miércoles, 6 de abril de 2011

Mi madre los llamaba ángeles. Esas pelusas parecidas a un diente de león que sobrevolaban tu mirada unos instantes, subían y bajaban, hasta que el viento se los volvía a llevar. Cuando se plantaban ante mí y se acercaban poco a poco alargaba la mano para intentar cogerlos sin destrozarlos, pero como mucho los rozaba con los dedos. Subían entonces, como si se fueran a ir, pero al segundo volvían a bajar y yo llegaba a pensar que era para que se quedasen conmigo. Pero no. Acababan yéndose lentamente, mecidos por el viento, porque al fin y al cabo no eran míos, y otra persona estaba esperándolos también. Seguramente.

Se iban y yo me quedaba con las manos frías. Lo peor es que incluso yo sabía que no iban a quedarse nunca. Además, si hubiera llegado a agarrarlos, lo más seguro es que hubiera acabado haciéndolos trizas.

martes, 5 de abril de 2011

Mi perspectiva de los días en cuanto me quedo sola se derrumba y no entiendo todavía por qué. Sí es cierto que la compañía mitiga la mayoría de los males, pero tampoco es eso, porque mis males están presentes casi siempre, o al menos no se echan a dormir en mis adentros. Si acaso, duermen conmigo. Me pueden llenar los oídos de planes y asiento sonriendo porque en ese momento la perspectiva me parece agua fresca. Sin embargo, cuando me dejan a solas conmigo es como si se materializara esa parte de mí que es una diva fracasada y sola, cuyo único consuelo sólo se halla en el fondo de un cigarrillo.

Creo que me he convertido en el ser más destructivo para conmigo. Ahora mismo no encuentro otra explicación. Y se me siguen pegando los segundos y las ganas de pasar los días enteros en la cama, con los ojos cerrados y en parte ajena a lo que pasa en el mundo; porque lo que pasa en el mundo incluye lo que pasa en el mío propio. No se me quitan de la cabeza los adentros destrozados y totalmente ficticios de Katniss Everdeen.

Es un bucle. La mirada en blanco y negro y la incapacidad de escribir y llenarme de música, porque apenas sé qué escuchar. Porque no sé si este e sun precio a pagar pero se me ha agotado la inspiración de golpe, y lo único que puedo hacer es esperar a que, como siempre hasta hoy, vuelva. Aunque lo que me preocupa de verdad no es la inspiración o quedarme sola.

Lo que me preocupa de verdad es no saber volver a ser yo misma.

lunes, 4 de abril de 2011

-La quieres mucho, ¿verdad?

-Más que a nada. Con todas mis fuerzas.

-Ya-bufó-. Como todos.

sábado, 2 de abril de 2011

Me llama la atención sin más. Tiene como una estela de misterio de esas que me gustan y además me encanta pronunciar su nombre. Me imagino caminando sin nadie más por sus calles y siento una paz necesaria que casi he olvidado. Sin nadie más. Una completa desconocida que se aprenda las piedras de la calzada porque es así de gilipollas. Porque algunos lo llamarán huir, pero yo prefiero llamarlo aprender. No hay mucho más. Quiero ir y por mí me marchaba mañana mismo, sin importarme que el viaje durara más de tres semanas. ¿Que si tiene relevancia? Puede ser. Lo único que me consuela es pensar que en realidad no tenéis ni puta idea de nada. De nada. Pero duele igualmente.

También quiero marcharme porque se me llenan los ojos con las historias que la gente cuenta de sus viajes. Esos sitios que sólo he visto en foto y que seguramente nunca veré, pero que me hacen sonreír imaginando la suerte de poder ir y disfrutarlo. Es estúpido porque ni siquiera se puede decir que haya demostrado tener un alma viajera, pero es así.

En cuanto a ese lugar... Podría ser cualquier otro; no sé muy bien por qué me llama tanto la atención. Será su nombre, su lejanía, las historias que se cuentan, el simple hecho de emprender un camino diferente... No lo sé, aunque espero averiguarlo. De todas formas, lo único que tengo ahora son las lágrimas, que también son saladas. Como tiene que serlo el mar de Edimburgo.

miércoles, 30 de marzo de 2011

No sabía si porque había dormido bien o el agua de la ducha le había sentado como poesía, pero ese día se atrevió por fin a hablarle. Sólo tenía una pregunta que hacerle. Cabezonerías. Fantasías varias.

Sus pasos parecían decididos. Por dentro sonreía. Ella le miró cuando estaba ya muy cerca.

-Oye...

-¿Sí?-. Un aleteo de sus pestañas. Ella, en el fondo, se moría de ganas de cualquier pregunta que viniera de él.

-¿Cómo te llamas?

-Eh... Sara. ¿Por qué?

-Porque estás de suerte. Eres tan bonita que acabo de aprenderme una canción que lleva tu nombre.

http://www.youtube.com/watch?v=E0KEDfPawWs

martes, 29 de marzo de 2011

Goteándole del pantalón un reguero de sangre, el cual se camufla en la oscuridad y apenas se deja ver. La herida, no obstante, le hace cojear hasta que llega a su destino y cierra la puerta tras de sí. Se deja caer entonces en el suelo y se examina el resto de heridas, comprobando que algunas están curando debidamente, pero hay otras que todavía palpitan y supuran cada cierto tiempo. Se retuerce cuando posa las yemas de los dedos en algunas de ellas, y cierra los ojos pensando que nadie sabe que está ahí.


Ha perdido el sentido de la justicia. Ahora no es más que una criatura que renquea de vez en cuando y que ha entrenado sus gritos para que no lleguen a oídos de casi nadie. Pero aun así es consciente del dolor que ha despertado, de las miradas y las palabras envenenadas, las pupilas dirigiéndose hacia otra parte; y sabe que ellos lo saben. Que en el fondo lo saben. Sin embargo la posición tomada parece ligera, apenas dañina. Como si por su parte no debiera existir sufrimiento.


Se vuelve a agitar inesperadamente. Sin querer. Y al segundo recuerda por qué. Todavía siguen en su cuerpo esas heridas.

viernes, 18 de marzo de 2011

Hay situaciones con las que no puedo lidiar. En realidad sí podría, pero de vez en cuando el alma está tan gastada que no apetece. Que no hay ganas de ello.

Al menos siempre vamos a tener nuestro secreto. Yo no creo que lo cuente porque sé que probablemente no me va a entender nadie. Sólo tú y el cielo de Getafe ardiendo mientras atardece y el frío que hacía en lo más alto de la terraza de esta casa tan extraña en la que ahora habito. Los enredones en el pelo que me dejó el viento, la canción que me acompañó hace dos años, el bolígrafo rasgando el papel y la esperanza de que de alguna manera me escuches. Por un día m gusta pensar que puedo sobrepasar esas brechas insalvables.

jueves, 17 de marzo de 2011

Yo no puedo con tanto corazón roto. Me chocan las pupilas con rostros agitados, acalorados, que no son más que el reflejo de que algo se resquebraja por dentro. Odio esto. La otra cara del juego, el dolor, el constante recuerdo de que el mundo es tan hijo de puta para que al segundo nos pueda parecer maravilloso.

Siento también cómo se encoge el mío y puedo notar que mi juego también se agota e intenta cambiar de perfil. Que estoy cambiando constantemente y voy a acabar desnuda en un escenario como acababa siempre antes. Antes. O ahora. Confundo los segundos porque en realidad se repiten. No es egoísmo, es supervivencia.

Yo no puedo con tanto corazón roto porque además ya es 17 de marzo y eso me hace recordarte. Pensar que tu casa es un espacio que he eliminado de mi mente, como si ya no existiera y nunca hubiera estado allí. Aunque no fue perderte el no tenerte me exaspera porque la vida sigue sin pararse a que yo pueda recogerte. Traerte de vuelta. Meterte en mi vida y que yo vuelva a meterme en tu casa. Pero sigue roto. Como hace dos años, cuando chocó contra el suelo y yo pensé que estaba perdida. Porque recuerdo esa canción que gritaba que el cielo estaba roto y así fue en el mío, porque de alguna manera no ha vuelto a recomponerse al completo. Aunque supongo que es normal.

Como ya he dicho el dolor de corazón nos hace apreciar todavía más cuando alguien nos lo cura. A pesar de que a veces sea simplemente el tiempo. No es consuelo, pero ahora sólo pienso en que es 17 de marzo y hay tanto dolor a mi alrededor que acaban venciendo mis barreras.

domingo, 13 de marzo de 2011

A veces los observo y pienso en qué habría sido de ellos si hubieran podido realizar sus otros sueños. Sí, esto está bien. Nos tienen a mi hermano y a mí, no vivimos mal, una casa, una vida... Pero, al fin y al cabo, lo que les llevó a este camino fue el sacrificio.

