miércoles, 2 de septiembre de 2015

Septiembre: quiero

Cada vez estoy más cansada de los nudos; creo que perdemos mucho tiempo intentando desenredar algo que a veces simplemente ha perdido ya su orden. Quiero sencillez, quiero que aquellos a los que quiero conservar sigan poniéndole color a los hilos de mi tejido más gris. 

Quiero deshacerme de los lastres que sólo me aportan retraso en avanzar, en crecer, en superar todos los miedos del pasado para mirar atrás y sentirme tranquila, y sobre todo enfrentar el futuro con valentía. No quiero arrepentirme de nada, y mucho menos de todo lo que pude y quise hacer y al final no hice. Creo que quiero más que nunca cosas auténticas. Sencillas; sin nudos, sin enredos. Sólo hechos que me abriguen, palabras que me alimenten y gestos que me cubran la piel de complicidad, ternura y comprensión. Quiero todo lo nuevo, pero también quiero que lo bueno no cambie.

Septiembre está aquí, con los primeros coletazos de frío. Toca taparse, y seguir adelante. Siempre hacia adelante.

And here I go again.

viernes, 28 de agosto de 2015

"Vale"

Eternal Sunshine of the Spotless Mind

Joel: ¡Espera!
Clementine: ¿Qué?
Joel: ¡No lo sé! Solo espera.
Clementine: ¿Qué quieres, Joel?
Joel: Solo espera. ¡No lo sé! Quiero que esperes. Solo... un rato.
Clementine: Vale.
Joel: ¿En serio?
Clementine: No soy un concepto, Joel. Soy una mujer jodida que busca su propia paz de espíritu. No soy perfecta.
Joel: No veo nada que no me guste de ti.
Clementine: ¡Pero lo harás!
Joel: Ahora mismo no lo veo.
Clementine: Pero lo harás... No sé, ya se te ocurrirán cosas. Y yo me aburriré de ti y me sentiré atrapada porque eso es lo que me suele pasar.
Joel: Vale.
Clementine: (Llora) Vale. (Sonríe) Vale.
Joel: (Sonríe) Vale.

domingo, 23 de agosto de 2015

viernes, 21 de agosto de 2015

Islas.

Él dijo extasiado que si su avión se estrellara en esa isla, jamás querría volver. A ella se le amortiguaron el resto de palabras en la cabeza conforme iba sintiendo una losa sobre su cuerpo y pensaba: Entonces yo no te volvería a ver.

Pasó algo de tiempo y aunque ella no le dijo nada sí lo escribió, y él reaccionó desinteresadamente y le dijo que sí, que volvería a por ella. Ella forzó media sonrisa mientras notaba el corazón más duro y fortalecido y, de nuevo, pensaba en silencio:

Es demasiado tarde, escuchó esta vez su propia voz retumbando en las paredes de su cráneo.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Instante.

Una sonrisa fugaz en un museo puede comenzar una gran historia.

martes, 18 de agosto de 2015

Compañero de viaje.

Notas de viaje, I.

Ámsterdam es bonita, pero estoy segura de que lo es más con lluvia. Vuelan los chubasqueros. Un autóctono en bermudas corre para alcanzar a su pareja, con un jersey donde se repite el logotipo de Batman. La lluvia no para. Hace algo de frío, afuera y adentro. Los trenes vienen y van a la hora estipulada. Bebo té en la habitación del hotel y me pregunto si así se sienten los escritores que viajan solos de un sitio a otro arrastrando en su equipaje su pena y su cuaderno gastado. Me digo que no quiero saberlo. Pero escribo. Vuelco las turbulencias adquiridas ya en el vuelo en el papel preparado para ello, y un gato negro, famoso y parisino me mira desde su portada. Ámsterdam es la ciudad de los gatos y las bicicletas. También he visto un ratón. Quería hundir mi mano alérgica en el pelo de ese precioso gato de ojos verdes, que se ha sentado a mi lado, dueño del bar, y se ha ido quedando dormido poco a poco. Creo que con quien más quiero hablar es conmigo misma. Pero no. No es así. La lluvia repiquetea en la ventana, mis pies ya no están mojados y en mi pijama se dibujan otros tiempos. No sé si mejores; cómo podría saberlo. La taza de té ya está vacía, como mi tripa. Vacía. Qué ocurre con los distintos tipos de vacío, qué pasa con esta certeza en el estómago que quiere disfrazarse de incertidumbre. Pero Ámsterdam es maravillosa. Sobre todo por sus gatos, y por sus bicicletas.

jueves, 13 de agosto de 2015

La sección trabaja. Se nota, porque son más de las ocho y siguen aquí. La subdirectora mira por encima del hombro lo que el redactor escribe a toda prisa. ¡El Mundo ya lo ha dado, El Mundo ya lo ha dado!, vocifera el redactor jefe.

Anoche aparecieron los cadáveres de dos chicas que habían desaparecido en Cuenca, y el principal sospechoso, el ex-novio de una de ellas, acaba de ser detenido en Rumanía. Trabajan rápido, para que la información sea dada bajo el yugo de un logo lo antes posible. También ayer a una becaria le mandan transcribir los cortes de unas declaraciones para televisión. Un bebé de tres meses ha sido degollado por su madre en la capilla del cementerio y el empleado que lo encontró y el hermanastro del niño responden como pueden a los envites del micrófono. ¿Qué puede contar el que ha descubierto el cadáver de un bebé o el que acaba de perder a su hermano en manos de su madrastra? ¿Por qué se ríe a carcajadas una de las redactoras mientras habla por teléfono de un crimen? ¿Cómo se tranquilizan las familias con los golpes constantes de la Red, del morbo, del debate, de los juicios, de las fotos, de los párrafos que se repiten? Otra carcajada.

Duele el cuerpo de cansancio, de ausencia, de lejanía, de tiempo, de saturación, del mundo, de lo que hay ahí fuera, de los teléfonos que suenan, las risas, los gritos, la rapidez, los logos, el hambre, las teclas. 

Está atardeciendo. Los párpados se caen.

miércoles, 12 de agosto de 2015

AM, II.

La estación estaba llena de gente y, aun así, como por un golpe mágico y brutal, la vio. Caminaba rápida, escuchando música y con la melena ondeando tras su estela de prisa. ¿De qué la conocía? La conocía de algo, pero no recordaba de qué.

Esa noche, cuando volvió a su apartamento, dolorosamente vacío, supo responderse: la conoció en un taller de escritura... ¿Cuándo fue? ¿Hace un año, un año y medio...? Recordó que le quedaban seis meses para casarse. ¡Mierda! Parecía que todo tenía que girar en torno a la boda.

Relajó su ceño, y se acostó. Por primera vez en meses, durmió tranquilo. Y por eso, sintiéndose un ser casi enfermizo, pero en parte liberado, motivado, renovándose, volvió a la estación algunos días después. A la misma hora. No sólo porque quisiera verla, pero sí. Esperando verla. Y la vio.

***

¿Cuántos años tendrá? Era joven... ¿Alrededor de 20? Uf, no más de 25. Aunque igual engaña. En fin, soy un viejo... Y me cortaron las alas.

