viernes, 29 de diciembre de 2017

Un año.

Me pregunto si, de alguna manera, teníamos que encontrarnos.

Hay tantas cosas que no sé de ti pero apenas importa porque soy plenamente consciente de que esta historia ya ha comenzado, y bajarse en marcha ha dejado de ser una opción. Espero poder descubrirlas conforme vayamos cediéndonos territorio y explorando otros recovecos de los surcos que vamos dejando detrás de nosotros. Hay algo en tu forma de mirar que tal vez hace doce meses evité pero ahora se ha convertido en un elemento más de mi esqueleto vital.

Lo siento en las costillas, en la tripa y en el pecho. La falta de ti. El vacío que dejan tus manos. La ausencia de tu cabeza echada sobre mí, para que yo pueda acariciarte el pelo y respirar, con calma.

¿Lo habríamos podido imaginar hace un año? Seguramente no. Era un diciembre diferente. Con más frío, y diferente. Y, sin embargo, aquí estamos. Irremediablemente.

jueves, 21 de diciembre de 2017

Lo que flota.

- ¿Cuántos años tiene? -me preguntó en cuanto apagué la grabadora.
- ¿Quién? ¿Yo? -le respondí, apurando las últimas notas.
- No, tonta. Él. El cámara -me dijo, haciendo un gesto con la barbilla en dirección a mi compañero, que se acababa de marchar a recoger el equipo en el coche.

La miré, entre curiosa y asustada. Allí, apoyada en en esa esquina de la calle, al lado del portal donde ella nos había explicado que trabajaba, me parecía la mujer más enigmática que había conocido en los últimos años. El arrojo que destilaban sus ojos me parecían la marca inequívoca de quien las ha pasado putas y ha decidido plantar cara a todo el mundo.

- Pues... -comencé, intentando sonar despreocupada, que mira que se me da mal- creo que tiene unos cuarenta y cinco.

Mentí, claro. En unos meses él iba a cumplir cincuenta, pero no los aparentaba.

- ¿Por qué? -añadí, para que la conversación no se congelara, consiguiendo sonar sospechosamente ambigua.

Ella se rió.

- Él no me interesa. Sólo estaba pensando.

Miré en dirección al coche mientras ella se encendía un cigarrillo y me ofrecía otro, que yo acepté.

- Estar con un hombre mucho más mayor que tú no es como te imaginas -me soltó, sin mirarme a los ojos.

Me enderecé como si me hubiera llevado un calambre. Por un segundo, me atemoricé ante la posibilidad de que fueran evidentes los juegos y las frases con puntos suspensivos tangibles que acabábamos de tener él y yo en el coche, de camino a la entrevista.

Pensé en la maravillosa intensidad de lo prohibido, y la miré mientras paladeaba el humo en mi boca. Decidí no responder. Mi cara desencajada hablaba por sí sola.

- He visto cómo te mira, y he visto esa mirada tantas veces. No sé si él a ti te gusta, pero podrías acostarte con él perfectamente.
- ¿Qué dices?
- Vamos, pareces una tía lista. Seguro que tú lo sabes también.

El lenguaje de los cuerpos. Los gestos y las pequeñas señales que se nos apoderan, que lanzamos queriendo sin querer, el tiempo hecho presencia y el deseo destilado en cada roce premeditado. Claro que lo sabía.

Yo la observaba fumar y pensaba en lo estúpido que era el encanto del fumador, pero era. No podía dejar de mirarla.

- No lo sé. Creo que hay una barrera que no quiero cruzar -respondí finalmente, sin anestesia.
- Bueno, piénsalo.
- ¿A qué te referías con lo de que no es como te imaginas?

Ella pareció pensárselo unos segundos.

- Porque todo ese rollo de que la experiencia es un grado no existe. En fin, supongo que sí, pero en otro sentido. Ellos están asustados, piensan que no van a estar a la altura -. Parecía saborear cada palabra. - Se mueven inseguros pero firmes. Te tratan con delicadeza pero con decisión, para que no les notes que están tan nerviosos como tú. También te miran mucho, buscan una conexión en los ojos. No suelen ser egoístas, porque quieren quedar bien. No sé. Es como si quisieran envolverte para que te sintieras segura con ellos.

La escuché embobada. No podía desmarcarme del sentido que para mí tenía su trabajo y su vida, pero aun así casi disfruté su explicación. Creo que me sonrojé, porque me miró y volvió a sonreírme, casi maternal.

- Piénsalo, nena. Te lo vas a pasar bien seguro.

Dio una última calada y tiró el cigarro, manchado de carmín.

- Me subo ya. Ya me irás diciendo cómo sale el reportaje, y cualquier cosa que necesites cuenta conmigo.

Me dio un abrazo, abrió el portal y se marchó. Creo que escuché el viento silbar detrás de su figura, en un efecto casi teatral.

- ¿Vamos? -me preguntó él, que ya había vuelto.

Nos esperaban casi dos horas de camino de vuelta. Y yo supe que quería otro cigarro, otro con ella, y que lo iba a querer todo el viaje, y pensé en todos los cigarros que ella se habría fumado en esa cama, con sus clientes, o tal vez con alguien más. Pero ninguno conmigo.

martes, 19 de diciembre de 2017

De verdad no entiendo que habiendo tantas situaciones potenciales de felicidad a veces nos empeñemos tantísimo en fabricar amargura.

sábado, 16 de diciembre de 2017

Heartbeats.

- ¿Cómo compartes tu vida con alguien? 
- Nosotros crecimos juntos...



...Era emocionante verla crecer... ambos crecimos y cambiamos juntos. Pero, esa es la parte difícil... crecer sin distanciarse. O cambiar sin asustar a la otra persona. A veces todavía tengo conversaciones con ella en mi mente.


viernes, 15 de diciembre de 2017

Marcharse.

Es como si me estuviera marchando pero sin desplazarme un milímetro de mi posición. Es una sensación de vacío similar a la de hacer una maleta sin ganas, y llenarla de nada que merezca la pena llevarse.

¿Debería marcharme?

Se agolpan tantas preguntas en mis sientes que se me hace difícil desanudar las cuerdas que me anclan todavía a la tierra. Es extraño, porque me siento libre, y si debiera marcharme, no sé adónde debería ir.

Sin embargo, reconozco que algo ocurre, lo palpo en esta tristeza que no soy capaz de sacudirme desde ayer, y en este rostro cuarteado que muta en apenas dos segundos cuando aparece otra persona en mi campo de visión. Las risas y las palabras se mezclan con el vicio de seguir callada, como si fuera posible quedarse en pausa.

Me pregunto cómo será ver las luces de Navidad del centro de Granada, protegida del frío debajo de un abrigo, y si me lo pregunto es porque soy dolorosamente consciente de que no voy a presenciar ese momento.

No me siento a la deriva, porque sé que no lo estoy, pero es inevitable pensar en esa soledad que me ha protegido tantos años, y aunque estoy segura de lo que quiero no sé si tengo en mis manos todas las herramientas para construirlo. La reciprocidad y la comunicación son necesarias cuando se trata de cimentar una realidad a cuatro manos.

Los nudos.

¿Los nudos se agrietan?
¿Se pueden agrietar?

Como los labios, cuando están secos.

Y en un susurro:
Jamás.

viernes, 1 de diciembre de 2017

Lastre.

