martes, 12 de mayo de 2015

Proyectos, I.

- ¿Quieres que vayamos a mi casa?

Marga lo miró, algo sorprendida, y esperó a que él siguiera hablando. Pero Alberto no volvió a abrir la boca, se limitó a mirarla con esos ojos negros que a ella se le antojaban tan profundos y desafiantes, así que al final respondió.

- ¿Estás seguro?
- Claro-dijo él. Aunque no lo estaba.

Marga no sabía mucho del pasado de Alberto. En esos días apenas habían hablando de historias del ayer, se habían centrado en compartir los momentos que estaban viviendo como uno de esos regalos que ya nunca se esperan. Pero sí podía intuir que había tenido problemas en su relación anterior, con una mujer que había vivido con él, en su casa. Por eso la propuesta la dejó algo insegura, preguntándose si Alberto se sentía de alguna manera obligado a abrirle esa parte de sus adentros, pero sin ganas.

- ¿No está un poco lejos? -le sondeó.
- Qué va, he traído la moto.

Sonrió. Y en esos labios curvados Marga adivinó un conato de súplica y de alguna manera supo que Alberto quería que ella conociera su casa. Ese museo del pasado y de la soledad en el que se había convertido su pequeño apartamento. Marga entrelazó sus dedos con los de él, y tiró de él para ponerse en marcha.

Cuando sacó las llaves y las introdujo en la cerradura, lo oyó respirar con fuerza. Estaba nervioso, y Marga sólo quería abrazarlo y decirle que todo iría bien. Pero todavía no habían llegado a esos niveles de confianza, y Alberto seguía siendo, en parte, un desconocido. Cada vez que pensaba en él no podía evitar imaginarlo con el jersey negro de cuello alto con el que lo conoció hacía meses, y embutido en el cual desapareció del taller de escritura pensando ella que jamás volverían a encontrarse. Y allí estaba, dejando que sus dedos se aventuraran por su barba cuidada, que le daba un tono más joven, aunque fuera extraño, y permitiéndose el privilegio de mirarlo fijamente a los ojos y quedarse en silencio adivinando qué se escondería detrás de aquel hombre de 36 años que parecía tan reticente a conocerla pero que no quería dejar de conocerla. ¿La soledad puede ser acaso autoimpuesta? Ella se dijo que no volvería a amar, y así había sido. Sin embargo, Alberto le presentaba un reto, un pozo enigmático en el que quería zambullirse sin salvavidas. La idea la asustaba; no quería sufrir. Pero, al mismo tiempo, la curaba; quería querer.

Alberto abrió la puerta y Marga sintió que estaba invadiendo un espacio de su intimidad que pocos habían conocido antes. Su apartamento, pequeño y diáfano, con una humilde cocina americana y una estantería llena de libros y películas que separaba la cama de la pequeña sala de estar, le habló de compromiso. Pero también de un corazón roto, de espacios vacíos y densos silencios llenos de angustia.

- Tienes una cama de matrimonio. ¡Qué suerte! Yo siempre he querido...

Marga se frenó. Vio cómo cambió el semblante de Alberto y supo que había metido la pata. ¿En qué?

- Alberto -lo cogió de la mano de nuevo-. No quiero decir que quiera invadirte, sólo comentaba, no sé, era por decir algo... Me gusta cómo tienes esto.

Él sonrió con esa amargura que parecía inherente a él, y acercó su nariz a su pelo como había hecho cuando se reencontraron en el tren de cercanías. Ella sintió esa calidez extendiéndose por todo su ser y cerró los ojos sin prisa, sólo quedándose con el momento.

- Quería hacer esto-dijo él.

Ella asintió, y esperó. No quería agobiarlo, quería que él marcara la parte del camino de sus entrañas que ella pudiera recorrer. Quería reparar esa amargura, volverla vacío con sus manos, darle brillo a esos ojos negros que prometían tanto y contaban haber sufrido tantísimo.

Y Alberto pareció agradecérselo. Fue hasta la cama, se sentó en ella y esperó a que Marga se acercara y se sentara a su lado, manteniendo la distancia adecuada. Lo soltó casi sin pensar:

- Mi mujer se fue a los tres meses de casarnos.

Marga se quedó helada. No esperaba una revelación tal y tan de golpe. Lo observó hundir la mirada en la alfombra y se pidió calma, para darle una contestación que pudiera reconfortarlo. Quería saber más, quería conocer más, pero no podía precipitarse. Desechó entonces valerse de las palabras y se aproximó a él, se apoyó en su espalda y lo rodeó con los brazos para apoyar su cabeza en el cuello de Alberto. Él se dejó invadir y agradeció el asedio sanador.

- ¿Tanto roncas...?-preguntó ella tras un par de minutos en silencio.

Soltó una risa sin forzarla y tocó los brazos de Marga mientras comenzaba a besarlos. Se volvió para mirarla a los ojos y apoyó la palma de su mano en su mejilla. Quería sentir que la sujetaba, que la tenía, sólo para poder sentir en contrapartida que ella lo sostenía a él. Quería dejarse sostener, a pesar de todo.

Entonces la besó. Con delicadeza y lentitud, la besó queriendo hacerlo, dejándose invadir por la sensación de querer hacerlo, y tras ella llegó la de tocar su piel, y tumbarse con Marga, y contarle historias y que ella se las contara a él.

Había pasado demasiadas noches atemorizado de ocupar los dos lados de la cama. Ahora quería ocuparla entera.

Sólo quería que ella estuviera allí. Con él.


sábado, 9 de mayo de 2015

Fénix.

Mi padre asiente, con seriedad pero frunciendo el ceño pensativo, mientras me escucha decir:

- No todo el daño es reparable.

Y sigue fumando su cigarro, mientras me dice lo que piensa y yo soy incapaz de mirarlo a la cara porque hoy parece que cualquier mirada me duele, por la luz que desprende y choca hiriente contra la oscuridad de la mía. Las ojeras, que casi escuecen, tirantes y profundas, tampoco ayudan.

¿Cuántas veces me habré duchado esta semana? Huyo lentamente al chorro de agua caliente como única salida, falsa y temporal, a la angustia que empieza en la tripa y me sube hasta la garganta. Su estancia en el pecho se alarga; se recrea entre mis pulmones, funciona de almohadilla de espinas para mi corazón.

Pienso, con la música de fondo y el agua cayéndome en el rostro, en que igual que el fénix acaba reducido a cenizas después de haber resultado majestuoso a mí me ocurre lo mismo, pero acabo convirtiéndome en piel y huesos. Para lo bueno, y para lo malo. Siempre, piel y huesos.

Y vuelvo a textos antiguos, y encuentro el que quiero hallar. 

