viernes, 20 de diciembre de 2013

Es la felicidad lo que hoy lamento.

No el dolor verdadero,
que enmudece;

sino esa sutil forma de tristeza
que no es apenas nada
más que ausencia de dicha.
(AG)


miércoles, 18 de diciembre de 2013

- Oye...
- ¿Sí?
- ¿Sabes cómo se siente un pelele?
- No...
- Exacto.
I want you
to be
left behind those empty walls,
told you
to see
from behind those empty walls.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Que uno piense que el amor, por el momento, no es para él no significa que no crea en el amor. Que haya dejado de creer en ese sentimiento tan aislado y tan inherente que parece que te sale directamente del estómago cuando aparece, como si hubiera formado parte de ti desde siempre. No tiene por qué significar que no se pueda ver la esperanza de soslayo en unos ojos en los que el impacto de la luz provoca que los veas como nunca los habías visto antes, a pesar de haberlos observado decenas de veces.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Periodismo.

Ahora es monologuista. De tanto reírse de su futuro negro en la cola del INEM, al final acabaron pagándole por ello.

domingo, 1 de diciembre de 2013


We're all in this thing together
Walkin' the line between faith and fear
This life don't last forever
When you cry I taste the salt in your tears.

viernes, 29 de noviembre de 2013

- ¿Por qué has venido ahora? ¿No habíamos quedado luego?

Se pone una camiseta con torpe rapidez. Es la primera que ha pillado, pero ni le da tiempo a mirarla. Piensa en peinarse un poco pero acaba concluyendo que eso va a provocar que parezca todavía más estúpido. Espera su respuesta mientras le late el pulso en las sienes con ese frenesí de una situación incómoda y que le llena a uno de culpabilidad. Incómodo y lleno de culpabilidad, en eso se ha quedado el orgasmo.

- Ya. Pero prefería venir ahora. Ya me marcho.

Ella abre la puerta de casa y antes de que pueda irse él sale a su paso y le corta el paso.

- ¿Por qué? ¿Pero qué cojones haces?

Ella sonríe ligeramente. Es una sonrisa amarga pero entera. Una sonrisa que no esconde nada.

- Quería ver esa vergüenza. Quería ver cómo la sentías. Así puede ser que la próxima vez que me eches en cara que me tiro a otros mientras intentamos arreglarnos te lo pienses dos veces y recapacites. Y al menos te calles. Porque si tienes dos dedos de frente, y sé que los tienes, sabrás que sé que no puedes exigir nada que tú no quieres ofrecer. Ahí está tu problema. En que crees que no tienes dueño pero que, ante todo, sigues siendo el mío. Cuídate. Y mis cosas puedes quedártelas-. Rápido vistazo. - Incluida esa camiseta; te queda a ti mejor.

Y se va. Él, perplejo entre el salón y la cocina, se rasca la cabeza mientras en su pecho se va abriendo un vacío hondo, lacerante, implacable. De su ensimismamiento lo saca otra voz femenina; esta segunda proviene del dormitorio.

- ¿Qué ha pasado? ¿Qué quería esa loca?

jueves, 28 de noviembre de 2013

Soy piel y huesos. Soy una sonrisa burlona devuelta por el espejo. Un aliento más, el pecho hinchado de vacío. Soy un fracaso que duele. Un fracaso que enseña. Soy la penúltima nota de un violín que arranca desde sus cuerdas una melodía rota. (No) soy la chica de 15 años que se enamoró casi sin razón y respiraba pasión en el invierno más frío. (No) soy la chica que se enamora. Soy los resquicios de lo que algún día fui. (Cómo pude ser) así. Soy algo diferente, evolucionado, envejecido, desganado. (Ya no) soy esa chica. Soy la misma piel y los mismos huesos. Soy la incredulidad de quien ha sentido el sufrimiento en el estómago y la tristeza profunda agazapada en lo más primigenio, sin que quisiera marcharse. Soy un verano negro y de lágrimas. Soy las cenizas de las que volví a nacer. (Todavía) soy esas cenizas barridas debajo de la alfombra más gruesa. Soy resignación, ausencia de paciencia, ausencia de impaciencia. Soledad, ansias de viajar, independencia. Soy el silencio de quien no tiene que darle explicaciones a nadie. Soy aquella que camina rápido con una maleta y que no quiere que venga a recogerla nadie al aeropuerto. Soy la que sonríe por amabilidad aunque sea un día de mierda. (Ya no) soy Tina Leone. Soy otra ilusión que parece diluirse. Soy ese espejo. Esa chica que me mira desde el otro lado. (Ya no) esa chica que me mira desde el otro lado.

Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Sólo piel y huesos.
Y juras otra vez que no quieres volver
a despertar muerta de sed
y con un puñal hundido en el pecho.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Me pregunto si alguna vez se acabará esta empatía. Cada vez que me comprometo con una historia en la que el dolor juega un papel importante acabo sintiendo las uñas del pasado en el estómago. Acabo sintiendo ese dolor de una manera casi personal, reviviendo la tragedia de la manera más intensa que  permite una posición ajena. 

El recorrido, hasta hoy, es siempre el mismo. Me intereso, leo, pregunto, veo, compruebo, leo más, anoto, escribo, señalo y, sin poder volver atrás..., ya estoy perdida. Estoy metida en la historia sin remedio, y sé que no saldré de ella hasta que no componga las palabras para poder hacer saber a otra gente que esa tragedia existió y que hay vidas humanas que sufrieron y sufren mientras nosotros seguimos respirando.

Por ello, por todo ello, a veces me pregunto si, en el caso de que continúe en esto, de que quiera seguir contando historias, me iré volviendo más y más insensible. Personalmente prefiero un periodismo intenso, humano, impregnado de la realidad latente y cruel si así debe ser. Sin embargo a veces me entran las dudas y lanzo al aire este interrogante. ¿La vejez me hará menos empática? ¿Es necesario un mayor alejamiento, no es nocivo dejarse doler, dejarse comer por una historia siempre que se mantenga la cordura?

Hasta hoy, no me importa este dolor. No me importa sentirlo. Para mí es parte de la pasión de querer informar de algo, de querer contar una historia que merece la pena ser sabida por todos. Es como un reflejo vivo de que existe. Porque existe. Y si esa existencia va ligada al dolor, a la injusticia, a la miseria, la crueldad, o a tantos otros sentimientos que nos hacen pequeños, ¿por qué no contarlo así? ¿Por qué no sentirlo así? Me pregunto, también, si acaso se puede contar y conocer una tragedia sin sentir absolutamente nada. Si el alejamiento debe o no debe ser la manera correcta de hacerlo.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Existe la posibilidad de que el cielo y el mar se tiñan de un color similar y parezca que se funden. Ocurre de noche, y a veces sólo un tímido reflejo lunar es el rostro de un mar en calma, negro a mis ojos, contemplado únicamente por esas pinceladas blancas y amarillas. Pero cuando ocurre en un día nublado o al atardecer, sin que tenga que ser la negrura el catalizador de esta maravilla, me parece magia. El mar y el cielo unidos en un manto uniforme, sin fisuras, provocando que no eche de menos ningún horizonte.

Entonces todo es calma, espíritu tranquilo, y la vida entera se me antoja sencilla. Como si pudieran unirse las mentes y nadie tuviera que entenderme. Sólo ser parte de ese manto infinito, entre el gris y el azul, y no tener que preocuparme de otra cosa que no fuera sentirme libre.

domingo, 3 de noviembre de 2013

If you're gonna try
and 
walk 
on water 
make sure you wear 
your comfortable
 shoes.


