domingo, 30 de diciembre de 2007
viernes, 28 de diciembre de 2007
Al principio había sido una pequeña revuelta, murmullos a la hora del café y entre cabezas apelotonadas, nada importante. Habladurías. Pero luego vinieron los porqués ausentes de respuesta y las inquietudes. Los corazones de todos palpitaban en la misma dirección, pero nadie quería admitirlo. Era totalmente imposible que una cosa así hubiera venido a azotar su descanso. Si eran tan buenos, tan buenos… Pero todo se fue exagerando. Y optaron por culpar a alguien que no les devolvía la mirada acusatoria en lugar de mirarse al espejo y tener agallas entonces a entornar los ojos y decir Tú, tú eres el culpable de todos mis miedos.
La carrera seguía. Sentía la respiración anudándole la garganta, luchando por llevarse a cabo en aquel caótico remolino de emociones y esfuerzo físico. Se sentía corriendo por laberintos de nubes. A cada paso apresurado, los temblores de sus piernas se iban convirtiendo en indiferencia total. Y ese fuego que la perseguía seguía allí, lamiéndole la espalda. ¡Y seguían repitiendo lo mismo! No supo cuándo había dejado de pensar razonadamente, su mente solamente podía concentrarse en precipitar su cuerpo en la dirección que su intuición le mostraba. Pero estaban tan cerca. Tenía que ir más rápido, tenía que intentar ir más rápido. No supo distinguir si lo que martilleaba sus tímpanos era el sonido de sus pisadas o el de su corazón, a golpe de pum, pum, pum. Se concentró en huir, a pesar de que supiera que iba a dejarlo todo atrás. Esa extraña certeza la cubría y ya hacía muchas lunas que había aprendido a confiar en sus certezas. En esos pálpitos que la tenían corriendo, temiendo que el escozor de su espalda fueran las llamas de ese fuego que llevaba persiguiéndola toda la noche.
Y los gritos seguían allí, en un macabro canto que mecía sus cabellos.
Tuvo que cambiar de dirección; alguien le cerraba el paso por delante e intentar sortearlo hubiera sido un suicidio. Entonces sí que supo que todo había terminado. La última esperanza, seguir su instinto y dejar que fuera éste quien guiara sus despistadas piernas, se había visto consumida entre los gritos y la incomodidad de la calle empedrada. Aún así, optó por seguir corriendo hasta que el sendero que seguía llegara al fin. A su fin. Prefirió seguir demostrando que sí que tenía cosas que esconder.
¿Por qué diantre no lo comprendían? Tuvo fuerzas para maldecir una última vez la ignorancia. El miedo.
El aire se fue dulcificando conforme se alejó más y más del pueblo, de esos recovecos malditos. Ya casi no sentía el fuego. Ya no sentía nada. Paró en seco cuando ya no pudo seguir adelante. Y, sin pensarlo, giró sobre sus talones y contempló a la multitud. Sus rostros, titilando ante la luz de las antorchas, denotaban cautela. De nuevo, miedo. Pero se sentían lo bastante seguros como para mirarla con la victoria colgando de la sonrisa. No tenía escapatoria. Habían dejado de gritar, pero siguió oyendo ese canto en la oscuridad de su locura. Uno por uno. Fue sintiendo cómo se estremecían ante la gelidez de su entereza. Les volvió a dar la espalda y cerró los ojos, al tiempo que extendía los brazos. Escuchó los murmullos que se temía y se permitió sonreír. Volvió a sentir el fuego carcomiéndole las entrañas, pero esta vez era el fuego que la rabia esculpía en su piel. Y se acercaron. Temerosos, por la espalda, se acercaron. Sólo uno se atrevió a dar un paso más y empujarla. No se resistió, sabía lo que iba a pasar. Incluso sabía quién la iba a empujar.
Y volvieron a gritar cuando se sintieron seguros. Eso creyeron.
Al tiempo que caía al vacío, sus pensamientos se vieron ahogados por el canto que iba a marcar el resto de su existencia, tan efímera como sabía que era mientras el viento cortante del acantilado la devoraba. Aun así, si alguien hubiera observado su último rostro, habría visto una medio sonrisa. Pero esos gritos monocordes seguían haciéndose oír. Esos gritos. Esa única palabra.
