miércoles, 9 de noviembre de 2016

Nosotros no fuimos nada, porque ni siquiera éramos un nosotros. Simplemente fuiste una agradable cadencia que durante unos meses alejó la imperiosa necesidad de dedicarle tiempo a mis heridas. Nunca funciona. Nunca funcionan esos intentos de querer volcar en unos ojos ajenos nuestras penas, porque nuestras penas sí son nuestras, sólo nuestras, y si uno confía en que otro se las va a llevar, al final, se quedan a vivir en nuestro cuerpo. Pero yo ya sabía que eso nunca funciona, por eso nunca lo intenté contigo, nunca respondí a tus promesas y nunca quise que nos fuéramos de viaje juntos. Curiosamente, sólo quería viajar conmigo. Pero afloraba la pereza cuando tenía que hacer las maletas, marcharme de las estancias llenas de polvo donde había estado viviendo hasta entonces y emprender un nuevo camino. Fuiste un paréntesis -oscuro, frío, leve, nimio- cuyo propósito no era otro que llenar mi tiempo mientras mi tiempo pensaba en otro, en esa casa y en esas cicatrices que, ya formadas, fueron tapadas con ropajes durante unas semanas. Mi tiempo nunca fue tuyo, porque sólo fue mío. Nunca te conocí, porque sólo estaba conociéndome a mí misma, con todos los cerrojos echados y todas las lecciones por aprender. No sé siquiera si te ayudé; supongo que fui tu excusa para fingir que te sentías completo y tus asuntos estaban en orden, mientras para mí eras el pretexto de necesitarme completa, para mí y para nadie más.

De todas formas, no puedo decir que cuando la melodía cesó me doliera. Más bien sentí alivio. Me quise más que nunca. Y entonces fue el momento de cerrar de un portazo la puerta de esa mansión en ruinas donde jamás te permití entrar.

lunes, 7 de noviembre de 2016

Not this month.

"One more habit: if someone asks you to do something during your writing time, say no. Protect your writing time at all costs. If this is something you’ve wanted to do for years, chances are there’s a part of you that feels like a friend who gets ditched every time. That part of you is waiting to do this. They are also afraid you’ll ditch. Don’t do it. Not this month. Show up and write."*
(Alexander Chee)

Mensajes que te dan la vida y que te hacen pensar que los madrugones merecen la pena. El camino está ahí, esperando a que uno se decida a enfrentarlo.

*Un hábito más: si alguien te dice de hacer algo durante tu tiempo de escritura, di que no. Protege tu tiempo de escritura a toda costa. Si esto es algo que has querido hacer durante años, lo más probable es que haya una parte de ti que se siente como un amigo que siempre abandona. Esa parte de ti está esperando hacer esto. También tienen miedo de que abandones. No lo hagas. No este mes. Mantente ahí y escribe

jueves, 3 de noviembre de 2016

Power to the people.

“Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas”
(NC)

Captain Fantastic (2016)

jueves, 27 de octubre de 2016

Un hilo invisible.

Son las palabras, cargadas y agitadas,
y tienen el poder de levantar el viento,
desde esta cama.


jueves, 20 de octubre de 2016

No other way.

Todos hablan de libertad, 
pero ven a alguien libre y se espantan.
 (Hugo Finkelstein)

miércoles, 19 de octubre de 2016

Siempre equilibrio.

Si tratas de
borrar
las huellas de tu
pasado
demasiado
deprisa,
al final
acabas
tropezando con
tus propios 
pasos.

jueves, 13 de octubre de 2016

Norte.

Esta lluvia me recuerda a Escocia. Pero es un falso reflejo: cuando estuvimos allí, no pudo hacer más sol. Los rayos picaban de verdad en Edimburgo y, aunque hubo una pequeña tregua neblinosa, en Glasgow fue más de lo mismo.

Me gustaron los escoceses. Igual que me gustaron las calles empedradas e inundadas de teatro de la capital de Escocia; sus cementerios forrados de colinas de verde brillante, sus cuestas llenas de perezosos, sus pubs escondidos en rincones oscuros y esas dos ciudades a diferentes alturas que echaban por tierra cualquier mapa. En esa cafetería en la última planta de una librería céntrica, mientras mis manos se calentaban con la taza de café, supe que volvería.

De la misma manera que volveré a Glasgow, a sus calles franqueadas por grandes edificios grises, a la cerveza artesana, los ritmos nocturnos y el olor a comida india. Todavía en Edimburgo, mientras un taxista nos llevaba a toda máquina a una obra de teatro a la que llegábamos tarde -una versión increíble de Dorian Gray-, nos advirtieron de que Glasgow era feísimo. Como todo el mundo. Pero nada más lejos de la realidad, aunque, todo sea cierto, mis acompañantes contribuyeron a llenarla de luz.

Echo de menos esos días en Reino Unido, cargando kilómetros a la espalda y llenándonos de música en la calle de The Cavern de Liverpool o de bosque en los senderos del Peak District. Esta lluvia de estos días en mi bonita Zaragoza me recuerda a ese norte tan verde y gris que volveré a visitar en apenas siete días.

El próximo viernes volveré a pisar las calles de Dublín. La capital de ese país que siempre ha sido mágico para mí y que por eso llevo siempre en la muñeca y que me hace sentirlo por Escocia e Inglaterra: Éire irá siempre en primer lugar. Me gusta la lluvia; en Irlanda, todavía más.

Desobediencia.

La mayoría de las veces se nos olvida el respeto. O al menos el respeto real; nos gusta apelar a él cuando nos sentimos ofendidos pero muchas veces ni siquiera nos paramos a pensar si es una cuestión de respeto o no.

Ayer fue para muchos un día señalado, pero para la inmensa mayoría fue un día de no respetar la opinión contraria. Y hablo de todos. De los que, para empezar, sienten que por ser 12 de octubre pueden sacar la bandera de España y restregársela por los morros a todo aquel que no consideran o, ellos mismos, no se definen como patriotas. Y, para finalizar, los que, desde la orilla contraria, aprovecharon para criticar de manera más galopante a todos aquellos amigos del rojo-amarillo-azul o incluso a los aficionados a mirar al cielo para ver esos maravillosos aviones que hemos pagado todos.

Unos creían que tenían razón; los otros también. A mí, la verdad, es que me aburren todos. Pero con matices. Todos tenemos nuestra opinión, y es algo obvio. Para mí todos los días son iguales, un día concreto no va a suponer que me sienta más o menos española. Para mí la patria son los míos, la gente, y los sentimientos positivos que me provocan. Yo me siento de mi tierra y, a la vez, me avergüenzo abiertamente de un país en el que la pobreza aumenta mientas se bate el récord de españoles ricos, y no soy para nada amiga de paralizar las calles por cualquier tipo de procesión: ya sea religiosa o perteneciente al ejército, que para mí vienen a ser dos sectas que se mueven más o menos por los mismos patrones (los mercados y la fe de las personas). Para mí la tierra y mi país, con sus instituciones y sus representantes, son cosas muy diferentes.

