domingo, 9 de mayo de 2010

Me parece absolutamente hipócrita que -yo misma- critiquemos una historia de España que se nos antoja cargada a la espalda. Lo toleraría si el lastre del pasado nos impidera emprender un nuevo futuro. Pero vale ya de heroismos débiles. Lo debemos de llevar en la sangre, en la genética, no sé, algún alelo muy cabrón que nos cayó a todos en gracia cuando fuimos concebidos. No cambiamos ni aunque nos pongan en las narices cifras que muestran gente que murió por no ponerse de acuerdo.

He asistido al espectáculo más atroz de mi vida. Dentro del límite de riesgos y guerras que he vivido, el más atroz. Ver cómo gente de diecisiete a veinte años no se ponían de acuerdo a la hora de organizar una cena que, en teoría, es para disfrute de todos. Para que en nuestra vida que empieza tras este verano conservemos un buen sabor de lo que dejamos atrás.

Sin embargo, preferimos anteponer el victimismo, las modas, los amiguismos y la bandera que enarbola cada uno, aunque esa bandera que nos parece tan auténtica no sea más que la falsedad reflejada de una sociedad que nos arrastra. Modas. Tu amiga, tu amigo, tu chico, tu chica, el que te cae mal, el que te cae bien. ¿Resumo? El que te anula.

Soy una defensora incansable de mi generación. De los jóvenes. De acabar con los tópicos que nos acechan y nos impiden desarrollarnos al cien por cien. Pero ahora, ahora mismo, soy consciente de que si el futuro del país estuviera en nuestras manos, en las manos de cincuenta adolescentes que no han aprendido aún a comprender, acabaríamos en otra guerra civil que nos dejaría miles y miles de cadáveres con la incomprensión todavía en el rostro.

sábado, 8 de mayo de 2010

-¿Qué estudias?
-¿Perdón?
-Que qué estás estudiando, porque te he visto salir de aquí.

Le digo que hoy me toca estudiar a Kant y su razón práctica, y confiesa entre dientes que no tiene mucha idea de filosofía.

-Yo hasta hace dos años tampoco, eh. Pero ya me tocaba...

Me he sentado en su banco sin darme cuenta de que había otra persona allí. Por eso ahora me fijo en su cara y se me antoja un desconocido en el que se puede confiar. Una tontería viniendo de mí, ya que siempre me palpita adentro la desconfianza. No sé muy bien por qué, le digo que me he sentado porque quería estar sola, pero no lo estoy echando, y creo que me comprende.

-¿Necesitas más tiempo para estar sola? No te asustes, lo digo porque te veo a menudo por aquí y hasta cuando hay gente contigo pareces ausente.
-Deberías darme miedo ahora mismo...
-No pareces asustada.

Tiene razón. Ni siquiera tengo miedo. Llevo unos días en los que los sentimientos desfilan delante de mis ojos sin penetrarme de verdad. O unas semanas, unos meses... no lo sé. Sólo entiendo que esta resignación me está dejando fuera de juego, y que ya no concibo un día sin mi rostro serio. Se lo hago saber por eso de la extraña conexión que sientes con alguien que no conoces cuando le cuentas tus cosas más íntimas, tal vez porque sabes que, si te juzga, probablemente no lo va a hacer acertadamente.

-También estoy nerviosa, porque pronto actúa mi grupo de teatro, y es la última vez. Y, no sé, tengo un mal presentimiento.
-Así que eres actriz, ¿eh?
-Algo así.
-¿Y os lleváis bien?
-¿Entre nosotros? Hay de todo, la verdad. A ratos. Hace poco uno nos echó en cara a los demás que no habíamos movido un dedo, y me molestó bastante, porque ha sido un año muy difícil, ¿sabes? Bueno, como todos los que estén como yo, supongo. Y me he intentado esforzar por llevar todo bien, pero... No sé. No sé si todos los que están como yo se sentirán así.
-¿Así? ¿Cómo?
-Vacíos.

Le invito a venir a vernos el viernes que viene, señalándole con el dedo que es enfrente, que está cerca si vive por aquí. Me dice que le gustaría venir, y que espera que no se le vaya de la cabeza, que si lo vuelvo a ver esta semana se lo recuerde. Yo asiento, y me dispongo a irme, pero parece que se le han quedado bailando en los ojos mis palabras de antes.

-¿No te satisface tu vida? ¿Por eso te sientes vacía?

Me sorprendo. Qué pregunta más rara. Pero me hace reflexionar.

-No, no creo que sea eso... O sea, no es eso. Pero siento como si ya no supiera retener lo que antes retenía, ¿sabes cómo te digo? Soy como un maniquí. Estoy echando por la borda relaciones, conversaciones, silencios, todo lo que parece que nunca importa. Pero importa y mucho. Más que estudiar.
-¿De veras?
-Claro... Y ahora me tengo que ir, ya sabes.
-¿Adónde?
-A estudiar.

lunes, 3 de mayo de 2010



Otorgado por Nada más importa, de Mi vida en palabras.


Reglas del premio:

1- Agradecer a quien te lo dio:
Porque se contradice siempre. En su firma deja patente que nada más importa, pero es falso, porque sus palabras importan y sabe demostrarlo. Y porque esto también importa, porque me ha llenado de ilusión. Gracias :)


2- Porqué te gusta/n su/s historias?

Porque (curiosamente como su última historia) sus palabras suelen estar en blanco y negro, y es como muchas veces me salen a mí. Porque me veo en sus historias, en su vida en palabras, porque antes que las letras ella pone el sentimiento. Por eso me gustan. Y, además, sabe darles un toque estético que me encanta y sabe que envidio.

3- Qué te llevó a escribir tu historia?

Quince años y mucho tiempo libre. Noches en el ordenador, ganas de escribir, de vivir de una vez, de comerme el mundo. Muchas cosas que contar y mucha inocencia. Quería construir mi mundo para que los demás me conocieran, y a lo tonto ya estoy aquí. Tres años después. Y, de vez en cuando, sigo buscando tiritas.

4- Pasárselo a 5 blogs:
  • En busca de sonrisas porque espero que así crea un poquito más en ella. En que vale tanto como sus palabras, que sus actos son tan apreciados como los de cualquiera. E incluso más. Sigo pensando que llegarás lejos, y si sigues sin quererte... ya te querré yo por las dos. (Además, tiene enchufe),
  • Sun of Mayas porque en sus delirios encontré una vía para seguir muchas noches y porque me hacían soñar sus palabras. Era Rubbens Carnívoro y parecía inalcanzable; es el testimonio de lo curiosa que puede llegar a ser la vida. Y, además, porque sé que no pasará el premio... Lo conozco demasiado bien (y quiero ponerlo a prueba).
  • En busca de ideas porque ÁNIMO. Me veo reflejada en su estrés (generación del 92) y hace reflexiones realmente buenas. Las espero de vuelta en dos semanas. Millones de kilos de suerte y fuerza, señor Yonseca.
  • Palacio de cristal porque hace honor a su nick. Cada comentario suyo me anima y me llena de euforia. En sus historias me transmite las ganas que a veces me faltan, y es algo que valoro mucho. Sigue escribiendo, y dándome una parte de ti.
  • El cajón de los pinceles de Damned. Por la dosis que me da de arte, y porque espero que perdone que la siga más entre las sombras.


Gracias otra vez a Nada más importa. Os prometo más historias cuando no me puedan las ganas y el sonido del reloj.

lunes, 26 de abril de 2010

-¿Por qué lloras?

Hacía quinientos días, por lo menos, que no había silencio en el terreno. Ni un momento de paz, de calma robada al frenesí de una vida media. Medio vacía, medio llena. Los gritos dejaron paso a los disparos, a la tensión, a la condena de la espera. Ya no había revolución. Ya no quedaban canciones de aliento mientras cualquier herida sangrara todavía. ¿Qué esperábamos? La muerte y la libertad a veces deben mezclarse, pero esto era demasiado. Teníamos tanta muerte pegada al cuerpo que no había sitio para la utopía. ¿Qué utopía, joder, qué puta utopía nos quedaba después de esto? Las manos nos temblaban mientras sujetábamos los naranjeros porque la rabia era demasiada. Y el miedo. El cansancio. El echar de menos. Queríamos tiempos mejores, una promesa de unidad y de sacrificio colectivo, pero a qué precio. Olemos a sangre mezclada, de buenos y malos. De todos. De seres humanos que luchan por algo, por un motivo.

-¿Por qué lloras, hombre libre?-repitió.
-Este dolor...
-Debemos permanecer.
-¿Permanecer?
-Todos y cada uno de nosotros. Flaquear es dar paso al desaliento, ¡a la eterna sumisión! No soy más importante que tú, ni tú lo eres más que yo, y cualquiera de los dos, de todos nosotros, puede tener en su mano la victoria. ¡La victoria, compañero! Somos el pueblo, y sobre la sangre del pueblo se erigirá el nuevo mundo. Debemos sacrificarnos si es preciso por los que vienen, los que vendrán. Mira a tu alrededor, camarada. ¿Cuántas familias aguardan la libertad anhelada por generaciones de trabajadores, de gente libre que estaba encadenada? Aférrate a tu arma y estáte dispuesto a disparar si surgen en el horizonte sombras enemigas. Yo lucharé por ti, como lo harás tú por mí y por todos los que apoyamos la revolución.

Qué bien hablaba la hija de puta. Siempre comiendo orejas y transfiriendo ese latido, esas ansias de triunfo. Sus palabras me parecieron por un segundo pura esperanza. Pero no contesté, esperé a que volviera a preguntarme alarmada por mi silencio.

-¿Lloras por la revolución?
-Sólo tengo sangre entre las uñas y pesar en el rostro, compañera-. Me miró, interrogante.- Ya no sé por qué lucho.

viernes, 23 de abril de 2010

Me duele algo tan adentro que se me saltan las lágrimas, como en las películas esas que te hacen estar muy sensible. Sin más, por ponerme a mirar un punto fijo y dejar fluir los pensamientos, y brotan sin que yo les diga nada.