Bruja, bruja, bruja…
jueves, 27 de diciembre de 2007
lunes, 24 de diciembre de 2007
sábado, 22 de diciembre de 2007
jueves, 20 de diciembre de 2007
martes, 18 de diciembre de 2007
Que son muchos. Muchos pensamientos y anhelos y tristezas y frustraciones y momentos que van a quedar guardados porque decidí que así fuera.
viernes, 14 de diciembre de 2007
miércoles, 12 de diciembre de 2007
lunes, 10 de diciembre de 2007
sábado, 8 de diciembre de 2007
martes, 4 de diciembre de 2007
-Puedes mirar todo - y alargó la primera sílaba - cuanto quieras, siempre y cuando no toques absolutamente nada.
Recordó las palabras que lo recibieron al llegar. De lo inseguro que se sentía. Incluso llegó a sentir el miedo que se adueñó de él en sus primeros días; un miedo que se acrecentó cuando Ella le dijo aquello y él preguntó que por qué, si nada parecía inofensivo. "Recuérdalo. Cuando sepas por qué, sé que estarás preparado" ¿Preparado? ¿Preparado para qué? Se acordó de cómo bullieron sus pensamientos a partir de ese momento, de cómo su cuerpo y su alma se fueron acostumbrando a ese lugar, a Ella, a todo lo que le rodeaba y, por aquel entonces, pensaba que jamás llegaría a comprender. Que no tocara nada... Perfecto, pues todo lo que se alzaba ante él le provocaba un pavor insospechado.
Ahora, sin querer evitarlo, sonrió mientras contemplaba aquella escultura y escuchaba los pasos de Ella resonando por las paredes de la galería mientras se alejaba. No la había visto nunca y parecía tan magníficamente real... Hacía mucho que dejó de preguntarse de dónde salían: nunca había recibido respuesta y aprendió a tomarse el silencio como licencia para dejar volar su inquieta imaginación. La estatua poseía una belleza extraña. Estaba seguro de que más de uno la hubiera catalogado como desagradable pero a él se le antojaba, sencillamente, hermosa. Estudió las facciones de aquel rostro y reparó en sus labios.
-Esto tiene que ser real. Tiene que serlo... -dijo inconscientemente mientras daba un paso adelante para sentirse más cerca de aquella estimulante figura.
Alargó los dedos, largos y fuertes, y sintió cómo temblaban por primera vez en mucho tiempo. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo poco antes de rozarla. Pero, ¿qué estoy haciendo? Ya no soy un novato.Sacudió la cabeza y decidió alejarse de allí. Tal vez ir a buscar a Ella y preguntarle acerca de esa escultura. Aunque, ¿qué le diría Ella? No quería que pensara que no estaba preparado. Entornó los ojos y volvió a acercarse, esta vez con cautela, alterado por el ruido de la saliva recorriendo violentamente su garganta. Dejó de respirar durante un instante, concentrándose al máximo en lo que sus ojos registraban. Esos labios... No pueden ser ficción. Poco a poco, la atmósfera que lo rodeaba fue cerrándose en torno a él y la figura. Era tal el hechizo que sentía recorriéndolo que se preguntó si sería una nueva prueba que superar. Si todo sería cosa de Ella... Pero esto era demasiado. La confusión se agolpaba en su piel, compartiendo escenario con la atracción que iba creciendo. Y creciendo. De repente se vio a escasos centímetros del objeto de su deseo. Podía oler la palidez de su semblante, el blanco de sus ojos, los rígidos bucles de su pelo. Pensó que quizás todo eran juegos para asustarlo y no pasaba nada si...
-¿Qué haces? ¡Cuida!
Su corazón se paró cuando la voz de Ella penetró en sus pensamientos.
-¡¡Cuida!!