Y, como en todo, es mi opinión. Me han llamado de todo, por supuesto, pero para mí no es una opción rebajarme al nivel de aquellos que rechazan el pensamiento crítico en pos de seguir al rebaño y pensar menos, porque así es más sencillo vivir. Que se rían a carcajadas haciendo chascarrillos sobre rojos y hippies; yo voy a estar igual de jodidamente feliz que siempre, con mis principios y mi ética.

Conforme más tiempo paso trabajando más valoro mis principios y mi dignidad. A veces, me quedo plantada en standby ante los desvaríos de mis superiores y, para mí, se subraya todavía más que somos iguales. Dos personas. Dos seres. El hecho de que tengamos que pagar un alquiler, una hipoteca, la compra, los caprichos... no legitima a nadie para faltarnos al respeto, vejarnos o sentirse nuestros dueños. Lamentablemente, sé que para muchos los principios no importan, y por eso los escucho reír los chistes de aquel que luego ponen a parir porque apenas les llega el sueldo a final de mes. 

Y lo respeto. De verdad. Entiendo que haya gente con prioridades diferentes. Que el dinero no significa lo mismo para muchos; algunos están dispuestos a vender su dignidad y parte de su vida por más de mil euros al mes. Me parece bien. Pero me parece todavía mejor reafirmarme, a cada día que pasa, en que primero estoy yo, mi persona, y luego mi alquiler y mis gastos. Mi integridad no depende de mi jefe; por suerte, sólo depende de mí. Lo mismo que el respeto. Aunque a veces no sea así, me gusta que me respeten, y por eso me gusta respetar.

Pero siempre sin perder de vista los límites. Mi código personal y mis ideas. Porque, cuando esté en las últimas y dé igual cuánto dinero tengo, al final... es lo único que me quedará.

sábado, 8 de octubre de 2016

Candados.

(...)

Ella le da una larga calada a su cigarro.

ELLA: Yo en teoría no fumo, pero...

Él espera.

ELLA: La verdad es que tienes un poquito de razón. Pero sólo un poquito.
ÉL: ¿En qué? ¿En que fumar mata? Eso lo dicen las cajetillas de tabaco.

Ella lo mira. Sonríe.

ELLA: No, comotellames. Me refiero a toda esta mierda, a todo este numerito de querer reventar el puto candado del puto puente. Pero qué le voy a hacer, me va mucho el drama, y por no reventarlo a él...

Ahora sonríe Él.

ÉL: Bueno, no sé. A mí me has hecho gracia, verte gritando ahí, tirando de uno de los barrotes del puente. Joder, no me mires así, ha sido bueno.

Ella acaba su cigarro.

ELLA: Gracias. Supongo.

Ella y Él miran la ciudad encendida que se presta a sus ojos en esa noche de otoño. Guardan silencio, uno al lado del otro. Dos desconocidos observando la sombra imponente de la Basílica del Pilar de madrugada, apoyadas sus espaldas en el Puente de Santiago.

ELLA: ¿Y tú? ¿Qué hacías en este puente? ¿También te han roto el corazón?

Él vuelve a sonreír. Enigmático. Tierno. Distante. Abstraído en algo que Ella ni siquiera puede rozar con los dedos.

ÉL: Más o menos.
ELLA: ¿Más o menos?
ÉL: Sí. Más porque sí tengo el corazón roto; menos porque no ha sido nadie. Me lo he hecho yo mismo.

Ella no entiende. Quiere preguntar, pero no quiere. Sabe que no es el momento de las preguntas y, por un momento, lleva sus impulsos en silencio. Es agradable estar ahí, después de todo.

ÉL: Tolerar que nos destruyan es horrible. Pero es mucho peor destruirnos a nosotros mismos.

Él se vuelve y la mira. Sonríe triste, muy triste, y Ella cree comprender pero no quiere comprender lo que está creyendo.

ÉL: ¿No es increíble estar aquí en el momento exacto en el que se apagan las luces del Pilar? Parece que así es como si la ciudad pudiera irse a dormir.
ELLA: Nunca me había fijado en que esto ocurría.

Él comprende. Y pone el cuerpo en tensión para levantarse y marcharse.

ÉL: Sí, pequeña loca de los candados, estaba aquí porque hoy había decidido tirarme. Pero entonces has aparecido tú gritando. Y sí, era una tontería...

(...)

miércoles, 5 de octubre de 2016

Cada vez que pierdo el rumbo, la luz que me acaba guiando de nuevo hacia el sendero siempre es la misma. La misma.

Si quiero cerrar los ojos ante ello o no... Ya es cosa mía.

Pero, inevitablemente, me hace recordar por qué estoy aquí.

jueves, 22 de septiembre de 2016

It's creation.

The opposite of war isn't peace. It's creation.
(Jonathan Larson)*


Desde hace más de una década, siempre que alguien me hace daño pienso en escribir. No obstante, con el paso de los años mis motivos han cambiado.

Hace tiempo, cada vez que alguien me hacía daño vertía mis lágrimas mientras tecleaba o arañaba el papel sin fin. En la mayoría de las veces era injusta conmigo, y sobredimensionaba la situación añadiéndole palabras de drama. Era mi desahogo más visceral.

Algunos años después, mi sufrimiento se volvió más frío, en parte lo cambié por la ira, y entonces el drama se convirtió en un afilado cuchillo con el que creía que diseccionaba a aquellos que me habían causado dolor. Tenía un componente de arrogancia, pero también de peligrosidad. Las palabras son mi arma y mi herramienta, siempre lo van a ser mientras siga teniendo consciencia, y sé perfectamente hasta qué punto puedo llegar con ellas. Soy capaz de tornarlas hierro candente en un par de segundos. Entonces era mi forma de aliviar el dolor profundo.

Sin embargo, últimamente -y entiéndase últimamente por hace más de dos o tres años-, cada vez que me siento herida por las acciones de otra persona, que escapan a mi control, pienso en escribir como catarsis. No me obceco en escribir sobre alguien o sobre mi sufrimiento, sino en crear. Simplemente crear como forma de purificar todas esas turbulencias que otros me han provocado. Pienso en otros personajes, en todos aquellos que se gestan dentro de mí, e insuflándoles vida poco a poco voy alcanzando una calma necesaria que me cura y me devuelve a la normalidad.

Cada vez que alguien me hace daño, pienso en escribir como vehículo para salir adelante. En la creación como forma de recuperar mi propio equilibrio. Si se me pasa por la cabeza la idea de desahogo o venganza, enseguida la desestimo porque me parece tiempo perdido de poder crear otras vidas, otros mundos, que tal vez alguna vez le hagan bien a alguien. Aparte de a mí misma. Entre la amargura o la invención, me quedo siempre con lo segundo.


