lunes, 27 de octubre de 2014

Susurros.

Nunca he renunciado a la existencia de las maravillas, pero debo admitir que en los últimos años llegué a creer con fuerza en que no iban a ocurrirme a mí y acepté que debería vivirlas a través de personas cercanas de mi entorno más afortunadas. Sin embargo, e imagino que es normal por mucho que a veces nos veamos acabados, supongo que algo que tiene la vida es que en tantas idas y venidas alguna vez consigue sorprendernos.

No veo el momento de girar la llave en la cerradura de mi casa y entrar en ella contigo detrás, agarrándome de la mano o llevando cualquier tipo de maleta, bromeando mientras yo enciendo la luz y compruebo si hay cosas por fregar en la cocina. Jamás pensé que llegaría a desear y valorar cada detalle de una vida corriente y tú consigues que comprenda a esa gente que no necesita nada más y que sonríe por lo poco que tiene y por con quién lo comparte. Nos veo en una de esas líneas temporales continuando nuestra acumulación de hoteles y colchones distribuidos por diferentes partes que pronto seguirán sumando ruido de muelles y cajas de pizza abandonadas en otras habitaciones diferentes.

Soy incapaz de arrepentirme de cada palabra que te dedico en susurros, cuando vuelvo a ser piel y huesos pero no por un vacío sino por que tú me reduces a mi esencia, a lo que soy y a lo que siempre voy a ser pero que a veces bizquea según las circunstancias que me rodean. Tú me has encontrado desnuda sin vuelta atrás, y en esos momentos de agarrarme a tu piel y reaprenderme tu olor pegada a ti podría hablarte de cualquier cosa, resquebrajar cada capa de dureza que he ido creando y cada parche de piel que cubre todos mis recuerdos dolorosos y susurrártelo porque quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie. Porque sé que puedo. Porque sé que eso forma parte de la magia de habernos encontrado.

Nos imagino en un piso con chimenea mientras amanece y no tenemos ningún arma para luchar contra ello porque la luz que entra por las ventanas es inmensa a pesar del invierno y el ruido del mercado africano de la calle comienza a irrumpir en el 9 de la rue de Suez en París.

Entonces te observaré enmarcado en las paredes blancas y mientras hacemos café miraré tus ojos amarillos y seré consciente de nuevo de que estaba equivocada. No en que existían las maravillas, porque eso nunca lo negué, sino en que existirían para mí. En que me harías creer en que existen para los dos.

martes, 21 de octubre de 2014

Estaría mintiendo si dijera que soy la amante perfecta. Suelo procurar ser honesta porque me gusta que lo sean conmigo, así que no: no lo soy. He pasado tiempo sin saber qué significado tenía ese verbo del que deriva el adjetivo, y durante meses estuve convencida de que vendrían otros tiempos en los que yo seguiría sin saber amar, pero que serían tiempos igual de potencialmente maravillosos como podrían serlo en otra ocasión. Aunque incluso en mi mente, caliente de sangre y pensamientos, la afirmación sonaba fría.

Fría como yo, a ratos, porque no, no soy la amante perfecta. Me arrebataron mi independencia y por eso ahora siempre la tengo presente; si bien en los últimos meses he sufrido conflictos en este sentido, porque podría decirse que factores externos comenzaron a resquebrajarme. Suena destructivo, pero nada más lejos de la realidad: me estaban edificando de nuevo. Creando. Lo estaba haciendo yo, en parte, dejándome llevar por todo aquello que pensé que ya no era para mí.

Hay muchas variantes y circunstancias que nos rodean y afectan, y mi caso no es diferente. Lidio y convivo con ellas y me acomodo junto a muchas otras que han erigido estos últimos meses mi día a día haciéndome diferente. Más intensa, tal vez. Más llena de pasión. ¿Más amante? No lo sé.