***

Un día, sabe que ella ha reparado en su presencia. Detiene algo confusa su paso y se queda mirándolo con la duda en su rostro. ¿Lo recordará? Antes de que Alberto aparte la mirada, sintiéndose culpable e infantil, sus ojos vuelven a conectar unos segundos y saltan chispas. Eso cree él.

Y eso comprueba al día siguiente, cuando, sentado en un banco más alejado -todavía se siente avergonzado, probablemente quedó como un pervertido- observa que ella parece buscarlo con la mirada. ¿Lo busca? ¿O se ha convertido todo en una obsesión febril y adolescente que lo hace alucinar?

Al día siguiente, ocurre lo mismo. Por eso, guiándose por una vez por un impulso casi primigenio, Alberto se sube al mismo tren.

***

Está agarrada a la barra del vagón con dificultad, mientras con la otra mano sujeta un libro que intenta leer, ajena al bullicio del tren repleto de personas más felices y con muchas más ganas de hablar que ella. Alberto intenta abrirse paso hacia ella sin llamar la atención; le asusta tantísimo lo que está haciendo... Pero sigue sorteando cuerpos y mentes, para llegar hasta ella y, ¿decirle qué? No lo sabe. ¿Qué está haciendo?

Cuando ya está próximo, alguien le sale al paso y le dificulta el avance. Al final Alberto tiene que acomodarse como puede a las espaldas de ella, lo cual, piensa, le hace parecer todavía más pervertido. Mientras piensa el siguiente paso a realizar y se plantea seriamente bajarse en la siguiente estación y marcharse corriendo, ella levanta la vista, algo triste y cansada, y, reflejado en el cristal del vagón, reconvertido en espejo por la influencia del túnel oscuro que están atravesando, lo ve.

Se quedan mirando durante unos segundos eternos. Ella cierra su libro y deja caer el brazo, que impacta con la mano de Alberto consciente de ello. Alberto... Recuerda su nombre. Cree que él no recuerda el suyo. Él se aproxima a ella y cierra los ojos mientras acerca la nariz a su pelo, electrizado. Ella lo agarra de la mano sintiéndose en mitad de una película y, sujetos así, soportan el traqueteo del tren.

- Marga... - susurra Alberto. Y ella lo escucha.

Marga. Se llama Marga. Acaba de recordarlo.

Los "recuerdos" que sacan a flote las redes sociales sólo subrayan lo absurdas que son. Los más rebeldes negamos su peso pero en muchas ocasiones caemos en el abismo de darles más importancia que a la vida real. Cuando nadie puede alimentar un pensamiento, acudimos a ellas. Y a mí me abruma tanta foto que no sirve para nada, tanta palabra escrita, tanta palabra ajena que acaba pareciendo tuya, tantos amigos que nunca lo serán, tantos buenosdías con fotos que han quedado atrás y tantas ganas de darle al botón de Borrar, de seguir desetiquetándome de fotos hasta que no queden más, de eliminar esa parte de mí. Que no soy yo, ni nunca lo fui, sino solamente una parte que los demás creen que pueden ver.

martes, 11 de agosto de 2015

- ¿Qué? ¿Quieres pelear?
- Yo solía creer sólo en mi fuerza. Cuando dejé al Jefe Kawara... Pensaba que ganaría algo grande sólo con mi fuerza. Pero el mundo no es tan fácil. Aún si piensas que es ridículo, hay momentos en los que sólo tienes que ceder.
- Estúpido.
- ¿Qué?
- No llenes tu vida de excusas. Tú eres el que decide cómo vivirla.

lunes, 10 de agosto de 2015

Ojos.

Ojos que ven. Ojos oscuros, ojos abiertos, ojos endurecidos, ojos llenos de amor. Ojos que anhelan, ojos que lamentan, ojos que esperan, ojos que luchan. Ojos que titilan, que temen, que dicen, que guardan silencio. Ojos que sonríen, ojos que sudan, ojos que proyectan. Ojos que hablan, que cubren, que calman, que miran. Ojos que tiemblan, ojos sin ojos, ojos que, desorientados, intentan ponerse en pie. Ojos que callan, que aguardan, que resisten, que piensan. Ojos que suspiran. Ojos que tragan, ojos que buscan, ojos que acaban. Ojos que visten y desvisten, ojos que duelen, ojos que marchan. Ojos que vuelven.

martes, 4 de agosto de 2015

Mantenimiento.

Si pensara en cerrar este cajón de sastre... ¿alguna voz se alzaría en contra de que llevara ese pensamiento a cabo?

jueves, 16 de julio de 2015

She broke your throne,
she cut your hair
And from your lips she drew the Hallelujah

martes, 14 de julio de 2015

Remembranzas.

Llevo una semana con un recuerdo concreto golpeando las paredes de mi cráneo. No lo he compartido con nadie; simplemente he convivido con él esperando el momento en el que mi espíritu estuviera listo para teclearlo. Creo que ese momento ha llegado hace algunos minutos, cuando recorría el camino que separa mi casa de la estación.

No sé qué mecanismo rige las remembranzas. No entiendo por qué recordamos unas cosas y otras no. Parece algo aleatorio, una mera cuestión de azar. El caso es que hay imágenes que se nos quedan en la mente como una fina película, uno de esos momentos a los que añadimos un "No sé por qué, pero me acuerdo de..." y nos acompañan siempre.

Es verano, y estamos en la piscina. Soy muy pequeña, pero lo suficientemente mayor como para que mis primos celebren su primer año de vida. No recuerdo cuál de los dos; eso implica que no distingo si tengo siete o nueve años. La mayoría está en las mesas de los merenderos, pero nosotros jugamos en el césped, a la sombra, mientras el reloj va acercándose a la hora en la que ya habré hecho la digestión y podré volver a bañarme. Nos golpeamos con algo hinchable, no sé qué es, tal vez unos manguitos, un flotador... Qué importa. El caso es que de todas esas personas él es el único que ha venido a jugar conmigo, y mientras me pregunta esas típicas cosas que suelen preguntarse a los niños. Cuando parece que le gano la pelea, finge que se desploma lentamente en el suelo y dice, con voz aquejada:

- Siento dejar este mundo... sin probar pipas facundo...

Y yo río, y entonces no lo sé, pero ese recuerdo va a permear para siempre en mi cabeza. Y aquí sigue, probablemente quince años después.

De alguna manera, crecí con esa imagen en mi cabeza y, aunque apenas era una niña, creí, y con esa afirmación he crecido también, que él iba a ser un buen padre. Es algo irracional, que surgió en mí sin pretenderlo, que fue el fruto de ese rato de diversión y atención tan inocentes.

Lo demostró: fue un buen padre.

Ahora, y mientras volvía a casa con la vista temblorosa, recuerdo su sonrisa instalada en su rostro pálido y delgado, pero imbatible. Su mirada tal vez estaba aquejada de resignación, pero delante de ella había una única cosa: optimismo. Y así lo sentí la última vez que lo vi.