*(Lo opuesto a la guerra no es la paz. Es la creación)

martes, 20 de septiembre de 2016

Sobre Alberto (I)

Fue la noche que lo vi versionar el Hallelujah, de Jeff Buckley. Habíamos acudido todos al bar para ver a Alberto tocar, pero la verdad es que yo nunca lo había escuchado como aquel día.

Con los primeros acordes se me despertaron las comisuras de los labios porque era una de mis canciones favoritas, y él lo sabía. Comencé a agradecérselo atendiendo con dulzura a su actuación cuando en las primeras frases estoy segura de que se me heló el rostro. Jamás lo había visto así. Ni escuchado. Ni... sentido. Yo no podía despegar los ojos de su figura encorvada sobre el micrófono mientras él acariciaba con cuidado su guitarra y yo iba sintiendo en mi estómago un fuego desconocido que me subía hasta el pecho para explotar en cientos de rayos eléctricos.

El primer hallelujah me puso los pelos de punta. De alguna manera, supe que algo había cambiado para mí.

Sin embargo, como si tuviera el cerebro dividido en dos, escuchaba una voz en mi cabeza que insistía en que era el Alberto de siempre, que si estaba idiota. Y yo la atendía perfectamente pero, a la vez, no podía dejar de mirarlo. Miraba su boca moviéndose, sus brazos sujetando la guitarra, su pie siguiendo el ritmo suavemente, su respiración agitada. 

En un momento de la canción, más o menos a la mitad, Alberto me atravesó con sus pupilas enmarcadas en gris y no las volvió a mover. Me miraba y yo notaba que comenzaba a brotar en mí un sentimiento incómodo de culpabilidad que tenía que ver con la chica que estaba sentada un par de mesas por delante de mí: su novia. Yo tampoco me moví.

Alberto siguió cantando mientras parecía que me cantaba, y sentí una paz que pocas veces he vuelto a conocer. A pesar de la tristeza implícita en el tema, su guitarra y su voz actuaban como un bálsamo que me estaba haciendo creer que todo iba a ir bien. Recuerdo que se me encharcó la mirada, y que todos se sorprendieron. Ni siquiera lloro con los dramones con los que llora todo el mundo. Pero esa noche sí lloré.

Cuando terminó de cantar me agité como cuando estás a punto de dormir y sueñas van a atropellarte, o a caer por un precipicio. De alguna forma, yo me había dejado caer ya en ese abismo. Y cuando el efecto se fue con la música, Alberto dedicó al público un tímido gracias y besó a su novia, que lo rehuyó, visiblemente molesta.

Se sentó a su lado y se volvió para brindar con nosotros. Cogí mi cerveza y entre los choques de las jarras y las copas de cristal nuestros ojos volvieron a encontrarse y me sonrió con esa sonrisa tan suya que lo hacía serio, misterioso y desafiante. 

Creo que ese fue el momento en el que todo empezó.

M.


martes, 13 de septiembre de 2016

¿De dónde viene esa costumbre de volcar nuestras inseguridades en otro sólo para no enfrentarlas? Cada vez que algún golpe que no me pertenece me erosiona, intento concentrarme en las cosas buenas, pero, a pesar de ello, mi espíritu queda impregnado de una fina película de decepción. De todas formas, al mismo tiempo que no quiero dejarme llevar por ninguna rabieta volcánica, procuro que cada paso cuente, y supongo que ese silencioso desencanto no hace más que dotarme de información adicional.

Nunca dejas de aprender, ni de conocer a las personas.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

"¿Puedo llevarme el que quiera?"

Hace unos días, en un taller de guión, escuché del ponente que un buen ejercicio era pensar en alguien cercano, "por ejemplo, tus padres", y discernir un par de imágenes que nos recordaran a ellos. Sin apenas pretenderlo, a mi mente acudió la estampa de una niña muy pequeña que observaba, absolutamente maravillada, el interior de la biblioteca de su barrio por primera vez asida a una mano de hierro.

Esa niña, obviamente, era yo y la mano que me sostenía era la suya. Me recuerdo rompiendo mi fascinado silencio con una sencilla pregunta:

- ¿Puedo llevarme el que quiera?
- La mayoría sí, hija, aunque hay algunos que no...

Y me perdí en ese laberinto de palabras y etiquetas de colores.

No estaría mintiendo si digo que es uno de los recuerdos más bellos que conservo de mi infancia. Y al pensar en mi padre, en una imagen que me una a él, acuden esas estanterías a mi cabeza veloces e inconfundibles.

Al igual que ocurre con mi madre, sé a ciencia cierta que él no es consciente de todas las cosas que me sigue enseñando. Y no sólo el amor por la literatura -devora libros cada semana y llena el piso de volúmenes sin preguntarse dónde vamos a meterlos-, sino también muchos otros aspectos que conforman mi carne y mi espíritu. Por desgracia no he heredado ni su pelo negro ni su piel morena, pues tiene una hija que ya tiene canas mientras su cabello se mantiene como el tizón, pero creciendo a su lado he aprendido a apreciar lo que se puede decir con un silencio y lo importante que es confiar en tu familia y su fe en mí me ha sostenido mientras observaba en silencio el camino que iba recorriendo sola, siempre alerta por si daba un giro equivocado.

Serán los años, los míos, y el estar lejos de casa, pero desde hace tiempo aprecio muchísimo más cosas tan cotidianas y mágicas como el sonido de sus manos pasando las hojas del periódico un sábado antes de comer o asomarme a su habitación para ver si se ha dormido encima de un libro y poder comentarlo entre risas con mi madre y mi hermano. La distancia a veces duele más, como en el día de hoy, que tiene un ligero toque gris porque no estoy con él. Te echo inevitablemente de menos.

Felicidades, papá.

lunes, 22 de agosto de 2016

Hoy he tenido un sueño que ha hecho que me despertara con la idea fresca en la mente de que cada vez me cuesta menos romper con el pasado. Hace años me era muy difícil, pues era de las que se aferraba con melancolía a cualquier detalle que tenía los días contados y así me dejaba las uñas. Pero llega un momento en el que uno comprende que hay lastres que hay que soltar con naturalidad, para seguir hacia adelante. Sobre todo si está en juego cierto porcentaje de salud mental.

Cada vez me cuesta menos romper con el pasado, y no lo digo en su sentido más peligroso, pues el resultado no es que de repente desprecie todo lo vivido y siga la carretera con el piloto automático puesto sólo para no pensar en las curvas que dejo atrás. No es eso. Más bien es que cada vez me cuesta menos separar lo importante, aislar lo que no merece la pena conservar y soltarlo como quien tira una botella de vidrio vacía a la inmensidad del océano. Así que sí, tal vez tenga que modificar la frase y añadirle un detalle para que quede así: cada vez me cuesta menos romper con el pasado sobrante.

viernes, 19 de agosto de 2016

El cambio es crecimiento.

