jueves, 29 de diciembre de 2011
lunes, 26 de diciembre de 2011
miércoles, 7 de diciembre de 2011
lunes, 5 de diciembre de 2011
lunes, 28 de noviembre de 2011
sábado, 26 de noviembre de 2011
miércoles, 16 de noviembre de 2011
miércoles, 9 de noviembre de 2011
jueves, 3 de noviembre de 2011
viernes, 21 de octubre de 2011
martes, 18 de octubre de 2011
viernes, 7 de octubre de 2011
martes, 4 de octubre de 2011
sábado, 1 de octubre de 2011
lunes, 19 de septiembre de 2011
miércoles, 14 de septiembre de 2011
domingo, 11 de septiembre de 2011
Pensamos que una de nuestras mayores condenas es el paso del tiempo, sobre todo cuando dejamos atrás ciertos años que parecen mágicos y eternos. O eso dicen… nosotros aún estamos en esa frontera. El paso del tiempo duele, duele porque vemos que envejecemos y que vamos dejando atrás cosas que fueron fantásticas y que echaremos de menos con el regusto amargo de saberlas, de alguna manera, perdidas.
Pero nos pasa siempre, y aquí no hay excepción, y es que pecamos de una cosa: de impulsivos. Nos centramos en que se nos van los días, pero olvidamos lo que provoca que se nos encoja el corazón y se nos encienda la añoranza: justamente esos días. Nos arrasa la marea de un año más que pasa, pero todo lo que ese año ha acontecido es la calma que se pega a la piel cuando ya se ha marchado la breve tempestad.
El tiempo en esta ocasión también ha pasado. Veinticinco años. Lo increíble no es la cifra, ni que hayáis llegado aquí y nosotros podamos conmemorarlo con vosotros. Lo sobrecogedor es que hoy no celebramos una fecha, un aniversario más, sino todo el contenido de estos veinticinco años. Todo el camino que hay detrás de un número tan simple… Veinticinco.
Desgranándose septiembre a septiembre, nos habéis dado cada año que cumplíais desde que nos disteis la vida. No han sido años vacíos, sino años de aprendizaje, a veces duro y a veces más llevadero, de piedras en el sendero que nos ayudasteis a sortear, de sabiduría que llegaba de vuestra sangre a la nuestra. El tiempo nos ha formado con todo lo que nos disteis, y hoy podéis presumir de tener unos hijos que más o menos se arreglan, con sus más y con sus menos. Que han superado ya sus etapas más tortuosas, y que ahora se inician en la vida adulta como pueden, un poco a tientas, pero siempre con dos manos firmes que estarán dispuestas a sostenerlos: las vuestras.
Una cosa está clara y es que tenemos presentes todos estos años, y somos conscientes de que somos como somos por vuestra constante compañía. Que tenemos unos padres que nos quieren y así nos lo demuestran, de tal manera que nos habéis regalado parte de estos veinticinco años sin dudarlo. Habéis volcado la mayor parte de este número en nosotros, y aquí tenemos el resultado.
Que hemos llegado hasta aquí. Que hoy celebramos un aniversario, pero también toda una vida, nuestras vidas, con vosotros. Que estamos aquí, acompañándoos como vosotros nos acompañasteis siempre, y que un calor tenue en el alma nos susurra que va a ser así cada día, todos los años que nos quedan por probar. Más vueltas que dar al calendario, más hechos y momentos que lamentar cuando se vayan. Y claro que nos sentiremos tristes al recordarlos… Sólo así sabremos que fueron realmente buenos y dignos de conservar.
Gracias. Gracias por hoy, por todos los días que nos han traído aquí, y por todos los que vendrán. Por que sigamos juntos, con más noches como esta. Felicidades.
Nunca me había temblado tanto el pulso. Sus miradas cristalinas, la voz de mi hermano de fondo, mi corazón saliéndose por las muñecas.
viernes, 9 de septiembre de 2011
sábado, 3 de septiembre de 2011
viernes, 26 de agosto de 2011
lunes, 22 de agosto de 2011
viernes, 12 de agosto de 2011
sábado, 6 de agosto de 2011
domingo, 31 de julio de 2011
-Anda, ven que te curo.