- Gracias por venir.
- ¿Qué querías decirme?
- Llevo varios días sin poder parar de pensar en ti. Creo que ya está aquí, que ya es el momento. Lo he pensado mucho, y... Ya lo noto en mi espalda.
- ¿En tu espalda?
- Sí. ¿No has visto mi cuello? Ya no está tan hundido. ¿Ves mi barbilla?
- No entiendo nada.
- Ya... Pero ya no me interesa que me entiendas. ¿No lo ves? Ya me da igual.
- Pero no fue eso lo que me dijis...
- Te mentí.
- ¿Qué?
- Que te mentí.
- ¿Por qué? ¿No dices siempre que nunca mientes?
- Lo sé.
- ¿Entonces?
- Es curioso... Pero sé que hay un momento en el que las personas pasan a darme igual. No lo sabía pero me he dado cuenta contigo.
- ¿Pero qué dices?
- Sí. Hay un momento en el que me vuelvo como... robótica. Entonces me da igual mentir, decir a todo que sí y sonreír como si fuera un cadáver, porque esa persona ya no me importa. ¿Comprendes?
- ¿Para esa mierda me has hecho venir? ¿Para decirme que te doy igual?
- Sí y no. En parte sí, pero también quería que miraras mis hombros.
- ¿Por qué?
- Observa qué ligeros caminan. Es porque por fin estoy soltando lastre. Me estoy deshaciendo de ti.

domingo, 26 de noviembre de 2017

La dimensión humana.

Ahora los domingos son más extraños que nunca. Sobre todo si estoy en Madrid; si vuelvo de Zaragoza o de Granada la rareza siempre es disimulada por los kilómetros y la incomodidad del autobús. Pero en Madrid...

Vuelvo a mi habitación y me parece curioso encontrarla más grande sin ti. Parece mentira, o la letra de una canción romántica, pero te juro que se me antoja mucho más grande: como si fuera demasiado para una sola persona.

Me has roto los esquemas de tal manera que hasta los domingos parecen diferentes. Y no es malo. Simplemente ahora les encuentro más matices, porque me despido de ti y mi alma se expande en todas las direcciones, mientras camino a casa sintiéndome nueva, llena de energías. Supongo que la clave aparece cuando uno quiere ser mejor persona por alguien. O gracias a alguien.

A veces pienso que no terminas de creerte que tú puedas ser ese alguien. También es cierto que me has conocido en un momento extraño; puede que ahora yo misma sea más difícil que nunca y tenga más dudas que nunca. Pero te miro, a escondidas o no, y tu rostro me da luz, y después de estar contigo se aceleran mis revoluciones para ir más allá de lo que tengo y creer que de verdad puedo conseguir todo aquello que durante mucho tiempo me pareció imposible.

Deberías creer que tú me mueves de una manera diferente, una manera exclusiva, de la que no habría sido capaz yo sola. Y por eso los domingos me parecen extraños, pero en el buen sentido. Son los días en los que me planteo cientos de cosas que me gustaría conseguir, y algunas de ellas por ti. Sobre todo cuando vuelvo a mi cuarto y tú ya no estás, y parece que sus dimensiones han cambiado sólo para recordarme que ya estoy pensando en la próxima vez que pueda dormir pegada a ti.

jueves, 23 de noviembre de 2017

La responsabilidad.

A vosotros dos:

Sí. Os llamaré "vosotros dos" porque no se me ocurre mejor fórmula para iniciar este texto. Esta idea lleva días zumbando en mis adentros, como una abeja enfurecida, y hoy he decidido dejar que me conduzca a alguna parte. Ni siquiera sé adónde.

Son varias las circunstancias que me han traído aquí. La primera, creo, fue que os pusierais de acuerdo para reaparecer en mi vida: qué cachondeíto se trae a veces Murphy. La segunda fue hablar con B. sobre si nos interesaba de verdad hablar con aquellas personas que nos hicieron tanto daño. Si de verdad queríamos decirles "Sí, tú, me abriste unas heridas enormes en el pecho. Vengo a explicarte por qué, y espero que te calles mientras hablo". La tercera, y creo que la definitiva, fueron unas palabras de Attiya Khan en una entrevista.

"Es hora de que las personas que hacen daño a otras asuman la responsabilidad de sus acciones", leí. Y me atravesó. Joder, Attiya Khan, qué razón y qué valiente, por otra parte, enfrentarte a tus fantasmas.

Cogí aguja e hilo y me cosí la misma piel para alejaros en cuanto estuve preparada. Aunque eso no lo sabéis, porque ya no estabais para escuchar mis gritos de dolor. La primera vez fui torpe, nos herí a los dos, y soy consciente de ello, pero la segunda fui más certera y práctica. Ya acumulaba la primera experiencia, y me ayudó a mantener el pulso firme. La recuperación, la segunda vez, fue un alivio rápido e indoloro. Supongo que fue porque ya cargaba meses de destrozos a las espaldas.

Los dos me perturbasteis. Sacudisteis mis cimientos. Me hicisteis mucho daño y, sobre todo, contaminasteis mi cerebro hasta el punto de que me perdí a mí misma. Y los dos, los dos casi al unísono como si esto fuera una peli, seguís creyendo que tenéis derecho a reaparecer, culparme y escupir mi nombre en vuestras noches más oscuras y etílicas. No. Vengo a deciros que no es así.

Siempre he optado por haceros a un lado, sacaros de mi vida porque sólo lo radical puede ser efectivo, e ignoraros con cordialidad cuando intentabais llamar a la puerta de nuevo. Pero a veces me pregunto si debería sentarme en frente de vosotros y relataros todo el daño que me hicisteis. Siempre he pensado que ni siquiera eso merece la pena, pero, por otra parte, ¿vosotros sois conscientes del alcance que tuvieron vuestros actos? ¿O seguís encerrados en vuestro microcosmos calentito?

Pero iré por partes.

Tú, el primero: destrozaste mi autoestima. Comparaste mi cuerpo con cuerpos mejores, sistemáticamente durante toda la relación, y creíste que mi cuerpo te pertenecía por encima de todo. Tú, tú me hiciste pensar que yo no era bonita, ni digna de absolutamente nada. Jamás compartiste mis éxitos y te negabas a que desplegara las alas. Tengo tus frases clavadas en la espalda. "Qué buena vas a estar cuando des el estirón", "Ella está más buena pero tú eres más mona de cara", "Con esos gemelos que tienes no vas a entrar por la puerta", "Pareces un tronco de árbol, así, cuadrada, sin curvas".

Por suerte, te siento tan lejano que he aprendido a volver a quererme, aunque, créeme, protagonizas algunos de mis recuerdos más oscuros.

Y tú, el segundo, me marcaste para siempre convirtiéndome en una persona insegura de sí misma. Todavía hoy siento que mi palabra no va a merecer la pena porque no merezco expresar mi opinión. Me acostumbraste a que mis versiones no sirvieran. Me hiciste sentir una amenaza sin serlo. Acabé perdida, pero por suerte ya cargaba otra experiencia a las espaldas para mantenerme lúcida y lograr deshacerme del veneno después de un tiempo corto pero extremadamente doloroso.

A menudo creo que no merece la pena que dedique tiempo y letra a esto. Pero otras veces me digo a mí misma: "Coño, ¿por qué no?".

Por supuesto que no os echo la culpa de absolutamente todos mis males. Mis defectos o mis traumas no vienen exclusivamente de cómo me tratasteis, aunque tuvisteis una aparición estelar. Pero de veras me gustaría que asumierais la responsabilidad de vuestras acciones. Lo espero de corazón. Aunque yo no seré testigo de ello. Pero ojalá lo hagáis.