- ¿Cuándo regresarás?
- Toda la noche me hicieron la misma pregunta. ¿Sabéis algo? ¿Queréis saber un secreto? Quizá no vuelva nunca. ¡Esta podría ser la última vez que veis a Scotty P. en Pretzels!
- ¿Te irás y ya? ¿No volverás para ver a tu familia o a tus padres nunca más?
- Mis padres van a jubilarse. Los dos, este año, y están pensando en mudarse allí.
- Es una locura. Y un poco triste...
- No, no. Me encanta haber podido volver aquí con Suki. Pero me encantó el instituto, me encantó la universidad y ahora... me encanta Japón. Me encanta todo lo que he podido hacer con mi vida. Y, ¿sabéis qué? Seguramente me encante lo próximo que haga. Sea lo que sea. Así que, ¿por qué seguir mirando atrás cuando hay tanto por venir? ¿Lo entendéis? ¿Es de locos? Sí. ¿Triste? No, para nada.

martes, 9 de agosto de 2016

Martes noche, agosto.

Qué afortunada soy 
pienso, 
mientras se me hincha 
el 
pecho.

A mi yo de hace 365 días:

Querida yo,

Gonzalo me ha enseñado la foto que nos hicimos hace justo un año en la fuente del Parque José Antonio Labordeta y he de decir que parece que haya pasado un siglo. Estaba nublado y hacía algo de frío, y yo iba con esa sudadera gris de mi hermano que evidenciaba que no me apetecía vestirme, es decir, salir de casa. ¿Te acuerdas?

En la foto sonrío, pero al mirarme recuerdo el dolor en mi pecho. Lo recuerdas, ¿verdad? No se iría hasta meses después, ya pasado noviembre. Parece increíble. Sentí pinchazos de puro dolor durante semanas. ¿Cómo el estado anímico puede tener tanta influencia sobre el físico? Pero, bueno, es igual; lo cierto es que después de tener paciencia la angustia dejó de golpear el espacio entre mi diafragma y mis clavículas, y desde entonces no ha vuelto a dolerme. La piel está dura, tersa, con brillo. Sin cicatrices.

Parece mentira que haya pasado sólo un año, porque en verdad en estos meses han pasado muchísimas cosas. ¿Recuerdas la preocupación de mamá y papá, las horas eternas, los temblores y los rastros de rímmel? Creo que nunca había llorado tanto como en 2015. 

Quería escribirte para decirte que, a pesar de todo, me siento bien. Hace un año tú no habrías podido creerlo, aunque sabías que el tiempo traería alivio, pero fuiste fuerte y resististe y, como en todo, el equilibrio nos ha devuelto lo que nos merecíamos. Y sabes que tampoco ha sido una cuestión exclusivamente de fuerza, sino también de saber ser humana, honesta, íntegra.

Sigue creyendo en ti con fiereza y pasión. Sólo así podrás actuar bien, aceptándote y enfrentándote a ti misma. Porque la verdad es que a ninguna de las dos nos sirve otra forma de salir adelante.

viernes, 29 de julio de 2016

La verdad es que de ellos me quedo con el ellos que existió en los momentos que compartimos, cuando sonreíamos juntos y me hacían sonreír, y eran una persona diferente a la que son ahora, porque estaban conmigo, me dejaron conocerlos así, a solas, y con ese privilegio que pocas tendrán me quedo, por encima de todo.

martes, 26 de julio de 2016

Perder la cuenta de tantos "tantos" y "tan".

Hoy me he paseado por medio Madrid con un bañador porque hemos hecho una guerra de agua en el trabajo y, a pesar de tener en la oficina la maleta porque volvía de viaje, no tenía una muda de recambio. Parece una frase que inicia un relato enrevesado e ingenioso pero no; es totalmente cierta y mía.

Últimamente estoy haciendo tantísimas cosas que estoy perdiendo la cuenta de todas ellas. Estoy viendo tanto cine -bajo demanda, en salas, de verano- y tantas series y leyendo tanto que. Estoy tomando tantos cafés y tantas cervezas que. Estoy abrazando tanto y queriendo tantísimo a los míos que. Estoy hablando tanto sola y cantando tanto por la calle mientras tamborileo con los dedos en las farolas y las paredes que. Estoy riéndome tantísimo y sonriendo y esquivando besos que. Estoy bailando y sincerándome y durmiendo y viviendo y repitiéndome tanto que...

Que el otro día lo decía: estoy sintiéndome tan bien últimamente que me estoy recordando a un producto de Mr. Wonderful y la verdad es que no quiero, porque me parecen algo odiosos.

Creo firmemente que hay cierto bienestar que sólo podemos alcanzar cuando estamos solos. Y, hago un inciso: también pienso que hay una parte de nosotros que sólo se completa con una pareja. Pero creo que estoy ahí, en el primer bienestar. A menudo pienso que en diciembre inicié un paréntesis que me mantuvo a gusto pero no así de bien, y que se prolongó hasta más allá de febrero, cuando ya dejé de sentirme a gusto para sentirme un poquito menos a gusto. Sin embargo ahora noto en la espalda los restos del cascarón que mis alas han roto y, sí, lo admito: no me sentía así de bien, estando sola, desde abril de 2014.

Iba a escribir que "se inicia" un verano fantástico pero lo cierto es que casi me he comido la mitad y apenas me he enterado porque tengo tanta energía que me faltan días para desparramarla disfrutando conmigo y con los míos. Supongo que necesitaba llegar a este punto de nuevo, al bienestar pleno y natural. Sin mitades, ni huidas, ni distracciones.

lunes, 18 de julio de 2016

London, my dear.

- Es curioso, pero me di cuenta de que todas las personas de las que me despedí el sábado... -me dice.
- ¿Se despidieron de ti como si fueran a verte al día siguiente? Lo pensé.

Él asiente, entre bocado y bocado de tarta de chocolate.

- Es mejor así -le digo-. Además, ¿qué es una despedida? Tampoco es para hacer nada especial. Simplemente es decirle adiós a esa persona, y esperar...

Y por eso lo abrazo después, con fuerza, como siempre, dejando que mi cabeza encaje debajo de su cuello y fingiendo -sin fingir- que voy a verlo mañana, que vamos a tomarnos unas cañas, o ir al cine de verano, o beber ginebra en mi sofá destrozado mientras vemos fotografías de hace años y no paramos de reír o que vamos a seguir devorando series como lo hicimos con Unbreakable Kimmy Schmidt. Obviando el hecho de que no sabemos si volveremos a vivir en la misma ciudad, pero asumiendo, porque a veces estas cosas simplemente se saben, que sea como sea volveremos a encontrarnos.

domingo, 3 de julio de 2016

Escalofríos.