28 de noviembre de 2013.
Soy piel y huesos. Soy una sonrisa burlona devuelta por el espejo. Un aliento más, el pecho hinchado de vacío. Soy un fracaso que duele. Un fracaso que enseña. Soy la penúltima nota de un violín que arranca desde sus cuerdas una melodía rota. (No) soy la chica de 15 años que se enamoró casi sin razón y respiraba pasión en el invierno más frío. (No) soy la chica que se enamora. Soy los resquicios de lo que algún día fui. (Cómo pude ser) así. Soy algo diferente, evolucionado, envejecido, desganado. (Ya no) soy esa chica. Soy la misma piel y los mismos huesos. Soy la incredulidad de quien ha sentido el sufrimiento en el estómago y la tristeza profunda agazapada en lo más primigenio, sin que quisiera marcharse. Soy un verano negro y de lágrimas. Soy las cenizas de las que volví a nacer. (Todavía) soy esas cenizas barridas debajo de la alfombra más gruesa. Soy resignación, ausencia de paciencia, ausencia de impaciencia. Soledad, ansias de viajar, independencia. Soy el silencio de quien no tiene que darle explicaciones a nadie. Soy aquella que camina rápido con una maleta y que no quiere que venga a recogerla nadie al aeropuerto. Soy la que sonríe por amabilidad aunque sea un día de mierda. (Ya no) soy Tina Leone. Soy otra ilusión que parece diluirse. Soy ese espejo. Esa chica que me mira desde el otro lado. (Ya no) esa chica que me mira desde el otro lado.

Soy ausencia de carne ahora, hoy, en este segundo. De espíritu. De alma. De esperanza. Sólo piel y huesos.

Pero antes de llegar a él paso por casualidad por otro que me devuelve Google, que me sorprende, me calma inconscientemente, y consigue que me ría de lo que es el destino. Esta vez no es más que un fragmento:

27 de octubre de 2014.
Soy incapaz de arrepentirme de cada palabra que te dedico en susurros, cuando vuelvo a ser piel y huesos pero no por un vacío sino por que tú me reduces a mi esencia, a lo que soy y a lo que siempre voy a ser pero que a veces bizquea según las circunstancias que me rodean. Tú me has encontrado desnuda sin vuelta atrás, y en esos momentos de agarrarme a tu piel y reaprenderme tu olor pegada a ti podría hablarte de cualquier cosa, resquebrajar cada capa de dureza que he ido creando y cada parche de piel que cubre todos mis recuerdos dolorosos y susurrártelo porque quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie. Porque sé que puedo. Porque sé que eso forma parte de la magia de habernos encontrado.

La infusión que mi madre me ha hecho me quema en el estómago mientras escribo, y releo, y escribo, y pienso que no sé si será o no buena idea volver a airear este rincón, el rincón al que siempre vuelvo. Donde siempre soy, en esencia y a fin de cuentas, piel y huesos. De una u otra manera. Siempre. 

lunes, 4 de mayo de 2015

Vértigo.

Supongo que no puedo ser todo eso que nunca seré. Quedarme o no con ello ya no depende de mí.


lunes, 27 de abril de 2015

Chicle de melocotón.

Cuando he abierto el portal, he reconocido el olor a chicle de melocotón y me ha invadido una oleada de nostalgia inesperada. He recordado que me encantaban esos chicles cuando era una niña.

La verdad es que tuve una infancia solitaria. Casi todos mis recuerdos están salpicados de mi imagen leyendo un libro sentada en los bancos de mi plaza. La sensación de ser alguien que no lograba adaptarse a los ambientes donde el resto sí se desenvolvía es algo que todavía no he logrado abandonar. Supongo que forma parte de lo que fui, y de lo que soy.

Enseguida me volví una niña fantasiosa. Me recuerdo así. Inventándome historias, alimentándome de quimeras y hablando sola cuando no estaba leyendo o viendo la televisión. En ocasiones jugaba con otros niños, con otras niñas, pero siempre acababa volviéndome alguien que sobraba; entonces volvía a mi banco, y las tardes discurrían solitarias mientras mi madre trabajaba y mi padre leía el periódico en los bares.

Nunca tuve un compañero de juegos. Nadie con quien compartir mis aficiones o con intercambiar pensamientos y sueños. Si echo la vista atrás, siempre he estado sola. Hasta que conocí a Astrid, con 13 años, no conocí lo que era sentir que alguien estaba ahí e iba a estarlo pasara lo que pasara.

Era demasiado soñadora; y es algo que, aunque en menor medida, todavía arrastro. Recuerdo los días en los que yo misma me enfadaba porque las fantasías no eran más que fantasías, y me sentía precozmente estúpida. Solían ser días que coincidían más o menos en el tiempo con los momentos de encerrarme en el baño y llorar escuchando todo lo que pasaba detrás de ese cuarto, una práctica que conservé en la adolescencia y de la que, como suele ocurrir, me acabé agotando con el paso de demasiados años de esa rutina de gritos y ansiedad.

Supongo que todos los caminos nos moldean, de una manera u otra, y a mí me tocó pasar demasiado tiempo sola. Es sobrecogedor cómo un recuerdo aparentemente inocente puede traer todo esto al igual que el mar devuelve objetos a cientos de kilómetros de la costa donde se perdieron. A mí hoy me ha traído los tiempos del chicle de melocotón, y no he sentido ninguna duda acerca de que, como nos pasa a todos, yo sigo siendo esa niña.

jueves, 23 de abril de 2015

When I'm gone.

Anoche volví a mi pregunta habitual que se acaba materializando en una horrible jaqueca: ¿Por qué la vida está llena de cosas desagradables e injustas?

Podría quedarme atrapada en ese interrogante y no salir adelante. De veras pienso que es imposible salir adelante si intento desgranar una a una todas las cosas que considero injustas. El azar, la razón, las emociones, los intereses; todo ello está ahí y va desequilibrando, siempre, esa balanza hipotética con la que en algún momento se decidió identificar a la Justicia.

"Pero no se puede meter uno en el puto bucle autodestructivo. Porque te mata", me contestó, algo dramático, un amigo.

De una forma u otra, tiene razón. Existen las cosas desagradables e injustas; conllevan dolor y ante él uno no puede hacer más que sobrellevarlo como pueda y caminar siempre al borde de ese bucle. Por muy duro que en ocasiones pueda parecer.

viernes, 17 de abril de 2015

Rain down, rain down on me.



It's getting dark darling, too dark to see
And I'm on my knees, and your faith in shreds, it seems

miércoles, 15 de abril de 2015

Manchas.

Al principio fue sólo una. Pensé que no importaba. Luego vinieron algunas más y después de esas, con las que vinieron después, tuve que empezar a taparlas con la ropa que me ponía. No molestaban. Solamente las tapaba. Llegó un momento que las prendas de verano no las cubrían todas y en ocasiones tenía que colocarme un pañuelo cuando estábamos a cuarenta grados, y eso despertaba la curiosidad y la preocupación de la gente. Cuando comenzaron a subir por mi cuello y me cubrieron los rasgos, empecé a no salir a la calle. Ponía excusas. De repente se me daba demasiado bien poner excusas. Un día no logré mirarme al espejo porque no quedaba nada de mi piel sin cubrir, e intenté, de nuevo, ponerme algún tipo de excusa. Lo hice. Pero al rato me vi reflejada en el cristal de uno de los armarios de la cocina y me derrumbé. No me veía. No quedaba nada de mí. Entonces lo supe, o más bien lo comprendí, porque saberlo lo había sabido siempre. Necesité que no quedara nada de mí para darme cuenta de que me estaba perdiendo a mí misma, cubierta por todas esas manchas. La primera lágrima sincera describió un ligero cauce entre aquello en lo que se había convertido mi piel. Quise recuperarme.

Fui al baño, y dejé que corriera el agua de la ducha.

martes, 7 de abril de 2015

¿Dónde te ves dentro de un año?

