miércoles, 16 de noviembre de 2011

Estar enferma y con las defensas por los suelos no se combina bien con pensamientos en exceso. Toda mi vida, desde que recuerdo, he sido juzgada por mi apariencia física a los pocos segundos de que alguien me conociera. Luego vendrían los insultos y las peripecias personales que transformaron mi cuerpo por fuera y por dentro, sin pensar en ese momento que jamás iba a poder remediarlo. No es que los niños y adolescentes sean más crueles, es que la crueldad se recibe más duramente cuando eres niño o adolescente.

Por este motivo uno de mis propósitos vitales ha sido siempre no ser prejuiciosa. Tener la mente abierta, tolerar, intentar comprender lo más descabellado si viene de un humano como yo. Esto a veces me conduce a hablar de más, pues hay veces que el consejo no debe venir de otros, sino de mí misma.

Toda mi vida he luchado contra el impulso de prejuzgar y darme al insulto fácil, y a veces, creedme, resulta agotador. He llegado a estar en el abismo de ¿si no lo hicieron conmigo, por qué debería hacerlo yo? Pero pensar en esto me lleva inmediatamente al puro dolor de sufrir lo que sufrí, y no quiero que ese sufrimiento sea traspasado a nadie. Prefiero que se quede en mí, en mis recuerdos y en mi inseguridad irreversible. Por eso lo intento cada segundo de mi vida.

Pero estos días estoy oyendo todos sus gritos en mis oídos y vuelvo a dudar sobre lo que sería considerado prejuzgar. Oigo los gritos de tantas y tantas víctimas que, mereciéndolo o no, murieron o perdieron sus sueños para siempre. Viene a mí la voz de mi madre hablando del miedo que sentía ella y toda su familia, siendo muy pequeña. Viene a mí la percepción de demasiada injusticia, y siempre acabo en la misma pregunta. ¿Qué habría sido de mí si, con mi mentalidad actual, me planto en esos turbulentos tiempos?

Habría muerto mi cuerpo, o mi alma. Estoy segura. Podría haber sido una de las mujeres que expiraron junto a la tapia de cualquier cementerio, o una de aquellas que tuvieron que esperar cuarenta años para cumplir un sueño, sin querer ver que entonces, cuando todo acabara, iba a ser demasiado tarde.

Son tan diferentes las percepciones... El hambre, lo que tenían, lo que sufrieron. Creo que en cualquier investigación medianamente seria y neutral, una cosa está clara: el Franquismo no trajo paz. El silencio y la represión no son sinónimos de paz. Unos dicen que no pasaron hambre, otros cuentan que la autarquía económica, del año 45 al 57, no pudo sostener decenas de vida que murieron de inanición.

Yo sé que somos muchos. Y de cada uno de nosotros surge una idea, una perspectiva. Pero me he esforzado toda mi vida en ser tolerante, por eso duelen cosas como negada de mente. Por eso duele que no quiera recordar las palabras de una persona a la que quiero tanto y con la que quiero hacer tantas cosas. Porque si las recuerdo todos esos deseos de hacer mil cosas se disipan. Se van y sólo me queda una incomprensión profunda e hiriente, porque aunque me esfuerzo en comprender cómo una persona puede afirmar tal cosa, mi esfuerzo sólo me lleva a una tristeza que me asola entera. No lo entiendo, y cada vez que lo intento duele más. No lo entiendo, y esto no se me presenta como un obstáculo... Sino como un vacío.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Nunca me he parado demasiado a pensarlo, porque siempre acabo concluyendo que hay demasiados problemas estando vivos como para preocuparnos por lo que pasará cuando no sea así. Pero esta noche he deseado que existiera el cielo. El cielo, el paraíso, o cualquier trozo de espacio en el que se concentren aquellos que nos dejan desgarrados de dolor. A aquellos que esperamos, en vano, pues sabemos que sólo vamos a poder tocarlos en el aire etéreo de los sueños.

Lo he deseado de verdad, con todo mi encogido corazón, mientras sollozaba sin poder evitarlo abrazada a ti. Me has gritado desesperada que quieres que vuelva, que no aguantas más, que debe volver. Y desde el temblor de mis huesos he podido afirmarte que si, como has dicho, te deshaces en trozos, nosotros los recogeremos. Por un instante -puede que el único en toda mi vida- te he creído cuando me has dicho que, cuando dejes tú este mundo, lo verás. Verás a tu padre, a tu Jefe, a tu Señor, a la sangre que te mantiene brava, en pie aunque por dentro sólo haya ruinas.

Y que el reencuentro será amargo porque liberarás todas esas broncas que le guardas desde hace seis noviembres. Por iros. Por dejaros y dejarte. Por convertirte en la mujer férrea que eres ahora, a ratos niña y a ratos una femme fatale.

He sentido desde el tuétano que es cierto, y esa verdad ha llegado desde tus ojos a los míos, y he notado la sangre un poco más tibia. Nunca me he parado a pensarlo, pero en verdad... Si tú lo ves, yo te creo. Como también creo que aunque duela y pese siempre, y los brazos de tu padre nunca dejen ya de ser etéreos, tú seguirás en pie. Porque las promesas que haces las cumples, y esta... Esta es la que más parte de ti se lleva.

Juro que lo he sentido, he creído en eso por un instante. He sabido que había algo tras expirar, un lugar donde reencontrarse. Un cielo azul, soleado, libre de nubes, libre de reglas naturales y del paso del tiempo. Un espacio de justicia y esperanza. Donde volverás a estar junto a él.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Una de las tareas más duras a las que se enfrenta el ser humano, he aprendido, es a la tarea de saber estar solo cuando te has acostumbrado a la presencia de alguien. Es algo que algunos no consiguen, y es entonces cuando se esconden tras una máscara y dejan aflorar el egoísmo y la manipulación más pueril. Si algo he conseguido yo es fortalecer mi espíritu. Ese animal herido que era mi espíritu, a punto de expirar, apenas sin piel y ensangrentado.

Hoy camina parcialmente derecho y, lo más importante, mi animal camina hacia adelante. Lo he conseguido sin perder el corazón, el cual ahora está revestido de orgullo. Orgullo por no haber huido, por no haber apostado por vendar mis ojos ante una ridiculez como puede ser la vida que muestra la plataforma internáutica. He llegado al respeto y a la calma, y eso es lo que me reviste de orgullo. Cuando terminaron mis temblores supe que estaba repuesta. Cuando supe comprenderte y saber lo que pasaba por tu mente... Accioné los botones adecuados, nunca acercándome demasiado, pues eso era algo que me juré no volver a hacer nunca. Me di cuenta de que se trataba ya sólo de mí, y por eso corté el circuito que te permitía pisotearme, hacerme pagar por algo que no formé ni inventé, sino que simplemente ocurrió.

Ya es noviembre y eso me empuja a no vivir los noviembres de los dos años más recientes que llevo a la espalda. Desesperados, vacíos, intentando llenar algo que se fue hace tres años, con mi ingenuidad y mi desconocimiento de valores fundamentales de la vida que aprendí demasiado tarde. Este otoño me ha despertado fuerte, y puedo notarlo cuando ya no vacilo, cuando se acelera mi corazón pero no me tiemblan las manos, cuando te leo y mi cuerpo se mantiene impasible. En calma. Dueño de sí mismo. Hemos perdido demasiado en el camino, pero ahora se trata de que vayamos ganando propia e individualmente.

A menudo pienso en aquel hombre que dibujé un día en mis pensamientos. El primer hombre sobre la faz de la tierra. ¿Cómo podía sentirse libre si no conocía lo que era no serlo? ¿Cómo podía sentir la soledad acosándolo si todavía no sabía lo que era escuchar otra voz que no fuera la propia y tocar otra piel en otro cuerpo? ¿Confuso? ¿Íntegramente humano? Yo he sido ese hombre, en parte. Empezando de cero, como si la Tierra estuviera vacía, como mi cuerpo, y fuera poco a poco conociendo...

Hasta que mi animal comenzó a caminar fuerte. Se llenó de vida, desde mis propias venas, porque esta vez era una cuestión inalienable. Además... puedes apoyarte en alguien, pero el camino debe ser descubierto por uno mismo. Y aquí me hallo, con mi animal. Íntegra, presumiendo de no haberme dejado avasallar por el veneno ni de haber huido irresoluta. Fortalecida, con el espíritu renovado, dispuesta a llenarme de este otoño y de todos los que tengan que venir.

viernes, 21 de octubre de 2011

Apenas sé mucho de él. Creo que en diecinueve años he oído historias vagas, su nombre, sus fotos, pero nada más... Nada tan concreto como ahora.

Que se afilió a la CNT cuando era muy joven, cuando fue legal, cuando no lo fue. Que él, con más camaradas, cruzaba el Ebro para acudir a las reuniones clandestinas, guardando la pistola debajo de la boina, para que el agua dulce no penetrara en ella. ¿Tendría de verdad el sentimiento latente, creería en el cambio, soñaría con él?

Que con los tiempos grises que anunciaban una próxima Guerra Civil, la empresa donde trabajaba, Ford, le ofreció irse a Estados Unidos porque conocía sus afinidades. Que aceptó, hasta que la guerra estalló en Zaragoza, dominada por los nacionales, y recibió un ultimátum: luchar por la patria, o ver a toda su familia asesinada. Desapareció Estados Unidos, y así fue como un afiliado a la CNT luchó los tres años de guerra en el bando nacional. No obstante, su trabajo le permitió huir parcialmente de la barbarie de apretar el gatillo contra a saber quién: oficial de mecánico, su cometido era reciclar los camiones bombardeados para poder construir otros a partir de las piezas salvables.

