domingo, 30 de diciembre de 2007

Lo escucho. Ya no necesito siquiera aguzar el oído. Pues no debería sorprenderme de que sus palabras me recorran como cuando lo leí por primera vez, envuelta en una lejana despreocupación que sería recordada con curiosidad más tarde para pronunciar un Qué cosas. No debería sorprenderme tampoco el asombro ni el torbellino de emociones en el que me zambullen las líneas que él construye mientras erige unos mundos en los que sé que no se me va a negar la entrada cuando quiera esconderme, cuando necesite pisar las tierras de sus inquietudes, de sus sueños. Cuando precise cobijarme entre sus ojos.
Soy de las que opinan que todo lo escrito forma parte de nosotros, que esas palabras son nosotros. Por ello me consuelo en la certeza de que estar con ellas es estar con él cuando él me falta y lo anhelo.

Que lo sigo escuchando, dentro. Ese aullido es casi palpable. Al igual que su olor, al igual que el estremecimiento que sufre cuando lo rozan mis manos frías.

viernes, 28 de diciembre de 2007

En la mirada, la certeza de que iba a dejarlo todo atrás. A pesar de que no fuera la primera vez que se enfrentara a eso, a cada zancada desesperada que daba sabía que esta vez iban a conseguir su propósito. Seguía oyendo los gritos y sentía la lengua del fuego pisándole los talones, calentándole las ganas de huir. Y siempre repitiendo lo mismo.

Al principio había sido una pequeña revuelta, murmullos a la hora del café y entre cabezas apelotonadas, nada importante. Habladurías. Pero luego vinieron los porqués ausentes de respuesta y las inquietudes. Los corazones de todos palpitaban en la misma dirección, pero nadie quería admitirlo. Era totalmente imposible que una cosa así hubiera venido a azotar su descanso. Si eran tan buenos, tan buenos… Pero todo se fue exagerando. Y optaron por culpar a alguien que no les devolvía la mirada acusatoria en lugar de mirarse al espejo y tener agallas entonces a entornar los ojos y decir Tú, tú eres el culpable de todos mis miedos.

La carrera seguía. Sentía la respiración anudándole la garganta, luchando por llevarse a cabo en aquel caótico remolino de emociones y esfuerzo físico. Se sentía corriendo por laberintos de nubes. A cada paso apresurado, los temblores de sus piernas se iban convirtiendo en indiferencia total. Y ese fuego que la perseguía seguía allí, lamiéndole la espalda. ¡Y seguían repitiendo lo mismo! No supo cuándo había dejado de pensar razonadamente, su mente solamente podía concentrarse en precipitar su cuerpo en la dirección que su intuición le mostraba. Pero estaban tan cerca. Tenía que ir más rápido, tenía que intentar ir más rápido. No supo distinguir si lo que martilleaba sus tímpanos era el sonido de sus pisadas o el de su corazón, a golpe de pum, pum, pum. Se concentró en huir, a pesar de que supiera que iba a dejarlo todo atrás. Esa extraña certeza la cubría y ya hacía muchas lunas que había aprendido a confiar en sus certezas. En esos pálpitos que la tenían corriendo, temiendo que el escozor de su espalda fueran las llamas de ese fuego que llevaba persiguiéndola toda la noche.

Y los gritos seguían allí, en un macabro canto que mecía sus cabellos.

Tuvo que cambiar de dirección; alguien le cerraba el paso por delante e intentar sortearlo hubiera sido un suicidio. Entonces sí que supo que todo había terminado. La última esperanza, seguir su instinto y dejar que fuera éste quien guiara sus despistadas piernas, se había visto consumida entre los gritos y la incomodidad de la calle empedrada. Aún así, optó por seguir corriendo hasta que el sendero que seguía llegara al fin. A su fin. Prefirió seguir demostrando que sí que tenía cosas que esconder.

¿Por qué diantre no lo comprendían? Tuvo fuerzas para maldecir una última vez la ignorancia. El miedo.

El aire se fue dulcificando conforme se alejó más y más del pueblo, de esos recovecos malditos. Ya casi no sentía el fuego. Ya no sentía nada. Paró en seco cuando ya no pudo seguir adelante. Y, sin pensarlo, giró sobre sus talones y contempló a la multitud. Sus rostros, titilando ante la luz de las antorchas, denotaban cautela. De nuevo, miedo. Pero se sentían lo bastante seguros como para mirarla con la victoria colgando de la sonrisa. No tenía escapatoria. Habían dejado de gritar, pero siguió oyendo ese canto en la oscuridad de su locura. Uno por uno. Fue sintiendo cómo se estremecían ante la gelidez de su entereza. Les volvió a dar la espalda y cerró los ojos, al tiempo que extendía los brazos. Escuchó los murmullos que se temía y se permitió sonreír. Volvió a sentir el fuego carcomiéndole las entrañas, pero esta vez era el fuego que la rabia esculpía en su piel. Y se acercaron. Temerosos, por la espalda, se acercaron. Sólo uno se atrevió a dar un paso más y empujarla. No se resistió, sabía lo que iba a pasar. Incluso sabía quién la iba a empujar.

Y volvieron a gritar cuando se sintieron seguros. Eso creyeron.

Al tiempo que caía al vacío, sus pensamientos se vieron ahogados por el canto que iba a marcar el resto de su existencia, tan efímera como sabía que era mientras el viento cortante del acantilado la devoraba. Aun así, si alguien hubiera observado su último rostro, habría visto una medio sonrisa. Pero esos gritos monocordes seguían haciéndose oír. Esos gritos. Esa única palabra.