Parece mentira, o una queja gratuita, pero muchos jóvenes no saben contestar esta pregunta. No sabemos.

Cuando me paro a pensarlo, en noches como esta en las que reflexiono sobre mi propia fecha de caducidad, esa incertidumbre se me hace extremadamente triste. Y difícil de soportar. 

¿Cómo se sienten aquellos que saben que tienen un objetivo?
Sé que te quiero porque llego a casa y te veo por todas partes, y te quiero ver por todas partes. Te imagino caminando despreocupado por el pasillo, yendo y viniendo de la cocina, después de un café o unos fideos chinos, y te encuentro después esperándome en la cama, mirándome desde abajo con las manos apoyadas en la nuca y tu media sonrisa que tanto me habla de nuestros primeros días. Sé que nos queremos porque así me lo dice el rastro que vamos dejando los dos y que el otro va siguiendo, guiados por la misma luz.

Sé que te quiero porque te hablo constantemente en mi cabeza, porque a todas horas compongo cosas que decirte, aunque luego no me acuerde o no consiga sacarlo tal y como me lo había imaginado antes de escribir. Sé que nos queremos porque somos capaces de curarnos mirándonos a los ojos, y de hablarnos para compensar la calma que le falta al otro aunque a veces no se nos dé del todo bien coordinar nuestro mal humor.

Mírame, te diría ahora si tuviera la suerte de robarle la madrugada de un lunes a esta rutina tan fría de entre semana. Y me quedaría mirándote, simplemente mirándote, después de un bostezo y parpadeando mientras pienso: En apenas un par de parpadeos más, se dormirá. Ojos cerrados de calma y hogar.

martes, 31 de marzo de 2015

"Uno espera y no cree que vaya a llegar nadie, pero de repente ocurre justamente eso".

Bien pasadas las diez, Franz se pone a trabajar, es la historia de la vieja casera, y vuelve a estar con ánimo de hacer bromas. A alguien como la señora Hermann es mejor no hacerla esperar, dice, porque atosiga como un niño que demanda chocolate. Después, Dora no oye nada. Está despierta, lee, en parte cuenta con que él la llame, pero eso no ocurre, así que se queda sola, como si él la hubiese olvidado.

La grandeza de la vida, Michael Kumpfmüller. 

jueves, 26 de marzo de 2015

Isabel se rebela justo en el momento en el que comienza a percibir que va a volver a ser objeto de algún relato triste y solitario que la lleve a viajar en metro agotada o a toparse con una canción que no desea en el aleatorio de su reproductor de música. Esta vez no va a dejar que suceda. Ya está bien de dar tanta pena, coño, piensa, furiosa.

- Deja de usarme, por favor.

Guarda silencio y espera una respuesta. Ha intentado sonar educada, tal vez con un deje de impaciencia, pero al menos cordial. Cuando se enfada le es muy difícil controlar su tono, pero no quiere asustarla más de lo que va a asustarse ya.

- Oye... ¿Me escuchas? -insiste.- ¡Oye!

Ante su grito, un par de ojos castaños la miran confusos. Parpadean de manera frenética e Isabel teme el consiguiente ataque de pánico que ha imaginado que vendría después. Aguarda callada, intentando ordenar los pensamientos que se atropellan en su limitada e inexperta mente y respira un par de veces.

- A ver,  perdona por gritar, el caso es que...
- ¿Perdona?
Silencio.
- ¿Perdona? -repite la segunda voz, histérica- ¿Pero quién coño eres? ¿Qué eres? ¿Qué mierda es esta?

A Isabel le entra la risa floja ante las palabras malsonantes. De tal palo tal astilla, piensa sin poder evitarlo. Esa pequeña intervención ha hecho brotar en ella un sentimiento que desconoce, un calor extraño en el pecho y debajo de la piel. Como una fuerza insólita que empuja los músculos de su cara en un gesto que tampoco logra reconocer.

- No te alteres -logra articular Isabel.- He notado que ibas a volver a escribirme triste y la verdad, y no te ofendas porque no quiero ofenderte, pero qué coñazo. Hay otros personajes que viven cosas mejores, y a mí siempre me toca lo gris y lo oscuro y, joder, pues eso, que me estoy volviendo un coñazo. ¿No hay otras cosas que pueda vivir?

Su autora parpadea de nuevo intentando asimilar que una de sus creaciones esté dirigiéndose a ella con libre albedrío.

- ¿Pero esto qué es, la novela del puto Unamuno?

Las dos ríen.

La escritora se roza brevemente la frente buscando un signo febril y al no notar nada parecido se dice que la jaqueca la está volviendo loca. Tiene que ser eso, el dolor de cabeza, que le ha tostado el cerebro después de tantas horas de pantalla de ordenador y paredes blancas y moqueta azul. Está loca. Se ha vuelto majara sin siquiera llegar a ser una escritora reconocida, así que nadie llegará a apreciar su falta de cordura. Sólo será una loca más.

Isabel carraspea y la interrumpe.

- ¿Qué ocurre?
- ¿Por qué decidiste hacerme así?

La autora no sabe qué contestar. ¿Por qué? Pues... porque sí. ¿Por qué no? En cada personaje vuelca una faceta o una experiencia, a Isabel le tocó lo más pesaroso.

- Si quieres te convierto en Andrés. O en Arturo -le contesta finalmente su creadora.

Isabel reflexiona, y al final responde:

- Seguro que a ellos les aguardan cosas mejores. Sin embargo, parece que a mí nunca me vas a sacar del vagón de metro.

Touché.

La escritora piensa unos segundos.

- ¿Qué cosas te gustaría vivir?
- ¿Y cómo voy a saberlo? Yo vivo lo que tú escribes que viva, y siento lo que tú quieras que sienta.

Otro punto para la alucinación, sin duda. Tiene toda la razón. ¿Cómo una creación de un escritor va a saber antes que el creador mismo lo que le espera? Pero, espera, espera, espera... ¿Cómo una creación siquiera va a hablarle a su autor?

- Me provocas ternura con todo esto...
- ¿Ternura? -pregunta, extrañada, Isabel.
- Sí. Eso que estabas sintiendo hace nada debajo de la piel. Lo que te empujaba a sonreír.

Isabel esgrime un gesto de haberlo comprendido. Ter-nu-ra, parece pensar, como un niño que apenas está empezando a leer y a descubrir así decenas de palabras.

- Vamos a ver qué podemos hacer contigo...-dice su autora, con cariño.

Isabel sonríe y se muestra conforme. Parece concentrarse mientras espera. Se saca del bolsillo el reproductor de música y lo abandona, y corre lejos de cualquier parada de metro que pueda quedar en su perímetro de visión. ¡Ternura, joder!, grita mientras se apresura.

Su autora pone los dedos encima del teclado. Relee las historias que ha creado antes para Isabel y, después de rechazar la primera tentación, la de añadir una anécdota plomiza más a la ojerosa Isabel, piensa que tal vez puede intentar cambiar esta vez. Pobre Isabel, vale ya de dar tanta pena.

Vamos a ver si lo contrarrestamos con un conato de algo divertido.

viernes, 20 de marzo de 2015

Colinas, II.

