domingo, 22 de mayo de 2011

Al despertarme he caído en la cuenta. Estos son culpables de lo que pasó, y para aumentar mi propia responsabilidad diré que la distancia sí tiene la culpa, al menos parcialmente. No podía soportarlos, me era imposible y no era capaz de concentrarme en otra cosa. Ahora la situación es diferente, pero el sentimiento no difiere mucho. Tal vez entre tanta revolución te estés enamorando poco a poco de otra, o sea otra la que te hace sonreír. O quizás ha reaparecido en tu vida esa tal Arabia, o alguien equivalente, que hace que despierten en ti de nuevo esos deseos ocultos y comprendas que lo que debes buscar es una mujer de verdad y no un ente que vacila entre ser una niña y un desastroso proyecto de mujer.

Me lleva de nuevo al mismo pensamiento. Me estremezo cuando pienso en que jamás nadie que pretendiera ayudarme, escucharme o simplemente fingirlo ha emitido juicios sobre ti o que yo no he violado nuestra intimidad reproduciendo literalmente tus palabras, por muy desesperada que estuviera. Me angustia mi capacidad de reprochar y tergiversar, y me angustia todavía más no ser consciente; me angustia, si cabe, más, seguir haciéndolo ante personas que realmente me importan. Vuelven a mí noches sin dormir, lágrimas eternas, conversaciones telefónicas que eran una verdadera pesadilla, incomprensiones, incertidumbres, mi ánimo imperturbable, el mundo pasando deprisa a mi alrededor, la lejanía que siento con todo lo que me rodea... Y demás lindeces. ¿Habrá vuelto Arabia? ¿O será Mira, al fin?

No lo sé. Pero sé que fue una de las cosas que me agotó. Perder el control. No toleré que nuestras vidas se separaran todavía más, así como nuestros actos. A veces estas dos vidas acaban conmigo, aunque sea momentáneamente. Supongo que pasarán. Pasará la sensación. No me despertaré tan agitada y me centraré más en mis días y en dónde estoy yo... A pesar de que ahora me sigan matando, en esencia. Aquellos días en los que apenas sé de ti.


miércoles, 18 de mayo de 2011

Nos gustaba reventar las fechas señaladas. O me gustaba a mí, por el final de todas las discusiones. Nos cabreamos en la final del mundial de fútbol, en la cena romántica aquella que preparaste en tu casa, cuando nos hacíamos un favor como el de esta tarde, en nuestros primeros Pilares, en nuestra primera Nochevieja juntos, en mis exámenes finales, en las últimas Navidades, en el último puente de diciembre, en la inauguración del piso de Johnny en Valdespartera... Muchas de las veces provocado por un enfado mío o un silencio mal explicado.

Recuerdo en especial una vez. Era el verano de la Expo, y cuando me acompañabas a casa, habiendo pasado una tarde-noche bastante buena siendo inusual en esos días, me pediste que te pasara una foto de los dos porque querías actualizar tu flog con ella. Yo me emocioné mucho, porque hacía bastante semanas que no escribías nada de los dos, y además nunca publicabas fotos mías o nuestras en tu flog. Luego por la noche, en una de esas conversaciones del /w, te recordé algo acerca de la foto y no contestaste porque mi frase en rosa se perdería entre todo lo demás. Me enfadé porque nos pasaba siempre, y te pregunté que si me ignorabas o qué. Tú te enfadaste todavía más, porque además habíais wipeado, y la cosa acabó como el rosario de la aurora. No hubo actualización, ni foto, ni nada. Sólo dolor y alguna que otra lágrima. Eso fue semanas antes de que pensaras que yo, junto con otros jugadores, te presionábamos tanto como tanque que te hizo optar por dejar de hablarme durante un día entero que para mí duró un año. Probé por el chat de la hermandad, por susurro, por mensaje directo, y hasta por el hilo general. Nada hasta el día siguiente. Tuve que ver ese nombre, ¿era Eternum?, conectarse y desconectarse, hablar con otra gente, llamar a usuarios para llenar plazas de una raid... y nada; yo ni siquiera quería jugar ese día, porque tenía un examen próximo, además.

Muchos, muchos, muchos. Muchos cabreos frente a la pantalla del ordenador, muchos sms diciéndome que hablara a la cara, muchas lágrimas y muchos gritos en mitad de la calle. Claro que el lado positivo de la balanza se inclinaba con sólo un roce de nuestras manos y un par de risas tontas mientras arreglábamos una de esas discusiones. He de decir que mientras escribía la enumeración anterior he tenido que pararme a pensar y poner en orden los recuerdos para acordarme de esas broncas. Al final siempre ganan los buenos.

Los malos momentos se aferran con garras de hierro a las comisuras del alma, pero siguen siendo arrasados, sin apenas problemas, por la buena rutina que encendía el color de la piel y nos hacía volver. Todas aquellas veces.

domingo, 15 de mayo de 2011

Eso de que las palabras no tienen peligro es una mentira. Hay algunas que son como un verdadero mazazo. Que te traen recuerdos que creías que estaban a buen recaudo y se congela tanto la sangre que ni siquiera hay ganas de ahogar el mal trago con las lágrimas de siempre. Simplemente se apaga el sonido de todo lo demás, y sobreviene el sentimiento de decepción absoluta contigo mismo. Una vez puede ser que sea un espejismo; dos ya es demasiada casualidad.

sábado, 14 de mayo de 2011

Voy a templar mi sangre porque quiero darte hasta la última gota. Solamente es lo que te debo; nada más. Aunque la gente piense que no, soy capaz de calmar mis nervios y sólo por ti lo consigo. Para conseguirlo hay que quererlo de verdad.

Contigo he aprendido demasiadas cosas. Hemos leído, comentado, paseado, dormido... Soy como soy en parte por ti, por tus enseñanzas y por tu compañía en mi camino. Yo sé que eres más fuerte que todo esto, y por eso, porque te está superando, voy a vacíar mis venas para que te cures desde ellas y devolverte lo que tú me has dado. Hemos salido de peores situaciones, hemos llorando en peores parajes y hemos sentido los latidos todavía más pesados que en este momento. Además estás tú con tu estoicismo infinito y tus ganas mudas de salir adelante. Eso es suficiente para saber que lo conseguiremos.

No puedo evitar echar de menos la arruga de tu frente donde se acumulan todas las preocupaciones y donde desaparecen cuando explotas en carcajadas. Todavía quedan muchas risas que compartir y muchos resoplidos por mi parte por tus ocurrencias. Estos años son sólo la antesala de los que aún tienen que venir. Porque sabes que yo todavía soy una niña aunque por dentro esté tan envejecida, y tus silencios me dicen que confías en mis actos, que sabes que si lo hago es por algo y no porque sea una torpe o alguien imperfecto que no sabe por dónde tirar. Y todo eso sin decir una sola palabra.

Cógeme de la mano si flaqueas y llora conmigo si quieres, aunque no lo hagas nunca y menos delante de mí. Se acercan días peligrosos, pero ya los hemos mirado a los ojos en otras ocasiones, no hay de qué preocuparse en exceso. Tenemos experiencia, unión y habilidad en dibujar las fuerzas cuando ya no nos quedan. No te va a pasar nada porque si es necesario yo te voy a dar toda mi sangre. Mi sangre. Que no es otra cosa que la tuya, porque me la diste, sin saber en qué se iba a convertir, hace unos diecinueve años. Yo estoy contigo, viejo.

martes, 10 de mayo de 2011

- Sólo duele cuando toco, pero a veces, sin más, duele constantemente. No controlo cuándo ocurre. Puedo disimularlo con la ropa y el paso de los días, la rutina; caminamos tan deprisa últimamente... Nadie se para a mirar a nadie. Algunos sí me sonríen con tristeza, pero lo hacen al mirarme el rostro. La mayoría no se percata de nada, aunque suene grotesco. Resulta una ventaja, aunque de vez en cuando no lo logro ver así. Es difícil, ¿sabe? Pero ya me acostumbro. Ha provocado que yo también cambie pero, bueno, sigo sonriendo aunque no sea tan a menudo y siempre hay tiempo para que vuelva a querer reír a carcajadas. No es que ahora no quiera, pero sigue doliéndome mucho si hago movimientos bruscos de ese tipo. Los que lo saben claro que se preocupan por mí, pero al fin y al cabo es algo que está ahí, que de momento no se borra. Se comportan como si no pasara nada porque creen que así me ayudan. ¿Quién sabe si están en lo cierto? Yo todavía no lo sé, pero hay muchas cosas que se me escapan en estos momentos. Es muy extraño, ¿sabe? Lo estoy asimilando como una parte más de mi cuerpo, y me asusta, porque no es correcto, pero no me queda otra. ¿Debería vivir agitada todos los días o tengo que empezar a aceptarlo? Me dicen opiniones de todo tipo. Yo las agradezco, pero desde que ocurrió ya ni siquiera me escucho a mí misma. Pero... creo que ya he hablado mucho, ¿no es cierto? Querrá verlo, si no no me habría preguntado. Espere un momento...

Se levanta y se pone de espaldas a un gran espejo que hay en la habitación y que va desde el suelo al techo. Me está mirando fijamente a los ojos, y yo no puedo apartar la mirada de tantísima pena. Son como dos pozos de aguas negras y eternas, detenidas, totalmente muertas. ¿Pueden morir las pupilas antes que el propio espíritu?

Me sonríe, aunque sé que está desganada, y se quita la chaqueta de punto gris cuyos puños ha estado retorciendo mientras me hablaba. La deja con cuidado sobre una silla y luego, de golpe, se quita la camiseta y vuelve a mirarme.