Y tal vez así podáis entender que cuando habláis de mí en ese tono o me habláis con ese otro tono me entre la risa floja y, de verdad, no comprenda cómo sois capaces de pensar que voy a querer irme de cañas con vosotros. De verdad, qué cosicas tenéis.


domingo, 12 de noviembre de 2017

Tierra.

Soy consciente de que suelo caminar al borde de un límite peligroso. Hace varios años comprendí que cuando más segura me sentía era cuando estaba sola. Es verdad. Puedo hacerme la valiente e ignorarlo (qué cobarde, por otra parte) pero hay un segmento de mí que siempre se mueve al borde de la soledad escogida porque mi yo más cabezón insiste en que así estaré a salvo.

Y en parte es cierto. ¿Cuántas veces hemos intentado hablar de cómo nos sentíamos y hemos topado con incomprensión o desinterés con un dolor parecido al del can cuando su dueño le atiza en el morro con un periódico enrollado? En esos momentos, al menos yo, huyo al sitio más calentito de mi interior, aquel en el que no penetra nadie que no sea yo misma, donde el pensamiento se alarga infinitamente y me cubro de silencio. Y ahí reside el peligro. Es tentador quedarme ahí, sentada ante la lumbre de mi autorreflexión.

Estuve años allí. He estado durante años allí. A periodos, largos o cortos, envuelta en la misma manta.

Pero todo es un engaño. Un engaño recubierto de egocentrismo.

Lo sé porque luego me choco con los ojos de alguien a quien aprecio y mi carne se vuelve trémula y mi pecho arde, hambriento y furioso. Sé que ese es mi yo más yo, el que se derrite ante las hogueras de otros, y durante años también negué que fuera cierto y me empeñaba en echar el candado todas las noches. Nunca funcionó; no creo que el aislamiento le funcione a nadie nunca. Suele ser uno de los engaños más comunes, pero no funciona.

Sin embargo, como digo, es tentador volver a esa habitación sin puertas ni ventanas, recluirme creyéndome herida y comprobar que estoy a salvo. Sola y a salvo. O sola pero a salvo. No lo sé. Es difícil comprender y aceptar que un territorio tan inhóspito me hace sentir tan segura.

viernes, 10 de noviembre de 2017

Pulsión.

De vez en cuando siento que podría encerrarme, no volver a salir nunca, despojarme de las formas y aprehender todo lo que pueda, dejar de ser yo para reconstruirme, y aislarme, aislarme de todo lo que contamina, para entregarme a la creación más brutal y salvaje, también la más utópica, y abrirme en canal, mientras respiro, todavía, sólo para poder transmitir de verdad tantas cosas que palpitan sin descanso ni rumbo, revistiendo mi rostro de seriedad y ceniza, re-volviéndome pensativa, silenciosa, inexperta y tan ignorante que me encerraría, para no salir ya nunca.

Dijo Federico:

"Cuando las cosas llegan a los
centros

no hay quien las 
arranque."
FGL

jueves, 2 de noviembre de 2017

Apoyos.

"Los apoyos son importantes, valiosos. Perder el apoyo de alguien es hundirte un poquito más en el fango en el que se convierte tu vida año a año.

¿Y sabes cuándo pierdes el mío? Cuando te respondo como un robot porque me has hecho ya tanto daño que has dejado de interesarme como ser humano."

domingo, 22 de octubre de 2017

La felicidad.

Supongo que tiene que ser algo parecido a tú y yo, 
merendando un domingo, 
encima de la cama, 
viendo una serie
tan friki y tan vieja 
que ni siquiera voy a transcribir su nombre aquí.

"Me gusta que estés aquí".

lunes, 16 de octubre de 2017

(Tiempos raros)

Creo que tengo los ojos heridos. Aparentemente están sanos, lo sé, pero sin embargo mi mirada está dolida, ácida cada vez que se posa sobre alguien en el ir y venir infame de esta ciudad que tanto frío me da últimamente.

A veces me asusto. Sentir pena de sentir pena. Si me descuido, me encuentro acusándome a mí misma y gritándome que no tengo absolutamente nada que ofrecerle a nadie. Que no hago más que dar vueltas para fingir que no sigo atascada. Si me descuido allí estoy, por partida doble: estoy yo, sentada en un rincón, casi paralizada; y estoy yo también, de pie, desafiante, apuntándome con un dedo desde las alturas y con los ojos llenos de heridas.

Me asusta mimetizarme finalmente con el cemento, terminar de caer hacia abajo, seguir hundiéndome, de golpe, como llegando hasta un final que sé que no existe, pero que a veces me acecha, como hoy, cuando no tenía fuerzas ni para coger el metro y seguir con el trajín.

Y es que es cierto. Ese miedo. Esos pensamientos pastosos que me asaltan y me cubren por completo, asfalto líquido todavía, llenándome de manchas que sustituyen mi piel, que ya no brilla, porque me niego. Me niego y no quiero. Y, sin embargo, lo hago. Por qué. ¿Y si es verdad? Que no tengo nada que ofrecerle a nadie. A nadie. Se abre una grieta gigantesca ante mis pies y el tropiezo es tentador. ¿Con una tía así quién coño quiere estar?

Pero mi razón se sobrepone, sea como sea, y me repite que son unos minutos, unas horas, que no pasa nada, que a veces es normal. Y lo creo, con contundencia, pero mientras tanto mi piel sigue gris y mi pecho vacío, oscuro, esperando el momento de desbordarse, con lentitud, y tal vez llevarse esos arañazos de ira e insatisfacción que luzco en los ojos, por dentro, muy dentro, donde al final sólo puedo entrar yo.

Ojalá no hubiera escrito esta canción.

domingo, 15 de octubre de 2017

M.

¿Te echaré de menos? No lo sé. Te veo tan cambiada que no lo sé.

viernes, 13 de octubre de 2017

Préstame tu fuerza 
y haz que no me vuelva a caer 
Si ya te lo he pedido 
esta será la última vez

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Marzul.

No puedo ni fechar ni ubicar esta carta. Estoy en algún lugar debajo de la tierra, y contar los días del calendario es un privilegio que perdimos hace mucho. De hecho, ni siquiera sé si esta carta te llegará en algún momento. Dado lo que estamos viviendo, imagino que no.

Pero tenía que escribirte. Hoy me ha ocurrido algo que hace tiempo te habría contado antes que a nadie, y, de alguna manera, he sentido la necesidad de sentarme a escribirte, aunque sea rodeada de escombros y tristeza.

Ya no sé cuántas compañeras he visto ser asesinadas. Nos están masacrando, sin descanso, y yo salgo un día tras otro para encontrarme con lo mismo. Y las desaparecidas... No quiero ni imaginar qué amargo destino nos espera si nos atrapan vivas. Esto es terrible. No sé. Jamás pensé que me quedaría sin adjetivos para describir un horror como este. Pero, ¿cómo imaginar que algo así iba a ser posible?

Lo que peor llevo creo que es la falta de solidaridad y tolerancia. Veo traiciones en cada rincón de cada calle, zancadillas, puñaladas por la espalda... En ocasiones así, ¿cómo mantener la creencia de que todos hemos salido de los mismos vientres y nos han criado las mismas manos? No dejo de pensar que me bajaría de esta raza en marcha. Ahora mismo.