Ella parpadeó. Como si así pudiera borrar lo que acababan de presenciar sus ojos. Atemorizada por primera vez en mucho tiempo, sintió cómo le temblaban las piernas y amenazaban con venirse abajo. No pudo hacer nada. Nada. Tan solo contemplar cómo aquella escultura cerraba su brazo en torno al hombro de él, con la elegancia y la rabia que siempre las caracterizaba.
El silencio y la luz que se filtraba por uno de los majestuosos ventanales fueron mudos testigos de su reacción, de las lágrimas que sacaron todos los sentimientos que había intentado esconder en un recoveco de sus entrañas.
El silencio. El mismo que le recordó que volvía a estar sola. Sola.
La luz. La misma que se reflejó en el mármol que hacía unos segundos había sido la piel joven e inexperta de su protegido.
jueves, 29 de noviembre de 2007
miércoles, 28 de noviembre de 2007
domingo, 25 de noviembre de 2007
miércoles, 14 de noviembre de 2007
sábado, 10 de noviembre de 2007
lunes, 5 de noviembre de 2007
La lluvia golpea con rencor en la ventana que cubre mis temblorosas espaldas, invitándome a descorrer la cortina y que mis lágrimas de horror se mezclen con la tormenta. Pero no puedo, pues mi tiempo se agota y temo que estos latidos que rasgan el silencio y van a hacer explotar mis tímpanos decidan tomarse una tregua y me abandonen. ¡Igual que hizo mi cordura tiempo atrás! Si pudiera surcar los pantanos de mi mente y recordar tiempos en los que dormía tranquila...
Allí está. Noto su presencia y parece que me llama. ¿Cómo adivinó mi nombre? Me pongo a tiritar cuando oigo ese seductor susurro de nuevo colándose entre mis entrañas. Tengo miedo. Un miedo tan puro y tan exultante que sé que va a ser mi último miedo. El más feroz, el más horrendo, el que me arrebate la vida.
Me llama. Los golpes de esa voz me aprietan la garganta. El frío es palpable pero su presencia me quema. Y se acerca. Lo noto. Lo sé. Igual que sé que estas palabras van a ser mis últimas. Ya noto su aliento en mi nuca. No puedo moverme: temo que si lo hago me clave los ojos, arrancándome el corazón de un soplido. Puedo notarlo leyendo por encima de mi hombro. Las sílabas me astillan, no tengo control sobre mí. ¡Me quema, me quema!
Ya es tarde. La sangre se agolpa en mis sienes. Temo que pose su mano en mi hombro. Ya no susurra mi nombre, pero sigue ahí, disfrutando de mi inercia, de mi miedo. Miedo. Jamás pensé que podría acuchillarme de esta forma.
Ya no llueve. El exterior aparece en calma. Ha dejado de llover igual que se han secado mis lágrimas. Voy a morir. Y sola, loca, sola. Quiero lluvia que me apacigüe pues su presencia me quema, me quema... Pero es tarde. Y ahí está. Aguardándome.
PD: Cágome en los dobles intros ¬¬
sábado, 27 de octubre de 2007
jueves, 25 de octubre de 2007
miércoles, 24 de octubre de 2007
sábado, 20 de octubre de 2007
lunes, 15 de octubre de 2007
Tan fácil tal vez como devolverme días atrás y sonreír sin proponérmelo. Rememorar ese par de arrugas acompañantes de una sonrisa maliciosa, naciendo en una nariz que llevo impresa en mi memoria a pesar de que quiera resistirse, para terminar en la comisura de unos labios amigos y mudos que no paraban de hablarme. Quizás entre silencios, pero puedo incluso jurar que me hablaban en ese lenguaje de la fascinación, del deseo, de aventurarse en un territorio que te tienta y te abstrae.
O acercarme de nuevo, sin poder evitarlo, a aquel hombro que me sirvió de refugio mientras mis pesamientos iban fluyendo hasta callar totalmente, hasta que todo el ruido exterior e interior se apagó para darle más amplitud a mis suspiros y a los latidos de ese corazón, que se aceleraban con cada respingo, mientras unas manos que asustan de un modo que me incita otra vez a sonreír se cerraban en torno a las mías, presentes. Estando ahí. En contacto con las propias, con mi piel. Enterrar el rostro en su pecho y que se apaguen las estrellas y me envuelvan sus chispas encendidas y punzantes, pues voy a agradecer el impacto si es que llego a sentirlo.