Submarine

miércoles, 30 de octubre de 2013

lunes, 28 de octubre de 2013

Como esos viejos árboles.

A veces la vida depende de una transfusión de sangre. Es curioso cómo pueden separar la vida de la muerta apenas unos latidos que no dependen de nosotros. Cómo alguien presta ese preciado líquido carmesí para que otra vida siga adelante. Cómo la salva, permitiendo que su corazón siga bombeando gotas de existencia.

Pero, ¿qué ocurre cuando no sólo de sangre se alimenta el corazón? ¿Por qué no pueden condensarse en milímetros cúbicos las fuerzas, las ganas, el aguante? Quiero dárselo todo igual que me lo dieron ellos a mí. Pienso en que ojalá la sangre lo arreglara todo, y no sólo la falta de vida, porque iba a dársela toda. Quiero librarme de la piel, del corazón, de cualquier cosa que esté en mi ser y dependa de mí. Porque todo lo que dependa de mí quiero dárselo. Incluso las lágrimas que ya ninguno tenemos; para que puedan desahogarse y, al menos por el efímero instante de calma que sigue al llanto, sean libres.

Quiero quedarme vacía, con las rodillas clavadas en el suelo, jadeante, al borde de la expiración si así puedo salvarlos. Quiero salvarlos. Quiero salvarlos porque ahora sé que esto no va a parar nunca. Sé que va a caminar con nosotros de la mano como una de esas realidades intrínsecas que nos llenan de sombras y nos clavan las uñas en el alma. Por eso quiero que se salven, que esto siga pero ellos se salven, y así ya no habrá lugar para mis gritos cuestionándome la injusticia o el equilibrio. Si ellos están fuera, me dará igual.

Cuando algo así sigue ocurriendo, el resto de problemas pierden importancia. Cuando una y otra vez acosa esta realidad dolorosa y tan constante, las pequeñas preocupaciones se me antojan apenas rasguños, arañazos inconscientes. Ojalá esto dependiera de una transfusión de sangre. De un mero intercambio de glóbulos rojos y plasma. 

Así intentaría al menos curaros las heridas desde mis venas, e iría remitiendo este frío en mis costillas. Frío que grita vuestros brazos, fuertes o débiles, abrazándome, siendo parte de mí y recordándome el concepto. Lo que significa, a pesar de todo el daño y los recuerdos manchados, a pesar de los pinchazos de angustia y los momentos de pánico. Recordándome lo que significa la sangre. Algo tan cotidiano y tan vital como la sangre.

miércoles, 23 de octubre de 2013

- Tina...
- ¿Sí...?
- ¿Sabes cómo se siente una persona en un desierto sin arena..., sin insectos..., sin aire... ? Así me siento yo.

Alfonso Vallejo.
Es increíble Madrid. Son las seis de la mañana, hace frío, es martes y ya hay gente en las calles. Siempre he pensado que eso de que las calles no están puestas aquí no se cumple porque creo que no se quitan nunca.

Volviendo a casa pienso en otra mañana, cada vez más lejos, en la que San Sebastián me daba los buenos días. Estaba muy gris San Sebastián. Y recuerdo que pensé en que era una mañana perfecta para un domingo, con el mar en calma y el cielo encendido en plata impulsando esa pesadez que se pega a la piel cuando el día está nublado. Como una invitación al alma, para que lo acompañe. He recordado que a pesar de todo sonreía, y el día no me podía parecer más amable, a pesar de las ganas de dormir y descansar por fin.

He conectado estos dos momentos porque en los dos mi sonrisa estaba cansada pero a gusto. En los dos momentos en mi mente brillan con fuerza ciertos reflejos a pesar de la oscuridad o el ambiente gris. Reflejos azules. Si cierro los ojos todavía puedo verlos.



viernes, 11 de octubre de 2013

Estoy sentada en silencio, pensando, cuando noto que alguien se sienta a mi lado y me abraza por detrás. Sé exactamente quién es sin necesidad de verle el rostro o escuchar su voz. Siempre acude a mí en ocasiones como esta. Jamás falla.

- Sólo estoy reflexionando. Necesito tiempo. Pero gracias por venir.
- Lo sé, por eso sólo me quedaré aquí. Contigo. Un rato más.

Cierro los ojos y me acomodo más en su pecho mientras pienso que ella piensa que no voy a aguantar mucho más sin hablar. Que al final siempre hablo. Exploto. Y ella está ahí para escucharme. Es algo que sé.

- Simplemente duele, ¿entiendes? Es una de estas veces en las que está el dolor bien adentro y tengo que esperar a que deje de gritar para asumirlo y afrontarlo.
- Lo sé, pequeña. Pero yo sé que puedes.

Volvemos a quedarnos entonces en silencio y a los minutos comienza a notar mi cuerpo trémulo, y desde las yemas de sus dedos me calma el agua y sal de las mejillas y me susurra que todo va a ir bien, porque estamos juntas. Yo sonrío amargamente pero agradezco su presencia. Como siempre.

- Recuérdalo, nunca debes responder a la amargura o a la venganza. Estás tú, antes que todo lo demás, y en tu integridad reside la clave para no volverte loca, pequeña. Asúmelo, como siempre. Acusa el golpe pero sigue adelante. Siempre habrá dolor... Así que no dejes de luchar cuando te haga mella. No te fíes, pequeña. No termines de fiarte nunca.
- Lo sé, pero...
- Tienes el mejor ejemplo en casa. Sabes lo que las decepciones pueden hacerle a un ser humano. Sabes cómo pueden reforzar la debilidad más primigenia. Sabes que puedes acabar como él si te abandonas a ti misma.

La miro atónita. Aprieto su mano entre las mías. Me calma.

- ¿Sabes qué? Cuando volvía a casa había en mi calle una chica joven llorando y gritándole a un chico que caminaba unos pasos por delante de ella. Le preguntaba a lágrima viva por qué la hacía sufrir así, que qué le había hecho ella a él para merecer ese trato. Yo he pensado al verla que podría estar como ella. Llorando y gritando. Incluso he recordado que hace años estuve así alguna vez. De verdad. Pero ahora prefiero parar y pensar. Reflexionarlo. Y, si lloro, no llorarle a nadie.

Ella me sonríe mientras me acaricia el pelo y yo voy notando el calor de nuevo en mi pecho, y cómo se va extendiendo por mis venas curándome el dolor que se me ha quedado atrapado debajo de la piel. Estoy lista para dormirme relajada y en paz, a pesar de que sé que va a marcharse, que va a dejarme sola otra vez. Pero esto funciona así.

- Te echo de menos-le digo.
- Volveremos a vernos, pequeña. Siempre que me necesites.

Y me besa y la beso segundos antes de verla desaparecer. Se disipa su imagen en blanco y negro y me quedo en la oscuridad de mi habitación pensando en ella. El dolor sigue aquí, pero con ella siempre recuerdo que puede pasar a formar parte de mí sin rabia, sin rencor, sin amargura. Como forma parte de nosotros alguien que se ha ido, a quien dejas de ver sin que puedas hacer nada y quien te hace aprender a convivir con su ausencia quieras o no. Pero sigue ahí. De alguna manera... Sigue ahí.

martes, 8 de octubre de 2013

Monica Vitti y Richard Harris se decían a sí mismos en El desierto rojo, de Michelangelo Antonioni, que tal vez existía un lugar en el mundo donde se estuviera mejor. Hastiados y confundidos, observaban un mapamundi con dicho interrogante en los ojos. Ese era su anhelo. Porque sólo así podrían escapar. Escapar de esos paisajes desolados que presentaba Antonioni y también de ellos mismos, de sus desviaciones e incertidumbres.