Me estremezco cuando imagino el momento en el que mi padre eligió el futuro de sus hermanos antes que el suyo. Cuando supo que iba a estar trabajando toda su vida pero a cambio sus hermanos irían a la universidad y estarían tranquilos. ¿Cómo tiene que ser ver morir a tu padre y asumir que ahora el juego es tuyo, que te toca a ti, que quieras o no tu vida cambia en ese mismo momento? Habría sido uno de los mejores alumnos. Poco trabajador, pero extremadamente inteligente. Ahora le quedan los libros y los conocimientos que va almacenando día a día. Si todavía le queda sufrimiento lo lleva siempre por dentro. Yo sé que sí, que hay cosas que no se borran, pero sigue riendo a carcajadas muchas veces al día.

Y luego ella... Apenas diez años y huérfana de madre, con una hermana de un año y otro que necesitaba demasiados cuidados. Convertida de repente en ama de casa, un poco confusa, tocada en determinadas fibras para el resto de sus días. A mi madre no le gustaba estudiar, pero tampoco tuvo la oportunidad de seguir probando si le gustaba. Como el que es ahora su marido debió hacerse cargo de algo que todavía no le tocaba, pero a veces las circunstancias agitan los cimientos de todo tu universo, y tienes que cumplir con lo que toca.

Me tiemblan las manos mientras tecleo y es porque sé que ellos también están viviendo su adolescencia y su juventud a través de mi hermano y de mí. Que el sacrificio que les trajo aquí encuentra consuelo en nosotros y su mayor deseo se ha convertido en que se cumplan todos los nuestros. Me viene a la cabeza la frase de mi madre, la que siempre tiene a punto y me hace reflexionar aunque ella piense que no...

Dinero no, lo único que puedo dejaros en herencia son unos buenos estudios... y espero que sepáis aprovecharlos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Si me muerdo los labios el gusto en mi lengua es amargo. Se resquebraja la escarcha que se ha formado en estas últimas horas y en cuanto vuelvo a cerrar la boca la siento de nuevo. Sería una noche perfecta para gastarla tirados en cualquier parte o gastarnos sin más. Pero en lugar de ello alimento mi cama de mí e intento distraerme sin una salida que parezca cercana. Pensando en escribir una historia con esa canción que lleva su nombre, imaginando que tal vez alguna lleve el mío y sabiendo, en último término, que en realidad esa última no existe.

martes, 8 de marzo de 2011

Le dije a sus ojos que no podía protegerlo y los vi romperse delante de mí. Estoy segura de que el golpe del momento le impidió saber que estaba mintiendo. Porque siempre sabía cuándo estaba mintiendo.

Lo cierto es que no podíamos seguir así. Bueno, al menos no yo. Cada vez sentía las manos más manchadas de culpabilidad y no podía soportar que también le salpicara a él. La solución parecía fácil: ve con él. Pero opté por protegerlo siempre detrás de una pared, observándolo en silencio, tragándome las palabras que quería decirle. Entre su supervivencia y la mía había escogido la suya; entre su corazón encogido y el mío prefería mil veces sentir yo misma el dolor que escuchar cómo se retorcía el suyo al latir.

Me dijeron que fue cobardía. Y pudo ser. La verdad es que no me replanteé qué fue hasta que lo volví a ver feliz y cada sonrisa era para mí un día más de condena. Intentaba obligarme a alimentarme de su felicidad, pero ese era un privilegio que se había terminado y que, no obstante, sólo funcionaba cuando yo era feliz con él. No por él.

Sé que ya no lo necesita pero todavía me quedo absorta pensando si estará bien. Me lleno de angustia cuando vuelvo a recordar el momento en el que le dije que no iba a volver a protegerlo, y siento escalofríos cuando sospecho que sí que supo que estaba mintiendo.

Me faltan entonces las bocanadas de aire. Todavía hoy.

martes, 1 de marzo de 2011

-Somos adultos -me dice-. Podemos acostarnos sin que haya historias de por medio. ¿No? Vamos, que lo tenemos dominado. No hay por qué mezclar elementos innecesarios. Podemos también esconder que en realidad follamos porque nos ansiamos como dos imbéciles que están enamorados en silencio. ¡Porque somos adultos!

domingo, 27 de febrero de 2011

Tenía la espalda más bella del universo. Tenía el recuerdo de ella en la ducha, con el pelo empapado cayéndole en cascada hasta casi la cintura, y ese lunar justo donde finalizaba su columna. Ella siempre se duchaba mirando a la pared, de espaldas, y a él le gustaba pensar que era solamente para provocarlo. Porque le volvían loco las curvas de sus caderas, su piel pálida, y el cuello despejado guiando sus hombros. Hasta el par de cicatrices que tenía en ella le fascinaban; estaba hermosa hasta cuando mentía sobre cómo se las había hecho, porque él sabía que era una mentira. Pero hasta en ese momento se sentía arder desde adentro, y sabía que en sus pupilas se veían llamas cuando la miraba mover los labios.

Llegó un momento en el que las yemas de sus dedos sólo respondían al impulso de mirarla, de recorrerla con delicadeza mientras ella dormitaba abrazada a la almohada, tapándose sólo las piernas, dejándole su espalda y sonriendo a medias.

Por eso la echaba tanto de menos. Porque todavía no había hallado una espalda como la suya. Se propuso levantarse e ignorar el sufrimiento de sus dedos para encontrar una que también le sirviera, para que le trajera otro aroma distinto a su locura, y lograra olvidar esas cicatrices, ese lunar endemoniado. Pero no pudo. Hasta el momento, no lo había conseguido.

La primera que conoció tenía la boca marcada de carmín, e imaginó esas marcas rojas en su almohada. Sin embargo, algo falló... No era esa espalda. No lo fue. Ni siquiera pudo guiar a sus dedos, porque en su estómago comenzó a reaparecer el dolor, y no pudo soportarlo. Tampoco con la segunda, la tercera, la cuarta. Y así muchas más. Tantas que perdió la cuenta. Enloquecía en el momento en el que les arrancaba la ropa y encontraba lunares equivocados, ausencia de cicatrices, pieles más morenas.

No era ella. Pero lo intentó.

Intentó que de esas pieles saliera la piel de ella. Mientras se limpiaba la sangre de las manos después de cada noche, veía reflejada la ducha en el espejo del baño, y la veía a ella duchándose de espaldas sólo para provocarlo. Menuda zorra. La maldecía cada vez que se quedaba sin habla y se le nublaban los ojos, para despertar allí, lavándose las manos. Y volver a su cuarto, con paso ligero, para revisar y vigilar el cuadro que estaba creando.

Pero no era ella. Era sólo una broma macabra que estaba erigiendo desde sus recuerdos. Suspiraba lentamente entonces. Todavía le faltaba encontrar ese lunar.

viernes, 25 de febrero de 2011

He oído muchas veces que las desgracias nunca vienen solas. Pero también pienso que qué más dará. El caso es que llegan. Que te invaden casi siempre de repente y arrasan lo que pillan a su paso por alguna razón que no entendemos. A veces toca, sin más. Hay que conseguir empequeñecer el corazón para que duelan menos; a pesar de que acaban doliendo siempre, pero eres tú el que controla tu propia regeneración.

Algo que soy incapaz de soportar son las desgracias ajenas. Sobre todo cuando afectan a corazones demasiado grandes y piensas que por qué hay gente que se salva sin que se lo merezca, y hay otra que sufre algo que ni en el peor de los mundos le correspondería. ¿Exageración? Mala suerte, buenos ojos, un nudo en el estómago, quizás. El caso es que no soy yo la que puede controlarlas, ni tampoco tengo ni tendré ese derecho. Es horrible justo esa incertidumbre, porque en el fondo es obvio que es terreno que no se debe pisar.

Sólo puedo esperar y prestar un par de pupilas atentas. Los brazos dispuestos a un abrazo rápido o lento, el silencio que permite pensar y disimular los segundos, que parece que se clavan, como si nunca fueran a volver.

martes, 22 de febrero de 2011

Es un momento claro de pura mediocridad. De sentir que no estás haciendo nada salvo ser la sombra de alguien. Como si no fueras a salir de ser la simple compañía de alguien cuyo nombre sí se aprenden. Justo esa sensación. La de sentirse inútil de cara a los demás. Como si se me hubiesen entorpecido las manos, y yo no fuera capaz de crear absolutamente nada. De darle forma a un par de mundos que poder ofrecer a la gente y que así sueñen. Pero nada. No hay nada. Sólo un ceño fruncido y un agujero negro en el pecho. Ahí creo que debería haber algo.

Vivo en una constante fantasía. Pero de vez en cuando se resquebraja. Ahora mismo no sé quién soy, pero sí sé que siento con total nitidez que no tengo nada que ofrecerle a nadie. Tengo que dejar de pensar que ocupo las mentes de mucha gente. La única mente que debería ocupar es exclusivamente la mía, y ya lo hago, de una manera total, aunque a veces difusa. No obstante siempre hay momentos como este, en los que me desparramo por mis propios bordes y no soy capaz más que de soltar un par de frases que bizquean y echarme a dormir con la esperanza de presentar mejor humor mañana.