Es sobrecogedor. Pero está ahí: como una quemadura en la tela, con los bordes todavía tiernos, el agujero del que me había hablado. Yo entonces no la estoy mirando ya a los ojos. Me estoy viendo a mí misma, sentada, reflejada en el espejo mi expresión de espanto, de pura angustia al entender cada una de sus palabras. Ella no se ha movido de su sitio, y aun así ahí estoy, mirándome en el cristal... a través del hueco de su pecho.

domingo, 8 de mayo de 2011

Llega cargada con la mochila y la maleta. Subir al tren siempre es un desafío, sobre todo cuando la gente observa tu dificultad en levantar la maleta y no perder el equilibrio, y se limita a mirarte con desdén. Suena el pitido de rigor y se apoya en la pared de al lado de la puerta soplándose en el flequillo. Está muerta de calor. Se dispone a pensar en los días que acaba de dejar atrás en su tierra y enfrentarse a una nueva oleada de tristeza, pero algo la interrumpe de súbito.

-Tú eres de la resi, ¿verdad?

Se sobresalta. Le observa alguien con sombrero y que la mira desde detrás de unas gafas, sonriendo un poco forzado. Ella piensa que intenta ser amable, e intenta no parecer una bobalicona, y responderle con algo satisfactorio. Aun así, sigue sorprendida; no es de esa clase de chicas a las que les hablan en un tren. Ella no, hasta donde ella misma sabe.

- Sí... ¿Tú también?

- Sí. ¿Eres novata?

- Sí, sí- responde con los ojos en blanco, pensando en ese primer mes turbulento de novatadas-. Tú veterano, ¿no?

- No, no, yo también soy novato. Además cumplí los años nada más llegar a la residencia, la primera semana.

A ella se le queda cara de imbécil al pensar que es mayor que él e intenta disimularla. Si ese chico es novato, ¿qué parecerá ella? ¿La hermana pequeña del primo adolescente de algún residente? Ordena sus ideas e intenta pensar en algo que decir después de que él le pregunte si quiere su sitio. La chica piensa que debe de llevar unos pelos horribles con tanto calor.

-¿Vienes de pasar el puente en casa?

-Sí. Además eran fiestas en mi ciudad, así que sí... ¿Tú también?

-No, yo he estado con mi hermana y eso, en Madrid-. El chico al decir eso señala la funda negra de su guitarra, por alguna extraña razón.

Se preguntan que qué estudian y ella piensa que ese tío tan raro de las gafas y la barba no pega con Derecho y ADE, que Derecho y ADE suena a rancio, no a guitarrista con sombrero. El tren sigue su camino y se quedan en silencio, sin saber muy bien por qué. La conversación no fluye. Cuando llegan a su destino, él se da prisa y a lo que ella se percata lo tiene muchos metros por delante. Bueno, ya lo veré, supongo. Qué chico más raro.


A posteriori se supo que si él no habló fue porque tuvo miedo a parecer un pesado y que si ella tampoco lo hizo fue porque pensó que iba a quedar como una tonta diciendo tonterías. La suerte es que esto lo supieron ambos una noche entre risas y un poco de humo, una de tantas, con mucha música sonando en sus mentes. Pensando en la manera en la que se conocieron y cómo no volvieron a verse después, hasta un momento, un momento concreto que no recuerdan pero que sí existió. Curiosamente, empezó todo en el cercanías...

viernes, 6 de mayo de 2011

No se tiñe el pelo para huir de los demás, sino para huir de sí misma. Pretende así ignorar que todavía no está segura de quién es exactamente. También le gustan los halagos que despiertan sus cambios de look, pero eso no quita que por dentro, muy dentro, se siga sintiendo repugnantemente fea. Sin embargo, no es fea. En toda persona hay cierta belleza, y ella no es una excepción. El problema es que no posee a la persona que le haga creer de verdad que no es fea. Que la quiera, que la corresponda enteramente, la haga palpitar, tenga ojos sólo para los cambios en el color de su pelo.

Camina y disfraza sus ojos, sus mejillas, su cuerpo. El maquillaje es un aliado que no hace más que recordarle que usarlo la hace sentirse todavía peor. ¿Por qué tan perdida? ¿Por qué se esconde tras sentimientos falsos que la convierten en alguien que no es? Los papeles bien construidos son una joya, pero únicamente encima de un escenario. El suyo es admirable, maduro, ecuánime. Pero no es ella. Sus adentros la convierten en un remolino de pura contradicción. Contradicción absurda y dolorosa, no contradicción misteriosa e interesante.

De todas formas, si enseña sus ojos, los verdaderos, y se clavan en ti más de un segundo, sin intentar mostrar ningún descaro, desnudos por un breve segundo de descuido, alejados del papel que sigue día a día y que la está agotando desde los huesos, desesperada, sabedora de su culpabilidad, de sus malos actos y de la satisfacción que en su piel despertó el sufrimiento ajeno... Si miras esos ojos. Un segundo. Lo que se deje mirarla de verdad. Un breve instante.

Verás que son dos pozos de auténtica tristeza. Que está asustada, más perdida todavía, y que sabe, a su pesar, que si sigue así... nunca va a conseguir lo que anhela. Lo que de verdad desea. Sin aprender jamás a amar a nadie.

miércoles, 4 de mayo de 2011

A veces me prendería fuego y quemaría todos mis recuerdos. Todos. Cortaría mi lengua para renacer sin habla, y fingiría que en realidad no estoy escuchando a nadie. Entonces sólo existirían los pensamientos en mi cabeza y el tamaño de mi alma no dependería de cómo me tratara absolutamente nadie. Eliminaría de mi cuerpo sentimientos como la sorpresa y la satisfacción, pero me ahorraría la incertidumbre y la decepción.

Una persona nueva, anónima, vacía, incapaz de comunicarse. Pero también incapaz de sufrir incoherentemente y sin un motivo que vislumbrar con claridad en el horizonte.

domingo, 1 de mayo de 2011

En uno de esos momentos en los que los sonidos del comedor se apagan a mis tímpanos, en el escalofrío de que me pregunten que qué tal el día y que la boca y los ojos me supieran todavía a agua y a sal, he tenido un flashback y la he oído llorar de nuevo a través del auricular. Creo que pensaba que nunca iba a escribir sobre ella, pero lo que no sabe es que todo lo que escribo tiene una parte de ella. Porque yo soy a partir de ella.

Y mientras tarareaba la canción que tarareaba esta misma mañana -siempre me hace escribir esta voz, ahora que lo pienso- he hablado con ella de nuevo y he recordado lo que yo misma he escrito: ...seguimos uniendo las voces por si acaso una de las dos está quebrada y podamos ayudarnos. Aunque no lo digamos de manera directa.

Y por un momento me he sentido tranquila, en paz, sabiendo que todavía me queda mucho por remontar, muchas ganas que ganarme, mucho por lo que pedir perdón, otro tanto que evitar en sueños. Pero con ella. Con su fortaleza, con sus lágrimas que me hacen echarla terriblemente de menos. Como el primer fin de semana que volví a Zaragoza y me desperté en mi cama. Ir hasta la suya, arrastrando los pies, y meterme bajo las sábanas con ella, abrazarla fuerte... Y lo demás ya pasará. Ya pasará. Ya tendrá que pasar.

viernes, 29 de abril de 2011

No dejo de pensar en todas las cosas que podríamos haber hecho y podríamos estar haciendo juntos. Sonrío inevitablemente al ver las fotos de aquellos que se animaron a escaparse unos días y quererse en otros lugares, saboreando un aire diferente. Compartiéndolo a través de sus bocas. Sin embargo, soy consciente de que para que una herida sane adecuadamente tiene que doler; a veces, incluso, se saltan los puntos y hay que volver a iniciar la cura. Cuantas veces sean necesarias. Si taponas una herida y aprietas para disimular el dolor, la infección finalmente puede que sea letal.

No me voy a esconder. La honestidad es algo que tiene que ir por delante siempre a la hora de querer a alguien. ¿Cómo mientes? ¿Cómo se es capaz de esconder algo durante años que debería ser el motor de todo lo que hacemos? Nos debemos sinceridad a nosotros mismos, y eso también nos lleva a elegir un momento adecuado, un instante mágico, no un desastre encantador pero que, al fin y al cabo..., termina en desastre. Y en sufrimiento. En ocasiones se nos queda la boca pequeña al decir el verbo querer, pero si luego no sabemos engrandecerlo de verdad, desde adentro, actuando bien, sin intentar dañar a nadie ni aprovecharse de nada ni respaldarse en una actitud totalmente contraria a amar... Estamos cometiendo una herejía.