Es inevitable rechazar que la imagen de alguien ha desaparecido de la realidad después de la irrevocable llamada de la muerte. Se mezclan entonces la consciencia acerca de que nada sirve patalear y las ganas precisamente de patalear y preguntarse por qué. Por qué.

Nos creemos eternos porque sentimos que podemos controlarlo todo y al final alguien a quien le han dicho que su vida tiene fecha de caducidad nos enseña que, en realidad, no sabemos de lo que hablamos, de lo que nos quejamos, de lo que nos hunde egoístamente. No puedo desclavarme el recuerdo de esa tarde en la piscina, unido a la última imagen que guardé de él, en casa de mis tíos. Apenas era un elemento lejano en su vida, pero me gustaría que supiera que lo pensé, que lo vi; que era una cría pero supe que iba a ser un buen padre.

Y que forma parte de mis remembranzas, de mis pensamientos rebeldes y mis ganas de que la justicia alguna vez sea irracionalmente real. Y que no se irá de aquí. Porque al final, al final de los finales, sólo queda de nosotros precisamente eso: lo que otros recuerdan, y guardan, muy adentro, en el lugar donde las remembranzas no desaparecen.

lunes, 6 de julio de 2015

Radiografía de domingo.

Si se husmea en la cocina, pueden verse una taza y un vaso de cristal con restos de café y chocolate en los puntos del objeto donde se han apoyado los labios para beber ese rico líquido como desayuno tardío. Lazos de chocolate, al parecer, han sido el objeto del crimen. Se puede seguir caminando.

Tras afrontar el pasillo, un par de cajas de pizza vacías y un portátil a medio cargar encima de la mesita atestiguan que alguien ha comido mientras veía una serie. Dos personas, de nuevo, al parecer. Entre los restos de esos víveres, folletos de Irlanda. Parece que alguien va a hacer un viaje.

Avanzando un poco más en espacio y un poco hacia atrás en tiempo, la primera habitación que queda a la izquierda desvela dos cuerpos desnudos que se quieren entre las sábanas empapadas de sudor tras la noche de calor y trajín semiinconsciente.

"Desnúdate", ha dicho una voz minutos antes.

La ropa por el suelo, una mochila, botellas de agua ya recalentada, y algunas cajas de cartón son parte de los objetos que pueden registrarse a la luz del sol que se cuela por la ventana, con la persiana casi cerrada por completo.

El resto puede que escape a una primera percepción.

martes, 30 de junio de 2015

- ¿Crees que esto cambiará alguna vez, abuela?

Marzul miró a su nieta, y se sintió tentada de acariciarle el cabello, pero supo que Ictria ya era demasiado mayor para esas muestras de cariño que, por lo general, solían estar reservadas a las abuelas y a sus nietas más pequeñas.

- Ictria...
- ¿Qué?

La joven la miró, con sus ojos grandes e inquietos. En sus pupilas había una ligera señal de desprecio, el signo del rencor que la chica iba acumulando conforme pasaban los días y aumentaba su sensación de insatisfacción. Su abuela sabía reconocerlo, pero no había nada que pudieran hacer. Excepto mantenerse a salvo.

- Esto es lo que nos ha tocado vivir. ¿Por qué debería cambiar?

Ictria desvió la mirada, descontenta con la respuesta de su abuela de sangre. No podía evitar que latiera en su interior cierta rabia; así se había sentido desde que le alcanzaba la memoria. Era un sentimiento que no se iría de su pecho hasta que se sintiera libre. Pero, ¿libre cómo? ¿Cómo se podía ser libre en un mundo en el que nacían condenadas a esconderse, aunque sólo pareciera importarle a ella?

La anciana sabía que no le quedaba mucho tiempo. Lo presentía en el aire que quemaba sus pulmones cada mañana, y la idea de dejar a su nieta la apenaba más que cualquier otra cosa. Ictria necesitaba una guía, o se desviaría de una manera que podía resultar mortal. Marzul había vivido ya más de lo que las habitantes de los subsuelos solían durar, y en cierta medida se sentía preparada para cerrar los ojos y dejar de sentirte en tensión. Como si fueran a atraparla en cualquier momento. A ella, y a todas las demás.

Desvió esos pensamientos que tan poco ayudaban a las arrugas de su alma, y volvió a concentrarse en su nieta. En sus adentros más íntimos, la entendía. Marzul apenas recordaba cómo se sentía cuando la luz del sol impactaba en su piel y nublaba su visión, pero al menos era una de las afortunadas que habían conocido ese recuerdo. Su nieta, sin embargo, había pasado cada uno de sus días en los subsuelos y, aunque eso era una buena señal, porque significaba que seguía viva, podía comprender su frustración. Ictria había nacido con unas inusuales ganas de conocer y descubrir. Esas ansias, compaginadas con una vida de confinamiento para sobrevivir, le producían a su nieta una existencia desagradable e incompleta. Pero, de nuevo, apenas había nada que pudieran hacer si querían seguir con vida.

- Tal vez, si mejoras tu instrucción, podrías unirte a las cazadoras de víveres en cuanto estuvieras preparada. Como tu madre... -le propuso su abuela, sabiendo que la chica rechazaría esa opción, porque siempre lo había hecho.
- No quiero ser una cazadora de víveres. ¡Cazadoras de víveres! Sólo el nombre es estúpido.
- ¡Ictria!
- ¿Qué, abuela? Es así. Además...

Su nieta, testaruda y llena de fuego, se frenó poniendo todos sus esfuerzos en controlar su lengua. Su abuela, no obstante, la animó a que continuará hablando.

- Además, ¿qué?
- Son unas cobardes. Como mi madre.

Las dos guardaron silencio después de la última estocada verbal de Ictria. La joven sabía que no debía haberlo dicho delante de Marzul, pero, ¿por qué debía controlarse? Apenas podía dar dos pasos sin que la vigilaran; al menos le quedaba la libertad de sus palabras. Estaba furiosa, y eso es algo que nadie podía arrebatarle.

- Yo no quiero cazar víveres, abuela - añadió a los minutos, dulcificada. 
- Lo sé, Ictria.
- No es eso lo que quiero...
- ¿Y qué quieres? ¿Salir al exterior como si no pasara nada? ¿Quieres que te maten? ¿Que nos maten como asesinaron a nuestras antepasadas y a todas las que no tienen la suerte de seguir aquí, respirando este oxígeno vacío que no deja de ser oxígeno que nos permite seguir viviendo?

Ictria frunció el ceño, dolida por la dureza en la voz de su abuela de sangre. No, no era nada de eso lo que quería. Al menos no directamente.

- No, abuela. Yo quiero cazar hombres. No víveres.

Su abuela se llevó las manos a su frente, resignada y disgustada con la fantasía atroz de la joven. Como siguiera así, la catalogarían como lunática, y se acabaría cualquier atisbo de sueños imposibles.

- Cazar hombres, abuela. ¡Piénsalo! Si son ellos los que nos han hecho esto, los que nos aniquilian... ¡¿Cuándo vamos a empezar a devolvérselo?!

Ictria se levantó, rabiosa. Miró a las alturas, y dio una patada a un trozo de tierra. Allí, escondida en las entrañas de la ciudad, con el sol siendo poco más que una leyenda, siempre era noche cerrada.

viernes, 12 de junio de 2015

Falsos reflejos.