Cuando Arturo volvió a casa se sintió tranquilo entre las paredes de lo que consideraba su refugio. Dejó caer las llaves en un mueble al azar y se hundió en el sofá mientras se decía que debía ducharse cuanto antes, aunque su espalda dolorida se aferrara con fiereza a los cojines. Todavía olía a muerte. Aún podía sentir la tierra invisible de un entierro cubriéndole el abrigo negro y penetrando hasta sus adentros con crudeza. Había dejado a Andrés y al pequeño Carlos en su casa y se había marchado de ahí pausadamente, como siempre hacía, pero en su interior quería huir y llegar a su piso. Sólo llegar a su piso y dejarse caer en el sofá.

¿Cómo se sigue adelante cuando has perdido la mitad de tu vida?, seguía preguntándose. A pesar de ello, se negaba a convertirse en un recurso que lo revistiera de culpabilidad si no se quedaba demasiado tiempo haciéndole compañía a Andrés. Arturo sabía poco del duelo, pero estaba convencido de que era una prueba que había que superar por uno mismo. Además, él todavía sentía la herida fresca, infectada por el polvo que notaba adherido a las paredes de su alma, y sólo quería curarla.

Había conocido a Marta en el hospital. Y, aunque por aquel entonces trataban con mucha más muerte que la que lo había sorprendido esa inusualmente soleada mañana de diciembre, recordaba el momento con viveza. A veces volvía a ese día, y recaía en los ojos de Marta, y sólo lograba sincerarse con su silencio y admitía, una vez más, que durante años había amado a la mujer que luego se casó con su mejor amigo.

- Qué mierda de historia- musitó.

Echó una mirada a su solitario apartamento y no pudo mantener sus defensas por más tiempo. Se sintió derrotado. En su pecho fue abriéndose paso lentamente esa llaga y con la sangre aún palpitante comenzaron a mezclarse los recuerdos con Marta y en la familiaridad de su sofá se pensó más perdido que nunca.

¿Cómo se sigue adelante?

Se levantó guiado por una fuerza externa y fue a su viejo tocadiscos para rozar todos los vinilos con los dedos. En un arrebato filosófico, uno de esos momentos que solían invadirle cuando se sentía melancólico, en su mente se dibujó una frase que apenas comprendió en ese momento.

Puede que ya no exista nada que logre salvarnos.

Eligió uno de los discos que Marta le había regalado y dejó que la música comenzara a camuflar sus incipientes sollozos.

Allí, de pie, rodeado de la más absoluta nada, con esa herida supurando dolor y silencio, Arturo pensó en los ojos de Marta y se tapó la cara con las manos. La voz de Jeff Buckley sonó justo al compás del primer grito ahogado. Arturo por fin había roto a llorar.

(...)


jueves, 19 de marzo de 2015

Woke up and wished that I was dead
With an aching in my head
I lay motionless in bed
I thought of you and where you'd gone
and let the world spin madly on



Y hacía una estupenda mañana.

El mundo 
es
 demasiado grande.

martes, 17 de marzo de 2015

Parece que todos los 17 de marzo acaban de una manera similar. Puede que sea una especie de condena que se materializa en mí en forma de rímmel corrido o tal vez, que supongo que es lo más seguro, la cercanía de la fecha en el calendario me predisponga inconscientemente a agarrarme sola las costillas con las dos manos y pasar el día confiando en el que las oleadas de dolor, ya muy sordas, no me dejen sin ningún hueso al final del día.

Vuelvo a casa con paso lento y al quitarme el abrigo y respirar aislada de miradas ajenas me percato de que apenas he mirado el cielo, como me prometí que haría todos los 17 de marzo.

Tecleo a la vieja usanza, como una adolescente que consuela sus penas en su blog, mientras no se me va de la cabeza una escena de una serie que hace poco revisioné y en la que la protagonista se moría de miedo ante la idea de olvidar cómo sonaba la voz de su pareja, que acababa de fallecer. Tecleo sin parar aunque borre frases enteras porque al menos el sonido me distrae del siguiente pensamiento. La chica tenía parte de razón. Porque ya apenas recuerdo tu voz.

Aunque no pudiéramos soportarlo.

Los acordes me hablan de días revueltos, de estómagos del revés y de primeras veces en acostumbrarse a seguir adelante con un elemento vital menos. Cada estrofa me transporta a la desorientación casi demente en mi propio barrio, a despertarme en mitad de la noche con dolor en el pecho y a los últimos rayos de sol del invierno azotando con fuerza en las lacónicas colinas del cementerio de Torrero.

Esta vez no pregunte por qué; simplemente dejé que una parte de mí también se fuera.

Elegiste uno de los días con más atardecer, el puente entre los últimos coletazos de frío del invierno y las intentonas más adelantadas de calor de primavera. El cielo se acabó. Y todavía hoy se aloja esta desolación irresoluble e incuestionable entre mis costillas.


miércoles, 4 de marzo de 2015

Palabras de vagabundo.

Recordamos lo que consideramos importante, chico. Esto no significa que el resto de libros que leí no fueran importantes, lo serán para otros. No hay nada universalmente importante. ¿Entiendes lo que digo, chico? Hay mucha gente que no piensa así. Esas personas son monstruos.
Rari nantes, Alba Ballesta. Gadir, 2015. 
Él siempre levantaba la vista de su libro y se topaba con ella. Entonces comenzaba lo que día a día se había forjado como un ritual y la observaba cruzar la estancia, día tras día de lunes a viernes; entraba por el lado izquierdo de su campo de visión y salía por el derecho, casi dolorosa, perdiéndose hasta el día siguiente, pero siempre envuelta en un ligero y al mismo tiempo aterrador halo de incertidumbre. Tal vez aquel fuera el último día que cruzara su vista. Se había acostumbrado a mirarla en silencio, apenas unos segundos al día, siempre prófugo. Siempre anónimo, creía.

Creía porque ella lo localizaba todos los días décimas de segundo antes de que él levantara la vista de su libro. Era en ese momento cuando miraba al frente, se fingía distraída, o preocupada, o apresurada, y cruzaba sus ojos día tras día de lunes a viernes. Ella sabía que al día siguiente volvería; lo que no tenía tan claro es si él seguiría ahí, o tal vez se le hubieran acabado ya los libros que fingir que leía. O quizás, sólo quizás porque ya sólo la mera posibilidad laceraba, hubiera encontrado a otra a quien mirar, y ya no la necesitara nunca más.

viernes, 27 de febrero de 2015

A veces el abuelo Damián vuelve a sus libros viejos y olvidados y respira la juventud de otro tiempo, la inquietud por las páginas en blanco y suelta una lágrima sin que nadie lo vea para que todos sigan creyendo que no echa de menos el pasado.

domingo, 8 de febrero de 2015

Que no te has ido y que te tengo cerca, parte II.

Todo sería mucho más fácil si las duchas de agua caliente pudieran ser eternas, si el descanso que encuentro en ellas pudiera alargarse más allá del vaho en el espejo del baño y me pudiera acompañar siempre esa sensación de defensa engañosamente imperturbable.

Si ayer pensaba que es bueno saber que no me he ido y me tengo cerca, y volvía a esa parte de mí que siempre permanece a pesar de todo lo que pase a mi alrededor, esa parte que no desaparecerá nunca, hoy el agua caliente me ha hecho ver que en parte estaba equivocada. O, al menos, que no iba del todo bien encaminada.