Yo nunca he dudado sobre si existe un lugar mejor en el mundo. Sé que sí, aunque también sé que depende en gran parte de si queremos dar con ese lugar o no. Sin embargo, hoy ante mi propio mapamundi no puedo evitar preguntarme si existe un momento de pausa, de paralización total de la existencia.

Apenas un instante en el que pueda vaciarme por completo y no ser más que un ente. Nada más que un espíritu todavía sin corromperse o mancharse, sin haber sido llenado de absolutamente ninguna experiencia. Quiero una pausa. Un momento de amparo en el que no tenga que contestar preguntas, cuestionarme, sostener a nadie más, preocuparme, tener que sonreír aunque no quiera, fingir que todo va bien, tener paciencia, dar explicaciones, cometer actos racionales, pensar en los demás, sentir todo lo que sienta, reflexionar, hablar, consolar a alguien, escuchar. Quiero desconectarme. Ser solamente un recipiente que tenga que volver a llenarse. Respirar fuerte o lentamente con la tranquilidad de que nadie va a escuchar mi aire, o mis sollozos. Vaciarme. Aunque sea consciente de que pasados unos segundos tendré que recoger mis miserias del suelo y volvérmelas a cargar a la espalda para seguir caminando.

Estoy exhausta. Lo noto en el dolor en el pecho y en mis pasos vacíos cuando camino a cualquier parte. Estoy tan cansada que sólo alcanzo a extender ese mapa tan mío, tan visceral, y acordarme de esos dos personajes, perdidos y a ratos derrotados, que el maestro italiano erigió con ayuda del celuloide. Así como de la frase que puso en sus labios, y de la que me adueño tras una ligera modificación, porque de alguna manera la llevo grabada en la piel.

Quién sabe si existe en el mundo un instante donde se esté mejor. Tal vez.

domingo, 6 de octubre de 2013

viernes, 4 de octubre de 2013

miércoles, 2 de octubre de 2013

Hey, open wide here comes original sin

- Nunca quisiste ser la novia de nadie y ahora eres la mujer de alguien.
- Hasta a mí me sorprendió.
- No creo que yo llegue a entenderlo nunca. Vamos, que no tiene mucho sentido.
- Surgió sin más.
- Pero eso es lo que no entiendo, ¿cómo surgió sin más?
- Sólo... Sólo me levanté un día y lo supe.
- ¿El qué?
- Pues lo que no supe seguro contigo.


(500) Days of Summer

domingo, 1 de septiembre de 2013

Mientras manejo el cuchillo y el tenedor de forma mecánica con la voz del telediario de fondo me pregunto cómo es posible que estén muriendo cientos de personas en un conflicto que, en esencia, manejan personas que están a miles de kilómetros. Pienso en toda la sangre, los refugiados, las vidas que jamás volverán a ser iguales, las pérdidas y los sacrificios sin poder compaginarlo mentalmente con los intereses de Rusia o Estados Unidos. Cómo es posible que funcionemos así.

A los pocos segundos, después de haber cambiado de canal tras haber visto los goles de los partidos de fútbol más importantes del fin de semana, la voz atronadora e irrespetuosa de mi hermano comienza a interrumpir el sonido de las noticias para seguir hablando de fútbol. Se levanta, incluso, y se pasea por delante de la televisión. No importa que pida silencio, porque sigue hablando y además encuentra interlocutores de sobra. Siria parece no ser interesante en ese momento. Sólo el fútbol, a cualquier nivel, y por parte de cualquier equipo.

Entonces pienso. Cómo no va a ser posible que funcionemos así.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Historias de tranvía.

Una pareja de ancianos que susurran entre ellos. Visten de una manera verdaderamente elegante, y no despegan las manos que se agarran con la fuerza que les queda. Son como el testimonio de que el amor puede seguir fortalecido después de decenas de años. Él la mira con atención mientras ella ríe tímidamente de vez en cuando. Podrían ser dos adolescentes atrapados en cuerpos arrugados.

Una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras guarda entre las piernas un par de bolsas de cartón y observa la ciudad por la ventana. Guarda silencio. Le ha cedido el asiento un joven con barba de varios días y una mochila al hombro, y en su gesto de agradecimiento sorprendido parece que se haya vislumbrado que se siente ya mayor. Envejecida. Se rasca la mejilla mientras llama la atención que lleve un pañuelo al cuello con el calor que hace en verano en Zaragoza. A ella parece no importarle. Eso sí, se atusa el pelo una y otra vez, mientras aprieta ligeramente las rodillas para que no se caigan sus bolsas.

Un joven con barba de varios días y una mochila al hombro le cede el asiento a una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras con gesto amable. Se ajusta la mochila al hombro y se agarra a una de las barras del vagón mientras apoya levemente la cabeza en el cristal y cierra los ojos, como descansando. Parece que su mochila pesa bastante, porque se queja reiteradamente del peso que carga por los movimientos que hace, pero no cambia su gesto sereno. Tiene unos ojos verdes extraños, como si buscaran algo de compañía, limpios. Como los de un niño.

Una chica que mira su móvil una y otra vez y que parece que ha olvidado peinarse esa mañana se acomoda en su asiento. Lleva una carpeta consigo, todo indica que va a estudiar, tal vez algún examen pendiente para septiembre. Lleva el rímmel ligeramente corrido, como si se hubiera maquillado con demasiada prisa. Bosteza, despreocupada, haciendo saber a todo el mundo a su alrededor en el sonoro gesto que no ha dormido demasiado o -también podría ser- que necesita una siesta y por eso mira el móvil, para no quedarse dormida en mitad del trayecto.

Un hombre en traje y bastante atractivo se muerde la uña del dedo meñique de una de sus manos, muy cuidadas, mientras escucha música. Lanza miradas desairadas a su alrededor, y alguna mujer las intercepta sonriendo tímidamente después de que él inicie el intercambio de muestras dentales. Entre sus pies guarda un maletín, por lo que es obvio que se dirige al trabajo, viéndolo tan impecable. Sigue mirando, a veces con descaro, dejando patente que se trata de una persona atrevida.


Una pareja de ancianos que de vez en cuando susurran que se quieren, mientras lo mezclan con palabras cotidianas que aluden a la necesidad de comprar una barra de pan o de arreglar la puerta de la cocina. Se han puesto sus mejores ropas porque hace meses que sienten que cualquiera puede ser su último día y quieren que la muerte los sorprenda bien vestidos. Y juntos. Por eso se agarran fuerte de la mano mientras piensan en cómo hacían el amor por la mañana, antes de salir de casa, y ella se ríe al recordarlo. Son como dos adolescentes que se aman y que aceptan que no es mucho el tiempo que les queda. Aunque todo el que queda atrás les haya sabido a tan poco. Juntos todo ha parecido siempre demasiado efímero.

Una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras se empeña en guardar bien las bolsas de cartón que lleva entre las rodillas y observa la ciudad a través del cristal diciéndose a sí misma que debe tranquilizarse. Cuando el joven de la barba de varios días y la mochila al hombro le ha cedido el asiento, se ha sobresaltado al principio porque le ha tocado el hombro que lleva dolorido y por un momento sus fantasmas han vuelto. Se sabe envejecida, fea, físicamente inapropiada para cualquiera que busque un romance. Al notar la mirada curiosa de una chica en su pañuelo se lleva la mano a la mejilla para recolocárselo y que la joven no llegue a ver los moratones que adornan macabramente su cuello. Se moriría de miedo si alguien los descubriera. Nerviosa, se atusa el pelo sin cesar porque desde que era una niña tiene ese gesto cuando se siente insegura, y aprieta las rodillas pensando que le lleva la comida para el descanso del trabajo al que hasta hace dos años fue su marido, el mismo que le daba una media de dos palizas por semana y que volvió hace quince días diciéndole que la amaba como nadie, aunque lo que echara de verdad de menos fuera tener un pelele sobre quien descargar su frustración y su amargura desde sus demonios hasta ella, a través de sus puños.