Cometer el posible error de volver a esos ojos sin licencia. De cerrar los míos y que ahí estén, mirándome desde arriba, tendiéndome una mano insivible que sé que puedo coger cuando quiera, cuando recuerde.
Que mi estómago dé un triple salto mortal cuando mis pies dejaban de sentir el suelo y se elevaban, me elevaba. Rendirse a esos impulsos y que se me descontrolen, como cuando de pequeña se me rompía un collar en mil cuentas que trataba de reunir en vano. Pasar un minuto tras otro con la barbilla apoyada en mi mano izquierda, sintiendo a las palabras revoloteando sin cesar, no estando segura de estar plasmándolas como deseo. Pero poder sentirlo aún, anudado a estas palabras aladas que surgen del momento que me brindó, del que me alimento en este mismo instante.
Un momento que no debo guardar en el desván de mis sueños rotos, puesto que, aunque a veces así me lo siga pareciendo, no lo fue. Correr a mi mesa de noche, abrir el primer cajón, ése que siempre sé que va a estar ahí, y cerrarlo de nuevo girando la llave, sabiendo que está seguro con los demás recuerdos que con la dulzura de una sonrisa me arropan por las noches.
martes, 9 de octubre de 2007
Perfecto, no hay nadie.
Doy un paso y parece que el peso de mi espalda se hace más doloroso, así que suspiro largamente y cierro la puerta para que el frío que me ha venido acompañando no entre y haga explotar la cálida burbuja.
Este frío helado que frecuenta la ciudad me sienta verdaderamente bien.
Recorro el pasillo en penumbra sin accionar el interruptor de la luz y me guío por el instinto y la prudencia de mis manos que palpan el estucado, aun habiendo recorrido aquel camino innumerables veces.
Ya estoy. Ya estoy.
El silencio se va adueñando de mis inquietudes y cada golpe de respiración me deja en calma. Es una sensación atrayente esa de sentirse parte del entorno, sin más. Tomo asiento en el borde de la cama y observo la silueta difuminada que me devuelve el espejo.
Y cómo la luz que se cuela por mi persiana se refleja en él y me brinda sombras fantasmagóricas que me acompañan.
Me deshago de cargar y suspiro de nuevo. De nuevo. Abro la ventana y el frío vuelve a recorrerme con su gélida garra, adueñándose de mi alma. De mi cuerpo. Entrecierro los ojos y observo mi pedacito de mundo.
Me siento afortunada por poder charlar conmigo misma en palabras mudas.
Me desvisto en silencio mientras el calor y el frío se mezclan arañándome la piel que va quedando, poco a poco, desnuda. Pongo en orden el día que me queda y me preparo.
Puedo sentir que ya se acaba.
Y, en efecto, oigo la cerradura que chilla de nuevo.
La puerta se abre y la burbuja explota sin salpicar a nadie, excepto a mi paz.
Sonrío, a mi pesar.
Me acaricio la nariz y me pongo en marcha. Vamos allá.
El tic tac me supera. Y las palabras amenazantes.
Y dejo de notar el sabor del viento debajo de mi paladar.
domingo, 7 de octubre de 2007
Tan hermosa como siempre. Más dolorosa que nunca.
No quería ver como aquella persona se alejaba sin volver la vista, llevándose mi alegría, los momentos dulcemente guardados en mi pecho, el cual ahora se agitaba violentamente.
Pero seguía allí, con la impotencia recorriéndome la garganta sin cesar. Quise echarme a correr y alejarme de aquella persona. ¡Huir!
Sin más.
Dejarla en paz. Dejarla ir.
Pero, en lugar de eso, mis piernas cobraron vida de nuevo y empecé a caminar detrás de la silueta que se alejaba entre reproches y besos amargos.
-¡Espera!
Pero esa persona aceleró el paso y la bruma se cernió sobre ella, camuflándola de mi mirada empañada.
Estábamos solos. Pero una gran fuerza me alejaba de su sombra. Eché a correr, dejándome el alma mucho atrás. No era lo adecuado, pero tenía que intentarlo.