Estoy orgullosa de quién soy, orgullosa de haber recuperado una identidad perdida por creer que el amor era descuidar la propia esencia como sacrificio ante la inactividad de la otra persona. Me perdí, y me encontré meses después segura y consciente de que no iba a permitir que volviera a ocurrirme nada parecido. Creé unas defensas tan infranqueables que incluso comencé a sospechas que no me iban a dejar amar a nadie de una manera honesta y sana nunca como mera medida de protección.

Hoy notaba en mi piel la quemazón del agua hirviendo y mientras repartía el calor por todo mi cuerpo y tarareaba devastada la canción que estaba escuchando, he pensado en lo que han cambiado mis cimientos y me he sentido idiota por pensar que todo ello lo había conseguido yo sola.

Noto que soy diferente, más segura y más fuerte, que me rehice y me mantengo, y que puedo pisar firme sobre el suelo y no desequilibrarme porque ahora mi construcción es más sólida. Sin embargo, al segundo he dado con la parte de la ecuación que sin duda me faltaba y la he guardado en silencio dentro de mí, donde tampoco quiero que desaparezca.

Si mis cimientos son más fuertes, son porque tú eres el cemento que los ha mantenido unidos estos meses con paciencia y dedicación.

A veces tengo que recordarme que no me he ido y me tengo cerca, pero hoy he preferido pensar que no quiero que te vayas, y que quiero tenerte cerca.

sábado, 7 de febrero de 2015

Que no te has ido y que te tengo cerca.

La que canta en la ducha, la que decide cómo perdonar, la que se refugia en sí misma, la que repasa mentalmente su día...

Hay una parte de mí de la que nunca me desharé, aunque haya veces que pueda llegar a desearlo. Un apartado inherente y vivo las veinticuatro horas del día.

Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos.

viernes, 6 de febrero de 2015

Andrea Camilleri dijo que, al igual que el bailarían, o el actor, o el cantante, entrena y se ejercita para mantener su arte lustrosa y medrar, ¿por qué no debe hacerlo un escritor? A pesar del talento o los golpes de suerte, la constancia debe ser también un ingrediente en cualquier camino.

Hoy vuelvo a casa pensando que podría acostumbrarme al ruido de las teclas. Y, cuando abro esto y tecleo, el sonido me calma de alguna manera instantánea y recóndita que está surgiendo en mí en las últimas semanas.

martes, 27 de enero de 2015

The Affair.

"Tenías demasiado dolor. Por eso cerraste tu corazón."

Esa frase activa inesperadamente mis recuerdos. Pienso: yo también hice eso. Al segundo: ya apenas lo recordaba. Noto la sangre latir en el pecho y siento un súbito soplo de vida en él. Súbito, pero no nuevo. Puedo percibir cómo lleva aquí meses. Abierto. Aprendiendo. Reviviendo.

Es de noche ya; no tardaré en irme a dormir. Ya es martes. Como todos los martes: te echo de menos.

jueves, 22 de enero de 2015

Fiebre.

Elena desayuna mientras yo me hago la comida. Me cuenta, con el semblante dolorido por la jaqueca, que ha tenido sueños extraños esta noche. También me dice que se encuentra peor; ella también está empezando a incubar este catarro que parece estar afectando a casi todos. Le digo que habrá tenido fiebre durante la noche, porque la febrilidad, por algún motivo que escapa a mi escaso conocimiento, provoca que los sueños sean peores y más intensos. Al menos en mí. Estas últimas noches a mí también me ha ocurrido.

Pienso si puedo culpar a la fiebre también de la parte de mis ojeras que responde a mi tristeza creciente, a esta sensación de desatino que hoy, anímicamente defectuosa, se me antoja devastadora. Pienso si puedo echarle la culpa de las lágrimas a la fiebre, si así sentiré algún tipo de consuelo o de apoyo quimérico que me reconforte.

Internamente, sonrío de manera amarga. Claro que puedo. Puedo culpar a la fiebre de todo lo que quiera. Lo que no puedo conseguir es que yo misma me crea esa desmoralizada justificación.

domingo, 18 de enero de 2015

Redundancia.

Me siento realmente afortunada de, en los tiempos que corren -eso que la gente solemos decir para referirnos a la infelicidad e insatisfacción que han derivado de todos los malos tragos de una economía infecta e injusta-, sentirme afortunada. Feliz y satisfecha. Y agradecida.

Vidas corrientes.

miércoles, 7 de enero de 2015

Un piso sin amueblar en la calle Alfonso.

Al salir de trabajar estaba descolocada. Desorientada. Aun así sabía el camino que había tomado los días anteriores; no me iba a perder. Supongo que era otro tipo de desorientación. La de saberme las dos veces anteriores que hice ese tramo en una situación diferente: la primera, de tu mano; la segunda, caminando apresurada porque en unas horas iba a verte.

A pesar de todo entre las luces de los coches yo sólo veía tus ojos y la fuerza que me insuflan cuando los tengo lejos. Me deshago en ganas de que sea viernes y pensándome así con una sonrisa un poco torcida sólo puedo pensar que habrá más días. Habrá más días.

Aun así al llegar a casa mi habitación me dolía un poco, porque todavía me hablaba de ti, de cuando te he tenido aquí, de cuando me he abrazado a ti con fuerza y sentía el corazón latir en mi garganta y me agarraba a tu piel casi desesperada. Como esta madrugada despertándome y topándome contigo, con tu barba a punto de desaparecer, con esos ojos que me alumbran ahora y que anoche eran ojillos dormidos y tranquilos, con tu sonrisa de calma. Era otra cama, otra habitación, y por eso, sólo puedo pensar... Habrá más camas. Más habitaciones. Más tú en mi cama. Habrá más.

Habrá más días, más de tus ojos, más paseos con frío o con calor, más visitas al muelle de las ranas, más kilómetros de coche y mar, sal, montaña, niebla y croquetas de cazón, más París, más escaleras que subir contigo, más siestas improvisadas de momentos dramáticos, más canciones, más viernes sabiendo que voy a verte, más miradas en la penumbra de una sala de cine, más Cinema Paradiso...

Más recuerdos a los que darle tu nombre, intencionadamente o no, de manera improvisada, como aquella tarde en la que estábamos sentados, comiéndonos un helado, y en broma te dije que si llamábamos a ese número y llamaste... Y me vi y me imaginé contigo. Allí. En ese piso sin amueblar en la calle Alfonso.

miércoles, 31 de diciembre de 2014

martes, 23 de diciembre de 2014

De pequeña me aterraban los silencios. Ahora reflexiono y pienso que tendría más sentido que me aterrara más lo que venía después; sin embargo creo que después el miedo se mezclaba con la alarma, la impotencia y los deseos de que todo eso acabara. Con los años ese pavor por los silencios se ha ido convirtiendo en una aceptación tácita. Los he, los hemos, asimilado como parte del todo: de los días, del hogar, de la vida, que se suele decir. Aparte, ya no suelen sucederlos tormentas. Ahora son signo de resignación y de cansancio, e incluso de exasperación y resentimiento. Ya no son como ese silencio que debe de reinar en el océano cuando va tragando sosegadamente agua hacia adentro y la suelta en una ola devastadora y brutal que puede llegar a ser letal. Ahora son más bien como el sonido de una lluvia fina que cala a pesar de su levedad cuando impacta en la superficie marina. Siguen sin gustarme, pero ya no me aterran. Cuando me paro a meditarlo no puedo evitar preguntarme si es mejor ese miedo trastornado o esta mansedumbre infecta y triste.