Un joven con barba de varios días y una mochila al hombro le cede el asiento a una mujer de unos cuarenta años con muchas ojeras porque le recuerda a su madre y se percata de que lleva tiempo sin llamarla. Se ajusta la mochila y cierra sus dedos en torno a una de las barras del vagón mientras intenta que el frío del cristal le cure la jaqueca, inamovible de su ser desde hace tres días. Tres camisas, dos camisetas, un par de pantalones, unas zapatillas de repuesto y todos los libros y películas que pudo llevarse es todo lo que lleva en la mochila, que lo acompaña desde hace una semana, el mismo tiempo que lleva vagando por la ciudad sin ningún tipo de rumbo. Se ve reflejado en el cristal y vuelve a verla a ella segundos antes de que el camión se llevara su coche, el de los dos, por delante, justo en mitad de una carcajada, y se le inundan las pupilas de lágrimas al sentir el vacío desgarrador en el pecho. Como un niño, cuando se siente perdido.

Una chica que mira su móvil una y otra vez se revuelve en su asiento mientras piensa en los pelos que debe de llevar después de esa noche. Lleva consigo la carpeta de la universidad porque salía de la biblioteca la tarde anterior cuando se lo encontró a él y pensaba que se desmayaba allí mismo. Luego, en casa de él, lloró tapada por las sábanas después de haber accedido a meterse en su cama de nuevo intentando no despertarlo. Bosteza porque apenas pudo dormir y se dice en silencio que es lo mínimo que se merece, mientras desbloquea el móvil una y otra vez esperando encontrarse un mensaje que sabe que no va a encontrar.

Un hombre en traje y bastante atractivo se muerde la uña del dedo meñique porque acaba de observar una minúscula gota de sangre en ella. Sin atisbo de culpabilidad ante el recordatorio carmesí, mira a su alrededor en busca de la que podría ser fácilmente su próxima víctima, captando algunas sonrisas de putas ingenuas que no saben dónde se están metiendo. Repasa mentalmente cada una de las herramientas que guarda celosamente en el maletín y decide que cuando baje del tranvía desayunará tranquilamente antes de ojear los periódicos en su propia busca. A través de los ojos es como se contacta mejor con las personas, en la desnudez infinita de una mirada, y así es como le gusta comenzar sus pequeños rituales, escrutando pupilas, con calma, eligiendo, al cabo de un tiempo, la próxima persona con la que calmará su sed.


Y, por último, una chica con camiseta verde y una chaqueta vaquera gris, a quien le sobra imaginación, ignora su dolor de estómago sólo porque le duele muchísimo más el corazón. Observa a la gente pensando en qué se esconderá detrás de todas esas respiraciones, esas ojeras, esas sonrisas y esos gestos cansados de cualquier mañana temprano.

lunes, 26 de agosto de 2013

"Ya iré durando más."

Dijiste la primera vez.

Pero eso nunca ocurrió.
A veces me pregunto si ahora seguirás diciéndolo en las escasas ocasiones que se te presentan, o, por el contrario, ya habrás aceptado que el egoísmo y tanto porno han hecho de tu capacidad sexual una auténtica mierda.

sábado, 24 de agosto de 2013

lunes, 12 de agosto de 2013

Hay heridas que nunca cierran completamente. Pero siempre queda la opción de aceptarlas y volver a caminar con ellas. No digo que debamos acostumbrarnos a las punzadas de dolor que de vez en cuando nos asaltan; digo que no debemos empecinarnos en que un dolor no existe cuando su eco permanece a pesar de todo. Por ello, queda seguir adelante. Siempre seguir adelante.

domingo, 11 de agosto de 2013

Lo importante de las decisiones es no perder las ganas de mantenernos fieles a ellas.

lunes, 5 de agosto de 2013

"Everyone wants an Argentina, a place where the slate is wiped clean. But the truth is Argentina, is just Argentina. No matter where we go, we take ourselves and our damage with us. So is home the place we run to, or the place we run from? Only to hide out in places where we're accepted unconditionally? Places that feel more like home to us. Because we can finally be who we are."


Dexter

Una madre coloca a sus hijos delante de una fuente en el Paseo Independencia para hacerles una foto. Son dos niños que, siendo el mayor de unos diez años y la pequeña de unos siete, me recuerdan inevitablemente a mi hermano y a mí. No es una fuente ni siquiera bonita, pero la estampa me hace sonreír. Sonrío por los tiempos perdidos. Por cuando no existía el tedio sino solamente la impaciencia y por cuando la vida estaba por estrenar y no pesaban los días, sino el ansia de más. Sonrío por un tiempo efímero que creemos que va a durar para siempre porque se hace interminable en primera persona pero luego parece tan fugaz visto reflejado en unos ojos ajenos.

Sonrío por todo ello, pero los ojos esta vez no acompañan a los labios.

sábado, 3 de agosto de 2013

Estoy pensando en esa chica que estaba en un concierto con sus amigos mientras en tres horas debía coger un tren. Se había dejado la maleta y la mochila preparada de manera que pudiera apurar el tiempo al máximo en el concierto. Ya en la estación se despidió de sus padres con lágrimas de su madre, llena de miedo, y con el dolor lacerante en el pecho de las despedidas. Era de madrugada, así que casi todo el mundo en el tren dormía. El ambiente era lúgubre, demasiado nocturno, así que ella intentó dormir para olvidarse de esa atmósfera gris y de que se acababa de quedar sola. Sola. Se concentró en lo que tendría que hacer al llegar a Reus e intentó tranquilizarse. Con escaso éxito.

Luego en Reus tuvo que esperar a que saliera el primer autobús que conectaba la estación con el aeropuerto, a las siete de la mañana. Todavía quedaban horas y el viaje la había dejado exhausta. Era verano, pero era un día inusualmente frío, y agradeció llevar la sudadera y el pañuelo, que su madre le había dado en el último momento, consigo. Cuando uno viaja solo parece que hay un imán que atrae a las demás personas solitarias. Por ello, imagina esa chica, en las horas de espera habló con más gente que esperaba, mientras ella mataba el tiempo jugando al solitario en su iPod y cargaba su móvil en el baño escondida del vigilante de seguridad que le había reprendido por estar cargándolo en un enchufe de la estación.

Estoy pensando en ella y en cuando por fin cogió el bus, después de hablar con más solitarios que caminaban por ese amanecer en Reus, y llegó al aeropuerto que, por suerte, no era muy grande. Pesó sus bultos y comprobó que se había excedido en el peso permitido, así que, de nuevo en otro baño, desperdigó sus bártulos para intentar reordenarlo todo y que pesara menos. Así acabó con diversos objetos colgándole de la mochila. También en el baño habló en inglés con una señora de aspecto amable y se miró en el espejo recordando que debía tranquilizarse.

