viernes, 10 de abril de 2009

No supo qué decir o qué hacer. O qué sentir. Después de tantos años temiéndolo y temiendo de alguna manera desearlo, había ocurrido y no sabía cómo reaccionar.

Son traicioneros los recuerdos. Sobre todo si te asaltan cuando bajas las defensas, o la puta lluvia de mierda y el no salir de casa te baja las defensas porque sí. Es increíble cómo se puede amar la lluvia aún viéndola como tu condena. Y eso pensaba ella, que eran traicioneros los recuerdos, porque si pasas años sin reemplazarlos acaban distorsionados y eso repercute en la realidad. Sí, se distorsiona, tu propia realidad, y acabas confundiendo el delirio con el sueño y todo se vuelve un bucle del que te ves incapaz de salir.

Por eso se había pasado tanto tiempo intentando evadirlos, porque le mordían el alma y acababa supurando agua y sal por todas las heridas. Porque su pecho le imploraba parar ese dolor si no encontraba una jodida explicación de una vez. No hay nada que acuchille más que las preguntas sin responder que se suplen con falsas palabras de aliento.

Al principio creyó que no era cierto y los primeros meses fue como ver una película en el cine. Luego pasaron los años y jamás se acostumbró a esa ausencia en espera, a la fe absurda y a los chillidos de sus manos porque se estaba agarrando a un clavo al rojo vivo. Y ahora... ¿ahora qué se supone que debía hacer? ¿Acallar su dolor, echarle un cerrojo a toda su vida, intentar olvidarlo, sentirse satisfecha?

No. No...


-Señora, lo siento, pero tiene que acompañarnos para reconocer el cadaver.
-Cla-claro.

Claro. Su hijo sólo llevaba diecisiete años desaparecido. Claro, podría reconocerlo sin problemas. Sabiendo que vivió y creció y ella no lo vio, y ahora que sus ojos van a reencontrarse los de él estarán apagados, oscuros, sin vida.
Supongo que, aunque sea una tontería, tengo derecho a sentirme así. Como triste, y medio vacía, sintiéndome observar un éxodo majestuoso que se extiende ante mis ojos pero que no me incluye.

Al más puro estilo pesimista, pero de noche y en pijama. Recordando viejos lagos, y dándome cuenta de lo que se siente cuando no eres tú el que te asomas a esas aguas transparentes. Absurdas tribulaciones; hace demasiado frío como para darse un baño ahora.

martes, 31 de marzo de 2009

-Me llamaste, ¿verdad? Me atrevo a pensar que nunca has pensado en que una de las veces podría escucharte, y elegir tu voz entre todas las voces, y acudir a ti. Ah, mis pequeños. No te asustes, estoy atendiendo a tu plegaria, que se ha elevado como un canto hasta llegar a mis oídos. Soy alguien ocupado, creo que eso lo sabes, pero aquí me tienes, mi pequeño, mi dulce pequeño, ahora soy tuya. Sí, tuya en el breve instante en que conecten nuestras mentes y se apague una de las dos. Será breve, te lo prometo, pues en tu rostro no veo marcada ninguna situación que me obligue a alargarlo. Así es, mi asustado pequeño, a veces juego con ello. Todo lo que dicen de mí es cierto, pero al mismo tiempo se resume todo en una gran mentira. ¿Sorprendido? Oh, no llores... ¿A ella? La verás, claro que la verás, pero condenado a no poder tocarla ni besarla, mi niño. Pasará el tiempo y la verás con otros tras tu cárcel de cristal. ¿Que no es justo? Por qué. ¿Quién me ha llamado? ¿Por qué me has nombrado, por qué has mezclado en tu saliva nuestros nombres, si de verdad no lo deseabas? Las palabras cortan, pueden herir, sobre todo si están relacionadas conmigo. Pero basta ya. Ven conmigo, no puedes huir, ya me estás sintiendo, cierra los ojos, déjate ir, oh, mi ingenuo amor, ven a mí...



Temblando. Se quedó temblando cuando les comunicaron la noticia en el aula al día siguiente. Lo que más le dolió fue la indiferencia inhumana en algunos, mientras su labio inferior empezaba a temblar descontroladamente. Un escalofrío le recorrió siniestramente cuando pensó en el día anterior, en un día duro, una clase de Física demasiado cruel. Y del tono burlón de la primera frase, y de la triste despreocupación en su contestación.

-Oh, venga, muérete ya.
-Por mí, mañana mismo...

domingo, 29 de marzo de 2009

Me gusta. Me gusta infinitamente que las canciones me hablen de ti. Enfadarme mil veces mientras suelto improperios pero a la vez estar rota de risa, mientras mis mecanismos internos se reparan a un ritmo constante que se acelera cuando estás cerca.

Sé que no es bueno, no obstante, acostumbrarme a este bálsamo, a verte sonreír a dos centímetros de mis ojos, relampagueando tu luz en mis pupilas. Pero no puedo evitarlo, porque me calmas y me elevas, me enseñas en silencio tratados prohibidos, es divertido mentir, engañar, gritar, si estoy contigo. Si no es cierto, si todo son fantásticas travesías al borde del peligro.

Y a la vez aprender tanto, con un simple gesto, leer lo que piensas, una mirada fugaz a aquel hombre de rodillas ante el supermercado, esas monedas que te dijeron algo al verlas encima de la mesa, que más tarde te introdujeron en la construcción de un deseo, una cicatriz más en el alma, y mis ojos llenándose. Porque nunca te había visto brillar tanto.

No puedo, yo sola no. Y sonrío acaloradamente cuando me preguntan si me ha dado el sol, que vengo tan roja. Sonrío porque después de tanto sigues siendo tú el causante, sólo tú, y tus manos de realidades mágicas. Me gusta, y así lo digo, me gusta pensarlo y recrearme en ello, en sentirme tan completa, tan soleada a pesar de las nubes. Y, sobre todo, me gusta decirlo en domingo. Porque ya no acuchillan; desde hace mucho han cobrado un significado totalmente distinto.

martes, 24 de marzo de 2009

Supongo que hoy sería buen momento. Supongo también que ninguno va a ser buen momento ni nada que se le pueda parecer. Pero sé que debo romper este silencio absurdo, como de rabieta infantil, en el que intento resguardarme.

Pero tampoco puedo engañarme de esta manera irrespetuosa hacia mi persona. No, porque de silencio nada. Y es que a menudo me quedo sola y en aparente calma y te escucho trastear en la cocina, buscando algo dulce que darme. Ah, mis peligrosas escapatorias a las malvadas dietas de cuando era más niña.

¿Qué puedo pensar entonces? Si te escucho, un poco alejada, si te estoy notando aquí mismo, si no entiendo por qué se me anuda la garganta así. Por eso pienso que es silencio. Pero no. No es más que las palabras que jamás te dije, que ahora pesan y pesarán como una losa, que se revisten de agua y sal y quieren salir a ver si ellas te encuentran por sí solas. Sin mí. Mezcladas con el viento.

Hace años, cuando tenía miedo y era de noche, me tranquilizaba pensando en todas las cosas que me quedaban por hacer. Empezando por el día siguiente, acababa hipotecando todo mi futuro. Solía pensar que tú deberías ver cómo me casaba, tú deberías ver mis logros y mis derrotas adultas.

¿Y ahora qué? Si me encuentro en tierra de nadie implorando a tu recuerdo que deje de serlo. Que no sea recuerdo. Que pueda tocarlo, tocarte. Que toda esta semana haya sido una pesadilla, como las de cuando era niña. ¿Qué hago, si pienso en ti y pienso que todavía estás?

Apenas a unos metros de mí, yo sentada en tu salón mirando el reloj, tú trasteando en la cocina. Es entonces cuando agito la cabeza, aturdida, apenada, porque la puerta del armario se cierra y vuelves con algo que darme. Dolor de cabeza en cada repetición del recuerdo, cada armario que se cierra en mi mente tejedora de delirios, cada lágrima que suelta mi alma en forma de suspiro. A ver si se eleva, a donde sea, y te encuentra.

viernes, 13 de marzo de 2009

-¿Sabes dónde nació?

Como respuesta obtuvo una efímera mirada, ya que los ojos los tenía fijos en la figura que tenían delante.

-En París -le dijo, siguiendo él también la estela de sus pupilas y fijándose en la escultura.

Estaba absorta. En la gracia del movimiento, los cabellos alborotados, los brazos describiendo un arco de libertad absoluta. Una escultura inmóvil, pero ella la notaba bullir de vida. Viento... Él, en cambio, se recreaba mirándola sin más. Contagiándose de sus ganas de permanecer allí para siempre.

Un para siempre eterno, convertidos en frío mármol, o elegante bronce, sin moverse de ojos para fuera. Pero siendo dueños de sí mismos por dentro. Viéndose azotados por la presencia del otro, permanentemente juntos. Con todo el tiempo por delante del mundo para conocer sus aromas, desearse hasta el infino, pues sería estar cerca pero no llegar a tocarse.