Cuando Lena cortó con las tijeras el trozo de precinto, lo frotó contra la caja para que no se despegara. Había utilizado ese caja en una de sus muchas mudanzas, y se hacía patente cierto maltrato. Cortó varios trozos más y rodeó con ellos el objeto de cartón, asegurándose de que quedaba bien cerrado.

Decidida a meterla debajo de la cama, para que escapara a su vista, esbozó una sonrisa amarga al darse cuenta de que, tal y como había empaquetado todo, la caja no cabía bajo el somier. Tenía que ladearla, pero no quería; temió por todos los objetos que había depositado dentro. Algo desorientada, estudió su pequeña habitación buscando un espacio donde pudiera dejar esa caja confiando en no topársela a diario. No lo encontró.

Algo resignada, se decidió por depositarla detrás de la puerta, con otra caja encima. Ahí quedó, ciertamente desangelada, y Lena no pudo más que suspirar y concentrarse en templar sus nervios.

Pensó en los viernes. Se adivinó una vez más saliendo de trabajar o llegando a la estación de trenes y autobuses mirando hacia todas partes sin poder evitar ese acto cercenador. Podría haberlo llamado reflejo, pero se habría mentido a sí misma: no era un reflejo, era algo que simplemente quería que ocurriera. Buscar con la mirada a una persona que ya no iba a estar. Y encontrarla.

lunes, 8 de junio de 2015

No sense.

¿Qué 
ocurre con el
sentido
de todas esas cosas que
tenían
sentido
porque las compartías con
esa persona,
cuando
esa persona
se
ha
ido?

The Darjeeling Limited.

- What's wrong with you?
- Let me think about that. I'll tell you the next time I see you.

sábado, 6 de junio de 2015

El día que conocí a Carlos Germán Belli y Vargas Llosa y él recitaron estos versos.

Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase con pálpito
bajo la sangre pura de los ojos.
Mi amor, tu amor esperan que la muerte
se robe los huesos, el diente y la uña,
esperan que en el valle solamente
tus ojos y mis ojos queden juntos,
mirándose ya fuera de sus órbitas,
más bien como dos astros, como uno.

(CGM)

jueves, 4 de junio de 2015

Copiloto.

Me dice Sé fuerte, tienes que intentarlo, y yo me quedo unos segundos en silencio porque estoy tomando consciencia de que me lo está diciendo una mujer de verdad. Una mujer que a sus espaldas carga años de sacrificios y momentos duros que la han hecho ser tal y como es y que me han hecho a mí querer hacerla feliz cada día desde que la conozco. Tengo el privilegio de tenerla como amiga y confidente, y el tono de su voz es el ingrediente que busco siempre, a veces desesperadamente, cuando mi despensa se está quedando dolorosamente vacía.

Su silueta se abrió ante mí cuando avanzaba por la estación de trenes y autobuses con pasos temblorosos y agarrando con fuerza la maleta para que no se abriera un abismo ante mis pies y cayera irremediablemente. Cuando Zaragoza me azotó con toda la furia de los recuerdos, sus brazos me sostuvieron y me llevaron hasta el coche mientras guardaba silencio sobre mis lágrimas, y dejaba que sus ojos también se encharcaran poco a poco.

Es difícil estar aquí, le dije cuando me abroché el cinturón y emprendimos el rumbo. Asintió y me cogió la mano con fuerza, mientras avanzábamos por los lugares que tan bien conozco y que iban adquiriendo nuevos matices conforme aparecían ante mí y los momentos recientes, aunque pasados, me golpeaban con la fuerza de la añoranza y la pesadumbre, que velaban el miedo a que no volvieran a repetirse.

Compartió conmigo los silencios más densos e instrospectivos, y acurrucándome junto a ella en el sofá recuperaba la cordura del hogar, de saberme en un sitio al que pertenezco. Es mi chica, siempre lo ha sido, y en torno a la determinación de no dañarla o decepcionarla se ha construido en parte mi espíritu, mi actitud, mis entrañas. Unos adentros que también son suyos, pues ella me hizo, me modeló y me enseñó a no querer soltarla nunca.

Me llama todas las mañanas, su voz no puede ocultar la preocupación sobre cómo he pasado la noche, volvemos a hablar por la noche, y entonces por el sonido de mis palabras sabe cómo estoy y cómo de difícil ha sido el día. Siempre que me sienta a oscuras, ella estará allí. Como lo estaba cuando mi alma se desplomaba en el asiento del copiloto, y mi ciudad me devolvía su imagen distorsionada por la angustia de las decisiones que deben acatarse.

Nunca está de más recordarlo. Que eres mi amiga, mi confidente, mi chica, mi imagen, mi sangre, mi piel y mis huesos. Y así seguirá siendo, porque te necesitaré siempre conmigo.

Te quiero, mamá.

sábado, 30 de mayo de 2015

¿Entonces ya sabes lo que ocurre con Mónica y Ramón?

Many times I tried to tell you
Many times I cried alone
Always I'm surprised how well you cut my feelings to the bone
Don't want to leave you really
I've invested too much time to give you up that easy
To the doubts that complicate your mind

(...)

Maybe it's a sign of weakness when I don't know what to say
Maybe I just wouldn't know what to do with my strength anyway
Have we become a habit? Do we distort the facts?
Now there's no looking forward
Now there's no turning back

(...)

Close your eyes and try to sleep now
Close your eyes and try to dream
Clear your mind and do your best to try and wash the palette clean
We can't begin to know it, how much we really care
I hear your voice inside me, I see your face everywhere

We belong to the light, we belong to the thunder
We belong to the sound of the words we've both fallen under
Whatever we deny or embrace for worse or for better
We belong, we belong, we belong together

jueves, 28 de mayo de 2015

¿Qué ves cuando cierras los ojos?

El frío se está comiendo la pequeña plaza de Notre Dame. Turistas y autóctonos caminan ateridos por la bajísima temperatura, pero él sigue tocando. Da forma a la música que sale de sus instrumentos mientras entona canciones canallas sobre la cárcel y las mujeres que arrancan más de una sonrisa a los que por allí pasan con las manos refugiadas en los bolsillos. 

A escasos metros de allí, la librería Shakespeare and Company ofrece calor y lecturas anglosajonas a curiosos y peregrinos, y esconde rincones con verdadera magia que invitan a desafiar el cartel de Prohibido hacer fotos.

A pesar de la sensación térmica bajo cero, sus manos siguen entrelazadas, mientras reparten sus fuerzas entre sujetar la cámara y el bolso y observar con un brillo tierno en los ojos todo lo que París les brinda en los últimos días de diciembre.

martes, 26 de mayo de 2015

¿Cuándo iremos a ver el mar?

Son unas escaleras empinadas; obviamente, no será lo mismo bajar que subir. Poco a poco la noche se ha ido cerrando y la brisa se cuela de vez en cuando entre sus palabras, recordándoles que están lejos del calor y el viento de su hogar. Pocos pasean por esas zonas, llenas de verde y penumbra, pues la mayoría prefiere acercarse al centro del pueblo, donde casetas y un pequeño escenario atestiguan que están de fiestas.

