domingo, 20 de septiembre de 2009

Se acerca un momento importante, que puede marcar una muesca muy profunda en mi mapa de la vida. Es complicado aceptar que a los sueños se los agarra de los pelos para que no escapen, y convencerlos a susurros que no te dejen escapar a ti aunque ahora te parezca una locura. Puedes acabar suplicándoselo, de eso estoy segura.

Es fácil decir que lo importante es perseguirlos, coger ese tren, pero la complicación viene cuando el billete te lleva demasiado lejos, tan lejos que su perspectiva en parte duele y aviva más la llama del qué debo hacer. ¿Qué debo hacer? Lo tengo claro, y me siento feliz por haberme decidido al fin, pero hay más preguntas cuya respuesta me desagrada. Dónde, en qué circunstancias, durante cuánto... con quién. Me angustia que esta ciudad no vote por las artes de ningún tipo, que cualquier joven que quiera explotar su lado colorido tenga que volar del nido, más por obligación que por devoción. Preguntadle a artistas de cualquier tipo: amantes de la pintura, empedernidos títeres de un escenario, soñadores, como aquí servidora, que sueñan con una vida entre cámaras y estrés infinito, bullir de emociones, historias en los dedos que hagan vibrar a la gente.

Y ahora que sé qué es lo que quiero me da miedo. No temo a un inesperado cambio de opinión, pues sé que si ocurre será sincero y estaré a su merced; pero, llanamente, no quiero marcharme. No a la ciudad del agobio y el metro colapsado de caras somnolientas. Quiero salir de aquí, quiero experimentar en otros sitios, pero no lejos de mi hogar. Este hogar que han construido las personas que acuden a mi mente durante el día, con los que discuto, converso, hago locuras, estudio, observo... A los que quiero, ante todo, y me han hecho echar raíces allá donde vayan. Allá donde vaya.

Mis sueños han estado conmigo toda mi vida, cambiando de forma, y por ello les llevan ventaja. Pero me apena tanto tener que dejar mi pequeño imperio, mi mundo repleto de más, como siempre, de más mundos. Nunca he podido odiar al tiempo tanto como ahora. No es por tedio ni la angustia de la espera, sino por encaminarse hacia mí afilando los dientes y agitando en sus manos un gran lazo. Quiere atraparme, para llevarme con él. A cumplir parte de mis sueños, pero a pesar de ello siempre pensé que sonaría muchísimo mejor hacerlo.

jueves, 17 de septiembre de 2009

No esperemos sin más. Un año más llega mi otoño y me trae razones que purifican los cansancios sudorosos del verano que nos abandona con garantías de volver en cuanto la primavera le deje. No esperemos porque esperar me quema y mata el tiempo, hagamos lo que sea menos esperar.

De momento puedo conformarme con esperar que no quebrantes mi libertad sino que sigas masajeando mis alas con tus dedos firmes y si, es posible, volar juntos algún día en el que no duela nada. O, si duele, que nos curemos las heridas el uno al otro. Me nutro ahora se sentir la magia de intuir que has escrito y comprobar que es cierto, de bucear en tu interior con o sin permiso para acabar conociéndote mejor y sonreír cuando me sorprenda.

El misterio que mata la rutina, que a veces espera temblando demasiado escondido pero resurge tarde o temprano. Por el momento me conformo con ello, con sentirme mejor compartiendo contigo todo lo que me atormenta aunque en ocasiones el dolor se siente con nosotros en nuestra conversación.

Con eso me quedo. Con eso y con que sencillamente acabamos siendo dos niños que juegan con la ilusión y la pasión y se enfrentan también al miedo. Dos criaturas que aprenden, que sienten, que temen, que aman.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Qué difícil era la copa vacía y el carmín etéreo flotando muy lejos de ella. Ir danzando con los platos en la mano como siempre, esquivando momentáneamente un asiento, una ausencia, un vacío infinito, un recuerdo. El tiempo corría despacio porque ya no venía la que siempre llegaba primero. Se sentaba, pausadamente, quejándose de su corazón y sus piernas las últimas veces, llenándonos de dolor con sus gritos ahogados, su no puedo más, y nuestro y nosotros qué.

Las velas extinguidas y las lágrimas escondidas en las habitaciones en penumbra, la infancia que anhelo muchas veces recorriendo el pasillo, una felicidad extraña, un parche que flaqueaba en las pieles de nuestra alma.


Hoy llueve en las pupilas por el dolor sordo de dolores pasados, del pecho subiendo y bajando, porque echar de menos no es suficiente en la única pregunta sin respuesta que nos asalta cuando nos dejan. Para no volver. Algún poeta puede cantarles indirectamente preguntándose que y adónde van, pero eso es todo. Por la picadura, también, fugaz o quizá no, de otro tipo de ausencias, más difíciles de tratar, porque son salvables. Pero igualmente duelen.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Como dos criaturas indefensas pero eternas. Eternas, esa es la palabra. En parcial quietud, aspirando lentamente el aire y sintiéndose vivos. Temblando de vez en cuando por algún deseo inconexo del alma. Después de la tormenta viene el pensar en cuándo se desatará de nuevo, alimentarte de la otra criatura, pedir que el momento no acabe nunca. Durará siempre, no obstante, en el recuerdo.

Alberga una belleza enigmática que sólo advierten las mismas criaturas. Son parte de algo sobrenatural en ese momento, en el momento de después, el momento de "siento mi cuerpo como nunca pero parece que no sea mío". Demasiado inexperta para hablar con claridad de ello, se me ha antojado algo especialmente mágico. Como después de una batalla sin ganadores, aguardando la tregua, disfrutar del otro.

Algo tan sencillo como eso. Ser uno, de alguna manera que escapa al entendimiento común. Refugiarse en un territorio vedado, un territorio por explorar y conocer, que puede ayudarnos a crecer.

Así nos quedamos, en silencio, pensando en a saber qué, después del éxtasis, de tu sonrisa sobre la mía y de la pregunta de siempre, de la pregunta que te agradeceré siempre. ¿Bien? Siendo dos criaturas extrañas pero compenetradas. Buscando la piel en cada exalación. Sin más. Algo tan sencillo como eso...

Me encanta el equilibrio de los cuerpos desnudos.

lunes, 10 de agosto de 2009

Eran tiempos difíciles y nadie en su sano juicio lo negaba. Ni siquiera nosotros, aunque obviamente también teníamos lo nuestro. Parecía que nunca salía el sol de detrás de las montañas; el hambre era algo que estaba a la orden del día, sobre todo en las ciudades, donde había más estrés y más revolucionarios que no querían más que juerga. Los niños se quedaban huérfanos de bien pequeños solamente porque sus padres eran unos rojos de mierda. Aunque a veces ni eso; simplemente eran unos ignorantes que ayudaban a la persona equivocada en el momento equivocado... Y así acababan. Dejando a un hijo solo, hijo que podría haber disfrutado de la protección de sus padres si éstos hubieran tenido dos dedicos de frente.

Yo en ese tiempo no me podía quejar porque mi padre tenía bastante nombre y quien me tocara los huevos ya sabía lo que pasaba. Hubo gente que se quiso reír de mí y de mi cámara, pero acabó con más de dos hostias bien dadas. Eso sí, ni mi padre ni yo nos manchamos las manos en ningún momento.

Lo más triste era cómo se intentaban meter a escondidillas en nuestro mundo. Las mujeres se creían más listas, como si por ser mujeres no se les iba a ver que eran unas putas, y además republicanas. A veces me hacían gracia. Que si metiéndose de cocineras o niñeras, a mezclarse con los hijos de nuestra sangre; y luego los enanos lo soltaban casi todo. No se daban cuenta, de momento, y ellas acababan en la cárcel hasta que salían los juicios y, bueno, ya se sabe el resto.

Me gustaba hacerles fotos a ellas. El primer día que conseguí afianzarme entre la patrulla de fusilamientos, llegué justo cuando un grupo de mujeres bajaban del vehículo temblando y llorando, muchas gritando o intentado zafarse de los brazos que las agarraban. Sabía, al verlas, que muchas no entendían todavía por qué iban a matarlas. Pobres ilusas. En cuanto las vi escupí al suelo y comencé a hacerles fotos. Sus expresiones vendían más que las de los hombres, y mis fotografías empezaban a hacerse valiosas ahora que la guerra, en teoría, había acabado y ya no había que andarse con tantos remilgos.

A mí me gustaba captar sus caras justo cuando apretaban el gatillo y antes de que la bala llegara a sus cuerpos. Me daba una especie de regusto por dentro que no me daban las mujeres caminando por el parque o desnudas en mi cama. Hubo una una vez que me preguntó a gritos cómo podía ser tan frío y tan hijo de puta. Me reí y le hice una foto. Esa todavía la guardo yo, no dejé que nadie la viera. Me parecía divertido que una hubiera tenido cojones a fijarse en mí y en la repugnancia que le causaba mi presencia. Como si violara su intimidad, no te jode.

No pensaba que esa foto me iba a causar problemas ni nada por el estilo. Total, era una zorra más, una lista que seguro que había gritado que viva la jodida República cuando la apresaron. Y ahora vienes a preguntarme por ella, qué casualidad, ¿no? Sobre esta mujer. Casi sesenta años después... No te puedo decir mucho más de ella, solamente que sería...


No siguió hablando porque un balazo le cortó la voz en la garganta. Se miró la herida sangrando y murió casi al instante. El muchacho que portaba la pistola lo miró con verdadero odio, cogió la foto de su abuela y se marchó pensando que después de tantos años sentía verdadero alivio, y orgullo. Orgullo de ser hijo de uno de esos hijos que se quedaron huérfanos por ser el fruto del amor de esos rojos de mierda.


jueves, 6 de agosto de 2009

-Cuando vengas ya no voy a estar.