Aguantó las horas de espera dormitando en un banco mientras mantenía sus manos en su equipaje. Escuchaba la conversación de unas chicas que viajaban juntas y que luego resultaría serían de su propia ciudad y, además, vecinas suyas en Irlanda. Elena y América, se llamaban. En la cola de embarque volvió a contestar a preguntas de padres preocupados que habían acompañado a sus hijos hasta ahí mismo y los envidió. Por no estar solos. Más tarde conoció a una chica nerviosa que iba a estar tres meses trabajando fuera de au pair, y en sus compañeras de asiento en el avión halló a dos chicas muy diferentes pero simpáticas y con mucho mundo. También las envidió.

Ya en tierras extranjeras, un chico muy guapo al que había observado en el vuelo le gritó que si sabía dónde se cogía el autobús de la línea 16. Ella contestó que era justo el que estaba buscando y decidieron continuar juntos. Cogieron el autobús, hablaron de sus miedos, rieron, se bajaron por azar en una parada porque los buses irlandeses son una locura, y hablaron con unas chicas que intentaron indicarles hacia dónde tenían que dirigirse. Sus caminos se separaban. Se dieron dos besos y Dani se alejó. La chica volvería a verlo un par de veces más por las calles de Dublín.

Ella se perdió. Caminó dos horas arrastrando la maleta, preguntó y preguntó, consultó los mapas y al final tuvo que parar un taxi que la dejó en la puerta. Volvió a equivocarse de residencia y, ya en la suya, las claves de acceso que le habían dado eran erróneas. Llamó por teléfono al vigilante, que al ser domingo no estaba, y en un inglés con fuerte acento paquistaní le explicó cómo debía proceder. Al fin llegó a sus llaves y buscó su apartamento bajo la lluvia, esa lluvia irlandesa que luego ella añoraría tanto. Pero en ese momento la lluvia ponía de relieve el día desastroso, la nostalgia del hogar, la dificultad del viaje en solitario. Pero llegó a su apartamento y a su habitación. Al fin.

Y una vez allí respiró tranquila y escuchó la lluvia mientras España enloquecía porque acababa de ganar la Eurocopa. Habían sido más de quince horas de viaje. De aventuras, pensó. Y sonrío. Lo había conseguido. Estaba sola, había llegado, se sentía plena, dispuesta a comerse esa isla esmeralda. Se había reconciliado consigo misma. Estaba completa.

Y ahora estoy pensando en esa chica. Simplemente en esa chica.

viernes, 2 de agosto de 2013

No me cuentes tu vida disfrazada de metáfora. No me intentes hacer creer que lo que ocurre es una historia ficticia que aplicas a unos personajes que proceden de tu imaginación. En realidad puede palparse que has volcado tus frustraciones acerca de una vida que nunca vivirás, unas palabras que nunca dirás y unos labios que nunca vas a besar. No me interesa tu vida mundana, sino tu universo interior, esas historias siempre que sean reales y creativas, siempre que puedan alimentar mis sentidos.

Pero no te obceques en sacar brillo a tu existencia poniendo de excusa tu literatura. Sácale brillo a tu literatura poniendo de excusa tu existencia, tus vivencias, los cimientos sobre los que erigirás tus mundos. Y, sobre todo, lee los mundos de otros. Porque sólo así podrás aprender. Despreciando las palabras de otros sólo estarás despreciándote a ti mismo. No te dejes llevar por tu egocentrismo porque entonces, viviendo sólo por y para ti mismo, ignorando a aquellos a los que tienes que llenar de letras, sólo conseguirás una cosa. Una única cosa: ser un mal escritor.

martes, 30 de julio de 2013

I'm trying to find my own light too

Ese momento siempre llega. El de mirarme en el espejo y en las manchas de mi piel descuidada hallar que no soy quien creo ser. Que soy un fraude, como puede serlo cualquier personaje que sale de la imaginación de alguien a través del torrente imparable de sus dedos. Que me paso los días empeñada en creerme alguien a quien afirmo conocer pero que en ocasiones me abandona dejándome desnuda y confusa y tratando de averiguar quién soy en realidad. 

En ese momento en el que no soy más que un espíritu inerme me pregunto a quién pretendo engañar si no lo consigo ni conmigo misma. Adónde quiero llegar planificando esos detalles que cuando se vienen abajo me hacen sentir así. Una farsa.

Hoy he pensado que yo también estoy intentando encontrar mi propia luz, aquella a cuya existencia me aferro para poder enfrentarme a mi Dark Passenger. El tímido interrogante acerca de su existencia me eriza la piel porque que cruce por mi mente significa que existen las dudas. Sigo cuestionándome todavía si podré vencerlo algún día o si es que de verdad en esto consiste la vida media de un adulto de clase media-baja bastante torpe y con la suerte moderada de quien puede estudiar fuera de casa pero no puede -ni quiere, por pura consciencia de su entorno- seguir chupando más dinero de sus padres.

De momento ahí me mantengo. En la línea, como cantaría con unas copas de más Johnny Cash. Because I'm mine. Como siempre. Condenada a la única convivencia eterna conmigo misma. Adelante, a pesar de todo, aunque me persiga esa duda sobre si sigo, o seguiré, rota, y si algún día esta oscuridad bizqueante conseguirá marcharse.

sábado, 20 de julio de 2013

A veces nos comportamos como auténticas idiotas. Nos dejamos insultar, presionar, intimidar; dejamos que hablen despectivamente de nuestro cuerpo, nuestros hábitos, de todos los estereotipos que nos crucifican. Parece que nos tengamos que sentir mal si expresamos nuestro derecho a que nos respeten y respeten, sobre todo, nuestra condición de mujeres.

Para mí resulta muy duro mirar atrás y ver cómo me han manipulado, cómo me han controlado desde la más paleta obsesión, cómo se han aprovechado de mí o cómo me han considerado débil una, y otra, y otra, y otra vez. Sólo porque parece que ser mujer significa cargar con un halo de debilidad contra el que debes luchar para que todos se enteren o el cual debes aceptar, sumisa.

No. El verdadero problema es que no debe existir esa creencia en torno a que todas portamos la debilidad sólo por ser mujeres.

Sí, me he sentido insultada, he notado cómo se aprovechaban de mí, cómo para muchos no era más que sexo y cómo aquellos pensaban que yo debía saberlo y yo debía actuar en consecuencia. Pero lo lamentable no es eso, porque desgraciadamente ocurre a diario. Lo verdaderamente hiriente es que muchas de nosotras, aquejadas de la más cruel presión social que existe, hemos creído que debíamos aguantarlo. Por eso nos comportamos como auténticas idiotas. Y ahora, a pesar de no ser más que una mindundi a la que todavía le quedan muchas experiencias y conocer muchas personas con las que enrabietarse, solamente puedo ofrecer una certeza. 

No tenemos por qué aguantarlo.

No es nuestro deber creernos sólo un cuerpo, pensar que Sólo ha sido esta vez, creer que el resto de la humanidad tiene derecho a llamarnos gordas, flacas, putas, sosas, secas, y demás lindeces que al final sólo nos relacionan con aquello tan primigenio y que suele sacar a flote nuestros monstruos. El sexo.

No somos sexo. Y por ello tenemos nuestro jodido derecho a enfadarnos con alguien que se comporta como un cerdo, a cantarle las cuarenta, sea nuestra pareja o no, a expresar lo que nos molesta, nos incomoda, nos hace sentir mal, débiles, coaccionadas, asustadas. Porque no somos nada más que personas, con todos los derechos y obligaciones que eso implica. Sin más. 