No sé contestarme. O tal vez me niegue a hacerlo.

martes, 16 de diciembre de 2014

¿Todas las musas eran mujeres?

No.

Me lo dicen tus manos de vivencias agitadas y ternura desenterrada. Tus ojos de oscuridad latente que es combatida por los retazos de infancia que hoy son vida. Que son luz.

Me dicen que no. Que sólo es una convención.

Encuentro esa respuesta en el olor de tu ropa cuando estás lejos y en la visión de tu camisa en el respaldo de la silla de uno de nuestros hoteles cuando a media noche abro un ojo desorientada y al verla vuelvo a dormir tranquila. Me lo dicen mis ganas de contar historias, de coger todo el sentimiento, alimentarme de su electricidad y conducir su corriente por mi sangre, mis nervios, mi piel, mis ganas de ti, hasta mis dedos y sacarlo afuera, arrojarlo, darle forma, amasarlo sin dejar de conservarlo dentro. Salvaje. Natural. Nuestro.

jueves, 11 de diciembre de 2014

Murph Brook

Hay días
y
días.

Ganas del de después.

Él ya no sale a fumar. Habrá sucumbido a la presión social o le habrá hecho caso a su hermana, que siempre le hablaba de lo amarillos que se le estaban poniendo los dientes y de que así iba a espantar a los alumnos, o igual se levantó un domingo y dijo A tomar por culo, voy a fingir que los domingos sirven de algo, o tal vez ha conocido a una mujer que puede hacerlo feliz y no quiere darle besos con lengua que le sepan a ceniza. El caso es que ha debido de dejarlo, porque ya no sale a fumar.

Ella ya no puede observarlo en la puerta de la universidad o fingir que se ha dejado algo para volver a entrar al edificio y saludarle con una sonrisa tímida e intento de me-has-pillado-despistada y acto seguido respirar y pensar que aunque odie el tabaco de sus labios el humo parece que sale más limpio. Habrá sido la puta presión social o la pesada de su hermana, no lo sabe, pero todos los días se decía que si al siguiente estaba ahí, fumando, se pararía para hablar con él y achinar los ojos con el humo del cigarro.

Pero ya no está. Ha debido de dejar el vicio, privándola a ella del suyo, porque ya no está en la puerta, como un centinela que se alimenta de nicotina a ratos, más o menos cada dos horas, o tres si tenía dos clases seguidas. Y ella no sabe por qué ha dejado de fumar, si el último día que lo vio pensó que iría hasta él, le pediría un piti y diría Acabo la universidad en dos semanas, vamos a echarnos uno juntos para celebrarlo.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Jabón.

Las sombras en los azulejos conversan. En el baño no se escucha nada más que el fluir del agua de la ducha y algún suspiro entrecortado, pero en las baldosas las espaldas de esas dos siluetas oscuras hablan, comparten, se nutren la una de la otra. Al movimiento leve de acercamiento y abrazo de los hombros se une cadenciosamente el contorno de sus cabezas, que chocan, se alejan, se besan y se agitan al tiempo que al agua caliente provoca vapor y las figuras se difuminan, pero no dejan de buscarse.

La luz recorta esos cuerpos oscuros sobre los azulejos del baño. En un baño diferente, distante de todos aquellos que únicamente se centran en un poco de jabón.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Presente.

Si miro a mi alrededor, se calienta mi alma.

Las nubes negras
siempre me guían
a un lugar
al que llamar
h o g a r.

jueves, 4 de diciembre de 2014

En el colegio nos dijeron que si estudiábamos todo iría bien. Ahora sé que fueron las palabras equivocadas. Mis escasos escarceos con eso que los que te sacan algunos años siempre llaman "el mundo real" me han enseñado que, por lo general -siempre hay maravillas-, no "va bien" para el que más estudia o el que más trabaja, sino para el que pasa por el sitio indicado en el momento indicado, el que llama la atención o para aquel a quien pueden enchufar.

Trescientas personas peleándose por una beca que les dará quinientos euros al mes -cantidad con la que muchos están dispuestos a vivir- no es que las cosas vayan bien. El día que conocí a una becaria de Cadena Ser en Zaragoza de casi 30 años lo tuve más presente que nunca: todo no irá bien. Estudiar ya no te da trabajo, esforzarte ya no te asegura pagar el alquiler, luchar por conseguir tu propia vida ya no te permite tener una.

Tal vez sea infantil pero en días como hoy, largos y cansados, no puedo evitar sentirme dolorosa y egoístamente engañada: nadie en el cole me dijo qué debía hacer con toda esta desidia.

martes, 2 de diciembre de 2014

Espejos.

Te tengo. Veo en el reflejo del cristal tus piernas enredadas con las mías y no puedo pensar otra cosa que esa. Te tengo. Intento que te lo digan mis brazos, que te rodean todo lo que pueden y de vez en cuando hacen que mi mano pasee por tu pelo y te beso, queriendo llegar a tu mente agitada, meterme en ella y poder así desenredar todos los malos recuerdos y las experiencias negativas que hacen que tu mirada se pierda y a veces tiemble, herida de esa falta de luz.
Estoy aquí para demostrarte -demostrarnos- que esa luz existe y si en ocasiones bizquea estarán mis piernas con las tuyas, desnudas, calmándose después de una tormenta, contigo de espaldas, y yo detrás de ti, sujetándote, sujetándonos, mirándonos en cada espejo que podamos encontrar. Me fijaré en nuestro reflejo mientras pienso que, irremediablemente y sin vuelta atrás, te tengo. 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Atocha, II.

Hemos estado horas caminando por la noche temprana del noviembre madrileño y después más de lo mismo delante de unas cañas. Pero sin embargo es de nuevo en la estación donde acabamos reencontrándonos de nuevo, ya a solas, con la presencia constante y discreta de una gotera. El bullicio impide que escuche cómo impacta contra el agua que hay en el cubo que va recogiendo todas esas gotas, pero sí alcanzo a oír los efectos de su pie jugueteando con él y amenazando peligrosamente con volcarlo. Yo ya lo habría volcado; soy torpe, es un hecho.

La gente va y viene y yo lanzo vistazos rápidos al panel que describe los minutos que le quedan a mi tren. Se oyen a lo lejos los pitidos de las puertas de los cercanías que se cierran; testigos, aunque nosotros no lo notemos, de que el tiempo pasa.

Parece que tenga algo esta estación. O puede que simplemente sea que representa nuestro punto de separación, y solemos ser habituales de dejar las cosas para el final. Acaba siendo en Atocha donde nos ponemos más trascendentales, donde hablamos de los nudos que deberíamos deshacer, donde lo veo angustiarse y su aflicción me llega desde sus ojos claros, donde lo encuentro distraído vistiendo traje y corbata, donde siempre llegamos tarde y donde también podemos reírnos a pesar de todo mientras yo espero el tren que va hacia Parla.

Donde no somos más que dos chavales ahí plantados, mientras la mayoría camina con prisa.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

martes, 11 de noviembre de 2014

Todavía siento el dolor latiendo tímidamente entre mis costillas. Se adhiere a mi espalda por su parte interna y cubre toda mi extensión hasta el pecho. Es como una nostalgia pasajera. Una melancolía extraña que se relaja y contrae si activo o no esas notas musicales.