Él pegó un respingo, saliendo de sus deseos enfermizos, y sonrió al recordar el hilo de sus pensamientos. Convertirse en esculturas... Ahí, delante de Viento de Rodin, siendo una atracción más para los visitantes. Los mismo que verían, al contemplar sus espaldas, cómo la mano de él intenta asir la de ella. Sin que la joven se entere, solamente entregándose a un anhelo irracional. Intentando aferrarse a un para siempre eterno.

jueves, 12 de marzo de 2009

Qué pasa con el dolor atenuado, la verdad sobre la mesa, el tiempo que se clava porque dice que sintamos su peso ahora que se agota. No voy a saber actuar. Hasta las esperanzas saben rancias porque en el fondo sentimos que no son ciertas. Se nos va a atragantar la luz artificial y la vida, que falta, que falla, que hace pip, que se extiende en tonos rojos por las sábanas blancas... Se nos va a atragantar.

Hasta los sueños veo ahora ridículos, con esta sonrisa amarga y el miedo cortado de golpe. Pensando en el otro lado. Minimizándolo todo... Incluso las ganas, las ganas de compatir nuestras somnolencias. La tristeza infinita, y no sé bien por qué, porque pasará lo que tenga que pasar.

Me gustarían tantas cosas que no llegan. Tanto me gustarían que sé que no van a llegar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Me han venido a la mente las gafas oscuras de mi padre aquel día nublado de principios de marzo. La ilusión fría, porque después de una semana llegué a casa y él ya no estaba. Me quedé sin sus canas un triste 23 de febrero y no me enteré. Fue luego, una semana después, oyendo el llanto de mi hermano, mi tía, mi madre, y mi padre conmigo. ¿Por qué se lo ha llevado, papá? "Porque a veces toca, y toca, hija, eso nunca lo podemos saber..."

El caso es que hoy no tengo siete años ni estaba nublado al amanecer. Y tampoco me ocultan las cosas, claro. Pero ha sido escuchar su descripción y me ha temblado algo dentro... que no sé. He temido a la sangre que expectora ahora, a su tristeza infinita desde hace tres años, el no haber ido a verla este domingo, su aislamiento, sus gritos de dolor cuando la sondaban y que se oían tras el espacio que separaba los dos teléfonos móviles. Sus inexistentes ganas de vivir. ¿Y nosotros qué?

He intentado imaginar cómo es vivir sin una parte de ti. Vives, sí, pero, ¿y ese vacío? A todos nos ocurre, si no esto sería un caos interminable, pero, ¿qué haces con el dolor? Sería una desestructuración brutal de mi vida. De mis domingos. Ella es la única que me queda.

Por eso me he muerto de miedo al ver otra vez las gafas oscuras de mi padre. Porque me niego en rotundo. Porque sé que eso no sirve de nada.

viernes, 27 de febrero de 2009

Dos años pueden dar para mucho. ¿No es así? Por eso hoy, dos años después de que empezara este camino incierto, quiero explicaros el porqué de su calificación.

¿Que por qué estaba buscando tiritas?


Simplemente porque a veces el corazón las necesita. Y era entonces cuando estaba día y noche con la misma canción en la cabeza, con los versos finales, esos que dicen...

Tranquila cosita, ¡no ha sido nada!
P'al corazón, tiritas y "pa" mi rabia, pomada.
¡Que no ha sido nada!


jueves, 26 de febrero de 2009

Quizá quede un poco maruja decirlo pero a veces agradezco tener que fregar después de comer. Porque es el tiempo justo en el que la calefacción todavía no ha empezado a calentar la casa e introducir las manos debajo del chorro de agua hirviendo me encanta. Por eso me ha sorprendido que hoy, mientras enfríaba el agua porque ya era demasiado, siguiera temblando. Hasta que he comprendido que no era el frío de la casa, ni el hecho de encontrarme las tazas del desayuno sin fregar revelándome un amenazador mensaje, sino que los temblores procedían de dentro, del frío de dentro.

Suelo sentirme egoísta si estoy triste. Porque parece que no hay motivos suficientes o que los que hay son superados por otros y me dejan a mí en una situación ridícula. Sí, lo pienso a menudo. Que no debería abandonarme a la tristeza ni dejar que me domine así. Pero juro que siento que me desgarro por dentro y no entiendo el porqué de esos momentos de desaliento. No lo entiendo. Y lo peor es que me siento egoísta, y culpable, porque pienso que no es lo adecuado, y que el sol brilla demasiado en mi cielo para verlo todo de este gris.

Tengo arrebatos puntuales que me dejan aquí, y casi siempre desecho escribirlos. No obstante, supongo que ahora mismo, en este mismo momento, me ha parecido adecuado hacerlo. En un rato me levantaré o me levantarán y seguiré caminando como si nada, bordeando peligrosamente la línea que me separa del precipicio.

A lo que quiero ir es a que no entiendo por qué. Por qué me ocurre esto, este desastre emocional que albergo y que enrejo. Levantando las olas durante la tormenta de una manera demasiado salvaje, para que cuando ésta se desplace se vuelva a quedar mi mar en calma, abrazando los desperfectos que adornan ahora la playa. Supongo que la respuesta es sólo mía, y que inconscientemente lo sé. O no. A saber.

Me he sentido con derecho de pasar de los verdaderos motivos, de comparar y empatizar los sentimientos. He querido soltarlo todo sin más para poder decir que estoy en paz. Sentada sobre la cama, con los minutos demasiado lentos, tecleando sin otra cosa en la mente más que mi propia situación.

Supongo que es por eso. Por lo que temblaba. Y porque cuando la piel de mis manos se ha habituado a la temperatura del agua he sentido el mismo calor en las mejillas. Mientras se me empañaba la mirada, y quitaba el jabón de las paredes de cristal de los vasos.
Ha roto a llorar en mi regazo y no he sabido cómo reaccionar. ¿Acariciarla? ¿Susurrarle un consuelo que no sé? Entre sollozos me ha contado que le duele sentir a veces que no tiene siquiera nada que perder. Que su futuro se tambalea. También me ha dicho que le jode pensar en el futuro porque lo encuentra casi siempre estúpido.

De todas formas, me han dado un calor extraño sus lágrimas. Me he sentido egoísta al verme renacer gracias a sus lamentos. Uno de esos momentos en los que te limpias por dentro ordenando los estantes de tu alma.

Me ha confíado, mientras temblaba como un niño, que le da miedo desaprovechar sus sueños. Y que jamás querrá ser la propia barrera que los impida crecer. Pero que a veces se sumerge en un letargo muy extraño, lleno de bruma, y no sabe salir de ahí. Y que es cuando piensa que tal vez se esté equivocando en cada paso. Para que cuando quiera volver sea ya demasiado tarde.

Así ha estado un momento. Entre sacudidas y balbuceos, todo en absoluto silencio, sin construir palabras, porque no tiene voz. Pero haciéndomelas sentir dentro, dibujándome sus penas en los mismos pensamientos. Así ha estado hasta que se ha desparramado poco a poco por mi pecho y en sinuosos movimientos ha vuelto a su sitio.

Pegada a mis talones, como huyendo de Neverland, recompuesta ya. Respirando tranquila, como después de una rabieta, acompañándome siempre oscura como es ella.

lunes, 16 de febrero de 2009

A pesar de decir que estoy perdiendo mi capacidad creativa puedo desplegarla si la necesidad es agobiante. Estoy segura de que si me lo exijo y dejo de remolonear no será difícil. Tan solo esfuerzo, y ganas. Y de esto último no faltará.

Podré crear nuevos colores y darle pinceladas al cielo para que cambien estos atardeceres grises y que permanezcan como el de hoy, de un rosa intenso, amenazando con hacer arder las nubes e invadirnos de calor a todos. O dibujar de memoria el contorno de esa sonrisa y darle sombras de carboncillo para que se haga tan real que logre besarme. Riendo yo por dentro, satisfecha y artista.

También, claro está, sería capaz de recitar versos memorizados de antemano volcando en ellos todo mi sentimiento. O el sentimiento que me exigiera aquella que me poseyera en ese momento, dueña de mí, mirando a los ojos a mi sombra, que me esperaría tras los escalones que conducen a la gran tarima de madera. Versos que hablaran de la incapacidad de comunicarme que siento a veces y el miedo a hacer el dolor más creciente sin darme cuenta.

Por último, conseguiría erradicar el sentido figurado. Y hablaría en serio si te digo que todo sería para que la luz del sol rebotara en tus dientes si sonríes. Iluminándome así también a mí, disipando las sombras.

domingo, 8 de febrero de 2009

En todos los rincones veo fantasías que no acaban. Me gusta pensar que hay aspectos inalcanzables que me pueden hacer crecer. Además, tengo esta capacidad innata -no sé si por suerte o por desacierto- de desenchufarme de la realidad sin más y disfrutarme a mí misma. Así es como camino y veo fantasías por todas partes. Las elijo, las esquivo, soy capaz de quedármelas y darles forma.

Leo por las noches desde que era pequeña. Pero había noches que prefería dejar el libro donde está siempre, a los pies de la cama, y cerrar los ojos para así crear mi propio libro. Y me apetecía de veras, me apetecía mucho. En mi mente se iban tejiendo deseos. Me veía a mí, o a ellos, o a ese él que nunca llegaba. Podría disfrutar verdaderamente de la manera más sencilla y barata que he conocido.

