implacable de los años, y el cansancio, tan mal compañero de lo que se repite sin descanso una y otra vez y no trae nada bueno...

Y sentirme impotente. Con el agua escurriéndose entre mis dedos, sin poder atraparla para calmar la sed. Y es que este miedo me sigue dejando paralizada, aferrándose con fiereza a mis articulaciones. Lo peor es cuando se mezcla con el aliento de las promesas rotas y ambos se compinchan para erigir castillos en el aire, para envolverme en el qué pasará, en el cómo va a acabar esto.

Son los ojos hinchados y la voz que escucho amortiguada. Fingiendo que no he escuchado nada, mordiéndome los carrillos a ver si así pasa esta sensación de inutilidad. Y el sonido de los pañuelos de papel... Y la puerta cerrada desde dentro mientras los sollozos se intentan apagar en vano desde el baño, también cerrado. Tabiques separados por abismos a miles de kilómetros. El peor silencio que puede habitar esta estancia.

Y todo ello acaba conmigo, acurrucada, arañando el edredón, sintiendo el inconfundible sabor de la sangre que sale sigilosa por mis carrillos, sin creerme con ningún derecho de volcar esto en llanto. Soñando, despierta y con las manos en los oídos, con tiempos de dragones y princesas que olían distinto, no como el olor de esta mañana de sábado que escuece mucho después de haberse quedado tatuada en mi piel.

domingo, 1 de junio de 2008

La encontró contando los cristales rotos que había recogido del suelo. No quería dejarse ni uno, para que nadie se diera cuenta de que había vuelto a ocurrir. A primera vista, el suelo aparecía liso, sin nada que llamara la atención. La observó más detenidamente y se percató de que iba descalza. Le asombró esa manera que tenía siempre de confiarse cuando se rompía, como si quisiera decir que sentía que, después de eso, ya no tenía nada que perder.

-Te has dejado uno. Allí-. Y le señaló con su dedo, fino y elegante, el pedacito de cristal que había pasado desapercibido.

Ella no dijo nada, como siempre. Se limitó a recoger con manos temblorosas el trozo de cristal indicado, andando hasta allí de puntillas, y envolverse en el silencio que se pega a la piel después de las tormentas. La siguió mirando sin pretender parecer sigilosa, sabiendo que ella sabía que estaba fijándose en lo que hacía a cada instante. Como siempre hacía en esos instantes de turbación y agonía.

Cuando creyó que ya tenía todos los trozos reunidos de nuevo, miró al frente efímeramente y suspiró, tragándose las ganas de esparcirlos de nuevo por el suelo abaldosado. Los acarició con dulzura mientras la tristeza le estiraba la sonrisa.

Mientras ella se disponía a construirlo de nuevo, su alma se marchó sabiendo que iba a volver a verla muy pronto. En cuanto el cristal de sus ojos volviera a quebrarse.

viernes, 30 de mayo de 2008

Con el chisporroteo callado recorriendo cada rincón a la intemperie. Poco a poco se despereza, despertando los susurros anaranjados, la voz maliciosa que traerá la desgracia de los rincones negros de carbón, borrachos de preguntas. Se va sintiendo ya el calor devorando todo lo que coja de improviso, lo desprotegido.

No quiero entornar la mirada. No quiero entornar la mirada porque sé que va a ver el fuego que se me come por dentro y me llega hasta la lengua, incitándome a escupir las palabras encendidas que van haciendo cola en mi garganta, aumentando la presión, las ganas de clavarle los ojos a ver si también se quema. Como yo. Y es que estas llamas pegadas a mi piel desde dentro van a traspasarla, desatándolo todo, desclavando mis labios, que callan. Ahora todo es caos en mis adentros, un desorden candente y sin sentido que gira en torno a la misma forma de mirar, en la recámara, preparada para encender crispaciones. Sé que si me mira va a ver fuego asediando mis iris castaños, reflejos de la alienación que sufre mi alma con sus palabras, con los ojos acristalados que en mí despiertan admiración.