Amo más. Pero no sé si eso me convierte en más amante. En el fondo sigo siendo la misma; la misma torpe y desapegada, la misma celosa de sus principios, la misma que tiene presente el pasado sólo para que no vuelva a repetirse. No se ha ido. Pero ahora estoy despierta, dispuesta, expectante, animada, enérgica, esperanzada, optimista. Soy una persona renovada, construida encima de mí misma, sin rechazarme, completándome a través de esa calidez que hace meses ya no conocía. Aunque siga sin ser esa amante perfecta, ni me interese serlo: la perfección acabaría trayendo hastío y desinterés, y justo es ahora cuando me han vuelto las ganas de comerme el mundo.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Los miércoles suelen ser sinónimo de mal día. Los malos días suelen traer momentos y situaciones que magnifico negativamente. Es la pescadilla que se muerde la cola.

Sin embargo, camino con prisa por la calle y me cruzo a un crío que no tendrá más de tres años corriendo y jugando. Miro su cara de felicidad y me parece una criatura pura, inocente, sin todavía esa maldad adulterada y humana. Sonrío internamente y se me contagia esa sombra en los labios.

Me doy cuenta de que la clave no es esperar que el equilibrio llegue a los demás. Sino en trabajar en que se cumpla el mío propio.

viernes, 3 de octubre de 2014

Oigo tu voz
siempre antes de dormir.
Me acuesto junto a ti
y aunque no estés aquí
en esta oscuridad la claridad eres tú.
- Álex, ¿me copias? -. No hubo respuesta.- Álex, me cago en la leche, ¿me copias o no?

La voz distorsionada por los mecanismos del walkie-talkie rompió el silencio del museo.

- ¡Sí, sí, sí! Perdona, que estaba en el baño. Te copio, te copio, faltaría más.

- En fin... Te pegas la vida en el baño. A ver, el sistema dice que la puerta del personal de la sección nueve está abierta. ¿Puedes ir a comprobarlo? Algún guiri curioso otra vez, supongo.

- Vale, ahora te comento.

Se colgó el walkie-talkie del cinturón y se desperezó mientras se rascaba los ojos. Al mirarse las manos vio un rastro negro y pensó Mal día para ponerse rímel. Para Alexia Roldán ese era el día en el que cumplía un año como vigilante de seguridad en el museo de cera. Había conseguido el puesto de casualidad gracias a un contacto y desde entonces pasaba gran parte de sus noches canturreando por los pasillos o iluminando con su linterna rostros reconocibles al azar y hablando con ellos. A veces se sentía en un recinto lleno de mudos; le rodeaban figuras humanas aunque no estuvieran hechas más que de cera. Y aunque algunas, por mayor o menos maña del creador, parecieran cualquier cosa menos humanas.

En todos aquellos días se había convertido en la mejor guía turística del lugar, aunque todavía no se había atrevido a colar a nadie. Se lo conocía como la palma de su mano, así que no le costó gran trabajo llegar al sector nueve.

Una vez allí, iluminó la puerta de servicio y, efectivamente, la encontró abierta.

- Estoy aquí. La cierro. Te copio.

Y, distraída, fue a cerrarla empujándola con la pierna como había hecho tantísimas otras veces. Había ocasiones en las que los visitantes se aventuraban por los accesos restringidos, como si esperaran encontrar algo misterioso que no fueran paredes grises, alguna fregona y mucho polvo. Hasta el momento nadie había encontrado un portal a otro mundo o un botón que insuflara vida a las doscientas veinticuatro figuras que allí habitaban.

Sin embargo, la puerta no se cerró. Extrañada, Alexia se aproximó y escrutó levemente el hueco. Se agachó y puso el foco de luz en el suelo. Había una pequeña pieza que impedía que la puerta se cerrara. Fue a cogerla, pero al hacer el movimiento se percató de que había algo tras la puerta de servicio del sector nueve. La abrió e inspeccionó lo que impedía el cierre y había hecho que saltara la alarma en la central. Había algo allí detrás, tenía que empujar la puerta, y en ello estaba cuando se le cayó la linterna.