Se lo dijo mientras la otra persona revolvía en su chaqueta buscando las llaves. Asintió con la cabeza y sólo cuando al fin las encontró le miró a los ojos y asimiló la frase fríamente.

-Está bien. Tampoco voy a tardar mucho, vamos, lo de siempre.

La que primero había hablado también asintió, pero de una manera más triste, aguantando el tipo y sintiéndose perdedora de la última oportunidad. Pudo notar cómo la herida de su alma se hacía más honda, y supo que se iba a echar a llorar sangre en ese mismo momento si la otra persona no se daba prisa y se marchaba.

Pensó que era curioso el hecho de que siempre deseaba que se quedara en lugar de que se fuera, dejándola sola, cada vez más a menudo. Se mordió los labios mirando al suelo, temblando por dentro mientras se preguntaba si hacía bien en lo que hacía. Le seguía amando, pero, ¿a qué precio? Se negaba a arrastrar su felicidad siempre hacia al mañana; se había dado cuenta que eso sólo era una excusa por no tenerla. Fue fuerte y se armó de valor. No obstante, una pequeña llamita ardía en sus adentros pensando que todavía se entendían. Que la otra persona, en su tono desvalido y trémulo, adivinaría las intenciones reales, y podrían hablarlo, establecer las típicas cláusulas de copas de vino y firmar el acuerdo manchando las sábanas.

Pero no fue así. Él se marchó y dejó el piso en silencio. La persona que se había quedado en la fría estancia fue a su habitación y sacó del armario una maleta. Estaba llena. Cogió un cuadro que le encantaba y con él bajo el brazo se fue. Echó las llaves al buzón, y respiró libertad al tiempo que avanzaba llorando por la calle.

***


Cuando vengas ya no voy a estar.

En su fuero interno sabía, cobardemente, que sí había entendido aquella frase de verdad. Se maldijo. Se sentó en una silla del piso vacío, y sintió la soledad tomar asiento a su lado.

martes, 4 de agosto de 2009

¿Y cómo es posible -te preguntarás- si solamente han pasado horas? Si a veces has estado más tiempo y a menos distancia y no pasaba nada. Si otras habéis estado ausentes y es como si os separaran kilómetros...

Pero es ese anhelar distinto, ¿verdad? El resguardo de su piel y su mano acompañándote a casa mientras recorrías sola con la madrugada desperezándose el tramo hasta tu hogar. Es el mismo daño estúpido de no saber que está cerca, que si quisiera en esta locura finita irías a buscarlo ahora mismo. Es como si en tu nombre faltaran letras, o salieras de casa dejándote el alma durmiendo todavía. Hay algo que no gira en tu mecanismo interno, tus manos se aburren, se te encoge un poquito el corazón y dibujas en tu mente su imagen para no tener frío.

Inmensamente torpe, porque no hay ningún motivo de causa mayor, pero lo echas de menos. Ahora mismo, y en este momento. Contentándote con que os protege el mismo cielo y que el tiempo no es del todo traicionero: siempre gira, para bien o para mal. Se consumirán los días y en su cera creciente estarán las ganas.

Mirándote al espejo, camiseta amarilla larga y pantalón demasiado corto, pensando en lo cerca que te ves y, aun así, la distancia que parece que os separa. Porque en parte te has ido con él, en parte, a llenarte de aromas y renovar recuerdos.

domingo, 26 de julio de 2009

Después de dos años me estremezco de igual manera. Recuerdo las frases, los nervios de cada momento, el miedo y las palabras de aliento que nos dedicábamos porque existía aquello que podemos designar como compañerismo. Se desintegraban entre mis dedos las ganas de más, de más veces, muchas más, pero el fruto era mordido cada vez menos a menudo, después de duros meses de trabajo... La recompensa era ínfimamente inmensa.

Esta noche, entre calores febriles, me han atacado las pesadillas. La primera, la más feroz, como siempre se desarrollaba en un escenario. Era la hora de la representación que está grabada a fuego en mi memoria; era el turno de mi boca y no sabía qué decir. Salía al paso como podía, arrasando conmigo todas las ilusiones de mis compañeros de grupo, los nervios de nuestra directora, un grito ciego para que se abrieran los tablones y me tragaran sin dudarlo. El pavor siempre, o casi siempre, me ataca en el mismo aspecto. Sabe dónde me duele.

No obstante, horas después, durmiendo con el ceño fruncido y en esa misma representación de teatro, un inesperado Jeremy Davies, actor también y no sé a santo de qué, me besaba en los labios y me preguntaba por qué no podía soltarme. En el estupor nocturno, lo reconocía en mi sueño como uno de sus roles más disparatados, sin duda, el nervioso Daniel Faraday de la serie Lost.

Por ello, me he levantado con el sabor agridulce de la noche y el gusanillo de las representaciones y los actores, deseando una vez más entregarme sin pensarlo, persiguiendo ese sueño, siendo valiente por una vez. En el vídeo he introducido una vieja cinta. Con ella he vuelto a sentir que los echo de menos, que los echaré de menos. Que me han cogido de la mano tantas veces y hemos pasado tantas cosas juntos, siendo nosotros mismos o cualquiera de los personajes... Me volvían los escalofríos, pero esta vez no era la fiebre, era verlos, vernos, delante del cartel pintado con la tinta de nuestro esfuerzo. Incompleta sin ellos, me espera un año duro aprendiendo a echar de menos a los últimos, anhelándolos de nuevo juntos. Con la esperanza firme de que volveremos a encontrarnos.

viernes, 10 de julio de 2009

Siento la deliciosa necesidad de escribir. La calma que me he impuesto como objetivo está tejiendo sus horizontes, para que sean los míos, y se ordene un poco este caos. Este caos en el que me encuentro, mis seis últimos años plasmados en hojas de papel, apuntes locos, ansias de libertad y muchas resignaciones. Ah, por eso supongo que estoy nostálgica. Siempre me pasa cuando me zambullo en el recuerdo de ordenar mi habitación.

Una vez, un artista de la palabra me ofreció un relato que hablaba de esto. De la nostalgia de ordenar tus pertenencias, que acaba siempre en bolsas de basura llenas de cosas que no sabes por qué guardaste -o sí lo sabes, y lo escondes-. Su relato desembocaba en un encuentro con su antiguo amor, después de ordenado su piso; hacían el amor, se entregaban casi en silencio, en un halo de tristeza, y a la mañana siguiente el protagonista decide deshacerse de esa parte de su pasada. Como cuando limpia su armario, su ex reposa en bolsas de basura al lado del contenedor. Este brusco final es cosa del señor de la melancolía, es decir, Carlos Castán, y su capacidad de transmitirte nostalgia por cada poro de tu piel... Y leer sus novelas en gris.

A mí ordenar no me da ganas exactamente de romper con mi pasado. Más en concreto, me da ganas de viajar. Observo los maravillosos viajes que llevan a cabo a mi alrededor y pienso que por eso me entristezco, porque al fin y al cabo todo gira en torno a dos cosas en relación a tu capacidad conocedora de mundos: el dinero, cómo me machaca esa palabra, y saber arriesgarte.

No obstante, mantengo la esperanza de que algún día podré hacerlo. Soñaré en otros países y pisaré otras tierras que acabarán mezcladas todas en la suela de mis botas. Cuando me angustio sobre la desembocadura de mi futuro, me tranquiliza saber que, haga lo que haga, lo quiero hacer viajando. Me quiero mover. Conocer, experimentar, sentir. Darle otros olores al alma.

Pero empezaremos por el comienzo, por asir lo que alcanzo, bañarme en naturaleza cercana. Dame la mano, mi amor, y dime cuándo nos vamos.

miércoles, 8 de julio de 2009

No quiero hipotecar mi felicidad. Ni reinventar un sistema de sentimientos que más tarde aplique a mi persona y me den una realidad que no me hace feliz. Suena frío, enfermizo y sobre todo, y es lo que me pesa, demasiado triste. No puedo soportar la idea de autoengañarme, pero es que me duele tanto; me duele tanto haber llegado a este punto de desesperación. Yo no creía en revivir estos recuerdos: creía en los sueños y en los amaneceres inalcanzables.
No puedo. No puedo con este peso en el pecho y este remolino de confusiones varias que se me planta entre los ojos, el cual no se alivia liberándolo. No puedo con mi pesimismo rebuscado ni mi capacidad de dinamitar las cosas y quedarme a un lado, tan ancha, esperando a que vuelvan a salirle flores al jardín.
Conozco el arrepentimiento futuro por entregarme a las letras creyéndome sola. No entiendo demasiadas cosas, y al mismo tiempo tengo ganas de tantas que todo se mezcla en batalla, se calma, y finalmente explota en siempre lo mismo: silencio y pesadumbre. La balanza equilibrada, o el desequilibrio trepando por uno de los extremos, tiñéndolo todo de locura, mientras me hipnotiza la melodía de esta canción.
Take a glorious bite out of the whole world...



martes, 7 de julio de 2009

Se despertó en mitad de la madrugada; el calor era insoportable. Sin embargo, en su fuero interno advertía que no había sido cosa del calor. Era como si sintiera una llamada más allá de lo íntimo o racional. La asustaba la idea misma de responder ante esa llamada, por ello le gustaba creer que lo hacía inconscientemente. Fue hasta la cocina para beber un vaso de agua descalza: el pequeño sentir frío de las baldosas le encantaba, la hacía sentir viva. Cuando cruzó el umbral de la puerta, volvió a la noche anterior. Y a la anterior, y a la anterior...