Duele, pero no deja de fascinarme.

Que el efecto de una mera película todavía me dure hoy, dos días después de haberla visto, no deja de ser fascinante. Cada vez que pienso que el cine, y la cultura en general, no es una disciplina como la Medicina o el Derecho, la Economía o la Física, cuya utilidad están mucho más respetadas socialmente, acaba despertándome un latigazo de conmoción cuando veo una película y entonces acabo cuestionándome el concepto de utilidad. Qué nos es útil y qué no. Hasta qué punto nos importa lo que ocurra con nuestro espíritu (y entiéndase espíritu como el cúmulo de todos esos aspectos intangibles pero presentes en nuestros días, lo más puramente subjetivo).

Hacía muchos días que no me paraba a pensar tantísimo. Que no le daba vueltas a algo que acaba interesándome y atrapándome por el simple hecho de permanecer en mi mente más de un día, por conformar un reto que intento desentrañar vertiendo esfuerzo. Y todo ello por un estímulo externo; por un guión hecho imágenes que alguien pensó y consiguió filmar, activando ese mecanismo místico que no deja de ser todas las fases que conforman la realización de una película o cualquier objeto artístico destinado a alimentar espíritus.

Ya lejos del componente más general, centrándome en lo que siento ahora mismo a nivel personal, no dejo de preguntarme por qué me ha afectado tanto. Por qué otras películas no tanto, y estas sí. La primera no deja de ser un enigma que a todos los insatisfechos nos gusta intentar resolver; la segunda no va más allá de un drama real y contundente sobre que el amor no siempre vence porque lamentablemente no somos capaces de controlar todos los elementos circunstanciales que influyen positiva y negativamente.

Me detengo más en el desgarro que me produce esta segunda, y reflexiono. Estoy llegando a la conclusión de que la he sentido más porque entendí a sus protagonistas más allá de sus gestos, porque me adentré en su intrahistoria y comprendí perfectamente el amor que sentían el uno por el otro en apenas un plano de sus miradas que no dura ni dos segundos. Tal vez antes no me ocurría porque todavía tenía mucho que descubrir en mi vida real, en esos días que controlo sólo yo.

Creo que por eso el dolor del deterioro y la pérdida de algo tan valioso me arrasó tanto. Porque me dejé llevar por cada segundo en el que se combinaba imagen y sonido y me metí de lleno en ese amor natural y despreocupado del que surgieron cosas hermosas y que un golpe brutal lo dejó temblando e incapaz de recuperarse. Incapaz de recuperarse. Los dos protagonistas sufrían paulatinamente debatiéndose entre aceptar y no aceptarlo: que se amaban, pero su tiempo había terminado. "Que la vida no hace regalos como ese", dirá, resignada y aceptando la derrota, su protagonista femenina.

Todavía siento su dolor, el de él y el de ella, aquí conmigo. Supongo que parte de la culpa la tiene esa comprensión de la que escribo, esa aprehensión superior de todo lo que ocurría. Ese nivel de percepción que antes, creo, no habría podido alcanzar nunca sin todo lo vivido estos últimos seis meses. Y que sin embargo ahora aquí me tiene, con las costillas espiritualmente doloridas, fascinándome por esa fuerza tan íntima y azarosa.

Esa fuerza, que sigue aquí, todavía hoy, y que al final me remite de una manera agridulce a lo mismo: por qué me gusta tanto sentir, y por qué me gusta tantísimo esto.


jueves, 6 de noviembre de 2014

Donde ahora te veo tumbado.


Eres luz, que va llenando 
cada espacio hueco que se va encontrando. 
Eres luz, que va despertándome 
con fonemas sordos de un lenguaje extraño.


Misterio, camina despacio. 
Te regalo el sonido del mar. 
Libre, desnuda de mí hasta los huesos 
de la única forma en la que seguirás.


Luciendo, en la oscura caverna del pecho,
donde guardo mis tratados de paz.
Caótica, destruyes montañas de fuego.
Explosiones que barren la sal.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

"Familia Unida"

Con letras en azul y rojo, sus letreros pueden verse en todo Madrid. También en el centro de Getafe. Fue el típico establecimiento que en su apertura pasó desapercibido, hasta que colocaron un plasma en el escaparate e iban pasando anuncios que invitaban a la gente a frenar su paso ajetreado y observarlos para ver qué era eso. Entonces sus miradas subían hacia el letrero y leían:

"Familia Unida"

Conforme pasaron las semanas y los meses el interior de aquel local se fue llenando de crucifijos y promesas de salvación mientras por el plasma desfilaban pequeñas piezas acerca de un padre que tiene que sacrificar a su hijo para salvar a doscientas personas, asemejándolo al mesías, e incluso letreros que ofrecían exorcismos. Todo basado en la fe, y en la creencia en la importancia de la familia. A pesar de que a veces un hombre deba sacrificar a sus propios hijos.

Hoy mientras pasaba por delante, como siempre que tengo que ir a la universidad, ha sonado en mis oídos You are not alone in this, y seguía Timshel, y su letra me hablaba de una madre y sus hijos, de hermanos, de la muerte y de una realidad amarga que justo en ese momento se me ha antojado inamovible. Ya más tarde, sentada en mi escritorio, he sentido de nuevo esa garra helada que antaño me desorientaba y que ahora apenas vuelve a mí. Pero hoy ha vuelto.

No siempre acude cuando flaqueo pero en otras ocasiones sí, y me va agitando, hasta que explota en mis ojos y se desborda. Después de eso, calma y silencio.

Ha vuelto esa soledad triste que inconscientemente asocio a la familia, y con ese pulso inquieto y denso en el pecho, tecleando amarga y con las manos trémulas, me he preguntado si los que iniciaron ese negocio sacacuartos de Familia Unidad sabrán de verdad lo que es la familia. Si aquellos que sacan beneficios manipulando la fe de la gente mientras se les llena la boca de promesas y deberes que hay que cumplir han sentido alguna vez ese vínculo invisible que perdura aún cuando se sienten las manos más frías y el corazón más cansando. Aún cuando no queremos. Aún cuando tenemos ganas de poco, excepto de dormir y no despertar hasta el día siguiente.
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ending.

jueves, 30 de octubre de 2014

Intuición.

Siempre que vuelvo de un momento anterior
pienso lo mismo:
¿quién debería ser yo?
Y no es lo mejor.

lunes, 27 de octubre de 2014

Susurros.

Nunca he renunciado a la existencia de las maravillas, pero debo admitir que en los últimos años llegué a creer con fuerza en que no iban a ocurrirme a mí y acepté que debería vivirlas a través de personas cercanas de mi entorno más afortunadas. Sin embargo, e imagino que es normal por mucho que a veces nos veamos acabados, supongo que algo que tiene la vida es que en tantas idas y venidas alguna vez consigue sorprendernos.

No veo el momento de girar la llave en la cerradura de mi casa y entrar en ella contigo detrás, agarrándome de la mano o llevando cualquier tipo de maleta, bromeando mientras yo enciendo la luz y compruebo si hay cosas por fregar en la cocina. Jamás pensé que llegaría a desear y valorar cada detalle de una vida corriente y tú consigues que comprenda a esa gente que no necesita nada más y que sonríe por lo poco que tiene y por con quién lo comparte. Nos veo en una de esas líneas temporales continuando nuestra acumulación de hoteles y colchones distribuidos por diferentes partes que pronto seguirán sumando ruido de muelles y cajas de pizza abandonadas en otras habitaciones diferentes.