Bruja, bruja, bruja…

jueves, 27 de diciembre de 2007

Su presencia era tal que no sabía si las siluetas que rasgaban el horizonte se aproximaban o sus pasos se alejaban cada vez más de los míos. Tan solo podía valerme del agitamiento que caminar provocaba en esas figuras que contemplaba embelasada, respirando esa presencia, llenándome de su esencia hasta que los pulmones me decían basta. La quietud era un regalo que había que aprovechar cerrando los ojos, mezclándote con la atmósfera. Siendo aire. Siendo esa presencia. El cielo había desterrado el azul para tornarse rosa pálido, compartiendo escenario con el paciente gris, el gris tristeza. Pensaba que me sería imposible reconocer a nadie, pero que eso implicaba la ventaja de que a nadie le sería posible reconocerme a mí. El frío se acomodaba con fiereza entre mi estómago y mi cuello, pero yo lo dejaba acomodarse ahí a pesar de que su sigilo hubiera terminado por ser demasiado escandaloso. La presencia me envolvía dándome fuerza en el desaliento, contradictoriamente a lo que suele representar. Unos minutos. Tal vez menos. Pero suficiente para vacíar mi alma de inquietudes en la soledad de la calle desierta. Me sentía dentro de un cuadro que hubiera sido creado con pinceladas escrupulosas, intentando plasmar una realidad caprichosa y que esconde mucho más que lo que el ojo percibe. Como esa presencia, esa niebla. Que puede llegar incluso a ser molesta. Y que inquieta. Pero su lengua me llena de caricias y me sumerge en la invisibilidad de no saber quién soy. De tener mi interior desnudo, rozando casi, casi, el mundo que me rodea. De no saber si esa figura viene o va, engullida por la niebla como está. Alejada de miradas que puedan hacer daño.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Poco a poco, se van engarzando las miradas. Ya sólo quedan restos de la dureza de antes, los cuales van siendo ahogados por la dulzura del arrepentimiento. Ya no se escuchan más gritos, sólo palabras almohadilladas. Palabras que intentan sanar las posibles heridas que sigan palpitando después de los verbos punzantes. Los movimientos, temblorosos, van cobrando forma de nuevo intentando olvidar los aspavientos de hace unos minutos.
Todos intentan camuflar el recuerdo de los juramentos con lentitud. Poco a poco, van acercándose. Y cada gesto lleva escondido y silencioso un lo siento.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Llegas a casa. Tienes auténtico calor a pesar de que hayas terminado la noche con tan solo una camiseta de tirantes debajo del abrigo. Miras la hora. Vaya, solamente un par de minutos. Habías llamado para decir que al volver andando ibas a tardar un poco, así que esperas que no ocurra nada por llegar un pelín tarde. Introduces la llave en la cerradura y te subes la cremallera del abrigo hasta arriba; no quieres que se enfade. Abres y cierras. Y ya comienza el recibimiento.
-Pero, ¿qué portazo es ese? De verdad, tenéis menos cuidado... ¿No sabes que está tu padre acostado? Siempre igual, eh.
La miras y piensas. O tal vez no piensas. Pero te paras en seco. Respiras y cierras mentalmente los ojos en un gesto de resignación. La besas y te vas a tu cuarto. Piensas que las notas estaban encima de la mesa. Leídas, sin duda. Lamentas que hasta que no aprendas a no dar portazos no te dirán que las han leído.
Te pones el pijama, te lavas la cara, te preparas para irte a dormir. Aunque, ahora menos, no tienes nada de sueño. Vuelves al salón después de pasar por el cuarto de tu hermano, que ya está metido en la cama y escuchando la radio. Decides atreverte, a ver qué pasa.
-¿Habéis visto las notas?
-Te queda muy mal esa raya pintada.
Giras la cara y contemplas la televisión. Sin ver nada.
-Ya, siempre me lo dices... - musitas y no te oye.
Un momento de silencio. Optas por volver a resignarte y la vuelves a besar.
-Hasta mañana.
Y sigue el silencio. Finalmente, es roto por una contestación contruida por las mismas palabras.
Te vas a la cama como en una nube. Sin más. No entiendes por qué la mayoría de las tardes y las noches, en las que regresas con el ánimo a gusto porque has disfrutado, tiene que pasar esto. Ni siquiera sabes qué has hecho esta vez, qué no has hecho. Ya te vas acostumbrando, no obstante, a los Hasta mañana secos y a la ausencia de miradas de agradecimiento.
Solo que a veces la barrera flaquea y no piensas. Sólo te preguntas por qué. Y entonces, quizás, sí que piensas.

jueves, 20 de diciembre de 2007

¿Soñarían ellos con esto?

Me pregunto si pensarían, o se atreverían a pensar, que después de mucho tiempo sus palabras iban a llenar mentes, a embadurnar pensamientos. ¿Osarían que sus anhelos rozaran estas circunstancias? Tal vez sí el más seguro, el más iluso, el más soñador. Tal vez otros prefirieron aceptar lo que tenían, morir de frío, entre miseria, para que después fuesen sus espíritus los que contemplaran el esplendor que llegaron a construir a base de lápiz y papel. ¿Alcanzarían sus sueños estas metas?

Quizás, quizás... Aunque no sé si sus deseos quedaron a la altura del resultado; de que miles, millones, de niños de todas las edades, de cero a cien y ciento uno y ciento dos y ciento tres..., nos viéramos contagiados de las ideas de alguien a quien no tocamos pero sentimos, con el que nunca hemos hablado pero lo escuchamos. Y soñáramos, riéramos, lloráramos o incluso odiáramos esos versos y esos párrafos cuando nos veíamos obligados a analizarlos una y otra vez para que un simple número calificara nuestras complejas interpretaciones. ¿Sabría Valle-Inclán que sus atrevimientos con Galdós iban a ocasionar sonrisas cómplices y ceños fruncidos después de que pusiera el punto y final a cada una de sus obras? Imaginad, tomad parte. ¿No es mágico? Que tras años el silencio no se haya apoderado de los pensamientos que confiaron a la pluma. Que vayamos descubriéndolos como lo hicieron tantos otros antaño.

De verdad, ¿soñarían ellos con esto?

Con que su muerte seguiría doliendo por muchas hojas de calendario arrugadas en la papelera, por muchas uvas, por muchas lluvias. Que sus injusticias serían nuestras injusticias y sus corazones se aliarían con nuestra alma, sintiéndolos palpitar en nuestros adentros a palabra leída, a verso descubierto, a significado oculto diferente para nuestros ojos. ¿Soñaría Lorca con que desconocidos iban a hacerse hermanos de sus palabras y a maldecir una y otra vez esa guerra, esas ideas, esos tiempos? ¿Sabrá Machado que su huella sigue en el Duero ardiendo por mucho frío que haga, que cuando pensamos en los Pirineos lo imaginamos con su madre dirigiéndose hacia la muerte? Con tantas, tantas palabras detrás suyo... Que nuestro dolor se empaparía del dolor de Rosalía, que sus sílabas nos traerían aroma a Norte. ¿Pensó en la compasión Larra cuando apretó el gatillo final? En nuestra compasión, en nuestros ojos brillantes y nuestras risas ahogadas por el respeto cuando, aún hoy, seguimos siendo partícipies de sus ironías. Después de repetir tanto la palabra amor, ¿tal vez Bécquer imaginara que nos seguimos enamorando de él, que seguimos soñando con él?