-¿Por qué?

La conversación solía empezar siempre con esa pregunta, mientras se prolongaba el silencio y le helaba el alma hasta que se escarchaba la tristeza debajo de sus ojos. Se sirvió ese vaso de agua recordando que al principio le daba pavor moverse. Pero ahora ya no.

-No sé si voy a poder seguir mucho tiempo así, ¿me entiendes? Sé que te lo he dicho muchas veces, pero es que no puedo soportar que no me dirijas la palabra. Vienes aquí cada noche, te sientas y esperas a que me despierte. ¿Por qué? ¿Por qué esta condena de mirarte y no conseguir ni una palabra?

Él la miró en la penumbra. De noche, la cocina no parecía una cocina; tal vez sí una habitación de algún maltrecho hospital. Sólo faltaba una luz bizqueando.

-Sé... Sé que si regresas es por algún mecanismo extraño de mi mente. Y no entiendo por qué sigo permitiendo que me rompa en dos al verte. ¿Es que tú no puedes hacer nada? ¿No decías que, si sufría yo, sufrías tú? ¿Por qué seguir sufriendo?

El cansancio era ya abrumador. El cansancio de todas las noches, de la misma rutina diabólica, el silencio que se colaba entre los pliegues de la ropa. Las preguntas de ella, la ausencia de palabras de él y, finalmente, el acercamiento. Siempre seguían el mismo patrón. Así que él se acercó con delicadeza y la abrazó transmitiéndole una fuerza fría pero cálida, que le encendió los recuerdos. Ella contempló una vez más cómo hablaban, paseaban, se amaban y soñaban los dos en tiempos mejores, antes de toda aquella pesadilla que la perseguía. A ella le encantaba que hablaran. De nuevo, lloró. Lloró melancólica aferrándose a la espalda de él para que no se marchara, no la dejara otra vez. Notaba el pecho subir y bajar con violencia, con demasiada violencia. Lloraba con desesperación; esa noche también había tomado una decisión.
Poco a poco, se alejaron y ella lo miró secándose la escarcha de las mejillas. Se sintió inexplicablemente llena de paz y lo besó suavemente en los labios. Él cerró los ojos, sorprendido.

-Hoy es nuestra última noche. Ahora lo sé. Cuídame, mi amor, cuídame de alguna manera...

Y se marchó a su habitación, descalza y sintiendo las baldosas calientes. Su temperatura corporal disminuía al estar con él. Se abrazó a la almohada y lloró lo que quedaba de noche volcando esos recuerdos en las sábanas, jugueteando con ellos, aprendiendo a asentarlos en cada latido sin que hirieran su piel otra vez.

Amaneció y se durmió por fin. Para despertarse en mitad de un rayo de sol y no de la noche, murmurando para sí que todas las noches anteriores habían sido un sueño, y quedándose con el recuerdo que le cerraba los párpados siempre: él, dormido eternamente, en un vehículo de madera de nogal hacia quién sabe dónde.

domingo, 28 de junio de 2009

La noticia de que estaban vivos y que regresaban a su hogar había corrido por el mundo entero como la pólvora. Después de tres horribles meses creyéndolos muertos, insistiendo la compañía aérea y los medios de comunicación en la total desaparición de sus almas, resulta que se equivocaban. Que se equivocaban. Todos, o casi todos, pues hubo gente esperanzada y tachada de ilusa que todavía los esperaba con el corazón en un puño cada vez que veían en la noche parpadear las luces de un avión.

Seguían vivos, en algún lugar mágico y escondido del universo. Pero muchos de ellos habían sobrevivido y ahora volvían a casa.

Ella aguardaba impaciente, volcando su nerviosismo en retorcerse un mechón de cabello o en recitar una y otra vez las letras del abecedario. Lo echaba de menos. Había llorado su ausencia más de noventa noches y ahora por fin iba a poder hacerlo en su hombre. Porque lo maldeciría, por irse, marcharse con su amigo a Australia en ese viaje tan loco, por marcharse de esa manera, sin hacerlo del todo. Lo peor era ver cómo todos estaban matándolos dejándoselos al olvido; ya no el hecho de decir que habían muerto, sino aceptarlo. Ella jamás se aferró a esa idea.

Y ahora por fin iba a tocarlo. Apenas podía creer que todas sus lamentaciones no habían sido en vano; pensó en todos aquellos que siempre decían que del infierno no se volvía.

Empezó a levantarse revuelo y ella se puso en pie. Miró al horizonte y vio llegar el avión en el que regresaban. Desagradablemente irónico después de un accidente. Esperó al borde del desmayo mientras susurraba palabras de calma a sus latidos desbocados. Tan cerca. El avión aterrizó.

No les dejaron entrar en la pista, como es obvio. Tuvieron que esperar pegados al cristal para reconocer a sus familiares entre la muchedumbre de supervivientes: habían llegado noticias de que algunos habían perecido en la isla.

Después de unos segundos en los que se sucedió su vida varias veces, la gente comenzó a entrar. Entre lágrimas, locuras y miradas perdidas, el aeropuerto se convirtió en la copia más desafortunada y equívoca de un velatorio sin silencios. Vio en un súbito instante los ojos del amigo de él y corrió a su encuentro pensando que iban a estar sus brazos también dispuestos. No lo vio, y su amigo negó con la cabeza. A ella se le vino el mundo encima y pensó que todo había sido una broma del destino. Ahora tocaba despertar. Al ver que lloraba, su amigo le susurró algo.

-No ha venido. Lo siento, pero se ha quedado ahí.

Ante la alarma de ella, el joven le hizo un gesto para hacerle entender que hablaban más tarde. Horas después, se encontraron destemplados en una habitación de hotel y el amigo se lo explicó todo. Conforme escuchaba, ella se sentía engañada. Nunca se había sentido menos ella misma. Ni siquiera lloró porque hasta eso le parecía un insulto. Una parte de ella lo entendía, pero el dolor de la ausencia era tal que la rabia comenzaba a brotarle. Sólo la incomprensión la taponaba mientras escuchaba atónita las palabras del muchacho.

-Me dijo que te lo hiciera saber. Que había conseguido un vínculo extraño con la isla; ya sabes cómo es... No es el único. Muchos decidieron quedarse porque decían que aquí ya no tenían nada. Lo de él era distinto, porque estabas tú. A pesar de ello, tenía claro que no iba a volver, que su sitio iba a estar el resto de su vida atado a esa isla. Mira... yo lo siento, no sabes lo difícil que es decírtelo, pero mentirte tampoco me parecía bien. Intenta rehacer las cosas, ¿vale? No te mereces estancarte. Pero, escúchame, no te pongas así. A ver... Él lo dijo claro, y no hay más, su vida ahora está en la isla.

Y la suya, la de ella, en parte también. En parte también...

jueves, 18 de junio de 2009

Triste. Triste porque no quiero acabar engañándome a mí misma. Triste porque estoy triste y no debo sentirme egoísta ni culpable por ello. Triste porque me estoy dando cuenta de que esta canción me anima haciendo que me duela el corazón, por el sentir mismo este sentimiento, porque me está enroscando el alma alrededor de los pulmones más todavía y sin embargo no la rechazo sino que se hace un elemento más.

Triste porque no me permito excusas baratas. Quiero afrontar la realidad, y el miedo, sin anteponer ninguna otra circunstancia que sirva de alivio. Las cosas son como son. Triste porque ahora mismo veo todo totalmente oscuro y necesito que llueva para poder liberarme un instante.

Triste porque me temo que las historias se repiten. Porque echo de menos y eso no es buena señal. Porque me cuesta aceptar los cambios y las transferencias de energía que pasan a alimentar unos sentimietos y dejan hambrientos otros que se supone deberían estar saciados. Triste porque me siento en parte idiota por seguir anhelando estos otros, porque me dicen que lo mejor es dejarlos marchar pero no quiero y acaba siendo todo una puta paradoja, filosófica o no.

Triste porque últimamente los días se desperezan y se acuestan grises sin ningún tipo de excepción. Por no comprenderlo. Por la lluvia que falta, o la que me sobra y pide salir. Por estar triste, sintiendo que desaprovecho momentos de ser feliz. Por pensar que la felicidad no existe.

lunes, 15 de junio de 2009

Haz un descanso y párate a mirar el atardecer permitiéndote ese pequeño lujo sin que tengas que faltar a tus tareas diarias, tu responsabilidad, el alimento de tus codos medio aburridos de no ver más que madera. Puedes dar de comer a tus sueños en el ligero instante que se está escapando siempre entre los dedos; es más, debes hacerlo. Enamórate con locura en un momento, hazlo mil veces en un día, mil veces en un año; consigue que su rostro siempre te parezca nuevo, retador, joven y esperanzador. Discute contigo sobre la eternidad. ¿Que no existe? Pregúntate por qué. Debate la palabra siempre y grábatela letra a letra sobre la piel si tirita: que no se sienta sola.

Planta sonrisas en los ojos de otras personas para que rieguen la tuya y el oxígeno de la vida prevalezca sobre todas las cosas. Pregúntate por qué constantemente, pues sin preguntas no hay ansias de respuestas y sin ese ansia la vida se apelmaza y se acaba enquistando sin más. Limpia tus heridas. Consigue que alguien te ayude a lamer esas cicatrices del alma para que no supuren más dolor; siempre es mejor un tacto amado que te cure que solamente tus manos recorriendo cada punto de sutura. Estudia la anatomía de los secretos ajenos.