Es curioso cómo funcionan nuestros adentros. Hoy llevaba horas sintiéndome inquieta y triste sin terminar de averiguar el motivo. Pero no ha pasado mucho tiempo hasta que he averiguado el porqué: Blanca se marcha, y con ella un año increíble y lleno de buenos momentos.

Nuestra edad y nuestras circunstancias, viviendo en otra ciudad en una situación complicada, provocan que tengamos que acostumbrarnos a las despedidas. Sin embargo, soy incapaz de acostumbrarme a esta sensación de pérdida y vacío, aunque sea temporal, que se pega a mi piel cada vez que alguien que me sostiene tiene que irse. Me he dado cuenta de que para mí Madrid es Madrid por toda la gente que está aquí, "la familia que elegimos" como ha dicho hoy la que fue mi compañera de la 505, y que cada vez que alguien se ausenta de esta ciudad maravillosa es como si para mí se derrumbara una de sus torres.

Pero este dolor no es amargo; de hecho creo que una de las cosas más bonitas que hay es poder llorar con alguien mientras se sonríe. Son esos momentos, en los que el alma se resiente, en los que uno se da cuenta del valor que tienen las personas, de la importancia que tienen porque, al fin y al cabo, ¿qué es una vida sin nadie para compartirla?

martes, 28 de junio de 2016

Atardecer. (IV)

...

- Y después de esto, ¿qué es lo que queda?

Kairum la miró y esperó a que Ictria siguiera hablando. Despuntaban las últimas luces del atardecer, que cubría sus cuerpos de un tono naranja que recordaba vagamente al fulgor de las llamas de los Subsuelos. Aunque eso Kairum no podía saberlo. 

La muchacha no continuó, y por ello decidió apremiarla.

- ¿A qué te refieres?

Ictria cogió un bolígrafo y empezó a jugar con los restos de cemento fresco. Miraba sin ver, absorta en un pensamiento que creyó que no iba a revelar nunca. Pero Kairum era diferente, aunque ser consciente de ello le provocaba un revolcón sísmico en el estómago que no hacía más que recordarle por qué estaba allí.

- Vine aquí porque ya no me quedaba nada allá de donde venía. Por la rabia. No sabía qué quería hacer, sólo sabía que quería vengarme de lo que le habían hecho a las mías.

Kairum asintió y se acercó a ella. Ictria se separó ligeramente mientras fijaba su vista en el horizonte.

- Y ahora... ¿Qué va a pasar cuando se termine lo que vine a hacer aquí? -. Él la miró fijamente, comprendiéndola- No tengo ningún tipo de objetivo. En realidad, creo que me da absolutamente igual, y eso es lo que me asusta. ¿Qué hay más allá de toda esta ira? No me importa. No quiero saberlo.

El sol ya se había escondido del todo detrás de los altos edificios de piedra. La estampa les hablaba de opresión y miseria. De promesas por cumplir.

Ictria dejó el bolígrafo y comenzó a incorporarse para levantarse. Kairum quiso frenarla y ella no le dejó.

- Mañana, cuando el sol se ponga, seguramente esté muerta. Y me da igual. Me da igual, Kairum. Estoy vacía.

Y se fue.

Kairum intentó disimular el abismo en su pecho. Era como si un cañonazo comenzara a comerse su piel desde el estómago hasta las clavículas. Notaba los pinchazos de ansiedad en el pecho, y se sintió un cobarde.

Observó los restos de cemento. Su amiga había escrito su nombre inconscientemente, pues no había prestado atención a sus garabatos ni un solo segundo. Coronando la segunda i, Kairum reconoció una espiral simple.

Suspiró inevitablemente. Y se preparó para lo que les esperaba en las próximas veinticuatro horas.

***

martes, 21 de junio de 2016

Lena.

Llevo unos días pensando en escribir esto, pensando en volver a escribir en segunda persona. En verdad, era cuestión de tiempo. Y hoy he pasado por casualidad por delante del restaurante turco en el que casi rogué poder usar el cuarto de baño la noche de mayo que me rompiste en dos, y luego ha sonado Use Somebody de Kings of Leon y he sabido que estaba preparada para hacerlo.

Sé que lo estoy porque desde hace días siento que me estoy reconciliando contigo. Lo sé porque ya no hay rabia ni tropiezos con los peores recuerdos. Siento que hay coherencia, y es esa simpleza tan calma la que me permite apreciar todo lo que obtuve gracias a ti. O a nosotros, cuando nuestros cuerpos formaban ese pronombre y nos llamábamos de manera diferente. ¿Te acuerdas? Claro que te acuerdas. Lo sé porque todavía me lees, igual que yo sigo reparando en que aún lo haces. Aunque ya hayan pasado un par de años.

Después de años llena de hielo encontrarte me hizo volver a sentir. Cuando me había acostumbrado a alimentarme de las historias de amor que experimentaban otros, aparecieron tus ojos gigantes y amarillos e hicieron saltar por los aires todos mis esquemas. Y eso no lo puedo negar, ni desdeñar, por muchas cicatrices que albergue con tu nombre ni por muchas veces que se resienta mi piel cuando bajo la guardia y se vuelve a impregnar de los juegos sucios y los recuerdos más oscuros y dolorosos que también protagonizamos.

Gracias a ti he aprendido que hasta el alma más entumecida puede volver a agitarse por la pasión que otro despierta, pero también he aprendido a conocerme mejor y tener más claro lo que merezco y lo que no. ¿Quién no puede llegar a una conclusión parecida, haciendo balance? Pero lo cierto es que no puedo negar que voy a llevarte tatuado siempre. Y asumirlo sin rencor es como darme una ducha de agua caliente después de un día agotador.

Y es que formaste parte de mí, de igual manera en que ahora formas parte de mis días pasados. Soy como soy porque tú apareciste. Crecí contigo. Y en el fondo de mi ser, aunque a veces pueda olvidarlo, siempre va a haber un agradecimiento tímido hacia ti por ser una parte más de mi camino.

martes, 14 de junio de 2016

viernes, 10 de junio de 2016

Cosas que hacer antes de irse de Madrid.

Salir toda la noche.
Ser las reinas de la pista del Candela.
Desayunar en San Ginés.
Ver amanecer desde el planetario.
Ver atardecer desde las Tetas de Vallecas.
Cenar empanada casera.
Recordar batallitas como si fuéramos viejecitas de 70 años.