Yo necesito querer. Y necesito querer muchas cosas que quiero pero no con la suficiente fuerza o la suficiente templanza sobres mis temblores. No sé si son espejismos lo que provoca este miedo atroz con el que despierto, estos deseos irracionales de vernos, de que se disipen todas las heridas y los engranajes funcionen de nuevo. No obstante, confío en que si ahora no es mi momento lo acabará siendo cuando toque, y que ocurra lo que ocurra mi cuerpo va a soportarlo porque no soportarlo sólo podría significar una cosa. No vivir. No volver a amar nunca.

martes, 26 de abril de 2011

No suelo decir nunca que nada va a durar siempre, pero si tengo la misma sensación veinte veces en un día y hasta sueño con ello, tiene que ser por algo. Un peso a cargar siempre, no con la misma intensidad, irá remitiendo, pero sin irse. Como uno de esos puntos que al echar la vista atrás se ven más oscuros. Tiene todo otro regusto, desfiguro cada frase, escucho el eco de cada gesto en el tiempo como fallido por mi parte y resurgido de pronto como si fuera nuevo, se me tuerce la sonrisa, el corazón se acelera. Fue en parte mi culpa. Y ahora se va a quedar ahí, apareciendo de vez en cuando en una pesadilla, encogiéndome el pecho. Como una de esas heridas que, las cures con lo que las cures, nunca llegan a cerrarse del todo.

sábado, 23 de abril de 2011

Curiosamente, entre la taquicardia, las pocas horas dormidas y la fiebre de esta noche -o día, técnicamente, por cerrar los ojos después de que hubiera amanecido- lo único que me calmaba un poco era pensar que no estaba en mi cama sino en mi cama postiza y que en unos segundos iban a sonar esos nudillos en mi puerta. Siempre los nudillos, excepto cuando tengo la música muy alta y no te escucho. Y yo iba a abrir echa un guiñapo, todavía con lágrimas en las mejillas, te iba a hacer pasar con un gesto cansado y en mitad del pequeño pasillo me ibas a abrazar de esa manera que tenías guardada hasta hace poco. Y así me iba a poder apoyar en el hueco que hay justo encima de tu clavícula y no haría falta decir nada, aunque seguramente me dirías eso de Tranquila... y a mí me daría igual que nadie más supiera que estoy así porque ese silencio mientras te arrugo la camisa cogiéndote fuerte con los dedos sería suficiente.

Se me han mezclado los estampados de rayas en diferentes camisas, el sonido de la guitarra y la armónica, las letras que he acabado aprendiéndome y las miradas cómplices en cualquier sitio si notabas que por dentro estaba temblando. Creo que, en ese momento, con una canción que me enseñasteis en la cabeza, he logrado por fin coinciliar el sueño.

viernes, 22 de abril de 2011

-Podría devolverte las llaves de tu casa y dejar que entraras, obviando el hecho de que son las cuatro de la madrugada y tú vuelves sola. Qué tarde vuelves hoy a casa, ¿no? Sólo te falta el cartel luminoso: presa fácil. Podría hacerme incluso el tímido y devolvértelas fingiendo que no te las he quitado. También, claro está, podría confirmar esas sospechas que no dices porque estás acojonada pero que me pintan como un psicópata. Y darte la razón en tus trazos. ¿Tú qué quieres que haga? ¿Te doy las llaves?

Por mi mente pasan varias posibilidades mientras intento controlar la ansiedad. Es curioso, porque justo venía pensando en que me sorprende mi poco afán por el trabajo universitario, concluyendo que en realidad, como tantas cosas en estos momentos, me da exactamente igual, o al menos ha dejado de preocuparme tanto. Ya hice bastante la capulla en diciembre.

Pienso en llamar al timbre de casa con la esperanza de que alguien me oiga y, no sé, bajen a por mí o poder gritar a través del porterillo. Hacerme la despistada, reírme de sus palabras y acercarme para que me dé las llaves, como si yo estuviera segura de que está de broma. Echar a correr todo lo que pueda y tal vez alcanzar a Melenas y a Álex, o incluso llegar hasta la asociación, porque recuerdo que Dani ha dicho que quería recuperar sus cereales. Sin embargo, entre todas estas posibilidades noto que el corazón ni siquiera se me ha acelerado. Estoy, finalmente, por decirle que haga lo que quiera con las llaves, que yo ya me doy una vuelta por ahí y que, si quiere, puede acompañarme, si no tiene nada mejor que hacer, pero que prefiero ir sola. Que no tengo putas ganas ni de bromas ni de que nadie me secuestre o se me ría, vaya. Esta noche no. La siguiente, si eso, ya se verá.

De todas formas, mientras pienso con la lentitud que he desarrollado este último mes, a él le da tiempo a aburrirse o a pensar que soy imbécil o que de verdad estoy muerta de miedo. Así que me da las llaves, se marcha en silencio con media sonrisa y yo abro la puerta mientras todavía oigo sus pasos resonar por la calle vacía y le echo un último vistazo al reloj de la farmacia... Qué tarde vuelvo hoy a casa.

lunes, 18 de abril de 2011

Me pone frente al espejo que ocupa toda la pared de la izquierda de la sala de música y me dice que me concentre. Que piense en sentir asco, como si llevara algo en la boca que no me deja estar tranquila, que experimente lo amargada y sargento que me tengo que sentir. Ella experimenta con su rostro para que yo la siga pero tengo la mente muy lejos. Pienso en la puerta que se cerró ayer en casa de golpe y en la llamada de teléfono por la mañana de un hombre que ha roto a llorar y me ha dicho por primera vez en mi vida que me quiere y que no puede más. A mí. Ese hombre desconocido que en realidad era mi padre.

Olga me sigue hablando, ahora de la voz, de cómo tengo que conseguir sacarla de la garganta para que carraspee y no del estómago como siempre. Que me dolerá, que me tiene que salir ya porque si no no voy a poder manejarla y el día de la actuación me puedo quedar afónica o acabar escupiendo sangre. Comienza a subir el tono y a emplear ese método suyo de hacernos daño para que nos salga el personaje.

Yo me marcho y vuelvo a los minutos con los ojos enrojecidos. El silencio es total porque todos piensan que estoy así porque Olga se ha pasado y están de acuerdo.

-Elena... Me encanta que llores.

-No, Olga, no es por eso. Hay más cosas.

Y a mí en ese momento me da igual Pata Negra, aunque lleve meses intentando alcanzarla sin conseguirlo, y el ensayo que sigue mientras yo recito el texto sin ponerle un solo acento a las palabras. Como si ante mis ojos no hubiera más que neblina y el eco de esa voz en teoría desconocida que se repita una y otra vez sin que parezca que vaya a parar.

sábado, 16 de abril de 2011

La tele está puesta pero no le hacemos ni puto caso. Cuando mi madre se va del salón yo quito el volumen para escuchar bien lo que pasa en el resto de la casa. Estas situaciones siempre me han hecho perder los nervios, desde que tenía consciencia, pero esta tarde sin embargo estoy calmada porque no quiero ni que mi propia respiración entorpezca el sonido de la casa.

Y mientras tanto yo sólo pienso en los brazos que me calmaban siempre que ocurría esto, aunque no lo supieran, y me dedico a agarrar con manos frías un post-it y garabatear en él una frase, para después pegarlo en el inicio de esas instrucciones o normas que ayer escribí y que ya he tenido que releer tres veces.

"Leer en caso de histeria (o de flaqueza)."
Sentada en la escalera, con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas, pienso que me podría haber quedado allí. Claro que sí. Y no habría habido ningún mal sentimiento en ese instante robado al pasado, pero no podía hacerlo después de tanto. He pensado también en la misma situación pero diferente, cuando te separaba de mí por hacer la gracia o porque estabas vacilándome demasiado y a mí no me daba la gana que me besaras. Pero la situación era bien diferente.

Mientras estaba sentada y me quitaba lentamente con las uñas el rimmel de las pestañas me he dado cuenta de que hacía al menos un mes que no lo usaba. El rimmel. Un mes en el que me han dado igual mis ojos o los pantalones que me ponía, un día el de hoy en el que he decidido sacarme eso de la cabeza para ver si surtía efecto y por dentro también mejoraba el asunto. Pero ha sido un error. El rimmel no ha hecho mucho más que pegotes entre mis pestañas.

He pensado que en esos escasos segundos se han acumulado millones de momentos que me hacen temblar al instante. Pero a la vez me ha atravesado la espalda un escalofrío al pensar en el sofá de Marcos, el bullicio a todo trapo de un bar pero que se antoja ajeno, el trayecto en autobús que se hace más corto de lo normal, caminar de la mano, las bromas sobre tu pantalón, el frenesí de los labios hasta las manos... y todo sin mí. Por primera vez sin mí. He pensado en cómo le sentó a tu corazón y sé que no le sentó mal, que lo calentó un poco de tanto frío estúpido.

Se han juntado esos dos yos sorprendiéndome y haciéndome ver que antes había mentido. Que sí que tengo dos yos aunque no sean como los tuyos, aunque yo no tenga algunas necesidades y deseos que cubrir. El yo que se habría quedado en la escalera de pie y el yo que sentado en la otra escalera pensaba en la primera vez sin mí. Los dos. Uno frente al otro diciéndose que no van a poder seguir soportándose mucho tiempo, que deben aprender a convivir de alguna forma. Mis dos yos. Y, entre ellos, la determinación -aunque ya no sé si es acertada- de que no puedo dejar que se rehaga todo el dolor causado, como un pegote de rimmel, impidiendo que las dos partes se separen.

viernes, 15 de abril de 2011

Yo te entiendo y entiendo también que prefieras callar. Me da igual que ayer me gritaras, o nos gritaras, porque yo comprendo tu reacción. Noto en tu mirada cansada que algo no funciona bien en tus engranajes y te entiendo tan bien. Me gustaría repararte de alguna manera, pero todavía no sé cómo arreglar los míos.

De todas formas, y aunque sé que seguirás guardando ese silencio respetuoso y solemne que sólo tú sabes crear, yo voy a estar para decirte "déjame el portátil un momento" y acabar haciendo quinielas sobre quién ganó en el año 1999 el Óscar a mejor actriz o en qué emplazamientos se filmó esa película que te recomiendo. Clases magistrales enteras tiradas por la borda hablando de cine, de actores, de la injusticia de los grandes festivales, de lo que nos queda todavía por hacer. Recomendándonos películas y echándonos -o echándome, más bien- la bronca porque todavía no hemos visto esa obra maestra o esa tan rara que me gustó.