Nunca lo entenderé. Por qué así de repente. Por qué tengo que callar tantas veces a mi cabeza y parar impulsos que me volverían loca. En ambos sentidos: positivo y negativo. De vez en cuando es sano dejarme quejarme así, porque a veces de veras viene bien. Sin embargo una cosa tengo clara, aparte de otras muchas que me llevan a ese dramatismo, y es que, sea cual sea la situación y tenga o no ganas de sonreír... se me da excelentemente bien ocultar mis propias miserias.

domingo, 13 de febrero de 2011

Dicen que el peso de una mariposa puede llegar a desestabilizar un universo entero. Me pregunto si la definición de universo se puede aplicar a mi propio cuerpo, si será el aleteo de una mariposa lo que siento ahora en el estómago. Muchas veces me lo pregunto, ¿cómo aguantas las miserias ajenas si en ocasiones apenas tus hombros soportan las propias?

La respiración se me corta a intervalos cortos. Por las noches solamente tengo sueños que se agitan y que recuerdo perfectamente y que sospecho que jamás voy a contar. Estoy en un momento en el que las fechas no tienen sentido, o al menos sólo corren demasiado rápido. Y por qué. Por qué si hace meses precisamente eso es lo que quería, que corrieran los días dejándome sin aliento.

El aliento sí que me falta, pero por motivos distintos a los que pensaba la chica asustada de septiembre y de octubre. La que en noviembre decidió que mejor no pensar en fronteras: si pienso en ellas puedo acabar preguntándome demasiadas cosas. Son rodeos, ahora mismo estoy constantemente dando rodeos, y lo más angustioso es que en estas situaciones hasta las letras se vuelven en mi contra.

Es una cuestión de equilibrio... De su ausencia, de la imposibilidad de uno completo. De pensar que las cosas están bien y ser consciente de que eso no es más que una maravillosa fantasía.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Yo sé que es difícil. Es una tortura asesinar a alguien de esta manera y no tener ni siquiera el atrevimiento de sentirte mal porque eso todavía es peor. Sé lo que es sentir que estás mutilando a alguien sin mancharte las manos de sangre, sentada en la silla, sin hacer nada pero pensando demasiado. Las palabras matan, convirtiéndote en el ser más destructor que salta a tus húmedos ojos en ese momento.

Pero no debemos perdernos de vista. Aunque sea como algo atravesándote el pecho, hay veces que se acaba. Sin más. Que las cosas se agotan y no entiendes por qué antes sí y ahora no. Tampoco entiendes cómo vas a ser capaz de dejar a alguien solo, de torturar así a esa persona que te ha hecho disfrutar tanto, amar tanto. ¿Pero y tú? ¿Disfrutar alargando la agonía, enfrentándote a un día más sin más certeza que la de saber que esto no va a ninguna parte? No es egoísmo, es supervivencia.

Es una putada. Yo lo sé. Sin embargo, aquí y ahora, pocas cosas son eternas. Y ojalá lo fueran. El dolor propio supera millones de veces el dolor que sabes que estás provocando. Tal vez sea una de las decisiones más complicadas de todas a las que nos vamos a enfrentar. Pero es así... hay algunas veces que es una necesidad. Que seguir no tiene sentido, que hay que enfrentarse y luchar de esta manera.

Yo sé que la angustia es insoportable. Y no es que me sea fácil hablar, pues hasta escribir esto me está carcomiendo desde mis adentros más oscuros. No obstante, pase lo que pase, sabes que te tienes a ti misma. Que nos tienes a nosotros. Que tienes los días que te apoyan, algo a lo que agarrarte, saber que tú debes estar bien. Tú. Tú y todo lo que forma para de ti, pero sin olvidar que sin ese tú... eso que forma parte de ti no existe.

domingo, 6 de febrero de 2011

Me cuesta mucho escribir algo que se extienda más de un par de páginas. Por eso casi siempre escribo escenas sueltas que me vienen a la cabeza de repente -suele ser en forma de una frase del diálogo que luego reproduzco- y que no dejan de ser representaciones de algo que siento. Muchas veces me maldigo porque puedo llegar a ser realmente incapaz. No puedo desarrollar adecuadamente una historia.

De todas formas, les acabo de dar vida a Alberto y a Lola. No sé si será una vida que les satisfaga, sobre todo a mi pobre Alberto y a cómo echa de menos a ella, pero sigue teniendo a Lola. Les he dado un final distinto al que tenía pensado, y todo fue porque el jueves después de la universidad me los encontré.

Estoy segura de que eran ellos. Yo estaba esperando al tren y de pronto me encontré con los rizos de Lola. Una Lola diminuta que me miraba de soslayo y muy tímidamente para ver si yo le volvía a sonreír o le sacaba la lengua otra vez. Alberto la cogió en brazos y juntó su nariz con la nariz diminuta de la pequeña Lola, y las risas de ella me hicieron decidir que ese iba a ser mi final. Eran ellos, aunque tuvieran otros nombres y mi hipotético Alberto no tuviera a nadie que echar de menos, pero yo sentí que eran mis personajes, justo delante de mí, de carne y hueso.

Así que les he dado ese final, al fin y al cabo he hecho sufrir mucho a Alberto durante las largas y difíciles páginas. Se merecía un descanso, las risas de Lola. Además, yo no sé decir si creo o no en las señales... pero de vez en cuando me gusta seguirlas.

viernes, 4 de febrero de 2011

Proyectos literarios.

"Las promesas pierden fuerza con el tiempo. La primera vez que las pronuncias vibran en tu boca como las cuerdas de un violín tocado con auténtica pasión, pero luego la melodía pierde poco a poco aliento, y llegan a convertirse en una frase débil bailando en la memoria."

Y obsesiones varias...

martes, 1 de febrero de 2011

Cuando empezaba el frío era agradable fregar los platos. Después de llegar al bar con las manos heladas, el agua caliente golpeando las yemas de sus dedos era como un presagio. Como si mantuviera un diálogo con sus dedos. Preparaos, que vamos allá. Así que cuanto más caliente saliera el agua del grifo mejor.

Las piernas comenzaban a temblarle más o menos cuando los camareros anunciaban que ya no quedaban cenas, que esos eran los últimos resquicios de la vajilla empleada esa noche. Entonces sentía de nuevo la ya conocida oleada de desalientos en el estómago, y comenzaban a encenderse las comisuras de sus labios. Allí nadie la entendía. No por el idioma, el cual ya dominaba, sino porque no comprendían que le llenara más esa hora al final de la noche, cuando bajaban las luces del bar y comenzaban a servirse las copas. Claro que lo decían porque por eso no le pagaban. A ella le pagaban por fregar los platos.

Cerraba el grifo. Se secaba bien los dedos, y se quitaba el delantal sin dejar de moverlos. Algunos le sonreían porque conocían sus nervios, y otros ya la esperaban de pie en el bar, para escucharla unos instantes y marcharse, por fin, a descansar. Se pintaba los ojos porque así parecía que marcaba una distancia, que no estaba allí por un favor, sino porque de verdad le habían pedido que los iluminara a todos. En realidad sabía que eran tontadas, que a ella le gustaba verse con esos ojos marcados, y que tampoco le importaba mucho que nadie le hubiera suplicado.

Echaba a andar con sus tímidas botas sin tacón. Subía al pequeño escenario improvisado que el bar ponía a disposición de los nocturnos. Agarraba fuertemente la correa de su guitarra, miraba de soslayo a aquellos que estaban sentados en las mesas y de pie en la barra. Muchos no la miraban, o le prestaban sus pupilas despreocupadas durante unos segundos. Pero ella sabía que en sus oídos estaba, durante una hora, eso, solamente ella. Y con eso le bastaba. No estaba mal ser ella misma una hora de las veinticuatro de un día cualquiera de fregar platos.

jueves, 27 de enero de 2011

Labios cortados. La pintura de los ojos difuminada. El pelo hecho un desastre. Un abrigo horrible que desdibuja la figura pero que sí abriga. El cuello siempre tapado porque si no me muero de frío. Amante en silencio de la Gran Vía de Madrid (es el lugar donde salen a relucir los sueños que se relacionan con escenarios). El corazón lleno de remiendos, como es normal. La sonrisa a punto. Miedo a que me vengan a limpiar y no poder estar en la habitación tranquila. Setenta hojas desparramadas por el suelo mientras subía las escaleras, viniendo de reprografía. Ineptitud con casi todo lo musical, pero disfrute con la gente que sí que son unos artistas en ese sentido. Ganas de no hacer nada. El zierzo casi debajo de las uñas. Las uñas por cortar. Los ojos cansados. Las pupilas, a escondidas, atrevidas. Poca relación con la elegancia. Manías que perjudican casi siempre. Chocolate. Lo acordes de una canción determinada, despertando el mismo sentimiento siempre que suenan. La barbilla en el hueco de la mano izquierda. Ganas locas de escribir algo que haga sentir sin más. La tripa sonando. Pocos minutos para la marcha. Pensamientos. Minutos perdidos que tanta falta hacían. El tictac de siempre, pero de manera distinta. Frases sueltas. Silvio Rodríguez. Cómo me haces hablar en el silencio. La calle y de mis cascos saliendo vida. Envidia de esas películas que me hacen soñar con ser parte de ellas. Sueños. Como siempre. Que un día acabarán conmigo. Pero hasta entonces... Voy a terminar de prepararlo todo, no vaya a ser que me entren a limpiar.

martes, 25 de enero de 2011

En muchas ocasiones fantaseo con la idea de abandonar mi vida al completo. Al principio me parecía algo horrendo, pero ahora he llegado a la conclusión de que todos tenemos la libertad -aunque no la habilidad- de deshacernos de nosotros mismos por unos instantes. A veces es, incluso, necesario para purgarnos por dentro.