Estoy en un proceso de evolución, y hace tanto frío aquí dentro... No es el primero, no es la primera vez que mi propia naturaleza me envuelve en un capullo de seda e incertidumbre, pero a pesar de ello puedo afirmar que nunca he sido una mariposa. Porque las mariposas nunca se sienten solas. ¿Mi futuro? Quién sabe. Sólo puedo decir que me contentaré con salir y dejar que el sol me haga cosquillas en la piel de una vez. Como un ser humano más.

He comprendido que la culpabilidad de mi aislamiento tiene mi nombre. Que si a través de los dedos las palabras me bailan y puedo escoger la adecuada, con mi boca no es lo mismo, y no consigo participar a nadie de mis fantasmas. El resultado suele ser un cúmulo de incomprensión y frustración que no aconsejo a nadie, que me deja como herida tras una batalla en la que han muerto todos mis compañeros. No obstante, agradezco el esfuerzo, la preocupación, pero empiezo a pensar que el balance ya no se torna nunca positivo.

Soy como un remolino de sueños al que se le saltan las lágrimas porque algo duele adentro. En el alma. Si fuera una palabra con patas, me iría dando empujones con la gente mientras camino y ésta me mira de arriba a abajo mientras lee Contradicción.

martes, 20 de abril de 2010

Dicen que las grandes catástrofes ya no vienen solas. Que siempre hay acontecimientos que se suceden y que nos suceden, acabando con toda la vida que pudiera haberse escapado de la catástrofe madre.


<<-Somos criaturas maravillosas. Ninguna otra especie es capaz de sentir culpa o remordimiento, y aunque a veces se ve como un inconveniente, a mí me parece fascinante. ¿Cuándo hemos visto a un animal hablar con su actual pareja antes de lanzarse al cuello de un nuevo anhelo para que el corazón del otro pueda ser reconstruido? ¿Cuándo?


>>Cuando comenzaba a hablarme así, a mí me entraba miedo. Yo era muy pequeña entonces, y me gustaban sus historias, pero nunca las creía, y había veces que me asustaban sus conclusiones radicales. Toda esa palabrería de la humanidad… ¿Qué importancia tenía? Luego proseguía, llegando siempre a la misma conclusión:


>>-Y, sin embargo, nos estamos echando a perder. Nos echamos a perder, estrellita, y no nos damos cuenta…


>>Me llamaba estrellita porque decía que en mis ojos anidaba una luz extraña, una luz que acabaría guiando a aquellos que se encontraran perdidos. A ella le gustaba pensar que yo sería capaz de arreglar este desaguisado. Yo pensaba que estaba loca, que una hora a la semana en su compañía era suficiente para cumplir con la familia, y que todos esos disparates le venían de serie… Pero ella creía en mí. Solamente creía en mí. Fue una de las últimas personas en las que conocí esa magia. Mi abuela me quería, y en parte por ella estoy hoy aquí. >>


-Disculpe, pero ya están aquí.

-¿Eh? Ah, sí… -. Dejó de teclear al momento, mientras se frotaba la dolorida frente y se ponía las gafas. – Hazles pasar, por favor.

lunes, 12 de abril de 2010

Salgo de la ducha y huelo a fracaso. A frío infinito afuera y adentro, a espasmo incontrolado. Y es una tontería, porque no soy una fracasada. No soy uno de aquellos que van sin rumbo a la fuerza, que gastan las esquinas de sus mejillas a golpe de lágrima cada noche porque ven su vida acabada. No. Pero, aun así, me siento así. Porque escojo otro camino, el de alejarme de puntillas del fracaso, pero no lo suficiente.

Es mirarme al espejo y sentirme insuficientemente buena para ser una fracasada, e insuficientemente buena para no serlo. Como un alma intermedia que vaga de una frontera a otra sin decidirse muy bien, sin conseguir lo que le exigen unos, ni lo que le exigen los otros. El resultado no es tan alarmante como podría serlo. Solamente un vacío momentáneo en el pecho, la sonrisa torcida, la tristeza afilada.

viernes, 9 de abril de 2010

Estaban rotos. Los dos. Ya no se amaban, y por eso los días se habían vuelto un acto cutre y sin vida. Siempre lo mismo, los mismos movimientos, las mismas palabras vacías. El ritual solamente se interrumpía cuando tenían visita y las ganas de mundo se desparramaban por las paredes. Entonces eran la pareja más perfecta y sólida del mundo, mientras que los ojos de él decían no puedo más, y los de ella quiero más. Hasta que llegó ese día. Ese viernes de madrugada que, al tacto del calendario, era como una cordillera de sinsentido.

-Hay carmín en tu camisa. Hay carmín en tu jodida camisa.

Lo sabía. Claro que lo sabía, era una camisa blanca y él se había mirado al espejo mientras se vestía con ella desnuda en la cama. Había sido el mejor polvo en muchos años. La había sentido como electricidad, su piel pálida, la ausencia de ganas de conocerse de verdad. Cobardemente, decidió que era hora de ponerle palabras a las miradas.

-¿Y te sorprendes?

Ella. Que había estado viendo la tele toda la noche, soñando con lo que no tenía, esperando que él regresara para dedicarle un reproche mudo. Como siempre. Había estado tan pendiente de sus miserias y de volcar todo su odio hacia él, que no había pensado en el riesgo de otros labios acechando a su marido. Sus sueños frustrados le nublaron la razón. De todas formas, siempre había pensado que estaba un poco loca.

-Yo no uso carmín...
-Buenas noches, querida.
-Que descanses.

lunes, 5 de abril de 2010

-Busco lápices acuarelables. ¿Tienen?

La mujer me mira por encima de sus gafas de pintora fracasada. Creo que está pensando que vaya tontada de pregunta, ¿cómo no van a tener lápices de acuarela en una tienda de bellas artes? Yo, aún así, nunca he sabido cómo iniciar conversaciones y me ha parecido adecuado ese principio. Me dice que sí y se pone en marcha.

Respiro bien fuerte y me lleno de los colores de la tienda. Es como un pequeño santuario que grita que aquí hay libertad. Imagino a médicos e investigadores viniendo a comprar pinturas para sus ratos de reflexión. Por aquí siento las pisadas de aquella chica que vino a por lienzos y óleos para su estancia en París... y erigió la Torre Eiffel desde sus ojos. Y por allí me viene la ausencia del hijo de aquel fanático de los cuadros, que venía a cambiarles el marco, a comprar barniz.

Mientras la mujer me explica las diferentes opciones de la acuarela me doy cuenta de lo feliz que me siento al haber guardado esta parte de mí y, aunque sea muy de vez en cuando, sacarla a relucir. Me marcho con mi caja de metal llena de lápices bajo el brazo, con ganas de seguir inventando y ponerle color poco a poco. Artista no sé si seré, pero estos sueños de color en mis manos me dan fuerzas si se mezclan con el sol. Es una locura, pero estoy satisfecha. Volveré a dibujar.

sábado, 27 de marzo de 2010

Soy una romántica empedernida y además una cuentacuentos que está algo loca -difícil combinación-. De esas que esperan besos de cristal que no se rompan nunca, y atardeceres de película en los que, se supone, el corazón late con fuerza. De esas que inventan historias que se hacen imágenes en su mente y acaba viviendo su propia película. De esas despistadas y que a veces se comportan de manera extraña, como si no fueran ellas. De esas que sorprenden un viernes noche porque se ha pintado los ojos y ya no lleva botas de montaña. De esas que son conscientes de que también pueden ser una mujer cuando ellas quieran. De esas que, en general, prefieren ser una niña. De esas que juegan al amor y se estrellan con los revoloteos en su estómago.

De esas románticas, cuentacuentos y locas. Que a veces se sienten especiales y otras la mujer más corriente del mundo. ¿Mujer? Bueno, lo que sea. Persona. Personaje. Cuento. Vida.

jueves, 25 de marzo de 2010

Estoy triste, señor desconocido, y por eso llevo el pelo recogido y no me he pintado los ojos. ¿Lo ha pensado al verme entrar? Seguro que sí, que estaba poco atractiva... Estoy triste, y por eso hoy no me importa su nombre, y es probable que en otro momento de mi vida me habría hecho la dura, para que me invitara a una copa y se lo ganara un poco. Pero hoy no puedo, ahora mismo no puedo, y lo he visto mirando su vaso y sus ojos me han recordado un poco a los míos. ¿Eh? No, no, por las ojeras no. No me gustan, pero siempre las tengo. Hoy sólo necesito que alguien me recorra para borrarme de la piel el fracaso y la frustración como acto caritativo. Seguramente le parezca una loca, una pobre desequilibrada, pero es así, señor desconocido, estoy así... Sólo seamos los desconocidos que menos se conocen del mundo. Sin que importen nuestros nombres o de dónde venimos. ¿Nuestro trabajo? Qué más da. Somos dos cuerpos que quieren que dejemos de hablar. Míreme a los ojos, de veras, míreme. ¿No se reconoce? Vamos a bebernos la tristeza el uno al otro. No perdemos nada, salvo el aliento. No me mire así, señor desconocido, en serio lo necesito... Necesito saber todo de usted, pero sin que hablemos. Ni una palabra. Nada que pueda comprometernos a que se nos escape el alma.

domingo, 21 de marzo de 2010

-Yo también sé ser sexy-me dice. Y le da una calada a mi cigarro, lo apaga en la mesa de madera y se marcha de la pequeña cafetería.