Pasó la guerra. Pasaron muchas cosas de las que dicen apenas hablaba. Se casó, tuvo una hija, enviudó. Conoció a una muchacha dieciocho años menor que él, con la que se volvió a casar. ¿Un escándalo? Sí. Pero y qué. El tiempo narraría que dos tíos de esa mujer fueron asesinados durante la guerra por el bando nacional, uno fusilado y otro atropellado mientras iba en bicicleta. Otra tía, a su vez, consiguió ejercer de maestra en la Segunda República, siendo de las pioneras en el país. Un año más tarde, al ser republicana reconocida, fue encarcelada y su licencia invalidada. Nunca más volvió a impartir clases. En los años 80, durante la transición, fue indemnizada... Pero ya había pasado toda una vida.

Como decía, volvió a casarse. Nació mi padre, mi tío -el que más se parecería a él física e ideológicamente- y mi tía. Lamentablemente la vida le guardaba más sorpresas desagradables, y una simple muela acabó con él. Alérgico a la penicilina, lo descubrió justo cuando se la inyectaron en el dentista y mientras su hijo mayor -mi padre- lo llevaba a urgencias por su terrible reacción, mi abuelo notaba que se le escapaba la vida. Se le iba. Y así fue cómo, mientras mi padre conducía, le encomendó a su hijo mayor, aquel que tendría que sacrificar sus estudios y sus ansias por esta promesa, que cuidara de sus hermanos.

No soy capaz de imaginar con nitidez las manos de mi padre aferradas al volante con su padre en el otro asiento. Se me hiela la sangre sólo con la aproximación de esa imagen.

Pero lo consiguió, de alguna manera. Su hija estudió para ser maestra y su hijo, aquel que tanto se parecía a él, se licenció en Historia Contemporánea después de algún que otro encontronazo con su orgullo.

Días después de su muerte, mi padre tuvo que acudir a la delegación de la CNT de la época para darle de baja. Después de todo, todavía seguía afiliado.

martes, 18 de octubre de 2011

-¿Qué te has hecho en el brazo?
-Nada.
-¿Cómo te has hecho ese corte?
-No te importa. Déjame.
-Que cómo te lo has hecho.
-Que no te importa. Déjame en paz, te lo pido por favor. ¡Vete!
-No te suelto hasta que no me lo digas. ¡¿Quién te ha hecho eso?! ¿Qué coño te has hecho en el puto brazo?
-¿Quieres saber que me ha pasado? ¿Eh? Pues mira aquí. Y aquí. Y aquí, joder. Y este. ¿Te gusta? ¿Has visto que no sólo es el puto corte de mierda?
-Qué... qué te han hecho... ¿De dónde vienen todos esos moratones? Por favor... ¿qué es todo eso?
-Tenías que verlo, eh...
-Vístete.
-A sus órdenes.
-¿Qué ha pasado?
-¿Sabes de lo que te reías siempre? De ese club al que iba. Niños retrasados, les decías... Mira que eres gilipollas. ¿Te acuerdas o no?
-Claro que me acuerdo. Estabas ahí todo el jodido fin de semana. Con los críos...
-Sí, con los críos.
-Bueno, ¿y?
-No dejaban de venir, ¿sabes? Venían a reírse, a meterse con todos... Todos los días. Al principio sólo de vez en cuando, pero debieron de encontrar un divertimento o algo y empezaron a venir cada puto día... Los niños sufrían, pero ya sabes cómo son, vamos, si antes me escuchabas... Se mantenían felices, en su mundo. Pero ni siquiera así dejaron de venir. Llamamos a la policía y no hicieron nada. Que los ignoráramos, que eran más estúpidos que nosotros y que eso era todo. Serán hijos de puta... ¿Qué coño nos importábamos nosotros? Los importantes eran ellos, ¿comprendes? Claro que eran estúpidos, por no saber mirar más allá de lo que eran esos niños... No sabían mirar. No sabían.
-¿Y luego qué?
-Comenzaron a sobrepasarse. Empezaron a saltar las vallas y a meterse en el patio, a meterse con los niños, hasta que los echábamos. Pero un día cruzaron el límite. Guarros de mierda.
-¿Qué hicieron?
-Comenzaron a tocar a las niñas a escondidas, y también a algunos niños. ¿Sabes lo que es eso? Hay que estar enfermo, joder. Al principio no nos enterábamos. Dios, esos niños no dicen nada de eso... Tienen miedo a que sea culpa suya y alguien se enfade. Pero los notábamos callados, reacios a las caricias, miedosos. Algo raro ocurría. Algo muy raro. Hasta que lo vi... Dios. Lo vi.
-¿Qué viste? ¿Qué narices viste? Me estás asustando.
-La estaba violando. En mis narices. Por favor, si hubieras visto su cara... Salió corriendo el muy cabrón. Claro, qué va a hacer sino correr. El caso es que no pude más. Me volví loca, fue algo fuera de lo común, no me reconocía a mí misma. Salí detrás de él y vi que los demás lo estaban esperando. ¡Salieron corriendo todos! Putos maricas, huyendo de una tía como yo. Pero los seguí. No había corrido tanto en mi vida. Sentía una fuerza superior, inagotable, y ni siquiera me cansaba. Sólo quería verlos sufrir.
-Eh... ¿qué-qué les hiciste? ¿Qué pasó?
-Se conocían el barrio peor que yo. Se encerraron ellos solos.
-¿Perdona? ¿Qué hiciste?
-No están muertos, no flipes. Pero tampoco sanos. Como bien has visto, yo también recibí. Ya me visto, ya voy.
-Joder... Ahora sí que me siento gilipollas. No sabía que eras capaz de hacer algo así. Es decir, tú... No sé. Qué huevos. No-no te habría imaginado.
-Bueno. Tal vez tú tampoco tienes ni puta idea de lo que es mirar más allá.

viernes, 7 de octubre de 2011

Zaragoza me hace pensar siempre y reencontrarme con la parte de mí que entierro cuando estoy en Getafe. Creo que no voy a ser capaz de tener otra relación así de intensa hasta que no abandone esta doble vida. Una de las cosas que más me matan es sentir una ausencia cuando estoy en una de esas vidas, y cuando llego a la otra y la ausencia se disipa... no es suficiente. He aprendido que necesito estabilidad con alguien e inestabilidad conmigo misma. Aunque me duela.

Pero el caso es que vuelvo a este zierzo y me hallo tranquila. He sido capaz de sacarme a mí misma de esta espiral, porque tú no ibas a hacerlo, y a pesar de notar un vacío en los cuatro años que llevo a las espaldas... ya sé estar más tranquila. El 30 de septiembre pasó sin que me diera cuenta, y si fue así fue porque en parte nunca quisiste que fuera especial. No te reconozco en muchos aspectos, pero supongo que es normal, que tú a mí tampoco, que yo ahora también soy más seca y más triste. Que los dos somos más locos, y eso antes estaba bien, pero por separado... ya no es tan divertido.

Aun así no puedo evitar entristecerme al no hallar en ti a esa persona que a ratos me hizo feliz durante casi cuatro años. Sin eso, se me olvida el sentimiento intenso, tanta locura temprana, todas las veces, las miles de veces, que el mundo sólo era importante porque estábamos tú y yo. Comprendo que ya no me pertenece a mí el deber de encontrarte, y de esa comprensión surge precisamente esta sensación de calma.

De que ya ha pasado. Ya has pasado. Y tal vez el tiempo vuelva a juntarnos de verdad y tengamos la oportunidad de volver a conocernos ahora que hemos cambiado. Pero que hasta ese momento me tengo a mí misma y al presente, porque ya no tengo fuerzas para reconstruir el pasado distorsionado y herido en mi mente, y el futuro es algo que todavía se me escurre de entre los dedos.

Que si esta doble vida conectada por un viaje en bus de cuatro horas va a incapacitarme para sentir determinadas cosas, siempre queda la posibilidad de sentir otras. De centrarme en aspectos vitales más aburridos y lineales, pero importantes y esenciales, al fin y al cabo. Ahora ya me no me tomo el tiempo como un aliado o un enemigo. Es un factor más, una manta que me cubre a mí igual que cubre a tantos otros. Es otoño gris, sin tonos marrones y naranjas, un apoyo para mi imperturbabilidad, tan positiva como negativa. Ya apenas siento las cosas malas; ya apenas siento las cosas buenas.
Una exhalación, muchos suspiros, lágrimas, labios mordidos. El miedo taponando las venas y los pulmones, la angustia trepando por la garganta, el saberse perdido y saber que nada ni nadie va a poder evitarlo. Un tiro. Y el silencio del vencido. Ya no importa si hubo fuga, si no, cuál fue el motivo. La plaza del pueblo se cubre de sangre y sólo hay una causa y una consecuencia: la muerte. Las palabras se matan desde el mismo pecho, acribillado a tiros de espaldas a una pared, y se cree que así se gana, pero solamente se pierde. Una vida más, una persona menos. El rojo es un color que despierta dolor y venganza, ceguera y estupidez.

Años y años más tarde un herrero forjará una placa que rece Parque de La Memoria. Con ese nombre se intentará honrar a todos aquellos que con su sangre tiñeron el pueblo de carmesí. Lo que no se sabe es que en el dorso del metal el mismo herrero graba unas iniciales que le salen directamente del corazón, de su corazón vivo y salvado. Iniciales de amigos, vecinos, compatriotas, compañeros, hombres libres. Iniciales que se perdieron en la lucha, pero no en la memoria de ese hombre. Ni de muchos más.

Homenaje que, también años más tarde, será descubierto de casualidad y eliminado por lo de siempre. Esas iniciales antiguas, brillantes, escondidas solemnemente, sin ceremonias, porque no hacen falta si el sentimiento es sincero. De nuevo muertas. Por una injusticia de bandos, desigualdad de ideologías, política absurda que hoy en día nada tiene que ver con la muerte.