-¡Por favor, espera!
Nada.
Siguió alejándose más y más, por mucho que mi aliento se cortara del gran esfuerzo de correr. Las lágrimas se unieron al suicidio de mis suspiros y las dejé irse libres. No me importaba que me viera así.
Por fin, parecía que iba ganándole terreno. La vista se me nublaba de la frenética carrera pero alargué el brazo y rocé el suyo. Me estremecí. Ambos nos paramos.
Me daba la espalda. Y yo lo entendía. Recobré algo de aliento y quise volver su cuerpo hacia mí. Pero no se movió. En realidad, sí lo hizo.
Pero, por más que rodeara su figura, no podía verle la cara. Su espalda me persiguió durante unos minutos en los que la angustia se adueñó de mi ser.
La silueta fue desvaneciéndose ante mí a medida que el viento soplaba.
Y se la llevó.
Y se me llevó.
Con ella.
Me derrumbé y me dejé caer al suelo.
Ya nada... Ya nada...
Cerré los ojos.
Y me desperté.
Tiritaba de terror y el calor era agobiante. El sudor se pegaba a mi cuerpo y estaba totalmente turbada. Me levanté y mi vista fue acostumbrándose a la habitación blanca. Me pisé el camisón y caí al suelo, lastimándome la pierna izquierda.Alguien entró cuando yo empezaba a llorar de nuevo. Eran varios, y me estremecí otra vez, esta vez en la realidad.
-Tranquila... Tranquila. Ya estamos aquí. Tómate eso y te sentirás mejor.
Me puso una pastilla debajo de la lengua y bebí el agua que me ofrecía. Me sentí mejor, en efecto. Noté como el cuerpo se me iba yendo.
Lo último que recuerdo es que los vi alejarse empujando un carrito metálico.
(24·o8·o7 - Casualidades reecontrarlo justo hoy)
Tal vez si esa pareja de rostro arrugado que ahora camina por la calle de la mano ajenos a todos los años que han repetido esa misma escena hizo el amor en su luna de miel después de salir de la ducha para quitarse la arena que se había colado por sus trajes de baño en la playa. Si ríeron y se sintieron enérgicos como pueden sentirse ahora mientras ella posaba sus dedos en los labios de él para que no elevara la voz. Si se olvidaron de que tenían que bajar antes de las dos a comer y prefirieron alimentarse de besos, arañazos y felicidad entre laberintos de sábanas.
Si la opresión que nace en mi pecho y trepa hasta mi lengua para anudarla cesará algún momento envolviéndome en calma, como si estuviera tendida en el oleaje de algún mar en medio de ninguna parte, y el balanceo me meciera hasta caer dormida.
Si voy a conseguir escribir algo después de tanto tiempo con la sensación de que no hago más que patinar una y otra vez sin sacar algo que me deje satisfecha.
miércoles, 3 de octubre de 2007
Abrir los ojos y ver un cielo estrellado que te resulta eternamente ajeno mientras notas tus latidos y la hierba acariciándote la nuca.
Conseguir llegar a un punto de calma en el que dejes de convulsionarte, si puedes.
Vacíar en esa mirada todas las palabras que trepan por tu garganta y se atascan, buscando después otro camino para salir al exterior aunque sea entre silencio.
Pensar que nada más existe. Que puede partirse en dos el universo y no vas a sentir nada. Ni escuchar el viento, ni los gritos lejanos. Abstracción.
Observar el horizonte de sus mejillas sin miedo a que te descubra entre la concentración de su rostro, el cual no te cansas de recorrer con manos y ojos. Con manos y ojos.
No darle ninguna importancia a la falta de palabras. Fascinarte del silencio que te llena.
Darte cuenta de repente que acabas de conocer esos labios y que ya han empezado su magia en ti.
Sonreír hacia dentro y volver a encontrarte con ellos.
Sorprenderte en otros mundos poco cercanos a la silla donde tu cuerpo reposa.
Morderte el labio al recordar, para evitar que otra sonrisa estúpida se escape de tu boca y acabe mezclándose con deseos.