Mantente en constante búsqueda de sensaciones. Evita superarte y rétate a ti mismo para hacerlo una y otra vez. Deshoja los segundos sin contemplaciones. Exprime sin dudarlo cada rayo de sol o cada ausencia de luz, que todo te nutra. Hazlo a tu manera.

Y todo en un instante, averiguando la duración de éste. Un descanso robado a la tarde, una mente juvenil que sueña con soñar eternamente. Casi a un millón de kilómetros de tu cuerpo. Busca. No dejes de buscar.

domingo, 14 de junio de 2009

Y el mundo entero se reduce a una inmensa acumulación de absurdos varios goteando rabia. Ni la impotencia aguanta este calor venido directamente desde los mismos infiernos. No es cuestión de echar el tiempo atrás sino de saber aceptarlo. Cuando estamos deseando volver a hacer de otra manera algo que ya hemos hecho, no es más que la afirmación sorda de que nos hemos equivocado.

Sólo puedo extraer la conclusión de que somos humanos, todos y cada uno de nosotros; y ahora mismo cualquier atisbo de humanidad me parece una mierda.

domingo, 7 de junio de 2009

-No puedo creer -me dice con voz desenfadada-, no puedo creer -repite- que lo hayas vuelto a hacer. Es contradictorio porque siempre te pasa con las fórmulas, las teorías y demás historias que están demostradas de manera empírica. Que son así, y punto. No hay más. Siempre acabas pensando en magia en esos momentos. ¿Pero te pretendes escapar? Porque no lo entiendo. Fíjate. Se acaba dulcificando tu gesto de una manera ciertamente masoquista, pues primero te duele y luego sonríes como si acabara de nacer un alma, y sus sollozos desenfrenados trajeran paz porque están gritando que por fin existen.

>> Y es que no sé por qué digo que no lo puedo creer. ¡Si miento! Si yo misma te observo y a veces hasta te insto a que lo hagas. Una tregua nunca viene mal si no se prolonga lo suficiente como para rayar en la vagancia, ¿no crees? El día vuelve a estar semifrío, el frío por el junio a quince grados, el semi por los pájaros en tu ventana que parecen poner su nota de calor.

Así me podría pasar horas. Hablando conmigo misma en estricta sinceridad y calma. Ante el espejo de los recuerdos de cualquier minuto, qué importa si lejano o no, que viene en este momento y se queda no sé por qué. Por qué ése. Y no otro. A eso me refiero con magia, a lo sorprendente e inesperado de uno mismo. Ahora mismo, podría definir la esencia de la vida en la sorpresa: en la pequeña ilusión de vez en cuando de aguardarla y, mientras, seguir andando hacia quién sabe dónde.

Con un libro cerrado y el otro a medio abrir, contemplando el cambio más excitante del día. Y aun así vuelvo a sumergirme en los textos que he leído tantas veces y que no sé por qué releo con tanta enfermedad. Por eso al principio me duele algo adentro, y no sé el qué, pero sé que es lo mismo que me dolió por primera vez al leerlos si son tristes, si hablan de abandono y de nostalgia a pedazos. Tal vez por la inutilidad misma de sentirme inútil. Y querer ayudar, salvarlo de él mismo. Pero eso no tendría sentido.

Ah, si él supiera. Que se llama a sí mismo neófito y no sabe que enseña, que ya se lo dije, y estoy segura de que sigue sin creerme de ninguna de las maneras. Pero al menos me regala estos ratos de autorrecogimiento. Como si sufriera un viaje en el tiempo y volviera a mis andares a tientas de los quince años, a la noche en que lo encontré, y fuéramos completos desconocidos. Amándonos a través de las letras, quizás, o en el deseo de cruzarnos un día por la calle y el temor al terremoto interno de verlo y pensar en la última actualización de su blog. También me refiero a eso con magia. A que me siga poniendo nerviosa cada vez que voy a verle.

miércoles, 27 de mayo de 2009

¿Todavía me lo preguntas? Todavía. Y encima me miras con esa cara como si yo estuviese loca o de repente la cuerda fuera yo y todo hubiera cambiado. Cambió hace mucho. Y tú lo sabías, y yo lo sabía, pero intentaba salvarlo, ¿sabes? Aunque no fuera el modo adecuado, aunque me equivocara, aunque siempre digas que me equivoco. Siempre, ¿eh? Sí, siempre. Porque nunca me cansé de esperar que dijeras esa palabra, incrédula perdida; y pensar que no me decías la verdad cuando asegurabas que no la decías porque no creías en ella. Ese fue nuestro principal problema: que dejamos de creernos. El querer estaba en el aire, a veces sí, otras no. Había días en los que hacíamos el amor con amor y otros en los que simplemente hacíamos, o hacías tú, o hacía yo. Pero nada más. Todo vacío.

Y ahora me vienes con estas... Increíble. Este punto infantil me desespera, porque no es que crea que somos unos niños. Ya no, quizás antes sí, pero ahora no lo somos. Nos anulamos la niñez con cada mirada, porque están cargadas de ira y de rencor y eso no lo pueden sentir los niños. Me da miedo sentirme tan adulta contigo. Sobre todo ahora, justo ahora, que no creo lo que oigo, pero es cierto, me lo has preguntado. ¿Que por qué? Porque antes aprendí a esconderme en cada esquina si era para besarte. Y después nos sorprendíamos escondidos en las esquinas dándole vueltas al reloj para que llegara más rápidamente la hora de separar nuestros caminos.

Menuda gilipollez. De la que estoy hecha. Tienes razón en lo que dices, y tienes todo el derecho de preguntar. Pero es que te echaba de menos teniéndote a tres centímetros y me estaba volviendo loca porque era capaz de entenderlo. Por eso lo hice. Y no me arrepiento, porque no me gusta arrepentirme de lo que hago, pero sé que hice mal. Tal vez fue un maquillaje de la realidad, pero no sé. Por eso hice remiendos con las palabras que me dijiste cuando todavía me querías. Por eso miento.

miércoles, 20 de mayo de 2009

La lluvia me ha puesto triste. No puedo achacar, claro está, mi estado de ánimo a la suave tormenta prolongada que ha tenido lugar durante la tarde-noche. Pero ha sido atravesar las calles mojadas y olerlas desde dentro, y al llegar a casa se me ha venido encima la indignación, el absurdo, el cansancio y, finalmente, la tristeza.

Quizá sea porque ha sido un día duro pero he querido verlo cubierto por rayos de sol. No digo que esté mal; prefiero mil veces -y más- verlo así que no todo a oscuras. Adónde va a parar. No obstante, ahora me pregunto si lo que he hecho ha sido superar estas pequeñas cosas que han hecho al día duro, o las he escondido debajo de la alfombra. Por eso en mi silla, tras llegar a casa, he recordado una sarta de problemas físicos que han desprestigiado tardes que me podría haber pasado viendo la tele en un sofá ajeno, o pensando y ahogándome, como siempre últimamente, en de qué me iba a servir. De qué me puede servir. Y esconderlo, a su vez, porque no quiero que nadie me diga te lo dije. Prefiero estar yo sola, con mi culpa y mis demonios, enzarzándome con ellos y enseñándoles las uñas aunque flaquee.

Sin embargo, lo que me anuda la garganta ahora que me he lanzado a escribirlo son mis ojos empañados mientras veía la grabación de nuestra última actuación. Y esta vez esta palabra, última, tiene mucho más significado. Y es que mientras que nos veía magníficos, recordaba las voces de mis compañeros de escena diciendo que no iban a seguir. Que esto se acaba, y se acaba ya, aunque no quiera verlo. Tras cinco años la llama se ha consumido, y no me parece injusto; tan solo sé que ha sido maravilloso. Quedaremos unos cuantos, tal vez los más idiotas por agarrarnos al recuerdo o los más arriesgados, pero algo podremos hacer. Si algo tengo claro es que no quiero dejar escondida esta parte de mí.

Así que aquí he llegado. Preguntándome por qué no tengo ilusión por mañana. Tal vez por la reprimenda de la que también vive aquí: mañana actúo, y ella me ha hecho la comida; no se acordaba de que mañana actúo. O porque sé que puede ser la última.

O no sé. Que llueve con fuerza. Por fin. Hoy la tristeza está guerrera.

domingo, 17 de mayo de 2009

No sabía cómo dirigirte a ti, así que iniciaré la epístola con un escueto

Estimada esencia,

Te escribo y te tuteo porque pienso que llevamos tanto tiempo juntas que ya es hora de que pasemos la una de la otra y nos sentemos un instante entre millones para hablar o mirarnos en silencio y así poder reconocernos. Porque creo, ahora mismo, y me parece maravilloso, que podría reconocerme en tus ojos. Y los imagino como cristal líquido y titilante, pero que sin embargo observa sereno, sabio y dispuesto a seguir luchando.

¿Por qué no? En mi mente tomas forma como se me antoje. No es por ser maleducada ni brusca, pero me gusta ser honesta. Durante un tiempo te temí e incluso te rechacé en un par de ocasiones pero estaba todo tan oscuro que no sé. Las cosas que grabadas en mi alma se hacían sólidas a través de mis dedos me asustan todavía hoy cuando las releo. Y no era culpa tuya; si acaso tu culpa residía en que no sabía encontrarte en mis adentros.

Pero me ayudaron, de una manera u otra, su día a día fueron como agua fría para los ojos llenos de legañas de mi rutina. Desperté. Me fui desperezando y pude decir que era feliz y me sentí en calma contigo, pero no del todo, porque durante meses te había negado o te había llamado Soledad cuando en realidad no lo eras. No puedo decir que lo conseguí porque no fue cosa mía. Lo conseguí con ellos, lo conseguimos, o como quieras llamarlo.