Pero también estaban los momentos de desaliento, de maldecirme por subir tan arriba y olvidarme a veces de que permanecía abajo. Esa sensación de estupidez que me recorría entonces. ¿Para qué hacía lo que hacía? Esa era la pregunta del millón. Pregunta que se respondía sola cuando mi rostro lo cubría una sonrisa de tranquilidad al volver a hacerlo. Lo mismo que me hacía caer me levantaba.

Y ahora... De vez en cuando pienso que me estoy dejando, que ya no lo hago tanto. Pero es incierto. Esa parte de la niñez más pura de momento no me ha abandonado y se lo agradezco. Sigo siendo capaz de abstraerme. Lo que sí sé es que ahora mezclo imágenes reales, o hago a los recuerdos ensoñaciones. Supongo que es porque ya no me hace falta pensarme tanto, porque ese él parece que sí llegó, porque ellos me duelen y los amo mucho más. Más cerca. ¿Se le puede llamar crecer? No sé, pero es lo que siento.

¿Que por qué escribo esto en lugar de conservarlo como un pensamiento más? Porque quiero recordármelo, quiero que lo sepáis, me gusta decirlo. Decir que sigo siendo irremediablemente una soñadora empedernida.

martes, 27 de enero de 2009

Se encontró solitaria su alma. El silencio era más imponente si no había nadie que le ofreciera compañía. Receloso todavía, a pesar de haber llegado firmemente a esa determinación, se sopló en los dedos. Dio un paso. Agarró fuerte el papel, no se le fueran a desparramar los nervios y borraran las palabras.

No quiero arrepentirme jamás de haberte dicho pocas veces lo que sé que ves. Así como tampoco quiero maldecirme mil veces porque mis ojos te negaron lo que querían decirte. No quiero que llegue el día en el que mi voz se apague y no haberte dicho que te quiero lo suficiente. Ni arrepentirme de no disfrutar. De dejarlo para después, de dejarte para después. A veces te conformas con poco y eso me desanima, pero sé que también te gusta escucharme como me gusta a mí. No quiero, de veras, no quiero.

Se le nublan los ojos lentamente, siente cada palabra. Le toca los labios, ligeramente. Están fríos, pero ya no tiemblan.

viernes, 23 de enero de 2009

Me gustan los momentos robados a la tarde programada. Despreocuparme de quitarme la ropa y quedarme inmóvil en la cama mientras el olor dulzón del incienso se apodera de la habitación. Me siento un poquito libre entonces y voy metiéndome poco a poco bajo las sábanas abandonándome a un maravilloso estupor. Tanto es así que me despierto alarmada al rato preguntándome si era viernes y llegaba tarde a clase porque me había quedado dormida o, si por el contrario, era sábado y podía dormir mucho más.

Pero no, sigue siendo jueves, con la tarde relamiéndose porque hoy todavía es joven. Con la forma de los sueños desconocidos todavía dibujada en los labios, bailando en la tranquilidad de mis pupilas. Desafiando a la rutina de la tarde mordiéndola bien con los dientes, a pesar de que parezca una minucia.

Y yo que me he visto nacer mil veces mientras la persiana bajada impedía la entrada al sol y abrazando la almohada me doy cuenta de que por mucha oscuridad que haya hay una luz que siempre viene conmigo. Si quiere, claro está, si está dispuesta a sonreír un instante, el instante suficiente para recargar de energía mi vitalidad perdida.

sábado, 17 de enero de 2009

¿Cómo se cuenta? Esa canción sin letra que me estremece y me inocula una energía desbordante. Ha vuelto a ocurrir. Ha venido a mí de casualidad y me ha hecho ver la fuerza de cada paso, el bramido incansable del alma. No es la primera vez y ahora me pregunto por qué no acudo a ella más a menudo. Y me dejo llevar por esta paz alarmante, estas ganas de gritar que sigo aquí al escucharla.

Es absolutamente imposible explicarlo. Qué me produce, qué me da, qué me ofrece. Así como explicar cómo la amo, o cómo mueve los hilos de mis adentros.

Es como la sensación de tener los dedos volando y creando, que no sé explicarla, pero me llena por dentro. Sonreír espontáneamente al ver a un niño aprendiendo a andar, su padre detrás, los ojos llenos de ilusión. Zambullirme en esas líneas, ser otros, salir de aquí gratuitamente. Sus manos abrazándome, abrazarlo a él, porque sí, y que me pregunte que a qué viene eso. ¿A qué viene eso?

Que no se puede explicar, pero está ahí, haciéndome vibrar los sentidos a través de pequeñas descargas eléctricas. Bombeando sangre, sabiendo que soy capaz de amar, aunque sea un instante, un sueño, un alivio, una vida.


domingo, 11 de enero de 2009

Con un suspiro de resignación se terminó el café con leche y pagó la cuenta. Afuera llovía. Creyó que era la estampa perfecta para su desastre amoroso. Echó a andar mirándose en los escaparates y se regañó por ir dejando ese rastro de autocompasión absurda. En su camino encontró mil jóvenes inquietas que lo miraban con indiferencia. Él veía fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo.

En una de ellas vio algo distinto, pues un halo de hielo lo cubrió de arriba a abajo cuando ella lo miró.

Le arrancó la ropa, le escribió melodías imposibles de interpretar con la tinta de su lengua, contó los puntos de lujuria que surgían en su piel después de adivinarlos debajo de su camisa, los alumbró la luna envidiando la superación de su locura, comieron de sus bocas, se hablaron las manos, conoció los horizontes de sus caderas, se enredó en su pelo, se lanzó y se dejó caer, pensó que tenía que ser un sueño, el mejor de todos los sueños, y sintió el vaivén de las olas de su mar embravecido. Consiguió darle forma al éxtasis, y alcanzarlo justo al fondo de sus pupilas cuando cerró los ojos, entreabrió los labios y los encontró taponados por el placer esquizofrénico de buscar por todas partes. Buscar...

En el repiqueteo de la lluvia en los cristales encontró de nuevo su resbaladiza cordura. Ella seguía allí, y él seguía viendo fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo. Sin pensar que era cierto que podía mover sus pies se acercó. Sintió su frío, y se vio de nuevo al mismo borde de la locura. Cogió aire.

-¿Y qué pasa si te atravieso el alma y te beso?

lunes, 5 de enero de 2009

Sus manos vacías indican que este año no van a realizar ningún viaje. No han sentido la poderosa llamada de la ilusión y las ganas de sentir el agradecimiento bailando en las carnes al son de una melodía majestuosa. Este año no. Se sienten extraños pero tampoco lamentan la prolongación de su estancia vacacional. Se frotan las piernas en la comodidad caliente del hogar y guardan sus túnicas para otra ocasión en la que tengan que realizar tan largo viaje. No obstante, se miran las manos con un puntito de pena quizá; al verlas vacías, sin nada que ofrecer, sin llamamiento esta vez. Este año no las verán llenas de oro, incienso y mirra.

Se acerca el seis de enero más triste que recuerda mi inmaduro e inexperto espíritu. El más triste.

martes, 30 de diciembre de 2008

En lugar de ahogarme en mis suspiros, exorcizo las palabras que quería escribir y las hago luciérnagas que pueblan mi habitación y me alumbran cuando más lo necesito. Uso de portal la mordedura licántropa que tengo en la mano derecha y me escabullo de este mundo porque no quiero verlo más desteñido. Allá donde voy encuentro luz, con mis luciérnagas, que no eran otra cosa que palabras doloridas, y me lleno de paz.

Paso el pulgar por la marca de esos dientes y le voy cogiendo el gusto a esto de la magia. Ahora camino sobre la nostalgia del mar y su brisa salada pegada a la piel que me ha recorrido antes, y veo atardecer sentada en la arena y me sigue pareciendo algo sobrenatural. Esa gran bola naranja me sonríe, y le devuelvo la sonrisa. Las estrellas se me unen en este maravilloso estupor y me llevan de paseo sin demora. Me visten con sus ropas brillantes y me veo preciosa. No hay espejos, pero así me siento.

Soy capaz de cualquier cosa en esta calma que ha venido después de la tempestad. Porque me alegro de haber decidido dejar de salpicarme -y salpicaros- con palabras que arden y vencerme a la más pura fantasía, al escapismo que me enseñaron los románticos, a las tierras exóticas y las florituras literarias que me van sanando este dolor que carcome.

Me noto entera, y me tengo a mí y a este mordisco cuyo veneno me resulta peligroso. Normal, clavado debajo de la piel tanto tiempo y sigue expandiéndose, emborrachándome de deseos y visiones futuristas. En realidad, soy también una romántica y me encanta. Miro el reloj y veo que ya es día 30. Que todos duermen, o lo intentan. Que tengo ganas de ver qué me depara el día de mañana, y estaré agradecida si puedo disfrutar de lo que tengo hoy. Me puede esta sensibilidad de mujer que navega y no suele encontrar puerto, pero hace que me sienta viva, que en una madrugada como esta y ya lejos de ese atardecer marino, siempre se agradece. Lo dice Coldplay, Viva la vida.

domingo, 28 de diciembre de 2008

De vez en cuando me veo enloquecida por lo absurdo que albergo yo misma dentro. Y todo se reduce a mi colcha azul, mis piernas cruzadas y el portátil sobre ellas mientras apoyo mal la espalda en la pared. Me veo capaz de deshacer mi alma en minúsculos pedazos que se eleven y se marchen de aquí.