Me he quedado de piedra. No sé por qué ha hecho lo que acaba de hacer, pero lo más sorprendente es que tiene razón. Me ha parecido el gesto más sexy del mundo. Estoy como loco por subir las escaleras y mirarla hasta que se moleste conmigo. Entonces sonreiré. Y me volveré a levantar de la mesa, para que ella me siga. En cualquier esquina le escribiré mi vida en la piel de su espalda con las uñas. Le pediré que cuente mis cigarrillos y que me deje sin aliento por cada calada que quiera volver a robarme. ¿Me seguirá? Espero que sí. Porque voy a arriesgarme y así lo hago.

Subo las escaleras muy lentamente. Me parecen mil peldaños que nunca se acaban. Entro en la sala y allí está. Se ha recogido el pelo y parece la chica que siempre me había parecido hasta que se ha acercado a mí y a mis labios llenos de humo. ¿Pero qué me pasa? No entiendo por qué, si ella es tan, tan así. Con esa coleta tan fea y el pañuelo en la mano porque está resfriada. En la otra el bolígrafo que muerde sin dudarlo y esa pesada manía de estudiar tanto. Luego que no se queje si le dicen que es rara. ¿Cómo no van a decírselo? Y además esas deportivas que lleva siempre y que no realzan nada su figura. Pero, bueno, ¿por qué no le enseñan a vestirse?

Rehago mi camino. Me he puesto de muy mala leche. Salgo al frío exterior de la pesada biblioteca y respirando hondo enciendo otro cigarillo.

sábado, 6 de marzo de 2010

No me reconozco. Por favor, ¿quién quiere nata cuando existe chocolate? He preferido dormir en mitad de la tarde que abrir el libro. Me soltaría el pelo si aún lo llevara largo. Y este sabor de boca... No sé qué hago. Excepto hacer daño. Todo sería más fácil sin Internet que me invitara a soñar. Las hadas no lloran porque tienen miedo a la sal en sus mejillas. ¿Y si me dedico a pensar? Quién me haría caso. Palabras vacías que no son nada. Por qué no quiero hacer fotos. Me parece más interesante mirar fijamente ese punto en la pared y que el mundo se siga moviendo sin mí. Yo ya no soy un hada. Es como si estuviera sangrando sangre gris. Nunca lo he sido. Necesitaría un desdoblamiento de personalidad y así no tener miedo a decir lo que siento. Es difícil acallar mis adentros. Y ponerle un nombre a este sentimiento. Si el amor funciona a base de adjetivos podría doler demasiado. Duele demasiado. En realidad mi nombre comienza por la i de incertidumbre. Lo hago todo tan difícil. Sin puntos suspensivos. Me estoy cansando de vivir siempre conmigo. Porque a veces olvido que hay más. Corazones. Alientos. Recuerdos. Prisas. Deseos. Vidas. Por qué le ponemos un nombre a todo. Y luego nos obligan a aprenderlo. Camino sin rumbo porque no quiero agarrarlo. Es más fácil así. Mis pies son más felices así. Pero no es cierto. No lo es. El día que consiga dejar de ser una cobarde seré feliz o quizás estaré muerta. ¿Muerte? Marzo significa muerte. Muerte no. Abandono, materialización del nunca. Sky is over. Se me mete la voz de Serj Tankian hasta el alma. Y mira que es difícil, en estos tiempos que corren, que no me reconozco ni a mí misma, y me toco adentro, lentamente con las yemas de los dedos, porque parece que se haya escapado o esté escondida, y no tenga alma.

jueves, 25 de febrero de 2010

Recibe un simple mensaje de texto con poquísimos carácteres trazando el plan de la tarde: Hoy quedamos y follamos.

Y luego no nos conoceremos de nada, ¿vale? Si acaso seremos dos conocidos y ya está. Incluso nos permitimos hablar mal de nosotros, como si nunca nos hubiéramos besado o nos hayamos sumergido en un remolino de pasión adolescente. Esta tarde, ¿eh? Sin falta.

No lo concibo. Bueno, sí lo concibo, pero me sigue pareciendo algo demasiado gélido. Perderse entre la demás gente de la ciudad y acabar desesperados en el banco de un parque una tarde de sol, o donde se pueda, sin más, un sitio que conceda unos minutos, con el tiempo en contra, y también las ganas. ¿Dónde está el misterio? ¿La magia de las tontas como yo, que la buscan? El juego, la seducción, los hilos que mueven el deseo segundo a segundo, hasta que habla tu cuerpo.

¿Pero por qué lo callamos? Sin más. Cuando olvidamos los ojos y dejamos que sólo coman las manos. La lucha de dos cuerpos me sigue pareciendo algo más. Algo más. No me niego al sexo con alguien que no conoces o que no te haya regalado un anillo. No. Me niego al sexo a secas, sin ningún pálpito de sangre efímero. Sólo por follar. Porque esta tarde quedamos y follamos.

No espero a un príncipe ni nada parecido. En serio. Sólo es que se me hace difícil pensar en el sexo raspado, un sexo de 5. Aunque, tal vez (y sólo tal vez), sea porque soy una anticuada. Una urbanita estrecha. O algo derivado.

domingo, 21 de febrero de 2010

¿Por qué al tío de la película no le toca quemarse por jugar con fuego? Y no le quedan más narices que casarse con la tía a la que se lo ha pedido. Pedírselo como estrategia para volver loca de celos a la otra tía, de la que está verdaderamente enamorado. ¿Por qué no le toca joderse y se casa con quien no ama? Y la chica despechada se queda así, despechada. Y todo sigue el curso normal de los acontecimientos, y no el que sigue una película de tarde de domingo...

viernes, 19 de febrero de 2010

-Se debe creer que soy estúpida. Pero no. No y no. Le he visto mirando a mi novio y sepa usted que no va a quedar así. ¿Por qué tendría que callarme? Hasta he sentido el deseo que supuraban sus heridas de loca enamorada, vamos a ver. ¡El deseo! ¡Mientras yo lo cogía de la mano! Pero, bueno, ¿usted cree que es normal? Me ha faltado al respeto como mujer y como persona, ya que era patente que estaba conmigo. ¿No ha visto sus besos? ¿No se ha fijado en cómo me mordía la mejilla mientras me cogía de la cintura? Es evidente que no. Porque, si no, ¡qué clase de persona sería usted! Dígamelo. ¿Qué clase de persona es usted? ¿Eh? Compréndame. No puedo dejar que se vaya de rositas, se dice así, ¿no? De rositas. Pues eso. Ahora me tendrá que pagar lo que ha estado haciendo con esa sonrisa de puta en los labios. Es mío. ¿Me entiende? Mío, joder. Es sólo mío, y no tolero que sus ojos lo embadurnen de lascivia. De esa lascivia maldita que desprenden sus caderas. He visto cómo la miraba. ¡A usted! ¡Mientras yo lo cogía de la mano! Qué bochorno, qué ridículo más grande, qué pequeña me he sentido. Y usted, mientras tanto, exhibiendo sus labios, como una ninfa. No y no. No puedo dejar que se vaya. No y no.

La miro. Estupefacta, al borde del desmayo porque estoy que me muero de pánico. Morirme de verdad. Miedo de verdad. No he entendido sus palabras pero puedo imaginarme a qué se refiere. Lo cierto es que nunca habría pensado que pudiera pasarme algo así. Dios mío, no he pasado tanto miedo en toda mi vida. Ni en las colas interminables ni en la respuesta definitiva de los cástings. Voy a morir, aquí, ahora, y con tanto por delante. Voy a morir. Lo sé por su mirada enloquecida, y por el cuchillo que mueve nerviosa entre las manos.

¿Qué le contesto? ¿Le digo que sí, que no? Por el cielo, no tengo ni idea. Sólo quiero vivir. No me mates. No era yo. Esa no era yo, sólo era mi cuerpo. Por favor. Estás demasiado desequilibrada para entenderme, pero no puedo morir. Si me entendieras. ¡Cómo puedo explicarme! Voy a morir. Preferiría morirme de pánico que sentir el afilado filo de sus pestañas mientras me siega el aliento. Por favor... Yo no sabía que esto fuera cierto. Encontrarme así. Después del estreno de mi última película, con su novio enamorado platónicamente de la chica a la que yo interpretaba.

martes, 16 de febrero de 2010

Será por eso de ser mujer. Lo de las convulsiones en el pecho coincidentes con la casa vacía durante todo el día. Y la molestia en la sien derecha que te dice que hay dolor, que hay dolor, y que te lo recuerda por si en alguna de esas ocasiones de éxtasis adolescente lo olvidas. Me pregunto si será por ser mujer. O porque soy un ser humano de esos que se equivocan y no son conscientes más que de su propia persona.

domingo, 14 de febrero de 2010

Se miró al espejo y pensó que estaba observando un cuadro gris. La perseguían las sombras de la noche. Había sido un día inusualmente gélido, y ahora la luna también tiritaba.

Ya ni siquiera se molestaba en mirar el reloj, porque el agobio crecía, pensaba en sus ojos, en lo feos que estaban así... y era peor. Ahora prefería llenar el tiempo perdido con cosas triviales y así dejar de reprocharse que estaba desaprovechando su vida. Y sus sueños. Sus sueños por partida doble: cuando conseguía dormir lo hacía de manera agitada, negándose su subconsciente a echar a volar y soñar. Despierta, ya se le había hasta olvidado. Había superado el periodo de obsesión con su problema, pero ahora la apatía le comía las entrañas y lo peor era que le daba igual. En eso consistía la apatía, ¿no?

Siguió mirándose en el espejo, dibujando el contorno de su rostro en cada pestañeo. Sintió de pronto un calor extraño que provocó que se lavara la cara con delicadeza. Se imaginó a sí misma llenando sus noches vacías con otras manos que la abrazaban desde detrás y contaban en silencio las curvas de su cuerpo.

Fue demasiado extraño para ella. Sintió de verdad una presencia y se alarmó de veras. ¿Miedo? ¿Miedo a qué? Al sueño eterno desde luego que no si de verdad implicaba la palabra sueño. Se sintió llena de paz y se dejó ir. Y así...