El sonido amplificado por los pasillos vacíos la sobresaltó. Se sintió tonta por el susto, y la recogió al tiempo que alumbraba al otro lado de la puerta.

Alexia se quedó helada. Era la primera vez que estando de servicio una mano humana la cogía por el hombro. Después de notar esa garra fría en su hombro izquierdo, gritó.

También era la primera vez en su vida que veía un cadáver. 

miércoles, 1 de octubre de 2014

Era casi madrugada cuando nos comíamos un sándwich pedido para llevar en un banco perdido por el barrio de Gros, en San Sebastián. Más tarde, apuraríamos la noche con el mar de fondo y la arena y las últimas conversaciones colándose en cada arruga de la ropa.

Me invadió una sensación incierta de juventud. Como si el hecho de ser jóvenes fuera el pretexto para estrujar el sobre de ketchup sentados en el suelo y reírnos a carcajadas de esas fiestas con luces y música repetitiva que suelen incluir tacones, faldas cortas, camisas y, al menos esta vez, incluso pajaritas.

No sé si será esa misma juventud la que me echa las garras al estómago cuando veo fotos de otros más afortunados en cada rincón del mundo a pesar de que ya no existe debate en mis adentros. Sé por qué me quedé, aunque fuera duro. Sé que me gusta esta vida, y que aprecio la gente que me rodea aquí y que contribuye a que lo anodino brille un poco más y a que yo misma me anime más con las pequeñas cosas. Comprar pan en el chino para hacerme tostadas mañana en el desayuno, volver casi corriendo a casa canturreando un estribillo, leer en el metro, reírme con los demás.

Me niego a creer que todo esto, que la comida de madrugada devorada en plena calle y las caminatas nocturnas o las horas de tren y autobús, que todo ello, se deba únicamente a esa incierta sensación de juventud. Prefiero pensar que son detalles que estarán siempre. O que al menos jamás me olvidaré de que mis días tiemblen y se sacudan en parte por ellos.

sábado, 20 de septiembre de 2014

Por el ventanal abierto de par en par de mi salón entra este frescor primerizo que allana el camino al Otoño. Atardece en este hogar que siento como tal a pesar de que a kilómetros se encuentre el que siempre será mi refugio y mi raíces. Me siento extrañamente feliz.

Feliz porque le doy un significado nuevo a las canciones y noto sus melodías abriéndose paso en mi estómago y haciendo que mi piel se sienta tan viva como hacía años que no conocía. Extraña porque te extraño, porque me faltas ante mí, tumbado en el sofá, mirándome teclear. 

Es demasiado fácil imaginarte llenando cada uno de los espacios donde me siento bien, como también es sencillo hacerlo con todos aquellos donde me siento peor. Constantemente fantaseo con la idea de encontrarnos y compartir fines de semana de complicidad y películas, paseos, frío, videojuegos, debates y peleas de cama. Las calles de Madrid están preciosas en Otoño; siempre me han gustado esos días de cielo gris que piden a gritos meter las manos en los bolsillos y que están salpicados por la luz de las farolas y de los coches que cruzan la Gran Vía. También me han gustado siempre esos otros días donde anochece pronto en Zaragoza y todo se arregla con las manos alrededor de un chocolate caliente. 

Quererte me hace sentir más los detalles. Puedo pasar minutos enteros sintiéndome afortunada de manera misteriosa. Como ahora. Ahora, cuando siento las primeras respiraciones heladas del Otoño y me voy cubriendo de la nostalgia que siempre me acompaña en esta estación. Nostalgia, que este año adquiere tonos diferentes a los anaranjados de siempre: esta vez también es amarilla y marrón, como tus ojos, y oscura si los pienso en la penumbra de tu habitación. 

martes, 16 de septiembre de 2014

Ictria bajó la mirada y no pudo evitar una mueca de agotamiento que apenas le duró un segundo. Alarmada, miró a ambos lados para comprobar que nadie la había visto. Todo aquel que no era sintimita tenía prohibido expresar sus sentimientos en público. Era un delito grave que podía mandarlos de vuelta a Gaia o, peor aún, encerrarlos una temporada indefinida en la Cabina. Ictria no querría ninguna de las dos cosas, pero mucho menos la segunda; pocos habían salido cuerdos de allí. Al menos en Gaia podría pensar... Aunque muriera de hambre a las pocas semanas.