(Inspirado en una historia real).

martes, 4 de octubre de 2011

Va a un cajero y saca todo su dinero. No es mucho, pero debe doblar los billetes en cuatro para que le quepan en la cartera minúscula que tiene, y al principio no le entran. Se pone nerviosa, maldice, y al final mete el dinero en la funda de las gafas de sol y sale casi corriendo. No mirar atrás, importante no mirar atrás.

Emprende la marcha. Jamás se encuentra a alguien, sino que deja que la encuentren a ella. Quiere ser anónima y por eso inventa nombres y vida que nunca tuvo ni tendrá, mientras no para nunca de caminar. No mirar atrás, importantísimo no mirar atrás. Se le van terminando los billetes que guarda en la funda de las gafas e intenta ocupar su tiempo en cualquier trabajo esporádico que encuentra y no la compromete.

A veces se acuesta con alguien, aunque su imperturbabilidad no mejora mucho. Si llega al orgasmo lo agradece, pero si halla a alguien que no se esfuerza mucho en conseguirlo tampoco lo lamenta. Agradece la respiración de alguien a su lado, pero sólo durante unos minutos, los suficientes para que se le erice tanto la piel que no quiera volver a sentirlo. Hasta la próxima vez. La próxima cama.

Quedan muy atrás el cajero, las gafas de sol, las ganas de correr, el frío, el calor esporádico. Ella misma. Ya no se reconoce reflejada en los escaparates y no se sorprende porque tampoco se reconocía antes de iniciar la marcha. Todavía no se le han desgastado las suelas de las botas y mira que tiene ganas de que eso ocurra. El tiempo ya pasa demasiado despacio y sin embargo ha perdido tanto... Que no se encuentra. Por mucho que recorre. Por mucho que se repita que es importante no vacilar en no mirar atrás.

sábado, 1 de octubre de 2011

Es singular el ser humano. Aprecia lo que tiene, pero no deja de querer más. De acercarse al vacío y anhelar precipitarse para echarle la culpa a un inocente tropezón. Siempre queremos más. Nos gusta bailar con peligrosidad y perder el control mientras dominamos más y más la cadencia de nuestras caderas.

Al final una quemadura, una mordedura, un moratón... Y el recuerdo de haberlo hecho, de habernos caído. De haber querido más y haber querido conseguirlo. Al menos sólo para darnos cuenta de que estábamos bien con lo que ya teníamos.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Lo bueno de haber estado jodida de verdad -y no en el sentido sexual, ojalá fuera en el sentido sexual- es que luego hay problemas que agobian a la gente que te parecen auténticas gilipolleces sinsentido. Un problema que marca un punto y aparte en tu vida abre una brecha insalvable en tu percepción.

Desde ese momento caminas ajena a los gritos que hay en tu ambiente, calmando tus pulmones, porque si los dejas chillar a ellos se va a cagar hasta el último agobiado crónico que jamás ha sufrido como sufren las personas que se plantean dejar de vivir. Es cruel y soberbio, pero cierto. Hay afortunados que nunca han sufrido hasta el límite, que no han conocido la parte buena del amor pero tampoco la mala, y que por ello se acurrucan en su pequeño margen de dolor; por eso no entienden que a ti pueda dolerte algo que ellos ni se imaginan.

Esta reflexión la saco yo. Me dan tan igual cosas que antes me preocupaban que mi respuesta más fuerte es un mero bostezo. Entiendo que la gente se angustie por nimiedades porque yo, en otra época menos oscura, también estuve allí. Pero hay un límite que nadie que no viva dentro de ti debe cruzar, y como seres humanos nos corresponde ser conscientes de ese límite y no cagarnos en el respeto cada vez que nos da la gana y lo cruzamos.

Hay dolores que devastan, que su sólo recuerdo te llena los ojos de lágrimas. De lágrimas, de días enteros sin levantarte de la cama, de la mirada vidriosa y preocupada de mi madre, de toda mi familia desfilando ante mis ojos sin que yo los viera, y de una soledad profunda y tan peligrosa que empiezas a pensar que si la muerte se siente de manera especial tiene que ser algo así. Entonces eres tu peor enemigo, pues en tus propios adentros guardas un arsenal de armas cortantes que cercenan cada fibra de buenas sensaciones que todavía escondes. Eres tú. Tú el que hace que sufras, y tú el que te grita cada día tu dolor, te escupe en la cara tu verdad y se encarga de que no duermas tranquilo tampoco esta noche.

Hay zonas en las que la carne está fresca y herida, y la amenaza del olor a putrefacción es un acecho diario. Zonas que nadie puede ni debe manipular y curar. Zonas que ya palpitan con mi sangre cada segundo, y que forman parte de mí... Zonas que no deberían tocarse. Nunca. Ni siquiera por la más extrema ignorancia ni la más perpetrada estupidez.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Cortesía se da entre dos personas que no han alcanzado una intimidad suficiente, pero que de alguna manera les gustaría. En personas educadas, que no olvidan dónde debe ubicarse el respeto y que, también, si surge, podrían tener una relación más agradable con esa otra persona. Eso es cortesía, a mi entender. Cortesía en relaciones recientes y a punto de llegar a su mejor momento, o en relaciones recientes que no llegarán a nada.

No puede existir cortesía entre dos personas que se han destrozado mutuamente, sobre todo si las últimas palabras que se dedicaron estaban llenas de veneno. Si se perdió el respeto en el momento del dolor hecho a conciencia, y una decisión autoimpuesta perjudica confusamente a una de ellas y la otra insiste en que lo que le toca hacer es callarse, aunque no entienda. Ahí no puede haber cortesía. No al menos en este tiempo que todavía tiembla con las heridas; sobre todo si hay heridas que se sabe que no van a dejar de sangrar y que las cicatrices van a estar visibles siempre.

No me lamento de ello... Puesto que tal como viene esta tristeza se irá. Funciona así; al menos a ella la entiendo. Has optado por lo que siempre dijiste que no optarías. Te fuiste con las manos llenas de cuchillas, después del último abrazo letal... que ni siquiera existió.
Toca mantenerse fuerte. He mantenido más silencios de los que piensas, a pesar de que sea más cómodo pensar que estoy bien porque sí, y que no me interesa comprenderte. Si tú hubieras comprendido a su debido tiempo, las cosas serían diferentes... Al menos no estarías en mi memoria como un recuerdo borroso, agridulce. Ni siquiera la imagen de tu sonrisa en mis adentros me parece sincera.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Pensamos que una de nuestras mayores condenas es el paso del tiempo, sobre todo cuando dejamos atrás ciertos años que parecen mágicos y eternos. O eso dicen… nosotros aún estamos en esa frontera. El paso del tiempo duele, duele porque vemos que envejecemos y que vamos dejando atrás cosas que fueron fantásticas y que echaremos de menos con el regusto amargo de saberlas, de alguna manera, perdidas.

Pero nos pasa siempre, y aquí no hay excepción, y es que pecamos de una cosa: de impulsivos. Nos centramos en que se nos van los días, pero olvidamos lo que provoca que se nos encoja el corazón y se nos encienda la añoranza: justamente esos días. Nos arrasa la marea de un año más que pasa, pero todo lo que ese año ha acontecido es la calma que se pega a la piel cuando ya se ha marchado la breve tempestad.

El tiempo en esta ocasión también ha pasado. Veinticinco años. Lo increíble no es la cifra, ni que hayáis llegado aquí y nosotros podamos conmemorarlo con vosotros. Lo sobrecogedor es que hoy no celebramos una fecha, un aniversario más, sino todo el contenido de estos veinticinco años. Todo el camino que hay detrás de un número tan simple… Veinticinco.

Desgranándose septiembre a septiembre, nos habéis dado cada año que cumplíais desde que nos disteis la vida. No han sido años vacíos, sino años de aprendizaje, a veces duro y a veces más llevadero, de piedras en el sendero que nos ayudasteis a sortear, de sabiduría que llegaba de vuestra sangre a la nuestra. El tiempo nos ha formado con todo lo que nos disteis, y hoy podéis presumir de tener unos hijos que más o menos se arreglan, con sus más y con sus menos. Que han superado ya sus etapas más tortuosas, y que ahora se inician en la vida adulta como pueden, un poco a tientas, pero siempre con dos manos firmes que estarán dispuestas a sostenerlos: las vuestras.

Una cosa está clara y es que tenemos presentes todos estos años, y somos conscientes de que somos como somos por vuestra constante compañía. Que tenemos unos padres que nos quieren y así nos lo demuestran, de tal manera que nos habéis regalado parte de estos veinticinco años sin dudarlo. Habéis volcado la mayor parte de este número en nosotros, y aquí tenemos el resultado.

Que hemos llegado hasta aquí. Que hoy celebramos un aniversario, pero también toda una vida, nuestras vidas, con vosotros. Que estamos aquí, acompañándoos como vosotros nos acompañasteis siempre, y que un calor tenue en el alma nos susurra que va a ser así cada día, todos los años que nos quedan por probar. Más vueltas que dar al calendario, más hechos y momentos que lamentar cuando se vayan. Y claro que nos sentiremos tristes al recordarlos… Sólo así sabremos que fueron realmente buenos y dignos de conservar.

Gracias. Gracias por hoy, por todos los días que nos han traído aquí, y por todos los que vendrán. Por que sigamos juntos, con más noches como esta. Felicidades.