Como siempre, despertó sobresaltada. Habría dormitado durante unos diez minutos, pero esta vez sí había soñado. ¿Soñar? Qué raro sonaba. Qué raro. Sintió una calma inusual e imaginó que había robado esos diez minutos de gloria a otra persona. Que el mundo entero funciona así y estamos condenados a no encontrarnos jamás en sueños, porque si así fuera desecharíamos la vida despierta.

Sonrió. En alguna parte, tal vez no muy lejos, supo que existía alguien más con insomnio. Y que compartían las ojeras y los pocos segundos de paz que regalaban a sus almas inquietas.

miércoles, 27 de enero de 2010

Tus flores siguen fuertes, como hace una semana. Las he traído a mi cuarto, así que que me perdonen tanto desorden. Pero así puedo mirarlas cuando quiero. Y descubrirlas en la penumbra de mi habitación por la noche como dos soles naranjas, con sus casi cientos de pétalos que me recuerdan a las rayas de atardecer que decoran tus iris.

Puede que sigan fuertes para que no te sientas flaquear a ti mismo, por algún tipo de conexión mística que va desde tus dedos de escritor a mi mirada de niña que las contempla ensimismada, notándote en el ambiente de mis días. Para que no flaquees y así no tenga que cargar mi dolida espalda con tu cuerpo; debo acallarla, está como loca por hacerlo, dice que sería capaz de aguantar tu cuerpo mil veces sólo por ser tú. Y yo la creo.

Mi confianza es cuanto puedo ofrecerte, porque mi realismo ya lo conocemos tanto tú como yo, y ahora de eso nos sobra. Creo firmemente que puede salir bien, porque equivocarme en mis determinaciones sería infinitamente menos doloroso que verte a ti dolorido por lo mismo. Por las tuyas. Que no son más que una conjunción hija de puta, si se me permite la rabia, de mala suerte que nos acecha. Estaré loca, pero sé que el sufrimiento se nos verá devuelto cuando contemplemos París desde un sueño de los míos. Que ya no estará hecho de vapor de estrellas, sino que será real.

Y, ¿quién sabe? Puede que entre nuestros cuerpos abrazados se asome una cabeza blanca de orejas moteadas pidiendo un poco más de atención. El mundo será nuestro, como lo es ahora la tristeza. Pero hasta ese momento déjame invitarte a mi cama y dormirnos juntos, así tendré dos pares de soles naranjas que me calienten en esta noche... que parece tan oscura.



viernes, 22 de enero de 2010

Dirán que los adolescentes no sabemos amar pero en realidad pienso que son ellos los que han olvidado la pasión y los riesgos que queremos correr. ¿Por ser jóvenes? Por ingenuos. Porque cuando somos adolescentes todos somos artistas. El arte se va quedando por el camino, y es en la adultez oficial cuando recapitulamos y volcamos la locura en crear. Los artistas somos como eternos Peter Pan.

Crecemos pero por dentro seguimos siendo unos preadolescentes nerviosos que vierten sus ganas de ¡inventar el mundo! en sus historias. Sobredosis de palabras. Añoranza de tiempos mejores... e intentamos camuflar estos. Imaginando.

¿Pesadez extrema con el verbo crear? Y ganas de amar a lo loco, de no crecer nunca, de sentir siempre.

martes, 19 de enero de 2010

-Lloras demasiado bien en silencio... Eso no me gusta nada.

La primera vez que me viste llorar recuerdo que te dije "te he manchado", como en una comedia romántica cuando ella se derrumba en el hombro de él. Después vinieron muchas otras, incluso veces en las que mis lágrimas no eran más que gritos en medio de la calle mientras discutíamos. Pero siempre han encontrado una fuente de calma seca en tu pecho, en tus ojos de sol vespertino y en tus manos amarradas con fuerza a mi cintura.

Por eso no es justo. No es justo tanta vida que explota de repente y no es justo que esto sea eterno para nuestra vida ínfima en esta inmensa cadena de la Historia. No es justo que un hijo tenga que crecer sin su padre, no es justo que una de las cosas que el hijo recuerda es el momento en el que le dijeron que se había ido, ni que tenga que pagar los errores de su progenitor. No es justa esta carga de dolor que no se acabará; sólo cuando el alma se apacigüe, siempre que quieras limpiarte, mi amor, limpiar tu alma del dolor sordo que a veces necesita chillar de veras.

Te abrazo porque me encantaría poseer el bálsamo perfecto para tus heridas. Para mí no es justo ver las lágrimas que se pierden en tu barba, y por eso se solidarizan las mías, en silencio como bien sé hacer, para que no te enteres. En todos los otoños hay tormentas, encharchándose el manto naranja que cubre las aceras. El que me cubre a mí, cuando te miro, Otoño. Mientras suena que soy tuya, y así siento tu dolor, y así te siento a ti entero caminando por las venas de mi sangre. Te abrazo porque te quiero, de una manera u otra, siempre en latido constante en mis adentros.

viernes, 15 de enero de 2010

Somos criaturas maravillosas. Ninguna otra especie es capaz de sentir culpa o remordimiento, y aunque a veces se ve como un inconveniente, a mí me parece fascinante. ¿Cuándo hemos visto a un animal hablar con su actual pareja antes de lanzarse al cuello de un nuevo anhelo? ¿Cuándo?

Y sin embargo nos echamos a perder. No somos conscientes de lo que somos capaces de hacer porque vivimos constantemente atrapados en una realidad que creemos nuestra. ¿Quién nos ha dicho que esta es nuestra realidad? En más de una ocasión me he incluido (pretenciosamente, tal vez) al afirmar que sólo los locos somos capaces de crear. Y por qué.

Por qué nos arrojamos a un abismo entre dos realidades si ya tenemos la nuestra, por qué nos volvemos locos en este mundo para vivir otros. Estoy siempre imaginando, creando en mi mente hilos que más tarde se enredan y acaban invadiendo la parte que es real... Si es que la hay. Si no es todo un sueño que otro tiene y que me tiene a mí tecleando en zapatillas de estar por casa, preguntándome un montón de cosas que acaban con mi cuerpo en pijama, leyendo a poca luz.

Así es. Somos las únicas criaturas capaces de sentir con una fuerza capaz de hacernos girar en torno a un sentimiento días. Semanas. O tal vez segundos eternos que se estremecen en nuestra columna vertebral para acabar muriendo en un suspiro inacabado. Somos criaturas maravillosas y sin embargo nos echamos a perder. O es lo que mi mente enferma cree, mientras al mismo tiempo inventa una realidad perfecta y no real que convive conmigo; o yo con ella.

sábado, 9 de enero de 2010

Tengo un vecino al que no saludo nunca. Sin quererlo ni beberlo he creado un odio hacia él inmenso. Lo saludaba sin obtener respuesta todas las mañanas, hasta que le dediqué un gilipollas demasiado visceral. Ahora intento no cruzarme con él. Sin embargo, tengo otro que siempre saluda, pequeño, aunque pronto me alcanzará mientras yo sigo viendo el mundo desde aquí abajo.

Lo pienso. Lo pienso conforme van pasando las luces de la ciudad que ya duerme ante mis ojos. Y también intento imaginar por qué sonríe de repente esa mujer madura que viaja sola en el bus de los que vuelven a casa de madrugada. Como si la pillara por sorpresa, vuelve a sonreír, al tiempo que mi mente maquina que se ha vuelto a enamorar... Y recuerda ese beso y esas manos por todo su cuerpo.

Mi percepción ha evolucionado. Y mi mente busca en los archivos de mis recuerdos hasta dar con una pequeña que escribía en su diario -en el que casi nunca escribía- que estaba madurando. ¿Cuántas Elenas habrán pasado desde entonces? Y ahora está esta chica torpe que, según las lenguas nocturnas, parece salida del musical Chicago.

Cuando cruzo el portal soy yo la que sonríe porque interrumpo a otro vecino con su novia resguardados contra los buzones y expuestos a la pasión. De nuevo recuerdos. ¿Habrá habido muchos más? Muchos más que impactaran provocando el sonido metálico de la chapa y la espalda, otros esperando en el portal, un vistazo antes de subir las escaleras.

Soy torpe hasta para irme de fiesta, claro está. Mi estómago monta en rebelión cuando intento que sea mi cuerpo el que se comunique, y por ello me veo luego en el bus, y pensando en escribir todo este manojo de nervios y pensamientos. Escribir. Porque no somos más que locos que sueñan demasiado; hasta tal punto que piensan en realizar su sueño. De verdad. En jugárselo a una carta, y les -nos- brillan los ojos cuando charlan de ello y llevo a mis labios un sorbo más de café. ¿Locos? Claro que sí. Somos los locos los que nos inventamos historias.

Pero esta noche habla mi cuerpo en susurros mientras me voy desprendiendo de la ropa frente al espejo. Una chica salida de Chicago con el maquillaje corrido y dos pares de medias. Hoy el frío empapa hasta el alma. Y decido que el dolor de estómago no ha estado tan mal si ahora me arrebullo en mis sábanas negras y poseo a esta madrugada leyendo las locuras que otros escribieron. El silencio y yo, con la luna lejana, en un arrebato impropio de esos míos... De sentir el mundo como mío.

miércoles, 6 de enero de 2010

Estaba loca. O eso decía ella misma. Estaba como una regadera porque le regalaba sus miserias a una foto colgada en la pared azul de su cuarto. Casi cada día se tumbaba en su colchón de muelles infernales y se limpiaba bien el alma mirando a la foto. A veces de sus ojos de azabache salían dos lágrimas o se reía provocando que sus rizos castaños se desordenaran. Otras veces, sin más,se quedaba mirando la fotografía porque tan desequilibrada andaba su pequeña mente adolescente que pensaba, emocionada y triste por no tener una emoción mayor, que la miraba.

El chico de la foto. ¿Por qué él? De cara conocida, pero no lo suficiente para imprimir pósters con su rostro. De ojos penetrantes, en una simple foto que capta la magia de un momento que reposa allí, en la pared azul de su habitación.