Echo de menos lo que no he tenido nunca. Son como ideas, cuando estoy disfrutando del placer de quedarme dormida, y no sé si vivo o estoy muriendo o amo o pienso o qué, pero estoy ahí, y mil palabras me surcan la mente. Intento tejerlas y me parece maravilloso lo que consigo. Al día siguiente no son más que polvo y me abruma la calidad de mi sinsentido.

Desnuda y con frío avanzo, dolorida e inerme, como a trompicones, venciendo barreras invencibles que estrujan mis pensamientos, que me sacan brillo a pesar del miedo a tener miedo; suspirando cuando me doy cuenta de que en realidad soy yo en pijama, delante de mi espejo, recién levantada. Me creo mundos que no soy capaz de sostener. Que acaban siendo motitas que se mueven dentro del rayo de luz, lentamente, sin levantar sospechas.

Me veo enloquecida al releerme, pero pienso que si temo es que de alguna manera sigo cuerda, porque dicen que miedo es lo que no tienen los locos. Antes disfrutaba, me reinventaba a mí misma, escribiendo. Ahora si temo es por la creatividad que me recorría no hace mucho, por que no vuelva nunca más.

Ahora si escribo acabo por pensar que no escribo, sino que junto palabras que forman frases, pero nada más. No veo ni chispa ni magia ni polvo de estrellas en mis líneas. Y lo curioso es que no siento dolor por esta dejadez austera a la que me abandono cada vez con más frecuencia.

Es como una idea... Que no ha estado nunca ahí, ni la he sentido jamás, ni siquiera la he soñado ni la he hecho resbalar entre mis dedos cuando no sé si vivo o estoy muriendo o qué, pero que de algún modo existe sin que yo lo sepa, y eso provoca que la eche de menos a pesar de que jamás la he tenido.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

El chico no siguió, se quedó callado, pensativo... rememoraba aquel tiempo que pasó con ella, aquellos besos y aquella nueva forma de vivir la vida que ella le había enseñado. Ahora, la tenía delante de sus ojos...tan cerca, pero tan lejos.
-Aquí tiene señor, si no desea nada mas...- dijo la chica dejándole la comida en una mesa. Pero cuando ya estaba desapareciendo el chico gritó:
-¡¿Por qué ya no me miras a los ojos?! ¿Por qué me haces sentir de esta manera?- dijo echando todo lo que llevaba dentro y le martilleaba la mente día y noche desde que sus labios dejaron de rozar los de la chica-¿Acaso por desprecio? ¿Por reproche, quizá?
La chica volvió la cara y lo miró, sus ojos se tocaron y hablaron entre ellos impidiendo a los dueños comprender lo que se decían. Unas finas lágrimas empañaron la mirada de la chica, y estas mismas lágrimas le hicieron decir esto:
-¡NO! ¡Por dios, no! ¡Por temor! ¡Por miedo! ¡Por miedo a ver en tus ojos la indiferencia que me demuestre que tú no me amas como yo te amo a ti!
Las mejillas de la chica tomaron un tono mas rosa de lo habitual, y el chico quedó sin palabras... era lo que quería escuchar pero no sabía que hacer. Cuando empezaban a acercarse la puerta se abrió y apareció Fulano.
-Señor, tenemos noticias del Rey-le dijo Fulano.
-Tiene trabajo- le dijo la chica y el recuerdo de que ella estaba por debajo de todo ese mundo le hizo tragarse las ganas y desapareció por el umbral de la puerta.
El chico atendió a Fulano pero al segundo sus instintos vencieron a su conciencia y fue tras la chica, a la cual encontró en el patio central. Ella estaba tendiendo ropa y él la observaba medio escondido detrás de un muro observándola y se dio cuenta de que su momento ya había pasado, que solo le quedaba amarla en silencio… aunque demostrarle su amor fuese lo que él más quería. El chico siguió observándola un rato más, hasta que lo llamaron para seguir con sus obligaciones, cada uno por su lado. Eso sería lo adecuado, no lo que él quería ni lo mejor, pero sí lo adecuado. El chico volvió a su trabajo y siguió observándola todo el tiempo que podía. Pero lo que el chico no sabía es que la chica había pensado y sentido lo mismo que él cuando estaba escondido tras el muro, y luchaba con todas sus fuerzas para que, día tras día, su voluntad no flaqueara y pudiese seguir aguantando sin su amor…

***

Catorce años recién cumplidos, creo. El comienzo de mi primera historia larga, e incompleta, llena de ilusión. Elisa, Héctor, Zafiro... airf. Luego vinieron Dalia y Carla, Paula, Eloy... Y mi Alberto de ojos grises, el único personaje a cuya historia le di fin. Rebuscando entre todo esto me he dado cuenta de que yo antes creaba. Pero que ahora simplemente no me sale, y sonrío al releer estas historias, la ausencia de tildes en pronombres, la repetición, las erratas. ¿Era ingenua, tal vez? Tal vez. Antes creaba (suspiro).

¿Sabéis una cosa? Me niego a creer que crecer es desengañarse.

martes, 9 de diciembre de 2008

Imagino que es totalmente distinto según la persona y la situación. Hasta aquí, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta. Puedo decir también, y decirlo de verdad, que puede variar de ser un huracán que lo arrasa absolutamente todo para luego convertirse en un mar que apenas se mueve y en el que hundes tu pelo sin llegar a ahogarte.

A veces, sin embargo, se torna agujas afiladas que te recorren el cuerpo y establecen campamento justo en tu pecho, al resguardo de la tormenta que comenzará a gestarse en tu mirada de cristal oscuro. Pero hay otras en las que es una mano de dedos ágiles que acarician tu piel y la libran de los restos de sal que se acumulan en las grietas, ayudan con la magia de sus yemas a que dejen de supurar las heridas que sólo tú ves.

Ahora sí, estoy totalmente segura de que es algo que tiene un toque de fascinación porque es común a todas las personas pero irremplazablemente propio. Lo primero porque nacemos con ello, desde la primera lágrima, y lo segundo porque somos nuestros únicos dueños y de vez en cuando ni siquiera las palabras nos ayudan a darle alas para que los demás nos comprendan. Podría describir miles de ejemplos más, del mío propio, de los días y las noches con él y con su poesía y sus canciones grises.

Lo que me duele en serio es que se juegue con él, que se exagere o se le disfrace con cualquier burdo disfraz que lo torne apático y patéticamente hipócrita. Quiero que todos seamos sinceros con él primeramente, y que no nos construyamos castillos en el aire y luego le echemos la culpa a él, porque si eso es así es que anteriormente lo habíamos convertido en un simple vástago de nuestros deseos.

Está ahí, siempre, con nosotros, pase lo que pase, y debemos dejarlo hacer sin más, que nos vaya arropando poco a poco, o helándonos de frío si hace falta. El sentir nos llama y nos espera, a todas horas, pues nosotros mismos lo llamamos y lo esperamos, sin darnos cuenta de que nunca se va. Permanece, cristalino, como debe ser.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Acaba resumiéndose todo en gritos y en no encontrar ninguno lo que buscan. Si pensaron en que a esto se iba a reducir la puta rutina espero no llegar a desear nunca lo que desearon ellos cuando era antes y no ahora, cuando no estaba ni siquiera yo, cuando tal vez soñaban con una hija que se hiciera trenzas e hiciera exhibiciones de gimnasia rítimica. Cuando estaban locos, a lo mejor, de una manera distinta. No lo sé, lo digo por decir. No quiero que me hagan partícipe de su egoísmo ni que me salpique la sangre cuando se sacan las uñas mutuamente y comienzan a arañarse. Se me hace difícil darme cuenta de lo que digo cuando hace diez años esperaba a que se aliviara la tormenta sentada en el baño con los ojos cerrados.

Pero me quema la visión de los recuerdos distorsionados por burbujas de cerveza y balbuceos que no salían de ahí. Metido entre medio el sonido de la puerta que se cerraba a explicaciones, aislándose del resto de la casa. No me atrevo a adornar esa última frase con adverbios acabados en -mente.

No puedo evitar rendirme a la libertad única y de cada uno. Por supuesto, no puedo más que asistir al espectáculo como espectadora y seguir sacando las conclusiones para mí misma, que ahí se quedan, y no hay más. Pero en serio que no soporto que me salpique su saliva si se gritan, el eco de sus palabras, que llegue a mí, o al que comparte su sangre y mi sangre y ahora es ajeno a todo. Ya no lo quiero soportar, porque poder sí que puedo.

Y me siento yo, yo misma, el ser más egoísta del mundo por estos pensamientos que se quieren disfrazar de determinación. No quiero ser una errante que se crea que le ha sido cortado el camino. No quiero ser más que su hija, en los buenos y en los malos momentos, y por eso me asusta que mis dedos escupan con rabia todo esto. Dejando abierta la puerta al arrepentimiento posterior, al rostro frío, a las preguntas que hacen cola. Sin silencio alguno.

sábado, 29 de noviembre de 2008

Acabo siempre en la misma pregunta. ¿Por qué, si antes me calmaba el llanto, me lo desata ahora? Creo que es precisamente por sentirme nada ante su capacidad destructora. Por tener la impresión de que consigue lo que quiere y, lo más importante, que yo me dejo.