Y, ¿quién sabe? Sus recuerdos son los nuestros porque así lo quisieron, aunque incluso pensaran que el viento se llevaría su existencia. Pero no. Siguen allí. ¿Soñarían ellos con que sus palabras los mantuvieran vivos durante tanto tiempo?

Ellos lo consiguieron. Unos saborearon la fama, a otros les nubló los sentidos, los más desafortunados se agarraron a sus mundos cuando ya nada más les quedaba. ¿O es que no hemos reconocido ningún nombre de los anteriormente escritos? No somos más que su sombra cuando seguimos leyéndolos... No hacemos mas que perpetuar el legado que quisieron o soñaron o pensaron dejarnos. Nacido de una ilusión, desterrado de un sueño al hacerlo real.

Ellos lo consiguieron. Y, ¿por qué no tú? Ya lo sé: "por qué sí". Pero, ¿por qué no?
Las palabras son las únicas que permanecen jóvenes y siguen bailando por muchos años que pasen... Siempre que alguien se atreva a sacarlas a bailar y sigan tapando sus arrugas con las emociones compartidas.



Hoy me dio por pensar y quise escribirlo, aunque últimamente mis ideas distan de lo que traduzco a través de mis dedos. Los autores simplemente son a los que más me estoy acercando por lo que estoy estudiando, no están ahí por algún extraño motivo. La lista de nombres jamás podría terminarse, jamás. Porque hay demasiados escritores y lo mismo acabado en as esperando a que el teléfono suene, a su oportunidad. Sabiendo aún así que sus palabras a veces llenan más que las de alguien que vive de ello.

Para gustos, los colores. Y las palabras y sus autores.

martes, 18 de diciembre de 2007

Dejé una nota estampada a golpe de chincheta en uno de los rincones de mi mente. Pero se ve que, con los días, me fui acostumbrando al pinchacico y acabé ignorándola a la par que aceptando la usurpación de aquel apunte punzante entre mis pensamientos. Y así ha sido, ya que me dije que el día 17 tenía que informar de ello y se me pasó por completo. Puedo achacarlo a que el chute de libertad que me insuflé ahogó los demás deberes. Aunque yo creo que es por mi despiste por naturaleza, ése que ataca los nervios de mi madre muy de vez en cuando. Bueno, deber... Era más ilusión que deber. Porque son recuerdos, y quien se acerque por aquí sabrá que en este blog abundan tanto sueños como recuerdos.

Decidir que ¿por qué no?
Porque me acuerdo de mi alma inexperta, de mis ganas de que me leyeran, del entusiasmo que intentaba adquirir cuando me sentaba a escribir pensando, simplemente, quién lo leería alentado por el título. El primero, el Brumosa inauguración. La primera contestación, la primera sonrisa.

La sensación que me recorrió cuando leí los comentarios de un estupefacto compartidor de mi sangre que se interesaba por ello. El eterno agradecimiento que le tengo a pesar de que aún no le haya abierto la puerta de mi segundo intento.

De esa pregunta. ¿Pero por qué me pregunta? Que niños en sus clases escucharon de boca de su maestra un cuento salido de mis delirios, de mis ideas.

Me dije que tenía que borrarlo. Y ya hace casi un año. Y sigue allí. Porque me gusta volver a visitarlo cuando estoy delante de la pantalla que me conduce a este mundo y recordar y sonreír, a pesar de que me viera obligada a dejarlo a la interperie. Ayer hizo un año desde que di un paso y creé un blog.

"Por fin me decido a buscarme un hueco en esta enrevesada red. Aun no sé si podré con ello, o si seré constante en esto [los hechos no me dan muy buenas esperanzas...] Deseo volcar aquí aquellos pequeños pensamientos que a menudo me rondan la cabeza, pensamientos que deseo contar a todo el mundo y a nadie a la vez. Y como buena inauguración que quiero que sea de este, mi blog ^^, dejo un pensamiento que me está taladrando la cabeza..."


Que son muchos. Muchos pensamientos y anhelos y tristezas y frustraciones y momentos que van a quedar guardados porque decidí que así fuera.

Que soy una despistada, y mi alma sigue siendo inexperta. Pero el entusiasmo sigue ahí, descansando al lado de los recuerdos que me ligan a este mundo.
U blog, ya veis, qué cosas.
Un blog.

¿Cuántas cosas han pasado gracias a él?

He tenido acceso a puertas que me conducen a miles de secretos y situaciones.
Y ayer hizo un año desde que abrí mi puerta. Parece mentira. Y todo nació perdiendo el tiempo.