Pero debo esperar a la calma, al agotamiento de esta revolución que se gesta sin aviso. A las gotas de lluvia nacidas en mis pensamientos, que grisean y se agolpan y alcanzan mayor peso hasta que explotan, justamente, en lluvia salada que me limpia por dentro, que purga las dudas de este corazón encogido. Porque nunca viene mal un incendio interno que caliente esta frialdad que a veces se nos enquista, olvidándonos de ella, aceptándola, sumiéndonos en la terrible equivocación de creernos completos.

Y vuelvo a probar mis ojos, que ya no muerden, a atreverme a mirar al frente y encontrarme con esos otros que van a leer en ellos esta batalla, este fuego que se calma, poco a poco, pero que no cesa. Que se sigue mezclando con el marrón, haciéndolo brillar ligeramente.

lunes, 26 de mayo de 2008

Me pregunto si serán felices. Aunque en muchas ocasiones me da miedo esa cuestión suspendida en el aire, entre suspiro y suspiro, recubierta de temor y dióxido de carbono.

Me da miedo el ambiente que se adueña de la casa vacía cuando dos almas, a distinto tiempo, han salido de ella cerrando con un portazo. Esta sensación que se me mezcla con los recuerdos de tardes largas y tediosas, el volumen del corazón a tope, las lágrimas esperando a liberarse entre las paredes abaldosadas. No quiero volver al estremecimiento del sonido de una lata abriéndose, ni a los ojos rojos, ni a las noches con mi fuerza, inerme, entre la tela de mi almohada. Me atemoriza la realidad contundente, la ausencia de palabras que antes revivían, el renacer de sus cenizas de las mías. Las mías, que parece que van solas, sin guía, sólo con pensar en lo que me abruma y me suelta en el páramo gris de las eternas inquietudes.

Me asusta también no encontrarme entre mi mirada perdida, llegar a un momento en el que no me sepa reconocer, en el que esa extraña del espejo sea más que nunca esa extraña.

Y no sé si tendría que asustarme el estar mirando el reloj una y otra vez, esclava del tiempo y de su rumor que envejece, pendiente de los minutos que faltan para encontrar reposo entre otros brazos. Mientras, me acaricio las heridas yo misma, curadas a base de lluvia, de bálsamos ajenos.

Hay tanto miedo esta noche entre el ambiente enrarecido de mi habitación. Tanto temor irracional que me invita a cerrar los ojos y anima a mi pecho, que galopa, a coger más velocidad. Descorro la ventana y no alcanzo a ver la luna, rebelde entre tanto edificio y árbol semidesnudo. Lo único que alcanzo a ver son unos ojos, tiritando, reflejados en el cristal duro de mi ventana, temiendo la respuesta cuando se preguntan si serán felices.



Todos ustedes parecen felices...
...Y sonríen, a veces, cuando hablan.
(Ángel González)

sábado, 24 de mayo de 2008

A veces me creo dolorosamente prescindible. Y es entonces cuando me vuelvo más vulnerable, cuando me doy cuenta de que sigo sola, rodeada de gente, con el ruido de la tele y el mantel sin limpiar, pero sola.

En otras ocasiones creo que pierdo, y no sólo partidos u oportunidades o tiempo, sino que me pierdo a mí, a mí misma. Que pierdo parte de mí entre las aceras mojadas de lluvia de tormenta, que voy dejando un rastro gris que se me lleva, para acabar tal vez en alguna alcantarilla invisitable que probará mi olor, saboreando lo que fui. Y me da miedo esta sensación de perderme y no poder retenerme, porque pienso que pierdo lo que me ata a la gente. Lo que les hace caminar y pararse, un instante, a mirarme.

No rehuyo esta sensación aunque se quede en mi garganta. Sí que animaría a la confusión a marcharse esta noche... Esta confusión de no saber quién escribe ni por qué, de no conocerme a pesar de la condena de estarme siempre dentro de mí. Sensación de que mis palabras no son nada, absolutamente nada, y que no van a salvar la barrera de la incomunicación.

A veces hasta yo prescindiría de mí. Y así comprendo por qué me siento dolorosamente prescindible, por qué sigue la noche en mi pecho, la rebelión en mi garganta, el sueño aguardando impasible a que pase de largo.

miércoles, 21 de mayo de 2008

¿Dónde está el regazo que antaño lo curaba todo? Aquel en el que escondías tu nariz en días turbulentos y de rodillas magulladas. Dónde se esconde ahora la mano fuerte y firme que te guíaba envuelta en palabritas de aliento...