Ansiar volver a recorrer ese camino.
Disfrutar de un embelesamiento en el que no hay ni tic tac ni impaciencia.
Mecerte en recuerdos mientras los susurros regresan a tus oídos sin cesar.
Y las mejillas encendidas.
Con más bigotes de gato perturbando tu estómago.
Y listas. Hacer listas.
viernes, 28 de septiembre de 2007
Por las noches es cuando mi alma se siente limpia, entre la soledad de mis sábanas, y callan. Dejan de susurrar porque saben que no las necesito. Es esa sensación de ilógica tranquilidad la que trepa por mi tripa y se aventura hasta mi boca para explotar en una mueca de total indiferencia.
A veces me siento sola. Cuando la Luna se cuela en mis sentidos y el frío se hace notar. Pero es una sensación que expira en mis sueños, después de haberme abandonado a esa sensación de éxtasis de recorrer mundos sin salir de la cama.
Hay ocasiones en las que me siento poseída de sentimientos contrarios a los míos. Y la presión de esos sentimientos se une a mis ojos y me desconcierta.
Las lágrimas van apagando su voz, desistiendo en su intento de hacer sangrar mis emociones.
Hace tanto que callan. Tanto.
Que me siento indefensa sin su escapatoria, sin refugiarme en ellas. Tan extraña. Porque, de vez en cuando, esa presión vuelve pero no cede.
Y me envuelvo en sonrisas idiotas.
Y me envuelvo en sonrisas idiotas.
domingo, 23 de septiembre de 2007
-En ti, ya no.
-¿Por qué?
-Me da miedo que me taladres con tu mirada.
-¿Y eso qué tiene que ver con confíar?
-Que tus ojos me tienden una mano que ansío coger. Y me da miedo meterme en ellos y no ser capaz de salir. Querer no es poder.
-Lo es.
-No. Para mí no.
-Hoy ha salido el Sol.
-¿De veras? Parecía que no. Sus rayos ya no calientan.
-Porque no quieres.
-Porque no puedo.
-Hay veces que no te entiendo.
-Es comprensible. No te culpo por ello.
-Sin embargo, quisiera hacerlo.
-¡¿El qué?!
-Entenderte, entenderte.
-Cosa difícil. Tendrás suerte si rozas la mínima esperanza de hacerlo. Adelante, no obstante. Que tengas suerte.
-¿En qué?
-En que los rayos del Sol te calienten.
-Es a ti a quien no abrazan. No a mí.
-¿Seguro?
-¿Sabes?, te quiero.
-No, no lo sabía. Apuntaré el dato por si más adelante me sirve. Tal vez pueda echártelo en cara cuando me estés abrazando y ya no pueda huir. Quizás me sirvan de prueba cuando te denuncie por apoderarte de mi alma.
-¿Y lo harás?
-No te quepa la menor duda.
-Cabe. Toda tú eres dudas. Intentas esconderlo pero no puedes. No lo niegues, lo sé. Puedo leerlo en las líneas de tu pecho. No te ruborices, no veo motivo para ello.
-Vaya, ahora me has salido poeta. Me quito el sombrero, señor bohemio.
-No digas estupideces. Sigue haciendo Sol.
-Un Sol que quema.
-Y calienta.
-No, eso no.
-A veces siento deseos irrefrenables de besarte. ¿Algún día podré hacerlo?
-Para eso no tienes que pedir permiso.
-¿Eso significa que puedo?
-No. Eso significa que no tienes que pedir permiso.
-Me confundes. Pero mis labios siguen llamándote.
-Los oigo, los oigo.
-Empieza a hacer frío. Ya casi no alcanzo a ver el Sol.
-Tal vez sea nuestro último atardecer...
-Son demasiado hermosos como para ponerles plazo. No pienses en ello. No pienses más.
-Me es inevitable.
-También lo sé, pero tenía que intentarlo.
-Sí...
-¿Lloras?
-No, se me ha metido un rayo de Sol en el ojo.
-Ah.
-Uh.
-¿Puedo besarte ya?
-Para eso no necesitas permiso.