viernes, 14 de diciembre de 2007

Que en momentos como éste me da por hacer listas. Necesito hacer listas, vacíar mi mente.
Que creo que es mi mente queriendo huir lo que me provoca este martilleante dolor de cabeza. Dolor lleno de acero sin fundir, punzante.
Que ha sido la tarde más horrible que recuerdo en mucho tiempo.
Que me he sentido totalmente inútil y no hay sensación que más odie. Cada vuelta de reloj me ha desgarrado la piel del alma, lo sé. Cada movimiento nervioso me recordaba que estaba perdiendo el tiempo. Que sí hay sensación que más odie que sentirme inútil. Y es ésta.
Que no le veo salida. Que, ahora mismo, no me veo salida.
Que, por lo menos, las lágrimas han sido benévolas y están acudiendo a mí. Me saben dulces. Muy dulces.
Que no tengo ni hambre ni ganas.
Que no sé qué hago escuchando estas canciones. Creí haberlas perdido. Pero por lo que se ve mi memoria se encargó de guardarlas con celo.
Que hoy tiritaba y no de frío. De rabia. De impotencia.
Que necesito urgentemente un abrazo. Pero ya. Y sé que ahora no va a llegar.
Que no sé por qué mi cabeza está girando hacia la derecha todo el rato y me quedo mirando el suelo como si esperara a aquel duende que me esconde las cosas saliendo de debajo de la baldosa. Pero vestido de verde no, por favor. No me gusta demasiado el verde.
Que tartamudearán tus sentidos.
Que la tos ha vuelto a arremeter. Y mañana será la banda sonora de mi estudio de Química.
Que sigo sin poder soñar. Bloqueada. Totalmente bloqueada.
Que me quema la fente pero más me queman las entrañas. No sé si cerrar los ojos para verme por dentro.
Que no sé por qué lo hago, pero lo hago.
Que echo de menos saber lo que es la libertad. Me siento como una marioneta, cuyos hilos están rodeando mi cuerpo, amordazándome. Que quiero que termine ya. Por favor. Y que alguien me dé un abrazo.
Que quiero partirme en mil pedazos lo suficientemente pequeños para pasar desapercibido. En el límite, de nuevo. Y eso que hoy no es Domingo.
Que mañana leeré esto y no pensaré que exagero. Porque poco a poco me voy conociendo y permitiéndome según qué cosas. Porque sé que soy la persona que va a estar conmigo el resto de mi vida me odie o no. Desvaríe o no.
Que recuerdo cierta temporada no hace mucho en la que el gris era color gobernante. En la que escribía cosas que supuraban dolor y recuerdos. Que gracias a uno de esos días ahora puedo decir gracias muchas veces. Y sonreír en medio de un examen.
Que ya me voy calmando. Las palabras siempre son un bálsamo, como las de los vientos de Bécquer.
Que la dulzura no deja de precipitarse por mis mejillas. Pero no llegan a los labios.
Que creo que debería parar pero no quiero. Hoy no.
Que, a veces, a la tormenta, aunque sea tormenta, también le gustaría sentir que los demás la ven hermosa. Aunque ella sea más que eso, sólo a veces le gustaría.
Que "estoy tísica perdida".
Que vuelvo a buscar caricias, sonrisas, corazones y llantos.
Que creo que voy a parar ya.
Que ahora mismo quiero cerrar y tirar la llave. Pero lejos, a poder ser.

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Creo que de tanto desear que los hilos de los sueños con ojos cerrados me posean me estoy olvidando de que los que me hacen falta son los reales. Los que están ahí y te guían para retarte a que dejen de ser sueños.

Aunque es más atractivo contemplar lo que he conseguido, lo que me ha abordado, lo que conservo y he soñado alguna vez. Y que es real. No obstante, un sucedáneo espléndido para el anhelo de esos besos sería que me acompañen por la noche desde la distancia.

Los sueños vendrán. Tal vez cuando cierre los ojos esta noche. Tal vez cuando los abra mientras el sol me usurpa. Pero lo mejor es que sueño y recuerdo se fundirán de nuevo dando paso a la realidad cuando tus brazos me rodeen de nuevo.

Cuando pueda dormirme en tu hombro. Con o sin sueños.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Odio sentir este silencio que me impide concentrarme en lo que tendría que concentrarme. No sé si son peores las frustraciones desnudas y amparadas en gritos o la tensión que me espera al doblar la esquina del pasillo, al palpar ese silencio que astilla mi estabilidad, al chocarme con esas miradas que, como dijo en su día Clarín, abofetean.
Creo que prefiero los gritos, aunque tal vez mi elección viene dada por la falta de éstos, porque es la tensión la que atenaza ahora.
Odio sus abrazos ahora mismo, porque están lejos, porque me hacen falta. La ausencia de concentración, el desconcierto, provoca que mi mente sucumba y surque esa sonrisa que me desconcentra aún más si cabe. No entiendo cómo el silencio puede llenarse tanto de su recuerdo y seguir siendo, complejamente, silencio. Será que no lo sigue siendo, será que se metamorfosea de silencio a compañía por el mero hecho de rememorarlo.
Al menos me queda aferrarme a las palabras aquí y ahora, porque son las suyas las que construyen mundos que tienen el cartel de Abierto. Porque son las suyas las que noto más cerca, a pesar de la distancia, a pesar de que ahora necesite su pecho.
Cuando la Soledad me coge la mano es cuando más anhelo esos brazos. Porque viene cuando estoy sola para recordarme que estoy sola en este mismo momento. Para susurrarme con dulce e intensa malicia que debo agarrarme a la consciencia que me deja. Al fin y al cabo no es tan mala, tan solo intenta hacerme compañía.
Igual quiere decirme que debería intentar concentrarme en lugar de pensarle tanto. Quizás deba hacerle caso, pero en su justa medida.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Una mirada rompe un mundo. Unos ojos que te observan pueden llegar a corromper el esquema de tus vivencias, mientras te juras y perjuras que esa ponzoña no va a hacer sangrar más tu alma, aún cuando notas tus cicatrices supurando recuerdos desnudas, sin gasas ni vendas que calmen el dolor de un silencio envenenado de pupilas titilantes.
Es entonces cuando tu boca quiere transmitir el pensamiento que te ronda. Quiere decir que todo ha pasado, pero se frena al encontrarte de rodillas contra el suelo esperando "a que todo termine" De nuevo. Y temes moverte porque el hilo que cerraba tus heridas escuece y amenaza con caer pedazo tras pedazo. No quieres que vuelvan a abrirse, ¿verdad? No, no quieres. Así que lanzas una moneda al cielo y esperas a que el azar decida por ti. Pero, ¿qué ocurre cuando no crees en el azar? ¿Cuando sabes que tu suerte es la misma que tus pasos buscan, que el destino no es más que una manera de llamar a las consecuencias de tus acciones?
Una mirada rompe un mundo. La incertidumbre arremete dejándolo temblando y a la interperie, pero vivo. Vivo, al fin y al cabo.
Una mirada rompe un mundo. Como el cristal de tu ventana cuando tus gritos mudos hacían temblar los cimientos de tu realidad. Como cuando descubriste que el Sol siempre nace aunque muera. Que siempre te levantas aunque caigas. Que entonces te queda mostrar tus rodillas magulladas y musitar un "Yo ya he pasado por esto", alegando que te ha hecho fuerte, sospechando pero queriendo esconder que la debilidad se adueña de ti cuando alguien bucea peligrosamente cerca del océano de tus secretos.
Una mirada rompe un mundo mientras una sola palabra te guía por caminos a los que no todos llegan. Al mismo tiempo que rompe un mundo, otra puede enseñarte a construir otro.
A construir un cristal transparente por el que esa mirada pueda penetrar y que te rompa en mil trozos de nuevo. Un cristal que refleje los rayos del sol cuando nazca y cuando muera.
Como tú. Que te levantas siempre que caes. Que ansías miradas arriesgándote a que rompan tu mundo.
Será por mundos. Será por ganas de que tus ojos irrumpan en el mío.

martes, 4 de diciembre de 2007

-Puedes mirar todo - y alargó la primera sílaba - cuanto quieras, siempre y cuando no toques absolutamente nada.