¿Por qué él?


-Pero, bueno, ¿en qué piensas? Atiende. ¡Atiéndeme, joder!
-Perdón...
-Últimamente estás que no estás. Y no lo entiendo. Tienes el mundo a tus pies.
-Eso no es cierto, y lo sabes.
-¿Que no? Cada vez vas mejor. Te llueven las ofertas, estos últimos meses están siendo de locos. Por dios, mira por la ventana, las chicas te esperan a la salida del hotel. ¿Estás loco o qué?
-Puede. Porque me da igual todo esto.
-Si fueras una tía te diría que te va a venir la regla. Dios mío.
-Quiero dormir, anda, por favor, déjame un rato. Luego seguimos, ¿vale? Dame un par de horas. Y estaré más atento en serio.
-Más te vale, muchachito. Nos vemos en un rato.

Y se marchó dejándolo solo para que durmiera, como el joven le había pedido. Porque a pesar de que la suerte le sonriera en los últimos meses él ahora sólo quería dormir. Sólo cuando dormía podía disfrutar de ese reflejo de noche. Cerraba los ojos para encontrarse con ese pequeño aliento de ojos negros y cabello moreno. ¿Por qué ella? Inexplicablemente, en sus sueños la veía y la escuchaba, la miraba deseando una sonrisa, e incluso -creyéndose loco- comenzaba a quererla. Siempre la misma chica.

¿Por qué ella?

lunes, 4 de enero de 2010

Es una maravilla seguir sorprendiéndonos a nosotros mismos.Yo acabo de descubrir -otra vez- dónde quiero que se sitúe mi futuro. Pero de una manera distinta. Sabiendo que sentir es lo que mejor se me da, y que lo que mejor quiero que se me dé es que los demás compartan mi sentimiento.

Me he levantado de la cama dejando la almohada mojada porque una vez más mi alma se ha anudado siguiendo los pasos que una vez, hace años, soñó alguien. Y más tarde los escribió, y luego se leyeron en voz alta, se pactaron, se tradujeron en imágenes, llegaron hasta nosotros. Es fantástica esta sensación. Es como si me regalaran sentir.

Pienso, también, que tiene que ser horrible perder a quien amas. A quien amas de verdad, a quien, como dice la chica de mi película, lleves la vida que lleves, trabajes en lo que trabajes y tengas todos los amigos que tengas, no va a estar. Y por eso tú tampoco estás. Me abruma la idea porque mi mayor deseo es que sea inconcedible. Que seamos eternos y trabajemos juntos, y yo pueda leerte y tú verme. Compartiendo nuestros trozos de vida que decidimos regalar. Para que sientan.

Sorprendida aún, y escuchando la misma canción, redescubro que quiero dedicar mi futuro a regalar sentimiento. Porque me parece lo más eficaz y necesario para el alma humana, salvando las distancias...

domingo, 27 de diciembre de 2009

El porqué de tanto frío. Irónico cuando ni siquiera me puedo consumir en ceniza de palabras. Será el frío.

viernes, 25 de diciembre de 2009

Ante su ausente mente se está desatando una algarabía descomunal. Es increíble que el cuerpo siga aguantando después de la noche anterior. Pero aguanta. Se mueven alegres, divertidos, dando voces, bromeando por aquí y por allá. Es un día familiar.

Sin embargo, él está ausente. Con la mirada medio vidriosa a causa del buceo incesante en los recuerdos. Hay relámpagos, de vez en cuando, de anhelos. Se reflejan en sus ojos también. Piensa en cómo gira el mundo poco a poco, cómo un día estás aquó y otro allí. El efecto mariposa. En cómo una casualidad o un mero paso hacia adelante que te hace chocar con esa persona desconocida te hace cambiar. ¿Es posible? Cuando ya creemos que nos hemos asentado. Que nuestro mundo está completo de alguna manera. ¿El error? Creerlo. Sólo se completará con la misma dama de negro. A los pies de nuestra cama.

Él sigue a su completo rollo. Moviendo entre sus dedos una miga que se ha escapado de la comilona de horas antes. Pensando.

Fundido negro. Aparece ella. Las luces de navidad le iluminan a intervalos el rostro. Su cabeza apoyada en la palma de la mano.

Apura el contenido del vaso de tubo que han besado sus labios en la última hora. Todos los hielos ya se han deshecho. Juegan al bingo y ella tapa sus números con bastante retraso; también su cabeza anda en otra parte. Se ríe en sus adentros del paso de los años y de cómo unos lo tapan. Ella piensa que cualquier momento del pasado puede aflorar inexplicablemente. Y ahí reside su ensimismamiento.

A distancia, pero con el mismo rostro, los mismos ojos soñadores y la misma arruga de preocupación enmarcándoles la cara. Les une, también, el mismo programa cutre en la tele, las voces extasiadas de la familia. Y sus almas, que vuelan.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Yo quiero ser esa chica que asoma las pestañas tímidamente entre tus líneas cuando empiezas a crearla. Hazme el favor y olvidemos que nos conocemos. Sí. Vamos a borrar todos los recuerdos que nos unen y así mañana seremos maravillosamente desconocidos y yo podré ser esa chica.

Estoy segura de que quiero. De que quiero ser ella. Y así vivir las historias que escribes en primera persona y que me tocan un poco el alma porque sigo siendo una romántica, y más aún una lectora romántica. Me desnudo entera y así me tienes, y me guías como quieras cuando construyas esos versos. Aunque recuerda que mañana ya no nos conoceremos, que ya no seremos cercanos para conocernos de nuevo desde lejos y así reinventar todo lo que ya hemos hecho. ¿Te parece? A mí me convence bastante la idea.

Espero que aceptes. Y así mañana, o cuando se crucen nuestras pupilas, nos descubrimos, nos causamos interés, nos observamos un tiempo y vamos rozándonos; por equivocación, a idea, poco a poco... Y construimos un mundo. Cuidaré con el juego porque no quiero que te escapes. Volverás a llevarme al cine y no sé qué pasará esta vez: si perderé de nuevo las entradas y me avergonzaré tanto, tanto, que pensaré otra vez eso de madre mía, apenas me conoce y pierdo las entradas, va a pensar que además de torpe soy idiota. O qué.

Tal vez haya nevado lo suficiente para que desees que me caiga en la nieve, y sea esa chica que se ha dejado las alas de hada del invierno en casa, preciosa entera, que te ayude a levantar cuando seas tú, tan loco como siempre, quien te caigas en la gran alfombra de nieve.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Es tan sencillo como desplegar el mantel para poner la mesa de todos los días, y de repente un relámpago en la mente.
Ay, pero si hoy como sola...

Así se crea la burbuja más egocéntrica en la que puedo refugiarme. Me abro a mí misma, y mira que parece lo más fácil del mundo y qué difícil es, y mientras me llevo a los labios el vaso de agua pienso mirando sin ver nada, en un torbellino de esos peligrosos, que empiezas con recuerdos y acabas echando de menos, anhelando, deseando, preguntándote por qué. Mi mundo desordenado en dos segundos, saltando a mi vista.

Ayer entré en mi último mes de dulce adolescencia justificada. Por lo de siempre, por la burocracia de las normas establecidas y lo que dicta tu carné de identidad. Pero, ay, en menos de un mes seré oficialmente adulta y no dejo de preguntarme para qué. Eso por una parte. Porque, por la otra, por qué. Por qué tienen tantas ganas de cambio y de adultez, y tan pocas de crecer siendo todavía niños. Y sí, lo dejamos atrás y a menudo nos asusta acercarnos en días de estos de soledad y cielo nublado, porque el recuerdo duele cuando se convierte en cenizas.

Pero ayer me susurraron que qué guapa estaba cuando reía. Cuando reía de verdad, cerrando los ojos y mostrando mi rostro con más arrugas y más niñez que nace en cada carcajada. La tristeza es demasiado fácil cuando crecemos. Bueno, cuando cumplimos años, estemos o no dispuestos a crecer de verdad y no sólo para entrar en los bares. Van flaqueando nuestras ganas de luchar y de revolverlo todo a golpe de locura. Ah, ¿y por qué?

Sólo espero saber cumplir años y no olvidarme de lo que dejo atrás. Ni amilanarme ante el cambio, y disfrutar. Qué aburrida, pensaréis, pensando tanto en el futuro... Bueno. ¿Responsable? No. Soñadora...

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Me siento tan desastre que giraría y tiraría la llave bien lejos. Por no creerme palabras que yo misma digo, por ingenua, por exigente y dura como la piedra. Creo que tendré que llevar un cartel de que yo también siento. Y bastante, como todos los seres humanos que tienen aprecio por la vida, y por todos sus elementos. Aunque a veces duelan y duela yo misma.

lunes, 14 de diciembre de 2009

(Nadie sonríe. Absolutamente nadie sonríe. La pelirroja solloza en silencio sentada justo en la silla de la esquina, donde la sombra es más pronunciada porque la luz llega oblicuamente desde las dos paredes que la forman, pero nadie la mira. Uno de ellos está en la barra pidiendo otra jarra de cerveza, los tres hombres restantes miran al suelo).