Soy incapaz de arrepentirme de cada palabra que te dedico en susurros, cuando vuelvo a ser piel y huesos pero no por un vacío sino por que tú me reduces a mi esencia, a lo que soy y a lo que siempre voy a ser pero que a veces bizquea según las circunstancias que me rodean. Tú me has encontrado desnuda sin vuelta atrás, y en esos momentos de agarrarme a tu piel y reaprenderme tu olor pegada a ti podría hablarte de cualquier cosa, resquebrajar cada capa de dureza que he ido creando y cada parche de piel que cubre todos mis recuerdos dolorosos y susurrártelo porque quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie. Porque sé que puedo. Porque sé que eso forma parte de la magia de habernos encontrado.

Nos imagino en un piso con chimenea mientras amanece y no tenemos ningún arma para luchar contra ello porque la luz que entra por las ventanas es inmensa a pesar del invierno y el ruido del mercado africano de la calle comienza a irrumpir en el 9 de la rue de Suez en París.

Entonces te observaré enmarcado en las paredes blancas y mientras hacemos café miraré tus ojos amarillos y seré consciente de nuevo de que estaba equivocada. No en que existían las maravillas, porque eso nunca lo negué, sino en que existirían para mí. En que me harías creer en que existen para los dos.

martes, 21 de octubre de 2014

Estaría mintiendo si dijera que soy la amante perfecta. Suelo procurar ser honesta porque me gusta que lo sean conmigo, así que no: no lo soy. He pasado tiempo sin saber qué significado tenía ese verbo del que deriva el adjetivo, y durante meses estuve convencida de que vendrían otros tiempos en los que yo seguiría sin saber amar, pero que serían tiempos igual de potencialmente maravillosos como podrían serlo en otra ocasión. Aunque incluso en mi mente, caliente de sangre y pensamientos, la afirmación sonaba fría.

Fría como yo, a ratos, porque no, no soy la amante perfecta. Me arrebataron mi independencia y por eso ahora siempre la tengo presente; si bien en los últimos meses he sufrido conflictos en este sentido, porque podría decirse que factores externos comenzaron a resquebrajarme. Suena destructivo, pero nada más lejos de la realidad: me estaban edificando de nuevo. Creando. Lo estaba haciendo yo, en parte, dejándome llevar por todo aquello que pensé que ya no era para mí.

Hay muchas variantes y circunstancias que nos rodean y afectan, y mi caso no es diferente. Lidio y convivo con ellas y me acomodo junto a muchas otras que han erigido estos últimos meses mi día a día haciéndome diferente. Más intensa, tal vez. Más llena de pasión. ¿Más amante? No lo sé.

Amo más. Pero no sé si eso me convierte en más amante. En el fondo sigo siendo la misma; la misma torpe y desapegada, la misma celosa de sus principios, la misma que tiene presente el pasado sólo para que no vuelva a repetirse. No se ha ido. Pero ahora estoy despierta, dispuesta, expectante, animada, enérgica, esperanzada, optimista. Soy una persona renovada, construida encima de mí misma, sin rechazarme, completándome a través de esa calidez que hace meses ya no conocía. Aunque siga sin ser esa amante perfecta, ni me interese serlo: la perfección acabaría trayendo hastío y desinterés, y justo es ahora cuando me han vuelto las ganas de comerme el mundo.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Los miércoles suelen ser sinónimo de mal día. Los malos días suelen traer momentos y situaciones que magnifico negativamente. Es la pescadilla que se muerde la cola.

Sin embargo, camino con prisa por la calle y me cruzo a un crío que no tendrá más de tres años corriendo y jugando. Miro su cara de felicidad y me parece una criatura pura, inocente, sin todavía esa maldad adulterada y humana. Sonrío internamente y se me contagia esa sombra en los labios.

Me doy cuenta de que la clave no es esperar que el equilibrio llegue a los demás. Sino en trabajar en que se cumpla el mío propio.

viernes, 3 de octubre de 2014

Oigo tu voz
siempre antes de dormir.
Me acuesto junto a ti
y aunque no estés aquí
en esta oscuridad la claridad eres tú.
- Álex, ¿me copias? -. No hubo respuesta.- Álex, me cago en la leche, ¿me copias o no?

La voz distorsionada por los mecanismos del walkie-talkie rompió el silencio del museo.

- ¡Sí, sí, sí! Perdona, que estaba en el baño. Te copio, te copio, faltaría más.

- En fin... Te pegas la vida en el baño. A ver, el sistema dice que la puerta del personal de la sección nueve está abierta. ¿Puedes ir a comprobarlo? Algún guiri curioso otra vez, supongo.

- Vale, ahora te comento.

Se colgó el walkie-talkie del cinturón y se desperezó mientras se rascaba los ojos. Al mirarse las manos vio un rastro negro y pensó Mal día para ponerse rímel. Para Alexia Roldán ese era el día en el que cumplía un año como vigilante de seguridad en el museo de cera. Había conseguido el puesto de casualidad gracias a un contacto y desde entonces pasaba gran parte de sus noches canturreando por los pasillos o iluminando con su linterna rostros reconocibles al azar y hablando con ellos. A veces se sentía en un recinto lleno de mudos; le rodeaban figuras humanas aunque no estuvieran hechas más que de cera. Y aunque algunas, por mayor o menos maña del creador, parecieran cualquier cosa menos humanas.

En todos aquellos días se había convertido en la mejor guía turística del lugar, aunque todavía no se había atrevido a colar a nadie. Se lo conocía como la palma de su mano, así que no le costó gran trabajo llegar al sector nueve.

Una vez allí, iluminó la puerta de servicio y, efectivamente, la encontró abierta.

- Estoy aquí. La cierro. Te copio.

Y, distraída, fue a cerrarla empujándola con la pierna como había hecho tantísimas otras veces. Había ocasiones en las que los visitantes se aventuraban por los accesos restringidos, como si esperaran encontrar algo misterioso que no fueran paredes grises, alguna fregona y mucho polvo. Hasta el momento nadie había encontrado un portal a otro mundo o un botón que insuflara vida a las doscientas veinticuatro figuras que allí habitaban.

Sin embargo, la puerta no se cerró. Extrañada, Alexia se aproximó y escrutó levemente el hueco. Se agachó y puso el foco de luz en el suelo. Había una pequeña pieza que impedía que la puerta se cerrara. Fue a cogerla, pero al hacer el movimiento se percató de que había algo tras la puerta de servicio del sector nueve. La abrió e inspeccionó lo que impedía el cierre y había hecho que saltara la alarma en la central. Había algo allí detrás, tenía que empujar la puerta, y en ello estaba cuando se le cayó la linterna.

El sonido amplificado por los pasillos vacíos la sobresaltó. Se sintió tonta por el susto, y la recogió al tiempo que alumbraba al otro lado de la puerta.

Alexia se quedó helada. Era la primera vez que estando de servicio una mano humana la cogía por el hombro. Después de notar esa garra fría en su hombro izquierdo, gritó.

También era la primera vez en su vida que veía un cadáver.