Recordó las palabras que lo recibieron al llegar. De lo inseguro que se sentía. Incluso llegó a sentir el miedo que se adueñó de él en sus primeros días; un miedo que se acrecentó cuando Ella le dijo aquello y él preguntó que por qué, si nada parecía inofensivo. "Recuérdalo. Cuando sepas por qué, sé que estarás preparado" ¿Preparado? ¿Preparado para qué? Se acordó de cómo bullieron sus pensamientos a partir de ese momento, de cómo su cuerpo y su alma se fueron acostumbrando a ese lugar, a Ella, a todo lo que le rodeaba y, por aquel entonces, pensaba que jamás llegaría a comprender. Que no tocara nada... Perfecto, pues todo lo que se alzaba ante él le provocaba un pavor insospechado.

Ahora, sin querer evitarlo, sonrió mientras contemplaba aquella escultura y escuchaba los pasos de Ella resonando por las paredes de la galería mientras se alejaba. No la había visto nunca y parecía tan magníficamente real... Hacía mucho que dejó de preguntarse de dónde salían: nunca había recibido respuesta y aprendió a tomarse el silencio como licencia para dejar volar su inquieta imaginación. La estatua poseía una belleza extraña. Estaba seguro de que más de uno la hubiera catalogado como desagradable pero a él se le antojaba, sencillamente, hermosa. Estudió las facciones de aquel rostro y reparó en sus labios.

-Esto tiene que ser real. Tiene que serlo... -dijo inconscientemente mientras daba un paso adelante para sentirse más cerca de aquella estimulante figura.

Alargó los dedos, largos y fuertes, y sintió cómo temblaban por primera vez en mucho tiempo. Se dio cuenta de lo que estaba haciendo poco antes de rozarla. Pero, ¿qué estoy haciendo? Ya no soy un novato.Sacudió la cabeza y decidió alejarse de allí. Tal vez ir a buscar a Ella y preguntarle acerca de esa escultura. Aunque, ¿qué le diría Ella? No quería que pensara que no estaba preparado. Entornó los ojos y volvió a acercarse, esta vez con cautela, alterado por el ruido de la saliva recorriendo violentamente su garganta. Dejó de respirar durante un instante, concentrándose al máximo en lo que sus ojos registraban. Esos labios... No pueden ser ficción. Poco a poco, la atmósfera que lo rodeaba fue cerrándose en torno a él y la figura. Era tal el hechizo que sentía recorriéndolo que se preguntó si sería una nueva prueba que superar. Si todo sería cosa de Ella... Pero esto era demasiado. La confusión se agolpaba en su piel, compartiendo escenario con la atracción que iba creciendo. Y creciendo. De repente se vio a escasos centímetros del objeto de su deseo. Podía oler la palidez de su semblante, el blanco de sus ojos, los rígidos bucles de su pelo. Pensó que quizás todo eran juegos para asustarlo y no pasaba nada si...

-¿Qué haces? ¡Cuida!

Su corazón se paró cuando la voz de Ella penetró en sus pensamientos.

-¡¡Cuida!!

Ella parpadeó. Como si así pudiera borrar lo que acababan de presenciar sus ojos. Atemorizada por primera vez en mucho tiempo, sintió cómo le temblaban las piernas y amenazaban con venirse abajo. No pudo hacer nada. Nada. Tan solo contemplar cómo aquella escultura cerraba su brazo en torno al hombro de él, con la elegancia y la rabia que siempre las caracterizaba.

El silencio y la luz que se filtraba por uno de los majestuosos ventanales fueron mudos testigos de su reacción, de las lágrimas que sacaron todos los sentimientos que había intentado esconder en un recoveco de sus entrañas.

El silencio. El mismo que le recordó que volvía a estar sola. Sola.

La luz. La misma que se reflejó en el mármol que hacía unos segundos había sido la piel joven e inexperta de su protegido.

jueves, 29 de noviembre de 2007

Los suspiros se entremezclan con las ganas de pedirle que eleve la voz. Que sus palabras se tornen ensordecedoras y sorprendan provocando manos raudas que corran veloces a tapar oídos para seguir viviendo en la más triste y, al mismo tiempo, feliz ignorancia.

Creer que es suficiente con cerrar los ojos mientras se nota el olor del élixir de las venas, peligrosamente lejano, ahogando cualquier resquicio de cordura y consciencia que antaño luchaban por vencer las barreras y rebelarse en una danza poco atractiva pero necesaria.

Parece que se ha ido. O que los ojos dictan que su ausencia es palpable y no se le echa en falta. Parece que la luz va tiñendo de dorados la frente de aquel que descansa vencido por el vaivén hipnótico de una respiración acompañada de sueños. Esos dorados se enfrentan al gris que va legando la tarde, envolviéndose en una relación íntima e inevitable, mientras el amor y el odio son compartidos a partes iguales como el cuerpo y la mente, condenados a ser uno solo a pesar de que muchas veces se repulsen por sus diferencias y se amen hasta lo absurdo por la fascinación de las funciones de cada uno; es en estos momentos de disputa cuando Alma se toma la licencia de infundir tranquilidad.

Parece, de nuevo, que se marcha pero esta vez con voluntad propia. Se lleva las mantas que protegían a ese corazón del frío, así como esa mirada que irradió luz no hace mucho. Se marcha y se nota su falta aunque en realidad se sepa que jamás ha estado allí. Se lleva una parte de ti y lo único que queda es esperar a que te sea devuelta, mientras se aguarda con la expectación palpitante y aferrándose a la ilusión de que esos incorpóreos labios no hayan olvidado el movimiento que provocan las sílabas de ese nombre.