Nunca me había temblado tanto el pulso. Sus miradas cristalinas, la voz de mi hermano de fondo, mi corazón saliéndose por las muñecas.

viernes, 9 de septiembre de 2011

A veces caemos, y no hay problema si logras levantarte, que suele ser lo que conseguimos siempre. El verdadero contratiempo sobreviene cuando hay un obstáculo que supera nuestras fuerzas, y no conseguimos ponernos en pie. Entonces se suceden las noches sin dormir y los días exactamente idénticos: rotos, grises, tristemente tersos. En ese momento estás perdido. Vacío. Absorto en una realidad que se gesta en tus adentros y que ni siquiera comprendes. Tus actos se vuelven automáticos, sobre todo el respirar, y la vida no es más que un camino que andar porque alguien determinó que eso era así.

Sucede, en aquel momento, que entre tanta oscuridad comienza a asomarse un pequeño rayo de luz. Tímido, bizqueante al principio, pero constante en su aparición. Pesa que no hayas podido ser tú quien lo haya creado, pero entonces poco importa el orgullo y la autosuficiencia. Porque alguien te salva, esa luz te salva, y en tu pecho -en mi pecho- reconoces un golpeteo de sangre y esperanza que te suena de algo, pero que ya estabas olvidando.

Hoy mi rayo de luz particular cumple años. Siempre he pensado que en tu propio aniversario tiene que haber pequeñas sorpresas que te hagan sentir especial y lo he hecho lo mejor que he podido, pero su sonrisa mientras estábamos sentados en el cielo de Madrid me calentó de nuevo la piel. Han sido meses duros y llenos de turbulencias que han agitado mi alma y también, y no sabe él cuánto me jode, la suya. Por estar siempre, a cada segundo, por el repiqueteo de sus nudillos en mi puerta, sus camisas arrugadas por mis dedos y manchadas por mis ojos al abrazarlo.

Escribirle desde esta intimidad reciente me alivia, me hace sentir en casa. Él me hace sentir a salvo. Y porque quiero que su día sea especial, y que sepa que puedo llenarlo de palabras como me ha llenado él de vida. Por eso, y porque lo quiero... Felices diecinueve, Music Man.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La charla se disuelve sin miradas directas ni palabras de despedida. Ella ni siquiera es capaz de enfocar la mirada para contemplar, quién sabe si por última vez, a esa pequeña criatura blanca que enciende el ánimo siempre.

Él, el de estar solo consigo mismo y deseo de no estar con nadie más, se va porque ahora lo que desea es acudir a una cita. Ella, quien no había pensado en la soledad voluntaria y tenía una cita a la que ya ni llega ni es capaz de ir, se retira con mirada temblorosa a su casa para no volver a salir.

Irónico, vacío, con falsa valentía. Se invierten los papeles. A destiempo. La soledad ha de ser soledad perpetua, sobre todo si es escogida, y nunca a medias. Nunca una excusa. Sobre todo si hay lágrimas. Sobre todo si ha existido la crueldad de una última arremetida fría mientras ella intentaba calmar su temblor. Las palabras de él... Se guardan en el archivo donde se guarda todo lo que ocurre cuando te atraviesa la espalda como un puñal el llanto. Un archivo borroso, lleno de dolor, poco útil para la vida.

Más útil habría sido evitar el Deja de lloriquear, una última mirada, hablar más bajo cuando él dice que se va a ir ahora porque ha quedado, demostrando su entereza. ¿Por qué no asumimos la carga de nuestras palabras? Este juego destructivo.

Ella quiso hace tiempo que se acabara. ¿Por qué no lo hizo? Porque en el amor siempre son dos, y las decisiones de uno afectan al otro. Por eso... No por ser cobarde. Por pecar de ingenua, como cuando tenía quince años y la cegaba la falsa maravilla de algo que ni siquiera tenía forma.

viernes, 26 de agosto de 2011

De noche el mar es más inmenso. La escasa iluminación en este pequeño pedazo de civilización en esta isla salvaje me brinda un cielo negro, perfecto. Tan perfecto que no se llega a distinguir su rotura contra la gran masa salada, y acaba difuminándose hecho espuma, entre la negra arena volcánica. Por un momento siento que estoy en un paraje mágico y desolador a la par; mi sitio... Un sitio donde podría estar tranquila para siempre, justo en la línea imposible que no conaigue separar el mar del cielo en la madrugada.

lunes, 22 de agosto de 2011

A quien mejor me conoce y más se sorprende de mí:

Después de todos estos meses, es muy agradable para mí saber que vos reposáis tranquila. Que ha vuelto el color a vuestras tímidas mejillas y poco a poco vuestra respiración es más estable. Llegué a temer por vuestra escueta sonrisa, llegué a pensar que os iba a engullir ese misterio que os acompaña, mi señora, y que en estos meses se había multiplicado desmesuradamente. Recé a los dioses para que regresarais conmigo, y aunque fracasé en muchas ocasiones, la dicha me embarga cuando pienso que no me di por vencida.

Porque, ¿qué me iba a quedar a mí, mi Lady, si vos os marchabais? Ya sé que eso sólo podían decidirlo vuestros agitados pensamientos, pero podría haberme arrancado la piel para que durmierais tranquila, haciéndoos un abrigo con ella para que no se os comiera ese frío del que tanto hablabais. Mi señora, la luz ha vuelto a vuestros ojos, puedo verla, y perdonadme si sonrío demasiado, pero me siento tan plena al ver que vos sois más feliz...

Os equivocasteis y nunca un error fue tan dulce. Os equivocasteis cuando decíais que no ibais a salir de este foso, que vuestras venas se estaban volviendo cada vez más azules porque los latidos os habían abandonado para siempre. Mentíais, señora, ¡y me alegro tanto de ello! Pese a todo, no me arrepiento de haberos secado ni una sola de las lágrimas que encharcaban vuestra delicada alma cada día. Estáis tan guapa sin llorar, contagiáis esa esencia infantil que temí se os agotara. Gracias al cielo mis temores no se cumplieron.

Mi señora, sigo estando a sus pies. Con vos siempre, cada día y cada noche, pues cuando vos sentís frío yo también, y cuando os sentís arder yo me siento de la misma forma. Las dos sabemos que esas malas noches no se irán del todo, pero sí podemos asegurar que respiramos tranquilas, que han cesado los temblores, que podemos mirarnos directamente a las pupilas sin miedo.

Mi Lady, perdonadme si alguna vez dije que os dejé de amar, pues fue una de las mentiras más viles que han salido de mis labios... Mis labios, que no son más que los vuestros, porque compartimos persona y cuerpo, y así será hasta que podamos, o hasta que una de las dos deje de amar a la otra, aunque creo que esto nunca ocurrirá.

viernes, 12 de agosto de 2011

Olfatea la puerta del ascensor esperando a que se abra, como siempre, con infinita impaciencia. Quiere salir ya a la calle, aunque al menos ya se le ha pasado el ímpetu inicial. Sigue respirando con fuerza con la mirada clavada en la gran puerta de metal, pero cuando oye el primer sollozo roto vuelve la cabeza y me mira con cautela. A la segunda sacudida de hombros se acerca hasta a mí, sin dejar de mirarme, y comienza a llorar suavemente, hasta que le rasco la cabeza y la junta con mi muslo.

Con mis mejillas apoyadas en la parte superior de su hocico, dejo que las lágrimas se pierdan en su pelaje blanco mientras le doy sonoros besos en la coronilla, y pienso que si bien es el recordatorio más nítido de por qué sufro, también es el alivio más importante que conozco. Soy consciente de que puede que en un periodo corto de tiempo sea otra quien lo saque cuando su verdadero dueño no pueda, y sea en otra en quien apoye su cabeza cuando los tres estén sentados o tumbados en el sofá. Sé que arañará otros brazos y probablemente lama otras lágrimas, pero en este preciso momento, en la quietud del ascensor y en la intimidad de estar solos en esa casa... Su inocencia me cura. Me quiere, a su manera, me mira con esos ojos marrones llenos de infancia y dejo de sollozar, porque no quiero asustarlo y porque Platón tiene razón en una cosa. Simplemente, vive.

sábado, 6 de agosto de 2011

Sandra me habla del regalo de cumpleaños que le hizo su chico, y me relata los días increíbles que pasaron en la playa, y la sorpresa que se llevó cuando él le explicó en qué iba a consistir el regalo. Mientras tanto, en otra conversación comento con un amigo que a veces quedarme en casa es mi mejor alternativa, porque ninguna otra opción me suele satisfacer, y las mismas paredes azules que pintamos hace tres años -cuando todo era muy diferente- acaban haciéndome daño en los ojos si las miro mucho rato.

Me hastía el calor, esas paredes azules, que hayamos dejado atrás los tiempos en los que pintamos esas paredes, los mismos paisajes, la falta de ganas de recorrer otros, otro fin de semana desperdiciado a pesar de que en teoría iba a ser lo único que íbamos a tener... Me desesperanza que siga fallando lo mismo, que los problemas sean los mismos, y mis anhelos me cambien, pues todavía noto esas ausencias, a la espera de que acepte que no se van a llenar jamás. Que cada uno es como es, y en aceptar a las personas está la gracia, pierdas lo que pierdas, con tal de comprender que son así.

Y si hay algo que me falte en el aire, en los adentros, tendré que buscarlo en otra parte, en otros ojos o en otras líneas. No es injusto, sino uno de los hechos más justos que nos ofrece la naturaleza. Si todos fueran como nosotros y cumplieran nuestras expectativas y lo que esperamos de ellos... ¿qué gracia tendría? Aunque tal vez sí se mitigaría, a cambio, mucho más este dolor que me pone de los putos nervios.

domingo, 31 de julio de 2011

-Anda, ven que te curo.

Lo dirige al baño y él se sienta como puede mientras tiene la mirada perdida. Ella saca algunas cosas del botiquín que hay en el armario, conviviendo ambos con un profundo silencio.