Somos muy diferentes, pero de algún modo nos entendemos. Sobre todo ahora. En estos días. En estos días en los que de repente nuestros cimientos se vienen abajo y caminamos por el campus con la mirada perdida. Lo extraño es que no buscamos consuelo sino simplemente la rutina de dejarnos llevar por la inocencia de Leti o los comentarios de María. Esa rutina que nos barra durante unas horas las penas, distrayéndonos de nuestros males, aunque sepamos que luego van a volver.

No me enfado. Al igual que tú no eres idiota o un estúpido. Pero sabes que si quieres voy a estar para barrerte lo que sea sin necesidad de caminar por el césped de Humanidades o fingir que escuchamos al profesor de Estadística. Aunque sea para preguntarnos otra vez qué premios tiene tal actor. Recuerda que eres especial, no sólo por tu reticencia a sucumbir a las redes sociales o tu manera de escribir algo barroca, sino porque no te conformas con ser un simple soldado.

jueves, 14 de abril de 2011

Es el momento de cerrar la puerta tras de ti y saber que tus cercanos ahora no te escuchan. Justo en ese momento en el que se velan las pupilas y descargan todo el agua que han acumulado mediante el nerviosismo que impedía acertar bien las teclas. Se encharca el alma y eres consciente de que si no tuvieras columna vertebral tu cuerpo estaría partido en dos. Te lo dice ese dolor inconfundible en el pecho, separando las costillas una a una, mientras el corazón palpita a mil por hora y crees que te vas a desmayar y cuando despiertes ya no va a estar tu cuerpo, sino solo la angustia. La angustia de saber que era imposible la calma, porque este dolor siempre vuelve. Como volverá cada día. Como guía tu mano hasta tu boca y hace presión, para que a ser posible nadie te escuche sollozar encerrada en el baño.

martes, 12 de abril de 2011

La muerte es la muerte y da igual cómo te llames. Quién haya sido tu padre o tu abuelo, de qué color sean tus ojos o qué bandera palpite con tu sangre en el pecho. En el campo de batalla se acaba mezclando todo el líquido rojo y los uniformes se vuelven negros con el barro, negros con el cansancio, el tedio, el saber que estás arrebatando alientos porque en teoría eso venías a hacer. Todo negro. Tan negro que ya no se distingue al amigo del enemigo.

lunes, 11 de abril de 2011

Aquí no. Aquí no está mi hogar. Pero tampoco allí. Al menos no ahora. Ya no. El hogar tiene que ser un lugar donde te sientas bien. Donde no tengas miedo de que las cosas se vuelvan a repetir, donde no estés insegura, ni pienses que estás haciendo daño o molestando a alguien. Donde tus manos no sean de metal y si te descuidas comienzas a hacer cortes. Ni aquí ni allí.

Supongo que es cuestión de relojes, de sus manecillas moviéndose. De mi corazón entero. Siempre he dicho que no había patria ni fronteras ni nada, porque hogar para mí es eso, lo que te hace sentir bien, tu gente, tu olor a cierzo, a Ebro, a bajarse del tren en la parada de Sol, una cerveza en el bar de siempre, en la terraza de al lado de la residencia, una noche hasta las tantas sin importar que sea martes, otra en el parque jugando a las cartas... Pero ahora no. Ahora no volvería a ninguna parte porque tampoco sería marcharme.

Aunque tal vez vuelva al sitio de siempre, al que quise durante un tiempo que fuéramos y no llegamos a visitar, con la cámara ansiando alguna foto digna, el Ebro al lado y un poco de cierzo que agite el viento de quien fotografío, las ruinas de la Expo guareciéndome y así... sepa que estoy en el hogar, y que también he dejado otro a trescientos kilómetros.

domingo, 10 de abril de 2011

Todos ustedes parecen felices...

…Y sonríen, a veces, cuando hablan.
Y se dicen, incluso,
palabras
de amor. Pero
se aman
de dos en dos
para
odiar de mil
en mil. Y guardan
toneladas de asco
por cada
milímetro de dicha.
Y parecen -nada
más que parecen- felices,
y hablan
con el fin de ocultar esa amargura
inevitable, y cuántas
veces no lo consiguen, como
no puedo yo ocultarla
por más tiempo; esta
desesperante, estéril, larga
ciega desolación por cualquier cosa
que -hacia donde no sé-, lenta, me arrastra.

Ángel González.

viernes, 8 de abril de 2011

-Está curándose. Para terminar de curarse necesita comenzar a volar. Conmigo no va a poder, créeme.

Agita una de sus alas esperanzado. Es un mirlo precioso, por eso da tanta lástima que haya estado tanto tiempo sin poder emprender el vuelo. Al principio, cuando ella lo encontró, parecía no importarle no poder volar. Estaban bien. Se necesitaba el uno al otro en aspectos que no incluían surcar los cielos, y por eso no era importante. Pero llegó un momento en el que el cansancio hizo mella y el mirlo necesitó partir. Al menos de vez en cuando, para poder alejarse y descansar.

El problema es que con ella no iba a poder. Con ella el vuelo no era una opción porque la cura de sus alas no podía ser completa.

-Eso ya me lo has dicho pero, ¿estás de verdad segura?

-Sí. Vamos, llévatelo, por favor. Sé buena y llévatelo.

Los adentros de ella se desmoronaban mientras entregaba el pequeño mirlo. Quería verlo volar y separase así de él era la única forma de conseguirlo. Aunque ahora lo fuera a tener otra persona. Ante todo, lo había decidido así.

-¿Y tú? ¿Qué va a pasar contigo?

-Yo... Cuida de él. Sólo cuida de él. Si se trata de volar es la única opción.

miércoles, 6 de abril de 2011

Mi madre los llamaba ángeles. Esas pelusas parecidas a un diente de león que sobrevolaban tu mirada unos instantes, subían y bajaban, hasta que el viento se los volvía a llevar. Cuando se plantaban ante mí y se acercaban poco a poco alargaba la mano para intentar cogerlos sin destrozarlos, pero como mucho los rozaba con los dedos. Subían entonces, como si se fueran a ir, pero al segundo volvían a bajar y yo llegaba a pensar que era para que se quedasen conmigo. Pero no. Acababan yéndose lentamente, mecidos por el viento, porque al fin y al cabo no eran míos, y otra persona estaba esperándolos también. Seguramente.

Se iban y yo me quedaba con las manos frías. Lo peor es que incluso yo sabía que no iban a quedarse nunca. Además, si hubiera llegado a agarrarlos, lo más seguro es que hubiera acabado haciéndolos trizas.

martes, 5 de abril de 2011

Mi perspectiva de los días en cuanto me quedo sola se derrumba y no entiendo todavía por qué. Sí es cierto que la compañía mitiga la mayoría de los males, pero tampoco es eso, porque mis males están presentes casi siempre, o al menos no se echan a dormir en mis adentros. Si acaso, duermen conmigo. Me pueden llenar los oídos de planes y asiento sonriendo porque en ese momento la perspectiva me parece agua fresca. Sin embargo, cuando me dejan a solas conmigo es como si se materializara esa parte de mí que es una diva fracasada y sola, cuyo único consuelo sólo se halla en el fondo de un cigarrillo.

Creo que me he convertido en el ser más destructivo para conmigo. Ahora mismo no encuentro otra explicación. Y se me siguen pegando los segundos y las ganas de pasar los días enteros en la cama, con los ojos cerrados y en parte ajena a lo que pasa en el mundo; porque lo que pasa en el mundo incluye lo que pasa en el mío propio. No se me quitan de la cabeza los adentros destrozados y totalmente ficticios de Katniss Everdeen.

Es un bucle. La mirada en blanco y negro y la incapacidad de escribir y llenarme de música, porque apenas sé qué escuchar. Porque no sé si este e sun precio a pagar pero se me ha agotado la inspiración de golpe, y lo único que puedo hacer es esperar a que, como siempre hasta hoy, vuelva. Aunque lo que me preocupa de verdad no es la inspiración o quedarme sola.

Lo que me preocupa de verdad es no saber volver a ser yo misma.

lunes, 4 de abril de 2011

-La quieres mucho, ¿verdad?

-Más que a nada. Con todas mis fuerzas.

-Ya-bufó-. Como todos.

sábado, 2 de abril de 2011

Me llama la atención sin más. Tiene como una estela de misterio de esas que me gustan y además me encanta pronunciar su nombre. Me imagino caminando sin nadie más por sus calles y siento una paz necesaria que casi he olvidado. Sin nadie más. Una completa desconocida que se aprenda las piedras de la calzada porque es así de gilipollas. Porque algunos lo llamarán huir, pero yo prefiero llamarlo aprender. No hay mucho más. Quiero ir y por mí me marchaba mañana mismo, sin importarme que el viaje durara más de tres semanas. ¿Que si tiene relevancia? Puede ser. Lo único que me consuela es pensar que en realidad no tenéis ni puta idea de nada. De nada. Pero duele igualmente.

También quiero marcharme porque se me llenan los ojos con las historias que la gente cuenta de sus viajes. Esos sitios que sólo he visto en foto y que seguramente nunca veré, pero que me hacen sonreír imaginando la suerte de poder ir y disfrutarlo. Es estúpido porque ni siquiera se puede decir que haya demostrado tener un alma viajera, pero es así.