A lo largo de todos estos años me atrevo a decir que sólo sigo fiel en un aspecto. En esa tontada enorme de eso, de fantasear constantemente, de tener un archivo de sueños al que raro es el día que no acudo. Hay días en los que me cuestiono si no estaré siendo egoísta. Al fin y al cabo todos tenemos una vida. ¿Es tan difícil conformarse?

Unos en Irlanda, Malta, Portugal, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y yo... Yo aquí. Estornudando en mil partes distintas del mundo, pero sin moverme de la silla de mi cuarto.

Si no encuentra el hueco el corazón se vuelve loco.

sábado, 22 de enero de 2011

El martes cumplí años. A algunos no os veía desde Nochevieja. He ido de propio a ver si os veía pero no ha podido ser, así que nos hemos marchado mientras las manos que me sujetan os decían "os llamamos luego." Os hemos llamado luego. Ya os habíais marchado.

En el Duende ha sonado el cumpleañosfeliz de rigor, el de siempre. Pero el bar estaba vacío. Hugo ha sonreído y Astrid cantaba en bajito. Rubén sonreía pero sé que por dentro seguía encendido de rabia. Porque me había visto llorar de decepción, al comprobar cómo mi mente se había equivocado. Porque pensaba, sin más, que bajo el cúmulo de circunstancias al principio descritas tal vez vosotros también quisiérais pasar la noche conmigo, tanto como yo deseaba pasarla con vosotros. Porque el martes cumplí años. Y a algunos no os veía desde Nochevieja.

Sin embargo, la canción ha sonado fría en el bar. Porque ya os habíais marchado, y lo peor es que ni siquiera os dais cuenta de vuestros actos.

jueves, 20 de enero de 2011

Mientras leo en la abarrotada sala de espera pienso que la vida tiene que antojarse dolorosamente maravillosa cuando sabes que se te escapa poco a poco. Que en ese momento tiene que desaparecer cualquier situación que nos parece trascendente en nuestra rutina. Ya no existen cumpleaños, exámenes, confusiones amorosas o cualquier otro acontecimiento, porque sólo estás tú y el tiempo. El tiempo. Cada segundo que pasa es como un latigazo que te va levantando lentamente la piel de la espalda.

Es eso. La vida. Como una gran llanura que se extiende ante tus pies y de la cual sabes que no vas a poder cubrirla nunca. Es esa rabia, esa rabia tan estúpida, de decir ¿qué hago ahora yo?

Nunca he tenido miedo a la muerte, lo que me aterra de verdad es dejar de existir, dejar de disfrutar de tantas y tantas cosas que me hacen sentirme viva ahora. Dejar huérfanos de mí a los míos, y ni siquiera poder estar presentes para abrazarlos, besarlos en el cuello, e intentar introducir en sus arrugadas almas un segundo de consuelo. Siempre diré que es la situación más injusta de todas cuanto conozco.

Entre estas reflexiones levanto la vista del libro que estoy leyendo -el cual, justamente y de esa manera mágica que tienen la literatura y la música, habla de lo que me asusta, de irse para no volver- y me encuentro con que la sala de espera del hospital se ha ido vaciando poco a poco, y estoy casi sola. Se me encoge el corazón y se me llenan los ojos de lágrimas al ser consciente de qué cerca está siempre, y qué poca cuenta nos damos.

Entonces se abre la puerta, una voz femenina dice mi nombre, y de repente me siento inexplicablemente tranquila. Porque cuando hay cosas que escapan al poder de nuestras manos... ¿qué sentido tiene intentar luchar si la rebelión todavía no depende de ti?

lunes, 17 de enero de 2011

Dormirte la noche anterior a tu cumpleaños con lágrimas en los ojos podría ser un principio maravilloso para una película que hablara del interior de alguien, de su vida gris, y que al final todo acabara bien. Con mucho brillo repentino en la imagen y en la última escena un primer plano de ese alguien sonriendo.

Pero es algo más cotidiano. Más real, más como soy yo, que elijo los mejores momentos para congelarme las facciones. Pero mi cabeza piensa, irremediablemente. Piensa que mañana, por fin, acabo los exámenes y que en Zaragoza, en mi tierra, alguno que otro ni siquiera se ha enterado de que los he empezado.

Aquí he conocido un concepto de amistad diferente. Al fin y al cabo, estamos solos, huérfanos, y el único calor que tenemos es el que nos damos. Vivimos juntos, y eso se nota. Pero yo no puedo evitar pensar en términos, en concepciones, en mil amistades distintas. Y en mi mente se desibuja el Actur, el Duende, la Asociación, la plaza del ambulatorio... esos sitios donde siempre nos vemos, donde siempre nos hemos visto. Sin embargo, es inevitable que me duela. Porque llevo, salvo excepciones, días sin saber de vosotros. Aunque de vez en cuando me salta una ventanita en el messenger, o en algún otro chat, con una pregunta.

¿Estás en Zaragoza o ya en Madrid?

sábado, 15 de enero de 2011

-¿Sabes cuándo supe que te quería?

-¿Cuándo?

-Cuando comencé a echarte de menos.

miércoles, 12 de enero de 2011

Hoy he pensado en él. Tal vez porque al salir de la biblioteca de la universidad y ver a la gente de últimos años y de posgrados me he sentido muy pequeña. Y he pensado que él se debe de sentir así todo el tiempo.

Se siente perdido cuando las temporadas de fútbol descansan, porque no sabe qué hacer. Por las noches suele escuchar la radio a escondidas para que mi madre no le eche la bronca porque no duerme. Siempre, siempre madruga (y nadie sabe, en realidad, cuánto tiempo ha dormido). También a escondidas, y cuando pasea por la tarde, se compra aperitivos y tiembla de la cabeza a los pies si por algún motivo nos encontramos con él por la calle. Sus ojos se llenan enseguida de lágrimas si se frustra, o siente que no entiende algo, pero sobre todo si siente la cercanía de un hospital inminente; fue un hospital el que se llevó a su padre. Tararea canciones por las calles en voz alta, y la gente se gira a mirarlo, pero a él no le importa (mi madre siempre le dice que no lo haga). A veces va con manchas, con la camisa mal puesta o con el gorro de invierno como si fuera un gaitero, pero no le importa. Apenas se fija en esas cosas. Es un fan empedernido de los toros, y cuando son fiestas y tiene corridas todos los días sólo hay que verlo, porque por todos sus poros desborda alegría.

Aunque eso le ocurre casi siempre: la alegría. La alegría de la infancia, sin un ápice de maldad, sin nada que pueda enturbiar su mente. Es una persona totalmente pura, pues en su cabeza es primavera casi siempre, y la rutina no le hace daño porque es lo que más le gusta del mundo. No sabe ser cruel, malintencionado o malvado, ni ninguno de esos adjetivos, porque simplemente no le sale. No está en su naturaleza.

No obstante, los demás sí sabemos ser crueles, por lo general. Su alma pequeñita ha tenido que soportar muchas burlas, muchas malas miradas y también muchos comentarios de gente que cree que lo suyo le debe de causar también sordera. Por suerte él siempre vuelve a su vida de ensueño, a su propia realidad, y recupera la sonrisa, sin costarle apenas. Ni rencor, ni ganas de venganza. Simplemente sonríe.

Tiene 43 años y es mi tío, hermano de mi madre. Vive con nosotros desde que mi abuelo, su padre, murió y lo más curioso es que, conforme mi hermano y yo hemos crecido, él se ha convertido en nuestro hermano pequeño. Ha tenido que oír muchísimas veces cómo lo llamaban subnormal, retrasado y todas esas delicias que no hacen más que describir de manera despectiva una mala suerte que lo marcó a él como nos pudo marcar a cualquiera. Sin embargo, y pocas cosas sé con tanta certeza, puedo asegurar que es de las mejores personas que conozco.

lunes, 10 de enero de 2011

-No puedo...

Y él apenas la escucha con la música estridente de la discoteca. La observa esquivar a la gente y perderse entre las cabezas que se mueven de manera similar. Piensa si es mejor resignarse del todo y quedarse ahí, fingiendo que de verdad está escuchando la canción que suena ahora y que disfruta de ese ambiente pese a estar devastado por dentro, o intentarlo una vez más. Sólo una vez más. De todas formas, intenta recordar cuántas veces ha dicho lo de sólo una vez más.

Ella, por otra parte, abre la gran puerta de metal y aspira el aire fresco de la madrugada. El corazón le late de una manera que no debería ser la habitual. No sabe lo que quiere, y lo peor es que debería tenerlo claro. Muchos deberías que se agolpan en su ser y la empujan a sentarse en el bordillo de un portal cualquiera, dejando sin más que pase la noche.