Pero hoy me ha ocurrido algo, como te he dicho. Una de esas cosas que merecen la pena tener en cuenta.

Cuando hemos vuelto, antes de que me llevaran al hospital he querido ir a ver a P. Sé lo mucho que sufre con todo esto, y lo perdida y confusa que se encuentra. No la culpo. Me ha recibido con las lágrimas en los ojos que luce siempre, y nada más verme me ha reprochado la nueva incursión. Nada sirve con ella; siempre tenemos la misma discusión.

A los segundos me ha abrazado, con fuerza, y he sentido su tripa hinchada entre nosotras, y en sus brazos, como si fuera la primera vez que lo supiera aunque los dos sabemos que no es así, he sentido de verdad que no había patrias ni banderas, y que las fronteras sólo las marcaban ellas. Mi hija, mi futura nieta y todas las que aquí habitamos. He comprendido que ese momento podía lavar toda la sangre seca de mis ropas. Ese momento, P. y estas cuatro paredes con las que intentamos construir un nuevo hogar a pesar de todas las pérdidas humanas.

¿Sabes qué? Nunca he tenido tanto miedo a la muerte como en ese instante. Me he sentido tan aterrada que no he podido moverme, así, como estaba, entre los brazos de mi hija.

Y, justo entonces, como apoyando nuestros calores, la pequeña ha dado su primera patada. P. ha dado un respingo y ha roto a llorar, mientras me apretaba fuerte la mano y las dos juntas buscábamos de nuevo ese signo de nueva vida.

Esa patada me ha parecido el gesto más revolucionario que he vivido en los últimos meses.

He comprendido que mi patria son ellas, y que eso sí que se extraña.

No me tiembla el pulso cuando escribo, letra a letra, que hoy ha sido mi último día en la Superficie.

A pesar de todo, albergo la esperanza de que volveremos a vernos algún día.

M.

martes, 19 de septiembre de 2017

Sí.

La Navaja de Ockham es un principio que, a grandes rasgos, estipula que la explicación más simple y suficiente suele ser la más probable. Cuando me pierdo en razonamientos que se ramifican, a menudo acudo a esta afirmación, una guía más que una regla, y me obligo a desandar un trecho para pensar de la manera más sencilla posible.

También cuando siento que estoy perdiendo la visión entre tantas brumas que yo misma provoco y que casi siempre vienen acompañadas de jaqueca. Así que, de nuevo, allá voy, a lo más simple:

A la pregunta de si quiero estar contigo, respondo sí.

Y eso me es suficiente para respirar hondo un par de veces y pensar que, pase lo que pase, estoy en la dirección correcta, la que me conduce a ti y a los días contigo. Y así, cuando voy desenmarañando los miedos, soy capaz de sonreír cuando te recuerdo tosiendo por un pendiente rebelde o me calmo casi inconscientemente al despertarme en mitad de la noche para buscar a tientas tu sudadera y volverme a dormir abrazada a ella.

No diré que no soy perfecta, porque la afirmación va mucho más allá: soy muy, muy torpe. Soy torpe y me han hecho daño, como a casi todos en este planeta, y si me quitaran la palabra escrita mi capacidad de expresión se vería reducida considerablemente. Quiero escribirte porque todavía la tengo, la palabra, y porque para mí es la manera de mostrar por qué y por quién y quiénes laten los ritmos en mis venas.

Puede que esté perdida pero sí sé que necesito notar tu frente junto a la mía, y que me divierto cada vez que buscándote cerca choco con tus gafas y quiero atravesarlas para poder zambullirme dentro de tus ojos calmos, pacientes, que saben mirarme para hacerme saber que nada tiene que salir mal. Que nada tiene por qué volver a salir mal.

Voy a repetirlo, que no viene mal, y así me duermo con estas palabras sobrevolando mi consciencia:

A la pregunta de si quiero estar contigo, respondo sí. Sin dudarlo ni una milésima de segundo.

lunes, 18 de septiembre de 2017

La tristeza.

Lo que ocurre con el feminismo y algunos seres queridos es como una historia de desgaste. Al final las risas y la mofa constante de amigos y familiares derivan en una desgana selectiva; esa, esa persona que en una cena con amigos vuelve a reírse a gritos de que sea feminista a pesar de que en privado me respete o finja hacerlo, esa, justo esa persona, acaba fuera de mi círculo más íntimo.

Y para mí se trata de una pérdida. Y toda pérdida, máxime si tiene que ver con la gente a la que quiero, duele.

Pero se trata de preservar mi salud mental. No entiendo, a veces no entiendo. No entiendo por qué un hombre considera tan ofensiva la reivindicación feminista cuando respeta otras como la racial o la homosexual. En fin, quiero decir... Sí lo entiendo, pero no quiero aceptar que personas a las que quiero y respeto cumplen esos motivos porque, de nuevo, me resulta decepcionante.

No obstante, como casi todo en la vida, se trata de sobrevivir, y yo no me considero defensora de la igualdad para aleccionar a aquellos que, aunque me quieren, no se paran a pensar si me están haciendo daño o no con su inseguridad disfrazada de bravuconería. Hay un error generalizado que consiste en creer que nos declaramos feministas para educaros.

De mis seres queridos, espero comprensión y, al menos, una oreja abierta para escuchar mis motivos. Pero si eso no ocurre, de manera sistemática, acabo apartando a esa persona de una parte esencial de mí, y me pierde, nos perdemos, pero es que no conozco otra manera de sentirme a salvo y de mitigar el malestar que cuando esto ocurre surge en medio del pecho, justo encima de la boca del estómago. Creo que es allí donde habita la tristeza más honda. 

jueves, 14 de septiembre de 2017

Las secuelas.

Ojalá las batallas terminaran con las últimas estocadas y las expiraciones más tardías. Pero por desgracia la sangre y la tierra dejan ríos y huellas difíciles de borrar, que pueblan sin remedio todos los paisajes de mi mente. Apenas recuerdo los tiempos en los que me miraba las palmas de las manos y no veía cicatrices.

Hace mucho tiempo que dejé mis primeros paisajes atrás. Ahora entiendo que la falta de experiencia contribuyó a que tuviera tantísimo frío, y a que abandonara todos los campamentos sin borrar mis huellas ni apagar ninguna hoguera. Ya no me estremezco si me topo con ellos; supongo que esa siempre es la señal de que uno ha salido adelante.

Y esa mansión polvorienta, con toneladas de promesas amontonadas en el desván... Recuerdo el momento en el que de verdad eché la llave y la arrojé lejos. Me hizo falta habitar en otro piso para darme cuenta de que estaba preparada para abandonar esos pasillos que ya parecían un mausoleo. No echo de menos esa casa y esos jardines. Soy incapaz de añorarla. La chimenea estaba siempre encendida, las estanterías llenas de libros, la cama a punto para deshacer las sábanas entre dos... Pero no podía salir. No podía ir más allá de los límites de esa propiedad. Olvidé el tacto de las tierras del bosque en mis pies, incluso llegué a pensar que jamás volvería a ver el mar. Cada vez que la recuerdo y siento las junturas de mi piel intactas mis pulmones se llenan de oxígeno. También era hora de seguir adelante.

Sin embargo, cuando me curé de mis heridas la cojera no se fue, y caminaba a trompicones, sin poder cubrir todo el terreno que a mí me hubiera gustado. Todas mis batallas no habían terminado a pesar de estar sola y yo, aunque sabía la respuesta, sólo podía preguntarme por qué.