Sólo siendo conscientes de esto podremos librarnos de todos esos clichés infernales y esa supuesta y falsa debilidad que nos caracteriza y que, en ocasiones, nosotras mismas nos atribuimos.

viernes, 19 de julio de 2013

domingo, 7 de julio de 2013

Decepciones

Claro que importan las decepciones. Se van acumulando, por muy pequeñas que sean, y aunque a veces intentemos aparentar que el acto que las motiva lo hemos cometido inconscientemente no es cierto. Sabemos perfectamente cuándo hacemos daño, cuándo faltamos a nuestra palabra, cuándo estamos apartando a alguien a costa de conseguir cualquier otra cosa. En cierto sentido creo que las decepciones se dejan notar porque tenemos la certeza de que las estamos provocando. Si el desliz es natural, no provocado, entonces el sentimiento es diferente. Pero en todos esos momentos en los que intentamos acallar nuestra culpabilidad, mandarla al fondo de nuestros fantasmas sin éxito: ahí no hay escapatoria. Claro que importan las decepciones. Se acumulan siempre, pase lo que pase y aunque en apariencia no se dejen notar. Pero adentro palpitan silenciosas esperando el momento de materializarse en un arrebato incontrolado de rabia o de tristeza. Por eso importan. Porque están ahí. Junto con todo lo demás.

martes, 2 de julio de 2013

Y siempre es viernes, siesta de verano.



Pero sucede también
que, sin saber cómo ni cuándo, 

algo te eriza la piel 
y te rescata del naufragio.

sábado, 22 de junio de 2013

Hay personas que parece que no se dejan querer. Que priman sus intereses a la amistad o que piensan que cualquier tiempo futuro será mejor y, aunque ojalá eso fuera cierto, les sirve de excusa para menospreciar su presente. ¿Por qué? A lo largo de todos estos años de  idas y venidas, lo más positivo que puedo sacar, aparte de todo lo aprendido, es todo lo vivido. Y yo no habría vivido sin todas aquellas personas que han llenado, y llenan, mis días de experiencias con nombre, con recuerdos compartidos y sobre todo con la compañía que me ha hecho ser como soy. Uno de mis objetivos vitales es viajar, moverme, no cesar en conocer otros lugares, y ello, aunque enriquecedor, resulta doloroso porque para mí es inevitable ir separándome de personas en el camino. Pero eso es lo que me hace sonreír. Precisamente tener personas de las que separarme. Personas que echar de menos, con las que hablar de vez en cuando como si no hubiera pasado el tiempo, con las que contar, personas que probablemente me esperarían en la parte del mundo donde viven. Para mí en eso consiste, en un alto grado, vivir. Por eso no entiendo a la gente que se niega, que desprecia esta parte tan maravillosa de la existencia. Que evita mirar atrás o disfrutar de su presente porque confían en que el futuro les traiga mejores experiencias. ¿Qué mejor experiencia que la que se vive ahora? Qué triste debe de ser haber recorrido tantos sitios y no haber conservado ni una persona con quien compartir esos recuerdos siempre que se quiera...

sábado, 8 de junio de 2013

Y ahora
si tiemblo de dolor,
y si aúllo de dolor,
y si ladro de dolor,
y si ululo de dolor,
es por ti,
Marylin.
Es por ti, 
mi Marylin.


domingo, 26 de mayo de 2013

Si hay algo general que se aprende, o se lee de pasada, en cualquiera de los saberes es que el ser humano es un ser social. Por lo general, necesitamos las relaciones sociales y en torno a ellas se basan los cimientos más fuertes de nuestra existencia. Aunque haya veces en las que marchemos solos siempre tenemos como motor las personas que encontraremos más allá y las personas que nos esperan en el paraje que acabamos de dejar atrás. Necesitamos amarnos, completarnos, conversar tanto como necesitamos discutir, odiarnos, decepcionarnos. Ser feliz a consecuencia de otros se equipara a sufrir a consecuencia de otros en el sentido en el que no sería igual si estuviéramos solos.

Sin embargo hay ocasiones en que los límites se vuelven difusos y confundimos nuestro individualismo con nuestra capacidad de relacionarnos. Nos empeñamos en ser grandes dejando a otros pequeños y queremos convencernos de que este acto es inherente a nuestra naturaleza. ¿Por qué? ¿Por qué gastamos tantas energías en sentirnos mejor o peor respecto a otra persona, en crecernos haciendo a otros menguar, en caer en el abismo de la comparación no legítima?

Es un abismo porque de ahí nunca se sale. No hay desenlace bueno o malo cuando calificamos a otra persona guiados por la egolatría con el único propósito de acallar los monstruos que gritan nuestra mediocridad, nuestras oportunidades perdidas o nuestra indolencia. En ese momento no existe motor o camino, sólo ignorancia y desprecio por nosotros mismos y por aquellos que usamos para nuestro propio alivio. ¿Qué alivio merece mirar hacia otro lado? ¿Qué alivio hay en la cobardía de ponerle a nuestros problemas el nombre de otro a modo de bálsamo adulterado?

Al contrario que en todas nuestras relaciones sociales, ahí no somos seres sociales. Somos seres negadores, egoístas, obcecados, invidentes... Con el único propósito, a largo plazo, de seguir haciéndonos daño a nosotros mismos.

"En la vida te encontrarás a muchos gilipollas. Si te hacen daño piensa que es su estupidez la que les impulsa a hacerte daño, así no responderás a su maldad... Porque no hay nada peor en el mundo que la amargura y la venganza. Sé siempre digna e íntegra contigo misma."

viernes, 24 de mayo de 2013

Nadie te va a querer como yo nunca.

Pero, ¿y tú qué sabes, gilipollas? Eso déjame decidirlo a mí.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Acompáñame.

- ¿De verdad que vas a acompañarme?- preguntó él extrañado, mirándola a esos ojos claros.
- Pues claro. ¿Qué te crees?
- Entonces dame la mano y cierra los ojos. Escúchame.

Y, valiente y decidido, se la llevó bien lejos. Le enseñó los secretos mejor guardados de los bosques; la infinidad de criaturas que allí habitaban, entre raíces y ramas, agazapadas y temerosas del aparente odio del ser humano a sus frutos. Ella se aterrorizó al principio, cuando las conoció, a todas, felices de una forma triste, condenadas a permanecer escondidas en los troncos de los árboles, o donde fuera.

Más tarde escuchó atenta sus historias, y se le llenó el alma con la ilusión que todos aquellos seres otorgaban a cada palabra. En sus ojos sintió titilando las emociones, y cómo se derramaban hasta sus labios las sales que habían permanecido en sus adentros demasiado tiempo. Pero siempre estaba él, con su luz, cogiéndola de la mano e impidiendo que se cayera. Guiándola. Tuvo que despedirse de todos ellos, pero prometió que volvería, siempre que la necesitaran, y que los escondería de cualquier peligro, incluso del ser humano, al que temían tanto.

- ¿Y por qué me has pedido que te acompañara? - le preguntó ella cuando se alejaban de los bosques.
- Quería que vinieras conmigo. Que estuvieras aquí.

Ella sonrió de esa manera tan suya, tan gris, y esperó al siguiente destino.

La paseó por los océanos y los ríos, le presentó a las criaturas que habitaban las nubes, y le susurró que había muchas más, que ya ni siquiera salían a la luz, que iban muriendo poco a poco porque se habían dado por vencidas. Ella contempló la Tierra en toda su extensión, y pensó en los millones de recovecos que resbalaban a la mirada de la gran mayoría por culpa del descuido de muchos y el temor de unos pocos. Esos pocos… ¿Y si desaparecían?

- ¿Por qué?

Él no respondió a su pregunta. Simplemente la abrazó y ella sintió todo su calor, allí mismo, y decidió deshacerse de las alas de metal que arrastraba y se sintió libre, entre sus brazos. Y volvió a llorar, esta vez de verdad, aliviándose de ese quiste de tristeza que se le había ido formando en las entrañas.