-Pero si ni me llamabas, joder. (Una de ellas rompe el silencio. La morena).
-Uy, cierto. Pero, ya ves, después de que intentaras ligarte a mi novio me daba por el saco llamarte. Completamente. (Sorpresa en la mesa. Agitación general, como cuando te haces partícipe de una verdad incómoda que tú ya sabías. No obstante, un respingo llama más la atención. El chico de la barra. El antiguo novio).
-Oye... (La pelirroja intenta calmar los ánimos, por si no están suficientemente caldeados).
-No empieces con lo mismo. ¿Qué pasa? No era yo la única que calentaba. Tu novio también rondaba, eh. Pero yo quería seguir siendo tu amiga, ¿no te das cuenta? Es que por querer hacer las cosas bien al final me vi metida en un lío del quince.
(Todos miran a la morena. Parece triste: en sus adentros se libera la tormenta interna del recuerdo).
-¿Las cosas bien? (El antiguo novio habla).
-Sí. Bien.
-Yo me voy. Os juro que no quiero seguir viéndoos las caras. ¡Estamos hechos de mentiras! No decimos otra cosa. Mentiras, mentiras, mentiras. Así que mejor me voy.
(Hace ademán de irse, dejando su jarra de cerveza pagada aún sobre la barra).
-Espera, Andrés. Por favor. (Uno de los otros chicos interviene) En teoría, estamos aquí para arreglar lo nuestro, ¿no? Nos han juntado una serie de situaciones extrañas, pero...
-¿Extrañas? (La morena sigue enfadada). Pero si no sabemos quién ha podido ser, por Dios.
-Sí que lo sabemos. El mismo que firmó la nota. (La pelirroja, con lágrimas todavía en las mejillas, parece firme pese a su debilidad aparente).
-Ah, no. Eso no lo volvemos a discutir. No vayamos a volvernos locos; cuando no puede ser, no puede ser.
-¿Pero por qué no? ¡Chicos! (Solloza). Debemos creer en él. Tal vez ya lo sabía, puede que... no sé. Buf. Que él ya lo supiera, ¿no? Y por eso nos escribió a cada uno de nosotros, para... reencontrarnos.
-Nos íbamos a encontrar de todas formas. (Uno de los chicos musita, la morena lo mira).
(La pelirroja continúa sin haber oído nada).
-O también quizá... no sé, existe la posibilidad de que él mismo... De que él mismo lo provocara.
-¿Qué? (Vuelve a hablar el mismo chico. La chica morena cierra los ojos, cansada, infitamente cansada. El rostro del chico está desencajado). ¿Qué cojones estás insinuando? ¡Eso ni en broma! Ni en broma, joder, Ángela. Deja ya de decir gilipolleces. La nota era innecesaria porque ya nos íbamos a encontrar si todavía nos quedaba un poco de vergüenza.
-Cómo... (La pelirroja, Ángela, vuelve a llorar).
-¿Que cómo? ¿Me estás diciendo que sin la dichosa nota, que no pudo escribir él, no habríamos acudido a su entierro? A ver, Ángela. Él no pudo enviarla, sencillamente porque no sabía que iba a morir.

(Andrés ha vuelto a la mesa después de su amago; bebe de su jarra con tranquilidad. La otra chica lo mira de soslayo. El que acaba de hablar y de decir lo que ninguno quería oír, Marcos, sostiene la mirada de la morena. La pelirroja sigue llorando, ya callada. Otro juega con el cenicero. Hay un ambiente extremedamante incómodo. Y, por supuesto, absolutamente nadie sonríe).

martes, 1 de diciembre de 2009

Digamos que tú y yo nos llevamos bien. Porque nos llevamos bien, ¿verdad? Nos llevamos mejor en otros tiempos, pero eso todavía no ha pasado. ¿No crees? Sonríes, no sonrías, que hablo en serio. ¿No te parecería que podríamos pasarlo bien, tú y yo, un ratito? Como en los viejos tiempos... ¿Te acuerdas? Nada más que un rato de piel y de calor del que nos hace falta. Porque a ti te hace falta, ¿no? Por qué sonríes... Me gusta tu sonrisa, porque sonríes sin impedir que se te noten las arrugas. Aunque la mejor sonrisa era la que ponías por las mayores tonterías. ¿Aún las pones? Como cuando atrapabas con la cuchara la bolsita de té y la dejabas escapar de golpe, y el agua se teñía de color pardo. Sonreías entonces. Pero a lo que iba... ¿No nos lo pasamos bien? Hablando, haciéndonos rabiar y eso. Nos llevamos bien. Podríamos emplearlo, y ya que nuestros cuerpos se conocen dialogar otra vez. Una vez más. Es que me parece divertido. ¿No? Ay, como cuando te tropezabas con el bajo del edredón. Sí, claro, sin sentimientos. Diversión, ya te lo he dicho. Bueno, uno sí que habría, ya me perdonarás. La mentira. Mentir porque aún te quiero y me muero por contemplarte desnuda. Como cuando...

domingo, 29 de noviembre de 2009

-¿Qué te pasa? Antes apenas has probado la cena. Te puedo preparar otra cosa si todavía tienes hambre. ¿Quieres? ¿Eh, pequeña?
Se quedó un momento más pensativa, y temió que a él le molestaran las nubes en sus ojos de nuevo. Pero sonrió, sonrió por el desastre que tenía delante.
-Un vaso de leche estaría bien.
Él le devolvió la sonrisa.
-Ahora mismo voy-. Hizo ademán de levantarse del sofá, pero ella se lo impidió.
-Pero… Ve luego. Por favor, quédate conmigo. Quédate. Por favor.
Paró su reincorporación en el sofá, y se pegó un poco más a ella. Calmó sus nervios, para que no se reflejaran en su voz.
-Como quieras. Estoy aquí, no te preocupes... Me quedo aquí.
-Sabes... ¿Sabes ese dolor en el pecho que te invade muy pocas veces? Muy pocas en tu vida. ¿Que sientes como un millón de dolores en uno solo, y te duele al respirar, y piensas que algo parecido tiene que ser el apocalipsis?
-¿Te duele otra vez? ¿Nos vamos a urgencias?
-No. No es eso. Es el dolor de la pérdida -sonrió-, de cuando sabes que alguien no va a volver jamás. Y te duele, te duele mucho, pero ya ni siquiera tienes ganas de decirle que pare. Porque lo has perdido. ¿Sabes cuál?
La mano de él iba y venía por sus hombros de manera mecánica. Estaba pensativo. Le estaba haciendo pensar.
-Claro. Ahora te entiendo. Como aquella vez que pensé que te perdía.
-Como aquella vez que pensábamos que nos perdíamos.

Ella se movió para mirarlo a los ojos un instante. Lo que duran un montón de recuerdos dolorosos que se arremolinan en el pecho. Lo que dura espantarlos para meterse en sus ojos y no salir de ahí en lo que quedaba de noche.

-Ahora soy consciente. Ahora... -se le quebró la voz.
-Tranquila, ¿vale? No va a pasar nada porque no queremos que pase. Piensa que somos más fuertes que todo esto. No te asustes por cosas innecesarias.
-¿Innecesarias?
-Sí. Nos necesitamos. Nada más. Todo lo demás no tiene lugar aquí. ¿De acuerdo? Sé que algo parecido a esto tuvo que ser el génesis.
Silencio de nuevo.
-Si no lo controlo me duele el pecho todos los días. Y no es por la mierda esta que me invade. No puedo perderte.
-No vas a hacerlo.
-Me estoy muriendo...
-Y yo no voy a dejar que lo hagas.

martes, 24 de noviembre de 2009

No sé qué extraño bicho otoñal me ha picado hoy me ha hecho necesitar un cambio. Ah, será el aire francés que tengo desde las dos horas en las que he tenido que pensar de manera franca. C'est la vie qui me dit qu'elle veut me troubler. Siempre he pensado que lo de la primavera es una mentira porque a mí el que me altera la sangre es el otoño. ¡Bombeándola a mil por hora! À mille par heure!

Pero volvamos al cambio. A crear. A crear cosas preciosas como las que veo visitando blogs y pequeños álmbumes de fotos de gente que de veras sabe capturar momentos. Créer. Me siento anclada en los quince años que tenía cuando creé este rincón, pero al mismo tiempo me da miedo abrir el grifo y empujar todos mis recuerdos por el desagüe.

Sí. No puedo evitarlo. Otoño me trouble mais aussi me hace recordar. Una nostalgia en tonos tostados que, de momento, me encanta. J'adore ça. Es como una locura gigantesca que a veces me pone furiosa y otras no. Cuando entro aquí y acabo pensando que necesito un cambio sustancial.

Pero no puede ser sustancial. Acabaría siendo un accidente más que sazona un poco la rutina, pero seguiría permaneciendo yo. De todas las maneras posibles. La misma sustancia, la même rêveuse. Parce que j'aime arriver ici et me sentir comme le petite rêveuse d'il y a quelques années. No obstante, cependant, de alguna manera me sonrojo a veces orgullosa cuando me sigo sintiendo yo. Aussi petite. Tan pequeña. Es agradable. Saborear el tiempo. En goûtant tous les instants que je garde.

Volverme loca. Totalement folle. Divagar. Unos minutos, los suficientes, para descargar el dolor de espalda del día... Et vogayer par mon monde de souvenirs et rêves. Tout mélangé, que diría mi profesora de francés.




¡Hoy me apetece sonreír en francés!

viernes, 20 de noviembre de 2009

Estaba en el parque, y no hay ninguna luz -dice-. Y yo pienso que es verdad, que me había sorprendido de ello horas antes. Cuando he empezado a recorrerlo era ya noche cerrada, todo lo cerrada que se cierra en noviembre la noche, y he pensado que si no me daba temor. La oscuridad total en el camino. Y por qué no. Me ha contestado una vocecita diciéndome que no había motivo para temer un asalto, que seguramente espantaría a cualquier ladrón o violador con una mirada brillante.

Así que he seguido andando hasta acabar delante de la valla de donde paso gran parte de mis días, mientras la vista se nublaba y también los pensamientos. Ya sentada he asustado a alguien en bici al sollozar. Me ha parecido curioso, su mirada temerosa. Como si yo fuera un ladrón o un violador que pretendía asaltarle.

Seguía con la mente espesa ante el café solo pero con leche. Sentada en la barra con la camarera lanzándome miradas furtivas y revolviendo la espuma tan rica que dejan encima del líquido caliente. Como con flaqueza de alma y en huelga de pensamiento. Sintiéndome en una película con banda sonora melancólica, deseando muchas cosas. Y, de repente, un bipbip y una frase en el mensaje.