Sentirnos (afortunadas).

miércoles, 8 de junio de 2016

Hoy se ha materializado ante mí el equilibrio. Lo he visto, y sé que no he podido disimular que la expresión de mi cara ha cambiado durante esos segundos. Hace años, elaborando el regalo de cumpleaños de un amigo, me topé con una frase de la serie Me llamo Earl que desde entonces no he podido borrar de mi cabeza.
Todo lo que va, vuelve. Haz cosas buenas y cosas buenas te pasarán. Haz cosas malas y volverán para atormentarte.
Por supuesto que es difícil para mí hablar sobre el equilibrio. Todavía algo se retuerce en mis adentros cuando soy consciente de que pasé la mayor parte del año pasado llorando a escondidas; en mis hogares, en el trabajo, en el transporte público. Pero no voy a clamar al cielo. No voy a exigir justicia divina. No voy a culpar al universo de los golpes. Y tampoco voy a proponerme que, si acabo devolviéndolos, no será mi culpa, sino de los que antes me hicieron daño a mí.

De alguna manera, cuando era todavía más inexperta y los sentimientos y las emociones se me desbocaban sin que yo supiera, ni quisiera, tomar el control, me di cuenta de algo revelador para mi vida: sólo voy a estar bien cuando me pare a recomponer mis pedazos. 

Pero me costó. Demasiado, porque en ese proceso soy consciente de que herí a otras personas. Sin embargo, desde entonces no encuentro otra manera de ordenarme y sanarme, de alcanzar la paz. Tuve que dejar de correr. Tuve que obligarme a frenar en seco y enfrentarme a mí misma y a mis circunstancias, aunque a veces duelan demasiado y sea muchísimo más fácil, pero mucho, seguir hacia adelante sin rumbo fijo, simplemente hacia adelante, todo lo rápido que la cordura lo permita, dejando atrás lo que nos atormenta aunque anude nuestro camino.

Si lo alejo, no me afectará.

Pero afecta. Al final siempre acaba volviendo igual que la marea devuelve los objetos que se ha tragado el inmenso mar. Para mí el equilibrio es concentrarme en conseguirlo conmigo, encarando lo que viene. Siempre duelen los golpes, sobre todo los que vienen de puños ajenos, pero estos años me han enseñado que la única manera de seguir adelante es centrándome en lo propio, en mí, en todas mis partes esenciales.

Carmen me decía esta mañana que había leído que las mejores historias son las que nos cuentan lo que ya sabemos. Y tiene razón. Y por eso me gustan tanto las historias de otros, porque a veces subrayan en el momento justo lo que he estado ignorando, por muy evidente que pueda resultar, y hacen que una luz se encienda dentro de mí, ya sea de alerta o de alivio.

Mientras escribo esto recuerdo un capítulo de una serie en el que él, herido por una relación intensa y reciente, discute con ella y defiende su pasividad y su agresividad aludiendo a una supuesta maldición que tiene su familia y que les impone un bloqueo emocional que les impide tener una vida plena. Ella, una chica que está conociendo después de encapricharse de ella rápidamente, le mira decepcionada y le manda un ultimátum:
Esto ha hecho que vea las cosas realmente claras. De todo lo que va mal en tu vida, culpas a alguien: a tu madre, a tu ex, incluso a tu abuelo muerto, joder. Lo cual significa que, si algo va mal entre nosotros, vas a culparme a mí. 
(...)
Mira, te quiero, Cole. Pero no puedo deshacerme de tu "maldición". Tienes que hacerlo tú mismo.


Y, es que, si no nos preocupamos de hacerlo nosotros mismos, de conocernos y encargarnos de lo que somos y alcanzar lo que queremos ser, internamente..., ¿cómo será posible que en el futuro no cometamos los mismos errores una y otra vez? 

lunes, 30 de mayo de 2016

Y que comprendas ahora,
que siempre devuelve el golpe el mar.





Casualidades.

Lo besé despacio, con el sabor del tabaco en la boca. Creo que sólo lo hice porque los dos sabíamos que no nos queríamos y, sobre todo, que no íbamos a querernos nunca. A nuestras espaldas las conversaciones nocturnas apagaban el estruendo de canciones de rock que salía del bar donde habíamos vuelto a encontrarnos, y en medio del amor-odio a las casualidades decidimos sonreírnos y preguntarnos sobre qué había sido de nuestras vidas.

Él era el recuerdo al que recurría siempre que me sentía herida; un rostro sereno y tímido en blanco y negro. Yo para él, sin embargo, seguía siendo aquella chica asustada pero atrevida que conoció en la universidad, y esa noche nos reímos por primera vez de nuestro primer encuentro.

Me pasó el brazo por los hombros y agradecí el gesto apretándome contra su cuerpo y descansando la nariz en el hueco de su cuello, mientras aspiraba su olor. Pensé que podía quedarme dormida así justo cuando él me pasó otro cigarro y yo le regalé las pertinentes marcas de carmín. Seguimos hablando de cine mientras se nos hizo de día y el sol nos dijo que era hora de volver a casa.

Me dejé guiar por su mano, enorme y fría, y después de días agitados me sentí en calma. Le dije que era como mi falso refugio, y él sonrió de nuevo, guapo por dentro y por fuera.

- Casualidades... - me contestó. Y seguimos caminando.

sábado, 28 de mayo de 2016

Alberto sin Marga, y viceversa (III)

Antes de despertar y tomar consciencia de dónde estaba, Alberto ya pudo notar la desolación heladora de su casa. El sol iluminaba el espacio diáfano, pero se negó a salir de debajo del edredón hasta que no se le pasara esa súbita sensación de inmensidad y vacío. Se rió, amargamente: entonces podía estar días metido en la cama.

Pensó que la música lo salvaría, que el trabajo podría ponérselo fácil o que continuar con sus quehaceres cotidianos contribuiría a que el dolor fuera convirtiéndose poco a poco en melancolía. Pero desde hacía días sentía la ausencia de Marga, lacerante, ubicada en un abismo que se le había abierto en medio del pecho.

Se levantó y encendió la cafetera. Segundo a segundo, se autoconvencía de su decisión, repasaba las ventajas y hablaba consigo mismo repitiéndose que la soledad era la mejor opción cuando estaba en riesgo el bienestar de la persona a la que se quería. ¿Hasta qué punto desear la protección de alguien podía suponer apartarlo y ocasionarle dolor? Alberto todavía no había logrado responder esa pregunta; al principio creyó tenerlo claro, pero conforme el reloj se iba desmarcando del momento en el que tomó esa decisión iban creciendo las dudas. Y el miedo, que no se marchaba.

Dio vueltas al café sin azúcar mecánicamente, evitando levantarse y comprobar la ausencia de notificaciones en su teléfono móvil. Al final lo hizo, y comprobó la ausencia de Marga en su teléfono móvil. Además, su apartamento no le daba un solo respiro: los colores y las formas que registraban sus ojos lo devolvían a recuerdos con ella, a todos los momentos que se regalaron desde que él decidió abrirle la puerta de su refugio aun sabiendo que sus heridas no estaban curadas del todo. Pensó que el elixir de Marga le ayudaría, pero al final del camino se había sentido incapaz de sobrellevar sus taras sin sentirse insuficiente para ella.