Caminan con calma, se miran, conversan, se entienden, se confiesan y hablan del pasado, del presente, de lo que ya fue y de lo que puede que vendrá. En realidad, apenas se conocen, pero han viajado juntos y la noche recién estrenada los ampara mientras ella se envuelve un poco más en su chaqueta, y él le pregunta si tiene frío. Es julio, pero el norte trae regalos nocturnos en forma de frescor arrancado al verano más abrasador. Se han dejado guiar por sus pies y sus frases, podrían haber elegido cualquier otro camino pero, sin embargo, ahí están, bajando esas escaleras y aproximándose al paseo marítimo.

El cielo se cubre de azules oscuros y apenas unas nubes perezosas lo salpican, mientras el mar les devuelve su reflejo. Un mar inmenso y calmo, en el que los días anteriores se han mojado los pies y las ganas, mientras se besaban, y que ahora es una masa negruzca jaspeada de plata que les habla sobre paz y vacaciones. Sobre haberse encontrado, y estar viviendo ese pequeño regalo al que, esperan, le sigan muchos más.

La tranquilidad del gran manto salado no es más que un eco de sus adentros. Se quieren, pero todavía no se atreven a tomar consciencia de ello; aunque ambos, a pesar de la resistencia de serie, lo están deseando. Van a comprar un par de pizzas.

Anochece en Suances; también en los fantasmas de su pasado.

sábado, 23 de mayo de 2015

VC.

Creo que en parte es nuestro deber tener presente que la vida puede ser sencilla. Dormir abrazado a esa persona y calentarle los pies con el calor propio, o conseguir encontrar el sueño con una sonrisa en los labios porque, aunque esté lejos, sabes que esa persona descansa y te espera, igual que tú aguardas el momento del reencuentro. Volver a casa, volver siempre a lo que consideras hogar, y tener ahí tu refugio. Tan sencillo y perpetuo, tan fácil y familiar, tan inherente y esencial, que ni siquiera tienes que plantearte si es o no tu sitio. Simplemente sabes que forma parte de ti. 

Saberlo es el primer paso. Encontrar a las personas que quieran compartirlo contigo es lo que completa el círculo.

lunes, 18 de mayo de 2015

Wasting time.

Hay silencios que queman más que cualquier palabra, y hay palabras que pueden lacerar de manera más cruenta que cualquier silencio. Sin embargo, hay veces en las que tanto los silencios como las palabras pueden comerse el vacío a dentelladas, y llevárselo para casi siempre.

Todos ustedes parecen felices...
…Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen , incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen
(...) 
(ÁG)

 

jueves, 14 de mayo de 2015

Caminar de noche a solas por las calles de Madrid me ha transportado hoy a los tiempos de 2011 y 2012, cuando estaba aprendiendo a recomponer todos mis pedazos. El ambiente nocturno menos frenético de la capital me transmite una calma extraña que no se ha ido de aquí desde mis largos paseos en soledad con mi música y mis ganas de salir del agujero. Recuerdo una de esas tardes-noche, en la calle Preciados, cuando me encontré a un conocido de la universidad al que le hablé de mis caminatas después de que, apesadumbrado, me dijera que su chica lo había dejado.

- Pues, la próxima vez, cuando pases por Sol, haz una parada, llámame y te invito a un café en mi casa- me contestó.

Yo le sonreí e internamente decliné el ofrecimiento. En muchas ocasiones sé cuándo no voy a hacer algo; podría arriesgarme o intentarlo, y a veces lo hago, pero otras, sin embargo, simplemente sé que no voy a hacerlo.

Hay algo oscuro pero íntimo en esas noches en las que camino sola. Algo que no sé definir pero que sé que me define. Como si fuera en esos momentos cuando aflora esa parte de mí que siempre será mía y de nadie más, porque sólo la conoceré yo, y se extiende por mi cuerpo, de manera natural, como diciéndome:

"Sigo aquí".

martes, 12 de mayo de 2015

Proyectos, I.

- ¿Quieres que vayamos a mi casa?

Marga lo miró, algo sorprendida, y esperó a que él siguiera hablando. Pero Alberto no volvió a abrir la boca, se limitó a mirarla con esos ojos negros que a ella se le antojaban tan profundos y desafiantes, así que al final respondió.

- ¿Estás seguro?
- Claro-dijo él. Aunque no lo estaba.

Marga no sabía mucho del pasado de Alberto. En esos días apenas habían hablando de historias del ayer, se habían centrado en compartir los momentos que estaban viviendo como uno de esos regalos que ya nunca se esperan. Pero sí podía intuir que había tenido problemas en su relación anterior, con una mujer que había vivido con él, en su casa. Por eso la propuesta la dejó algo insegura, preguntándose si Alberto se sentía de alguna manera obligado a abrirle esa parte de sus adentros, pero sin ganas.

- ¿No está un poco lejos? -le sondeó.
- Qué va, he traído la moto.

Sonrió. Y en esos labios curvados Marga adivinó un conato de súplica y de alguna manera supo que Alberto quería que ella conociera su casa. Ese museo del pasado y de la soledad en el que se había convertido su pequeño apartamento. Marga entrelazó sus dedos con los de él, y tiró de él para ponerse en marcha.

Cuando sacó las llaves y las introdujo en la cerradura, lo oyó respirar con fuerza. Estaba nervioso, y Marga sólo quería abrazarlo y decirle que todo iría bien. Pero todavía no habían llegado a esos niveles de confianza, y Alberto seguía siendo, en parte, un desconocido. Cada vez que pensaba en él no podía evitar imaginarlo con el jersey negro de cuello alto con el que lo conoció hacía meses, y embutido en el cual desapareció del taller de escritura pensando ella que jamás volverían a encontrarse. Y allí estaba, dejando que sus dedos se aventuraran por su barba cuidada, que le daba un tono más joven, aunque fuera extraño, y permitiéndose el privilegio de mirarlo fijamente a los ojos y quedarse en silencio adivinando qué se escondería detrás de aquel hombre de 36 años que parecía tan reticente a conocerla pero que no quería dejar de conocerla. ¿La soledad puede ser acaso autoimpuesta? Ella se dijo que no volvería a amar, y así había sido. Sin embargo, Alberto le presentaba un reto, un pozo enigmático en el que quería zambullirse sin salvavidas. La idea la asustaba; no quería sufrir. Pero, al mismo tiempo, la curaba; quería querer.

Alberto abrió la puerta y Marga sintió que estaba invadiendo un espacio de su intimidad que pocos habían conocido antes. Su apartamento, pequeño y diáfano, con una humilde cocina americana y una estantería llena de libros y películas que separaba la cama de la pequeña sala de estar, le habló de compromiso. Pero también de un corazón roto, de espacios vacíos y densos silencios llenos de angustia.

- Tienes una cama de matrimonio. ¡Qué suerte! Yo siempre he querido...

Marga se frenó. Vio cómo cambió el semblante de Alberto y supo que había metido la pata. ¿En qué?