-Esto sí que es nuevo… Que mi hermano llegue a estas horas con moratones y encima llegue contigo. Qué suerte habéis tenido de que mi padre fuera de noches.

En la cocina, casi al lado, la madre discutía con su hijo mientras ambos lloraban; una porque las heridas de su pequeño le dolían a ella y no podía con la incomprensión de la situación, y él porque la noche lo había acabado superando.

-Perdona-responde él al fin-. No quiero ir a mi casa así… Mañana… mañana iré. Ahora no creo que sea buena idea.

-Lo sé, tranquilo. No digo que no puedas quedarte.

Le limpia con cuidado la sangre seca que tiene en torno a un lado de la boca, e intenta no apoyar la mano en su pómulo, que sigue muy hinchado.

-¿Qué sabes sobre lo que pasa en mi casa?

Él, de repente, parece asustado.

-Lo suficiente como para no hacer más preguntas… No te preocupes, ¿vale? No las haré.

Él no responde, así que ella, incómoda, rompe los segundos vacíos, y sigue hablando, mientras repasa con el algodón cada centímetro de su rostro dañado. No es enfermera ni sabe muy bien lo que hace, pero intenta hacerlo todo con mucho cuidado.

-De todas formas, intenta no meterte en líos. Ni mi hermano ni tú. No creo que estas cosas le vayan bien a tu casa, y además…

-¿Además qué?

-Además no quiero que te hagan daño.

Respira con calma. Hace rato que todo el alcohol ha huido de sus venas, pero la última frase de ella es como un golpe. Ella…

-Dame otro beso, por favor.

-¿Otro beso? ¿Cómo te voy a dar un beso? Anda, por favor…

-Me acuerdo de la otra noche. Me acuerdo perfectamente aunque dijera que no. No iba lo suficientemente borracho, y además no iba a olvidar algo así…

-¿Qué?

-Eso…

-¿Y por qué dijiste que no recordabas nada? ¿Porque soy una cría? ¿Porque de verdad querías olvidarlo? ¿O porque eres un acojonado que le tiene miedo a mi hermano?

-No sé, no sé. Me bloqueé… Tenía miedo. Tenía miedo de que si yo lo decía tú lo negaras, que pensaras que había sido una equivocación. No eres una cría, claro que no es eso. Es que… no sé. Me dio miedo.

Ella se para en seco. Observa su rostro a escasos centímetros del suyo, pero ya no con concentración, sino con una mueca extraña de perplejidad y la desazón latiéndole en el pecho. Él no aparta sus pupilas de las suyas, y espera pacientemente a que diga algo, porque ya no tiene nada más que decir. Vuelve a sentir miedo, pero en parte siente el alivio de ver sus sentimientos desnudos y no tener que seguir escondiendo nada. El rostro de ella es un enigma, como siempre. De repente suelta la gasa y el yodo, y lo aparta a un lado. Sin dejar de mirarlo ni un segundo, posa sus manos a lo largo de la mandíbula de él, cierra los ojos lentamente y los vuelve a abrir un instante, antes de acercarse a él y crear esa oscuridad que acelera los corazones entre dos rostros.

Sin dejar de sujetarlo, besa sus labios con extrema precaución. Él tarda en reaccionar, pero cuando lo hace la lengua de ella se desliza con cautela, mientras de sus labios sigue manando una dulzura reparadora e inusual. Los recorre lentamente, sin parar pero sin acelerarse, y cuando por fin se separa de él aguarda a que también abra sus ojos castaños. Él, por fin, los abre, aunque ni con los párpados sellados había dejado de mirarla.

-Comprueba, ahora, si pienso que esto, y lo de la otra noche, fue una equivocación…

jueves, 28 de julio de 2011

Sonríen en las fotos. Sonríen mucho. Son una de las tantas parejas que está subiendo sus fotografías de verano, en pequeñas escapadas. De aquí me llama especialmente la atención una de ellas, porque él lleva traje y ella va muy elegante. En la siguiente aparecen en uno de los bateux parisiens que ofrecían cenas románticas surcando el Sena. A ella le saco un año, y me alegro de que sea feliz. Siempre tímida y callada, ahora parece otra persona. Sigo observando sus fotos, e imagino. Se quieren, reservan unos billetes, pide permiso a sus padres, cogen ese avión... Y vuelven con sus fotos. Con sus recuerdos al borde de la Tour Eiffel, y sus sonrisas manchadas de felicidad parisina.

martes, 26 de julio de 2011

Un día me compraré un coche e iremos juntos a cualquier sitio. O tal vez nos lo compremos los dos, o te lo compres tú si tienes suerte. Yo reservaré unos billetes baratos, porque sé que quieres viajar, y no importará el destino sino que cojamos ese avión y aterricemos en cualquier parte que se rinda a que la descubramos. Te hablaré en inglés y en francés para hacerte pensar, y tendremos largas conversaciones estúpidas en las que nos corregiremos los fallos y nos reíremos con su traducción directa en nuestro idioma.

Iremos a cenar al menos una vez a la semana. A veces compartiremos plato y otras veces no, pero siempre probaremos de lo que coma el otro a no ser que no nos guste. Tú pedirás de postre algo de chocolate y a mí me dará igual con tal de verte comértelo lentamente, para que no se acabe nunca. Un día no acabaremos nunca.

Un día no te soltaré y no tendrás derecho a quejarte porque tú estarás igual y ya no tendremos ningún remedio conocido. No nos dará miedo hablar de nada y me contarás todas tus ideas aunque sean alocadas, siempre y cuando quieras escuchar las mías. Alimentaremos las suelas de nuestras botas con cualquier calle, conocida o no, y se nos borrarán las huellas dactilares de caminar cogidos siempre de la mano. Discutiremos, pero siempre acabaremos las discusiones porque a uno de los dos le entra la risa, y si hay lágrimas las usaremos para limpiarnos las heridas mutuamente.

Un día podremos hacerlo... Un día te conoceré y seremos así. Nos trataremos como si nos hubiéramos echado de menos siempre.

domingo, 24 de julio de 2011

Tus palabras me hacen parecer alguien insensible. Es curioso, a veces me elevan y me encienden desde adentro, y otras no son más que el reflejo del daño que te hice sin poder evitarlo. Bueno, en realidad sí podría haberlo hecho, pero eso no habría sido honesto, no para ti, y mucho menos para conmigo.

Anoche lo observé sentado solo en el bus, mirando el móvil, sintiéndose extraño entre todos nosotros. Y me reproché a mí misma el haberlo juzgado tan rápido, porque su tristeza llegó a mí y me asoló por completo al recordar el miedo que me dio tomar esa decisión que acabó en parte con todo lo que había sido estos últimos años. Lo vi sufrir, y pensé que tal vez la amaba de verdad, y que por tanto la decisión de dejar a su familia había sido la más dura que había tomado nunca. Y su valentía, aunque torpe y a destiempo, digna de recordar.

Pero es injusto. Es injusta esta orilla del río, es injusto que se nos juzgue por haber dejado de amar o por creer que hemos dejado de hacerlo. No es justo tener que soportar ciertas palabras y miradas, optar por la lejanía o perder aquello que te importa. No es justo estar expuesto a eso, y mucho menos deber hacerlo. Dejar de amar puede doler tanto como aguantar que hayan dejado de quererte, aunque a ojos de ajenos no seamos más que asesinos despiadados de corazones.

No fue en vano. Tuve mis motivos y después de todo el movimiento de estos últimos meses sólo sé una cosa... Que no quiero retroceder. Volver a la misma rutina autodestructiva. Quererte sin que me quieras entonces, no quererte cuando me quieres. No podré soportar más cambios de actitud, porque ya tengo suficiente con soportar día a día a la culpabilidad compartiendo cama conmigo. Esa que se acrecenta con tus comentarios y tu dolor sordo. Que ojalá pudieras llorar... aunque me dijeras que era porque no tenías más lágrimas, que se te habían acabado todas. A mí aún me quedan, y al ritmo que voy y que vamos... todavía hay para un rato largo.

miércoles, 20 de julio de 2011

Podría untar mis dedos de maravilla y así ser eterna. Cuando por fin encontré mi camino me dije que quería que mi vida se basara en hacer sentir a la gente. A ratos siento que es una profesión inútil, porque no curo, no arreglo divorcios, no entrego cuentas, no satisfago a la sociedad de una de esas necesidades imperiosas que nos acosan. Pero luego pienso en qué sería de nosotros sin el sentimiento y el mundo se me antoja enteramente mío.

Puedo mover los hilos de una existencia imaginaria que actúe como un reflejo de la propia. Quiero arrancar de cuajo la piel del pecho de quien me escuche y me vea, y llegar hasta donde puedan llegar las palabras y los sueños. El tiempo corre en mi contra cuando observo que las maravillas despuntan temprano. Pero yo no sueño con ser maravillosa, sino con poder crear una fascinación transparente y capaz de eclipsar almas similares a la mía.

martes, 19 de julio de 2011

Me horroriza enormemente cuando me piden consejo sobre una relación medianamente seria. Pero más me horroriza escucharme contestar con serenidad, llamando a mis fantasmas para intentar dar una respuesta sabia a mi juicio, y sintiéndome de repente infinitamente anciana. Como si hubiera vivido treinta años de golpe, y se me echaran encima todas las canciones de desamor que existen. Como si me atacaran todos esos recuerdos que me acosan y me oprimen el pecho, diciéndome que no fue una pesadilla, que ocurrió de verdad. Pero ya no quiero alimentar más esos malos espíritus. Quiero quedarme con el ahora, no con lo que ocurrió y no llegó a ocurrir y eché en falta. Quiero sentarme conmigo, charlar y mirarme al espejo sin titubeo. Demostrarme que sigo entera, y totalmente perdida, pero dispuesta a caminar porque será lo último que pierda antes de caer definitivamente: las ganas de andar.