Acudió a la llamada que gritaba su nombre y por el camino miró a través del gran ventanal de nuevo. Era imposible no sentirse sobrecogida. Ictria pensaba que jamás se le iría esa sensación cuando miraba al exterior. Jamás. Como jamás dejaría de ser una extranjera en Sintimión.

A su alrededor, la vegetación comenzaba a invadir las primeras casas abandonadas. El gigante verde asustaba a Ictria con sus tentáculos infinitos. En los días anteriores a la limpieza mensual de vegetación, era difícil ya ver el sol. Ictria volvió a suspirar internamente mientras se sentía idiota por haber acabado allí buscando un futuro mejor. Al principio, de alguna manera, lo encontró.

Pero más tarde también en ese planeta comenzó a ocurrir lo mismo que en Gaia y para ella fue demasiado tarde. Todos los extranjeros fueron tomados como esclavos y cualquier viaje turístico a Gaia era intervenido por la fuerza. Los no turísticos pero no autorizados por el Gobierno tampoco corrían mejor suerte.

A determinadas horas del día la concentración de sustancias nocivas para la respiración humana era tal que tenían prohibido salir a la calle. Sintimión se había convertido en un planeta aislado y taciturno, aunque más rico que muchos otros del Sistema. Sin embargo, a Ictria eso le daba igual. Ella nunca podía salir a la calle. Lo tenía prohibido. Como escribir a Kairum. Y como tantísimas otras cosas que veía reflejadas en el cristal cada vez que se asomaba a aquel ventanal que la descorazonaba dolorosamente.

Volvió a escuchar su nombre con furia y apretó el paso.

Volvería a Gaia. Lo sabía. Tarde o temprano lograría volver.

domingo, 14 de septiembre de 2014

No me iré a casa sin ti.

Me despierto y me imagino haciendo café no sólo para mí. Tengo ganas de que los días pierdan ese carácter rígido que parecen tener siempre y que se desvanecía cuando estando juntos despreciábamos cualquier tipo de reloj. Podríamos desayunar lentamente aunque fuera más bien la hora de comer y luego trasladarnos al sofá.

Allí podría reírme cuando llamen al timbre para traernos la comida china y tú te equivoques de puerta y tenga que ir mientras te escucho decirle al repartidor que ahora vas, que no puedes abrir. Después de comer sería el momento de pelearme con la televisión porque no tengo reproductor de DVD y no me lee el USB con la película que queremos ver. Cuando funcionara al fin, podríamos perdernos fragmentos de los subtítulos porque estamos mirando a los ojos del otro y no a la pantalla.

Más tarde sería el momento de seguir tumbados en el sofá mientras oscurece o enchufar el Heavy Rain y que tú me observes jugar mientras saco conclusiones en voz alta sobre el juego, o desesperarte porque soy pésima en los First-Person Shooter si eliges poner otro, o simplemente acabar apagando la videoconsola porque una vez más nos ha parecido más interesante ponernos de nuevo a ver The Fall.

Podría pasar el tiempo y que yo sí mirara el reloj y me preguntara cómo han podido pasar tantas horas si apenas me he enterado. Tú podrías hacer la cena mientras me tumbo en la cama y observo los títulos de tu estantería. Puede que, tal vez, mientras tú cocinas yo juegue con Huellas y nos oigas trastear desde la cocina...

En cualquier caso el día pasaría sin relojes, sin prisas, sin historias que nos desequilibraran. En todas esas horas seguramente habría momento para ensayar alguna canción, puede que I walk the line, y yo podría sacar la cámara y hacerte unas fotos pésimas mal enfocadas.