- Alberto -lo cogió de la mano de nuevo-. No quiero decir que quiera invadirte, sólo comentaba, no sé, era por decir algo... Me gusta cómo tienes esto.

Él sonrió con esa amargura que parecía inherente a él, y acercó su nariz a su pelo como había hecho cuando se reencontraron en el tren de cercanías. Ella sintió esa calidez extendiéndose por todo su ser y cerró los ojos sin prisa, sólo quedándose con el momento.

- Quería hacer esto-dijo él.

Ella asintió, y esperó. No quería agobiarlo, quería que él marcara la parte del camino de sus entrañas que ella pudiera recorrer. Quería reparar esa amargura, volverla vacío con sus manos, darle brillo a esos ojos negros que prometían tanto y contaban haber sufrido tantísimo.

Y Alberto pareció agradecérselo. Fue hasta la cama, se sentó en ella y esperó a que Marga se acercara y se sentara a su lado, manteniendo la distancia adecuada. Lo soltó casi sin pensar:

- Mi mujer se fue a los tres meses de casarnos.

Marga se quedó helada. No esperaba una revelación tal y tan de golpe. Lo observó hundir la mirada en la alfombra y se pidió calma, para darle una contestación que pudiera reconfortarlo. Quería saber más, quería conocer más, pero no podía precipitarse. Desechó entonces valerse de las palabras y se aproximó a él, se apoyó en su espalda y lo rodeó con los brazos para apoyar su cabeza en el cuello de Alberto. Él se dejó invadir y agradeció el asedio sanador.

- ¿Tanto roncas...?-preguntó ella tras un par de minutos en silencio.

Soltó una risa sin forzarla y tocó los brazos de Marga mientras comenzaba a besarlos. Se volvió para mirarla a los ojos y apoyó la palma de su mano en su mejilla. Quería sentir que la sujetaba, que la tenía, sólo para poder sentir en contrapartida que ella lo sostenía a él. Quería dejarse sostener, a pesar de todo.

Entonces la besó. Con delicadeza y lentitud, la besó queriendo hacerlo, dejándose invadir por la sensación de querer hacerlo, y tras ella llegó la de tocar su piel, y tumbarse con Marga, y contarle historias y que ella se las contara a él.

Había pasado demasiadas noches atemorizado de ocupar los dos lados de la cama. Ahora quería ocuparla entera.

Sólo quería que ella estuviera allí. Con él.


sábado, 9 de mayo de 2015

Fénix.

Mi padre asiente, con seriedad pero frunciendo el ceño pensativo, mientras me escucha decir:

- No todo el daño es reparable.

Y sigue fumando su cigarro, mientras me dice lo que piensa y yo soy incapaz de mirarlo a la cara porque hoy parece que cualquier mirada me duele, por la luz que desprende y choca hiriente contra la oscuridad de la mía. Las ojeras, que casi escuecen, tirantes y profundas, tampoco ayudan.

¿Cuántas veces me habré duchado esta semana? Huyo lentamente al chorro de agua caliente como única salida, falsa y temporal, a la angustia que empieza en la tripa y me sube hasta la garganta. Su estancia en el pecho se alarga; se recrea entre mis pulmones, funciona de almohadilla de espinas para mi corazón.

Pienso, con la música de fondo y el agua cayéndome en el rostro, en que igual que el fénix acaba reducido a cenizas después de haber resultado majestuoso a mí me ocurre lo mismo, pero acabo convirtiéndome en piel y huesos. Para lo bueno, y para lo malo. Siempre, piel y huesos.

Y vuelvo a textos antiguos, y encuentro el que quiero hallar. 

28 de noviembre de 2013.
Soy piel y huesos. Soy una sonrisa burlona devuelta por el espejo. Un aliento más, el pecho hinchado de vacío. Soy un fracaso que duele. Un fracaso que enseña. Soy la penúltima nota de un violín que arranca desde sus cuerdas una melodía rota. (No) soy la chica de 15 años que se enamoró casi sin razón y respiraba pasión en el invierno más frío. (No) soy la chica que se enamora. Soy los resquicios de lo que algún día fui. (Cómo pude ser) así. Soy algo diferente, evolucionado, envejecido, desganado. (Ya no) soy esa chica. Soy la misma piel y los mismos huesos. Soy la incredulidad de quien ha sentido el sufrimiento en el estómago y la tristeza profunda agazapada en lo más primigenio, sin que quisiera marcharse. Soy un verano negro y de lágrimas. Soy las cenizas de las que volví a nacer. (Todavía) soy esas cenizas barridas debajo de la alfombra más gruesa. Soy resignación, ausencia de paciencia, ausencia de impaciencia. Soledad, ansias de viajar, independencia. Soy el silencio de quien no tiene que darle explicaciones a nadie. Soy aquella que camina rápido con una maleta y que no quiere que venga a recogerla nadie al aeropuerto. Soy la que sonríe por amabilidad aunque sea un día de mierda. (Ya no) soy Tina Leone. Soy otra ilusión que parece diluirse. Soy ese espejo. Esa chica que me mira desde el otro lado. (Ya no) esa chica que me mira desde el otro lado.

Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Sólo piel y huesos.

Pero antes de llegar a él paso por casualidad por otro que me devuelve Google, que me sorprende, me calma inconscientemente, y consigue que me ría de lo que es el destino. Esta vez no es más que un fragmento:

27 de octubre de 2014.
Soy incapaz de arrepentirme de cada palabra que te dedico en susurros, cuando vuelvo a ser piel y huesos pero no por un vacío sino por que tú me reduces a mi esencia, a lo que soy y a lo que siempre voy a ser pero que a veces bizquea según las circunstancias que me rodean. Tú me has encontrado desnuda sin vuelta atrás, y en esos momentos de agarrarme a tu piel y reaprenderme tu olor pegada a ti podría hablarte de cualquier cosa, resquebrajar cada capa de dureza que he ido creando y cada parche de piel que cubre todos mis recuerdos dolorosos y susurrártelo porque quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie. Porque sé que puedo. Porque sé que eso forma parte de la magia de habernos encontrado.

La infusión que mi madre me ha hecho me quema en el estómago mientras escribo, y releo, y escribo, y pienso que no sé si será o no buena idea volver a airear este rincón, el rincón al que siempre vuelvo. Donde siempre soy, en esencia y a fin de cuentas, piel y huesos. De una u otra manera. Siempre. 

lunes, 4 de mayo de 2015

Vértigo.

Supongo que no puedo ser todo eso que nunca seré. Quedarme o no con ello ya no depende de mí.


lunes, 27 de abril de 2015

Chicle de melocotón.

Cuando he abierto el portal, he reconocido el olor a chicle de melocotón y me ha invadido una oleada de nostalgia inesperada. He recordado que me encantaban esos chicles cuando era una niña.

La verdad es que tuve una infancia solitaria. Casi todos mis recuerdos están salpicados de mi imagen leyendo un libro sentada en los bancos de mi plaza. La sensación de ser alguien que no lograba adaptarse a los ambientes donde el resto sí se desenvolvía es algo que todavía no he logrado abandonar. Supongo que forma parte de lo que fui, y de lo que soy.