Por eso quiero que los cuides. Cuidándolos a ellos me estaré cuidando yo. Necesitamos luz para nuestra superviviencia y si consigues que la suya ni siquiera bizquee... Podré sentirme tranquila, pues mis días seguirán luciendo de una manera u otra, pero sin transcurrir en absoluta oscuridad. Tan solo la oscuridad de todos los errores con los que carga y de los que a veces me alivio pero que están ahí. Diecisiete años de caer y levantarme y aprender a reinventarme a mí misma si era preciso un reseteo inminente. Pero no puedo quejarme, diga lo que diga, no puedo. Los que me faltan sé que los cuidas, donde sea que los cuides después de dejarnos; también los sigo sintiendo iluminándome.

En otro domingo inusual, sentimental este en el que te escribo, inusuales gracias a que lo pusiste aquí de repente y aquí sigue él, sonriendo. Espero que sepas perdonarme, por si alguna vez no te agradezco que me hayas elegido. Porque a saber cuántos esperan. Pacientemente, a saber dónde, aguardando a su momento, y emerger llorando del vientre de su madre, eternas criaturas. Porque ya serán eternas, desde que nacen. Desde que los eliges, Vida, y respiran este aire, como un regalo, aunque a veces nos olvidemos de que lo es.

miércoles, 13 de mayo de 2009

Yo no sé qué tiene que aun sintiéndola cada día porque no me queda otra salida no sé definir qué es lo que la describe realmente. Y es que pienso en ella y sólo me salen frases enrevesadas como ésta, que podrían ser envidiadas por el propio Góngora si se dejara. Esta adolescencia que nos vuelve locos, locos todos, y nos hace crecer sin preguntarnos y aunque a veces duela. Es inevitable, lo sé, pero sigue doliendo. Tanta incomprensión, confunsión, dudas, tremendismo, tristezas y domingos gastados que se nos hacen eternos paradójicamente.

Pero y qué de lo demás. Qué a que pese a que el viento sople tan fuerte que nos derribe logramos levantarnos poque alguien nos da la mano, o porque hemos aprendido a ser mejores o no nos queda otra que luchar cual hidalgo desengañado y volver a intentarlo. A mí, personalmente, se me están olvidando todos los cumpleaños y antes no se me pasaba ni uno. Dice mi madre que vivo muy deprisa... Pero felicito a los días y la gente me sonríe a su pesar, o dice que no importa, y me siento un poco mejor aunque me sigue dando pena.

Es tan múltiple esta etapa, tan vulgar y compleja, y, en nuestra mano está, tan dispuesta a ser llenada o temerosa de que la dejemos vacía. Vacía. Como pensar en mi futuro con algo que me falte o vacío como el agujero de mis entrañas donde se aloja el miedo cuando no me está desafiando. Vacía, como mi cama todas las noches, que se tiene que conformar con el deseo de que vengas de una vez, y pueda tocarte sin necesidad de soñar. Vacía si no te pienso o me niego a pensarte por alguna niñería.

Vacía de ganas de tenerte, de tus brazos y de tu sonrisa de infante templándome el alma. Vacía porque se han ido a buscarte, mis ganas contigo, a ver si te encuentran.

lunes, 11 de mayo de 2009

Es consciente de que todos tenemos secretos propios, que sólo conocemos nosotros, y nadie más. Pero no conocía la angustia extraña de mantener uno entre las costillas y no poder dejarlo escapar porque las circunstancias no son propicias, porque alguien se lo pidió. Siente las palabras trepando lentamente e incluso las ensaya y las dice en voz baja pero sabe que no van a salir porque quiere seguir manteniendo la honestidad que se otorga y que no quiere perder.

Pero es tan difícil. Tan violento este círculo de explicaciones que no venían al caso pero que vinieron y que de pronto le abrieron una luz porque el entendimiento se vio saciado pero la confusión volvió a oscurecerlo y ahora no sabe cómo debe actuar exactamente.

Sabe qué son los secretos, sabe también que son secretos porque no se comparten, pero también tiene aprendido que depositados en confianza siempre ayudan. Porque anhela unos brazos que digan "te comprendo", o unas palabras cuerdas que planten la tranquilidad en el agujero que se está formando en su alma. Laberinto de indecisiones en cuyo centro se aloja el por qué a él. Y no a otro.

Por eso ahora está sentado en lo más alto del edificio contemplando la ciudad que se va durmiendo poco a poco; hace una noche maravillosa. Y en sus párpados, inmóviles y atentos, siente un cosquilleo que no remite y que no le resulta agradable. Siente desde su pecho, incansable, el aleteo incesante de los secretos.

martes, 5 de mayo de 2009

No me puedo concentrar en las líneas porque no. Porque ahora no, me está llamando y ahora no, más tarde, o mañana, o cuando ya sea demasiado tarde. Pero es que me está llamando y añoro. Añoro las palabras tristes y las nunca dichas, las que siguen durmiendo todavía en algún ático que ignoramos o queremos ignorar. Áticos. Parajes inconclusos de la fiebre adolescente, los suspiros que se pierden, el estar sin estar.

Añoro morirme; de frío, de pasión que estalla, de soledad profunda. Morirme o que me hagan morir de cualquier manera, ahora, ¡justo ahora!, pues me está llamando y añoro tanto que me rindo al destino y soy suya.

Añoro los parajes que todavía no he visitado porque me siento libre y capaz de verlos si así lo quiero, añoro mi París soñado, cada rincón del mundo, cada lugar mágico que un día, tal vez no mis pies, pero sí recorrerán mis ojos. Añoro llegar hasta ellos porque quiero, porque así lo deseo. Como también deseo dejar de añorar tu olor entre mis sábanas, mis propias sábanas, entre paredes naranjas, pues todavía no hemos conseguido materializarnos mientras soñamos y nos vemos a escondidas, con la noche eterna y el alma joven. Aun así no añoro tus brazos, porque en parte los siento, locura infinita, o hambre desgarradora.

Añoro mañana, el estremecimiento de ser otra, la duda de si gustaré, de si lo conseguiré, de si mi piel volará por fin porque ya no seré yo sino aquella que marcaban las frases subrayadas. Añoro gritar por dentro porque soy feliz así y lo sería el resto de mi vida.

Ah, me llama y me hace añorar equívocamente porque no puedo añorar si no lo he sentido. Pero es engaño, nada más, porque a quien de verdad añoro es a ella, que sin saber por qué se aleja, se me va, se escurre entre mis pensamientos. Aunque todavía vuelve, muy de vez en cuando, y no me escucha, no me atiende cuando le digo no te marches, Inspiración.

miércoles, 29 de abril de 2009

La esperaba a la salida. Todos los días. Y ella bajaba la cabeza al verlo y ya no sabía cómo decirle que no podía más, que se habían acabado los días que pertenecían a los dos de un modo similar. Un día se enfadó conmigo porque tuve que mentirle y le cité dos horas más tarde para que ella disfrutara del momento. Ella será joven, pero tiene una mente totalmente amueblada para decidir; su madurez a veces se refleja en sus ojos y se vuelve tan fría que asusta. Necesita dejarse querer. Y él quiere quererla, pero no entiende que no se quiere a una persona porque quieras poseerla constantemente y una vez que la tienes te olvides de cuidarla, de hacer que cada día brille un poquito.

Me producen una aprensión extraña porque ella es muy cerrada con sus temas pero no puede esconder esto. Porque él siempre está ahí, esperándola, presentándose en cualquier lugar, haciendo que estudia solamente para estar en la misma sala que ella. Yo no puedo hacer nada, pero me carcome algo por dentro si la veo tan triste, tan apagada su pasión, la pasión que refleja en su voz y en su acento.

Porque hoy estaba ahí, llegando tarde, porque yo le cité dos horas más tarde, y se ha enfadado de verdad, pero lo único que me ha importado ha sido la mirada fugaz de agradecimiento de ella. ¿Que por qué? Porque al menos no era triste, y apagada, como pidiendo a gritos que alguien la quiera.

domingo, 26 de abril de 2009

Al fin y al cabo lo último que nos queda somos nosotros mismos. Dueños absolutos de todo lo que nos concierne, jamás va a conocernos nadie tan bien como nos conocemos nosotros, pese a que veces nos resultemos completos desconocidos. Sé que siempre insisto en el tema, pero es que me parece profundamente fascinante: nosotros, nuestro yo y nosotros mismos, condenados a vivir el uno con el otro para siempre. Es lo único que considero eterno dentro de este tiempo limitado que nos ofrece la vida. Porque, después, ya se verá.

Por eso mismo, no seríamos nosotros sin nuestras cosas. No sería yo sin mis olvidos o mi masoquismo consentido respecto al hecho de darle mil vueltas a las cosas. No sería yo sin mis arrebatos de egoísmo que odio, y que odian, y tampoco sin mi mala hostia momentánea, que a veces brota de repente y otras va escalando mi espalda hasta que enciende mi lengua con su calor envenenado. ¿Qué me queda, entonces, sin todo lo que me define? Sin todo lo que me rodea y que es sólo mío.

Tampoco sería mi persona, o sea, yo, si no estuviera metida en esto que me parece un agujero del que quiero salir pero en el que sólo consigo hundirme más y más. Porque, como sabemos, el tiempo se agota, y más el tiempo de esta etapa que me está conduciendo a un final inminente, y que me pide a gritos una decisión. No sería yo sin mis dudas ni mis equivocaciones, sin este miedo que siempre crece cuando me quedo demasiado en este rincón de mis pensamientos. Qué voy a hacer, qué me va a servir, qué me va a gustar, cómo puedo saberlo.