Últimamente no hago más que fijarme en las parejas de quinceañeros que caminan despreocupadas, y echo de menos esos años llenos de aventuras y sentimientos desnudos, intensos, sin pizca de maldad. Tantos lloros pero tantísimas sonrisas y tantas vivencias que ahora, si ocurren, se me atragantan en el estómago. Los veo felices y pienso... Pienso. Y acabo suponiendo que esto, en teoría, debe de ser crecer.

miércoles, 13 de julio de 2011

Las ansias de información nos invaden desde que somos bien pequeños. Algunos adultos nos dicen que ese sentimiento recibe el nombre de curiosidad, pero conforme crecemos el término cambia, se transforma e incluso llega a deformarse. Mis dedos han sido rápidos estos últimos meses, y en las palabras encontraba un alivio que en realidad era inútil, excepto en los momentos en los que me topaba con un comentario de aliento y mis labios se curvaban ligeramente.

Ahora estoy optando por un silencio más calmado porque esa curiosidad púber puede alcanzar límites insospechados de avaricia que yo no quiero alimentar de ninguna manera. Si algo he aprendido en este agitado 2011 es que con mi vida me es suficiente, y no necesito meterme en la de ninguna otra persona, salvando las distancias con las vidas de aquellos que amo, claro. Pero amar no tiene nada que ver con la hipocresía de la que hablo.

Podemos aparentar que tenemos una vida que nos satisface. Que somos felices. Estamos saciados. Contentos. Llenos de dicha por nuestros días y las personas que nos acompañan y que incluso nos colman de regalos. Sin embargo, nuestros tobillos sangran cuando nos damos cuenta de que cojeamos. Que no somos tan felices, ni estamos tan satisfechos con nuestra vida. Que necesitamos que otros nos cuenten sus miserias para sentirnos mejor, o descubrir las miserias de aquellos otros de manera furtiva, y fingiendo delante de la gente que somos autosuficientes.

Es terrible el temor a estar solo y taparlo con fingida perfección y una perversión gélida. Pero peor es dañar a las personas y desearle el daño a otras... para acallar a tus demonios más oscuros. ¿Sabes qué? Que ya no te voy a dar lo que piden tus falsos ojos.

sábado, 2 de julio de 2011

Ante tu ausencia prolongada mi mente ha explotado en mil hipótesis que me asustaban. A los que me preguntaban que por qué estaba triste, podría haberles contestado que simplemente imaginaba. Porque no es otra cosa. ¿Habrá decidido alejarse al verme así? ¿Tal vez se haya cogido un bus al pueblo para estar tranquilo? No, él no tomaría la inciativa de coger un bus por sí mismo... ¿Estará durmiendo, para olvidarse de todo? Le daré un día, o dos, luego le llamaré, porque él me enseñó que huir no es el camino.

En realidad, fumabas marihuana con un colega y supongo que tú estallabas en risas, como el sábado pasado volviendo al amanecer, cuando tus carcajadas rasgaban la quietud de la ciudad, mientras mis lágrimas seguían brotando muy silenciosamente. Ojalá fuera como tú. Tan despreocupada, tan liviana, tan individualista. Sigo pensando cosas que no te definen, cosas que fueron las que nos mataron. Su ausencia, en verdad, nos asesinó despiadadamente. Pero el apoyo más grande de ese crimen fue mi mente soñadora y confiada. Confiada en que ibas a corresponder aquello que anhelaba.

¿Sabes qué? Que no se puede huir si no se ha comprendido a la otra persona, por eso yo no necesitaré recordarte nunca que no se debe escapar. Y, por supuesto, aquel que sufre realmente... no estalla en carcajadas. Yo... No te conozco. O tal vez erré la primera vez que lo hice.

viernes, 24 de junio de 2011

-¿Y sabes qué es lo peor?
-Qué.
-Que no vas a entenderlo, como siempre. Porque ni siquiera vas a leerme...
-¿Decías algo?
-Que sí, que sería increíble. Buenas noches.

jueves, 23 de junio de 2011

Se lo comentaba a Marcos y es cierto. El viento impactando en el rostro mientras la muñeca se contrae y se acelera un poco más, con mis manos cercando la cintura que conduce la moto que ataca la Zaragoza más nocturna. Después de que me ayudaran a ganarme una calma inválida, totalmente relajada sintiéndome volar con la única interrupción del chocar intermitente de los cascos. Y el recuerdo en la memoria de que aún te debo un café, un pañuelo que llené de lágrimas y que debo lavar y sobre todo mucha calma. Que se va recuperando.

domingo, 19 de junio de 2011

Creo que uno de nuestros mayores errores a la hora de buscar a alguien que nos complemente es que buscamos la perfección que nos aplicamos a nosotros mismos, sin ver que un complemento es algo que se suma a otra cosa para hacerla plena, íntegra. Aun así yo no aprendo. Sigo buscando que, como yo, te intereses por todas mis palabras y me descorazona el hecho de comprobar que me leen más las almas más cotillas y rencorosas -la generalización en plural es un signo de respeto, más que de otra cosa-, que se meten con más asiduidad a este rincón, que tú mismo. Como siempre. Ese siempre que conlleva que, en realidad, nunca te han interesado con la misma pasión mis palabras. O la información que pudieras hallar en ellas.

Anoche me dije que confiaba en la sensación con la que me despertara hoy. Sin embargo, respecto a esa determinación sólo he sentido un inmenso vacío al comprobar el móvil y el ordenador, aparte del dolor que late cada segundo en mis venas porque estoy destrozando a alguien que no se lo merece en absoluto. Alguien que, como dato curioso, sí se interesa con pasión casi enfermiza -como yo- en casi todo lo que escribo.

En teoría yo no estaba perdida. No podía estarlo. Mi situación no era comparable, ni lo es, a la de aquellos a quienes estoy dañando y mi integridad física y mental era un hecho que todos llevaban en la boca. En teoría. Porque no hago más que sentir que me choco contra las mismas paredes, a pesar de las cicatrices de anteriores golpes, sin haberme aprendido todavía el camino correcto.

sábado, 18 de junio de 2011

Me lo está enseñando sabiamente Míchel Suñén con las líneas que de manera tan hábil escribe. En Vanesa King, uno anoréxica que siendo ya un espíritu famélico y totalmente desnutrido tras el deterioro sufrido a lo largo de la novela busca perder más peso en la sadorexia, estoy hallando el recuerdo de sucesos que me encienden la piel de gallina. Vanesa King me está haciendo recordar.

Me está haciendo recordar esa profunda y desoladora frustración de pensar por qué tiene más mérito aquel que come como un cerdo sin engordar un gramo que aquel que se deja la piel, y muchas veces la infancia y la adolescencia y su vida entera, en controlar un peso que sube más rápidamente por un capricho, sin más, de la genética. Recuerdo las traumáticas dietas de la infancia y de mi escueto almuerzo frente a los suculentos pecados que mostraban mis compañeros en el patio del recreo. Mi padre pesando conmigo el pan que iba a poder ingerir en esa nueva dieta, incrédulo, pesándolo una y otra vez haciendo cada vez más pequeño el pedazo que había cortado al principio, mientras una niña de apenas ocho años lo miraba en silencio, sin nada que pudiera decir. Recuerdo el temor a que alguien me cogiera en brazos en los típicos juegos de niños, y cómo nadie quería cogerme nunca, y cómo hoy por hoy sigo temiendo que alguien me coja porque pienso que, en efecto, voy a terminar aplastándolo.

Recuerdo la adolescencia primeriza y la satisfactoria sensación de triunfo después de pasar desapercibida y conseguir mis primeras veinticuatro horas sin comer absolutamente nada. También, eso sí, recuerdo el miedo que me dio mi propia alegría, y posteriormente mis ojos postrados en la taza del váter mientras lo intentaba y no podía. Nunca pude, en realidad. Recuerdo la simpatía instantánea que causaba una chica esbelta a los desconocidos, y cómo las demás teníamos que ganárnoslo, aunque a veces ni nos escucharan.

Recuerdo las felicitaciones por la pérdida de peso, las sonrisas que me dedicaban, y cómo apuntaba mentalmente echarme una palada menos de comida ese día. Recuerdo, amargamente, que justo cuando empecé a hacer el imbécil con la comida fue cuando se me interrumpió el crecimiento del pecho. Recuerdo las miradas inquisidoras de mi madre y el mismo comentario repetido de mi abuela. Recuerdo los textos con los que me desahogaba y que siempre acababa borrando, porque me daba auténtico pavor publicarlos. El dolor llano e irracional que causaba ir a comprar ropa y los foros de Internet donde miles y miles de Anas y Mías contaban sus vivencias y sus trucos.

Yo no llegué a cruzar el límite a pesar de que bailé un par de veces a su alrededor. Pero sé que es duro, y que tantas dietas infantiles y miradas de reproche del pediatra acaban en la resignación cada vez que me miro al espejo o me quiero subir a la báscula. Siguen los comentarios jocosos, pero inocentes, porque no saben lo que hubo y hay detrás. Sigo envidiando a esas chicas esbeltas de piernas largas y perfectas, sin gemelos con demasiada envergadura o cartucheras excesivas. Pero no por tener esas piernas, las envidio sobre todo por haber tenido esa suerte al nacer, y porque no saben lo que es atravesar una situación así, y de vez en cuando tener que lidiar con tantos recuerdos.

No os voy a engañar. Nunca había escrito sobre esto y leyendo a Suñén estoy reflexionando profundamente sobre el tema. Me siento bien con mi cuerpo, aunque sé que de manera eterna voy a verle fallos y nunca seré capaz de sentirme perfecta o creer a aquellos que insistan en que les encanto físicamente. Arrastro la inseguridad de quien quiere cogerme en brazos o los días de desvíar la mirada cuando paso ante un cristal. Pero de algún modo escribir esto y descubrirme tan vulnerable me alivia, porque he descubierto que es algo que no me aprieta por dentro.