Hay batallas que no se pueden vencer, igual que hay luchas que no acaban nunca y que terminan por desplazarse sigilosas de un sitio a otro del campo de batalla, librándose en distintos momentos pero siempre, siempre, dejando tras de sí un rastro de furia y resignación que crece.

No voy a conseguir nada siendo yo la que se arrastra en aguas pantanosas de un lado a otro secándose los ojos, torciendo la cabeza para que nadie la vea. Conseguiré mucho más si me construyo una cabaña a su orilla, y me espero ahí, definitivamente, a que la suciedad vaya bajando. No quiero despertarme dentro de mucho tiempo y sentir punzadas de dolor si pienso, si recuerdo. Prefiero no sentir nada.

Me quedo con mis canciones infinitamente tristes, las miradas de complicidad con mi hermano, las conversaciones que no me importan en absoluto y el temor a que ese sentimiento repugnante que me aflora en determinados momentos se apacigüé, poco a poco, con mi alma erizada. Saber que afuera tengo algo, también, ese rayo de luz que parpadea, las risas sin destapar.

Al fin y al cabo la rabia se calma con la sal de las lágrimas, y cada vez nace más débil. Me voy dando cuenta de que ya queda poco, que si ella acaba escuchando siempre lo que quiere escuchar, me va a dar igual pronunciarme que no. Así que, mi silencio aquí, mis ganas de gritar allá. Donde sé que se me puede calmar y desatar el llanto a partes iguales, sin reproches y sin frases que se repiten en la más absurda de las travesías. Dos no discuten si uno no quiere.

jueves, 27 de noviembre de 2008

La razón que me llevó ayer por la noche a pensar en el aliento cercano de la muerte ha venido a clase cabizbajo y con los ojos nublados de pena. Tal vez fue casualidad que ayer, justo ayer, me empezara a hablar para interesarse por el examen de matemáticas, y acabara contándome que no podía dejar de llorar y de pensar en ella. Me preguntó que por qué. Que por qué pasaba eso. Y no supe más que contestarle que ese porqué no existe, pues si lo averiguáramos el mundo se convertiría en un caos constante y superficial que acabaría por volvernos locos a todos.

Cuando he querido buscarlo, con esa incomodidad extraña en el estómago, no he podido encontrarlo y ha sido saliendo de clase cuando lo he visto. Apoyado en el marco de una puerta. "Hago el examen y me voy. No... no digas nada a los profesores si preguntan, ¿vale?", me dice de repente. Le he preguntado que qué tal estaba y he visto en sus ojos titilar la respuesta. No sabía muy bien cómo actuar... Sentía un vínculo frío que me unía a él porque explotó su monstruo interno en mi cara. Me ha parecido ver a los brazos buscándose, pero no he llegado a abrazarlo. Sintiéndolo casi como un desconocido, no me he atrevido, aunque ya hubiera pasado antes, pero siempre bromeando. "Hago el examen y me voy al entierro... De mi mejor amiga".

martes, 25 de noviembre de 2008

Estoy muerta de sueño. Los párpados me piden un poco de tregua y me exponen su deseo de cubrir de negro a mis negras pupilas. Pero yo, sin embargo, me empeño en darles largas accionando el botón de mis pensamientos.

Y no pienso en el examen de mañana, ni en si podré o no dormir siesta para aguantar mejor la tarde; tampoco pienso siquiera en a qué se debe el silencio esta vez de papá, por qué se ha vuelto a encerrar en sí mismo y no deja entrar a nadie. Me ha dado por pensar en las huellas, y en cómo el mar acaba borrándolas por mucho que se empeñen en ser profundas. En que él, con su lengua salada, borra el camino.

Y otra vez estoy aquí. Hablando de caminos. Con la mesa llena de bolígrafos y apuntes dispares que se me antojan ahora el lenguaje de la esquizofrenia. Si estaré haciendo bien, y por qué estoy tan segura de que me estoy equivocando a cada paso. No obstante, me queda agarrarme a que si hay equivocación habrá lección, algo aprenderé, algo se adherirá a mi piel para tenerlo en cuenta más tarde.

Inmediatamente otro pensamiento clarea entre la negrura de este otro que pesa tanto en el dolor que tengo desde hace dos días en la parte derecha de la cabeza. Y es el de seguir, seguir con las pequeñas cosas, seguir escribiendo palabras que no me atrevo a enseñar y se quedan en los cuadernos viejos y que casi siempre hablan de él. Pensar en cuánto me gusta el polisíndeton y el asíndeton y en que abuso demasiado de ellos. Lo mismo que la adjetivación seductora. Reír de vez en cuando y reírme de mí misma.

Quedarme con esa luz, que a veces bizquea, pero que otras irrumpe con fuerza y me ayuda a no seguir andando a tientas y con el corazón amordazado. Ese rayo de luz que me da los buenos días, y está aquí conmigo ahora en la noche, y me llena de historias. De besos, de nervios, de miedo, de risas, de aliento.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Me temblaban las rodillas. Porque me he sentido vibrar a cada verso. Con ellos. Me temblaban las rodillas después del mayor espectáculo que estremece mi alma, pero esta vez desde fuera, no desde dentro.

Me he sentido cansada, como si se hubiera desarrollado un frenesí dentro de mí cuando las luces se apagaban, y se iluminaban los torsos de ellos, sintiendo la luz caliente de los focos, la valía confiada a la memoria, volar sin alas siendo otro.

Uno de ellos tenía siempre los ojos llenos de lágrimas. En su voz desgarrada he sentido esas mismas fugas de agua y sal en mis mejillas, y aún las siento, mientras su cuerpo se estremecía, desnudándose para nosotros. Que soy amor, que soy naturaleza. La voz grave del otro te revolvía los cabellos, los míos, de punta a lo largo de los brazos. He sentido la cercanía de ambos, ese beso que moría en el aire antes de llegar a nacer, la impotencia de la pasión cortada. Los he sentido libres y lastrados al mismo tiempo, a los dos, mientras hacían de los tablones de ese escenario su hábitat natural.

Y se me ha ocurrido la locura infinita de ser como ellos. Me he asustado al pensar que quizá no esté siendo sincera conmigo misma, que me dé miedo, precisamente, ser libre. Tremendas ganas de gritar que quiero quedarme sorda de aplausos, y llorar cuando caiga y volverme a levantar mil veces ayudada del escalón que me separa de la realidad cuando me dejo ir con quien me toque en ese momento. Es otro mundo totalmente distinto.

Aunque nadie me escuche y crean que es una ilusión que se desvanecerá con mi alma de niña, a pesar de que piensen que el arte es secundario, que no forma parte de mí. Si nadie quiere escucharme, no importa, tengo la voz entrenada para atronar patios de butacas enteros. Pero no quiero pensar qué será de mí si la desazón se me apodera, si pienso que tienen razón, si no me lanzo como se lanzaron ellos.


De momento tengo el agotador deseo de no ser finita. De mezclarme con ellos, y no ser una más. De que sean ellos, vosotros, los que vibren, vibréis, conmigo. Y no yo la que vibre con ellos a cada verso, a cada frase subrayada en amarillo en el texto. Hoy oigo al teatro, que me llama, que me dice que si creo en él no estaré sola.

Oye mi voz rota en los violines.

domingo, 16 de noviembre de 2008

Es inmensamente distinto recorrerlo sola. Puede hacer el mismo frío, que se me cuela por la nuca ahora indefensa y me produce cosquilleos en la espalda, o el mismo calor asfixiante, la ropa pegada al cuerpo, la sed en la lengua. La distancia es la misma, igual que el tiempo a consumir, así como los edificios que adornan el tramo.

Parece que todo está más en calma, si voy yo sola. Siento el tiritar de los árboles en mi piel misma, y escucho el crujir de las hojas bajo mis pasos. Es lo mismo, si lo miras desde fuera, pero yo sé que hay algo que cambia.

Tampoco la noche es la misma si nadie me acompaña. A decir verdad, me encanta que ahora anochezca tan pronto. La oscuridad que enseguida se cierne sobre mi escritorio me da un aliento gélido pero esperanzador, como un soplo de intimidad, y sé que en la oscuridad mi mano se va a cerrar más en torno a la suya. Sobre todo si hace frío, si las mías están frías, si niega ya mis ganas de excursionarlas por las laderas de su vientre con una mirada de aviso. Rompe el juego, pero mis dedos siguen planeando recorrer su espalda un día de éstos.

No es el mismo cruce sin semáforo, ni la misma farmacia que hace esquina, ni el mismo banco donde estaba sentado aquel día, con su mochila roja y negra, desorientada yo, también de rojo y negro mis emociones.

Es distinto recorrer el trecho de su casa a la mía sola, sin el objetivo de mis planes y excursiones futuras, sin que le hable a Mirca, ni sonría con esas arrugas en los ojos... Sin que me bese en mi portal, y volverme, arriesgando mi integridad física, un segundo antes de subir las escaleras. Y verlo, casi siempre, al otro lado del cristal. Recordándome por qué es tan distinto llegar a casa si me coge él de la mano...

viernes, 14 de noviembre de 2008

No pensaba en nada en concreto. Se concentraba en la canción que sonaba en sus oídos, en cómo la identificaba con esa persona. Sonreía, pero en realidad seguía notando esa tristeza que se le pegaba en las mejillas, la misma que la hacía estallar y romper a llorar los viernes por la noche. Cuando más sola se sentía.