Enseguida me volví una niña fantasiosa. Me recuerdo así. Inventándome historias, alimentándome de quimeras y hablando sola cuando no estaba leyendo o viendo la televisión. En ocasiones jugaba con otros niños, con otras niñas, pero siempre acababa volviéndome alguien que sobraba; entonces volvía a mi banco, y las tardes discurrían solitarias mientras mi madre trabajaba y mi padre leía el periódico en los bares.

Nunca tuve un compañero de juegos. Nadie con quien compartir mis aficiones o con intercambiar pensamientos y sueños. Si echo la vista atrás, siempre he estado sola. Hasta que conocí a Astrid, con 13 años, no conocí lo que era sentir que alguien estaba ahí e iba a estarlo pasara lo que pasara.

Era demasiado soñadora; y es algo que, aunque en menor medida, todavía arrastro. Recuerdo los días en los que yo misma me enfadaba porque las fantasías no eran más que fantasías, y me sentía precozmente estúpida. Solían ser días que coincidían más o menos en el tiempo con los momentos de encerrarme en el baño y llorar escuchando todo lo que pasaba detrás de ese cuarto, una práctica que conservé en la adolescencia y de la que, como suele ocurrir, me acabé agotando con el paso de demasiados años de esa rutina de gritos y ansiedad.

Supongo que todos los caminos nos moldean, de una manera u otra, y a mí me tocó pasar demasiado tiempo sola. Es sobrecogedor cómo un recuerdo aparentemente inocente puede traer todo esto al igual que el mar devuelve objetos a cientos de kilómetros de la costa donde se perdieron. A mí hoy me ha traído los tiempos del chicle de melocotón, y no he sentido ninguna duda acerca de que, como nos pasa a todos, yo sigo siendo esa niña.

jueves, 23 de abril de 2015

When I'm gone.

Anoche volví a mi pregunta habitual que se acaba materializando en una horrible jaqueca: ¿Por qué la vida está llena de cosas desagradables e injustas?

Podría quedarme atrapada en ese interrogante y no salir adelante. De veras pienso que es imposible salir adelante si intento desgranar una a una todas las cosas que considero injustas. El azar, la razón, las emociones, los intereses; todo ello está ahí y va desequilibrando, siempre, esa balanza hipotética con la que en algún momento se decidió identificar a la Justicia.

"Pero no se puede meter uno en el puto bucle autodestructivo. Porque te mata", me contestó, algo dramático, un amigo.

De una forma u otra, tiene razón. Existen las cosas desagradables e injustas; conllevan dolor y ante él uno no puede hacer más que sobrellevarlo como pueda y caminar siempre al borde de ese bucle. Por muy duro que en ocasiones pueda parecer.

viernes, 17 de abril de 2015

Rain down, rain down on me.



It's getting dark darling, too dark to see
And I'm on my knees, and your faith in shreds, it seems

miércoles, 15 de abril de 2015

Manchas.

Al principio fue sólo una. Pensé que no importaba. Luego vinieron algunas más y después de esas, con las que vinieron después, tuve que empezar a taparlas con la ropa que me ponía. No molestaban. Solamente las tapaba. Llegó un momento que las prendas de verano no las cubrían todas y en ocasiones tenía que colocarme un pañuelo cuando estábamos a cuarenta grados, y eso despertaba la curiosidad y la preocupación de la gente. Cuando comenzaron a subir por mi cuello y me cubrieron los rasgos, empecé a no salir a la calle. Ponía excusas. De repente se me daba demasiado bien poner excusas. Un día no logré mirarme al espejo porque no quedaba nada de mi piel sin cubrir, e intenté, de nuevo, ponerme algún tipo de excusa. Lo hice. Pero al rato me vi reflejada en el cristal de uno de los armarios de la cocina y me derrumbé. No me veía. No quedaba nada de mí. Entonces lo supe, o más bien lo comprendí, porque saberlo lo había sabido siempre. Necesité que no quedara nada de mí para darme cuenta de que me estaba perdiendo a mí misma, cubierta por todas esas manchas. La primera lágrima sincera describió un ligero cauce entre aquello en lo que se había convertido mi piel. Quise recuperarme.

Fui al baño, y dejé que corriera el agua de la ducha.

martes, 7 de abril de 2015

¿Dónde te ves dentro de un año?

Parece mentira, o una queja gratuita, pero muchos jóvenes no saben contestar esta pregunta. No sabemos.

Cuando me paro a pensarlo, en noches como esta en las que reflexiono sobre mi propia fecha de caducidad, esa incertidumbre se me hace extremadamente triste. Y difícil de soportar. 

¿Cómo se sienten aquellos que saben que tienen un objetivo?
Sé que te quiero porque llego a casa y te veo por todas partes, y te quiero ver por todas partes. Te imagino caminando despreocupado por el pasillo, yendo y viniendo de la cocina, después de un café o unos fideos chinos, y te encuentro después esperándome en la cama, mirándome desde abajo con las manos apoyadas en la nuca y tu media sonrisa que tanto me habla de nuestros primeros días. Sé que nos queremos porque así me lo dice el rastro que vamos dejando los dos y que el otro va siguiendo, guiados por la misma luz.

Sé que te quiero porque te hablo constantemente en mi cabeza, porque a todas horas compongo cosas que decirte, aunque luego no me acuerde o no consiga sacarlo tal y como me lo había imaginado antes de escribir. Sé que nos queremos porque somos capaces de curarnos mirándonos a los ojos, y de hablarnos para compensar la calma que le falta al otro aunque a veces no se nos dé del todo bien coordinar nuestro mal humor.

Mírame, te diría ahora si tuviera la suerte de robarle la madrugada de un lunes a esta rutina tan fría de entre semana. Y me quedaría mirándote, simplemente mirándote, después de un bostezo y parpadeando mientras pienso: En apenas un par de parpadeos más, se dormirá. Ojos cerrados de calma y hogar.

martes, 31 de marzo de 2015

"Uno espera y no cree que vaya a llegar nadie, pero de repente ocurre justamente eso".

Bien pasadas las diez, Franz se pone a trabajar, es la historia de la vieja casera, y vuelve a estar con ánimo de hacer bromas. A alguien como la señora Hermann es mejor no hacerla esperar, dice, porque atosiga como un niño que demanda chocolate. Después, Dora no oye nada. Está despierta, lee, en parte cuenta con que él la llame, pero eso no ocurre, así que se queda sola, como si él la hubiese olvidado.

La grandeza de la vida, Michael Kumpfmüller. 

jueves, 26 de marzo de 2015

Isabel se rebela justo en el momento en el que comienza a percibir que va a volver a ser objeto de algún relato triste y solitario que la lleve a viajar en metro agotada o a toparse con una canción que no desea en el aleatorio de su reproductor de música. Esta vez no va a dejar que suceda. Ya está bien de dar tanta pena, coño, piensa, furiosa.

- Deja de usarme, por favor.