No sé. Pero sí sé que de ninguna de las maneras sería yo sin el estremecimiento de desesperanza que siento cuando el arte me llama, me llaman las tablas de ese escenario y las frases subrayadas en amarillo, y oigo de nuevo que eso es algo secundario, que lo primero es lo primero y que con el teatro no se va a ningún sitio. ¿Y si no tengo claro qué es exactamente lo primero? ¿Y si me duele que me duelan sus palabras? Porque esto empieza a ser un lastre demasiado pesado para mis pasos.

Por eso me enciende tanto que decidan por mí, que sientan por mí, que hablen por mí, que actúen por mí. Que escuchen mis oídos palabras que describen lo que me pasa adentro, y yo tenga que guardar silencio, sin estar sentada en ningún diván ni haber aflojado el dinero para escuchar eso, cosa que me parece absurdo si me permitís el apunte. No puedo soportarlo. Porque soy la única dueña de mis tormentas y mis calmas, y no hay más. Nadie escarba en mis adentros porque no puede, al igual que yo no puedo escarbar en los de otro. Si acaso siento a alguien que se mueve dentro, pero que si está ahí es precisamente porque mi cuerpo, mi ser, se lo permite. Y sé que no hablará por mí si no lo ve necesario.

Me dejan destrozada estas reflexiones que no sirven de nada, tan solo de avivar el fuego de mi angustia, mientras me hundo, un poquito más, y observo el sol cada vez más lejos. Tendré que escupirme en las manos, a falta de algo mejor, y tallar la roca si hace falta con mis gritos para ir ascendiendo, poco a poco, hasta sentirme en paz.

domingo, 12 de abril de 2009

No es lo mismo hacerlo alegre porque entonces incluso tienes un puntito de esperanza y te sientes dichoso, aspirando el aire con tranquilidad, devolviéndolo para que dibuje una sola imagen. La sonrisilla a medias pero la consciencia ausente, y un puntito de dolor revitalizante que te insufla fuerzas.

No es lo mismo, por ejemplo, que hacerlo triste. Porque es cuando te vienen las dudas, y el dolor aprovecha para convertirse en un monstruo gigantesco que amenaza con arrasarlo todo a su paso dejando impune tu percepción para que no pierdas detalle. No es lo mismo porque la lluvia se te hace pesada y comprendes entonces el significado de gris plomizo. Es demasiado el peso a tus espaldas. Los suspiros se tornan respiraciones agitadas que se suceden al compás del endiablado reloj y te vuelves loco porque ya no sabes que hacer sabiendo que no puedes hacer nada.

Acordarte, tal vez, de cuando lo hacías alegre, hace tres horas o tres días, y preguntarte qué ha cambiado y por qué. Piensas que tienes derecho, como todo ser humano, pero también recuerdas que el ser humano tiene muchos derechos y deberes que no cumple. Y te sorprendes, a ti mismo, generalizando. Para acallar tu vergüenza o tu dolor absurdo, intentando maquillarlo diciendo que es la vergüenza o el dolor absurdo de muchos. Pero es tan íntimo que sabes que no es cierto. Y cierras los ojos, porque el sonido en la ventana de la lluvia te está matando lentamente.

viernes, 10 de abril de 2009

No supo qué decir o qué hacer. O qué sentir. Después de tantos años temiéndolo y temiendo de alguna manera desearlo, había ocurrido y no sabía cómo reaccionar.

Son traicioneros los recuerdos. Sobre todo si te asaltan cuando bajas las defensas, o la puta lluvia de mierda y el no salir de casa te baja las defensas porque sí. Es increíble cómo se puede amar la lluvia aún viéndola como tu condena. Y eso pensaba ella, que eran traicioneros los recuerdos, porque si pasas años sin reemplazarlos acaban distorsionados y eso repercute en la realidad. Sí, se distorsiona, tu propia realidad, y acabas confundiendo el delirio con el sueño y todo se vuelve un bucle del que te ves incapaz de salir.

Por eso se había pasado tanto tiempo intentando evadirlos, porque le mordían el alma y acababa supurando agua y sal por todas las heridas. Porque su pecho le imploraba parar ese dolor si no encontraba una jodida explicación de una vez. No hay nada que acuchille más que las preguntas sin responder que se suplen con falsas palabras de aliento.

Al principio creyó que no era cierto y los primeros meses fue como ver una película en el cine. Luego pasaron los años y jamás se acostumbró a esa ausencia en espera, a la fe absurda y a los chillidos de sus manos porque se estaba agarrando a un clavo al rojo vivo. Y ahora... ¿ahora qué se supone que debía hacer? ¿Acallar su dolor, echarle un cerrojo a toda su vida, intentar olvidarlo, sentirse satisfecha?

No. No...


-Señora, lo siento, pero tiene que acompañarnos para reconocer el cadaver.
-Cla-claro.

Claro. Su hijo sólo llevaba diecisiete años desaparecido. Claro, podría reconocerlo sin problemas. Sabiendo que vivió y creció y ella no lo vio, y ahora que sus ojos van a reencontrarse los de él estarán apagados, oscuros, sin vida.
Supongo que, aunque sea una tontería, tengo derecho a sentirme así. Como triste, y medio vacía, sintiéndome observar un éxodo majestuoso que se extiende ante mis ojos pero que no me incluye.

Al más puro estilo pesimista, pero de noche y en pijama. Recordando viejos lagos, y dándome cuenta de lo que se siente cuando no eres tú el que te asomas a esas aguas transparentes. Absurdas tribulaciones; hace demasiado frío como para darse un baño ahora.

martes, 31 de marzo de 2009

-Me llamaste, ¿verdad? Me atrevo a pensar que nunca has pensado en que una de las veces podría escucharte, y elegir tu voz entre todas las voces, y acudir a ti. Ah, mis pequeños. No te asustes, estoy atendiendo a tu plegaria, que se ha elevado como un canto hasta llegar a mis oídos. Soy alguien ocupado, creo que eso lo sabes, pero aquí me tienes, mi pequeño, mi dulce pequeño, ahora soy tuya. Sí, tuya en el breve instante en que conecten nuestras mentes y se apague una de las dos. Será breve, te lo prometo, pues en tu rostro no veo marcada ninguna situación que me obligue a alargarlo. Así es, mi asustado pequeño, a veces juego con ello. Todo lo que dicen de mí es cierto, pero al mismo tiempo se resume todo en una gran mentira. ¿Sorprendido? Oh, no llores... ¿A ella? La verás, claro que la verás, pero condenado a no poder tocarla ni besarla, mi niño. Pasará el tiempo y la verás con otros tras tu cárcel de cristal. ¿Que no es justo? Por qué. ¿Quién me ha llamado? ¿Por qué me has nombrado, por qué has mezclado en tu saliva nuestros nombres, si de verdad no lo deseabas? Las palabras cortan, pueden herir, sobre todo si están relacionadas conmigo. Pero basta ya. Ven conmigo, no puedes huir, ya me estás sintiendo, cierra los ojos, déjate ir, oh, mi ingenuo amor, ven a mí...



Temblando. Se quedó temblando cuando les comunicaron la noticia en el aula al día siguiente. Lo que más le dolió fue la indiferencia inhumana en algunos, mientras su labio inferior empezaba a temblar descontroladamente. Un escalofrío le recorrió siniestramente cuando pensó en el día anterior, en un día duro, una clase de Física demasiado cruel. Y del tono burlón de la primera frase, y de la triste despreocupación en su contestación.

-Oh, venga, muérete ya.
-Por mí, mañana mismo...

domingo, 29 de marzo de 2009

Me gusta. Me gusta infinitamente que las canciones me hablen de ti. Enfadarme mil veces mientras suelto improperios pero a la vez estar rota de risa, mientras mis mecanismos internos se reparan a un ritmo constante que se acelera cuando estás cerca.

Sé que no es bueno, no obstante, acostumbrarme a este bálsamo, a verte sonreír a dos centímetros de mis ojos, relampagueando tu luz en mis pupilas. Pero no puedo evitarlo, porque me calmas y me elevas, me enseñas en silencio tratados prohibidos, es divertido mentir, engañar, gritar, si estoy contigo. Si no es cierto, si todo son fantásticas travesías al borde del peligro.

Y a la vez aprender tanto, con un simple gesto, leer lo que piensas, una mirada fugaz a aquel hombre de rodillas ante el supermercado, esas monedas que te dijeron algo al verlas encima de la mesa, que más tarde te introdujeron en la construcción de un deseo, una cicatriz más en el alma, y mis ojos llenándose. Porque nunca te había visto brillar tanto.

No puedo, yo sola no. Y sonrío acaloradamente cuando me preguntan si me ha dado el sol, que vengo tan roja. Sonrío porque después de tanto sigues siendo tú el causante, sólo tú, y tus manos de realidades mágicas. Me gusta, y así lo digo, me gusta pensarlo y recrearme en ello, en sentirme tan completa, tan soleada a pesar de las nubes. Y, sobre todo, me gusta decirlo en domingo. Porque ya no acuchillan; desde hace mucho han cobrado un significado totalmente distinto.

martes, 24 de marzo de 2009

Supongo que hoy sería buen momento. Supongo también que ninguno va a ser buen momento ni nada que se le pueda parecer. Pero sé que debo romper este silencio absurdo, como de rabieta infantil, en el que intento resguardarme.