Llegaba tarde, como siempre que tenía que acudir a su academia de dibujo. Ya casi iba a dejar las piscinas atrás cuando vio a aquel pelirrojo y su novia, sonrió con más intensidad al ver cómo estaban agarrados. Casi sintió las ganas de verse que habrían guardado durante toda la semana de clases. Se dijo que no los iba a molestar, que en una hora los iba a ver, así que siguió caminando. Pasó el primer tramo del paso de cebra doble y el semáforo se puso en rojo asaltándola en la mitad. Bufó, fastidiada, porque siempre le pasaba lo mismo. Miró su reloj digital. Las 17:07. Como siempre.

Se sintió ridícula, odiando esa estúpida rutina, queriendo algo que no sabía qué era. O tal vez sí, y lo ocultaba.

Mientras esperaba a que recuperara su supremacía el hombrecillo verde del semáforo, alguien le tocó en el brazo y se quitó un casco. No lo conocía, y se asustó. La calle está llena de gente, tranquila, no puede pasar nada, pensó.

-Todo lo que has vivido hasta este momento ha sido mentira. Así que párate y ponte en marcha de nuevo. Estáte preparada.

No entendió sus palabras y su mirada sonó recelosa. ¿Qué estaba pasando? Las 17:08. ¿Y el semáforo?

-No has sentido, no has hablado, no has descubierto nada. Todo una ilusión.

Y el sujeto en cuestión se fue, soplando levemente hacia el semáforo al mismo tiempo que se ponía en verde. Desconcertada, siguió su camino. Una ilusión... Sin saber por qué sintió un calor extraño. Como un sabor a esperanza.

Llegó a su academia y se centró en el lápiz de carbón y su dibujo. Pensó que esa máscara de mármol la estaba motivando de veras y que debía contárselo a alguien, pero por unas cosas o por otras comprendió que no llegaría a pronunciarlo en voz alta. Una intuición, mientras volvía a notar ese gris en la mirada. No pensó demasiado en aquel hombre, y en sus palabras. Tenía la mente centrada en lo de siempre, en lo que no quería hacer pero iba a hacer, en las obligaciones, en la amargura debajo de la lengua. Siguió dibujando. Intentando no pensar en nada.

Más tarde, en el refugio hirviendo de la ducha, volvió a recordar el hombre de aquella tarde y lo que le había dicho. Se enjabonó, poco a poco, con el ceño medio fruncido. Cuando volvió a poner en marcha el agua y empezó a pasar sus manos por todo su cuerpo, como siempre hacía, se paró en su tripa.

Ese día no pensó en ella como algo desagradable, ni se la estiró hacia arriba para ver cómo quedaría atractivamente plana. No, ese día no. La palpó con suavidad y algo extraño le rozó las yemas de los dos. ¿Qué pasaba? Se llenó la boca con un poco de agua y la escupió un par de veces, aunque le habían dicho que eso era una guarrada. Solía hacerlo.

Y se dio cuenta. En ese momento, acariciando su tripa de nuevo, se percató. Antes, ahí mismo, en el centro, tenía un ombligo. Un ombligo. Pasó sus manos una vez más por ahí y, sintiéndose en paz, pensó en sus clases de religión del colegio, y en Adán y en Eva, y si tendrían ombligo ellos, en ese viernes, en los que vendrían, en los que vinieron pero en realidad no hicieron acto de presencia. Pensó en qué venía ahora, en lo maravillosa que estaba la vida sin empezar, en el sueño tan desequilibrado que había tenido durante dieciséis años... En que, ahora que podía, al despertar, elegiría ser otra persona que no fuera ella.

domingo, 9 de noviembre de 2008

-Eh, ¡espera! ¿Adónde vas, si se puede saber?

Cierto era... Hacia dónde dirigía sus pasos. La última vez que se marchó con el petate al hombro ansiaba encontrarse a sí misma y volvío habiéndose perdido por completo. Y ahora, mientras el Domingo la desarmaba una semana más, no sabía qué contestar. Adónde iba.

-No... no lo sé.

Evitó mirar a nadie, pues odiaba las miradas contemplativas en ese momento. En el momento en que no tenía piel, ni huesos; simplemente era una sombra como cualquier otra, que alimentándose del recuerdo se hacía cada vez más y más etérea. No supo contestar, ya que no sabía adónde iba. Ni siquiera se había marcado un destino. Estuvo meditándolo durante unos minutos, hasta que comprendió que lo que ocurría en realidad era que solamente quería huir. Huir. Y para huir no necesitaba destinos, tan solo dejar de ser una sombra semitransparente.

Cerró los ojos y se miró hacia adentro. Vio muchos deseos, muchas lamentaciones, pocas ganas de ser lo que le habían dicho que fuera. Más perdida que nunca, no sabía a qué agarrarse. Sólo disponía de la soledad que le helaba el alma ahora mismo, sola como estaba, colándose contundente por los pliegues de su pijama.

Sabía que tenía que seguir hacia adelante, pero era la añoranza gris la que la ataba aún aquí. Porque añoraba, y mucho, y añorar solamente conseguía que aumentara esa sensación de vacío, de ser dolorosamente única, y prescindible.

Finalmente, no le contestó. Echó a andar despacio sin petate y sin destino. Aceptó que quería huir y aceptó también que no iba a volver a encontrarse consigo misma. Y, mientras andaba, pequeñita como era, pensaba en esas palabras, esa pregunta, ese frío, esas ganas que se enquistan, arrugadas, debajo de la cama.

martes, 4 de noviembre de 2008

Es estar divagando un buen rato. Y acabar borrando todo lo que habías escrito. Porque si estás triste estás triste, días malos tenemos todos. Y no quiero escribir que la monstruosidad está tapiando las ventanas de mi alma -o eso intenta-, y que mira a las demás antojándoseles hermosas todas y metiéndose con mis ojeras y mi pelo despeinado.

Para qué construir oscuros laberintos de palabras que acaben diciendo lo mismo, lo de tantos otros días. Pero, eso sí, añadiendo el puntito de luz veraz. El que te dan ellos con sus abrazos temerosos. El que te da él, aunque ya no quieras ni decírselo, porque crees que al final se acabará cansando. Ese puntito de luz. Y la canción. La canción. Esa que dice que ha visto días grises en días soleados.

lunes, 27 de octubre de 2008

No sé si sabes que te quiero, de verdad, que lo que tú me das no me lo da nadie más. Aunque todos te vean frío a mí me gusta cuando me lo calmas, lentamente, y en la desnudez que provocas encuentro un refugio. Y el asfalto cubierto de ropa y delirios, haciendo chas chas cuando la pisas, alfombra solamente tuya.

No sé si sabes, Otoño, que agradezco tu vuelta. Siempre que vuelves. Y es que a pesar de que haya veces en los que me diga que no te necesito, te echo de menos por testaruda, y no sé si es buena esta dependencia que de vez en cuando me asalta y este humor variable que me provoca tu falta. Hay veces que no sé dónde estoy ni quién soy, que soy toda sentimientos dispares y desordenados, que me ahogan. Pero vienes, siempre vienes, y en tus brazos encuentro la calma que precisa mi cabeza, y desaparece el dolor porque tu bálsamo es milagroso. Totalmente magnífico cuando las heridas escuecen con la sal de las lágrimas. Estás tú, con tus labios a veces secos, para besarme en silencio y hacerme reír con el viento que me apaga el fuego de las mejillas.

Las noches son duras contigo, porque me encuentro sola y en casi todas deseando que me soples un poquito más en las manos y me llenes por dentro. Pero sé que hay limitaciones, que yo no lo soy todo y ese equilibrio es el que me mantiene todavía viva. Viva porque despierto sabiendo que puedo sentirte, otra vez.

Suelo tener la necesidad imperiosa de decirte que amándote me paso las horas, en silencio, porque tengo la sensación de que nadie va a comprender cómo lo hago. Tal vez tú, cuando me miras a los ojos, o tal vez no. Quizás es que te quiero sólo para mí. Y no la digo en voz alta, ni siquiera a ti, puede que por miedo, o por tu sonrisa burlona.

Aquí en las calles de mi alma suele ser Otoño siempre. Porque estás tú llenándolas de pasos y de hojas secas que ansían volver a nacer para caer de nuevo. Y así como los árboles te espero, Otoño mío, a medio desnudar. En la locura que me transmites y en el nudo en la garganta que a veces siento. Siempre estás tú, con tus ojos de vidrio otoñal rodeados de pecas tostadas, tus manos enormes y mitológicas. Tu ceño fruncido y tu sonrisa joven, enigmática incluso. Mi Otoño perpetuo, mi paz y mi caos, mi niño.

lunes, 20 de octubre de 2008

Totalmente dispersa mi mente se extiende hasta llenar toda la habitación, chocando en las esquinas, arañando el cristal de la ventana con las uñas. No voy a abrirla, pues el escaso viento que entre me va a traer su nombre, una vez más, y debo alejarlo, por el momento, porque los trazos firmes de las letras que lo componen no me dejan ver más allá.