Pero, qué más da, al fin y al cabo. Serían nuestras.


domingo, 31 de agosto de 2014

Tristeza.

No puedo evitar sentirme algo triste. Es una tristeza leve y comedida, que está aquí conmigo pero no duele; hace que haya un poco más de gris pero no de manera nociva, sino paciente. Es como un regusto lejano que sé que me amargará con más fuerza dentro de unos días.

No puedo pensar en cualquiera de los momentos de este verano sin notar cómo se agita algo dentro de la extensión que cubre desde mi estómago a mis clavículas. En mi mente se acumulan como la típica colección de flashbacks que aparece en algunas películas como recurso facilón cuando uno de los protagonistas recae en algo y a su cabeza vuelven uno tras otro recuerdos que parece que haya descubierto justo en ese momento. Pero a mi pensamiento no vuelven, sino que están ahí.

Guardo la sensación de recorrer por primera vez a oscuras el pasillo de tu casa mientras tú me guiabas de la mano y girabas a la derecha, luego a la izquierda y luego a la izquierda otra vez. Un camino que pude registrar ya con luz aquel domingo en el que anochecía en Zaragoza y en tu habitación mientras yo te preguntaba el significado de ese póster, y tú me hablabas de tiempos pasados sin soltarme la mano. La luz se iba apagando, pero recuerdo que no dejé de verte en ningún momento.

Supongo que también de esto trata vivir, de que haya circunstancias que nunca dejen de sorprendernos. ¿Cómo es posible que alguien descreído que comenzaba a aceptar su realidad sentimental se vea ahora así, sin vuelta atrás? No todos los contratos se firman con papel y bolígrafo; tú y yo firmamos el nuestro cuando entre burbujas de cerveza de siete grados y ruido de música y gente nos cogimos de la mano y nos miramos con esa media sonrisa, tu media sonrisa de hombre y de niño, de seguridad y sorpresa, de magia y vacile. Nuestra media sonrisa de trascendencia, de ser conscientes de que vivíamos uno de esos días que, de una manera u otra, no pasarán desapercibidos jamás en esas líneas temporales que nos cruzaron irremediablemente.

En esta colección de momentos inesperados nos veo dormidos en el cine, cruzando el Paseo Independencia en medio de una tormenta de verano, curando la humedad de la ropa con un chocolate caliente en agosto y curando luego nuestras pasiones en la cama, despertándome en mi habitación contigo al lado, mirando por la ventana en un restaurante de paredes blancas con vistas a una de las mejores playas en las que he estado, esperándote impaciente en la estación, bajando de mi casa y abrazándote sintiendo cómo se me deshacía al segundo el nudo en la garganta, colgada del móvil hasta que te sentía mejor, gritando contigo, riendo en tu sofá, madrugando un día cualquiera para buscar tu cortina en Urgencias y cogerte de la mano.

Entre este torrente imparable resuenan tímidas unas notas musicales y me veo a mí entrando en tu habitación y me encuentro contigo y tu guitarra. A tu lado hay un cuaderno donde has garabateado las claves para tocar y cantar Lost stars, y entonces comienzas a darle vida a la letra, mientras tus manos no paran, y no puedo más que tumbarme y observarte, mientras me pregunto qué clase de magia nos ha llevado aquí. 

La canción avanza y a veces sonríes y vuelvo a notar esa sensación en el pecho y pienso. Pienso en cómo es posible despertar tan de pronto y saber que ya no voy a ser la misma si me faltas. Que ni siquiera voy a esperarte: no hará falta, porque estaré contigo, como todos esos días desde que supimos implícitamente a través de nuestras manos que esto no acababa en el Viña.

Ático 4

sábado, 30 de agosto de 2014

Sevilla.

Sacado de rostros, 
fragmentos de conversación, 
fantasías 
y libres interpretaciones 
a cuarenta 
grados.