Y así vio la Tierra también el primer Arcoiris, desperezándose del inesperado nacimiento, mientras la Lluvia y el Sol se abrazaban en silencio. Todavía sale, a veces, cuando el llanto de ella es tan desconsolado que él acude, una vez más, y la mece en silencio hasta que apaga sus penas. Pero ella sonríe. ¿Por qué? Porque les prometió a esas criaturas que volvería. Y cada vez que lo hace y ve que siguen en pie llora, hablándoles así, contándoles que lamenta que sigan vivas sin que nadie más pueda verlas, disfrutar de su presencia. Solamente preguntarse a qué viene este aguacero, si querrá decirnos algo, por qué parece que llueve con tanta fuerza.


NOTA: cuentecillo escrito en 2008 y recuperado hoy de casualidad haciendo limpieza de correo electrónico.

viernes, 3 de mayo de 2013

Antes no lo hacía; pero porque no me daba cuenta de que a veces es necesario. A veces me es necesario pararme a pensar y reconciliarme conmigo. Cuando noto la cercanía de la angustia o la rabia freno mis mecanismos porque ya sufrí demasiado y prefiero quedarme en silencio. Antes apenas me abandonaba al silencio y no hay mejor manera de escapar de estos ratos de esquizofrenia.

He de recordarme a mí misma, una vez más, que en esencia, si me despojaran de todo cuanto conozco, de todos cuanto conozco, sólo quedaría yo misma. Y por eso debo pararme y cuidar mi espíritu, porque al final todo se reduce a él. Todo. Hace meses aprendí que lo más importante es mantenerme sana mentalmente e íntegra, y simplemente de vez en cuando he de recordármelo a conciencia para no caer en una desesperación absurda por una persona que no soy yo.

No.

Entonces tengo que parar.

Cada uno es dueño de sus actos y por eso yo debo remitirme a los míos. Únicamente. Me costó mucho aprehender que mi vida es la única vida que me corresponde. Cuando ya no quede nada, cuando vuelva a no quedar nada, o cuando yo sienta la nada adentro, sólo quedaré yo misma. Ni siquiera seguirán está habitación y esta cama donde acabo siempre sentada mientras me reconcilio conmigo misma. Ni siquiera eso, que ahora parece tan inherente.

lunes, 22 de abril de 2013

Una de las mejores cosas es que hay cosas que sólo nosotros entendemos. Y con ello -y en ello- me quedo.

sábado, 6 de abril de 2013







What the hell am I doing here?
I don't belong here
I don't belong here.

miércoles, 3 de abril de 2013

Algo más allá.

"Tu tío se me ríe siempre, pero yo sí creo que hay algo más allá... Es simplemente lo que pienso."

Y papá se encogía de hombros. En parte me sorprendió; era algo que yo desconocía.

En días como hoy en los que me invade el desaliento y cualquier cosa y cualquier persona no causa apenas motivación en mi ser me acuerdo de ti. No sé por qué. Tal vez porque eres la persona que más me duele y por eso te echo de menos en estos momentos autodestructivos en los que parece que el dolor se acumula consciente e inconscientemente. Te echo de menos. Y no sé por qué me duele tanto hoy. Tal vez porque ayer olvidé el cumpleaños de tu hijo, aquel del que me llegó el germen cinéfilo, y eso me ha hecho pensar en que fue 17 de marzo y no te dediqué diez minutos mirando ese cielo de fuego y rememorando el atardecer de hace tres años en el que pensé que de verdad el cielo se había acabado.

Pienso que contra la ley que marca la vida no hay justicia que valga aunque sea la injusticia más visceral e interna ante la que gritamos, desgarrados, aturdidos, incapaces de aceptar que tenemos que aceptarlo. Que las personas se marchan dejando una huella pesada pero fantasma, pues de repente desaparecen y la vida sigue como si nunca hubieran estado allí.

Vuelvo a sentir ese vacío irreparable en el centro del pecho. Por qué me sigues doliendo tanto. Avanzo por la calle y se me siguen llenando los ojos de lágrimas si me golpea fuerte tu recuerdo y me siento huérfana, huérfana como lo fueron mis padres prematuramente y como nos dejaste a mi hermano y a mí tras tu marcha. Me hacen falta tus domingos por la tarde, tus meriendas a escondidas; incluso me hacen falta las palabras de tus últimos meses, temerosas, infantiles, sabedoras en lo más íntimo de que se estaba agotando algo esencial.

Por qué vuelves a mí con este ímpetu cruel. No lo entiendo, pero llevo todo el día con tu estela en mi cabeza bailando al son de las palabras de papá. En si hay más allá. Porque mientras la música me invade caminando con los ojos arrasados de mar pienso que si hay más allá espero que me estés esperando. Por favor, espérame porque sería un buen motivo para que de verdad exista algo. Algo más allá.


viernes, 29 de marzo de 2013

Despedida.

Se puso su mejor minifalda y se marcó con inusual precisión la raya negra de los ojos. Sólo para mirarlo fijamente unos segundos y que su mirada dijera

No voy a volver a ser tuya nunca.

viernes, 22 de marzo de 2013

Claro que no olvido esa sensación. Él llevaba varios meses deprimido y el trabajo de verano no estaba contribuyendo a mejorar su ánimo. Todo lo que yo intentaba hacer apenas servía porque cuando a uno le invade la apatía se aferra fuertemente a las paredes del cuerpo. Fue frustrante, pero confiaba en que pasar tiempo juntos en parte lo aliviara.

Un día volvió del trabajo y me contó que estaba contento. En mí se encendió una llamita de esperanza y sonreí con él porque llevaba días queriéndolo notar así. Entonces me dijo que había conocido a una chica preciosa, muy simpática y con un nombre exótico y evocador. Se llamaba Arabia, me dijo, y estaba contento por haber tenido ese breve encuentro. Fue en ese momento cuando la llamita creada hacía unos minutos se desbordó y quemó mi sonrisa por completo. No era la primera vez que tenía esa sensación, pero como ocurre con todo en las primeras relaciones ya estaba aprendiendo a reconocerla. En unos segundos mi autoestima se esfumaba, el sentimiento de inutilidad era demasiado inmenso para soportarlo a corto plazo. De repente me convertía en la persona más pequeña del universo y eso él lo sabía pero no importaba porque en ese momento él era feliz porque otra lo había hecho, de alguna manera, feliz. Imagino que experimentamos cierta excitación al salir de la rutina. En cierta parte lo ignoro, pero lo que sí sé es que este pretexto hiere a las personas que tenemos siempre cerca, porque precisamente por estar siempre no nos damos cuenta de que a veces las despreciamos. Obviamente ocurrió más veces. Comentarios en redes sociales, comentarios de soslayo, lenguaje corporal... En fin, el caso es que no olvido esa sensación.

Es precisamente esa sensación uno de los signos que me indican que aún no estoy curada. Porque cuando quiere volver a asomarse mi espíritu eleva la palma de una mano en señal de Stop. Vuelve a mí ese cansancio reiterado que me indica que aún no estoy preparada para experimentar esa sensación, ni tampoco otras que van unidas al mismo contexto. Se me debilita el alma en un instante en huelga. Porque no quiere seguir. Todavía no quiere seguir. Y entonces esos comentarios que minaban mi persona son apenas rugidos del viento que hieren de igual manera pero que no se instalan en mí. Simplemente pasan y me rozan, porque no dejo que penetren a costa de no dejar que penetren otras emociones.