Pero tampoco puedo engañarme de esta manera irrespetuosa hacia mi persona. No, porque de silencio nada. Y es que a menudo me quedo sola y en aparente calma y te escucho trastear en la cocina, buscando algo dulce que darme. Ah, mis peligrosas escapatorias a las malvadas dietas de cuando era más niña.

¿Qué puedo pensar entonces? Si te escucho, un poco alejada, si te estoy notando aquí mismo, si no entiendo por qué se me anuda la garganta así. Por eso pienso que es silencio. Pero no. No es más que las palabras que jamás te dije, que ahora pesan y pesarán como una losa, que se revisten de agua y sal y quieren salir a ver si ellas te encuentran por sí solas. Sin mí. Mezcladas con el viento.

Hace años, cuando tenía miedo y era de noche, me tranquilizaba pensando en todas las cosas que me quedaban por hacer. Empezando por el día siguiente, acababa hipotecando todo mi futuro. Solía pensar que tú deberías ver cómo me casaba, tú deberías ver mis logros y mis derrotas adultas.

¿Y ahora qué? Si me encuentro en tierra de nadie implorando a tu recuerdo que deje de serlo. Que no sea recuerdo. Que pueda tocarlo, tocarte. Que toda esta semana haya sido una pesadilla, como las de cuando era niña. ¿Qué hago, si pienso en ti y pienso que todavía estás?

Apenas a unos metros de mí, yo sentada en tu salón mirando el reloj, tú trasteando en la cocina. Es entonces cuando agito la cabeza, aturdida, apenada, porque la puerta del armario se cierra y vuelves con algo que darme. Dolor de cabeza en cada repetición del recuerdo, cada armario que se cierra en mi mente tejedora de delirios, cada lágrima que suelta mi alma en forma de suspiro. A ver si se eleva, a donde sea, y te encuentra.

viernes, 13 de marzo de 2009

-¿Sabes dónde nació?

Como respuesta obtuvo una efímera mirada, ya que los ojos los tenía fijos en la figura que tenían delante.

-En París -le dijo, siguiendo él también la estela de sus pupilas y fijándose en la escultura.

Estaba absorta. En la gracia del movimiento, los cabellos alborotados, los brazos describiendo un arco de libertad absoluta. Una escultura inmóvil, pero ella la notaba bullir de vida. Viento... Él, en cambio, se recreaba mirándola sin más. Contagiándose de sus ganas de permanecer allí para siempre.

Un para siempre eterno, convertidos en frío mármol, o elegante bronce, sin moverse de ojos para fuera. Pero siendo dueños de sí mismos por dentro. Viéndose azotados por la presencia del otro, permanentemente juntos. Con todo el tiempo por delante del mundo para conocer sus aromas, desearse hasta el infino, pues sería estar cerca pero no llegar a tocarse.

Él pegó un respingo, saliendo de sus deseos enfermizos, y sonrió al recordar el hilo de sus pensamientos. Convertirse en esculturas... Ahí, delante de Viento de Rodin, siendo una atracción más para los visitantes. Los mismo que verían, al contemplar sus espaldas, cómo la mano de él intenta asir la de ella. Sin que la joven se entere, solamente entregándose a un anhelo irracional. Intentando aferrarse a un para siempre eterno.

jueves, 12 de marzo de 2009

Qué pasa con el dolor atenuado, la verdad sobre la mesa, el tiempo que se clava porque dice que sintamos su peso ahora que se agota. No voy a saber actuar. Hasta las esperanzas saben rancias porque en el fondo sentimos que no son ciertas. Se nos va a atragantar la luz artificial y la vida, que falta, que falla, que hace pip, que se extiende en tonos rojos por las sábanas blancas... Se nos va a atragantar.

Hasta los sueños veo ahora ridículos, con esta sonrisa amarga y el miedo cortado de golpe. Pensando en el otro lado. Minimizándolo todo... Incluso las ganas, las ganas de compatir nuestras somnolencias. La tristeza infinita, y no sé bien por qué, porque pasará lo que tenga que pasar.

Me gustarían tantas cosas que no llegan. Tanto me gustarían que sé que no van a llegar.

jueves, 5 de marzo de 2009

Me han venido a la mente las gafas oscuras de mi padre aquel día nublado de principios de marzo. La ilusión fría, porque después de una semana llegué a casa y él ya no estaba. Me quedé sin sus canas un triste 23 de febrero y no me enteré. Fue luego, una semana después, oyendo el llanto de mi hermano, mi tía, mi madre, y mi padre conmigo. ¿Por qué se lo ha llevado, papá? "Porque a veces toca, y toca, hija, eso nunca lo podemos saber..."

El caso es que hoy no tengo siete años ni estaba nublado al amanecer. Y tampoco me ocultan las cosas, claro. Pero ha sido escuchar su descripción y me ha temblado algo dentro... que no sé. He temido a la sangre que expectora ahora, a su tristeza infinita desde hace tres años, el no haber ido a verla este domingo, su aislamiento, sus gritos de dolor cuando la sondaban y que se oían tras el espacio que separaba los dos teléfonos móviles. Sus inexistentes ganas de vivir. ¿Y nosotros qué?

He intentado imaginar cómo es vivir sin una parte de ti. Vives, sí, pero, ¿y ese vacío? A todos nos ocurre, si no esto sería un caos interminable, pero, ¿qué haces con el dolor? Sería una desestructuración brutal de mi vida. De mis domingos. Ella es la única que me queda.

Por eso me he muerto de miedo al ver otra vez las gafas oscuras de mi padre. Porque me niego en rotundo. Porque sé que eso no sirve de nada.

viernes, 27 de febrero de 2009

Dos años pueden dar para mucho. ¿No es así? Por eso hoy, dos años después de que empezara este camino incierto, quiero explicaros el porqué de su calificación.

¿Que por qué estaba buscando tiritas?


Simplemente porque a veces el corazón las necesita. Y era entonces cuando estaba día y noche con la misma canción en la cabeza, con los versos finales, esos que dicen...

Tranquila cosita, ¡no ha sido nada!
P'al corazón, tiritas y "pa" mi rabia, pomada.
¡Que no ha sido nada!


jueves, 26 de febrero de 2009

Quizá quede un poco maruja decirlo pero a veces agradezco tener que fregar después de comer. Porque es el tiempo justo en el que la calefacción todavía no ha empezado a calentar la casa e introducir las manos debajo del chorro de agua hirviendo me encanta. Por eso me ha sorprendido que hoy, mientras enfríaba el agua porque ya era demasiado, siguiera temblando. Hasta que he comprendido que no era el frío de la casa, ni el hecho de encontrarme las tazas del desayuno sin fregar revelándome un amenazador mensaje, sino que los temblores procedían de dentro, del frío de dentro.

Suelo sentirme egoísta si estoy triste. Porque parece que no hay motivos suficientes o que los que hay son superados por otros y me dejan a mí en una situación ridícula. Sí, lo pienso a menudo. Que no debería abandonarme a la tristeza ni dejar que me domine así. Pero juro que siento que me desgarro por dentro y no entiendo el porqué de esos momentos de desaliento. No lo entiendo. Y lo peor es que me siento egoísta, y culpable, porque pienso que no es lo adecuado, y que el sol brilla demasiado en mi cielo para verlo todo de este gris.

Tengo arrebatos puntuales que me dejan aquí, y casi siempre desecho escribirlos. No obstante, supongo que ahora mismo, en este mismo momento, me ha parecido adecuado hacerlo. En un rato me levantaré o me levantarán y seguiré caminando como si nada, bordeando peligrosamente la línea que me separa del precipicio.

A lo que quiero ir es a que no entiendo por qué. Por qué me ocurre esto, este desastre emocional que albergo y que enrejo. Levantando las olas durante la tormenta de una manera demasiado salvaje, para que cuando ésta se desplace se vuelva a quedar mi mar en calma, abrazando los desperfectos que adornan ahora la playa. Supongo que la respuesta es sólo mía, y que inconscientemente lo sé. O no. A saber.

Me he sentido con derecho de pasar de los verdaderos motivos, de comparar y empatizar los sentimientos. He querido soltarlo todo sin más para poder decir que estoy en paz. Sentada sobre la cama, con los minutos demasiado lentos, tecleando sin otra cosa en la mente más que mi propia situación.

Supongo que es por eso. Por lo que temblaba. Y porque cuando la piel de mis manos se ha habituado a la temperatura del agua he sentido el mismo calor en las mejillas. Mientras se me empañaba la mirada, y quitaba el jabón de las paredes de cristal de los vasos.
Ha roto a llorar en mi regazo y no he sabido cómo reaccionar. ¿Acariciarla? ¿Susurrarle un consuelo que no sé? Entre sollozos me ha contado que le duele sentir a veces que no tiene siquiera nada que perder. Que su futuro se tambalea. También me ha dicho que le jode pensar en el futuro porque lo encuentra casi siempre estúpido.

De todas formas, me han dado un calor extraño sus lágrimas. Me he sentido egoísta al verme renacer gracias a sus lamentos. Uno de esos momentos en los que te limpias por dentro ordenando los estantes de tu alma.

Me ha confíado, mientras temblaba como un niño, que le da miedo desaprovechar sus sueños. Y que jamás querrá ser la propia barrera que los impida crecer. Pero que a veces se sumerge en un letargo muy extraño, lleno de bruma, y no sabe salir de ahí. Y que es cuando piensa que tal vez se esté equivocando en cada paso. Para que cuando quiera volver sea ya demasiado tarde.