Yo he sido capaz de verme sexy, atractiva y bella frente al espejo, a ratos y a días, pero capaz, al fin y al cabo. Pero conozco esa honda desesperanza, acompañada de la incomprensión de quienes no conocen esto, esa angustia repentina a la que acabas acostumbrándote, pero que te erosiona de igual manera. Sin embargo, yo tuve suerte y supe dejar eso a un lado y aceptarme, aunque hubiera momentos de verdadera flaqueza. Aunque todavía los haya, y no haya hablado jamás de esto salvo conmigo misma, y siga empapando mis mejillas de lágrimas cuando intento purgarme.

jueves, 16 de junio de 2011

Miró sus ojos y sólo pudo ver el infinito más frío y desolador. Aun así ignoró el sentimiento invernal que le despertaba y apretó el botón de la cámara. Sonó el chasquido de rigor y la figura que estaba fotografiando no se movió un ápice. Tampoco cambió su expresión, y el fotógrafo tuvo que subirse la cremallera de la chaquetilla que se había puesto esa mañana simplemente por complementar el resto de sus prendas de ropa, no por pura necesidad. ahora, sin embargo, tenía frío de verdad.

Se le ocurrió decirle que tenía que cambiar el carrete para despegar su mirada de esos ojos gélidos, pero se acordó a tiempo de que tenía en sus manos una cámara digital, de esas que ya no necesitaban carrete. Aun así se excusó mediante la afirmación de que debía cambiar de objetivo para captar más profundidad de campo, y se agachó para rebuscar en su mochila. Intentó calmarse. Había hecho millones de fotos a miles de personas diferentes. ¿Estaba tonto o qué?

Se incorporó decidido y apoyando la idea de que estaba exagerando. Para cuando fue a sujetar la cámara y a mirar por el visor, la silla estaba vacía. No había modelo, ni signo de movimiento alguno, ni ningún eco de pasos que se alejaban. Sólo silencio y el nuevo objetivo precipitándose hasta impactar en el suelo con estrépito.

martes, 14 de junio de 2011

Hacía meses que no había textos. Tampoco salidas sorpresivas ni salidas a secas. Nos movíamos en la misma rutina, que nos servía, hasta que algo dejó de funcionar en mis adentros. Cuando te preguntaba por qué ya no escribías sobre mí me contestabas con que en mi flog tampoco salías tú. Un día me encontré sin la preocupación de encontrarme en tus líneas porque había aceptado que ya no iba a estar, y adopté la preocupación más gigantesca de sopesar si quería seguir moviéndome en esa rutina contigo. Cuando fui verdaderamente consciente, me sentí un monstruo. Sopesar ya implicaba dejar de amar con la misma intensidad, pues de lo contrario no sería ni siquiera necesario.

La gente, en incluso tú, piensan que fue repentino. Que tardé una semana en tomar la decisión y otra semana en recuperarme. Sin embargo, tus labios a los seis días ya estaban en otros labios ya vaticinados, y tus labios también probaron lo que era combinar sabores el mismo día y con muchas lágrimas de por medio. Mis labios también se aventuraron, pero siguen torcidos. Torcidos en una expresión de tristeza que ya dura meses, y que a los ojos de la gente, incluso de ti, no debería existir.

Yo fui feliz como nadie. Y en mi decisión fue en parte mi suicidio. Un suicidio real, no un tanteo infame. Con la consiguiente condena de seguir viviendo con eso en la mente las veinticuatro horas del día, aparte de opiniones y comentarios ajenos que despertaban las risas de mi ser más irónico, y me hacían lamentar cuántas personas existían que todavía no sabían lo que era amar de verdad.

Yo también vi una luz. Pero como siempre mi mayor error fue creer en lo que mi mente dibujaba, y ahora me enfrento ante bocetos que no han salido de mis manos. Esto funciona así. No sólo lo hago funcionar yo. Somos dos; o lo fuimos y ahora se pelean nuestros resquicios.

viernes, 10 de junio de 2011

Olvidarse de todo. Sentirte en paz de una manera tan tranquilizadora que parece peligrosa. Estar despierta pero seguir con los ojos cerrados porque todavía quieres disfrutar un poco más, sólo un poco más. Al menos hasta que él se levanta de la cama, aburrido o presuroso o ambas cosas, y tú notas el colchón moverse ligeramente cuando es todo para ti. Entonces ronroneas, te das la vuelta y abrazas la almohada sonriendo con los ojos a medio cerrar y dejando a la vista tu espalda completamente desnuda. Repartes bien tu cuerpo por toda la cama, como dejando entrever que ahora eres la dueña de ese sitio. Pero en realidad lo estás provocando, una vez más. Porque no quieres que te deje el colchón para ti, por muy cómoda que estés.

Permaneces moviéndote lentamente unos segundos más, abrazando la almohada con fuerza y suspirando sonoramente. Hasta que por fin él deshace sus pasos, se sienta al borde de la cama, te besa la espalda con suavidad y confirmas tu hipótesis. Él tampoco quiere dejarte sola en ese colchón que parece tan grande si sólo lo ocupa una persona.

miércoles, 8 de junio de 2011

Parece que el cielo estaba pintado. Es uno de esos atardeceres en los que en el gran lienzo azul se reparten las pinceladas blancas, violetas y azules más ocuras. Me he encontrado con la mejor profesora que he tenido nunca y me ha contagiado la sonrisa porque de verdad se alegraba de verme. Se ha quedado con nuestra imagen de los dieciséis años, y no he querido derrumbarla, porque es mejor así. Me ha traído aromas de cuarto de la ESO y de cuando parecía que el mundo estaba preparado para morder. De cuando era feliz de una felicidad estúpida, y los días no llevaban mi nombre, sino el suyo.

He seguido caminando hasta llegar a un banco en el que he apoyado la espalda, y al ver mi situación he tenido otro déjà vu. Nos he visto en el verano del mismo año 2008, sentados en el mismo banco, mientras él merendaba sin decir palabra y yo no me atrevía a preguntarle qué le ocurría porque se iba a enfadar, así que me dedicaba a apoyarme en su pecho aunque la posición era muy incómoda. Supe, a posteriori, que el silencio venía porque estaba pensando en dejarme, y además estaba muy agobiado por el trabajo. Hacía viento esa tarde, al lado de la torre del agua, y en cuanto terminó de merendar volvió al trabajo y yo me reuní con mis padres.

En ese momento ha pasado una pareja que se ha quedado mirándome y han seguido caminando cogidos del brazo. Entonces he comprendido que me miraban porque estaba sola, y por el Parque del Agua todo eran parejas que se cogían de la mano. Me he dado cuenta de que ya no era una personaje de esas películas que a veces escribía en mi cabeza, cuando momentáneamente caminaba sola por la calle. Ahora estoy sola de verdad. Y he notado en mis mejillas de nuevo las lágrimas calientes, pero esta vez sin convulsiones ni sollozos. Estaba calmada, después de haber ido a nuestro rincón secreto, donde fuimos en San Jorge, y he llorado al recordar que yo también se lo di todo.

Que aunque yo abrí la brecha también fue injusto para mí, porque para mí él lo era todo y tuve que afrontar que de repente lo quería con menos intensidad. Yo también le di absolutamente todo. Le di mi adolescencia y los años más importantes de mi crecimiento, le di los momentos más importantes de mi vida, con él aprendí a querer con fuerza y así le quise, sin pensar que podría querer a alguien de esa manera. Se lo di todo de tal manera que ahora mi espíritu se empeña en repetir que no me queda nada.

martes, 7 de junio de 2011

Vale ya con la impaciencia, por favor. No soporto a la gente que ama falsamente o que se autoimpone amar porque piensa que así será vista como una persona mejor. No. La grandeza de algo se va construyendo día a día, suspiro a suspiro, palabra a palabra, gemido a gemido. No puedes pretender querer en veinticuatro horas. No puedes decir que amas a alguien porque es lo que ves en tu amigo y la envidia te corroe de tal manera que cuando despiertas te sientes enamorado. Así sólo se destruye esa grandeza, así sólo se consigue taponar el sentimiento grande, el despertarte un día, después de meses, después de semanas, y sentir que abres los ojos por alguien. Que tu lugar en el mundo tiene sentido ahora que tienes alguien en quien pensar a todas horas, sin poder evitarlo.

No puedes obligarte a mirarte en el espejo y decirle te quiero porque así no te temblará la voz cuando lo digas mirando a unos ojos. No se trata de obligarse, sino de pura falta de resistencia. Sólo cuando no puedas resistirse estarás perdido, perdido de verdad, perdido como tu amigo, y perdido como están los locos que aman. Amar de verdad.

No soporto que la gente cambie en su mente un nombre con mayúsculas como quien cambia de camiseta. ¿Amas sin ser correspondido? ¿Amas a alguien que ya quiere a otro? ¿No hay manera de que consigas a esa persona? El dolor será inmenso. Pero amas. Es peor el dolor de amar en vano, falsamente, diciendo en voz alta palabras que ni tú mismo eres capaz de creer.

domingo, 5 de junio de 2011

Jamás pensé que ese sufrimiento cuya ausencia habría cambiado por mi propio bienestar millones de veces fuera a ser causado por mis manos. Ojalá tuviera una pócima mágica de esas que no deberían existir y que pudiera borrar toda esta indecisión y llenar este alma tan vacía. Pero hasta para eso soy inútil y me tiemblan las manos cuando he de dar un paso al frente que me conduza a algún sitio fijo. Me duele este agotamiento incomprensible, me duele que nos haya ocurrido, que me haya ocurrido, pero más me duele que te duela a ti tanto y que no pueda calmarte como antes porque tu sufrimiento lleva las letras de mi nombre.