(...)

lunes, 11 de septiembre de 2017

sábado, 9 de septiembre de 2017

La soledad.

Es como un escalofrío
que se queda.

Como si deshiciera las maletas en tu frente
y, casi sin
mirarte,
se adueñara de uno de los lados de la cama.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Irremediablemente.

Y aquí estamos, un año después; pienso mientras mi respiración se normaliza. Como si fuéramos los protagonistas de una comedia de enredos y acabara de terminar la temporada con un final apoteósico.

Y aquí estoy; pienso mientras te miro con los ojos llenos. Con esa película fina y transparente que recubre las pupilas cuando están mirando de verdad.

He sentido que se abría en mi pecho una grieta que irradiaba luz. Justo en ese momento en el que me revolvía e inspiraba fuerte tus últimas palabras, mientras te abrazaba con fuerza, como si no hubiera otro alimento que tu cuerpo y mis ojos no supieran funcionar sin tus ojos.

martes, 29 de agosto de 2017

Yo empezaría con un: ¿Qué tengo que hacer para vivir al día? Y dejar de pensar en los días que se me comen, como si ya estuvieran aquí, que parece que los tengo merendándose las costuras de los bajos de mi pantalón.

¿Qué busco? Qué busco, me pregunto sin cesar. El otro día me desperté queriendo escribir algo que ya escribí en diciembre de 2010, cuando mi corazón estaba convulso y mi inexperiencia a punto, pero mi pecho quería llenarse de experiencias a pesar de que tuvo que pagar el peaje de permanecer más de un año cerrado y oscuro.

El texto fue este:

¿Qué queremos exactamente? ¿Qué es lo que nos mueve a buscar? Buscamos alguien para liberarnos una noche, o alguien para caminar con él de la mano. Buscamos un instante de consuelo etílico o evitar beber para que no podamos decir ni hacer nada de lo que luego podamos arrepentirnos. Buscamos redimirnos e intentar pensar en no salpicar a nadie de dolor o hacer lo que más alivie nuestra angustia, que crece, independientemente de quién esté por medio. Buscamos el hogar de aquí, o el hogar que dejamos reposar hasta Enero, sintiéndonos extraños.
Qué buscamos exactamente. Yo no sé si busco unos labios o los míos propios cortados del cierzo. Busco no hacernos daño y no enturbiar nada de lo vivido. Quitarme esta pesadez de encima y curarme un poco más las ojeras, porque tal vez si me duele menos por fuera también dolerá menos por dentro. Busco un tiempo muerto, una regresión en la memoria, para no tener tantos nombres y tantos rostros que me bailan mezclados con humo y sabor a ron. Busco momentos que ya viví, que se consumieron, y que me están abriendo las cicatrices. Para que no olvide que siguen ahí.

Recuerdo el dolor que vino poco después. El amor y el dolor, el crecimiento obligado, mi alma arrastrándose por cada esquina como si no supiera seguir adelante sin anhelo, sin otro cuerpo, sin otros ojos que me prestaran su luz.

El dolor y el amor. ¿Qué busco? ¿Qué queremos exactamente?

¿Mi ansia por la cercanía de los días es un reflejo de la desorientación? Es un error considerarse valiente. Me he acostumbrado tanto a mi palacio de cristal que aunque sé que es una ilusión permanecer aquí me aterra abandonarlo. ¿Cómo pueden tener tanto poder las cicatrices? Ya tienen mi piel, ¿por qué quieren tener también la extensión de mi presente?

Es extraño saber lo que busco pero tener miedo a pronunciarlo en voz alta si esa certeza incluye otras personas que no soy yo. He pasado años grabándome a fuego la distinción entre lo que es y lo que me gustaría que fuera y ahora me siento perdida ante la realidad que no me pertenece. Para mí es un campo minado aventurarme más allá de la mano de alguien. Y no me dan miedo los impactos, ni la sangre, ni el riesgo a que la tierra explote de repente... Entonces, ¿qué ocurre? ¿Qué busco? 

Supongo que me asusta la incomprensión. No poder llegar al nivel de entendimiento que a mí me gustaría porque la experiencia me ha enseñado que para muchos siempre es más fácil la mentira que la empatía. Supongo que eso es. Que, en lo que amor y dolor se refiere, me acostumbraron tanto a que mi palabra no sirviera para nada que ahora antes de abrir la boca ya estoy pensando que lo que voy a decir no tiene sentido para la persona que tengo delante. Y por eso me desgano y me callo, me hundo, levemente, cada vez un poquito más, y acabo preguntándome si funciono al revés. Si tendría que replantearme mi significado de lo auténtico y sobre todo de lo vital que resulta algo así para mi existencia.



jueves, 24 de agosto de 2017

Islandia.

Estoy sentada en una terraza de Olimpia (hay millones en toda Grecia), hablando sobre Guatemala con una viajera argentina. Observo las escasas ventanas encendidas en este pequeño lugar entre montañas y mitos, y mi mente se desplaza a los días de junio que pasé en la isla del fuego y el hielo, en todas sus cascadas y sus volcanes, sus glaciares y sus fumarolas y sus carreteras kilométricas que recorrían algunos paisajes también inhóspitos. Esto tiene que ser la vida; Islandia, Grecia, Guatemala o cualquier sitio dispuesto a dejarse descubrir.

lunes, 21 de agosto de 2017

viernes, 4 de agosto de 2017

VI.

Pasa... Te estaba esperando.
Vaya frase, ¿verdad? Suena a frase hecha de una manera desalentadora, pero es verdad, te estaba esperando. Por eso la puerta abierta, por eso esta tranquilidad que ahora presencias. Tú... Tú... Pasa, pasa, no te quedes ahí. Este lugar es tan tuyo como mío.
No, no pongas esa cara, no... Tú eres una de las criaturas más extrañas que han pasado por mis manos. Pero al conocer tu composición, al estudiarla, pude entenderlo... Tú... Tenías que llegar. Para mí es un honor que hayas venido. Lo contrario me habría decepcionado. Ven. Acércate.
¿Ves todo esto? ¿Lo ves? ¿No te parece maravilloso? Vaya... No puedo cansarme de contemplarlo.
Míralos. Mírate. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué precindir de materia prima? ¿Por qué eliminar a tu enemigo si puedes convertirlo en tu herramienta? ¿Qué hay más grandioso que conseguir que tus enemigas construyan tu imperio?
No fue fácil, no... Tuve que dejar de sentir muchas cosas para poder comenzar a separar esas pieles, esa carne, a remover sobrantes, añadir... Ah, las pruebas. Erais seres imperfectos por aquel entonces. Y ahora... Míralos, son todos excepcionales, a pesar de que muchos vienen de una materia podrida. Sí, podrida. Sí... Vosotras... Vosotras ya no aportabais nada bueno. Ah, nada... Nada...
¿Qué persona antes había conseguido evitarse la gestación? ¿Quién ha sido tan brillante para poder prescindir de esa parte de la supervivencia? En el fondo, erais carne y hueso, como todos. De la carne al metal hay poco, muy poco, y sólo fue cuestión de tiempo. Pero tú... Tú... Contigo no funcionó. ¿Por qué? Por qué... Supongo que no podía ser todo perfecto en la Superficie. Sí, supongo... Supongo... Te estaba esperando. Sabía que vendrías. No podía ser de otra forma. Y ahora... Ahora...
Has venido a matarme, ¿verdad? Quieres matarme. Por eso has subido hasta aquí. Por eso saliste de tu agujero en llamas. Porque estabas llena de rabia, sí... Porque tú... Tú... Tú tienes el Elemento. Tú lo tienes. Por eso no funcionó contigo. Querías mucho a tu abuela, ¿verdad? Verdad... Y... Sus historias, las historias que te contaba, algunas... Algunas eran...
Crees que vas a matarme. Tienes miedo, pero vas a hacerlo porque es lo único que te mantiene con vida. Sí... Acércate, puedes hacerlo, no quiero que te quedes atrás.
Mírate... Eres perfecto. Perfecto. Como todos... Sin embargo, por dentro... El Elemento. Tú. Podías no existir y, sin embargo, estás aquí. Queriendo rebanarme el cuello aunque la idea de quitar una vida humana te provoque náuseas, ¿eh? Sí... He dicho vida... He dicho humana.
Pasa, pasa, de verdad... Ven hacia mí. ¿Ves lo que llevo colgando del cuello? ¿Lo ves? Vas a necesitarlo si quieres volver a lo que eras antes. ¿Quieres? O, tal vez... Contémplalo... ¿Has visto todo esto? Podría ser tan tuyo como mío. Pero aquí estás... Aquí... Y, primero... antes de nada, sin falta... Tienes que matarme.