En cuanto a ese lugar... Podría ser cualquier otro; no sé muy bien por qué me llama tanto la atención. Será su nombre, su lejanía, las historias que se cuentan, el simple hecho de emprender un camino diferente... No lo sé, aunque espero averiguarlo. De todas formas, lo único que tengo ahora son las lágrimas, que también son saladas. Como tiene que serlo el mar de Edimburgo.

miércoles, 30 de marzo de 2011

No sabía si porque había dormido bien o el agua de la ducha le había sentado como poesía, pero ese día se atrevió por fin a hablarle. Sólo tenía una pregunta que hacerle. Cabezonerías. Fantasías varias.

Sus pasos parecían decididos. Por dentro sonreía. Ella le miró cuando estaba ya muy cerca.

-Oye...

-¿Sí?-. Un aleteo de sus pestañas. Ella, en el fondo, se moría de ganas de cualquier pregunta que viniera de él.

-¿Cómo te llamas?

-Eh... Sara. ¿Por qué?

-Porque estás de suerte. Eres tan bonita que acabo de aprenderme una canción que lleva tu nombre.

http://www.youtube.com/watch?v=E0KEDfPawWs

martes, 29 de marzo de 2011

Goteándole del pantalón un reguero de sangre, el cual se camufla en la oscuridad y apenas se deja ver. La herida, no obstante, le hace cojear hasta que llega a su destino y cierra la puerta tras de sí. Se deja caer entonces en el suelo y se examina el resto de heridas, comprobando que algunas están curando debidamente, pero hay otras que todavía palpitan y supuran cada cierto tiempo. Se retuerce cuando posa las yemas de los dedos en algunas de ellas, y cierra los ojos pensando que nadie sabe que está ahí.


Ha perdido el sentido de la justicia. Ahora no es más que una criatura que renquea de vez en cuando y que ha entrenado sus gritos para que no lleguen a oídos de casi nadie. Pero aun así es consciente del dolor que ha despertado, de las miradas y las palabras envenenadas, las pupilas dirigiéndose hacia otra parte; y sabe que ellos lo saben. Que en el fondo lo saben. Sin embargo la posición tomada parece ligera, apenas dañina. Como si por su parte no debiera existir sufrimiento.


Se vuelve a agitar inesperadamente. Sin querer. Y al segundo recuerda por qué. Todavía siguen en su cuerpo esas heridas.

viernes, 18 de marzo de 2011

Hay situaciones con las que no puedo lidiar. En realidad sí podría, pero de vez en cuando el alma está tan gastada que no apetece. Que no hay ganas de ello.

Al menos siempre vamos a tener nuestro secreto. Yo no creo que lo cuente porque sé que probablemente no me va a entender nadie. Sólo tú y el cielo de Getafe ardiendo mientras atardece y el frío que hacía en lo más alto de la terraza de esta casa tan extraña en la que ahora habito. Los enredones en el pelo que me dejó el viento, la canción que me acompañó hace dos años, el bolígrafo rasgando el papel y la esperanza de que de alguna manera me escuches. Por un día m gusta pensar que puedo sobrepasar esas brechas insalvables.

jueves, 17 de marzo de 2011

Yo no puedo con tanto corazón roto. Me chocan las pupilas con rostros agitados, acalorados, que no son más que el reflejo de que algo se resquebraja por dentro. Odio esto. La otra cara del juego, el dolor, el constante recuerdo de que el mundo es tan hijo de puta para que al segundo nos pueda parecer maravilloso.

Siento también cómo se encoge el mío y puedo notar que mi juego también se agota e intenta cambiar de perfil. Que estoy cambiando constantemente y voy a acabar desnuda en un escenario como acababa siempre antes. Antes. O ahora. Confundo los segundos porque en realidad se repiten. No es egoísmo, es supervivencia.

Yo no puedo con tanto corazón roto porque además ya es 17 de marzo y eso me hace recordarte. Pensar que tu casa es un espacio que he eliminado de mi mente, como si ya no existiera y nunca hubiera estado allí. Aunque no fue perderte el no tenerte me exaspera porque la vida sigue sin pararse a que yo pueda recogerte. Traerte de vuelta. Meterte en mi vida y que yo vuelva a meterme en tu casa. Pero sigue roto. Como hace dos años, cuando chocó contra el suelo y yo pensé que estaba perdida. Porque recuerdo esa canción que gritaba que el cielo estaba roto y así fue en el mío, porque de alguna manera no ha vuelto a recomponerse al completo. Aunque supongo que es normal.

Como ya he dicho el dolor de corazón nos hace apreciar todavía más cuando alguien nos lo cura. A pesar de que a veces sea simplemente el tiempo. No es consuelo, pero ahora sólo pienso en que es 17 de marzo y hay tanto dolor a mi alrededor que acaban venciendo mis barreras.

domingo, 13 de marzo de 2011

A veces los observo y pienso en qué habría sido de ellos si hubieran podido realizar sus otros sueños. Sí, esto está bien. Nos tienen a mi hermano y a mí, no vivimos mal, una casa, una vida... Pero, al fin y al cabo, lo que les llevó a este camino fue el sacrificio.

Me estremezco cuando imagino el momento en el que mi padre eligió el futuro de sus hermanos antes que el suyo. Cuando supo que iba a estar trabajando toda su vida pero a cambio sus hermanos irían a la universidad y estarían tranquilos. ¿Cómo tiene que ser ver morir a tu padre y asumir que ahora el juego es tuyo, que te toca a ti, que quieras o no tu vida cambia en ese mismo momento? Habría sido uno de los mejores alumnos. Poco trabajador, pero extremadamente inteligente. Ahora le quedan los libros y los conocimientos que va almacenando día a día. Si todavía le queda sufrimiento lo lleva siempre por dentro. Yo sé que sí, que hay cosas que no se borran, pero sigue riendo a carcajadas muchas veces al día.

Y luego ella... Apenas diez años y huérfana de madre, con una hermana de un año y otro que necesitaba demasiados cuidados. Convertida de repente en ama de casa, un poco confusa, tocada en determinadas fibras para el resto de sus días. A mi madre no le gustaba estudiar, pero tampoco tuvo la oportunidad de seguir probando si le gustaba. Como el que es ahora su marido debió hacerse cargo de algo que todavía no le tocaba, pero a veces las circunstancias agitan los cimientos de todo tu universo, y tienes que cumplir con lo que toca.

Me tiemblan las manos mientras tecleo y es porque sé que ellos también están viviendo su adolescencia y su juventud a través de mi hermano y de mí. Que el sacrificio que les trajo aquí encuentra consuelo en nosotros y su mayor deseo se ha convertido en que se cumplan todos los nuestros. Me viene a la cabeza la frase de mi madre, la que siempre tiene a punto y me hace reflexionar aunque ella piense que no...

Dinero no, lo único que puedo dejaros en herencia son unos buenos estudios... y espero que sepáis aprovecharlos.

viernes, 11 de marzo de 2011

Si me muerdo los labios el gusto en mi lengua es amargo. Se resquebraja la escarcha que se ha formado en estas últimas horas y en cuanto vuelvo a cerrar la boca la siento de nuevo. Sería una noche perfecta para gastarla tirados en cualquier parte o gastarnos sin más. Pero en lugar de ello alimento mi cama de mí e intento distraerme sin una salida que parezca cercana. Pensando en escribir una historia con esa canción que lleva su nombre, imaginando que tal vez alguna lleve el mío y sabiendo, en último término, que en realidad esa última no existe.

martes, 8 de marzo de 2011

Le dije a sus ojos que no podía protegerlo y los vi romperse delante de mí. Estoy segura de que el golpe del momento le impidió saber que estaba mintiendo. Porque siempre sabía cuándo estaba mintiendo.

Lo cierto es que no podíamos seguir así. Bueno, al menos no yo. Cada vez sentía las manos más manchadas de culpabilidad y no podía soportar que también le salpicara a él. La solución parecía fácil: ve con él. Pero opté por protegerlo siempre detrás de una pared, observándolo en silencio, tragándome las palabras que quería decirle. Entre su supervivencia y la mía había escogido la suya; entre su corazón encogido y el mío prefería mil veces sentir yo misma el dolor que escuchar cómo se retorcía el suyo al latir.

Me dijeron que fue cobardía. Y pudo ser. La verdad es que no me replanteé qué fue hasta que lo volví a ver feliz y cada sonrisa era para mí un día más de condena. Intentaba obligarme a alimentarme de su felicidad, pero ese era un privilegio que se había terminado y que, no obstante, sólo funcionaba cuando yo era feliz con él. No por él.

Sé que ya no lo necesita pero todavía me quedo absorta pensando si estará bien. Me lleno de angustia cuando vuelvo a recordar el momento en el que le dije que no iba a volver a protegerlo, y siento escalofríos cuando sospecho que sí que supo que estaba mintiendo.

Me faltan entonces las bocanadas de aire. Todavía hoy.

martes, 1 de marzo de 2011

-Somos adultos -me dice-. Podemos acostarnos sin que haya historias de por medio. ¿No? Vamos, que lo tenemos dominado. No hay por qué mezclar elementos innecesarios. Podemos también esconder que en realidad follamos porque nos ansiamos como dos imbéciles que están enamorados en silencio. ¡Porque somos adultos!

domingo, 27 de febrero de 2011

Tenía la espalda más bella del universo. Tenía el recuerdo de ella en la ducha, con el pelo empapado cayéndole en cascada hasta casi la cintura, y ese lunar justo donde finalizaba su columna. Ella siempre se duchaba mirando a la pared, de espaldas, y a él le gustaba pensar que era solamente para provocarlo. Porque le volvían loco las curvas de sus caderas, su piel pálida, y el cuello despejado guiando sus hombros. Hasta el par de cicatrices que tenía en ella le fascinaban; estaba hermosa hasta cuando mentía sobre cómo se las había hecho, porque él sabía que era una mentira. Pero hasta en ese momento se sentía arder desde adentro, y sabía que en sus pupilas se veían llamas cuando la miraba mover los labios.