Me paro a pensar y decido que lo que digan los demás es una burda tontería, por mucho daño o mucho bien que quieran hacer: eso demuestra que no lo han sentido, porque los que saben de qué hablo no aconsejarían en la vida así. De todas formas, parecía que lo teníamos todo, que escapábamos a todos los pronósticos, que íbamos esperando a que se fuera hilando un futuro juntos, aunque a veces no diéramos nosotros todas las puntadas. Y, sin embargo, parece que ese futuro se ha detenido. Y la peor tortura es no poder decir que sé si va a volver o si se va a quedar detenido indefinidamente.

jueves, 2 de junio de 2011

-Nos has dado un capotazo, Inverna-. Lo dice y sonríe porque ya sabe cuál va a ser el final. Sin embargo, Inverna no puede controlar el temblor de su labio inferior y se maldice por ello. Sabe que va a romper a llorar en breves momentos, y lo único que se le ocurre al escuchar la frase es hacerse la débil sorprendida. Ni siquiera le ha dado por mantenerse firme.

***

Un par de días antes estaba en el pequeño estudio de la casa donde estaba alojada. Escuchó ruidos que venían de fuera y se inquietó. ¿Era ya la hora? En noches sin dormir había esperado que no ocurriera jamás, pero en el fondo sabía que iba a ser inevitable. Tocaron en su puerta y la abrió con la cabeza bien alta y el gesto aristocrata que escondía sus sentimientos reales. Lo que no pensó fue en quien iba a estar detrás de la pesada puerta de madera.

-Inverna...

-¿Qué haces aquí? ¿Por qué tú?

-Les he dicho que tenía que ver a una vieja amiga. Al final han cedido.

Inverna contempló uniformado al hombre que nunca había dejado de amar. Recuperó la compostura y se decidió a no volver a perderla por mucho que le doliera. Él la miró con infinita ternura, y en el fondo de sus pupilas tristes Inverna vio el futuro que le esperaba. Pero él no, por favor. ¿No había hombres a sus órdenes, sedientos de poder, faltos de escrúpulos? Parecía una broma sádica. Se sintió imbécil por sentir amor todavía. Habían pasado demasiados años, y los acontecimientos habían transcurrido de tal manera que ambos habían acabado en bandos distintos. Luchando para destruirse, pero evitando los rostros del otro cuando pensaban a quién estarían hiriendo.

Él se sentó en el otro sillón de la habitación y se miraron a los ojos unos minutos, sin decir nada. Finalmente, se levantó y se subió a un pequeño taburete para llegar a lo alto de la estantería, donde tanteó unos segundos. Bajó al suelo con un libro envejecido entre las manos, y sonrío con nostalgia mirando a Inverna. Ella fue incapaz de devolverle el gesto, aunque sí que los buenos recuerdos le suavizaron un poco el ánimo.

-Periodismo y libres formas de transmisión de conocimientos-leyó él en voz alta de la tapa del ejemplar.- Mira que diste mal hasta que lo escribiste...

Ahora Inverna sí que torció sus labios en una sonrisa y le quitó con suavidad el libro de las manos para acariciarlo con las yemas de sus dedos. Evocó tantos buenos recuerdos que por un segundo se olvidó de lo demás. Cuando volvió en sí, fue a devolver el volumen a su sitio, pero él la detuvo.

-No. Déjalo aquí, mejor-y le llevó la mano a una balda visible de la estantería pintada de azul.

Ambos dejaron el libro a la vista de todo el mundo, y en ese contacto de pieles revivieron todo un pasado. Inverna dejó su mano entre las de él sin oponer resistencia, porque era perfectamente consciente de que estaba perdida. Cerró los ojos con dulzura antes de ver un par de lágrimas en el rostro de él, y fue entonces cuando escuchó el cristal de la ventana hacerse añicos. ¡Está aquí! Un par de golpes secos, olor a quemado y la visión de él despegándose de su mano y yéndose de la habitación... Todo lo demás era negro. Ya no recuerda nada más de ese último momento.

***

Inverna contempla el resto de la fila y sus ojos grises se posan en los cuerpos que no han aguantado el cansancio y los golpes y están tendidos a un lado de la interminable cola. Hay varios niños, y se fija en uno que todavía lleva agarrado un bastón. Ella también está magullada y le han cortado la larga melena. Tiene la piel agrietada del frío, y lleva un par de días sin poder mover una de sus manos. El hombre canoso que tiene delante continúa hablando, y su labio inferior sigue queriendo rebelarse.

-Mira, chica. No te vamos a mandar a Comunicación porque no nos fíamos un puto pelo. Y lo cierto es que las plazas en Limpieza están cubiertas... Además lo tuyo no es limpiar, eh; tú eres más señorita, por eso te lo vamos a ahorrar.

Las lágrimas de Inverna se desbordan y nota cómo se desconfigura su rostro con la mueca de la desesperación. Mientras veía cómo no mandaban a nadie de los que tenía delante a la Sala, se había calmado un poco. Pero ahora se viene abajo y quiere huir. Huir, huir, huir.

-Eh, tú. Inverna. No llores. Sabes por qué estás aquí y seguramente no lloraste cuando escribiste todas esas cosas. ¿Qué esperabas? Si no ocurre todo el mundo va a pensar que tenemos piedad con vosotros o que os guardamos cierta simpatía. Es algo que no nos podemos permitir. Mírame, Inverna. Mírame, joder. Ahora vas a caminar recto, ¿vale? Ya sabes dónde tienes que meterte.

Ella asiente llorando desconsoladamente. Cuando echa a andar le ordenan gritar el nombre de aquel líder que responde ante toda esta barbarie, y oye risas a sus espaldas. Camina llena de dolores físicos que le importan bien poco y se sorprende de que no haya ningún oficial que vigile el breve trayecto. Una vez dentro, tampoco ve a nadie que se encargue de la vigilancia. Piensa en echarse a correr pero sabe que en su estado no duraría mucho, y que nada más atravesar la puerta de la Sala la atraparían sin mucho esfuerzo. Divisa a las dos funcionarias, que ríen entre ellas y la miran cuando entra. Una de ellas cambia su semblante, e Inverna intuye que la ha reconocido. No se le ocurre otra cosa que seguir llorando mientras pregunta:

-¿Escribís?

La que se ha puesto seria de repente asiente de manera fugaz y mira a su compañera. Su compañera se mantiene impasible, así que da un paso adelante y abraza a Inverna con fuerza. Inverna piensa que tal vez ella estuvo en su situación y tuvo la suerte de salvarse, que no tienen ninguna culpa de que les haya tocado la Sala como destino. Inverna se deshace entre los brazos de la funcionaria mientras sigue balbuceando.

-No lo dejes nunca. No te dejes asustar por todo esto. No dejes nunca de escribir, óyeme, que no te importe nada... No lo dejes, no lo dejes...

La otra funcionaria las separa y señala con la mirada la pila donde la gente como Inverna se pone de pie por última vez en su vida. Parece una ducha, pero es más grande y sale vapor de su base. Mientras le quitan la ropa, no puede despegar los ojos de la pila. Ya ha dejado de llorar, porque siente el terror más absoluto que haya sentido nunca. Sin embargo, una vez más la desorientación le hace mella y sólo se le ocurre preguntar:

-¿Es fuego o agua hirviendo?

-Agua hirviendo- contesta la funcionaria que ha cortado el abrazo minutos antes.

Inverna cierra los ojos mientras se abraza el abdomen con las pocas fuerzas que le quedan. El corazón le late con fuerza y anhela desmayarse y sufrirlo inconsciente, pero sabe que tienen órdenes de esperar a que vuelva en sí para que esté consciente cuando llegue el momento. Se deja conducir hasta la pila mientras una luz en su mente no deja de mostrarle su pequeño estudio, su libro y el rostro de él abandonándola para siempre.

martes, 31 de mayo de 2011

Renunciar es un verbo que me queda demasiado cercano cuando va ligado al tema económico. Sería tan fácil abrir la cartera y poder pagarme cualquier viaje. Haber nacido con esa mentalidad viajera incansable no me ayuda mucho, sobre todo cuando el viajar se queda exclusivamente en la mente, y debo dejar que salgan los vuelos sin que yo vaya sentada en uno de ellos.

Sé que es el cuento de siempre, el más antiguo que existe, si cabe. Aquel que nunca he tenido problemas no se para a sentirse afortunado; aquel otro que no conoce otra cosa se moriría por poder tener esa fortuna. Es la condena más estúpida y dolorosa que ha inventado jamás el mundo occidental, sobre todo cuando pasa de padres a hijos.

No sé si estoy obrando bien, pero parece que este tampoco va a ser mi año. No va a haber rincones que investigar en ninguna ciudad desconocida, ni momentos de sentirme perdida que queden recompensados por otros mucho más positivos. Sé que algún día llegará, pero he esperado tanto y he tenido que renunciar a tanto que un verano más me hace sentir infinitamente anciana. Aunque sea una tontería.

Sería más fácil si me conformara con lo que hay, con una Zaragoza estática y los conocimientos que puedo encontrar en los libros. De todas formas, no es un drama; conformarme me conformo igual aunque a ratos escueza, y sea entonces cuando tenga que acallar estas ganas locas de conocer otros sitios y perderme para siempre si es necesario en una calle de Edimburgo.

lunes, 23 de mayo de 2011

Me lo dijeron en repetidas ocasiones. Y entonces no quise creerles. Creo que ha llegado el momento, que después de todo tenían razón y es la mejor alternativa.