El Silencio.

A mis padres, Marcos y Ana, víctimas inocentes
de la guerra y sus consecuencias.

A mi hijo Marcos, y a su madre, Vida Sender.

A las nuevas generaciones en cuyos surcos
hemos sembrado nuestra historia.

A mis camaradas de cautiverio y a todos los hombres
y mujeres del mundo que lucharon
y siguen luchando por la libertad.

(MA)


He comenzado las memorias de Marcos Ana y no he podido evitar que me doliera el pecho al imaginar cómo tiene que ser pasar más de media vida en la cárcel por tus ideas políticas y culturales. No lo entiendo. ¿Cómo pueden tener ideología la muerte y la memoria?

A menudo le doy vueltas al dolor implícito en el hecho de que cada vez estoy más segura de que las instituciones están esperando a que los últimos supervivientes de las masacres de la Guerra Civil mueran. Cada vez quedan menos, y en cuanto su voz se extinga, habremos perdido cualquier testimonio en primera persona de las atrocidades que tanta gente tuvo que sufrir durante más de 40 años.

¿Pero cómo es posible que se siga defendiendo lo indefendible? ¿Cómo es posible que las vidas humanas sean una herramienta de los poderosos? Me hierve la sangre cuando pienso en el castigo de las cárceles y del paredón, y en cómo ese castigo no ha cesado porque con un par de disparos la carga pasó a sus familiares: ¿sabrían ellos que no les dejarían enterrar a sus muertos?

Nací cuando, en teoría, en España la paz cabalgaba a lomos del progreso. En mi libro de texto de Historia de España contaban que la Transición fue un periodo modelo, que se alcanzaron pactos por la paz que querían cerrar las heridas de décadas oscuras en el país. Aparecían fotos de líderes dándose la mano en el Congreso. Sonreían, posaban, parecía que habíamos hecho todo bien.

Pero más allá de esos párrafos lo que se me grabó de esos años de estudio fue una frase de mi profesor que introdujo en mí un cambio de enfoque absoluto.

La diferencia de los crímenes del Franquismo con los de cualquier otro conflicto o bando, es que esas muertes estaban institucionalizadas, nos dijo.

Comprendí que una firma tenía el poder de arrebatar varias vidas de golpe, en apenas segundos, y empecé a ser consciente de que vivo en un país construido sobre los escombros de la vergüenza y de la sangre. Que todo son esquirlas y baldosas mal puestas, y si levantas una encuentras lo que de verdad siembra la tierra de España: cadáveres sin nombre, arrojados a fosas comunes, gritos ahogados de los muertos y sollozos silenciados de las familias que exigen una justicia que cada vez las leyes bloquean con más fuerza.

¿Cómo es posible? De verdad: ¿cómo es posible? ¿Cómo podemos sentirnos con derecho a elegir sobre la vida de otros?

Grito de nuevo la misma pregunta: ¿cómo pueden tener ideología la muerte y la memoria?

Miro a mi alrededor y se me rompen los nervios al darme cuenta de que vivo en un sistema orquestado para olvidar e indultar a los que tienen las manos manchadas de sangre. Tenemos unas fuerzas armadas y de seguridad a las que no les temblaría el pulso contra su propio pueblo con tal de proteger a los que se refugian en sus despachos y les prometen un plato caliente diario y unas buenas vacaciones cuando llegue el momento. Vivo rodeada de personas que educan a sus hijos para que señalen con el dedo a los perdedores (como si alguien ganara en una guerra) y griten con el brazo en alto el nombre de un dictador que no es más que el rostro visible de un sistema podrido, asesino y que sigue perdurando disfrazado de una falsa democracia.

Luego los peligrosos somos nosotros. Siempre nosotros. Los que hablamos de cunetas y Lorca, los que nos negamos a olvidar porque somos unos pesados y no queremos pasar página, los que exigimos que todo el mundo tiene derecho a la memoria porque para la libertad ya es demasiado tarde. Qué asco. De verdad. Luego los peligrosos somos nosotros, por rechazar esta puta dictadura del silencio.

Como animales hambrientos.

Echo de menos los inviernos sin prisas en Zaragoza. De verdad. La noche cerrada y temprana, los rincones para escapar del frío, caminar a paso rápido por las calles apagadas. Echo de menos los días entre semana, el tiempo más allá de un fin de semana tembloroso. Lo pienso y mi cuerpo se resiente. Tengo algo, agazapado adentro, que me manda señales, cada vez más fuertes. Cada vez más constantes.

miércoles, 2 de agosto de 2017

El vértigo.

Atesoramos nuestras historias. Muchas veces podemos intentar relatarlas, pero jamás nadie las va a conocer como las vemos nosotros, proyectadas en las paredes internas de nuestro cráneo.

Supongo que a veces nos da rabia no poder transmitir alguna vivencia. Porque para nosotros es tan clara y está tan llena de energía que queremos contagiarla, hacer vivir a nuestro interlocutor cada centímetro de esa electricidad. Pero al final siempre cunde un pequeño desánimo, una decepción basada en que nunca podremos expresar con fidelidad lo que nos hace sentir un recuerdo grabado en la memoria.

¿Por qué? Por subjetividad, primero; el filtro que aplicamos al escoger las palabras y el lenguaje corporal no es casual y ya está moldeando la percepción de aquel que nos escucha.

¿Por qué más? Porque son sólo nuestras. Existe una especie de celo primigenio que las protege, porque son sólo nuestras, de nadie más, las vieron nuestros ojos, las sintieron nuestra piel y por eso no hay nadie más digno que nosotros mismos para enarbolar la bandera de ese momento.

¿No os da miedo, en ocasiones, ser tan vulnerables ante la falta de seguridad en aquello que otros nos cuentan? Si mis historias son mías, ¿acaso no son suyas las suyas, y de nadie más? Atesoramos nuestras historias, y también escogemos a quién contárselas, y cuándo, y cómo.

Sin embargo, ¿qué ocurre cuando se nos demanda una información que no queremos compartir? ¿Cómo manejamos ese cruce del límite que no viene de nosotros mismos?