-Oye.
Ella lo mira, un segundo, porque no quiere volver atrás.

-No puedo, de verdad que no puedo, coño.

Y hace ademán de levantarse, para marcharse, para volver a su habitación o a mezclarse con la música; cualquier cosa que les impida estar a solas. Porque, en verdad, apenas han estado a solas. Siempre con más gente, buscándose con la vista, en clase, riéndose de la misma broma, huyendo a veces de ese juego peligroso. Y es que el juego era verdaderamente peligroso.

Ahora o nunca, se dice él.

Impide que se mueva. Coloca su brazo de manera que ella no pueda avanzar, pero sabe que sus tacones se detendrán del todo si se acerca demasiado a su rostro. Eso sí lo sabe. Y así lo hace, de golpe, de manera brusca, de una manera que no es nada suya, pero totalmente desesperado. La calle entera se detiene un instante y ellos se miran a los ojos. Ella en realidad no quiere marcharse, y por eso se siente la peor persona del mundo.

-Déjame, en serio.

Se arma de valor y se intenta zafar de él, que la intenta besar, y por un momento ella nota esos labios por fin, e implora a sus pestañas que sean fuertes, que no se cierren para que el juego continúe. Se va, en el último segundo se va, y la calle se pone en marcha de nuevo para devolverle a él el eco gastado y nervioso de sus tacones. ¿Por qué no, se dice él, si en las bocas de los dos vibra un ? Déjame, en serio, se repite en su cabeza.

Y vuelve a entrar a la discoteca, con un yo es que no puedo atravesado en la garganta.

viernes, 7 de enero de 2011

Quería que recibiera algo especial. Algo diferente. Y como a todos nos gustan que nos hablen de nosotros, en el buen sentido, eso decidí. Porque sé que ha sufrido mucho, al igual que mi padre y que su otro hermano, aunque estos dos últimos lo lleven más en silencio. Porque también sé que no le solemos decir cuánto la apreciamos, porque la mayoría de las veces prima su despiste, ese que le da un aire tan juvenil.

Sabía que se iba a emocionar. Porque la conozco, porque nos parecemos aunque ella sea más sentida y menos de piedra, porque en el fondo tiene mis dieciocho años. Sabía que se iba a emocionar poque todavía notamos la ausencia fresca de su madre, de mi abuela, y en las cenas de estas fiestas al tragar a todos nos dolía ligeramente, porque la verdad más difícil de aceptar es la de la muerte. Porque fue con la primera con quien rompí a llorar cuando me enseñó las pulseras que mi prima y yo le habíamos regalado, porque a pesar de su temblor me intentó consolar y porque también sé cuánto valen a veces las palabras.

Me esperaba sus lágrimas, pero no las de mi padre. Pero hoy, en un desaire más de la biblioteca, he sabido por qué. Porque me he marchado, y en la carta a mi tía, a mi madrina, hablaba precisamente de la familia, de ella, de todos, de la falta que me hacen porque son mi sangre y como tal palpitan dentro de mí. Porque no lo digo nunca, pero los necesito tantísimo como sigo necesitando a mi abuela, o simplemente una situación cotidiana en el salón de mi casa.

Porque son mi familia, y me emociono al pararme a pensar cuánto los echo de menos. Como también me emociono cuando pienso en ti, y en tu padre, después de haberte leído, y cómo me gustaría tener por un instante el poder mágico que te hiciera conocerlo. Que dejara de ser un vago recuerdo infantil de los tres años, y te abrazara, paliando todo el sufrimiento de crecer sin él, sin un padre que apoye tus pasos.

No obstante, además de la más difícil la más absoluta verdad es la de la muerte. Al menos a mi parecer. Y sí, en estas fiestas parece que se hace más presente, que nos pesa más en la piel. Pero también pesa más la compañía, el cariño, las risas de aquellas personas que por una suerte involuntaria van a estar siempre contigo. Por eso también yo voy a estar contigo.

domingo, 2 de enero de 2011

-Buenas noches, pequeñita.
La frase sonó atropellada y el gesto fue algo tosco. Le acarició la parte izquierda de la cara como con prisa, huyendo, sin llegar a deternerse en la mejilla para sacarle lustre a las yemas de sus dedos. Como siempre hacía, lentamente, para desafíar de manera leve al tiempo. Ella se revolvió agitada, pero sonrió, porque en los ojos de él había total sinceridad.

Sin embargo, subió las escaleras hasta su casa algo turbada. Sentía una quemazón en la mejilla, que se quejaba porque también estaba asustada. Tonterías, se dijo. Porque ella misma era tan tonta que creía en las señales, en el lenguaje corporal, en las pequeñas pistas que iba dejando el futuro. Se desvistió en silencio y cuando se soltó el pelo frente al espejo de su cuarto se acarició la cara, con sus manos frías, y en su mente resonó esa frase. Buenas noches, pequeñita.

Y se arrebujó en las sábanas, segura de su voz, y atendiendo a su deseo. Buenas noches. Se durmió sin dificultad, pero esa noche sus sueños fueron grises. Temblorosos. Y temió que ese gesto más bruto de lo normal fuera precisamente una de esas señales, un ápice de destino que se torna premonición en su mente adolescente.

Se despertó contrariada, con ganas de besarle y asegurarse de que no iba a escapar. Se propuso llamarlo, taparse con su presencia y así poder soñar en contraposición a los sueños turbios de la noche. Corrió temprano a su casa, para sorprenderlo. Nerviosa aguardó en su portal a recibir una respuesta que acallara todas las malas voces. De manera involuntaria se echó la mano a la mejilla de nuevo y sintió que su estómago desfallecía.

No lo quiso creer, pero en el fondo sabía que era cierto. Él, dándole la razón a la irracionalidad de un gesto mal repetido, se había ido.

viernes, 31 de diciembre de 2010

Libélulas.



Octubre de 2007. Quince años. Poca incertidumbre en el cuerpo y muchas ganas de sentir, de conocer, de probar. El mundo podía estar en mis manos pero yo no me atrevía a mirar dentro de mis puños cerrados. Gran Vía. Atestada de gente que disfruta de las fiestas y busca algún capricho que agenciarse. Me paro ante un puesto porque me llama la atención el cartel: Acero quirúrgico, no da alergia. Y pienso que qué casualidad, voy a mirar a ver si veo algo. Rozo con los dedos muchos colgantes, y de repente me detengo en uno, todavía no sé por qué, y lo compro. Y lo deposito en mi cuello hasta hoy.





A veces pienso en por qué la llevo todavía. Y de alguna manera me contesto que lo importante es lo que simboliza. Porque a partir de ese octubre y de esos quince ha sido un torbellino, una prisa constante para crecer sin perderme nada. Era una niña que comenzaba a trastear en la vida, sin más.

Mi balance de 2010 es ese, libélulas. ¿Por qué? Porque ha sido el año del cambio, del recibir todo aquello para lo que nos estábamos preparando. He tenido que pensar, sin vuelta atrás, en un futuro que me quedara bien, y los dieciocho han comenzado a pesarme en la espalda. La transición, me imagino, a la vida adulta. Y yo con la libélula en el pecho, sintiéndome todavía una niña, sin asimilar que iba a marcharme, que había sido un año lleno de disgustos pero también maravilloso, y que todo eso se iba a quedar atrás, en Zaragoza.

Marcharme. Debía ser consciente de alguna forma que me recordara este paso, este cambio, y también que no me dejara olvidar a la niña de quince años que se moría de frío hace cuatro octubres. No sabía lo que me esperaba, pero sí era consciente de que no quería que toda esta vida tortuosa y llena de zierzo se me escapara entre los dedos. Una determinación, sólo un signo, una señal de esas tontas que me gustan a mí... Y vino a mi cabeza. Libélulas. La semana de mi marcha conseguí atreverme y construí esa señal.

-A mí no me gustan las libélulas. No me mires así, que no es por ti, es que en Argentina cuando va a llover siempre salen, y yo siempre he odiado la lluvia.

Fueron las palabras de aquel que me ayudó a erigir mi marca, mientras escuchaba el inconfundible sonido mecánico. Mi trozo robado al pasado, para que no fuera capaz de marcharse, al menos no enteramente. Así que aquí está. Aquí estamos mis libélulas y yo. Sobre y en mi piel. Recordándome que he cambiado de vida, que he evolucionado mucho, pero que sigue habiendo partes de mí que están intactas. Que este 2010 ha sido importante por tanto cúmulo de responsabilidades y despedidas.

Pero que siempre vuelvo. De una manera o de otra. Como mis ojos a los ojos de ese octubre frío, cuando se posan en mi tobillo, y recuerdan lo que esa marca significa. No me enfado cuando hay gente que me deja ver que es un dibujo tonto que no simboliza nada. Ellos no lo saben, pero yo sí.