Y temes. Temes porque el 'no' se está alzando cada vez más impertérrito, más constante, más puntual a tus labios que el 'sí' que podías musitar antes. Antes, cuando pasabas las cenas mirando al frente, no a la comida que parece burlarse de ti en el plato, oyendo lejanamente la televisión. Temes porque no lo impides. Porque ahora prefieres callar y seguir mirando hacia abajo; palabras quemando, las manos frías.

Aun así te preguntas qué está ocurriendo. En qué puedes estar fallando para que se haya agotado la reserva de risas e interés. Porque sabes, sin dudarlo, que algo falla. Te empecinas en creer que tú lo estás haciendo bien, pero cada noche la misma sensación, el día agotado que se refleja en el temblequeo acuoso y salado de tus ojos. Si los suspiros calmaran esta guerra silenciosa, esta incertidumbre que no cesa y se sigue haciendo fuerte...

Sigues teniendo miedo. Miedo a lo que va pesando tu alma mientras cada palabra punzante y malintencionada va construyendo un grueso muro de piedra en torno a ella, para que no puedan traspasarlo más frases envenenadas. A ver si así se calma esta tempestad irracional, se alivia la desazón que se aloja en tu garganta cuando te metes en la cama. Tienes miedo. Porque la misma barrera de piedra que te escuda está impidiendo que penetren en ella, en tu alma, las palabras buenas, las balsámicas, las que ayudan. Aquellas que siempre acompañaban a la comodidad se ese regazo medio olvidado... Tienes miedo porque parece no importarte.

Anhelas. Anhelas el vacío que dejaba la ausencia de esta sensación que carcome. Ese vacío que, según el momento, era llenado por un beso, una conversación o una mirada sin parpadeos, de esas que llegaban limpias bien adentro, sin barreras ni muros que tuviera que franquear.

domingo, 18 de mayo de 2008

Tengo razón porque plantas arcoiris en el marrón oscuro austero de mis ojos. Porque mientras mis pupilas se mueven sedientas de izquiera a derecha, cada palabra recorrida se implanta en mi piel y se queda ahí, a la espera de un beso o de un roce suave que se la vuelva a llevar con el viento.

Tengo razón porque yo he estado ahí. He compartido momentos con cada uno de los pequeños que se aventuran por las líneas que salen de tu alma, por esos personajes que exploran el mundo sin saber que ellos mismos están erigiendo otro, al menos en mis entrañas. Y ellos y sus escenarios me han servido de refugio en innumerables ocasiones, ofreciéndome la paz que mi espíritu tanto ansía en esos momentos de flaqueza, desconectándome de la realidad para llevarme de la mano por tierras desconocidas.

Porque te miro y veo largas colas, con libros en la mano, tu sonrisa ahí, dándole luz a todo, tu mano cansada, tus ojos llenos de ilusión, mi boca dibujando la frase que abre este texto, sonriendo, sin más.

Tengo razón porque creo en ti, porque para mí ya lo eres, porque resoplo cuando discrepas de ello y saco a relucir mis argumentos. ¿No te das cuenta? Eres tú quien los alumbra, eres tú quien le da alas a mis palabras, rebeldes ellas, intentando hacerte ver lo que veo yo. Entre arcoiris que me nublan la visión y ganas de volar con ellas, con tus palabras, con los hilos enredados de un futuro que sé que se terminará cumpliendo.

jueves, 15 de mayo de 2008

MÍRAME DENTRO

Mírame dentro
Rompe la superficie
de cristal.
Y mírame dentro.
Escava, si gustas,
mis entrañas;
hazte un traje con mi piel.
Mientras, mírame dentro.
Descubre qué se desparrama
por mis ojos
cuando sonrío
desde dentro.
¿Aún no? Métete bien. Adentro.
Si lo prefieres, ponle nombre
a lo que me llena.
Escucha sin miedo
que no estoy sola,
siempre que puedas mirarme dentro.

Niego el vacío.
Si me escudriñas lo verás.
A él.
Mirándote desde dentro.
Inundando con su esencia
mi cuerpo.
A él.
Si me miras dentro.