Así ha estado un momento. Entre sacudidas y balbuceos, todo en absoluto silencio, sin construir palabras, porque no tiene voz. Pero haciéndomelas sentir dentro, dibujándome sus penas en los mismos pensamientos. Así ha estado hasta que se ha desparramado poco a poco por mi pecho y en sinuosos movimientos ha vuelto a su sitio.

Pegada a mis talones, como huyendo de Neverland, recompuesta ya. Respirando tranquila, como después de una rabieta, acompañándome siempre oscura como es ella.

lunes, 16 de febrero de 2009

A pesar de decir que estoy perdiendo mi capacidad creativa puedo desplegarla si la necesidad es agobiante. Estoy segura de que si me lo exijo y dejo de remolonear no será difícil. Tan solo esfuerzo, y ganas. Y de esto último no faltará.

Podré crear nuevos colores y darle pinceladas al cielo para que cambien estos atardeceres grises y que permanezcan como el de hoy, de un rosa intenso, amenazando con hacer arder las nubes e invadirnos de calor a todos. O dibujar de memoria el contorno de esa sonrisa y darle sombras de carboncillo para que se haga tan real que logre besarme. Riendo yo por dentro, satisfecha y artista.

También, claro está, sería capaz de recitar versos memorizados de antemano volcando en ellos todo mi sentimiento. O el sentimiento que me exigiera aquella que me poseyera en ese momento, dueña de mí, mirando a los ojos a mi sombra, que me esperaría tras los escalones que conducen a la gran tarima de madera. Versos que hablaran de la incapacidad de comunicarme que siento a veces y el miedo a hacer el dolor más creciente sin darme cuenta.

Por último, conseguiría erradicar el sentido figurado. Y hablaría en serio si te digo que todo sería para que la luz del sol rebotara en tus dientes si sonríes. Iluminándome así también a mí, disipando las sombras.

domingo, 8 de febrero de 2009

En todos los rincones veo fantasías que no acaban. Me gusta pensar que hay aspectos inalcanzables que me pueden hacer crecer. Además, tengo esta capacidad innata -no sé si por suerte o por desacierto- de desenchufarme de la realidad sin más y disfrutarme a mí misma. Así es como camino y veo fantasías por todas partes. Las elijo, las esquivo, soy capaz de quedármelas y darles forma.

Leo por las noches desde que era pequeña. Pero había noches que prefería dejar el libro donde está siempre, a los pies de la cama, y cerrar los ojos para así crear mi propio libro. Y me apetecía de veras, me apetecía mucho. En mi mente se iban tejiendo deseos. Me veía a mí, o a ellos, o a ese él que nunca llegaba. Podría disfrutar verdaderamente de la manera más sencilla y barata que he conocido.

Pero también estaban los momentos de desaliento, de maldecirme por subir tan arriba y olvidarme a veces de que permanecía abajo. Esa sensación de estupidez que me recorría entonces. ¿Para qué hacía lo que hacía? Esa era la pregunta del millón. Pregunta que se respondía sola cuando mi rostro lo cubría una sonrisa de tranquilidad al volver a hacerlo. Lo mismo que me hacía caer me levantaba.

Y ahora... De vez en cuando pienso que me estoy dejando, que ya no lo hago tanto. Pero es incierto. Esa parte de la niñez más pura de momento no me ha abandonado y se lo agradezco. Sigo siendo capaz de abstraerme. Lo que sí sé es que ahora mezclo imágenes reales, o hago a los recuerdos ensoñaciones. Supongo que es porque ya no me hace falta pensarme tanto, porque ese él parece que sí llegó, porque ellos me duelen y los amo mucho más. Más cerca. ¿Se le puede llamar crecer? No sé, pero es lo que siento.

¿Que por qué escribo esto en lugar de conservarlo como un pensamiento más? Porque quiero recordármelo, quiero que lo sepáis, me gusta decirlo. Decir que sigo siendo irremediablemente una soñadora empedernida.

martes, 27 de enero de 2009

Se encontró solitaria su alma. El silencio era más imponente si no había nadie que le ofreciera compañía. Receloso todavía, a pesar de haber llegado firmemente a esa determinación, se sopló en los dedos. Dio un paso. Agarró fuerte el papel, no se le fueran a desparramar los nervios y borraran las palabras.

No quiero arrepentirme jamás de haberte dicho pocas veces lo que sé que ves. Así como tampoco quiero maldecirme mil veces porque mis ojos te negaron lo que querían decirte. No quiero que llegue el día en el que mi voz se apague y no haberte dicho que te quiero lo suficiente. Ni arrepentirme de no disfrutar. De dejarlo para después, de dejarte para después. A veces te conformas con poco y eso me desanima, pero sé que también te gusta escucharme como me gusta a mí. No quiero, de veras, no quiero.

Se le nublan los ojos lentamente, siente cada palabra. Le toca los labios, ligeramente. Están fríos, pero ya no tiemblan.

viernes, 23 de enero de 2009

Me gustan los momentos robados a la tarde programada. Despreocuparme de quitarme la ropa y quedarme inmóvil en la cama mientras el olor dulzón del incienso se apodera de la habitación. Me siento un poquito libre entonces y voy metiéndome poco a poco bajo las sábanas abandonándome a un maravilloso estupor. Tanto es así que me despierto alarmada al rato preguntándome si era viernes y llegaba tarde a clase porque me había quedado dormida o, si por el contrario, era sábado y podía dormir mucho más.

Pero no, sigue siendo jueves, con la tarde relamiéndose porque hoy todavía es joven. Con la forma de los sueños desconocidos todavía dibujada en los labios, bailando en la tranquilidad de mis pupilas. Desafiando a la rutina de la tarde mordiéndola bien con los dientes, a pesar de que parezca una minucia.

Y yo que me he visto nacer mil veces mientras la persiana bajada impedía la entrada al sol y abrazando la almohada me doy cuenta de que por mucha oscuridad que haya hay una luz que siempre viene conmigo. Si quiere, claro está, si está dispuesta a sonreír un instante, el instante suficiente para recargar de energía mi vitalidad perdida.

sábado, 17 de enero de 2009

¿Cómo se cuenta? Esa canción sin letra que me estremece y me inocula una energía desbordante. Ha vuelto a ocurrir. Ha venido a mí de casualidad y me ha hecho ver la fuerza de cada paso, el bramido incansable del alma. No es la primera vez y ahora me pregunto por qué no acudo a ella más a menudo. Y me dejo llevar por esta paz alarmante, estas ganas de gritar que sigo aquí al escucharla.

Es absolutamente imposible explicarlo. Qué me produce, qué me da, qué me ofrece. Así como explicar cómo la amo, o cómo mueve los hilos de mis adentros.

Es como la sensación de tener los dedos volando y creando, que no sé explicarla, pero me llena por dentro. Sonreír espontáneamente al ver a un niño aprendiendo a andar, su padre detrás, los ojos llenos de ilusión. Zambullirme en esas líneas, ser otros, salir de aquí gratuitamente. Sus manos abrazándome, abrazarlo a él, porque sí, y que me pregunte que a qué viene eso. ¿A qué viene eso?

Que no se puede explicar, pero está ahí, haciéndome vibrar los sentidos a través de pequeñas descargas eléctricas. Bombeando sangre, sabiendo que soy capaz de amar, aunque sea un instante, un sueño, un alivio, una vida.


domingo, 11 de enero de 2009

Con un suspiro de resignación se terminó el café con leche y pagó la cuenta. Afuera llovía. Creyó que era la estampa perfecta para su desastre amoroso. Echó a andar mirándose en los escaparates y se regañó por ir dejando ese rastro de autocompasión absurda. En su camino encontró mil jóvenes inquietas que lo miraban con indiferencia. Él veía fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo.

En una de ellas vio algo distinto, pues un halo de hielo lo cubrió de arriba a abajo cuando ella lo miró.

Le arrancó la ropa, le escribió melodías imposibles de interpretar con la tinta de su lengua, contó los puntos de lujuria que surgían en su piel después de adivinarlos debajo de su camisa, los alumbró la luna envidiando la superación de su locura, comieron de sus bocas, se hablaron las manos, conoció los horizontes de sus caderas, se enredó en su pelo, se lanzó y se dejó caer, pensó que tenía que ser un sueño, el mejor de todos los sueños, y sintió el vaivén de las olas de su mar embravecido. Consiguió darle forma al éxtasis, y alcanzarlo justo al fondo de sus pupilas cuando cerró los ojos, entreabrió los labios y los encontró taponados por el placer esquizofrénico de buscar por todas partes. Buscar...

En el repiqueteo de la lluvia en los cristales encontró de nuevo su resbaladiza cordura. Ella seguía allí, y él seguía viendo fuego, sudor, palabras cortadas, nieve ardiendo. Sin pensar que era cierto que podía mover sus pies se acercó. Sintió su frío, y se vio de nuevo al mismo borde de la locura. Cogió aire.

-¿Y qué pasa si te atravieso el alma y te beso?

lunes, 5 de enero de 2009

Sus manos vacías indican que este año no van a realizar ningún viaje. No han sentido la poderosa llamada de la ilusión y las ganas de sentir el agradecimiento bailando en las carnes al son de una melodía majestuosa. Este año no. Se sienten extraños pero tampoco lamentan la prolongación de su estancia vacacional. Se frotan las piernas en la comodidad caliente del hogar y guardan sus túnicas para otra ocasión en la que tengan que realizar tan largo viaje. No obstante, se miran las manos con un puntito de pena quizá; al verlas vacías, sin nada que ofrecer, sin llamamiento esta vez. Este año no las verán llenas de oro, incienso y mirra.

Se acerca el seis de enero más triste que recuerda mi inmaduro e inexperto espíritu. El más triste.