Dos adolescentes se dan un abrazo en una estación de autobuses como si llevaran mucho tiempo sin verse; se abrazan entre gritos jóvenes e ilusionados y echan a caminar dándose de la mano y riendo; cuando están más lejos, parece que marchan a pequeños saltos, como niños que van de excursión. Una mujer que viaja con sus padres, ya ancianos, echa a correr cuando se percata de que se ha dejado la cámara de fotos en el bus turístico. A dos calles de allí, una media de cinco hombres mayores de cincuenta años se reúnen a diario en el bar de siempre para echarse la clara de antes de comer y, si se sienten especiales, elegir una tapa de la lista escrita a tiza hace más de tres años en una pizarra. Pasando por esa misma taberna, una joven de unos veinticinco años casi se atraganta con el chicle que mastica al ver en la acera de en frente al novio de su mejor amigo cogiendo de la mano a una chica que no se parece demasiado a su mejor amiga; se le congela el nombre de él en los labios, tras estar a punto de gritarlo. Dos horas más tarde más o menos, esa mejor amiga llorará tras colgar el teléfono; se moverá entre las calles estrechas de Triana a trompicones; sin ganas de discutir, sin ganas de gritar, sin ganas de llorar descontroladamente; sólo deseará dejar de preguntarse por qué confió su corazón de nuevo si ahora está partido en dos; de nuevo. Con ella se cruzará una pareja de ancianos muy ancianos que aprietan lo que pueden el paso porque llegan tarde; turistas asentados en México, él español y ella mexicana, que disfrutan de lo que -saben- serán sus últimos días en España. Trabajando en una heladería cercana, un chaval de apenas veinte años le dará vueltas a la cabeza preguntándose si merece la pena seguir luchando por una carrera que ya no sabe si le llena; con cada pálpito de duda, se agarra con más fuerza a la fregona, intentando que el sudor de su frente disimule la amargura, honda y lenta, que se adueña poco a poco de su pecho.

...

domingo, 24 de agosto de 2014

Curiosamente, todavía no conocía todos los tipos de sinceridad. Me quedaba este, en el que parece que la piel se abre y salen a través de ella las palabras sin necesidad de forzar mi garganta o mi cerebro. Fluyen, encienden todo mi cuerpo y contagian de brillo mis ojos. 

Mientras te miro.

martes, 12 de agosto de 2014


sometimes in my tears I drown
but I never let it get me down
so my negativity surrounds
I know some day it'll all turn around

sábado, 9 de agosto de 2014

It's hunting season and the lambs are on the run
Searching for meaning
But are we all lost stars, trying to 

light up 
the 
dark?

martes, 5 de agosto de 2014

5 de agosto de 1939.

"Espero que luchen hasta el final"
"Cuando estés en la manifestación, grita también por mí"
"Yo no salgo a la calle porque no me gusta, pero apoyo a la gente que está ahí"
"Menos mal que los hay que luchan"

Le doy vueltas a estas frases que escucho y leo a menudo mientras pienso en que hoy mismo, pero hace varias décadas, fueron asesinadas las que se conocerían desde ese momento como Las Trece Rosas. A pesar de que por desgracia los fusilamientos no se redujeron sólo a su caso, el de ellas ha trascendido más: un libro que relata sus historias, la posterior película... y siete de las trece menores de edad cuando respiraron por última vez.

Todas ellas eran miembros de las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU), pero no voy a enredarme en sus biografías; en la Red hay abundante información de estas trece españolas fusiladas el 5 de agosto de 1939 (así como de los hombres que también fueron llevados a la tapia del cementerio de Madrid aquel día).

Sin embargo, en ocasiones, como casi siempre, acabo pensando tras todo esto, tras todas las frases y todos los recuerdos de los muertos en guerra y dictadura, que siempre esperan que luchemos. Parece que mientras unos viven observando a los que luchan, otros luchan esperando poder vivir algún día. Luchan, o luchamos. Quién entiende ya este término en estos días de colores partidistas, robos y recortes injustos que nos convierten en un estado que bate récords en cifras de población rica y en umbrales de pobreza, pobreza infantil y malvivir generalizado de clases más medias y bajas que altas.