Llegó un momento en el que las yemas de sus dedos sólo respondían al impulso de mirarla, de recorrerla con delicadeza mientras ella dormitaba abrazada a la almohada, tapándose sólo las piernas, dejándole su espalda y sonriendo a medias.

Por eso la echaba tanto de menos. Porque todavía no había hallado una espalda como la suya. Se propuso levantarse e ignorar el sufrimiento de sus dedos para encontrar una que también le sirviera, para que le trajera otro aroma distinto a su locura, y lograra olvidar esas cicatrices, ese lunar endemoniado. Pero no pudo. Hasta el momento, no lo había conseguido.

La primera que conoció tenía la boca marcada de carmín, e imaginó esas marcas rojas en su almohada. Sin embargo, algo falló... No era esa espalda. No lo fue. Ni siquiera pudo guiar a sus dedos, porque en su estómago comenzó a reaparecer el dolor, y no pudo soportarlo. Tampoco con la segunda, la tercera, la cuarta. Y así muchas más. Tantas que perdió la cuenta. Enloquecía en el momento en el que les arrancaba la ropa y encontraba lunares equivocados, ausencia de cicatrices, pieles más morenas.

No era ella. Pero lo intentó.

Intentó que de esas pieles saliera la piel de ella. Mientras se limpiaba la sangre de las manos después de cada noche, veía reflejada la ducha en el espejo del baño, y la veía a ella duchándose de espaldas sólo para provocarlo. Menuda zorra. La maldecía cada vez que se quedaba sin habla y se le nublaban los ojos, para despertar allí, lavándose las manos. Y volver a su cuarto, con paso ligero, para revisar y vigilar el cuadro que estaba creando.

Pero no era ella. Era sólo una broma macabra que estaba erigiendo desde sus recuerdos. Suspiraba lentamente entonces. Todavía le faltaba encontrar ese lunar.

viernes, 25 de febrero de 2011

He oído muchas veces que las desgracias nunca vienen solas. Pero también pienso que qué más dará. El caso es que llegan. Que te invaden casi siempre de repente y arrasan lo que pillan a su paso por alguna razón que no entendemos. A veces toca, sin más. Hay que conseguir empequeñecer el corazón para que duelan menos; a pesar de que acaban doliendo siempre, pero eres tú el que controla tu propia regeneración.

Algo que soy incapaz de soportar son las desgracias ajenas. Sobre todo cuando afectan a corazones demasiado grandes y piensas que por qué hay gente que se salva sin que se lo merezca, y hay otra que sufre algo que ni en el peor de los mundos le correspondería. ¿Exageración? Mala suerte, buenos ojos, un nudo en el estómago, quizás. El caso es que no soy yo la que puede controlarlas, ni tampoco tengo ni tendré ese derecho. Es horrible justo esa incertidumbre, porque en el fondo es obvio que es terreno que no se debe pisar.

Sólo puedo esperar y prestar un par de pupilas atentas. Los brazos dispuestos a un abrazo rápido o lento, el silencio que permite pensar y disimular los segundos, que parece que se clavan, como si nunca fueran a volver.

martes, 22 de febrero de 2011

Es un momento claro de pura mediocridad. De sentir que no estás haciendo nada salvo ser la sombra de alguien. Como si no fueras a salir de ser la simple compañía de alguien cuyo nombre sí se aprenden. Justo esa sensación. La de sentirse inútil de cara a los demás. Como si se me hubiesen entorpecido las manos, y yo no fuera capaz de crear absolutamente nada. De darle forma a un par de mundos que poder ofrecer a la gente y que así sueñen. Pero nada. No hay nada. Sólo un ceño fruncido y un agujero negro en el pecho. Ahí creo que debería haber algo.

Vivo en una constante fantasía. Pero de vez en cuando se resquebraja. Ahora mismo no sé quién soy, pero sí sé que siento con total nitidez que no tengo nada que ofrecerle a nadie. Tengo que dejar de pensar que ocupo las mentes de mucha gente. La única mente que debería ocupar es exclusivamente la mía, y ya lo hago, de una manera total, aunque a veces difusa. No obstante siempre hay momentos como este, en los que me desparramo por mis propios bordes y no soy capaz más que de soltar un par de frases que bizquean y echarme a dormir con la esperanza de presentar mejor humor mañana.

Nunca lo entenderé. Por qué así de repente. Por qué tengo que callar tantas veces a mi cabeza y parar impulsos que me volverían loca. En ambos sentidos: positivo y negativo. De vez en cuando es sano dejarme quejarme así, porque a veces de veras viene bien. Sin embargo una cosa tengo clara, aparte de otras muchas que me llevan a ese dramatismo, y es que, sea cual sea la situación y tenga o no ganas de sonreír... se me da excelentemente bien ocultar mis propias miserias.

domingo, 13 de febrero de 2011

Dicen que el peso de una mariposa puede llegar a desestabilizar un universo entero. Me pregunto si la definición de universo se puede aplicar a mi propio cuerpo, si será el aleteo de una mariposa lo que siento ahora en el estómago. Muchas veces me lo pregunto, ¿cómo aguantas las miserias ajenas si en ocasiones apenas tus hombros soportan las propias?

La respiración se me corta a intervalos cortos. Por las noches solamente tengo sueños que se agitan y que recuerdo perfectamente y que sospecho que jamás voy a contar. Estoy en un momento en el que las fechas no tienen sentido, o al menos sólo corren demasiado rápido. Y por qué. Por qué si hace meses precisamente eso es lo que quería, que corrieran los días dejándome sin aliento.

El aliento sí que me falta, pero por motivos distintos a los que pensaba la chica asustada de septiembre y de octubre. La que en noviembre decidió que mejor no pensar en fronteras: si pienso en ellas puedo acabar preguntándome demasiadas cosas. Son rodeos, ahora mismo estoy constantemente dando rodeos, y lo más angustioso es que en estas situaciones hasta las letras se vuelven en mi contra.

Es una cuestión de equilibrio... De su ausencia, de la imposibilidad de uno completo. De pensar que las cosas están bien y ser consciente de que eso no es más que una maravillosa fantasía.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Yo sé que es difícil. Es una tortura asesinar a alguien de esta manera y no tener ni siquiera el atrevimiento de sentirte mal porque eso todavía es peor. Sé lo que es sentir que estás mutilando a alguien sin mancharte las manos de sangre, sentada en la silla, sin hacer nada pero pensando demasiado. Las palabras matan, convirtiéndote en el ser más destructor que salta a tus húmedos ojos en ese momento.

Pero no debemos perdernos de vista. Aunque sea como algo atravesándote el pecho, hay veces que se acaba. Sin más. Que las cosas se agotan y no entiendes por qué antes sí y ahora no. Tampoco entiendes cómo vas a ser capaz de dejar a alguien solo, de torturar así a esa persona que te ha hecho disfrutar tanto, amar tanto. ¿Pero y tú? ¿Disfrutar alargando la agonía, enfrentándote a un día más sin más certeza que la de saber que esto no va a ninguna parte? No es egoísmo, es supervivencia.

Es una putada. Yo lo sé. Sin embargo, aquí y ahora, pocas cosas son eternas. Y ojalá lo fueran. El dolor propio supera millones de veces el dolor que sabes que estás provocando. Tal vez sea una de las decisiones más complicadas de todas a las que nos vamos a enfrentar. Pero es así... hay algunas veces que es una necesidad. Que seguir no tiene sentido, que hay que enfrentarse y luchar de esta manera.

Yo sé que la angustia es insoportable. Y no es que me sea fácil hablar, pues hasta escribir esto me está carcomiendo desde mis adentros más oscuros. No obstante, pase lo que pase, sabes que te tienes a ti misma. Que nos tienes a nosotros. Que tienes los días que te apoyan, algo a lo que agarrarte, saber que tú debes estar bien. Tú. Tú y todo lo que forma para de ti, pero sin olvidar que sin ese tú... eso que forma parte de ti no existe.

domingo, 6 de febrero de 2011

Me cuesta mucho escribir algo que se extienda más de un par de páginas. Por eso casi siempre escribo escenas sueltas que me vienen a la cabeza de repente -suele ser en forma de una frase del diálogo que luego reproduzco- y que no dejan de ser representaciones de algo que siento. Muchas veces me maldigo porque puedo llegar a ser realmente incapaz. No puedo desarrollar adecuadamente una historia.

De todas formas, les acabo de dar vida a Alberto y a Lola. No sé si será una vida que les satisfaga, sobre todo a mi pobre Alberto y a cómo echa de menos a ella, pero sigue teniendo a Lola. Les he dado un final distinto al que tenía pensado, y todo fue porque el jueves después de la universidad me los encontré.

Estoy segura de que eran ellos. Yo estaba esperando al tren y de pronto me encontré con los rizos de Lola. Una Lola diminuta que me miraba de soslayo y muy tímidamente para ver si yo le volvía a sonreír o le sacaba la lengua otra vez. Alberto la cogió en brazos y juntó su nariz con la nariz diminuta de la pequeña Lola, y las risas de ella me hicieron decidir que ese iba a ser mi final. Eran ellos, aunque tuvieran otros nombres y mi hipotético Alberto no tuviera a nadie que echar de menos, pero yo sentí que eran mis personajes, justo delante de mí, de carne y hueso.