Libélulas...


lunes, 27 de diciembre de 2010

Me gustaría que no fuera así pero no puedo evitarlo. De verdad. Es más, esta vez ni siquiera está todo en mi mano. El frío de estos días me está succionando el pequeño resquicio de conciencia que todavía me quedaba. No es que disfrute estudiando y volcando mi tiempo en esa labor, es que no me queda otra alternativa en estos días. No es cuestión de prioridades: es que toca, hoy y mañana y pasado, sin más. Es lo que ahora toca.

Me froto los ojos y se me quejan en silencio porque no puedo dormir bien estos días. Ojalá pudiera, pero el volcán en activo de mi pecho no me deja. Debería aprovechar cada segundo de libertad que me permito, pero llego a él con el alma cansada y los pies sin querer despegarse del suelo. Sólo busco dormir, y que se acabe este frío que mata. Este, y el de fuera también.

Me gustaría que no fuera así... Pero ya he dicho que no puedo evitarlo. Preferir ahora el silencio y la de mí misma la única compañía. Mientras los días pasan y los noto desaprovechados y, sin embargo, no percibo ningún síntoma de arrepentimiento.

viernes, 17 de diciembre de 2010

¿Qué queremos exactamente? ¿Qué es lo que nos mueve a buscar? Buscamos alguien para liberarnos una noche, o alguien para caminar con él de la mano. Buscamos un instante de consuelo etílico o evitar beber para que no podamos decir ni hacer nada de lo que luego podamos arrepentirnos. Buscamos redimirnos e intentar pensar en no salpicar a nadie de dolor o hacer lo que más alivie nuestra angustia, que crece, independientemente de quién esté por medio. Buscamos el hogar de aquí, o el hogar que dejamos reposar hasta Enero, sintiéndonos extraños.

Qué buscamos exactamente. Yo no sé si busco unos labios o los míos propios cortados del cierzo. Busco no hacernos daño y no enturbiar nada de lo vivido. Quitarme esta pesadez de encima y curarme un poco más las ojeras, porque tal vez si me duele menos por fuera también dolerá menos por dentro. Busco un tiempo muerto, una regresión en la memoria, para no tener tantos nombres y tantos rostros que me bailan mezclados con humo y sabor a ron. Busco momentos que ya viví, que se consumieron, y que me están abriendo las cicatrices. Para que no olvide que siguen ahí.

lunes, 13 de diciembre de 2010

La gente vende sus recuerdos. En cada esquina del rastro de Madrid había una mesa plegable mal puesta llena de pequeños detalles que otros disfrutaron y que ahora ofrecían al resto del mundo. ¿Necesidad? No lo creo. Mi sospecha fue, simplemente, que en lugar de acumularlo en un trastero y habilitarle el hogar a las motas de polvo prefieren dejarlo ir, sin más. Porque al fin y al cabo es lo mejor que podemos hacer, dejarlos ir. No son más que recuerdos, y el balance suele ser negativo cuando nos paramos ante ellos: duelen más que traen alegría.

Por un momento los he envidiado. Por saber desprenderse de todas esas viejas historias, y he recordado un relato del genial Carlos Castán -escritor destrozacorazones donde los haya-, en el que el protagonista narraba cómo cada cierto tiempo debía hacer limpieza de sus cosas antiguas y las metía todas en bolsas de basura negras. Un día, cansado de hacerle el amor a la que no dejaba de ser su exnovia, decidió romper también con ese recuerdo y ella misma acabó en una bolsa de basura negra. Decía que esas bolsas significaban la suciedad de su vida, los resquicios que ya de nada servían.

He pensado en qué pasaría si se rompiera la mía. Si borrara todos mis recuerdos hasta hoy, o no me diera tanto miedo dejarlos marchar. Me he imaginado en el rastro de Madrid, un domingo por la mañana, con mi vida desnuda encima de una mesa plegable.

O al menos una de ellas, porque estoy como perdida. Insegura, hecha un lío entre tanta vida simultánea. Por un momento olvidé Zaragoza y pensé en Carlos Castán, y en toda esa gente que vendía hasta el más mínimo fragmento de su alma este domingo. Porque simplemente querían hallar una nueva.

viernes, 10 de diciembre de 2010

A veces me ocurre, que me pregunto si con los años no estaré yendo hacia atrás en lugar de hacia adelante. En mi idioma personal, ir hacia atrás significa perder esos puntos espontáneos que me surgían antes y que me hacían escribir historias totalmente imaginativas. La verdad es que no quiero anquilosarme, ni sentarme con las piernas cruzadas a esperar a que me consideren una adulta y poder demostrarlo.

Me asusta, y mucho, caer en la rutina absurda de separar imaginación y capacidad de crear. De crear, de escribir, de narrar lo que me toque narrar y ese hecho arrincone otras capacidades. Ya apenas dibujo, pero sigo recordando la satisfacción de encontrarme los dedos llenos de carboncillo y mancharme la nariz -siempre y cuando el resultado fuera bueno-. Muchas veces pienso en comprarme un lienzo, o algo que me impulse, pero se me acaban, y esto es cierto, anquilosando las ganas.

Sonrío con las quinceañeras locas que desprenden ganas de todo. Porque me recuerdan a mí. Y no sabéis, sin más, lo congelada que se me queda la sonrisa en los labios cuando soy consciente, y me siento mayor.

Dios mío, dulces quince años llenos de sueños y de ganas y ganas de escribir...

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Están en silencio. En un silencio absoluto. Tienen todo el aula para ellos pero, aun así, cada uno ocupa una esquina de la estancia. Las persianas están bajadas, aunque todavía se cuelan un par de rayos del sol frío de noviembre. Se miran intermitentemente, como oteándose las curvas del cuerpo. Como si no conocieran el cuerpo del otro lo suficientemente bien como para dibujarlo con los ojos vendados.

Pero ahora se sienten desconocidos. Después de tanto tiempo, se les cuelan en estos momentos los segundos entre los dedos, como si nunca se hubieran tocado o nunca hubieran soñado con tocarse. La mirada de ella es triste, él apenas abre los ojos. No han llorado, porque ya lo hicieron a solas. Apenas han dicho nada tampoco, porque aún sienten que la magia puede existir y puede guardarse en un tarro de cristal. Sin embargo ambos comprenden que ese momento es demasiado doloroso como para querer guardarlo, y esperan con paciencia el momento de marchar y enfrentarse al otoño por caminos separados.

Ella toma la iniciativa. Se mueve, como por un escalofrío, y se baja de la silla donde estaba sentada. Él, acto seguido, piensa que la esperanza existe y que todo se va a arreglar. Pero ella solloza, y la realidad se rompe en pedazos. Qué agujero negro abriéndose en el pecho, piensan.

-Me tengo que ir-dice ella.
-Lo sé.
-Creo que te he dejado de querer.
-También lo sé...

lunes, 29 de noviembre de 2010

Siempre que algo me parece realmente bonito pienso inmediatamente en francés. C'est jolie. Aunque no concuerde con el contexto, me sale solo. Creo que es porque el sentido más estricto de la palabra bonito lo asocio a París y a la vida que me dejé ahí cuando fui efímeramente. Porque supe que volvería a buscarla y no me movería más de ahí.

Sin embargo, lo más bonito que siento ahora es poder sonreír un domingo por la noche en un contexto diferente. Haber perdido el miedo a estar lejos sencillamente porque aquí también estoy cerca. Es agradable no sentirse sola, y ser parte de una familia peculiar compuesta por muchos, muchos huérfanos que día a día comparten la misma estructura de vida y el mismo edificio.

Un placer el frío de Madrid, abandonar botellas de ron, bailar como hacía mucho que no hacía, casi llorar en la estación de cercanías, ser pseudoabandonada, oler el Otoño de aquí, reír demasiado e ignorar muchas miradas, y sobre todo quemar una noche sin dormir hasta que amanece. Que ya iba olvidándolo.

Así, en frío, parece una ironía. Pero de veras lo digo. C'est jolie.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Qué nariz más fría.
Lo pienso mientras camino y el frío me corta las mejillas, aunque estén tapadas por el pañuelo de siempre. También pienso que debería actualizarme, vestirme con más color y dejar de ser tan gris en algunos sentidos. Pero me paro a observar las calles heladas de Getafe y siento que todo el color que quiero ya lo tengo aquí.

La alfombra que cubre las baldosas, el tiempo que pasa y deja su huella. Una mezcla de la esperanza del naranja y el novoyavolver de los tonos tierra. Aunque sea mentira: todos sabemos que siempre vuelve.

Por mi mente pasan cientos de historias románticas que me gustaría rodar. Cientos de historias a secas que me encantaría rodar. (Siempre he elegido los sueños más difíciles). Y de veras creo que el amor tiene que tener estos colores, tiene que estar hecho a base de otoños consumidos, con ese frío que no es tan, tan frío porque el sol brilla, si hay suerte, y parece que le estamos robando instantes al verano. Sonará Sabina, seguro, porque aunque su espíritu ande algo encorvado sigue siendo un artista en las canciones más bonitas del mundo.