Luchar... Parece que es lo que esperan. Que habrá gente que luche y consiga atenuar la medida desmedida de turno y obtenerla de una manera -cada vez estoy más segura- que podría haber sido así desde el principio.

"Espero que luchen hasta el final"
"Cuando estés en la manifestación, grita también por mí"
"Yo no salgo a la calle porque no me gusta, pero apoyo a la gente que está ahí"
"Menos mal que los hay que luchan"

¿Por qué es así? ¿Tiene que ser así?

¿Qué pensarían aquellas trece personas cuando escucharon los sonidos de las armas cargándose y el grito alerta de un superior? Algunas de ellas apenas tenían mi edad. ¿Pensarían en la lucha? ¿O a sus mentes acudirían sus familias, sus gentes, sus amores, sus cosas, sus días...? Toda esa vida que nunca iban a recuperar.

domingo, 27 de julio de 2014

La experiencia me dijo 
"no confíes en alguien que dice que va a hacer algo, 
sino en alguien que de verdad lo hace".

sábado, 26 de julio de 2014

Más de 1000 muertos en 18 días (cifras provisionales en cada tecleo).

Están alimentando el odio.

Y, entre tanto, la gran maquinaria sigue girando. Mientras alguien con traje y renombre arranca un último mordisco a su langosta con gula y disfrute, otro alguien rebusca entre los escombros de su barrio destruido los cadáveres de sus cercanos. Las redacciones trabajan. A las 21.00 hay telediario. Pero lo hacen con prudencia: no vaya a ser que la gran maquinaria se enfade, y a alguien se le indigeste el canapé pertinente.

martes, 22 de julio de 2014

Der Steppenwolf.

Es bueno poder decir que quiero algo. Que pienso en algo con la seguridad y fiereza con las que los lobos eligen un compañero para toda su existencia.

Soy consciente de que me esperan muchas estepas; pero también sé que muchas de ellas serán contigo.

sábado, 19 de julio de 2014

Arena en los pies.

Se nota la vuelta a la realidad en la alergia que me surge impasible ante la hipocresía y el egocentrismo que aguardan detrás de cada esquina cuando uno se decide, o debe hacerlo sin más, a salir de su refugio. Mi vuelta a las calles supone también mi vuelta al enfado casi constante, a las preguntas bullendo en mi cabeza y al cansancio ante tantas y tantas personas que me hastían con su estela adornada y sus malas palabras -que ya apenas ni miradas- cuando comprenden que no voy a seguirles el juego. Con este calor podría ahogar la rabia en la piscina y en el sonido de mi respiración rebotando contra el césped mientras el sol me lame las gotas de agua que resisten en la piel. Pero me conozco y en lugar de ello sé que cualquier contacto con el mundo exterior va a originarme este amor-odio visceral y pasivo, un cóctel que para muchos podría antojarse letal pero que para mí es mi constante, mi día a día. Es duro volver de vacaciones. Apretar de nuevo el botón de play.

Sin embargo, sonrío plena con esta sensación en el pecho que me repite que no necesito compartir esta paz con nadie más. Que no siento ninguna necesidad de invadir las Redes Sociales de algo más que de unas cuantas palabras en clave o alguna canción que si bien su significado podría ser intuido por algunas personas sólo una lo entenderá completamente. Mantengo fresco en mi cabeza el recuerdo de un rostro enmarcado en azules: sus ojos cerrados ante el sol de un martes cántabro inusualmente cálido, sobre su rostro el cielo sin nubes y, más alejado, el azul del mar de la playa de La Arnía.

miércoles, 2 de julio de 2014

Soy 
ausencia de carne 
ahora, 
hoy, 
en este segundo. 
De espíritu. De alma. De esperanza. 
Sólo 
piel 

huesos.