Así que les he dado ese final, al fin y al cabo he hecho sufrir mucho a Alberto durante las largas y difíciles páginas. Se merecía un descanso, las risas de Lola. Además, yo no sé decir si creo o no en las señales... pero de vez en cuando me gusta seguirlas.

viernes, 4 de febrero de 2011

Proyectos literarios.

"Las promesas pierden fuerza con el tiempo. La primera vez que las pronuncias vibran en tu boca como las cuerdas de un violín tocado con auténtica pasión, pero luego la melodía pierde poco a poco aliento, y llegan a convertirse en una frase débil bailando en la memoria."

Y obsesiones varias...

martes, 1 de febrero de 2011

Cuando empezaba el frío era agradable fregar los platos. Después de llegar al bar con las manos heladas, el agua caliente golpeando las yemas de sus dedos era como un presagio. Como si mantuviera un diálogo con sus dedos. Preparaos, que vamos allá. Así que cuanto más caliente saliera el agua del grifo mejor.

Las piernas comenzaban a temblarle más o menos cuando los camareros anunciaban que ya no quedaban cenas, que esos eran los últimos resquicios de la vajilla empleada esa noche. Entonces sentía de nuevo la ya conocida oleada de desalientos en el estómago, y comenzaban a encenderse las comisuras de sus labios. Allí nadie la entendía. No por el idioma, el cual ya dominaba, sino porque no comprendían que le llenara más esa hora al final de la noche, cuando bajaban las luces del bar y comenzaban a servirse las copas. Claro que lo decían porque por eso no le pagaban. A ella le pagaban por fregar los platos.

Cerraba el grifo. Se secaba bien los dedos, y se quitaba el delantal sin dejar de moverlos. Algunos le sonreían porque conocían sus nervios, y otros ya la esperaban de pie en el bar, para escucharla unos instantes y marcharse, por fin, a descansar. Se pintaba los ojos porque así parecía que marcaba una distancia, que no estaba allí por un favor, sino porque de verdad le habían pedido que los iluminara a todos. En realidad sabía que eran tontadas, que a ella le gustaba verse con esos ojos marcados, y que tampoco le importaba mucho que nadie le hubiera suplicado.

Echaba a andar con sus tímidas botas sin tacón. Subía al pequeño escenario improvisado que el bar ponía a disposición de los nocturnos. Agarraba fuertemente la correa de su guitarra, miraba de soslayo a aquellos que estaban sentados en las mesas y de pie en la barra. Muchos no la miraban, o le prestaban sus pupilas despreocupadas durante unos segundos. Pero ella sabía que en sus oídos estaba, durante una hora, eso, solamente ella. Y con eso le bastaba. No estaba mal ser ella misma una hora de las veinticuatro de un día cualquiera de fregar platos.

jueves, 27 de enero de 2011

Labios cortados. La pintura de los ojos difuminada. El pelo hecho un desastre. Un abrigo horrible que desdibuja la figura pero que sí abriga. El cuello siempre tapado porque si no me muero de frío. Amante en silencio de la Gran Vía de Madrid (es el lugar donde salen a relucir los sueños que se relacionan con escenarios). El corazón lleno de remiendos, como es normal. La sonrisa a punto. Miedo a que me vengan a limpiar y no poder estar en la habitación tranquila. Setenta hojas desparramadas por el suelo mientras subía las escaleras, viniendo de reprografía. Ineptitud con casi todo lo musical, pero disfrute con la gente que sí que son unos artistas en ese sentido. Ganas de no hacer nada. El zierzo casi debajo de las uñas. Las uñas por cortar. Los ojos cansados. Las pupilas, a escondidas, atrevidas. Poca relación con la elegancia. Manías que perjudican casi siempre. Chocolate. Lo acordes de una canción determinada, despertando el mismo sentimiento siempre que suenan. La barbilla en el hueco de la mano izquierda. Ganas locas de escribir algo que haga sentir sin más. La tripa sonando. Pocos minutos para la marcha. Pensamientos. Minutos perdidos que tanta falta hacían. El tictac de siempre, pero de manera distinta. Frases sueltas. Silvio Rodríguez. Cómo me haces hablar en el silencio. La calle y de mis cascos saliendo vida. Envidia de esas películas que me hacen soñar con ser parte de ellas. Sueños. Como siempre. Que un día acabarán conmigo. Pero hasta entonces... Voy a terminar de prepararlo todo, no vaya a ser que me entren a limpiar.

martes, 25 de enero de 2011

En muchas ocasiones fantaseo con la idea de abandonar mi vida al completo. Al principio me parecía algo horrendo, pero ahora he llegado a la conclusión de que todos tenemos la libertad -aunque no la habilidad- de deshacernos de nosotros mismos por unos instantes. A veces es, incluso, necesario para purgarnos por dentro.

A lo largo de todos estos años me atrevo a decir que sólo sigo fiel en un aspecto. En esa tontada enorme de eso, de fantasear constantemente, de tener un archivo de sueños al que raro es el día que no acudo. Hay días en los que me cuestiono si no estaré siendo egoísta. Al fin y al cabo todos tenemos una vida. ¿Es tan difícil conformarse?

Unos en Irlanda, Malta, Portugal, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y yo... Yo aquí. Estornudando en mil partes distintas del mundo, pero sin moverme de la silla de mi cuarto.

Si no encuentra el hueco el corazón se vuelve loco.

sábado, 22 de enero de 2011

El martes cumplí años. A algunos no os veía desde Nochevieja. He ido de propio a ver si os veía pero no ha podido ser, así que nos hemos marchado mientras las manos que me sujetan os decían "os llamamos luego." Os hemos llamado luego. Ya os habíais marchado.

En el Duende ha sonado el cumpleañosfeliz de rigor, el de siempre. Pero el bar estaba vacío. Hugo ha sonreído y Astrid cantaba en bajito. Rubén sonreía pero sé que por dentro seguía encendido de rabia. Porque me había visto llorar de decepción, al comprobar cómo mi mente se había equivocado. Porque pensaba, sin más, que bajo el cúmulo de circunstancias al principio descritas tal vez vosotros también quisiérais pasar la noche conmigo, tanto como yo deseaba pasarla con vosotros. Porque el martes cumplí años. Y a algunos no os veía desde Nochevieja.

Sin embargo, la canción ha sonado fría en el bar. Porque ya os habíais marchado, y lo peor es que ni siquiera os dais cuenta de vuestros actos.

jueves, 20 de enero de 2011

Mientras leo en la abarrotada sala de espera pienso que la vida tiene que antojarse dolorosamente maravillosa cuando sabes que se te escapa poco a poco. Que en ese momento tiene que desaparecer cualquier situación que nos parece trascendente en nuestra rutina. Ya no existen cumpleaños, exámenes, confusiones amorosas o cualquier otro acontecimiento, porque sólo estás tú y el tiempo. El tiempo. Cada segundo que pasa es como un latigazo que te va levantando lentamente la piel de la espalda.

Es eso. La vida. Como una gran llanura que se extiende ante tus pies y de la cual sabes que no vas a poder cubrirla nunca. Es esa rabia, esa rabia tan estúpida, de decir ¿qué hago ahora yo?

Nunca he tenido miedo a la muerte, lo que me aterra de verdad es dejar de existir, dejar de disfrutar de tantas y tantas cosas que me hacen sentirme viva ahora. Dejar huérfanos de mí a los míos, y ni siquiera poder estar presentes para abrazarlos, besarlos en el cuello, e intentar introducir en sus arrugadas almas un segundo de consuelo. Siempre diré que es la situación más injusta de todas cuanto conozco.

Entre estas reflexiones levanto la vista del libro que estoy leyendo -el cual, justamente y de esa manera mágica que tienen la literatura y la música, habla de lo que me asusta, de irse para no volver- y me encuentro con que la sala de espera del hospital se ha ido vaciando poco a poco, y estoy casi sola. Se me encoge el corazón y se me llenan los ojos de lágrimas al ser consciente de qué cerca está siempre, y qué poca cuenta nos damos.

Entonces se abre la puerta, una voz femenina dice mi nombre, y de repente me siento inexplicablemente tranquila. Porque cuando hay cosas que escapan al poder de nuestras manos... ¿qué sentido tiene intentar luchar si la rebelión todavía no depende de ti?

lunes, 17 de enero de 2011

Dormirte la noche anterior a tu cumpleaños con lágrimas en los ojos podría ser un principio maravilloso para una película que hablara del interior de alguien, de su vida gris, y que al final todo acabara bien. Con mucho brillo repentino en la imagen y en la última escena un primer plano de ese alguien sonriendo.

Pero es algo más cotidiano. Más real, más como soy yo, que elijo los mejores momentos para congelarme las facciones. Pero mi cabeza piensa, irremediablemente. Piensa que mañana, por fin, acabo los exámenes y que en Zaragoza, en mi tierra, alguno que otro ni siquiera se ha enterado de que los he empezado.

Aquí he conocido un concepto de amistad diferente. Al fin y al cabo, estamos solos, huérfanos, y el único calor que tenemos es el que nos damos. Vivimos juntos, y eso se nota. Pero yo no puedo evitar pensar en términos, en concepciones, en mil amistades distintas. Y en mi mente se desibuja el Actur, el Duende, la Asociación, la plaza del ambulatorio... esos sitios donde siempre nos vemos, donde siempre nos hemos visto. Sin embargo, es inevitable que me duela. Porque llevo, salvo excepciones, días sin saber de vosotros. Aunque de vez en cuando me salta una ventanita en el messenger, o en algún otro chat, con una pregunta.