Entonces sé que debajo de tantas y tantas suturas algunas heridas permanecen frescas y el agotamiento es tal que ni siquiera quiero preocuparme por la causa o su justicia. Simplemente dejo a mi espíritu, exhausto, sentado y sumido en la más burda inactividad. Dejando que las cosas lo rocen, lo inquieten, lo lleguen a arañar. Pero nunca sin que atraviesen su piel. Agrietada y anciana, pero firme. Dolorosamente firme.

jueves, 21 de marzo de 2013

- Era una canción chunga, ¿vale? Estaba caminando por la calle escuchándola como tantas otras veces pero nunca había reparado en lo que decía. Hablaba del amor que no es amor, ¿sabes? La cantante gritaba casi desgarrada que la estaban utilizando, que se iba a plantar, que no iba a dejar que volviera a pasar nunca, que iba... que iba-ba a ser fuerte. Fuerte. Lo decía, ¡lo decía varias veces! Que sería más fuerte y más valiente. Creo que decía eso, porque es una canción en inglés y a veces parece que las entiendo pero las palabras dicen algo diferente a lo que yo pienso. Bueno, es igual, es igual... El caso es ese, que la tía estaba jodida, jodida de verdad, y por eso cantaba así. ¿Y sabes en qué pensé? Joder, ¡pensé en mí! En mí y en ti, me cago en todo. ¿Cómo va a ser amor si oigo una canción de una tía puteada y pienso en nosotros? Me sentí horrible por pensarlo, pero no me lo pude quitar de la cabeza. No la volví a escuchar pero resonaba la música, y la letra, en mi cabeza. Dios... No se callaba. ¡No se callaba! Pero, ¿por qué de repente? ¿Por qué no me había dado cuenta antes? Vaya mierda. La tía jodida era yo, ¿entiendes? La que era utilizada, a la que le mentían y a la que le daban hostias por todas partes. Joder, joder... ¡Joder, que era yo! ¡Yo! Entendí que me estabas jodiendo, pero lo peor es que yo me había dejado durante tantísimo tiempo... ¿Lo entiendes ahora? Lo entiendes, ¿verdad? Tienes que entenderlo. La tía de la canción era yo...

Llegó un momento en el que su respiración nerviosa fue más fuerte que su confusa voz. La tía jodida de la canción era ella. Intentó calmarse, pero no pudo. Se miró las manos, encarnadas, cubiertas del rojo más intenso. Casi lo sentía palpitar todavía muerto en sus palmas. Se peinó, nerviosa, llenándose el cabello de esa sangre. Pero, de pronto, sonrió, río, se cubrió de carcajadas. El silencio le había revelado algo.

Había dejado de escuchar esa canción en su cabeza.

miércoles, 20 de marzo de 2013

¿Pero cómo podrán dormir por las noches aquellos que no tienen la conciencia tranquila? Los que manipulan, mienten, controlan, se comportan de manera egoísta y hacen daño a alguien bueno sólo porque así alivian sus demonios. Estoy seguro de que en ocasiones se despiertan jadeando en mitad de la noche y maldicen su suerte porque saben que no van a poder volver a conciliar el sueño. Aunque estén cansados, saben que no van a poder. Que si se despiertan y su cuerpo no da tregua es porque hay algo, o alguien, que pugna por que paguen sus pecados en sesiones nocturnas. Sé que ellos lo saben, Alan. Sé que saben que no se merecen dormir por las noches. Que si se despiertan sin poder hacer un pacto con el descanso es porque no tienen la conciencia tranquila. Y no porque tengan el sueño ligero, o una preocupación en las arrugas de su frente.

Pero eso no te ocurre a ti, ¿verdad, Alan? Sé que tú duermes bien por las noches. ¿Verdad que no te ocurre, Alan?
¿Qué haces que no estás en la cama conmigo?

lunes, 18 de marzo de 2013

No cambia la vida, sino las circunstancias. La vida sigue siendo lo mismo, sigue estando formada por esas partículas de energía que nos mantienen en pie a pesar de las circunstancias.

Sin pretenderlo mis circunstancias también han cambiado. El otoño empezó a teñirlas de castaño y ahora el color es más intenso a pesar de las hojas frágiles que cubrieron las calles. Un brillo pardo ha ido cubriendo con calidez mi invierno y ahora recurro a esos ojos en los momentos en los que necesito compartir mi felicidad o que alguien me ayude a desechar mi rabia o mi tristeza. Unas pupilas para hablar con ellas en silencio, en uno de esos silencios que podemos compartir con tan poquísimas personas.

Ojos de almendra, que les digo yo. El eje ante el cual ahora han cambiado mis circunstancias de la única manera en que pueden hacerlo. Sin pensarlo, sin pretenderlo, únicamente encarando lo que surge y actuando en consecuencia.

Noto cómo se va resquebrajando toda la piel de los parches que cubrieron mis cicatrices. Es una sensación extraña, desconocida, pero sin duda reparadora. Asusta porque aunque estuvieran adheridos de mala manera ayudaban a proteger, aunque fuera la misma máscara para lo bueno y lo malo. Pero me siento viva, agradecida, vencida ante una circunstancia de la que rehuí pero que ahora vuelve. Alguien que no me presiona ni intenta manipularme, que no cree que controlarme las veinticuatro horas signifique quererme y que me respeta, acude a mí, trata de ayudar a repararme aunque cada vez que se caen los andamios sea él el que reciba también el golpe.

sábado, 2 de marzo de 2013

Operación a corazón abierto.

Odio los hospitales. ¿Te acuerdas, Laura? Aquí fue donde me lo dijiste. En medio de toda esta luz artificial. Me miraste con tus pupilas vidriosas y me contaste que ya no aguantabas más, que habías esperado hasta ese momento y que ya no podías más con nada de esto. Cómo llorabas, Laura, mientras yo apenas podía moverme. El eco de tus pasos alejándose acabó en el pitido incesante que testimoniaba cruelmente que todo iba bien. Noté una quemazón en el punto exacto donde esa herida salvavidas me iba a dejar una cicatriz durante el resto de mi existencia. Me dolía el corazón. Los médicos me dijeron que era normal, que mi cuerpo debía adaptarse; pero yo supe que fuiste tú, Laura. Fuiste tú. Esperaste a que me trasplantaran un corazón nuevo para arrancarlo con tus uñas, sano, y llevártelo contigo para siempre.
Observo tu rostro cuando vuelves de trabajar y pienso que lloraría ahí mismo, nada más verte entrar por la puerta, porque no hay dolor que más me duela que el que siento a través de todos vosotros. Cuando pierdes tanto peso como ahora las arrugas de la cara se te hacen más profundas y me enfrento al espejismo de verte más anciano. Quiero creer que es un espejismo. No sé cuánto más durará, pero sé que aguantarás y aguantaremos y por ello si caes encontrarás de nuevos nuestros brazos para amortiguar la caída. Toda la distancia del mundo se recorta en el instante que duran mis temores enterrados en vuestras manos. Por eso sé que pase lo que pase, y llegados ya a este punto, vamos a aguantar todo lo que nos encontremos en este entorno que se ha empeñado en putearte y torcernos la sonrisa mientras nos afila las putas preocupaciones.

Sé que si me obceco en la justicia voy a acabar aturdida, pero a mi pesar es la palabra que me viene a los labios sin cesar cuando me los muerdo para aguantar, firme, como tú me enseñaste, y sonreír y hacer el tonto al verte y darte un abrazo. Porque sólo cuando te oigo una carcajada libero la tensión retenida en el pecho, sólo entonces. Como una alarma que, a pesar de todo, activa repentinamente la esperanza.