Me empeño tanto en proteger mis historias y las del resto, y no presionar a nadie para que no se sienta obligado nunca a contarme nada que no quiera, que tal vez por eso me gusta inventar tantas ficciones. ¿Estaré nombrando inconscientemente interlocutores a todos los protagonistas de esas líneas en las que vierto tiempo e imaginación? A ellos los conozco; sé lo que piensan, sé cómo son, sé lo que sienten aunque a menudo me sorprenden guiándome de manera rebelde, pero sus cuerpos no dejan de estar hechos del material que yo elijo.

A ellos puedo controlarlos, pero no a los demás. Con los demás revivo ese pequeño vértigo, esa mirada oscura que escudriña el rostro que tengo delante, que descansa si confío y se eriza si algo no me convence. Ese pequeño vértigo que siento siempre cuando las historias no son mías y, a pesar de todo, quiero conocerlas.

viernes, 28 de julio de 2017

Etapas.

Al vacíar mis cajones no me he sentido triste. Tal vez porque todavía me queda mañana; o porque aún no lo he asimilado; o igual es consecuencia de haber tomado esta decisión yo misma. El caso es que sólo podía pensar en las etapas, en cómo se van sucediendo una tras otra desde que salimos del camino premarcado de los estudios obligatorios, y en que cada vez -creo- me es menos difícil desprenderme de todo lo acumulado en ese fragmento de camino.

¿Será porque de verdad nos va siendo más fácil? ¿Será porque nos hacemos más duros o simplemente más insensibles ante la pérdida? ¿Es porque maduramos, o cambiamos, o sencillamente nos volvemos más egoístas? ¿Acaso cambia cómo percibimos la intensidad de todo lo que nos ocurre?

No sé cómo será mañana, con mis cajones vacíos y mi escritorio limpio. Con la presencia de Chuchi a mi izquierda por última vez y la nostalgia por adelantado de su piel morena, sus gafas de pasta y su sonrisa blanca y reparadora. O con la verdad inevitable de que a Mary le queda poco, muy poco, y a lo que me quiera dar cuenta no sólo no estaremos juntas en el café de media mañana, sino que ella se habrá marchado a Soria y será más imposible todavía volver a reírme con ella entre burbujas de cerveza.

Siempre me han horrorizado los cambios. Se me dan fatal los principios de cualquier etapa. Pero cada vez creo con más firmeza que el movimiento llama al movimiento, y que si hay algo que no me gusta tengo que atacarlo y modificarlo para poder buscar mi bienestar.

En ocasiones así, veladamente, acude a mí el recuerdo aprendido de mi abuelo paterno, y siempre acabo preguntándome si vendrá de su sangre este rechazo a las normas que considero injustas para el ser humano. Puede que sea ingenuidad, juventud, espíritu poco machacado; puede ser, no lo niego. No obstante, de momento quiero seguir mi propio camino. No sé adónde me llevará. Pero ahora puedo, y de eso se trata.

Y sí sé que en estas dos últimas semanas he vuelto a sentirme feliz, a amar Madrid como lo hacía antes y a recorrer sus calles con ganas y no con rechazo gris a sus junglas de cemento. He vuelto a disfrutar de la compañía de los míos, y a sentir que los echaré de menos si algún día me marcho de verdad, y a mis venas ha vuelto la percusión que parecía haberse marchitado en los últimos meses. Todavía no sé si esto es lo correcto, pero sé que es lo que necesito. 

Y sé que me siento bien.

lunes, 24 de julio de 2017

No sé qué decir. ¿Hasta qué punto podemos evitar que otros sufran? ¿Dónde empieza y dónde acaba nuestra capacidad de actuación? ¿Cómo es posible provocar emociones en personas que no nos han visto nunca?

Conforme acumulamos más experiencias más susceptibles somos de vivir conflictos que, en realidad, no hemos provocado. Las personas que nos cruzamos, directa o indirectamente, a veces juegan un papel activo en nuestros pasos cuando eso solamente debería ser una capacidad propia. El remedio no puede ser otro que aguantar la posición, susurrar palabras de paciencia y esperar a que el camino, de nuevo, esté despejado, porque así debe ser siempre.

jueves, 20 de julio de 2017

El cumpleaños.

¿Qué escribirás?, me preguntaste. Pero yo no lo sabía. Y era cierto.

Me dije que cuando llegara el día vería si acudía a mí algo o, por el contrario, no sentía el impulso de rellenar el espacio en blanco que dejé debajo de ese título hace unos días.

Y es hoy, y acuden a mí estas ganas de viernes, que estaban ateridas en algún rincón oculto, sepultado por promesas a mí misma que hicieron mi coraza más duro; en el que ahora se mezcla el polvo con los rayos del sol que entra, formando una nube de esas que, contempladas, parecen casi polvo de materia.

No deja de ser extraño, pero quiero hacerlo. Mañana es viernes, y quiero tener estas ganas de que llegue. Supongo que, al fin y al cabo...

...aún tengo hambre.

lunes, 10 de julio de 2017

Nada.

No sé qué me ocurre. Me siento parte de nada. De nada. ¿Cómo se puede sentir uno parte de nada? Cuando te sientes parte de algo, ¿cómo ese algo puede ser nada? ¿Algo no debería ser algo?

martes, 4 de julio de 2017

El pasado.

- ¿Y tú, si pudieras volver atrás con el conocimiento que tienes ahora, cambiarías algo?

Reflexiono en silencio sobre la respuesta que él me ha dado hace unos segundos. ¿Cambiaría algo? Siempre me gusta pensar que no, que no me arrepiento de nada, pero estamos hablando de algo diferente. Lo miro y me siento protegida; sé que con él puedo hablar de estos temas porque nos entendemos, y su presencia en esa jungla de hormigón es como un oasis.

- Sí, supongo que sí -respondo al fin.- Supongo que no lucharía tanto por alguien que, a día de hoy, sé que no merecía que yo siguiera ahí.

Eso es. Es verdad.

Si pudiera volver atrás sabiendo todo lo que sé ahora, sé que lucharía más por mí y menos por quien sé que no lo merecía.

lunes, 3 de julio de 2017

La emoción.

Podría hablar de pieles y cadenas, de los cuerpos y las noches que colorean los minutos de tonos plateados y violetas. Podría hablar de tus ojos, de la forma que parecen adquirir durante tus silencios largos, esos que ocurren cerca, muy cerca, aunque alargue la mano y parezca que nunca llego a acariciarte la mejilla. Podría lanzarme a ello, supongo, asumiendo que no hay remedio, pero supongo que no estaría siendo del todo honesta.

Y, sin embargo, prefiero escribir de ti en lugar de sobre mí, prefiero volver a tus espasmos sin preguntarme si fueron los últimos, si fueron merecidos, si hago bien en sentirme bien si dejas de estar lejos.

Es como si supiera que, de un momento a otro, todo va a estallar.

lunes, 26 de junio de 2017

"La violencia engendra violencia"

¿Cuántas veces voy a acabar la jornada pensando Bueno, no ha estado tan mal el día? ¿Y cuántas veces, después de eso, me voy a meter en una sala que va a reducir mi existencia a lo más insignificante?

Cómo puede uno conformarse teniendo delante a esos actores, que sudan y padecen, que gritan y se carcajean, que desgranan cada sílaba para formar palabras que forman frases que, a su vez, forman cuadros vivos de nuestra existencia. Cómo no me van a agitar sus palabras.