Tenía que hacerlo. Escribir para esta estación, para el único mes que escribo de verdad con mayúscula y que me vuelve loca. Porque respiro el frío que se despereza, y todos los segundos me parecen segundos retratables en un lienzo. No sé por qué me vuelve tan loca. Me vuelven tan loca. Otoño y Noviembre, como un cuento que nunca acabo de relatar...


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Me mira a los ojos y no sé qué decirle. Me gustaría mentirle pero sé que eso no estaría bien. Siento que ya no confía en mí como antes y puedo notar ese miedo del que todas hablan... Se me está yendo. Se está marchando sin que yo pueda hacer nada porque, en teoría, es lo que corresponde. A ella y a mí, a todas nosotras.

Sigue en silencio porque espera una respuesta. Pero no va a llegarle. ¿Por qué ya no puedo hablarle como antes y ver cómo bebe de mí, cómo encuentra en mi figura alguien a quien seguir y a quien acudir cuando se está perdido? El tiempo no cura nada, sólo abre heridas y las deja marchitarse, para que un movimiento brusco las haga doler todavía más. ¿Cuántos segundos han pasado ya?

Parece que la veo pegada a mis rodillas, otra vez. Esperando a que la coja de la mano y la lleve a un sitio que, aunque sea mentira, no haya visto nunca. Ya no puedo darle nada. Nada nuevo, nada que la motive y la invite a sonreír. Me he quedado vacía porque le he dado todo lo que tenía demasiado rápido. A mí crecer no me dolió tanto.

¿Por qué con ella... sí?

martes, 23 de noviembre de 2010

-Me duele el pecho- decías.



Y a mí ahora me dueles tú, porque ya no estás.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Hoy te he echado de menos. Sí, a usted, pecho que me sujeta y me ha sujetado hasta hace unos minutos; y a ustedes también, manos enormes que me cubren la espalda a la altura de la cintura por completo. Hoy os he tenido a todos y os he echado de menos todavía.

Estaba a punto de entrar en un estado avanzado de congelación y aun así tenía la suficiente consciencia para desear que vinieras y me abrazaras por detrás para cortarme un poco el frío y un mucho la respiración. He pensado también que me parece un ritual maravilloso el de consumir todas las ganas de la semana en tu cama y acabar acurrucados porque el frío continúa y nosotros no vamos a pararlo con nuestro fuego.

Ya te he echado de menos teniéndote a un milímetro y también cuando subía las escaleras de mi portal y me volvía para verte a través del cristal, sonriendo o sacándome la lengua, después de decirme otra vez que me querías. Porque todo es un hermoso cuento a tu lado, y prefiero no pensar en las veces que nos amamos desde la distancia y ya no son dos minutos lo que nos separan. Porque me maldigo por no estar ahí, por acompañarte, por timbrarte después de haber estado estudiando, y no sé, ver la tele, besarnos, discutir o cualquier cosa.

Pero lo cierto es que te echaba de menos porque ya sé cuánto te echaré de menos estos días que se me vienen encima. A tu pecho, a tus manos, a tus bromas desmesuradas. Te he echado de menos a ti, a ti entero, pero con una sonrisa en los labios.

Mañana, cuando despierte, pensaré en ti y sabré, a diferencia de otros días, que seguro que voy a verte.

martes, 9 de noviembre de 2010

Comía con los dedos cuando todos los demás no nos atrevíamos por pudor o temor a quedar mal delante del resto de la residencia. A veces salpicaba sus jerseys de aceite y otras, simplemente, derramaba agua de su vaso o reía con la boca abierta. A cada bocado se le unían un par de miradas más.

Y había veces que, sin más, levantaba la vista y nos sonreía con amabilidad. Sin pizca de maldad. Era entonces cuando a todas se nos escapaba un suspiro de chico imposible, de cuento de princesas, de anhelo de cita perfecta.

lunes, 8 de noviembre de 2010

He vuelto a mi segundo cuarto, en el que paso mi vida de estudiante, y las arrugas de las sábanas estaban intactas. También la posición de la almohada, ligeramente contra la pared, y todos los objetos que dejé encima de la cama para que no siguieran esparcidos por el suelo. Se me ha caído un suspiro sin quererlo cuando he visto los restos de la merienda del viernes, y me he acordado de ti en mi mundo de aquí, tan extraño, con tu sombra proyectada en la pared haciéndome sentir viva. La lucha de cuerpos desnudos que desempeñamos y que acabó formando todas esas arrugas en las sábanas, las mismas que he visto esta mañana.

Al entrar en el baño me he encontrado también la ducha tal cual la dejaste, después de que terminaras de eliminar de tus músculos el jabón y yo me secara rápidamente porque me moría de frío. Tú decías que hacía calor.

Lo estaba deseando desde hace mucho tiempo, pero ahora qué difícil me resulta la separación de mis mundos otra vez. Y es que me encuentro con que aún es lunes, y con el recuerdo de uno de los fines de semana más maravillosos que recuerdo. Contigo, mi mundo de allí, unido a mi mundo a regañadientes de aquí. Las escaleras del metro con tus labios acercándose a mi pelo mientras subimos o bajamos, o yo revolviéndote el pelo porque sé que te gusta.

Y, ahora, un lunes sin ti. Doliéndome tu ausencia y deseando el bálsamo mágico que me cura. Contando los segundos.

viernes, 5 de noviembre de 2010

¿Que por qué no te hablo y evito mirarte a los ojos? No es porque te odie o pretenda que tú hagas lo mismo conmigo. En realidad lo que menos deseo es que me odies o dejes de mirarme a escondidas porque temes que te descubra y te queme la vida desde mis propias pupilas. El tiempo pasa demasiado despacio cuando te tengo cerca, cuando te observo intentar acercarte para acortar el espacio de tensión que nos separa. ¿Que qué has hecho mal?

Que no eres mío, que no te tengo y sé que no te voy a tener nunca. Porque te conocí siendo ya de otra y eso no va a cambiar. Porque tengo que luchar con eso a cada minuto mientras te sigo queriendo en silencio, haciéndote creer que te odio, cuando todo lo que pretendo desde que me levanto es cruzarme contigo. Rozarte, levemente, y pedirte disculpas con voz cortante. Para que pienses -sin ninguna duda, por favor- que jamás voy a ser capaz de quererte.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Tengo que aprovechar el momento para escribirte, ahora que la música me habla de ti, otra vez. Ahora que me viene envuelta en nostalgia la sensación de estar tranquila en tu cama, mientras tú te duchas, oyendo el repicar del agua y pensando en la pereza que me da vestirme. Con la canción que nos toque ese día, los minutos por delante para pensar qué hacer, las ganas de aprovechar el tiempo... Y tú, que sales de la ducha, abres el armario para vestirte y yo sigo tumbada en la cama, con los ojos cerrados. Para quedarme dormida y no despertarme de ese momento.

And love is blind and that I knew when,
My heart was blinded by you.
I've kissed your lips and held your head.
Shared your dreams and shared your bed.
I know you well, I know your smell.
I've been addicted to you.

miércoles, 27 de octubre de 2010

A veces la otra línea cruza justo a la vez las vías que se rozan y es como estar en una película de ciencia ficción. Por un par de segundos el sonido se hace ensordecedor y parpadean las luces que se cuelan por la ventana, como si fuera a llegar el fin del mundo.

Pero sólo dura unos segundos. Luego continúa el frenesí pausado de las paradas que se suceden, la gente que viene cargada, los que no se han quitado el abrigo y se mueren de calor, y también aquellos que se han entregado a Morfeo y seguramente ya se hayan pasado de parada. Ayer unos chicos sentados a mi lado hablaban sin parar en árabe, para de vez en cuando, y sin saber por qué, soltar un par de frases en castellano. Intercalaban los idiomas con una facilidad pasmosa, y a mí me pareció totalmente mágico. Cómo me gustaría controlar así una lengua propia, en lugar de chapurrear unas cuantas palabras en aragonés.

Yo me entretengo observando a la gente, intentando adivinar los títulos de los libros que leen y recordando el sabor del metro de París. Cuando no está concurrido y se sortean codazos para llegar a las puertas, la cosa está mejor. No obstante, me sigue pareciendo un escenario maravilloso para un montón de historias. Como las estaciones de autobús o los aeropuertos.

Me gusta ir en metro, a fin de cuentas, porque se me antoja como una novedad constante, con intimidades muy aisladas, muchos pares de ojos... Y ya sabéis cómo me gustan las miradas.

martes, 19 de octubre de 2010

Es muy duro que te rechacen por estar enamorada de otra persona. No deja de ser algo injusto que te acostumbres a la presencia de una persona para que, tiempo después, se esfume porque es ya consciente de que no va a conseguirte. Y por ello considera que el resto de tu ser ya no merece la pena.

Una terapia para echarle una mano al olvido. Para que no duela tanto. Para posibilitar la entrada de otra chica en la cabeza, para que no nubles tanto el camino que esa persona avanza. Pero no hay que olvidar que mi corazón también palpita, que yo también siento, que amar a alguien no significa que no pueda amar sin besar a mil personas más. Se me hace daño, y lo peor es que parece que es la parte que me toca, porque el destino me ha conferido el papel malo en esta historia.