Lo dirige al baño y él se sienta como puede mientras tiene la mirada perdida. Ella saca algunas cosas del botiquín que hay en el armario, conviviendo ambos con un profundo silencio.
-Esto sí que es nuevo… Que mi hermano llegue a estas horas con moratones y encima llegue contigo. Qué suerte habéis tenido de que mi padre fuera de noches.
En la cocina, casi al lado, la madre discutía con su hijo mientras ambos lloraban; una porque las heridas de su pequeño le dolían a ella y no podía con la incomprensión de la situación, y él porque la noche lo había acabado superando.
-Perdona-responde él al fin-. No quiero ir a mi casa así… Mañana… mañana iré. Ahora no creo que sea buena idea.
-Lo sé, tranquilo. No digo que no puedas quedarte.
Le limpia con cuidado la sangre seca que tiene en torno a un lado de la boca, e intenta no apoyar la mano en su pómulo, que sigue muy hinchado.
-¿Qué sabes sobre lo que pasa en mi casa?
Él, de repente, parece asustado.
-Lo suficiente como para no hacer más preguntas… No te preocupes, ¿vale? No las haré.
Él no responde, así que ella, incómoda, rompe los segundos vacíos, y sigue hablando, mientras repasa con el algodón cada centímetro de su rostro dañado. No es enfermera ni sabe muy bien lo que hace, pero intenta hacerlo todo con mucho cuidado.
-De todas formas, intenta no meterte en líos. Ni mi hermano ni tú. No creo que estas cosas le vayan bien a tu casa, y además…
-¿Además qué?
-Además no quiero que te hagan daño.
Respira con calma. Hace rato que todo el alcohol ha huido de sus venas, pero la última frase de ella es como un golpe. Ella…
-Dame otro beso, por favor.
-¿Otro beso? ¿Cómo te voy a dar un beso? Anda, por favor…
-Me acuerdo de la otra noche. Me acuerdo perfectamente aunque dijera que no. No iba lo suficientemente borracho, y además no iba a olvidar algo así…
-¿Qué?
-Eso…
-¿Y por qué dijiste que no recordabas nada? ¿Porque soy una cría? ¿Porque de verdad querías olvidarlo? ¿O porque eres un acojonado que le tiene miedo a mi hermano?
-No sé, no sé. Me bloqueé… Tenía miedo. Tenía miedo de que si yo lo decía tú lo negaras, que pensaras que había sido una equivocación. No eres una cría, claro que no es eso. Es que… no sé. Me dio miedo.
Ella se para en seco. Observa su rostro a escasos centímetros del suyo, pero ya no con concentración, sino con una mueca extraña de perplejidad y la desazón latiéndole en el pecho. Él no aparta sus pupilas de las suyas, y espera pacientemente a que diga algo, porque ya no tiene nada más que decir. Vuelve a sentir miedo, pero en parte siente el alivio de ver sus sentimientos desnudos y no tener que seguir escondiendo nada. El rostro de ella es un enigma, como siempre. De repente suelta la gasa y el yodo, y lo aparta a un lado. Sin dejar de mirarlo ni un segundo, posa sus manos a lo largo de la mandíbula de él, cierra los ojos lentamente y los vuelve a abrir un instante, antes de acercarse a él y crear esa oscuridad que acelera los corazones entre dos rostros.
Sin dejar de sujetarlo, besa sus labios con extrema precaución. Él tarda en reaccionar, pero cuando lo hace la lengua de ella se desliza con cautela, mientras de sus labios sigue manando una dulzura reparadora e inusual. Los recorre lentamente, sin parar pero sin acelerarse, y cuando por fin se separa de él aguarda a que también abra sus ojos castaños. Él, por fin, los abre, aunque ni con los párpados sellados había dejado de mirarla.
-Comprueba, ahora, si pienso que esto, y lo de la otra noche, fue una equivocación…