¿Estás en Zaragoza o ya en Madrid?

sábado, 15 de enero de 2011

-¿Sabes cuándo supe que te quería?

-¿Cuándo?

-Cuando comencé a echarte de menos.

miércoles, 12 de enero de 2011

Hoy he pensado en él. Tal vez porque al salir de la biblioteca de la universidad y ver a la gente de últimos años y de posgrados me he sentido muy pequeña. Y he pensado que él se debe de sentir así todo el tiempo.

Se siente perdido cuando las temporadas de fútbol descansan, porque no sabe qué hacer. Por las noches suele escuchar la radio a escondidas para que mi madre no le eche la bronca porque no duerme. Siempre, siempre madruga (y nadie sabe, en realidad, cuánto tiempo ha dormido). También a escondidas, y cuando pasea por la tarde, se compra aperitivos y tiembla de la cabeza a los pies si por algún motivo nos encontramos con él por la calle. Sus ojos se llenan enseguida de lágrimas si se frustra, o siente que no entiende algo, pero sobre todo si siente la cercanía de un hospital inminente; fue un hospital el que se llevó a su padre. Tararea canciones por las calles en voz alta, y la gente se gira a mirarlo, pero a él no le importa (mi madre siempre le dice que no lo haga). A veces va con manchas, con la camisa mal puesta o con el gorro de invierno como si fuera un gaitero, pero no le importa. Apenas se fija en esas cosas. Es un fan empedernido de los toros, y cuando son fiestas y tiene corridas todos los días sólo hay que verlo, porque por todos sus poros desborda alegría.

Aunque eso le ocurre casi siempre: la alegría. La alegría de la infancia, sin un ápice de maldad, sin nada que pueda enturbiar su mente. Es una persona totalmente pura, pues en su cabeza es primavera casi siempre, y la rutina no le hace daño porque es lo que más le gusta del mundo. No sabe ser cruel, malintencionado o malvado, ni ninguno de esos adjetivos, porque simplemente no le sale. No está en su naturaleza.

No obstante, los demás sí sabemos ser crueles, por lo general. Su alma pequeñita ha tenido que soportar muchas burlas, muchas malas miradas y también muchos comentarios de gente que cree que lo suyo le debe de causar también sordera. Por suerte él siempre vuelve a su vida de ensueño, a su propia realidad, y recupera la sonrisa, sin costarle apenas. Ni rencor, ni ganas de venganza. Simplemente sonríe.

Tiene 43 años y es mi tío, hermano de mi madre. Vive con nosotros desde que mi abuelo, su padre, murió y lo más curioso es que, conforme mi hermano y yo hemos crecido, él se ha convertido en nuestro hermano pequeño. Ha tenido que oír muchísimas veces cómo lo llamaban subnormal, retrasado y todas esas delicias que no hacen más que describir de manera despectiva una mala suerte que lo marcó a él como nos pudo marcar a cualquiera. Sin embargo, y pocas cosas sé con tanta certeza, puedo asegurar que es de las mejores personas que conozco.

lunes, 10 de enero de 2011

-No puedo...

Y él apenas la escucha con la música estridente de la discoteca. La observa esquivar a la gente y perderse entre las cabezas que se mueven de manera similar. Piensa si es mejor resignarse del todo y quedarse ahí, fingiendo que de verdad está escuchando la canción que suena ahora y que disfruta de ese ambiente pese a estar devastado por dentro, o intentarlo una vez más. Sólo una vez más. De todas formas, intenta recordar cuántas veces ha dicho lo de sólo una vez más.

Ella, por otra parte, abre la gran puerta de metal y aspira el aire fresco de la madrugada. El corazón le late de una manera que no debería ser la habitual. No sabe lo que quiere, y lo peor es que debería tenerlo claro. Muchos deberías que se agolpan en su ser y la empujan a sentarse en el bordillo de un portal cualquiera, dejando sin más que pase la noche.

-Oye.
Ella lo mira, un segundo, porque no quiere volver atrás.

-No puedo, de verdad que no puedo, coño.

Y hace ademán de levantarse, para marcharse, para volver a su habitación o a mezclarse con la música; cualquier cosa que les impida estar a solas. Porque, en verdad, apenas han estado a solas. Siempre con más gente, buscándose con la vista, en clase, riéndose de la misma broma, huyendo a veces de ese juego peligroso. Y es que el juego era verdaderamente peligroso.

Ahora o nunca, se dice él.

Impide que se mueva. Coloca su brazo de manera que ella no pueda avanzar, pero sabe que sus tacones se detendrán del todo si se acerca demasiado a su rostro. Eso sí lo sabe. Y así lo hace, de golpe, de manera brusca, de una manera que no es nada suya, pero totalmente desesperado. La calle entera se detiene un instante y ellos se miran a los ojos. Ella en realidad no quiere marcharse, y por eso se siente la peor persona del mundo.

-Déjame, en serio.

Se arma de valor y se intenta zafar de él, que la intenta besar, y por un momento ella nota esos labios por fin, e implora a sus pestañas que sean fuertes, que no se cierren para que el juego continúe. Se va, en el último segundo se va, y la calle se pone en marcha de nuevo para devolverle a él el eco gastado y nervioso de sus tacones. ¿Por qué no, se dice él, si en las bocas de los dos vibra un ? Déjame, en serio, se repite en su cabeza.

Y vuelve a entrar a la discoteca, con un yo es que no puedo atravesado en la garganta.

viernes, 7 de enero de 2011

Quería que recibiera algo especial. Algo diferente. Y como a todos nos gustan que nos hablen de nosotros, en el buen sentido, eso decidí. Porque sé que ha sufrido mucho, al igual que mi padre y que su otro hermano, aunque estos dos últimos lo lleven más en silencio. Porque también sé que no le solemos decir cuánto la apreciamos, porque la mayoría de las veces prima su despiste, ese que le da un aire tan juvenil.

Sabía que se iba a emocionar. Porque la conozco, porque nos parecemos aunque ella sea más sentida y menos de piedra, porque en el fondo tiene mis dieciocho años. Sabía que se iba a emocionar poque todavía notamos la ausencia fresca de su madre, de mi abuela, y en las cenas de estas fiestas al tragar a todos nos dolía ligeramente, porque la verdad más difícil de aceptar es la de la muerte. Porque fue con la primera con quien rompí a llorar cuando me enseñó las pulseras que mi prima y yo le habíamos regalado, porque a pesar de su temblor me intentó consolar y porque también sé cuánto valen a veces las palabras.

Me esperaba sus lágrimas, pero no las de mi padre. Pero hoy, en un desaire más de la biblioteca, he sabido por qué. Porque me he marchado, y en la carta a mi tía, a mi madrina, hablaba precisamente de la familia, de ella, de todos, de la falta que me hacen porque son mi sangre y como tal palpitan dentro de mí. Porque no lo digo nunca, pero los necesito tantísimo como sigo necesitando a mi abuela, o simplemente una situación cotidiana en el salón de mi casa.

Porque son mi familia, y me emociono al pararme a pensar cuánto los echo de menos. Como también me emociono cuando pienso en ti, y en tu padre, después de haberte leído, y cómo me gustaría tener por un instante el poder mágico que te hiciera conocerlo. Que dejara de ser un vago recuerdo infantil de los tres años, y te abrazara, paliando todo el sufrimiento de crecer sin él, sin un padre que apoye tus pasos.

No obstante, además de la más difícil la más absoluta verdad es la de la muerte. Al menos a mi parecer. Y sí, en estas fiestas parece que se hace más presente, que nos pesa más en la piel. Pero también pesa más la compañía, el cariño, las risas de aquellas personas que por una suerte involuntaria van a estar siempre contigo. Por eso también yo voy a estar contigo.

domingo, 2 de enero de 2011

-Buenas noches, pequeñita.
La frase sonó atropellada y el gesto fue algo tosco. Le acarició la parte izquierda de la cara como con prisa, huyendo, sin llegar a deternerse en la mejilla para sacarle lustre a las yemas de sus dedos. Como siempre hacía, lentamente, para desafíar de manera leve al tiempo. Ella se revolvió agitada, pero sonrió, porque en los ojos de él había total sinceridad.

Sin embargo, subió las escaleras hasta su casa algo turbada. Sentía una quemazón en la mejilla, que se quejaba porque también estaba asustada. Tonterías, se dijo. Porque ella misma era tan tonta que creía en las señales, en el lenguaje corporal, en las pequeñas pistas que iba dejando el futuro. Se desvistió en silencio y cuando se soltó el pelo frente al espejo de su cuarto se acarició la cara, con sus manos frías, y en su mente resonó esa frase. Buenas noches, pequeñita.

Y se arrebujó en las sábanas, segura de su voz, y atendiendo a su deseo. Buenas noches. Se durmió sin dificultad, pero esa noche sus sueños fueron grises. Temblorosos. Y temió que ese gesto más bruto de lo normal fuera precisamente una de esas señales, un ápice de destino que se torna premonición en su mente adolescente.

Se despertó contrariada, con ganas de besarle y asegurarse de que no iba a escapar. Se propuso llamarlo, taparse con su presencia y así poder soñar en contraposición a los sueños turbios de la noche. Corrió temprano a su casa, para sorprenderlo. Nerviosa aguardó en su portal a recibir una respuesta que acallara todas las malas voces. De manera involuntaria se echó la mano a la mejilla de nuevo y sintió que su estómago desfallecía.

No lo quiso creer, pero en el fondo sabía que era cierto. Él, dándole la razón a la irracionalidad de un gesto mal repetido, se había ido.