Recordó el día en el que la trajo a su piso por primera vez, y no pudo evitar que las manos le temblaran. Marga...

Cogió otra vez el teléfono y buscó su número. Dudó sabiendo que no iba a llamarla. Esperó unos segundos.

Volvió a la cama. El café se le quedó frío.

***

La despertaron los latigazos de dolor en las sienes, al ritmo de sus latidos. Pum-pum, pum-pum, pum-pum. Marga no opuso resistencia y dejó que le cayeran un par de lágrimas por las mejillas mientras se incorporaba con cuidado para que no le explotara el cráneo y manchara las paredes de su habitación de sangre y sesos.

Qué resaca, pensó. Qué dolor en el pecho, se respondió a sí misma.

La noche anterior había salido para no quedarse en casa y sus pocas ganas de divertirse, unidas a las semanas tranquilas en las que apenas había probado el alcohol, fueron la ecuación perfecta para que su jaqueca fuera equivalente a su apatía.

Miró el teléfono por pura costumbre sin poder esquivar pensar en Alberto y en que desde hacía días no sabía nada de él. No obstante, sabía que iba a seguir así. Lo tuvo claro desde el principio, cuando vio la firmeza en sus ojos, y no se resistió a retenerlo porque habría sido absurdo. ¿Qué sentido tiene sujetar a una persona que quiere irse? La única manera de salir adelante era afrontar ese dolor sordo y dejar atrás la rabia a golpe de simplificación: dos personas no deben estar juntas si una de ellas no quiere.

Pero ni siquiera el estoicismo es imperturbable del todo.

Cuando se reencontró con Alberto se negó a creer en la magia. Sin embargo, el paso de los días y el hecho de caer en la trampa de querer interpretar las señales la habían conducido a dejarse arrastrar por ese pozo de misterio sin fondo que eran Alberto y sus ojos negros y llenos de miedos y ganas, en batalla constante. ¿Cuándo puede saber uno si está de verdad preparado para amar?

Marga abrió el cajón donde guardaba las medicinas y se levantó para desayunar, pero a mitad de pasillo se detuvo, entró a la cocina únicamente para coger un vaso de agua y se volvió a su habitación. Su estómago no iba a quejarse: llevaba días sin sentir una pizca de hambre.

Se tragó un par de pastillas y cerró los ojos, muy inmóvil, para evitarse en todo lo posible el dolor de cabeza. Sintió la ansiedad que le provocaba la necesidad de calma, y se tapó con las sábanas, deseando que ojalá algo tan simple pudiera curar también el frío por dentro.


domingo, 22 de mayo de 2016

Arañazos.

Parece que no.
Que no existían esas fórmulas.
Que a veces es mejor derivarse a la filosofía y hacerle caso a aquellos de la escuela de Ockham que opinaban, como él, que la respuesta más sencilla suele ser la más probable.

Todavía no sé si existen esas fórmulas.
Pero sí
-porque los noto-
estos arañazos que duermen conmigo desde hace días.
Los siento
protegidos por las paredes de mi cuerpo.
La intranquilidad,
los coletazos de ansiedad,
la tristeza muda y gritona,
el amargor de no querer dedicarle tiempo a la comprensión.
El tiempo
que implora
paciencia.
Paciencia.
Lo único a lo que puedo agarrarme ahora,
en estos días,
estas horas envenenadas,
la promesa de que si aguanto todo irá mejor,
si respeto todo irá mejor,
si guardo silencio todo irá mejor.

Y así.
Continúa la tempestad en mis adentros,
acallada,
destemplada,
desgarrada a arañazos de nostalgia,
de recuerdos,
de preguntas,
de tequieros que hasta hace poco existían.

Pero ahora no.
Como esas fórmulas.

Ahora sólo existen estos arañazos,
socavando mi piel,
disputándose el control de mi alma,
re-herida,
re-deshecha,
re-desengañada,
re-entristecida,
pero, aun así, aunque no cure esos latigazos sanguinolentos,
orgullosa
de la valentía
-una vez más
(valentía de mierda, de qué sirves cuando los silencios arañan)-.


La esperanza
de que el tiempo sanará esta incertidumbre
me golpea
y
hace que me sienta de nuevo engañada,
desmerecida
y, tal vez, equivocada.

Paciencia.
Mientras desenrollo las vendas que guardé no hace mucho
-menos mal que las conservo-
y espero a que los arañazos cesen.
Y se lleven,
así,
esta negrura de desencanto.

lunes, 16 de mayo de 2016

Mi piel en silencio grita: "Sácame de aquí"

Cae la piel rota
dejando al descubierto la otra 
con más brillo que la que cae 
porque algo está alimentando. 

viernes, 13 de mayo de 2016

Hace casi un año alguien usó justo este texto, entre otras cosas, para mover mis hilos al compás de un dolor tan intenso que todavía hoy, a ratos sordos, hace que me sangren las costuras. Pero después de 365 días desde ese paseo nocturno, y de muchísimos otros, sólo puedo sonreír y sentirme contenta al seguir diciendo bien alto: "Sigo aquí".

Y, por suerte, más sana y más cuerda.

Caminar de noche a solas por las calles de Madrid me ha transportado hoy a los tiempos de 2011 y 2012, cuando estaba aprendiendo a recomponer todos mis pedazos. El ambiente nocturno menos frenético de la capital me transmite una calma extraña que no se ha ido de aquí desde mis largos paseos en soledad con mi música y mis ganas de salir del agujero. Recuerdo una de esas tardes-noche, en la calle Preciados, cuando me encontré a un conocido de la universidad al que le hablé de mis caminatas después de que, apesadumbrado, me dijera que su chica lo había dejado.
- Pues, la próxima vez, cuando pases por Sol, haz una parada, llámame y te invito a un café en mi casa- me contestó.
Yo le sonreí e internamente decliné el ofrecimiento. En muchas ocasiones sé cuándo no voy a hacer algo; podría arriesgarme o intentarlo, y a veces lo hago, pero otras, sin embargo, simplemente sé que no voy a hacerlo.
Hay algo oscuro pero íntimo en esas noches en las que camino sola. Algo que no sé definir pero que sé que me define. Como si fuera en esos momentos cuando aflora esa parte de mí que siempre será mía y de nadie más, porque sólo la conoceré yo, y se extiende por mi cuerpo, de manera natural, como diciéndome:
"Sigo aquí".

sábado, 30 de abril de 2016

La muchacha con el sol en el hombro. (III)

La tengo desde hace muchos meses dentro de mí. Se agita, da vueltas, desaparece, me grita, me retuerce, a veces incluso se ríe conmigo. Nos vamos conociendo.