Pero se marcha y se sigue deseando que los susurros corran libres a entremezclarse con el aire. Se marcha y olvida que su bálsamo es lo esencial para que los suspiros escapen y se lancen tras su rastro. Una vez más, se comprueba que Inspiración es demasiado caprichosa como para que dispongas siempre de ella, aunque cuando sus caricias llegan a llenarte de calma, todo lo dicho anteriormente queda subsanado. Y, por fin, suspiras.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

El Otoño me trae ganas de desgarrame la piel en llanto. De sofocar mis inquietudes gritando en mitad de un lugar que no roce los oídos de nadie, haciéndole saber al vacío que mi voz y la decisión de seguir prevalecen por muchos árboles e ilusiones que vayan quedando desnudos.
El zierzo que esta estación me trae corta mis labios y me ensancha el alma cuando me enervo porque sus susurros alborotan mi pelo de una manera incontrolable. Pero me acaricia la piel por debajo de las ropas que me protegen del frío, consiguiendo que me sienta suya y que arrastre la incertidumbre que está encadenada a mi tobillo izquierdo. Esa incertidumbre misma que regresa a mí cuando el viento se topa con la puerta y el calor gobierna mis mejillas y me incita a cambiarme rápidamente de ropa. Allá queda el cierzo, mi zierzo, colgado en el armario, en la puerta de la derecha, con el abrigo que me acompaña en las tardes de escapismo.
Contemplar el Otoño, sin disfrutarlo, me trae ganas de desgarrarme la piel en llanto. Y más aún si esa satisfacción también me es negada, si tengo que bajar los ojos de nuevo a esa hoja cuadriculada y olvidarme de que el Otoño toca en mi ventana con nudillos envejecidos pero fuertes, resistentes.
Es el silencio que apacigua las tardes - que no mis entrañas - el que se burla de mis anhelos de Otoño. Porque quiero por fin que me posea y salga al exterior en forma de surcos transparentes que tiemblen con la luz del atardecer. Que cumpla esas ganas.
Porque quiero gritar y no ser oída pero sí escuchada. Porque, de nuevo, necesito esconderme de esta prisión de obligaciones, de promesas a una misma que acaban por astillarse y clavarse debajo de mis uñas. Una tras otra. Esperando que con el dolor recuerde que esperan ser cumplidas.
Porque le pido a Otoño que venga y me desgarre la piel en llanto. Pero que me acune. Que me abrace mientras, a poder ser.

domingo, 25 de noviembre de 2007

Al acercarte podías sentir que sus aguas eran de un extraño azul que creías cristalino, pero si te aventurabas hasta casi rozarlas te dabas cuenta de que de cristalinas tenían poco: un tono gris te hacía creer que lo que se escondiera en aquel fondo no merecía la pena. Pocos eran los que decidían, aún ahuyentados por su apariencia, surcar la superficie de esas aguas con las yemas de los dedos. Pocos, que no nadie. Esos pocos que decían ser los más valientes, los más decididos a romper la monotonía y la inquietante quietud de ese lago cenagoso.
Cuando tenías la certeza de que lo habías conseguido, el nudo de tu alma se desataba en alivio y decías que, ahora ya, no era importante que el agua helara las entrañas o te encendiera los ojos. Algunos de esos pocos valientes se iban con la alegría de haberlo conseguido pero, no obstante, sin dejar la marca íntima que el lago necesitaba para contarlo entre sus recuerdos. Muchos se iban, pero otros no. Esos otros que miraban con recelo hacia atrás intentando que nadie los observara en su osadía.
Era entonces, y sólo entonces, cuando las aguas se revolvían de la excitación de sentirlos. El gris se abría para dar paso a parte de los secretos que escondían, dejando atónitos a aquellos, a esos algunos de esos pocos, que habían sido vencidos por la inercia de arriesgarse. Unos huían ahora que estaban a tiempo, los pocos que quedaban, en cambio...
En cambio se convertían en parte de esas aguas, de ese lago cenagoso que despertaba recelo y desconfianza en los que bordeaban sus orillas. Sin saber si su cuerpo seguía allí o no, sin percatarse de que el fondo cada vez quedaba más y más cerca.
El lago había decidido mostrarle todos sus secretos, arriesgarse él esta vez. Aunque ello implicara desnudarse y dejar a la vista lo vulnerable de sus adentros. Porque el gris de sus aguas se apagaba para dar paso al cristalino de sus pensamientos, de todo lo que intentó guardar antaño y que lo libera. Lo libera. Y se enreda en esos cuerpos que han caído en su trampa, aun sin trampa alguna en la que caer, y se sorprende de que hayan decidido encontrarse con él. No como esos otros, esos muchos.
Las aguas vuelven a cerrarse y el metálico se adueña de ellas. Nadie lo ha visto, parece ser. Parece ser que esas aguas aguardan tranquilas y en total quietud. Dispuestas a que alguien las ayude a liberarse.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Creo que ya es la hora.
La hora de que tú y yo nos sentemos a hablar de una jodida vez. Sí, mírame, no me vuelvas la cara como haces siempre. Como siempre me dueles y me dejas a solas con mis pensamientos punzantes. ¿Me escuchas? Quiero que nos digamos todas las verdades aunque acaben mordiendo, al fin y al cabo es lo único que te pido directamente cuando en verdad te debería mandar a tomar viento, ¿no te parece?
No sé si tú tendrás temor pero yo, ahora mismo, estoy muerta de miedo. He decidido enfrentarme a ti, sí, pero eso no quita que se me anude la garganta. Aunque, qué coño, quiero que me tengas delante, a ver si así te atreves a meterte en mi alma y turbarme otra vez, arrasando las ilusiones a tu paso. ¿Vas a atreverte o quizás huyas de mí como intento yo en vano contigo?
No es justo, al menos eso creo. Sigues presente en mí cuando menos te necesito, cuando haces falta pero tu arrogante mirada se me hace insoportable. Déjame de una vez, déjame. Quiero evitar tus envenenadas caricias en mi espalda, recorriendo mi columna, la línea de mi existencia. Que tu risa no vuelva a mezclarse con mis lágrimas, jamás. Expulsarte siempre, siempre, siempre. No necesitar volver a pronunciar la palabra siempre refiriéndome a ti.
Porque, ¿sabes?, no sé cómo puedo odiarte. Y amarte, a partes iguales. Odiarte porque sé que tienes razón, que me asaltas cuando bajo mis defensas, aprovechándote. Te tengo rencor, ¿para qué esconderlo? Es la puta verdad. Y ya he dicho que hoy sólo quiero verdades. Y una de ellas es que te odio por cierta, por dolerme, por amarte. Amarte porque son tus gestos y tu trato lo que me hace levantar la cabeza y seguir adelante, al darme cuenta de que tus provocaciones no superan las ganas que tengo yo de superarte a ti.
Mírame, deja que vea tus ojos. ¿Son lágrimas o es el reflejo de las mías? Cada vez que nos encontramos acabamos igual, atrayéndonos de un modo incomprensible y que hace arder mi calma, mis sueños. Escúchame, pues es a ti a quien me dirijo.
Quiero que me hables aunque duelas.
Háblame, Frustración, dime por qué me llevas con dulzura de la mano para acabar clavándome las uñas.