Idéntico a las mañanas, con las frases que resbalan en mi imaginación y se transforman, traviesas, alejándome de la lección de ese día, de las preocupaciones de la tarde y las ganas de las vueltas del reloj. Y se tornan en una palabra, y me dice ven, y voy sin pensarlo, y acabo chocando con el metacrilato de sus ojos en mi memoria, justo al atardecer de un sol naranja en el cielo gris, brillando. Luego se torna en ilusa y me incorporo, pero no sirve de nada. Hace demasiado viento. Sus dientes me gritan demasiado.

Sucesivamente pasan las horas, y las palabras, yendo de una a más, a muchas más, que forman frases, y recuerdos, y atrevidas fantasías que aceleran los minutos, los latidos, la sonrisa por dentro. Decido que no tengo remedio y me quedo en dos palabras, extrañamente sola en ese momento.

Con los relojes en mi contra y el ánimo caminando de rodillas, las ganas olvidadas en casa, lo ojos entreabiertos, una palabra suya me basta. Le dice ven a la quietud de mi mente, y me dejo ir, para volver dentro de un rato a por más realidad fría, a por más palabras flotando en el aire.

sábado, 18 de octubre de 2008

Lo que me hace falta ahora, después de dos horas entre líneas de palabras alejadas de cualquier tipo de literatura, son los gritos de siempre. No dejo de preguntarme en este mismo momento por qué nos empeñamos tanto en hacernos tanto daño. Qué ansiamos conseguir con este individualismo brutal que me hace ver esta jodida casa como un campo de batalla. No en qué tipo de guerra nos hemos metido, pero sólo sé que el último que se duerme es el coronado más fuerte.

Está el soldado que renquea y decide hacerse a un lado mientras todo lo demás sigue el curso marcado. Y bosteza, incluso, y habla del tiempo que hace y se guarece en la certeza de que dentro de poco saldrá de aquí, de nuevo, para volver en su ciclo de vida y aparentar que las cosas van con calma.

Luego el silencioso, el callado, que va de un lado a otro del campo de batalla y observa, y hace apuntes con la vista y de vez en cuando me da aliento. Pero que se ve tan lejano también, pero tan dispuesto a entregarse a la violencia de la lucha, que me impone una línea de respeto que no cruzo. A pesar de que en mi fuero interno guardo sentimientos hacia él que no voy a gritarle nunca.

Y finalmente el que está siempre a punto con rapidez, el mártir, el que más tarde me reprocha mi quietud a gritos. El mismo del que desecho sus lágrimas porque ya tengo suficientes con las mías. Porque tal vez fuimos amigos antes de todo, pero ahora sólo consigue lanzarme bien lejos, creyéndome a salvo en el camino que no hayan marcado sus pasos.

Por más que lo intento no le encuentro sentido a este instinto de supervivencia. Si lo pienso me sobran demasiadas cosas. Así que después de la irrupción en mi tienda del último soldado descrito, manchado de barro y queriendo más, y su Ya veo cómo estudias, el único deseo que me baila en el ánimo es el de abrir la puerta después de cerrarla de nuevo y encontrarme en otro sitio, otro mundo diferente, sin guerras estúpidas como ésta, en la que nadie habla claro y en la que el dolor se guarda dentro para sintetizarlo en rencor.

Y los mismos versos de siempre, delante de mí.

Todos ustedes parecen felices...
...y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen...
(...)

La próxima vez será mejor dirigir mis pasos a la biblioteca del barrio.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Se ganaba la vida narrando historias donde podía y siempre que alguien estaba dispuesto a escucharla. Por ello apreciaba su voz sobre todas las cosas; dulce y todavía niña, suavizando los oídos de aquellos que la buscaban o, con suerte, se topaban con ella un día cualquiera. Sin embargo, y para escozor de todos sus admiradores, jamás revelaba sus fuentes. De dónde venían sus cuentos, si eran suyos o prestados, o qué. No porque no quisiera celosamente, sino porque ella tampoco lo sabía.

Por eso el día que se quedó sin voz rozó la muerte con los dedos. Se creyó desfallecer mientras se peinaba el pelo sin descanso y nerviosamente. Estaba muda, completamente muda. Lloró. Estuvo llorando días y días con la esperanza de que alguna lágrima perezosa dejara de quemarle y le trajera algún sollozo en voz alta. ¿Qué podía hacer sin gritar siquiera? Para ella, ya no valía nada.

Un atardecer alguien atendió a las quejas de los que echaban de menos sus historias y la anhelaban indirectamente a ella. Alguien dijo que no se preocuparan, que él iba a arreglarlo. Era una persona fuerte, de voz grave, que imponía respeto y resultaba atractiva y misteriosa a la vista, con unos ojos brillantes en un destello infantil que se encendía si sonreía, alumbrando las calles grises y las pupilas descoloridas. Lo que las gentes no sabían es que ese hombre podría haberles dado de comer versos si hubiese querido.

Mientras ella seguía llorando y probando a articular palabras rotas, unos labios se le acercaron al oído y le dijeron que le daban su voz. Que no se alarmara por el tono, ya que en su garganta se tornaría grácil y transparente como siempre. En la penumbra ya marcada ella intentó mirarlo a los ojos y él le dijo que no necesitaba voz, que él rasgaba los silencios de otra manera. Por fin pudo sollozar y la chica le dio las gracias. Sin percatarse en ese momento de euforia y cansancio que volvía a hablar y que era él, el hombre fuerte y sin voz, el autor de los cuentos que ella contaba.

sábado, 4 de octubre de 2008

Haciendo peligrar el equilibrio térmico de tu cuerpo, mientras envidias al agua que resbala por él por ser simplemente agua, y tener un camino fijo, y no tener que preocuparse, aparentemente, por nada más.

Agua hirviendo que queme tus ideas, ahora mismo, en este momento. Y así disfrutar de la burbuja de vapor que has creado ajena a todo. El calor empieza a ser deliciosamente insoportable.

Pero cierras los ojos mientras recorres con los dedos los puntos que se enderezan de frío en tu tripa debajo del agua que quema. Y entonces piensas que deben de ser ellos las cuchillas afiladas que a veces notas que se extienden por tu cuerpo para evitar que nadie más se acerque y dañen su carne. Tu piel manda. O al menos transmite las órdenes caóticas de un interior pantanoso, bizqueando sus farolas, intentando guarecerse de los témpanos de hielo de este mes de octubre.

Evitas atender a las voces que te esperan fuera, cuando la burbuja no sea más que una mezcla de temperaturas que hará encoger tu corazón. Te aterra pensar que si no sales de ahí nunca más nadie va a percatarse de que falta algo de frío. Pues así te sientes. Viento gélido, frío peligroso.

Te quedarías, no obstante, una eternidad allí dentro. Intentando ocultarte que, en realidad, esperas que alguien haga explotar tu burbuja y te guarde del aliento helado de tu lado solitario, de la Soledad personificada en tus monosílabos y la ausencia de sonrisas. Te asusta la ventisca violenta de tus adentros.

miércoles, 1 de octubre de 2008

No había habido mucho movimiento en toda la noche. Charlábamos distraídamente mientras mi compañero conducía y poco más. Un par de alarmas de poca importancia. Para ser viernes estaba yendo la cosa muy tranquila. Tan tranquila que me estaba entrando un acojone extraño, sin saber por qué, simplemente porque sí. Y no me gustaba nada.

Entré en el bar porque mi vejiga ya no aguantaba más. Madre mía, qué descansada pude quedarme. Cuando salí vi que mi compañero había cambiado su expresión. Bueeeeno, me dije, ya tenemos juerga.

-Tenemos un aviso.
-Ya imagino, ya...

Me puso al día mientras llegábamos al lugar del aviso por radio. Creo que éramos los más cercanos, aparte de la patrulla que ya estaba ahí. Cuando llegamos, a pesar de que la noche ya estaba bien cerrada, todo era un hervidero de gente. Vecinas en bata, las que más. Mi conductor particular me miró en silencio diciéndome que ya sabía lo que me tocaba. Por eso de que tú eres tía y las entiendes mejor... Ya sabes. Qué morro tenía siempre, joder.

La agredida estaba siendo atendida por los servicios médicos. Los chalecos amarillos se me antojaron fantasmagóricos en todo ese espectáculo macabro al que no acababa de acostumbrarme. Uno me indicó con un gesto que me acercara. Se separó de los demás y me habló.

-Una de las vecinas ha dicho que su ex tenía una orden de alejamiento.
-¿Cómo está?
-Hecha un cisco... Pero aún puede hablar. Creo que debes escuchar lo que dice.

Me acerqué. En ese momento sí que estaba acojonada. Me agaché al lado de tanta vía, y maletines, y gasas y tubos que siempre me han dado un pavor maravilloso. Me atreví a mirarla a la cara y se me vino como un sabor rancio a la boca. Como si estuviera saboreando la rabia justo en ese momento. Casi no podía hablar. Adiviné que los ojos debían estar en su sitio por el flequillo despeinado, pero la hinchazón que sufría por toda la cara me impedía encontrárselos. Lo lamentable es que no dejaba de sangrar por el abdomen. Y aun así quería hablar, gritar su verdad. Se me clavaron las miradas de los médicos y asistentes. Todavía lo pienso y tiemblo.