"Desear es añorar el pasado"

Me quedo pensando. En las casualidades o en el destino escrito, en lo que sea que conecta una cosa con otra. En el mensaje y en que era viernes. Y apurar el café, porque me estaban llamando, apretar el botón de encendido... Y echar a andar. De nuevo.

lunes, 16 de noviembre de 2009

Me ha inspirado él, aquel que tantas veces nombrabas sin ponerle nombre provocándome muecas de fastidio, de nuevo, con uno de sus textos. Con un recuerdo enlatado en hojas de papel, gritando hacia más allá del cielo, o donde os escondéis todos. Después de dejarnos.

Me encuentro asustada. Supongo que ya sabrás por qué, porque de alguna manera sé que cuando hablo para mí estoy hablando contigo. Porque así lo quiero, y si de verdad existe la fe esta es la mía. Saber que me escuchas. No sé qué haré, lo digo totalmente en serio. Sé lo que deberé hacer, pero me da tantísimo miedo romper esta estabilidad tan frágil pero que se mantiene de alguna manera... No quiero ver la decepción en sus ojos porque me dolería más que nada. Sentirme fracasada si ellos se sienten así. Brilla en mí un pequeño rayo de luz, pero me hundo tan a menudo en las profundidades del pesimismo... Que no puedo vivir así. Necesito saberlo de una vez.

Asustada y de exámenes. Ya sabes. Lo pienso a menudo, lo de ir a verte. Siempre se me pasan los días y ahora me encierro para no perder ni un minuto (aunque sea falso; los gasto soñando). Cuando acabe sé que iré. Me avergüenzo de no saber encontrarte pero me armaré de valor y preguntaré, descubriendo mi plan. Qué importa. Quiero ir y compartir un silencio contigo, o los que sean. Y devolverte los últimos dieciséis euros que me diste, que me dieron en tu nombre, y que no he gastado desde el 17 de marzo.

Necesitaba escribirte. Gritarte a ti mis preocupaciones y mis ganas de llorar este desequilibrio. Y sé que me escuchas, de alguna manera, en blanco y negro como siempre te recuerdo. Dándome un poco de paz y haciéndome sentir desdichada por ser huérfana de esta manera, pero hablándote a cada instante. No sabes cómo te abrazaría si tuviera la oportunidad ahora.

martes, 10 de noviembre de 2009

-Oye, perdón. No me mires así... Es que te he visto delante del fregadero ahí dándole a las probetas para que no quedara nada de lo que hemos usado en la práctica esta de mierda y, no sé por qué, y no te asustes, por favor, te he imaginado delante del fregadero de mi casa. Sí, el de mi casa. En la misma posición, con la mano izquierda sujetando el recipiente y la derecha llena de jabón, y esa mueca de concentración... Te he imaginado de pie y descalza, vestida con una camisa, con mi camisa, por ejemplo, la que me habías quitado horas antes, o días antes. Qué más da. Aburrida, tal vez, porque yo aún dormía y tú ya no tenías sueño y te levantabas de mi cama, cubrías ligeramente tu cuerpo y decidías limpiar lo de la cena anterior... por hacer algo, por hacer tiempo hasta que me despertara. Pero lo hacía antes de que tú te dieras cuenta y te observaba de espaldas a mí, desde el quicio de la puerta. ¿No te parece extraño? Me ha explotado todo de repente, al verte. No te asustes, que es una tontería, pero me ha parecido tan real... Que tenía que decírtelo.


La observó un minuto más. Sólo uno. El minuto que tardó en terminar de fregar, cerrar el grifo y sonreírle para indicar que ya podía empezar él.

jueves, 5 de noviembre de 2009

Debería escribir. Algo fresco, soñador, un elogio al desenfreno. Cometer algún error de vez en cuando para luego arrepentirme. Bailar como si nadie me mirara. Tengo ganas de bailar, increíblemente. Aun con estos riñones palpitando al rojo vivo pidiéndome ¡cama!, siendo engañados constantemente porque la única respuesta que reciben es la de cama con quién. Escribir algo que me arranque una sonrisa mal disimulada dentro de un otoño, allá donde esté y allá donde se acomoden mis palabras. Sus palabras. De las que me apropio de manera visceral, sin poseerlas, simplemente acariciándome suavemente cuando sueño. Dormida y despierta. Mis dos grandes Ds. Enfermizamente comparar primaveras y lo que venga, y compararme a mí, a mi mente perversa e inocente cuando prefiere ser así.

Podría pensar más en algo que escribir que me guste. Que me guste a mí, porque aunque guío mis dedos para llenar otros ojos mi intención no es gustarles. A todos. Ni escribir con alguna pretensión. Digan lo que digan, quien se quiera quedar es bienvenido y me hará sonreír si así lo quiere. El sombrío, el que se va, tiene mi más sincero respeto. (Aunque no me suene cierto)

En lugar de ponerme a ello prefiero arrancarme el cansancio y las preocupaciones y juntarlos en un cóctel molotov que vaya a parar a tu ventana. Enfadarte, si puede ser. Para que acudas al estruendo y, al verme como la culpable, vuelques tu pasión sobre mí.

miércoles, 28 de octubre de 2009

¿Cuánto dura un viaje en ascensor? Depende de los pisos robados al aire, claro. Pero, ¿cuánto puede durar? Lo que dure un orgasmo, o las ganas de él.

Si nos descuidamos acabamos saliendo despedidos de los raíles del elevador que nos va acercando al ansia palpable de descamisarnos para que se hable la piel nada más. Y los dientes, y las marcas posteriores, y las miradas tan cercanas que se chocan. Pulsemos el botón que pulsemos creo que acabaríamos en el mismo sitio, en contarle las pecas a tu espalda con los iris agarrados a mis uñas.

Cuando el tiempo persigue puede ser que sea cierto que se aprovecha mejor cada respiración, por eso intento compartirla y verterla en tu boca a ver si así le arranca un suspiro a tus pulmones, donde puedas volcar la locura angustiosa que a veces se arremolina en el puente de nariz -porque lo sé, que reside ahí- y que ya no vuelva. Que deje sola a la que convive con tu sangre en una armonía caótica, haciéndote a ti, desde la partícula más esencial que pueda encontrar en cualquiera de mis incursiones cuando duermes. O cuando disimulas que sí has escuchado el chasquido de la cámara.

Y en el último instante fijarme en tu sol, en el sol que reposa en tu pecho ejerciendo una odiosa competencia con mi pelo cuando osa desparramarse por el mismo lugar.

Aunque no sepa cuánto dura, a pesar de que mi cabeza se monte sus historias de soñar despierta en cada momento y me puedan parecer escuetos segundos empujándote contra la pared. Le reservo al tiempo otros ratos de protagonismo; no es amigo del egoísmo pero estoy segura de que no va a parar sus pasos para detenerme, para detenernos. En uno de nuestros bailes de lujuria.

viernes, 23 de octubre de 2009

Todo es un caos. Ni siquiera encuentro armonía alguna en la línea perfecta que separa mi alma en dos partes que crecen y decrecen a su antojo. Ni el golpeteo musical y casi irónico del dolor en cada latido. Seguramente no merezca la pena pero no puedo evitarlo. Es duro aceptar que las cosas cambian y que no seré una niña eternamente. Al menos no para el mundo.

Pero está en mi naturaleza soñadora pedirme lo contrario. No obstante, a veces no es posible. Y es cuando sobreviene el caos sobre mi mente. Hasta que se queda a vivir en mis ojos y extiende su grito por mis mejillas.

sábado, 17 de octubre de 2009

Súbete conmigo ahora mismo porque me marcho. Es ahora o nunca. Sé que es precipitado y que probablemente no te va a dar tiempo de traerte nada contigo, pero no te angusties, ni tengas ese miedo en los ojos: yo tampoco llevo nada. Bueno, sí, te llevo a ti.

Resultará un pelín sorprendente pero he decidido irme de este cúmulo de sentimientos que me envenenan. Sí, como tú me dijiste, me están envenenando. Puedes llamarlo huir. Pero huyo de las tormentas que se pegan a mi cuerpo y salen al exterior desde las pupilas, las que me empañan el mirar y me hacen verlo todo de este gris nostalgia que tan poco me gusta ahora. Es tan prometedora la promesa del sol eterno que me voy. Pero puedes venirte conmigo. Es más, espero que aceptes, porque he hecho este viaje para que vengas conmigo.

Así podremos visitar los lugares más oscuros del universo y siempre tendremos luz. Yo al menos sí, si sigue palpitando así en el centro de tu pecho, y si tú no las tienes todas contigo te la puedo prestar porque es tan mía como tuya. Te aseguro que no me importará no poder llorar a oscuras.

De esta manera, aunque en nuestra travesía encontremos los huracanes más intensos y mi alma vuelva a desparramarse por el suelo al verme enloquecer, estarás tú para traerme calma otra vez con sólo una sonrisa y cambiarme de tema, verte sentado a mi lado, dormido o susurrándole a mis latidos qué les ofreces para que se suavicen. Un mundo para los dos te ofrezco yo, pero decídete ya. ¿Nos marchamos ahora?

martes, 13 de octubre de 2009

No suelo llamar la atención a la primera. Seguramente, tampoco a la segunda y en casos extremos a la tercera tampoco pasa nada. Obviamente, para muchos soy como uno de esos entes que resbalan entre la gente a toda prisa, con los que intercambiamos pupilas desconfiadas durante unos segundos... y seguimos caminando. A menudo me gusta pensar qué pasaría si el intercambio se prolongara, cuántas historias surgirían. Sería una locura. De mundos que chocan.