sábado, 10 de noviembre de 2007

Ya ni se sentía tiritando. Su cuerpo entero se convulsionaba de una forma inhumana pero ella hacía mucho rato que no era consciente de sus temblores. A decir verdad, no sentía absolutamente nada. Era como si su cuerpo hubiera decidido dejarla ir y así hubiera sido. No era capaz de moverse. Ni siquiera sabía si estaba respirando o no.
Poco a poco, iba introduciéndose en un sueño temible a la par que reparador. Luchaba para que sus párpados no se cerraran, pero el calor iba aumentando conforme cerraba la persiana de sus ojos y se concentraba en la negrura que le esperaba en su interior. Era curioso que estuviera alejándose tan vertiginosamente de la realidad pero que siguiera siendo consciente de todo lo que se arremonilaba en sus adentros. Sus pensamientos iban pesando como argamasa, pero seguía luciéndolos. Y por ello el miedo la acuchillaba. No podía pensar en otra cosa. Tan solo, miedo.
La luz iba volviéndose opalina, como su piel.
Un recuerdo iba tomando forma en su mente, llenándola de un calor contrarrestante con sus dedos rígidos como témpanos de hielo. Se acordó de unos dedos derrochando fuego que acarciaban sus labios agrietados, mientras una voz melodiosa la mecía, incitándola a tranquilizarse pero que en verdad lo que intentaba era que el temblor de sus sílabas desapareciera para que ella no se percatara. Rememoró unas manos duras que la sacaban de allí con angustia, como si temiera que el cuerpo de ella fuera a desquebrajarse por momentos. Añoró sonrisas, pues no había ni una sola en esa visión gastada que iba cubriéndola por dentro. Siguió alimentándose de ese recuerdo hasta que la oscuridad fue haciéndose palpable y se sublevó del todo. Lo último que logró recordar fue el tacto cálido de gotas de agua salada que se derramaron en sus mejillas. Se sintió turbada hasta que comprendió que las lágrimas no eran suyas, sino de aquel ser que se arrodillaba junto a ella en su recuerdo. Entonces cayó en la cuenta de que era la realidad misma lo que se le había antojado como una acción ya pasada.
Y, sólo entonces, comprendió que la muerte se colaba entre sus entrañas, invitándola al viaje eterno. Y cálido. Ante todo, cálido.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Vosotros, los que leéis, aún estáis entre los vivos; pero yo, la que escribe, habré entrado hace mucho en la región de las sombras. Y es esa profunda certeza la que me oprime el pecho y hace que los suspiros expiren en mi boca. Voy a morir. Lo sé. Y escribo esto por si dentro de muchos años, cuando mi cuerpo no sea más que cenizas enjauladas en podredumbre y ya nadie conserve mi rostro en sus despreocupados recuerdos, alguien decida leer y sea precavido. Que no le pase lo que a mí. Que no crea. Que no enloquezca.

La lluvia golpea con rencor en la ventana que cubre mis temblorosas espaldas, invitándome a descorrer la cortina y que mis lágrimas de horror se mezclen con la tormenta. Pero no puedo, pues mi tiempo se agota y temo que estos latidos que rasgan el silencio y van a hacer explotar mis tímpanos decidan tomarse una tregua y me abandonen. ¡Igual que hizo mi cordura tiempo atrás! Si pudiera surcar los pantanos de mi mente y recordar tiempos en los que dormía tranquila...

Allí está. Noto su presencia y parece que me llama. ¿Cómo adivinó mi nombre? Me pongo a tiritar cuando oigo ese seductor susurro de nuevo colándose entre mis entrañas. Tengo miedo. Un miedo tan puro y tan exultante que sé que va a ser mi último miedo. El más feroz, el más horrendo, el que me arrebate la vida.
Escucho su llamada de nuevo. Me quema, ¡me quema! Y me trae retazos del recuerdo de la primera vez. Qué alma tan inocente. Qué sonrisas tan dulces sabía dedicarle a los demás. Y ahora, los labios agrietados y cicatrices candentes danzando en mi piel, espero el momento en el que el tic-tac que rige mi existencia se agote.

Me llama. Los golpes de esa voz me aprietan la garganta. El frío es palpable pero su presencia me quema. Y se acerca. Lo noto. Lo sé. Igual que sé que estas palabras van a ser mis últimas. Ya noto su aliento en mi nuca. No puedo moverme: temo que si lo hago me clave los ojos, arrancándome el corazón de un soplido. Puedo notarlo leyendo por encima de mi hombro. Las sílabas me astillan, no tengo control sobre mí. ¡Me quema, me quema!

Ya es tarde. La sangre se agolpa en mis sienes. Temo que pose su mano en mi hombro. Ya no susurra mi nombre, pero sigue ahí, disfrutando de mi inercia, de mi miedo. Miedo. Jamás pensé que podría acuchillarme de esta forma.

Ya no llueve. El exterior aparece en calma. Ha dejado de llover igual que se han secado mis lágrimas. Voy a morir. Y sola, loca, sola. Quiero lluvia que me apacigüe pues su presencia me quema, me quema... Pero es tarde. Y ahí está. Aguardándome.