Tuve que escuchar cómo musitaba con infinito esfuerzo que el hijo de puta que le había hecho aquello había compartido su cama durante años. Su cama y la sangre de sus puños con la de sus pómulos, día tras día, hasta que todo acababa ahí. Dijo que sabía que iba a morir. Y no pude decirle que no dijera eso porque tenía un jodido nudo en la garganta enorme. Dejó de hablar de súbito y pareció como si su alma se le escapara en la última frase. Lo siento. Si es que no me voy a olvidar nunca de esa voz, joder... Me retiré un poco cuando empezaron a reanimarla. Todo lo que veía estaba en gris, excepto la sangre que manchaba la calzada. Ni los gritos de los vecinos, ni los juramentos del médico que le pedía por la virgen que aguantara, ni nada.

Seguí allí cuando la reanimación se suavizó. Ahora sólo había que seguir bombeando sangre al corazón, engañando al resto de su cuerpo, para ver si algún órgano era salvable.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Creo que ya ha vivido lo suficiente para pintarle los labios de carmín. Que se ha asomado al mundo con cautela y ha madurado en parte, de mano en mano, de mente en mente, siempre titilando la ilusión. Podemos adornarla con el rojo de la adolescencia que está a punto de expandirse. Y así corregir sus imperfecciones y resaltar la magia de su boca, para que las palabras que cante tengan un regusto más dulce, la historia que nos tatúe nos encienda el recuerdo en tonos de otoño.

No sé si está de acuerdo, pero ya lo he hecho. Y la veo más hermosa, más mayor. Con su grosor encantador sin más, y ligeramente abultada porque me he dejado el lápiz de labios dentro, para que le dé calor y no deje de escribir sobre ella una sola sílaba.

Me invade una fría sensación de estar metiéndome demasiado en territorio vedado, pero me ha otorgado una paz maravillosa que me va a hacer soñar esta noche de una manera distinta y tenía que escribirlo. Intentar desgranar la esperanza que ha ido creciendo justo en mi estómago, mientras todos ellos me contaban sus historias.

La veo preciosa. Con su recién estrenado rojo pasión, brutalmente provocativa. Está creciendo, aunque pensáramos que ya lo había hecho del todo... Puede disponer aún de cosas por aprender, hacerse más elegante, alcanzar su propósito mientras sonríe con timidez, ya con un tono de labios más discreto. Tal vez resulte extraño, tratándose de la corrección de una novela, del cachito de vida del escritor convertido en papel, de párrafos de sueños y sensaciones dispuestas a ser descubiertas. Esperando, paciente, a que el mundo la haga crecer.

sábado, 20 de septiembre de 2008

Átame y lléname de vida. Sujétame fuerte mientras el humo del bar me inunda el pelo y me cubre de pruebas que dirán dónde he estado. El ruido, amortiguado, es parte del ambiente animado y nocturno que apenas conozco. Y yo intento vigilar mis uñas y dirigir las yemas de mis dedos. Cógeme de la nuca y condúceme si quieres. Agárrame del pelo sin llegar a arañarme la piel, sólo el alma. (Quiero que me arañes hasta que sangre mi alma...) Demuéstrame que nunca me han besado así. Crécete y hazme reír. Y yo desecho el reloj porque me molesta ahora mismo. Se está tan bien.

Como la noche que tengo casi prohibida y siempre se desarrolla fuera y no dentro. Como saborear su jugo un instante y no ser suficiente pero calmar un poco la sed. Mi cintura ahora es tuya. Sostenme bien. Hazme llegar tarde.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Hoy hay mucha gente. Antes de que lo abrieran ya había personas esperando a coger sitio dentro. Incluso están tres de esas chicas en las que siempre te fijas porque tienen una belleza especial que te hace desear de vez en cuando ser ellas. Ahora ocupan un par de sillas de una de las mesas del bar.

Tu ánimo ha cambiado desde que has estado sentada en el suelo esperando a que la persiana subiera del todo. Muy de repente. Has visto la tranquilidad de los demás y cómo esperaban a la noche y al darte cuenta de que tú no tenías nada que esperar te has sentido extraña. Luego también la música, que hoy es distinta. Por el tipo de gente, el ambiente, te ha dicho un amigo. A coser mi alma rota, a perder el miedo a quedar como un idiota. Murmuras la letra mientras los que te acompañan en la mesa la cantan más alto.

Piensas en que no es justo pero te preguntas que qué no es justo. Al fin y al cabo no es nada nuevo, pero no puedes evitar sentirte cada vez más fuera de lugar. Si tú supieras, si yo te dijera, si yo te contara. No es por ellos, es por ti, y el sopor de aburrimiento y humo de tabaco que se extiende sobre tu cabeza. Ni siquiera te ha apetecido jugar al futbolín. Hoy no. Ahora estás sentada en la mesa escuchando la voz de ella, que te cuenta lo que ya sabes de oídas, y de vez en cuando una broma, un par de risas, acomodarte en la silla de madera. Triste, muy triste, como las noches en las que hace demasiado frío e intentas seguir durmiendo por no levantarte a cerrar la ventana.

Hay algo que no termina de funcionar en esta tarde tan eterna dentro de tu pecho y sólo piensas en que los minutos no deberían pasar tan lentamente. Y envidias, de verdad, con la punzada en la mitad de la garganta, los que van a ocupar ese sitio horas después y disfrutarán porque habrá llegado lo que esperaban. Y cuentan que un verano voló y se dejó el corazón debajo de la cama. Que le dijo que no volvería, que no la esperara. Quién me iba a decir que al final iba a unir su tripa con la mía...

Por fin salís y en el viaje a la doble puerta saludas a unos amigos que han decidido pasar la tarde allí. Una de ellos es la chica de la belleza tan peculiar. Una de ellas.

Por fin fuera te invade el frío de este final de verano y se te mezclan las ganas de ser abrazada y no parar de hablar y de llorar y de saber qué está ocurriendo dentro de esta cabecita. Unos brazos amigos te dan un poco de paz y tú piensas que no saben lo que están haciendo. Vuelve la punzada en el centro de la garganta y añoras. Sin más.

Y ya te encuentras sentada en la silla que te da tanto dolor de hombros, tecleando, con la noche recién empezada y tú, resignada, que estás a punto de meterte en la cama.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Me da miedo que te pierdas a ti mismo. Que crees un pozo de desesperanza y frustración y te caigas dentro. Pero lo que de verdad me atemoriza es que creas que mis palabras son nacidas de la rutina y hayan perdido el significado que intento darles, que ya no te sirva mi aliento cuando el tuyo escasea y eres más niño que nunca. Me da miedo porque mi mente surca todas las posibilidades y consigue que se me erice el vello al imaginarte vencido. O al pensarte abatido y solo, con miles de preguntas, y verme más muda que nunca mientras comprendo que no puedo darte las respuestas que buscas. Todo ello me produce un encharcamiento del alma y los ojos que se hermana con el vacío de mi estómago y me destroza desde dentro.

Pero escalo el archivo de tu blog, los pedazos de tu alma, y evoco sensaciones y momentos que me hacen imaginarte frente a la pantalla, lleno de ilusión, coordinando tus grandes manos para dedicarte a lo que te gusta y seguir sabiendo que lo amas. Y sonrío a medias comprendiendo que mi miedo puede que no llegue a ser más que eso, que no soy capaz de pensar en ti como otra cosa que no sea escritor. Porque sé que escribes siempre, constantemente, reforzando tu alma y moldeando el silencio para hacerlo tuyo. Dotando de magia frases y líneas que ahondan en los corazones de todos los que hemos pasado por allí alguna vez. Por tu museo de instantes y deseos. Tu santuario.

Porque las palabras no son de nadie al cien por cien. Y si encima les das alas pueden volar y marcharse lejos, dejándote acongojado, para luego volver confusas y besarte en la frente mientras vuelves a lo que te gusta. Porque tu mente no funciona sin ellas, igual que ellas no funcionan sin tu mente.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El sol que nos brinda su luz sin apenas darse cuenta. ¿Y si lo supiera? La calidez del momento. El calor acumulado. Los deseos que se escriben en la piel procurando no dejar un reguero sangrante de palabras. Qué más da, si son deseos, y son ahora, justo... justo ahora. El aumento considerable de temperatura. El tacto que enloquece los sentidos a la mínima, la traición más absurda de la razón. Ahora, justo ahora. Te quiero ahora. Se apaga el sonido. Únicamente la respiración entrecortada, los suspiros que se alargan y se erizan, al mismo tiempo. La lentitud que enciende el alma, poco a poco, muy lentamente. Dejo de ser yo. Soy parte de ti. Las palabras sinuosas que se cuelan en el ambiente. Así, así, justo ahora. Todo, o casi todo, huye veloz de mi mente mientras aumenta todo. Tu sonrisa a dos centímetros de mis labios. ¿La atrapo? Los latidos. El ansia. Las manos, que quieren abarcarlo todo. El silencio. Todo grita por dentro. Creo que esto es perfecto... Me siento perfecta, completa. Justo ahora.

Cuando no hay horas ni relojes, ¿qué más dan los quejidos del tiempo? Cuando estoy en mi refugio, cuando vuelo, qué más da lo que me espere afuera. La lluvia, el hambre, los domingos. Si estoy contigo.