"Palabras, palabras, palabras", dirá Orestes.

Sí, palabras, le responderá su madre, las palabras y el cuerpo son lo único que tenemos.

Cuando he llegado a casa, ya de noche, sólo quería escribir. Y C., al ver que no quería conversar, me ha preguntado si estaba bien y le he dicho que tenía que darle vueltas al coco.

"¿Vueltas al coco por lo que pueda pasar este fin de semana?", me ha dicho.

Me ha costado entenderla. Porque la carne, las camas, los juegos terrenales me quedaban muy lejos cuando abría la puerta del portal con ansia, cenaba con ansia y pensaba con ansia. No, no pensaba en el fin de semana, sino en hoy, en el momento presente, en mi cuerpo y las palabras, en este ahora que me sacude, cada día más, pidiéndome que le ponga un nombre a cada historia.

viernes, 9 de junio de 2017

viernes, 19 de mayo de 2017

"¿A qué no sabes dónde he vuelto hoy?"

El amanecer nos había pillado en la carretera. Volvíamos de un fin de semana intenso de rodaje a 400 kilómetros de Madrid, y en apenas unas horas entrábamos a trabajar de nuevo. Intercambiábamos canciones mientras la oscuridad se iba manchando de rosas y azules, y fue cuando L. me habló de este disco, me contó la historia que narra y me puso esta canción, en la que nunca antes hasta ese día había reparado.


Vertical y transversal, 
 soy grito y soy cristal, 
 justo el punto medio, 
 el que tanto odiabas 
 cuando tú me provocabas aullar.

martes, 16 de mayo de 2017

La nota pegada en la puerta de la nevera.

Decía:

Yo ya no te puedo ayudar.
¿No lo recuerdas?

Y la veía cada vez que iba a calentarse la cena. Sin hambre ya.

sábado, 6 de mayo de 2017

El grito.

Si tú supieras
que quería gritarte que te quedaras
conmigo.

Pero no puedo. Me he encerrado en esta posición de enferma de lo racional porque así es mi escudo y no soy ni siquiera capaz de gritar a nadie que no sea yo misma (cuando nadie me escucha). Me gustaría gritarte, de verdad, avisarte de que voy a hacerlo, y hablarte de todos mis porqués, de mis sacudidas y de mis miedos.

Pero no es mi momento. O quizás sí, y prefiero pensar, razonar, que ya lo fue, y así me excuso, y sigo protegida, con un escudo que ya se resquebraja, mientras vuelvo a casa gritándo-me, hablándo-me. Como si tú estuvieras en algún lugar, escuchando, y mi grito tuviera algo de sentido.

miércoles, 3 de mayo de 2017

El despertar.

- No me puedo creer que esté sufriendo.

Lo dicen los nervios danzando en mi tripa y las agujitas de angustia que de vez en cuando acuden a mi pecho. También mi mente, que no para de pensar, y recordar, y de trazar conclusiones que hasta hoy tenían polvo.

Recuerdo la angustia como algo malo. Recuerdo esa emoción como el principio del fin, como la marca en el calendario que hizo que mi cabeza hiciera clic. Y, ahora, sin embargo...

Yo pensaba que la angustia siempre era algo malo.

Pero resulta que hoy. Ahora. Parece que estoy despertando.

El final y el principio.

- ¿Duermes esta noche conmigo? -le pregunto.
- Por supuesto. 

Hay algo en el amor que siempre me he sentido incapaz de comprender. Existe un punto en el que sólo he estado cuando me he enamorado y que ha disipado en parte mi cordura porque me he entregado por completo a ese sentimiento animal. Pero si algo he podido aprender de mis fracasos es a eliminar acepciones de mi definición personal de esta emoción, y ahora sé que en ella no tienen cabida palabras como celos, posesión, desconfianza o control. Cargo con mis historias pasadas a la espaldas pero no quiero que perjudiquen a nadie; quiero que me vertebren para que nadie a mi lado tenga que pasar por todo aquello negativo por lo que me hicieron pasar a mí. 

Miro a A. Es él, sé que es él, y tenerlo claro es como si entrara luz por una ventana que ha permanecido años tapiada.

martes, 2 de mayo de 2017

La valentía.

¿Y si a veces lo valiente consiste en justamente pararse y pensar si el camino que estamos llevando es el correcto?


Una voz me dice: 
"Déjate llevar" 
Otra voz me dice: 
"Mientras puedas escapa"
(JI)

martes, 25 de abril de 2017

La invasión.

¿Qué ocurre cuando uno se siente invadido?

¿Cuando no hay ganas de dar explicaciones, y cualquier gota de energía se resume en no querer dedicar ni una palabra a aquellas personas que no las van a valorar? ¿Cómo es posible que lleguemos a extremos en los que no nos expresamos porque sabemos que el miedo, y el egoísmo, y el egocentrismo, y la pereza de quien tenemos delante van a provocar que no se esfuerce en comprender ni una sílaba?

¿Y de verdad presumimos de lo que nos distingue del resto de los animales?

(Silencio.)

lunes, 24 de abril de 2017

El amor.

Si tuvieras que elegir, ¿podrías decir cuál ha sido la historia de amor que más te ha marcado? ¿Tienes una que te haya removido de tal manera que sabes que va a ser esa siempre?

Las palabras de S, siempre tan sabio, me hicieron reflexionar sobre lo extraños que pueden llegar a ser los recuerdos. Vuelvo muchísimo sobre ellos pero es que, en definitiva, mi materia y mi forma responden en parte a esas remembranzas ocultas, agazapadas en los recovecos de mi memoria. Pero sí, vuelvo a ellos y hoy es para decir que son extraños. Caprichosos. ¿Somos nosotros los que tenemos el poder de activarlos o hay alguna fuerza que no terminamos de lograr entender que los revuelve y los pone, otra vez, delante de nuestros ojos?

Yo creo que, si hemos tenido que vivir una gran historia de amor, ya la hemos vivido. Que ya hemos experimentado esa gran historia, dada nuestra edad y nuestra experiencia. Creo que al que no le ha ocurrido algo así todavía es porque ya no le va a ocurrir.

Son extraños, primero, porque pueden actuar de barrera o de puerta. No a la vez. Si acaso, primero una, y luego la otra. Nos conforman y nos hacen saber qué es lo que nos gusta, lo que queremos para nuestra vida, y, de una manera similar pero contraria, también provocan que en ocasiones salten todas nuestras alarmas. Es cuando no queremos que algo se repita. Entonces también actúan, levantando una tapia kilométrica ante estímulos externos.

¿Crees que hay una historia que nos marca de tal manera que, todo lo que vayamos a vivir después, va a ser a través de ellas? ¿Crees que a veces amar a alguien de una manera tan única nos condena a sobrevivir a base de réplicas menos intensas de esos sentimientos?

Soy una cabezona, y por eso a veces me rebelo ante las cosas que pienso y que no quiero pensar. Puedo pasar unos días concentrada en vaciar mi mente de todas esas imágenes, esos recuerdos, pero al cabo del tiempo me reprendo y me explico a mí misma, una vez más, que hay cosas que permanecen, y tengo que aprender a convivir con ellas en calma en lugar de gastar energías rechazándolas. Porque forman parte de mí, y se van a quedar conmigo, pues así lo decidieron mis pasos.

Yo sé que el día que me muera pensaré en ellos. Sé que ellos vendrán a mi cabeza por muchos años que hayan pasado.