[En cursiva, palabras de Edgar Allan Poe]


PD: Cágome en los dobles intros ¬¬

sábado, 27 de octubre de 2007

Tal vez es envidiado por sus cabellos, sin asomo de cana alguna aun teniendo en cuenta su edad, cercana ya al medio siglo, y de un negro azabache que se mantiene ahí, impasible, por muchos años que pasen.
Aunque su curiosidad sea desemesurada, sólo él sabe cómo de grande es. Jamás lo verás interesándose por algo de la vida de los que le rodean, de los que comparten su sangre, y que cataloga como ajeno. No obstante, sonreirá correspondiendo a tu relato cuando seas tú el que decida contarle lo que sea. Porque te apetece, porque hoy te sientes así, porque sí. Pero nunca va a intentar sacarlo con sacacorchos. Es un respetador nato del silencio y, a veces, que no supere esa barrera de intimidad que tiembla cada vez que alguien te lanza una oración interrogativa es algo digno de agradecimiento.
Porque le dices Me voy, que tengo que ayudar a un amigo, y se contenta. Ni sus palabras trepan para saber el nombre de aquel amigo, ni te lanza una mirada acusatoria por las pocas frases que has dedicado para informarle. Confía en ti y, por tanto, no necesita exigirte horas de llegada, puesto que él sabe que estás bien enterado de tu toque de queda y que, aunque te pases unos minutos, sabrás respetarlo.
Te respeta. Y respeta tu criterio, tus andanzas, tus equivocaciones.
Y sabe tomarte de la mano en el momento exacto en que lo necesitas, aunque muchas veces tu sangre hierva ante sus impresiones y no puedas musitar un Estoy de acuerdo. Aunque choquéis. Aunque pienses que es curioso que vuestras ideas hayan llegado a ser tan diferentes.
La mayoría de tus recuerdos tienen su nombre. No puede decirse que todos sean buenos o fructuosos, pero tienen esa chispa que reside en sus ojos oscuros y que tanto envidias.
¿Por qué no me he llevado sus ojos y su color de pelo?, te preguntas de vez en cuando, cuando te sientes pletórico y te apetece darte una vuelta por tu anatomía.
Y gozas de su testarudez, casi siempre. Y de esa aparente fuerza que por tus entrañas se torna en debilidades, en macizos polares desquebrajándose.
A veces sonríes porque piensas que toda su paciencia te la has llevado tú en determinadas ocasiones. Que, a parte de este don transferido, sin él no devorarías más libros que alimentos sólidos y que, probablemente, no estarías escribiendo aquí y ahora. Porque guardas celosamente la primera vez que te llevó de la mano al magnífico laberinto de estanterías que contenían, sencilla y complejamente, libros. Y la sensación de orgullo que sentiste cuando acabaste el primero, el primer libro entero en una sola tarde. Agradeces extremadamente que este recuerdo se mantenga intacto en tu mente, a pesar de que hayan pasado ya unos años que se llevaron tu infancia.
Imitarlo en su costumbre de apuntar todos, todos, los amigos de papel que vas conociendo. Lamentablemente, naciste más despistado que él y olvidas muchos. Y sonreír cuando lees los datos del primero, aquel que va de la mano del inicio de una pasión que sigue creciendo.
Porque adoptas su misma posición cuando algo te hiere por dentro. En silencios se envuelve pero habla por su mirada, que a pesar de no aparecer empañada duele mucho más que si lo estuviera. Porque cuando se enfada se enfada con el mundo. Como tú. Porque, en la mayoría de las veces, no puede evitar que la sinceridad se adueñe de él y soltar todo lo que le reconcome su estabilidad. Como tú. Y porque también te ha legado esa manía de, por cada cuatro palabras, incluir una malsonante.
Sigue presentándose muy a menudo como un desconocido, por muchos años de vida que lleves cabalgando a su lado, y viceversa. A veces sientes que no os conozcáis más, pero estallas a reír cuando tiene una ocurrencia o te cierras en banda cuando sus palabras ácidas te ofenden y, entonces, comprendes que no hay tanta distancia entre vosotros.
Te sigue pareciendo curioso que su mente vuele muy lejos cuando observa en esa caja de fantasías a once jugadores contra otros once usurpar un manto verde y perseguir una pelota. Eso que suele llamarse fútbol. O cuando está inmerso en esa lectura que a ti se te antoja a años luz de lo que te gusta pero, sin embargo, intuyes que acabará seduciéndote.
Y que en esos momentos se desconecte del mundo y te sorprendas hablándole sin que te escuche. Tan solo oyendo una voz que ya forma parte de su existencia. Y es cuando compartes una mirada cómplice con otra persona que se sienta a tu lado y le dices, elevando ligeramente la voz e inclinándote hacia él, sabiendo la respuesta pero usando la pregunta como llamada de atención...
-Papá, ¿me estás escuchando?

jueves, 25 de octubre de 2007

Ha sido un efímero instante. Pero tan intenso. Tan cálido. Me ha dejado descolocada. Y, es que, cuando la tarde se me presentaba como un alto pico que debía escalar cargando con tantas aprensiones, me he visto allí. Allí. Ante una atardecer de tonos naranjas que iba confundiéndose con un mar en calma que me provocaba a mezclarme con sus aguas, a ser una ola más, a desaparecer entre sus sueños.
El Sol iba muriendo poco a poco, sin saber que volvería a nacer sin tardanzas. La paz era absoluta. He podido sentir el calor en mi cara, invadiéndome y tirando de las comisuras de mis labios para que sonriera. No me ha hecho falta cerrar los ojos. Estaba allí, a punto de rozar con las puntas de los dedos una arena blanca que no podía ser real.
Y, por un momento, un fugaz momento, he podido sentir un lazo que se cerraba en torno a mi cintura. Un lazo que no era otra cosa sino un par de brazos que derrochaban ternura en un gesto tan sencillo. Ha sido extraño sentirlo, verme allí. Pero estaba allí. Allí.
Y ha sido entonces cuando la acogedora luz ha parpadeado y me he visto sentada en el brazo del sofá de mi salón, ribeteado de tonos naranja y teja. Con una pila de libros a mi izquierda, susurrando mi nombre con malicia, sabiendo que iba a caer en su trampa tarde o temprano. Creo que han sido un par de minutos los que he permanecido allí inmóvil, agradeciendo la soledad y el silencio que sólo en mis momentos consigue reinar en la casa. Echando de menos ese atardecer extraño. Ese allí.
Y me he dado un poco de libertad clandestina metiéndome bajo el agua hirviendo de la ducha, disfrutando de los arañazos candentes que dejaba en mi piel. Sintiendo el agua acariciándo mi rostro en su totalidad, mientras el cabello se adhería al cuerpo.
Horas. Hubiera estado horas.
Pero al final me he visto obligada a salir con las yemas de los dedos arrugadas y el alma ancha, muy ancha. Me he permitido el último suspiro borrando en formas caprichosas el vaho del espejo y ya.
Terminado el allí y el agua hirviendo. Y empezando de nuevo el haz, haz, haz. Empieza, termina. Respira... ahora. Para. Ahora. Quéjate del dolor de espalda, pero sigue. Muérdete el labio inferior si gustas, pero no pares. Añora el silencio, pero no te tapes los oídos.
Ni rías.
Ni llores.
No seas tú.