Hay personas que me gustan, con las que de verdad disfruto, porque me llenan y verlas sonreír es como un impulso a mis propios labios. Por ese motivo duele su marcha, sobre todo si tienes que verlas, si van a estar en tu vida. Porque ahora ya te han negado la entrada.

No puedo disculparme por amar, por estar enamorada de él, por ansiar el viernes para que sus manos me recorran y podamos caminar juntos. Tampoco puedo elegir porque sería impensable: en mi boca vibraría su nombre antes incluso de formular la pregunta.

jueves, 7 de octubre de 2010

"Recuerdos maravillosos y recuerdos tristes que conforman el mural más completo e íntimo de mi vida, de mi identidad, porque no puedo ser yo si no encuentro tu voz ni el amanecer de tu rostro.
Tendré que buscar otra luz mientras no pueda ver tu sonrisa y te aseguro que asusta, te aseguro que de verdad acojona. No he podido escuchar esa canción de Journey en toda la semana, mi mente ha ido esquivando la idea, sorteando la tentación, y ahora mismo es esa melodía la que guía estas líneas... Nunca había entendido tan bien y profundamente esta letra.
No sé cómo hacerlo, ni siquiera dónde estoy.
Porque no solo te vas tú, contigo se va lo mejor de mí y te aseguro que no es mentira ni
exageración alguna.
Es increíble cuánto necesitaba llorar. Y no imagino cuánto me queda por hacerlo todavía, cuántas noches veré tu imagen velada por mis lágrimas ni cuántas tardes me giraré en tu plaza al pensar que te veo."

Es increíble la fuerza de tu influencia un mes después de esas palabras. Es increíble que sigamos vivos, que haya pasado ya un mes, y que queden tantos otros. Todavía no me atrevo a escuchar mucho esa canción. Pero qué bien sienta cuando lo hago. Porque te trae a ti, de nuevo. Conmigo.
(Creo que no necesito decir de quién son las líneas arriba citadas).




Right down the line It's been you and me...

miércoles, 6 de octubre de 2010

Al salir a correr me han venido a la mente las vueltas a los campos de fútbol sala de esos martes y jueves muertas de calor o muertas de frío. Las que se paraban, las que querían acortar pero el murete no les dejaba, las que se quedaban atrás, Andrés mirando el móvil, las vueltas extra por pasarnos de listas que nunca hacíamos... Siendo unas niñas, y luego no tanto.

Los viernes sueltos, los domingos de partido. El nunca querer jugar y el no querer que me quitaran cuando ya estaba en el terreno de juego. Buscar incansablemente el color azul con la mirada, lanzar lo más fuerte posible el pase, sin que botara. Animar a la portera, darle siempre al empezar el partido un toque en el casco, las risas robadas a la preparación de una falta o la mala leche de cagarla, conscientemente, y saber que ya no había nada que hacer.

Los gritos desde la banda y los oídos sordos cuando Andrés y Alfonso hablaban a la vez y nos decían cosas distintas. Los golpes, las uñas rotas y los cabreos tontos de Miriam o el recelo de Begoña a pasarnos la bola. Los estiramientos del final, cuando estábamos reventadísimas y sólo queríamos ducharnos e irnos a casa.

El frío de enero y el sol inaguantable de mayo. Los dolores, el agotamiento y la ausencia de cambios en el banquillo. Las botellas de agua, que iban y venían, y el temor a caer en el césped corto y afilado, rasgándonos la piel levemente. La desesperación por interceptar un pase, impedir un gol o entrar en el área para que el gol fuese válido.

Tantas cosas... Que me faltan ahora, que echo de menos y se agolpan en mis recuerdos como tantas otras. Cosas que me han venido hoy a la mente, mientras corría y notaba la ausencia del stick en las manos y el césped mullido y mojado bajo mis botas de jugar a hockey.
Regresó, aunque muchos pensaran que no iba a hacerlo. Todos le buscaban cicatrices, heridas de guerra, pero no se las veían; tenía heridas, todavía, que palpitaban dolorosamente y le supuraban angustia, pero iban por dentro. Lo peor iba por dentro.

Se alegraron, lo cubrieron de vítores, de lágrimas, de alegría. Todo era felicidad porque, aunque hubieran muerto miles de personas, él había regresado. Estaba sano y salvo, y todo el mundo le felicitaba. Había vuelto al hogar entero, aparentemente, y todo apuntaba a que debía sentirse orgulloso por ello.

Estaba en casa. Lejos de las bombas, de los compañeros muertos, de la sangre ajena en su rostro y del dedo tembloroso apretando el gatillo. Debía sonreír, congratularse de su suerte. Ya no había gritos de puro temor y últimas respiraciones. Ya nadie imploraba ni ninguna piedra que caía helaba los corazones de aquel que aguardaba en silencio.

Estaba en casa... Pero sólo de día. Sólo cuando todo el mundo estaba despierto y, por descontado, él también. Por la noche volvían las heridas de bala en sus pesadillas. Cuando conseguía dormir, a su pesar, era consciente de que iba a estar condenado el resto de su vida. Por la noche volvía a la tierra entre las uñas, el miedo y la piel hecha jirones. Volvía, en un bucle infinito, al campo de batalla.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

A través del cristal contempló muchas despedidas, pero sólo se fijó especialmente en las que incluían besos en los labios. La había acompañado a la estación, pero, sin saber todavía muy bien por qué, esta vez no se habían besado. Y ahora ya no lo veía. Ya no esperaba en el andén a que el bus se marchara y los dejara con un nudo en la garganta, se había ido antes que ella; en realidad se habían ido los dos hacía mucho tiempo.

Sintió ganas de que a su lado se sentara un desconocido, que la mirara con ojos profundos y se convirtiera de repente en el hombre más misterioso del mundo, en el único que pudiera quitarle esa pena tan agarrada a la piel. Esa ausencia de él. La eterna pregunta de por qué si antes sí, ahora ya no se querían.

Eran una maldición esas estaciones. Llenas de cadenas rotas y de gente que se va, que viene, unos tristes y otros ya sin tristeza. Fantaseó con la idea de no volver nunca más, y cerró los ojos sabiendo que era imposible, mientras seguía esperando a ese desconocido. La sobresaltó un cuerpo a su lado y vio a un niño que se acurrucaba en el asiento de al lado. Contempló a su compañero de viaje y el bus se puso en marcha.

Lo que no llegaba a sospechar es que él sí que la estaba observando. Esperando que el bus se fuera. Como siempre, aunque ya no se besaran en los labios.

lunes, 27 de septiembre de 2010

A mucha gente la ha pillado de sorpresa, en pantalones cortos, sandalias y minifaldas. Yo lo observo en silencio porque siempre lo hago, y aunque su aliento está matando de dolor a mi garganta vuelvo a agradecer su vuelta. No sé qué tipo de esquizofrenia me hace amarlo tanto, pero es notar su tacto frío y sonreír.

Pronto cobrará más fuerza, se repondrá de su letargo, y nos cubrirá con su efecto naranja, haciendo crujir nuestros pies y aumentando las ventas del chocolate caliente. Cuando me preguntan que por qué, que no es ni frío ni calor, sino una ambigüedad injusta y débil, no sé qué responder. Supongo que aprecio más este sol y que ahora que estoy lejos me gusta más su zierzo perezoso, el que nace en estas fechas para desnudarnos a todos en enero.

También será porque abarca noviembre. Por muchas cosas más, por las chaquetas que han dormido dentro del armario, por su cálido abrazo y porque me pasaría protegida detrás del cristal de la ventana los tres meses, mientras lo miro. Porque me recuerda a él, al primer beso, a nuestros primeros meses turbulentos. Porque siempre vuelve. Mi otoño de nuevo.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Debo centrarme en vivir, que es lo que más me gusta. Sin embargo, no puedo evitar pensar en lo difícil que se me está haciendo tener el hogar lejos y no ser capaz de hacerme uno de reserva que le dé de comer a mi alma en los momentos de desazón. La filosofía que aplico en estos momentos es la de la calma, y la de esperar, pacientemente, a que vaya tomándole cariño a ese otro sitio que ahora sólo se me antoja como el causante de la lejanía.

Ha sido un paso de gigante, y mis piernas estaban acostumbradas a caminar a pasitos cortos, sinuosos, sin mucha más trascendencia. Pero ahora es distinto, ahora estoy sola porque así lo he elegido, porque así lo he creído necesario para, por fin, hacer algo que me gusta. A ratos me embarga la esperanza y a otros la más profunda tristeza. Es algo de lo que no me puedo evadir, pero que intento trabajar para no ver los días getafenses tan grises y llenos de cuchillas. Hay momentos para todo, y espero que los buenos sigan creciendo para que no se me haga tan complicada la llegada del gran gigante de hierro que me monta en sus cuatro ruedas para volver a la capital.

A veces me siento asustada, y es entonces cuando el nudo en la garganta se me hace más grueso. No obstante, suspiro y me armo de valor. Me he enfrentado a otras batallas, y todas me han hecho más fuerte. Puedo sobrevivir a una más...