Los sentimientos se intensifican cuando queremos que algo ocurra al límite. Es buena señal, ya que es lo que perseguimos; pero no contamos con el abanico de sentires diversos que están atrapados debajo de la piel y también quieren salir. Llevando a cabo peligrosas piruetas, bailan la felicidad y la decepción, locura y tristeza, diversión y seriedad. Se intensifican ellos, en nuestro pecho, y se intensifican todas las personas con las que nos cruzamos, con las que me cruzo estos días. Se afilan las miradas; todo parece una espiral de seducción.

Mis ojos también observan y le traen imágenes con las que nutrir la mente de fantasmas y preocupaciones. Es curioso, de vez en cuando, encontrarte con la mirada de alguien durante un segundo, incluso sonríen si son valientes, pero ahí se queda la cosa. Para muchos empieza el juego, otros simplemente son meros espectadores.

Me gusta observar ahora porque sé que nunca llamo la atención a la primera. Mi baza, tal vez, sea que exista gente con la que se puede conversar antes de nada. O tal vez no, no lo sé, tengo la impresión con el sol de esta mañana de que he crecido tan rápido que me he perdido algunas cosas. Por ello, por la confusión momentánea entre los litros de alcohol que desfilan por mis ojos y el humo de miles de almas, me limito a observar. A observar. Mientras pienso que nunca nadie me ha dicho que beso bien. Aunque conozca la razón de sobras.

lunes, 12 de octubre de 2009

Como una broma demasiado macabra. Los hilos de la consciencia que se agitan tan deprisa con el viento que nos trae la fiesta. La fiesta, la fiesta que acaba en desventura completa. La fiesta, esa fiesta que tanto ansiamos y que tanto nos molesta al día siguiente, con la mirada perdida en el váter o la cabeza en otra parte: qué fue lo que hice anoche, por qué no lo recuerdo. Ay, las ganas de comernos el mundo.

El incierto modo de tratar la diversión como un cúmulo de sustancias y dinero gastado. Las risas en el bar de siempre no se venden en ningún supermercado. Tampoco encuentro en estanterías que se ofrecen al público el aprender a ser precavido con las bofetadas que nos trae el amanecer de vez en cuando. Es pensarlo y me estremezco.

miércoles, 7 de octubre de 2009

-Pero poco, ¿verdad?
-Sí. Bueno, sí. De vez en cuando, es que si sangrara mucho no seguiría viva. Pero no remite, es constante este río de atardecer refulgente.

Silencio. La sonrisa de ella, la más mayor, una sonrisa gris pero tranquilizadora. Como de fotografía antigua. Ella, ahora más joven, más en paz... más dueña de sí misma. Descorazonadoramente irónico. Y luego estaba la pequeña. Preocupada, nerviosa, nostálgica, con el brillo en los ojos de una fuga próxima de agua y sal.

-Aunque tampoco me importa mucho que me sangre. Me preocuparía que no lo hiciera. Me entiendes, ¿verdad? Dime que sí, dime que sí, por favor...
-No te preocupes. Si sangra o no es irrelevante. ¿De veras crees que me olvidarías si el dolor se cura? ¿En qué lugar me deja eso, señorita?

La pequeña sonrió. Le gustaban esas charlas nocturnas, de repente, con un poco de miedo al principio; pero luego la conocía como no la había conocido antes, y parecía que se le aplanaban un poquito las arrugas del alma. Pero era engañoso: cuando se marchaba, volvían a crearse para que tropezaran con ellas sus lágrimas cuando recordara su nueva marcha.

No se preocupaba en comprender por qué ocurría y por qué venía unas noches sí y otras no. Por el día la sentía en el viento de otoño y recordaba el invierno que se la llevó. A escasos días de estrenar el verde enamoradizo de la primavera, el invierno firmó la sentencia en silencio, con un fondo de luz artificial y el constante sonido de la respiración antinatural. A pesar de las visitas, rememoraba a menudo el último día y cómo se durmió sin apenas darse cuenta. Cómo se marchó la otra, la pequeña, de la habitación sin hacer ruido para no molestarla.

-No quiero que te marches. No te marches.
-No seas tonta. ¿Cómo podría quedarme? Sería una auténtica locura. Ya no tengo hueco aquí, me fui y... No te angusties. Sé que lloras más que por ti por ellos. También los vigilo, no te preocupes, los vigilo y ansío tocarlos, sobre todo cuando los veo llorar en silencio. Quiero que les hagas ver a través de ti y que puedan sentirme, ¿está bien? ¿Lo harás?
-Claro. Si puedo, sí. Si... si sé.
-Claro que podrás.

Miraron un instante la ausencia de la luna en el cielo triste de un primer piso de una zona urbanizada. Deseó volver atrás, hacer lo que sea. Todos menos el final. Lo deseó la pequeña, claro, la otra seguía completamente serena. Como satisfecha y apenada a partes iguales, a sabiendas que debía volver pero teniendo en cuenta que este no dejaría de ser su hogar nunca.

-He de irme. No sufras, no me des trabajo y que tenga que venir a calmarte en sueños. Deja que pueda venir a arroparte sin más. ¿Está bien?
-Vuelve. Cuando puedas, en cuanto puedas.
-Claro.
-Vuelve, abuela.


Y tecleó sollozando al día siguiente sus fantasías, volcando la intuición de verla de repente aparecer detrás de una esquina, esquizofrénica visión, y recordando el sonido de su voz para que no lo borre la ceniza del tiempo en su mente. Volviendo a llorar, habiendo roto el dolor que permanece dormido pero que no es maligno. Simplemente está, ahí. Y vuelve.

Te echo de menos.

domingo, 4 de octubre de 2009

Hablé con el sol al despertar y le pregunté a qué venía el madrugón porque ya no lo recordaba y mis pupilas se agitaban (es su manera de chillar que quieren un poquito más de oscuridad). Me dijo que siguiera adelante y que luego ya sabría a quién preguntar. Me vestí en silencio y notaba los nervios rebotar contra las paredes de mi estómago. Decidí esperar, como me había dicho mi gran núcleo de luz. Raro me pareció que sonreía mucho. Pero no le di importancia.

Más tarde me di cuenta de que tenía razón y, mandando callar a mis remolinos, hablé con su piel en susurros (no quería despertar a nadie). De manera enigmática acabó confesándome que iba a estar orgullosa. Lloró al final porque sentía el sufrimiento debajo de su extensión y eso la ponía triste. Se alegró (la vi) cuando empezó todo y pudo estar tranquila. Ya no había vuelta atrás.

Yo me asusté. Mucho. Los tambores se asentaron en mi corazón al principio, luego calmaron su canción poco a poco, se acomodaron y sólo oía retumbar mis pestañeos.

Conforme pasó el tiempo visité mundos e intercambié emociones con el viento que tímido nos visitó en ese momento. En cada una un rostro, un color de alma, una sonrisa distinta (las mejores son las sinceras).

Cayó la noche y mirando a la luna me di cuenta. Se comunica solamente con silencios, pero me bastó una mirada para entenderlo. Recordé el madrugón y supe por qué. El sol, el sol sonriendo, porque un pecho noble iba a tatuarse su rostro. Con tinta de eternidad, recién hecho, como indefenso; con un brillo peculiar que olía a locura.

jueves, 1 de octubre de 2009

Cuando sobrevienen las catástrofes aflora la solidaridad, la empatía, la amabilidad de cada uno. Pero no solo sirve el corazón encogiéndose ante el telediario, sino que hay cosas más banales y sencillas que también pueden servir de ejemplo.

El alma sufre a menudo pero en muchas ocasiones el dolor es sordo, apenas audible por nuestros pasos cansados, el espíritu siguiéndonos como una sombra. Otro tipo de dolor es el que llega cuando salpica. Salpica, sí. La piel se vuelve transparente y los demás ven latiendo alrededor del órgano esencial una espiral de locura, decepción y pena. Es entonces cuando entra en juego la solidaridad diaria y cercana. Se acercan, arropan, se escapa una risa, sientes el descanso de saber que no eran cosas tuyas, que los demás también lo han notado.

Se me han alegrado las pestañas en varios parpadeos repetidos al sorprenderme por la cercanía de los que siempre están pero nunca cuentan. Cada día nos cruzamos con cientos de personas y apenas nos fijamos en sus rostros o pensamos en su vida, por qué estará triste aquella, por qué sonreirá aquel. Lo mismo pasa con nosotros. Somos uno de esos cientos de rostros sin nombre para nuestros cientos de rostros sin nombre.

A pesar de todo, hay momentos, como esta mañana, en los que el mundo se para de alguna manera para curar el óxido de los tornillos que te anclan al suelo. Pisas fuerte, sonríes, y te haces partícipe de la comprensión común. Un cosquilleo en tus adentros, un agradecimiento en los ojos ya más risueños, menos nostálgicos, en proceso de recuperarse una vez más.




(Esta es mi manera de decir gracias. Por estar ahí)

martes, 22 de septiembre de 2009

Cuando nadie le vea, tal vez, delineará líneas, todas curvas, para escapar del riguroso trabajo y diseñar, diseñar como siempre, pero diseñar mundos imposibles concurridos de ideas, de cuentas matemáticas... de serotonina.

Sé que a pesar de su alma científica y preguntona querrá soñar porque sueña tanto como yo, o más, o menos, no sé, pero sueña. También se entristece, y me pilla un poco con la guardia baja, porque estoy acostumbrada a que sean mis palabras las grises y no las suyas. Pero me agrada sentirme parte de su posible consuelo, cuando dice que quiere que hablemos, como vía de escape, o como una conversación nocturna más, antes de que nos eche mi madre, o su hermana, o la somnolencia de que mañana nos espera un día más.

No sé por qué llevo unos días pensando en regalarte un par de palabras. O algunas más. Porque me gusta verlo por aquí y que insista en que escriba, porque percibo que intuye por qué hace tanto que no escribo. Escribo para mí, para muchas personas, pero también para dicho delineante soñador que me insiste y me saca los colores.


Por esos pequeños detalles. Para un arquitecto. O un proyecto de. Me debes muchas almendras, que te quede claro.