Guarda silencio y espera una respuesta. Ha intentado sonar educada, tal vez con un deje de impaciencia, pero al menos cordial. Cuando se enfada le es muy difícil controlar su tono, pero no quiere asustarla más de lo que va a asustarse ya.

- Oye... ¿Me escuchas? -insiste.- ¡Oye!

Ante su grito, un par de ojos castaños la miran confusos. Parpadean de manera frenética e Isabel teme el consiguiente ataque de pánico que ha imaginado que vendría después. Aguarda callada, intentando ordenar los pensamientos que se atropellan en su limitada e inexperta mente y respira un par de veces.

- A ver,  perdona por gritar, el caso es que...
- ¿Perdona?
Silencio.
- ¿Perdona? -repite la segunda voz, histérica- ¿Pero quién coño eres? ¿Qué eres? ¿Qué mierda es esta?

A Isabel le entra la risa floja ante las palabras malsonantes. De tal palo tal astilla, piensa sin poder evitarlo. Esa pequeña intervención ha hecho brotar en ella un sentimiento que desconoce, un calor extraño en el pecho y debajo de la piel. Como una fuerza insólita que empuja los músculos de su cara en un gesto que tampoco logra reconocer.

- No te alteres -logra articular Isabel.- He notado que ibas a volver a escribirme triste y la verdad, y no te ofendas porque no quiero ofenderte, pero qué coñazo. Hay otros personajes que viven cosas mejores, y a mí siempre me toca lo gris y lo oscuro y, joder, pues eso, que me estoy volviendo un coñazo. ¿No hay otras cosas que pueda vivir?

Su autora parpadea de nuevo intentando asimilar que una de sus creaciones esté dirigiéndose a ella con libre albedrío.

- ¿Pero esto qué es, la novela del puto Unamuno?

Las dos ríen.

La escritora se roza brevemente la frente buscando un signo febril y al no notar nada parecido se dice que la jaqueca la está volviendo loca. Tiene que ser eso, el dolor de cabeza, que le ha tostado el cerebro después de tantas horas de pantalla de ordenador y paredes blancas y moqueta azul. Está loca. Se ha vuelto majara sin siquiera llegar a ser una escritora reconocida, así que nadie llegará a apreciar su falta de cordura. Sólo será una loca más.

Isabel carraspea y la interrumpe.

- ¿Qué ocurre?
- ¿Por qué decidiste hacerme así?

La autora no sabe qué contestar. ¿Por qué? Pues... porque sí. ¿Por qué no? En cada personaje vuelca una faceta o una experiencia, a Isabel le tocó lo más pesaroso.

- Si quieres te convierto en Andrés. O en Arturo -le contesta finalmente su creadora.

Isabel reflexiona, y al final responde:

- Seguro que a ellos les aguardan cosas mejores. Sin embargo, parece que a mí nunca me vas a sacar del vagón de metro.

Touché.

La escritora piensa unos segundos.

- ¿Qué cosas te gustaría vivir?
- ¿Y cómo voy a saberlo? Yo vivo lo que tú escribes que viva, y siento lo que tú quieras que sienta.

Otro punto para la alucinación, sin duda. Tiene toda la razón. ¿Cómo una creación de un escritor va a saber antes que el creador mismo lo que le espera? Pero, espera, espera, espera... ¿Cómo una creación siquiera va a hablarle a su autor?

- Me provocas ternura con todo esto...
- ¿Ternura? -pregunta, extrañada, Isabel.
- Sí. Eso que estabas sintiendo hace nada debajo de la piel. Lo que te empujaba a sonreír.

Isabel esgrime un gesto de haberlo comprendido. Ter-nu-ra, parece pensar, como un niño que apenas está empezando a leer y a descubrir así decenas de palabras.

- Vamos a ver qué podemos hacer contigo...-dice su autora, con cariño.

Isabel sonríe y se muestra conforme. Parece concentrarse mientras espera. Se saca del bolsillo el reproductor de música y lo abandona, y corre lejos de cualquier parada de metro que pueda quedar en su perímetro de visión. ¡Ternura, joder!, grita mientras se apresura.

Su autora pone los dedos encima del teclado. Relee las historias que ha creado antes para Isabel y, después de rechazar la primera tentación, la de añadir una anécdota plomiza más a la ojerosa Isabel, piensa que tal vez puede intentar cambiar esta vez. Pobre Isabel, vale ya de dar tanta pena.

Vamos a ver si lo contrarrestamos con un conato de algo divertido.

viernes, 20 de marzo de 2015

Colinas, II.

Cuando Arturo volvió a casa se sintió tranquilo entre las paredes de lo que consideraba su refugio. Dejó caer las llaves en un mueble al azar y se hundió en el sofá mientras se decía que debía ducharse cuanto antes, aunque su espalda dolorida se aferrara con fiereza a los cojines. Todavía olía a muerte. Aún podía sentir la tierra invisible de un entierro cubriéndole el abrigo negro y penetrando hasta sus adentros con crudeza. Había dejado a Andrés y al pequeño Carlos en su casa y se había marchado de ahí pausadamente, como siempre hacía, pero en su interior quería huir y llegar a su piso. Sólo llegar a su piso y dejarse caer en el sofá.

¿Cómo se sigue adelante cuando has perdido la mitad de tu vida?, seguía preguntándose. A pesar de ello, se negaba a convertirse en un recurso que lo revistiera de culpabilidad si no se quedaba demasiado tiempo haciéndole compañía a Andrés. Arturo sabía poco del duelo, pero estaba convencido de que era una prueba que había que superar por uno mismo. Además, él todavía sentía la herida fresca, infectada por el polvo que notaba adherido a las paredes de su alma, y sólo quería curarla.

Había conocido a Marta en el hospital. Y, aunque por aquel entonces trataban con mucha más muerte que la que lo había sorprendido esa inusualmente soleada mañana de diciembre, recordaba el momento con viveza. A veces volvía a ese día, y recaía en los ojos de Marta, y sólo lograba sincerarse con su silencio y admitía, una vez más, que durante años había amado a la mujer que luego se casó con su mejor amigo.

- Qué mierda de historia- musitó.

Echó una mirada a su solitario apartamento y no pudo mantener sus defensas por más tiempo. Se sintió derrotado. En su pecho fue abriéndose paso lentamente esa llaga y con la sangre aún palpitante comenzaron a mezclarse los recuerdos con Marta y en la familiaridad de su sofá se pensó más perdido que nunca.

¿Cómo se sigue adelante?

Se levantó guiado por una fuerza externa y fue a su viejo tocadiscos para rozar todos los vinilos con los dedos. En un arrebato filosófico, uno de esos momentos que solían invadirle cuando se sentía melancólico, en su mente se dibujó una frase que apenas comprendió en ese momento.

Puede que ya no exista nada que logre salvarnos.

Eligió uno de los discos que Marta le había regalado y dejó que la música comenzara a camuflar sus incipientes sollozos.

Allí, de pie, rodeado de la más absoluta nada, con esa herida supurando dolor y silencio, Arturo pensó en los ojos de Marta y se tapó la cara con las manos. La voz de Jeff Buckley sonó justo al compás del primer grito ahogado. Arturo por fin había roto a llorar.

(...)