A menudo nos observamos en silencio, sobre todo por las mañanas, cuando voy en el metro leyendo sobre la construcción dramática y sus ojos cada vez se van haciendo más grandes, fijos en mí, como susurrándome: "¡Dame forma, estoy aquí, me tienes aquí!". Voy dibujando mejor su rostro; sus rasgos más duros que bellos, su mueca de frustración y su mirada oscura pero firme, enmarcada por una melena larga y rebelde, recogida en decenas de trenzas que contrastan con el tono enfermizo de su piel. Nunca ha visto el sol.

Se ha criado en un mundo escondido del astro rey, encerrada en los Subsuelos desde que nació, alimentando su ira y sus ganas de conocer esa luz cegadora a partes iguales. Por eso lleva una espiral en el hombro, le pidió a su abuela que se la tatuara mientras la anciana torcía el gesto reconociendo en su nieta algunos toques de la personalidad de aquel cuyo nombre ni siquiera quería pensar. Pero eso Ictria no lo sabe.

Ictria... Creo que no hay día que no piense en ese nombre, y cuando yo marqué de nuevo mi propia piel ahí estaba ella también: diminuta pero poderosa, golpeando con sus deditos el cristal de mi imaginación. Está creciendo, y me parece increíble: cada día aprendo algo de ella.

Lo que no cambia es su testarudez, su tesón, su fuerza volcánica, siempre dispuesta al arrojo, a la aventura. Siempre dispuesta a romper todas las barreras, a salir ahí fuera y vencer a esas otras criaturas que llaman hombres, y que tampoco ha visto jamás. Se cree aventajada, pero sabe tan poco...

Aunque, supongo, que lo mismo que yo sé de mí y de los días que me quedan. Lo que sí sabe son los días que pasamos juntas, arrancándole la piel muerta al verano y esperando con paciencia a que creciera la nueva, una versión mejorada de mis días. Es lo que ocurre con las heridas: la piel que forma la cicatriz suele ser más dura, más oscura, como si así recordara que está preparada para la siguiente batalla. ¿Cuántas horas pasé con Ictria a pesar de las lágrimas? ¿Cuándo elixir vertió en mis labios para llevarse el veneno que me estaban inoculando?

Cada vez que quería rendirme a las consecuencias de la cobardía ajena, ella me recordaba que ser valiente era la única opción y que al final la cobardía y las mentiras solamente repelen la autenticidad. La muchacha con el sol en el hombro...

No sé qué pasará, no tengo el control total sobre ella aunque muchos caigan en el error de pensar que sus creaciones están supeditadas a su capricho. No es así. A veces nos cogen, se agitan, dan vueltas, desaparecen, nos gritan, nos retuercen, incluso se ríen acompañándonos... Y nunca dejan de enseñarnos.

jueves, 21 de abril de 2016

lunes, 18 de abril de 2016

viernes, 8 de abril de 2016

No hace mucho alguien me acusó de individualista porque me gustaba escribir. Me dijo que lo mío con las letras no era más que un reflejo de esa parte de mí misma que no quiero compartir con nadie, que estaba siendo egoísta. Después de haber salvado lo contradictorio de la acusación, y tras haber asimilado esas palabras no muy afortunadas -¡ni siquiera bien construidas!-, ahora sé que la persona que me lo dijo sólo pretendía que yo no tuviera ninguna relación íntima con nada ni nadie, ni siquiera con la escritura.

Desde entonces valoro más que nunca el derecho a expresarnos y a crear a partir de lo que albergamos en nuestros adentros. De verdad que pienso, y siento, que sólo así podremos ser verdaderamente libres.

martes, 5 de abril de 2016

II.

***

Le sorprendió la puerta entreabierta y se lo tomó como una invitación. Las facilidades que tuvo durante el último tramo del gran torreón le hicieron sospechar que la estaban esperando. No se equivocaba. No dudó, puesto que por algo había llegado hasta allí, y cuando empujó la puerta de madera maciza su voz la recibió, áspera y venenosa, como la que tendría una serpiente si alguna vez Ictria hubiera conocido sus palabras silbantes.

- Y aquí está, la muchacha con el sol en el hombro.

Ictria no se movió. Le mantuvo la mirada desde el otro lado del gran despacho, revestido de paneles de madera blanca, y se mantuvo en guardia. Le ardían en las uñas las ganas de llevárselo por delante, pero se contuvo. Acarició con fuerza la octavilla que Marzul le había dado y que ahora guardaba en su chaleco y se dijo que debía contenerse, al menos de momento. Al menos por lo que quedaba de la Resistencia.

- ¿Qué escondes ahí?

Él se acercó hasta ella, con una rapidez inusual para su edad. Ictria se sobresaltó al notarlo tan cerca, pero no se movió, y aprovechó el recorte de distancia para estudiarlo. Había algo extraño en sus arrugas, algo que producía rechazo. Tal vez fuera su mueca de superioridad, rayana en la locura. A Ictria no le importaba; había llegado hasta allí para matarlo y estaba dispuesta a cualquier tipo de intercambio, incluso el de su propia vida. Apretó los dientes.

Él también la miró, y sonrío con suficiencia. A las comisuras de sus labios asomaban la maldad, e Ictria pudo adivinarlo relamiéndose desde el cristal del despacho observando ese mundo artificial y sin vida que había creado. El poder nublaba los sentidos, ahora lo sabía. Funcionaba de manera parecida a su rabia, aunque sabía que el veneno del poder duraba muchísimo más en la sangre.

Con un chasquido de dedos él ordenó que dos Uniformados entraran, y la agarraron para que no pudiera moverse. Él le acarició la cara y contempló su creación.

- ¿No es increíble cómo, a pesar del proceso del Cambio, la belleza de la inquilina puede todavía vislumbrarse al contemplar el rostro del hombre en el que es convertida? Sé que eras preciosa, lo sigues siendo, aunque no funcionara con tus adentros. ¿No tienes curiosidad? ¿No quieres saber por qué tu consciencia permaneció en ti a pesar de dejar atrás tu cuerpo de mujer y tomar esta nueva forma?

- No - se limitó a contestar Ictria.

- Mejor. Porque aquí nadie se lo explica. Eres la primera con la que ocurre esto, y no creas que no has levantado ampollas. Pero no temas... El sistema es demasiado perfecto, la ecuación ha sido estudiada y comprobada demasiadas veces, pequeña. No hay brecha que pueda con este mundo, con nuestro poder...

Ictria escupió y uno de los Uniformados le dio una bofetada.

- Ictria... ¿Para qué asesinar a las mujeres si puedo eliminarlas convirtiéndolas en hombres? Admítelo: es inteligencia pura. Es progreso. Es, por fin, la uniformidad natural de todas las cosas. Pero, dime, ¿qué escondes ahí?


***